EPÍLOGO
20 años después...
AUDRY
—¡Eh, tú ¡Tontita! —exclamé, tomando a Freyja entre mis brazos. La niña que Éire había acogido tras dejar ir a Cade hace diez años era todo un manojo de nervios, rondaba por aquí y por allá, hacía demasiadas preguntas y no se callaba a la hora de dar su opinión. Era de tez oscura, aunque casi trigueña, de gruesos labios y cabello castaño oscuro. Era una farscanté, hija de la hechicería y los monstruos. Tenía doce años, pero por su forma de hablar y su labia tan suelta, podía asegurar que tenía quince. Además, eso era sin tener en cuenta la altura, ya que la niña apenas era dos palmos más baja que yo.
Éire le había enseñado todo lo que sabía, poco a poco la instruía. Pese a que nadie tendría que suceder a Éire, ella misma había querido formar una familia. Un linaje que continuaría con el apellido Güillemort.
—Déjame ir, es mi hora de practicar con la espada. Hoy mamá me ha dicho que dejaremos las de madera de una vez. —Entonces, y antes de poder quejarme, ella se sentó a horcajadas de una cría de dragón y dejó que la llevase a los campos abiertos de entrenamiento.
Yo bufé, sabiendo que acababa de ser manipulado por una niña a la que le sacaba veinticuatro años.
Digna hija de su madre.
Entonces, entré en el castillo y llegué a mi habitación, que se encontraba en la misma planta que la de Éire y a solo unas cuantas puertas de distancia. La tercera planta era exclusivamente para la reina, sus familiares y allegados más cercanos en la corte.
Cuando abrí la puerta, me vino aquel intenso olor a vainilla. Yo mismo llenaba las velas de aceite para que oliese así. Me recordaba a Lucca. Y ahí, en el escritorio, estaban los bestiarios y manuscritos que él había escrito publicados con su nombre, ya que yo me había asegurado de que fuese así. Muchos habían lamentado su muerte tras leer sus escritos.
Yo lamentaba su muerte sin necesidad de leerlos. Le echaba muchísimo de menos y tiraría toda mi vida por la borda por verle un instante más. Ahora que lo veía con perspectiva, debería haber aprovechado los últimos días que tuve con él. Debí perdonarle, pero era un niño inmaduro e insolente.
—Te vas a poner bien y yo voy a matar a ese tirador, Lucca.
—Siempre te he amado —dijo él en respuesta. Yo solo lloré, porque su corazón apenas se sentía contra mi pecho.
No le contesté nunca a esa declaración. Y aquello era una carga que llevaba conmigo día y noche. Durante veinte años.
Ya no era el Audry de antes, como se podía apreciar. Había crecido, madurado, y el peso de todos mis errores era algo que debía afrontar ahora que estaba capacitado para hacerlo.
Aún así, hasta llegar aquí había tenido que atravesar una cortina de fuego. Había tenido que ver como mi antiguo yo, iluso y con planes inocentes de ir a visitar a su familia, se veía impedido por el recuerdo de matar a alguien a sangre fría. De ver cómo mataban a Lucca a sangre fría. Aquello despertó una versión oscura de mí que dejó caer todos mis principios.
En la cama se encontraba Haakon, quien le dio unas palmaditas al colchón y dijo —: ¿Dónde quieres ir para nuestro próximo viaje?
Yo reí y me eché junto a él. Al besar su mejilla, me raspó su barba.
—Me quedaría todo el día en la cama.
—He estado pensando en algo —me dijo. Sus ojos brillaban.
—Sorpréndeme.
—Quizás deberíamos casarnos.
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ÉIRE
—Freyja, cuidado con la temeridad. Dejas muchos puntos débiles a la vista —le dijo Brunilda a la niña con un tono firme. Yo asentí, dándole la razón, aún sabiendo que yo era la primera imprudente a la hora de combatir.
—Mamá dice que es importante sentir el fuego en el combate, la emoción, pero con tus tecnicismos me aburro tantísimo—resopló Freyja.
Brunilda me echó una mirada reprobatoria.
—Descansemos unos minutos, debo hablar con mi madre —soltó ella. Brunilda hizo el amago de negar con la cabeza, pero ya sabíamos cómo respondía a eso: "Soy la princesa y tengo el derecho".
Quizás la había malcriado un poco, pero quería que tuviera clara su importancia como persona y el título que llevaría con ella, no como había hecho mi madre.
Yo asentí y ella me tomó de la mano para llevarme algo lejos de allí. Sus ojos ámbar relucieron como los de un dragón.
—¿Podemos entrenar sin Brunilda? He pensado que así ambas podemos, ya sabes, pasar más tiempo juntas.
—No me manipules, pequeña dragona —le advertí, más bien en tono de burla.
—Es cierto, madre, últimamente apenas te veo con las preparaciones para ese estúpido baile —Freyja se quejó.
—Debemos abandonar el reino para ir a la celebración de la hija de Keelan. Katherine cumple dieciséis años y estamos invitadas. Somos reinos aliados, así que no ir sería una ofensa.
Por muy pocas ganas que tuviese de verle.
—¿Pero por qué tantos preparativos? Solo será una noche.
—En una noche pueden atacarnos, Freyja, y no dejaremos que nos arrebaten lo que ya es nuestro. ¿O sí?
La niña asintió con determinación.
—Yo me quedaré protegiendo el castillo. Total, ni siquiera conozco a esa tal Katherine ni al rey Keelan Gragbeam —resopló—. Suena tan pretencioso.
¿Cómo podía explicarle que no lo era? Que era, o había sido, un hombre bueno y maravilloso que al final me dio la espalda. Que, al final, nos separamos de la peor de las formas posibles; pero que era un buen rey y, probablemente, un ejemplar padre.
—Debemos ir. Ambas, Freyja. Sabes muy bien que no todas tus obligaciones implican luchar.
Ella hizo una mueca cuando Brunilda la llamó para continuar la lección. La hechicera me miró y la intensidad de sus ojos violáceos me perturbó. Entre ella y yo... no sabía muy bien lo que había, pero sí sabía una cosa: ella se había quedado cuando otras personas no, me había aceptado y compartía sus conocimientos con mi hija restándose horas de descanso. Así que la quería, no sabía de qué forma o si era de la forma que ella deseaba, pero lo hacía.
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KEELAN
—Hoy es el décimo sexto cumpleaños de mi primogénita y única hija: Katherine Gragbeam Waldorm —anuncié, levantando una copa de espumoso vino. La multitud aplaudió felizmente, con sus brillantes trajes y ostentosos tocados, algunos dejando sus regalos en las mesas hechas para recibirlos. Katherine estaba a mi lado, con su largo y espeso cabello tizón trenzado y recogido en un moño, y un largo vestido verde que resaltaba sus ojos musgosos. Se parecía mucho a la madre de Evelyn, ella misma lo decía.
Ella sonrió débilmente y analizó con su brillante mirada a la multitud —: Ahora que Aelis ha enviudado y no hay sucesor para Fazus, ¿quién crees que llevará el ducado? Quizás Aelis se case de nuevo, pero no tendrá hijos de su sangre y Fazus no tenía hermanos. ¿Crees, padre, que le otorgarán el título y las tierras a otro noble que las merezca?
—¿Por qué piensas en eso?
—¿Y por qué no? Solo es una duda. —Su sonrisa se ensanchó.
Siempre hacía lo mismo. Por su cabeza pasaban tantas preguntas e ideas que, desde niña, me atosigaba a preguntas. Me gustaba aquello, ya que demostraba inteligencia, pero la curiosidad era una cualidad que podía llegar a ser un defecto.
—Le otorgarán las tierras a otro noble —sentencié —. Aelis es demasiado mayor y está cansada de los hombres después de aguantar a su marido, así que no se casará. No hay otra persona en la línea sucesoria y dudo mucho que se lo otorguen a algún familiar de la duquesa, así que se lo otorgarán a un joven noble.
Ella asintió e hizo una mirada justo por encima de su copa que gritaba: "Justo lo que pensaba".
En ese instante, las puertas del salón se abrieron y un guardia se detuvo a nombrar a los invitados que recientemente había llegado; sin embargo, no hacía falta escuchar la retahíla de honores para saber de quien se trataba.
Era la hechicera de las bestias.
Su piel cenicienta brillaba inhumanamente, sus uñas estaban limadas y cortadas y ya no parecían garras, pero las hebras prietas de su cuerpo la recubrían de arriba abajo. Su vestido era descarado y arrebatador, con un hombro al descubierto y un notable escote que apretaba sus pechos pálidos. Estaba abierto por el muslo izquierdo y caía en cascada de seda cobalto hasta sus tobillos, donde sus pies se encerraban en unos altos tacones.
La niña que estaba a su lado debía ser su hija: Freyja Güillemort. Había oído de sus destrezas en combate a tan corta edad, era jinete de dragones y la mitad de una de ellos, ya que era una farscanté. Su mirada era determinada y barrió la habitación de un vistazo arrogante, como si le cansase el solo hecho de mirarnos.
Digna hija de su madre.
Tras ellas iba su guardia personal, donde podía destacar a Haakon, Brunilda y Audry. Este último era ya todo un adulto hecho y derecho, con una mirada mucho menos ingenua y unas facciones más afiladas.
Cuando entraron en el salón, muchos de los invitados contuvieron la respiración. Quizá no por miedo, pero sí por respeto.
En el momento en el que Éire entró en la habitación, su mirada y la mía se cruzaron. Fue como si la viera por primera vez, pero esta vez no me llevé la misma impresión. Fue nostalgia lo que sentí, pero también un revoloteo que llevaba años dormido.
Algo en mí se despertó cuando sus ojos oscuros me miraron de vuelta.
Evelyn se acercó hacia mí, con su vestido célibe y azabache ondeando a su alrededor. Cuando me miró, supe que sabía lo que se me había pasado por la cabeza.
—Puedes acercarte —me dijo, ofreciéndome una copa llena ya que la mía la había vaciado en poco tiempo.
Quise negarme, decirle que no era necesario, pero dejé un húmedo beso en sus labios y me giré en la dirección que mi corazón gritaba.
La encontré a solas, sin ninguna copa en su mano y mordisqueando un canapé.
—¿Ya no bebes? —le pregunté, sin saber cómo empezar una conversación con ella después de tanto tiempo. Fue una forma torpe, pero al menos sucedió.
—No, hace un tiempo lo dejé. Me costó muchas recaídas y lágrimas, pero finalmente puedo decir que estoy limpia. —Ella me sonrió. Pero fue de manera cortés, escueta, no como yo esperaba que me sonriese. Pero ¿cómo podría sonreírme de otra forma después de cómo nos despedimos? De cómo me despedí de ella, más bien.
Pero había tantas vidas en juego... que no podía mirarla de otra forma después de presenciar aquel genocidio.
—¿Y tú? ¿Desde cuando bebes tanto? —Ella asintió hacia las cuatro copas vacías que se sostenían sobre una mesa del salón.
—¿Cómo... ?
—Simplemente te he estado observando —se sinceró. Aunque no lo dijo como si fuese algo extraño, sino con una naturalidad impecable —. Te he observado durante el paso de los años. No demasiado, pero lo suficiente como para saber qué es de tu vida... , si eres feliz.
Yo parpadeé, sorprendido.
—¿Y qué conclusión has sacado?
—Que has conseguido una vida tranquila, pero no lo suficientemente feliz.
Casi me reí.
—¿Crees que nuestro futuro hubiese sido tranquilo o feliz?
—Creo que hubiese sido imposible, pero si hubiese ocurrido sería feliz. Complicado, quizás nos consumiría, pero feliz.
—Pienso lo mismo. —Asentí. Aunque me hubiese gustado saber cómo sería, era feliz con mi vida. La alianza con Evelyn nos había traído prosperidad en nuestros reinos y el nacimiento de Katherine felicidad en nuestro matrimonio. Nuestro matrimonio no era el más pasional, pero nos respetábamos y nos teníamos mucho cariño, y con esa paz y seguridad era suficiente —. ¿Y tú? ¿Eres feliz?
—Lo soy. Aún tengo pendiente surcar los mares en busca de aventuras, pero lo haré cuando Freyja pueda gobernar en mi ausencia. Solo confío en ella para esa labor.
—¿Tanto la quieres?
—Es mi hija, pero no solo eso. Ha sido mi ancla, uno de mis motivos para resurgir de mis cenizas, y es mi tarea diaria: enseñar todo lo que a mí no me enseñaron. Ella será digna de portar la corona.
—Me alegro mucho por ti. —Súbitamente, sentí la necesidad de tomar su mano y apretarla reconfortantemente. Sentí la calidez que un día sentí, solo que ahora tornada en un antiguo cariño.
—Y yo por ti.
Escuché como Katherine me llamaba por detrás, así que atropelladamente dije —: Debo marcharme, pero disfruta de la velada.
—Adiós, Keelan Gragbeam.
Me detuve un momento al escuchar aquello. Me giré sobre mi hombro y le dediqué un destello de sonrisa.
No era triste, tan solo estaba ahí, pendiendo de un hilo.
—Adiós, hechicera.
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ÉIRE
Esa había sido mi despedida con Keelan. No la más emocionante, de hecho casi decepcionante. Pero fue la última vez que le vi hasta que abandoné Gregdow para subirme en un barco y descubrir las islas de más allá. Freyja era toda una mujer que gobernó en mi ausencia incluso mejor de lo que yo lo hubiese hecho y me pregunté si sería posible que su cuerpo contuviese el alma de Ashania Minceust. Eran tan parecidas en ciertos aspectos...
Audry se había casado con Haakon y daban tumbos por Nargrave cuando les placía. En aquellas travesías, Audry se encargaba de ayudar a todo el que pudiese y a hacer justicia en nombre de los débiles. Había conseguido lo que quería: ser todo un caballero.
Vi a Keelan Gragbeam una última vez antes de que muriese y le encontré leyendo uno de los tomos de Lucca. Fui yo misma a visitarle al enterarme de su estado. Dejé un beso en su mejilla y él se enjugó varias lágrimas.
Nos abrazamos y nunca le sentí tan cerca como aquella tarde.
Sabía que la muerte le rondaba, así que le confesé una cruda verdad. Si por algo más había elegido sacrificar a todas esas personas, no fue solo por mi vida, sino por la suya.
"Continúa con el plan" había dicho Nascha. Sino lo hacía, Keelan moriría. Al menos, eso deduje y no quise arriesgarme. Pese a que el futuro me mostró que sería posible una vida en común, no estaba dispuesta a renunciar a mi magia y a mi causa por ello.
Él lloró con más fuerza cuando se enteró.
Pero, al final, este había sido mi camino por Nargrave. Mi madre me había dejado secuelas y adicciones, pero había conseguido salir de ello. Era alguien resiliente. Había conocido a personas que me habían ayudado en el camino y me había conocido a mí misma: a la verdadera Éire. No a la que se temía, no a la que se autosaboteaba. A aquella mujer decidida, con ideas claras y temperamento fuerte.
A aquella mujer libre, de pensamiento lento y acción rápida.
Me había aprendido a aceptar. Con cicatrices y con un cuerpo atemorizante.
De cualquier forma.
Había amado, había sufrido y había soltado. Había aprendido mucho en esta travesía, pero sobretodo a vivir.
Ahora vivía. Plenamente. Con personas a mi lado o sin ellas. Solo con mi compañía me era suficiente.
O quizás si necesitaba un poco de amor de vez en cuando, porque al final del día sentía como una humana.
Había dormido en castillos, chozas, posadas y en el suelo. Había aprendido que la familia no tenía que compartir tu sangre y que tu salud mental era prioritaria en tu vida.
Esa había sido mi vida por Nargrave. No perfecta, no triste, tan solo realista.
Y estaba muy contenta de lo que había conseguido con sudor, sangre y lágrimas. Aunque muchos me tildasen de villana, yo sabía lo que había hecho y el porqué.
Yo me conocía ahora mejor que nadie. Y esta era mi historia, solo mía para contar.
Solo mía para sentirla como un camino, como un paseo por toda la constelación de mis recuerdos de Nargrave.
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