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CAPÍTULO XXVII

ÉIRE

Había aprendido una cosa de Gregdow, y era que el silencio que se extendía cuando caía la noche era como una cúpula que nos encerraba. Era absoluto, siniestro e incluso un poco lúgubre. 

Evelyn estaba frente a mí, su rostro demacrado, ya casi sin rastros de aquellas heridas que sufrió en La Posada de Roca y Piedra, y con unas grandes ojeras que se trazaban bajo sus enormes ojos azules. Antes no había reparado en ellas, pero ahí estaban: notorias, delatando como su sueño también la atrapaba como una araña en su tela, preparada para zampársela en cuanto pudiera.

Su madre se había adentrado en el carro hacía ya un rato, renqueando y con su palidez a cuestas, mientras sus labios tiritaban pese a que era la que más pieles ocupaba. Casi se había caído al subir por la parte trasera, pero Lucca, Audry y Evelyn habían cargado con ella hasta recostarla sobre una pila de almohadas.

De Keelan no había sabido nada desde la cena. Simplemente lo había visto perderse entre la oscuridad del bosque, en silencio, sin decirle nada a nadie y sin llevar nada más que su espada consigo. Su carcaj de flechas ya apenas lo utilizaba. No desde que en Normagrovk perdió parte de lo que contenía.

Aún así, nadie le había dicho nada. Todos sabíamos que cada uno tenía su propia lucha interior, y no zarandeábamos a una persona hasta que la hiciera pública. Tampoco sería yo quien lo hiciera. No cuando en la noche todas estas personas escucharían mis gemidos y súplicas de auxilio.

—Haré ese juramento — dijo Evelyn, abriendo la boca por primera vez desde que se había plantado frente a mí.

Yo arqueé una ceja.

—¿No te parece patético tener que ofrecerme tantas cosas tan solo a cambio de protección?

Ella parecía determinada, y mis palabras no la amedrentaron en absoluto. En cambio, me respondió — : No, no me lo parece. Acepto que no podría sobrevivir por mí misma en este viaje. Y acepto que si alguien no hace nada contra Eris ella misma me matará. Así que, si mi madre no sobrevive, al menos escucharé sus últimas palabras y lo haré yo.

Asentí.

—Bien. Si tú crees eso, no seré yo quien te contradiga. — Me encogí de hombros —. No sé cómo va todo esto, así que a no ser que tu madre te lo haya explicado, lo máximo que puedo ofrecerte es una promesa de meñique.

Evelyn frunció el ceño, como si no acabase de comprender si aquello había sido una broma o había sido en serio. De cualquier forma, no se lo aclaré, así que ella hizo una mueca justo antes de responder:

—En realidad, es bastante sencillo. Solo tienes que expulsar parte de tu magia, tan solo una fracción, y enlazarla a las hebras de la mía. Después de eso, hacemos ambas un juramento, y esos hilos nos atarán para siempre.

—Para siempre. — Chasqueé la lengua —. No me gusta como suena eso.

—¿Lo harás o no? — me dijo ella, ligeramente desesperada. Aún sin tener los sentidos amplificados, casi podía escuchar su corazón desbocado mientras me desperezaba contra aquel árbol.

—Claro. — Di un paso en su dirección, mientras me cruzaba de brazos —. Total, tampoco tengo nada mejor que hacer.

—Bien.

Entonces, Evelyn me tendió su mano ligeramente temblorosa, y de la punta de sus dedos titilaron, como si estuvieran abriendo los ojos, aquellos hilos esmeraldas. Pasaron algunos segundos, y emergieron entre nosotras, quedándose suspendidos y dejándome observar su energía brillante, reluciente, con millones y a la vez ninguna mota plateada, luminiscente, como un rayo de luna y decenas de estrellas alrededor de ella.

Ella asintió en mi dirección. Ante eso, yo suspiré. Tomé una prolongada respiración, y me esforcé por llamar a aquellos hilos. Porque el problema no era el no encontrarlos, era que estaban tan descontrolados que no sabía cómo iba a dejar que la niebla se enhebrase por la yema de mis dedos.

Cerré los ojos, y me perdí en la oscuridad que me proporcionaba aquello. Sabía que allí, en mi corazón, envolviéndolo y dejándolo latir, estaban esos tentáculos presionando contra mis ventrículos, haciendo bombear la sangre con normalidad. Se perdían y extendían por todo mi cuerpo, escondidos entre cada órgano y cada gota de sangre, entre cada retazo de piel y en la punta de mi lengua.

Entonces, al ser llamados, temblaron dentro de mí. La niebla se condensó en mis manos hasta que apenas las sentía, y entumecidas las elevé en dirección a Evelyn. Casi pude sentir como mis extremidades eran arrancadas aún sin nadie tironear de ellas, pero la niebla era tanta, pesaba tanto, era tan poderosa…Que cada uno de sus trazos me hacían perder resquicios de energía.

Así que no tardé demasiado en esforzarme, lentamente, de forma pausada, en cortar en hilos aquella bruma, en convertirlas en no más que tiras de nebulosa. Y así salieron de la punta de mis dedos: como pequeñas líneas conformadas del obsidiana más absoluto, tragándose aquel esmeralda vibrante casi de sopetón.

Sin embargo, las detuve. Y la magia sanadora se unió a la razha. Se enroscaron de forma perfecta y Evelyn y yo jadeamos. Porque era…Era como el corte lento de un miembro, como el arrebatarte una parte de ti mientras te ataban a una silla. Sentí como mi corazón gritó alarmado entre bombeos y como la niebla se alzó por el instinto de supervivencia.

Pero les paré, y aguanté el dolor. Aún viendo el semblante fruncido de Evelyn frente a mí, mientras una lágrima caía de su ojo involuntariamente.

Entonces, sus labios entreabiertos temblaron. Vaciló, se tambaleó, pero se aferró al dolor, a nuestras magias unidas, a la agonía de sentir como una estaba absorbiendo a la otra.

—Yo, Evelyn Waldorm, juro que el ejército aheriano estará a disposición de Éire Güillemort siempre que lo necesite. Que firmaré un tratado con ella o con quien sea que ella elija que se sienta sobre el trono de Iriam, y que mientras tanto Eris no dispondrá de ayuda por parte de Aherian porque yo le quitaré la validez a nuestro antiguo trato. También juro que la paz de Zabia y Aherian perdurará en cuanto tenga una pluma y tinta a mi alcance.

Tensé mi mandíbula. Con fuerza. Más fuerte de lo que lo había hecho nunca. Y la magia razha aplastó ligeramente a la sanadora.

Entonces, Evelyn soltó un alarido y casi se dobló hasta caer sobre sus rodillas; sin embargo, exhalé e intenté controlar mi respiración. Mientras, ella seguía aguantando, con sus labios crispados y lágrimas cayendo por sus mejillas.

Tres respiraciones, había dicho Keelan. Inhalar y contener en el vientre, y después dejar que todo el aire saliese.
Aquello era fácil. Podía hacerlo.

—Yo, Éire Güillemort, juro que protegeré a Evelyn Waldorm. La antepondré ante cualquier vida, incluso la mía. La mantendré viva hasta que me asegure que está a buen recaudo en Aherian. Y, si no cumplo mi juramento, que la magia me arrastre consigo.

Dije aquello entre dientes, sintiendo como todo mi cuerpo temblaba, como todo era mucho más sensible. Cada roce de aire, cada sonido a la lejanía…Cada maldita cosa dolía. Sobre mi piel, mis oídos, mis labios, mi nariz, mis ojos…Todos mis sentidos estaban nublados, acaparados por lo que fuese que se escuchase: por el soplo del aire más fresco o por el olor a tierra húmeda cerca de aquí.

Todo dolía mucho más. Todo era…simplemente más sensible.

Entonces, de sopetón, aquellas hebras enroscadas en una combinación perfecta de negro y verde se disiparon. Su huida dejó tras de sí el fin de aquella agonía, pero también una grieta que se formó justo a nuestro alrededor. Tenía la forma de un círculo perfecto, trazado y manteniéndonos dentro de él, mientras la tierra que había desaparecido brillaba desde lo más profundo de Gregdow, que no era más que oscuro. Fue tan solo durante un instante, mientras el bosque se dedicaba a absorber aquellas fracciones de poder, las cuales estaban ancladas a unas palabras que nos ataban como aquellos hilos que ahora nos seguirían de forma intangible.

Tras eso, ambas retrocedimos, exhalando de golpe. Evelyn me echó una mirada, y el zafiro de sus ojos nunca pareció tan oscuro.

—Está hecho.

—Sí.

—Ojalá no tuviera porqué hacerse — respondió ella casi sin darse cuenta. Como un comentario que lanzabas al aire sin pretender que fuese más que un pensamiento.

Aún así, yo asentí imperceptiblemente.

—Ojalá. Pero está hecho.

La princesa pasó la lengua por sus labios agrietados. Sus manos aún temblaban, tan alabastrinas como el resto de su cuerpo, el cual parecía tan pálido como el de su madre. Sin contar, por supuesto, el vivo color de los semicírculos que se trazaban bajo sus glóbulos oculares.

—Siento lo de tu madre.

Tragué saliva duramente. Hasta ahora, nadie me había dado el pésame, y no sabía si quería que lo hicieran. La vida era mejor cuando te tapabas los oídos, cuando te ponías un velo frente a los ojos, y te resumías a no sentir nada.

—Y yo lo de la tuya — respondí, honestamente. Sin segundas ni malas intenciones. Simplemente era eso: lo sentía. En parte porque yo misma había vivido una situación parecida.

Evelyn entrecerró brevemente los ojos, aunque no me maldijo ni con su mirada ni con sus palabras, tan solo se limitó a observarme en silencio. Tal vez aún no lo había asumido. Y lo entendía…Lo hacía porque yo ni siquiera había asumido la muerte de Idelia.

Ni mucho menos quién la mató.

—¿Sabes una cosa? — me preguntó ella. Y, aunque en otra circunstancia hubiera preferido mirarla mal y obviar su comentario, una extraña parte de mí decidió estar atenta a sus palabras —. Nunca pensé que ser tocada…Que podía haber más que caricias…Nunca imaginé las atrocidades que pueden hacerte cuando eres vulnerable. No sé porqué te lo cuento a ti, sé que no somos lo que se dice amigas, pero necesitaba decirlo. Y tú eres la única mujer de aquí además de mi madre y la elaboradora…Y Asha es…

Di un paso en su dirección. Ni siquiera supe el porqué. Debería haberme dado igual. No debería haber sentido esa leve punzada en mi pecho y esa interrogación que surgió en mi cerebro por hasta qué punto eso podía afectar a una persona. No era típico de mí.

No era normal en absoluto.

Pero lo sentí.

—¿Sabes tú una cosa, Evelyn? — Ella negó, y pese a que la hoguera no era más que polvo y leños consumidos, pude ver cómo las lágrimas relucían en sus ojos —. Nunca me has caído bien, ni en la taberna, ni en tu castillo. Pero ahora…— Solté una risa baja y la sostuve por sus hombros — tenemos un pacto de por vida y todo eso, así que supongo que haré el esfuerzo. Por eso, quitando de lado esa enemistad que está por resolver, te entiendo. Nunca me ha pasado, siéndote honesta, pero entiendo la sensación que invade tu cuerpo cuando te das cuenta de que el mundo es cruel, y que si giras la espalda te clavarán una daga. Cuando comprendes eso…Cuando lo sientes en tus propios huesos, nunca vuelves a ser la misma.

Ella limpió otra de su lágrimas. Ahora sus uñas no eran largas, redondas, ni preciosas. Ahora estaban rotas, negras como el hollín.

—Pero no quiero sentir eso…No quiero tener esos sueños, ni quiero tener que sentirme sucia…Quiero esos recuerdos fuera de mi mente, quiero que mi madre sane porque mi padre se dé cuenta de que este no es el modo: de que no puede ser un maldito psicótico genocida.

Yo esbocé una sonrisa y murmuré — : Vaya, no me esperaba esa fea palabra saliendo de la boca de una dama.

Ella rio entre lágrimas. Aunque no me dijo mucho más. Yo me quedé allí, sosteniéndola por la curvatura de su cuello, y ella tan solo miraba un punto incierto tras de mí mientras más lágrimas se congregaban en sus ojos. Debería haberme apartado, debería haberme sentido asquerosa bañada de toda esa compasión…pero no lo hice.

Porque Audry no lo había hecho conmigo. Ni Lucca. Ni Keelan.

Así que no lo haría con Evelyn. Aunque no me terminase de gustar, aunque ella y yo no hubiésemos encajado demasiado, no lo haría.

Un instante después de pensar aquello, su mirada se cruzó con la mía.

—¿Algún día desaparecerá?

—¿El qué?

—La sensación de que tienes que estar alarma todo el tiempo…La sensación de que alguien está observándote, posicionándose de la mejor forma para clavar una flecha en tu cráneo.

Quise mentirle. Quise decirle otra cosa a la que le dije. Sobretodo cuando vi aquel retazo oscuro entre los árboles y ojeé como Keelan estaba sonriéndome ligeramente, con dejes de orgullo reluciendo en su mirada.

Pero no lo hice. Aparté mi mirada de la de Keelan, y me centré en las palabras que sabía que para mí eran ciertas.

—No. Nunca desaparecerá en un mundo como este. No con la vida que nos ha tocado vivir. No siendo quienes somos. — Apreté brevemente su hombro, sintiendo la pesada mirada del príncipe sobre mí —. Aunque, tal vez, algún día…Cuando pasen muchos años y nuestras vidas hayan sufrido una redirección. Tal vez entonces podamos dormir en paz.

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