03. «Enfocados en el Juego»
—¿Estás bien?
Juraría que Andrew no llevaba esa expresión de muerto viviente hace tres minutos.
—Hora de Educación Física, ¿verdad?
Exhalo con cierta exasperación al recordarlo, el ejercicio físico nunca ha sido parte de mis intereses (de hecho, está íntimamente ligado a malas experiencias) y como extra, la idea de perseguir una pelota cual perro en entrenamiento mientras sudo hasta deshidratarme no me atrae en lo absoluto.
—Sí, debo ir a cambiarme. ¿Te veo en el gimnasio?
—¿Para qué? ¿Torturarme observando cómo pueden correr con libertad mientras permanezco prisionero de esta silla? ¡Era capitán del equipo de baloncesto en mi antigua escuela, Phoenix!
Ruedo los ojos y respiro profundamente para no soltarle alguna barbaridad de la que podría arrepentirme. A pesar de mis conversaciones diarias con la tía Sally y sus múltiples recomendaciones para no perder el control, intuyo que Ackerman disfruta secretamente su misión de ponérmelo extremadamente difícil.
—No seas llorica. Vas a fisioterapia y tienes un pronóstico alentador; te recuperarás pronto.
—¿Tienes idea de lo frustrante que es no poder mover tus piernas durante semanas?
¡Carajo! Tal parece que quien anda en sus días es él, y no yo.
—Pues es un gusto informarte que sí, conservo un excelente recuerdo ya que cuando tenía trece e iba caminando por la calle, un idiota tan insoportable como tú no vio la luz roja y decidió que llevarme con él sería una excelente opción. ¿La consecuencia? Doble fractura en mi pierna derecha. ¿Y adivina qué? Dolió como la mierda. Agradécele al cielo que en tu caso no sientes nada.
Él suspira en un eco de amargura al ver sus argumentos desbaratados.
—No me dejarás regodearme en mi miseria ni por un segundo, ¿cierto?
—Presiento que ya has recibido demasiada compasión así que, no, no esperes ni una gota de mi parte. Ahora, impulsa esas ruedas con fuerza o llegaremos tarde.
…
El entrenador Lawrence suena el silbato que cuelga de su cuello y nos apresuramos para formar una fila frente a él después del calentamiento previo.
—Bueno, chicos, hoy tendremos un partido de baloncesto.
Ninguno muestra especial emoción porque no es el deporte más popular en el Summit, lo cual me alegra. Por otra parte, el basquetbol revolucionaba a los estudiantes en Crestview y no tengo buenos recuerdos al respecto. Solo las infinitas horas de práctica a las que nos sometía Alessa, la capitana del equipo de porristas, para impresionar a Andrew con su rutina y llevarlo a la victoria.
—Sin Ackerman somos impares, así que alguien tendrá que quedarse en la banca.
Una espléndida idea invade mi cabeza y levanto la mano junto al murmullo que provocan las palabras del profesor.
«Veamos de qué se lamentará ahora.»
—Si usted quiere, señorita Bishop, puede acompañarlo.
—De hecho, iba a sugerir que Andrew jugara con nosotros.
—¿Cómo dijo?
Por su expresión, sospecho que el entrenador Lawrence cree que enloquecí. Sin embargo, se trata de mucho más que un reto, es una apuesta y mi oportunidad de vencerlo en su propio terreno. La nueva Halley también tiene su parte vengativa y humillarlo suena realmente tentador.
—Este deporte no va solamente sobre correr con un balón e intentar encestar, conlleva otras habilidades y destrezas —le explico al maestro antes de dirigirme al quejica&. Dijiste que fuiste el capitán de tu equipo en Arizona. ¿Era cierto o fanfarroneabas?
El ambiente huele a desafío y ese es un elemento al que ningún deportista puede resistirse.
—¿Qué dices, Ackerman? ¿Te animas?
Él se impulsa hacia nosotros en su silla de ruedas y el gimnasio estalla en aplausos.
…
Lo confieso: fue un buen partido, mejor de lo que esperaba. Sorprendentemente, hubo un punto en el que comencé a divertirme, y aunque quedamos en un empate que no tuvo gracia para nadie, reconozco la superioridad de mi rival. Siempre pensé que Andrew era un demonio, pero también admiraba su competencia, disciplina y entrega dentro de la cancha. Incluso en su condición actual, el chico maneja el balón como una leyenda.
—Gran juego.
Él luce revitalizado desde que tocó la pelota y porta un destello inusual en sus ojos cuyo origen delata una pasión desbordante. Resulta insólito porque el único brillo que había visto en ellos se debía a una luminosidad viciada por el afán de ganar y proclamarse el mejor.
Y como momentáneamente no encuentro manera de lidiar con ello, prefiero pasarlo por alto:
—Lo fue, aunque la verdadera especialidad del Summit es el voleibol.
—¿Voleibol? —Me encojo de hombro frente a su perplejidad—. ¿Por qué no el fútbol americano o el baloncesto?
—Tenemos tendencias pacifistas, Ackerman. No olvides que estás en la tierra de Martin Luther King. Además, esto no es High School Musical.
—Una pena puesto que yo soy más guapo que Zac Efron.
Río tan fuerte que la bruja de Alessa debe escucharlo en aquel pueblucho del diablo.
—Eres adorable, Drew.
El claxon de una camioneta gris interrumpe nuestra plática y al reconocer a la conductora, tengo cuidado de que no pueda verme.
—Ese es mi llamado.
—Por supuesto. ¿Tu madre?
—Así es.
Me despido desde lejos y disimulo mi respiración entrecortada mientras cubro mi rostro con la cortina rubia que ella jamás distinguiría. Mi suerte tampoco es tan buena como para que su familia entera haya contraído ceguera facial.
Calmo mi espíritu agitado y compruebo que el peligro ha pasado antes de emprender la retirada. «No lo olvides, Halley. Debes ser extraordinariamente cuidadosa o todo se irá por la borda.»
Mi dúo favorito me intercepta en algún punto del trayecto hacia la salida colocándose una a cada lado.
—Confiesa: ¿qué te traes con Drew?
«Ahora entiendo por qué me arrinconaron entre las dos.» Es obvio que se trata de una artimaña tramada por Gaia, desafortunadamente en ocasiones emplea su don para imaginar historias demasiado seguido.
—Absolutamente nada —respondo con tranquilidad—. Simplemente lo ayudo a instalarse. ¿No fue lo mismo que ustedes hicieron por mí hace un año? Porque según recuerdo, en su momento no tuvo ninguna segunda intención.
—Esta no es la misma situación.
—¿Y eso se debe a que…?
—Si fuera el caso, Luke no estaría muriéndose de celos.
—¿Qué dijiste?
Por primera vez, la menor del par alza la voz:
—Asumió una actitud muy extraña y misteriosa hoy al preguntarnos qué había sido de ti últimamente.
Golpeo mi frente con frustración al acordarme de que he estado dejando plantado a mi mejor amigo durante días.
Asistir a sus entrenamientos para después ir a nuestra tienda de batidos favorita se ha instaurado como nuestra peculiar tradición desde hace un buen tiempo y debo haberlo dejado completamente desconcertado al no aparecer a lo largo de la semana.
¡Esto es culpa de Drew! ¡Portándose como un molesto cachorro faldero y siguiéndome a todas partes!
No se me podría haber ocurrido presenciar el entrenamiento de porristas con Ackerman acompañándome ni en mil años. Se me encogería del corazón al recordar a Mandy y estoy convencida de que lo lanzaría (silla de ruedas incluida) por las escaleras.
Sabía que pasar tanto tiempo con él no sería saludable. Me he mantenido tan ocupada distrayéndolo de nuestro pasado, que me ha absorbido prácticamente sin darme cuenta. Es decir, ¡casi me pierdo en mi propio presente por estar pendiente a él!
—Iré a verlo justo ahora.
Rezando por alcanzar a mi amigo antes de que se marche en su hermoso Audi blanco, corro hacia aquella área específica en la que suele aparcar y suspiro aliviada cuando lo diviso guardando algunos implementos en la cajuela de su auto.
Con un poco de esfuerzo a raíz de la diferencia de estatura, consigo cubrir sus ojos y tomarlo desprevenido desde atrás.
—No importa quien seas, no estoy de humor para esto —masculla con un dejo monótono.
—Oh, ¿en serio? Y yo que creía que siempre estabas de humor para mí. Menuda decepción.
Me develo en cuanto lo suelto para que pueda darse la vuelta y lo abrazo llenándolo de disculpas.
—Perdón, perdón, perdón. Juro que no volverá a pasar. Sabes que soy un desastre y estos días he estado tan distraída…
—Phoenix, está bien. No fue nada.
—No, no hagas eso. Sabes que detesto que reprimas tus emociones negativas en nombre del equilibrio y la armonía. A este ritmo, necesitarás terapia del grito muy pronto y cuando eso suceda, cuenta conmigo. Soy tu persona para el trabajo.
Le guiño un ojo con gracia y él ríe como es habitual.
—Lo pensaré.
Cierra el baúl del coche y, con su ayuda, me invita a tomar asiento sobre el mismo. Sus manos en mi cintura emiten un agradable cosquilleo e intento controlar el efecto que me produce cuando una poderosa corriente de rubor se propone adueñarse de mis mejillas.
Él trepa por sí mismo hasta ubicarse a mi derecha. Una brisa suave revuelve mi cabello y disfruto su frescura. Se trata del primer indicio otoñal y el Sol ocultándose en el oeste es un bonito escenario para nuestra plática.
—El baile de bienvenida será dentro de poco. ¿Irás?
Alzo una ceja al captar la indirecta y escondo una sonrisa traviesa y burbujeante mirando hacia la dirección contraria y contestando con pretendido desinterés.
—Lo haré, y esta vez, espero que alguien en particular me invite.
—¿Tú? ¿Esperar por un hombre? Vaya, Phoenix, pensé que eras mucho más proactiva.
—Y lo soy, querido. Voy a darle este chance porque admito que no le he otorgado mucho rango de acción, pero, si tarda más tiempo del que mi corta paciencia está dispuesta a quedarse quieta, me veré en la penosa necesidad de robarle su oportunidad y hacerlo yo misma.
—En tal caso, tendrá que darse prisa, ¿o no?
—Mucha prisa, Luke. Antes de que el fénix extienda sus alas.
Ambos sonreímos a causa del mensaje entrelíneas.
Desde la llegada de Andrew me había enfocado tanto en él, intentando proteger con uñas y dientes lo que he construido, que apenas me había dado cuenta de que precisamente aquello que luchaba por preservar estaba en riesgo de derrumbarse debido a mi descuido.
En silencio, me prometo que no volveré a permitirlo.
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