CAPÍTULO XXV
KEELAN
Detuve su golpe con la madera de la vara. Audry intentó atizar mi muslo, pero fue simplemente previsible. Suponía que el sueño pesaba sobre sus hombros, ya que la medianoche debía haber pasado hacía mucho. Lo sabía por como los tenues rayos de luna se engrosaban y esclarecían mediante los instantes pasaban.
Él mismo me había interceptado mientras paseaba por el campamento, y finalmente habíamos acabado practicando algunos movimientos básicos, ya que ninguno de los dos parecía ser capaz de conciliar el sueño. Éire, por el contrario, se había dormido rápidamente hoy, aunque las pesadillas, los sudores y los temblores no parecieron cesar hasta que lavé su cara con agua fría en varias ocasiones y la abracé con aún más fuerza.
Cuando me fui, estaba bien.
—Todavía espero pestañear y levantarme de golpe en mi tienda, solo y sin ningún Keelan Gragbeam por aquí —admitió, balanceando su vara de madera, mientras retrocedía y volvía a prepararse para embestir.
—Espero que no sea así. Yo, desde luego, no he comprado viaje de vuelta a la muerte.
Audry puso los ojos en blanco, jugando la baza de la distracción para dar un par de zancadas y tratar de punzar mi hombro. Entonces, el restallido de nuestras armas al impactar se mantuvo entre nosotros, y aproveché aquello para deslizar la daga bajo mi manga y apuntar justo en el vientre del —ahora apenas— niño.
Chasqueé la lengua y me burlé —: Ni de lejos.
Él se carcajeó, pero apenas pasó un instante cuando sentí como una hoja metálica se clavaba ligeramente en mi espalda. Fruncí el ceño, pero no cometí la estupidez de intentar mirar por encima de mi hombro. Entonces, entendí que —justo como había hecho yo— había sostenido su vara con tan solo una de sus manos, y con la restante me había apuntado directamente con otra arma.
—Bien, bien. Podemos considerarlo un empate —le concedí, con una mueca más bien molesta. Aún así, no era cierto. No estaba fastidiado. No me había fastidiado en lo más mínimo. Él había sido mi aprendiz, y realmente me sentía muy orgulloso de todo lo que había mejorado. Ni siquiera parecía...el mismo niño que había temblado al salir de aquel riachuelo, que había huido de aquel pulvra mientras éste devoraba a los otros guardias.
Ambos volvimos a separarnos, y Audry escondió su daga de nuevo, apoyándose en la punta de aquel palo delgado que casi rozaba su rostro. Yo, en su lugar, tan solo lo dejé a un lado mientras jugueteaba con el puñal entre mis manos.
—Suéltalo, sé que quieres decirme algo. —¿Para qué me estaría buscando a estas altas horas si no era para eso? Si hubiera sido tras despedirnos, podría ser simplemente por añoranza. Pero ¿estando a punto de amanecer? Eso sólo podía significar que había estado dándole vueltas a algo. Que se había mantenido sin poder dormir, por culpa de decenas de pensamientos rumiando en su cabeza.
—¿Por qué no la detienes? ¿Por qué no te enfureces con ella si sabes que lo que hace no es justo ni ético? —soltó de sopetón. Sus palabras casi parecían automáticas, como si las hubiese repetido tanto que se hubiesen grabado en su memoria.
—Pensé que no habías estado en desacuerdo con ella. Al menos, en la mayoría de las cosas.
Él torció el labio, cuadrando sus hombros e irguiéndose con firmeza. Su barbilla ya no se apoyaba en sus nudillos, si no que con sus dedos apretó con fuerza la punta de su bastón.
—Es cierto. Muchas de sus decisiones las veo idóneas para una reina, pero quiero saber porqué tú cambiarías de opinión.
—¿Crees que serviría de algo que la intentase detener? —le pregunté —. En los calabozos de mi reino hay centenas de criminales, y la mayoría volverán a cometer los mismos o peores crímenes. ¿Sabes por qué? Porque ninguno es capaz de entender qué es lo que hace mal. Ellos creen que los demás son los que están equivocados y que verdaderamente ellos guardan un motivo verdaderamente válido que los absuelven: poder, venganza, pasión, lujuria... Qué más da, se resume en lo mismo. Yo no soy su padre ni soy su rey, mi trabajo aquí no es ordenarle nada, solo ayudarla a que se dé cuenta de porqué no es una heroína como ella cree.
—¿Y todas esas vidas merecen la pena?
No pude responderle. No a aquello.
Audry, tomando mi silencio como una negativa, simplemente asintió y dejó escapar una exhalación pesarosa.
—Qué temprano comenzáis a entrenar —interrumpió una voz femenina.
Se trataba de Nyliss. Yo no la conocía personalmente. No la había visto nunca, salvo en los momentos que compartió con Éire durante mi ida.
Aún así, su voz femenina y coqueta se había clavado en mi mente, y no como un bonito recuerdo que deseaba guardar. No, definitivamente no. Si no, más bien, como el zumbido de un insecto molesto, del que además no me fiaba ni un poco.
—Yo... mejor me voy. —Audry carraspeó, incómodo. Justo antes de girarse, me echó una mirada significativa y afirmó —: Seguiremos hablando, Keelan.
Yo asentí, y Nyliss ni siquiera se despidió del comandante. En su lugar, dio unos cuantos pasos y se posicionó justo donde había estado el castaño: frente a mí.
—Yo también debería irme. —Le asentí cortésmente, a punto de marcharme también; sin embargo, ella cerró sus dedos en torno a mi antebrazo y me detuvo sobre mis pies, obligándome a mirarla sobre mi hombro.
—Hable conmigo, su alteza. Me genera mucha curiosidad todo alrededor de su persona. Dioses, ha resucitado de entre los muertos, cómo no lo haría. —
Tras eso, soltó una carcajada baja y suave, como si se tratase de una broma que solo había entendido ella misma. De hecho, ni siquiera sabía si eso era así, ya aquella risa había sonado de muchas formas, pero no verdadera.
Yo me desbaraté de su agarre, y le respondí con entereza —: No quiero hablar ahora mismo, pero me halaga tu interés en mi persona.
Mentira.
—Vamos, solo quiero hablar —insistió, mientras humedecía su labio inferior. Noté la capa de brillo en su boca, y no fue hasta que olfateé el dulce aroma bailando en el aire, que entendí que se trataba de miel. Además, por su humedad exuberante comprendí que era alarmantemente reciente.
—Mira, Nyliss, no sé si estoy malinterpretando tus señales, pero yo no quiero nada contigo.
Su mirada ni siquiera pareció herida, por lo que me hizo preguntarme si quizá me había equivocado estrepitosamente. Sin embargo, no tardó apenas un instante en hablar y en demostrarme que mis conjeturas eran acertadas.
—Pensé que Éire y tú manteníais una relación abierta —dijo, pareciendo realmente confundida. Entonces, apartó sus largos y finos dedos de mi muñeca de sopetón, y dio un paso torpe hacia atrás.
—Pues no es así —zanjé, dándome la vuelta.
—Dioses, lo siento. Habrás pensado que soy de lo peor. —Ni siquiera pensé en responderle.
Estaba dispuesto a, de una vez por todas, marcharme de allí. Pero, como era predecible, volvió a hablar:
—Eres Keelan Oswell, ¿verdad? Yo te conocí cuando eras mercenario en uno de mis viajes al norte. Ellie era... un amor de persona. Siento mucho tu pérdida.
Me detuve.
—¿Has dicho Ellie? —interrogué, girándome hacia ella de sopetón —. ¿Conocías a Elizabeth?
—Así es. Fue en una taberna. Conocí a su amiga Aislinn, y ella nos presentó. Me recomendó varias lecturas maravillosas, de hecho. Gracias a ella aprendí mucho sobre monstruos y... sobre ti.
—¿Sobre mí? ¿Acaso hablaste conmigo en alguna ocasión?
—No, yo... No llegamos a hablar nunca, pero te observaba en aquella misma taberna. Siempre el mismo carcaj, las mismas flechas, con el rostro magullado y unos guantes que mantenían tus manos intactas. —Ella soltó una breve y agradable risa —. Además, Elizabeth hablaba demasiado sobre su hermano.
Ladeé la cabeza, sorprendido. Había conocido a todas las amigas de Ellie, incluso a las que solo veía muy de vez en cuando, pero ella...era totalmente desconocida para mí. Nunca había escuchado de la existencia de Nyliss hasta que Éire la nombró, pero ella conocía a mi hermana. Hasta ahora, no había vuelto a rememorar anécdotas de Ellie con absolutamente nadie. Y, desde luego, no con alguien que también la conociera.
Así que no pude evitar querer seguir escuchando.
Quería saber... qué había hecho Ellie con aquella mujer, qué libros le había recomendado, qué contaba sobre mí cuando no estaba y todas la estupideces que pudiese revelarme.
Por lo que no me fui, no pude hacerlo.
—¿Por qué tanto interés en mí? Ni siquiera me conoces —repuse.
Sus ojos plomizos brillaron, casi como si se tratasen de llamas oscilantes.
—Bueno, has vuelto de entre los muertos. —Ella se encogió de hombros, aún con una sonrisa arrebatadora —. No lo sé, simplemente me gustaría
conocerte.
—Está bien. Me quedaré un rato —accedí.
—Entonces ¿amigos? —Nyliss extendió su mano en
mi dirección, esperando que la apretase. Sus dientes eran una hilera reluciente de perlas, y sus comisuras ni siquiera temblaron, pese a que la estaba mirando fijamente. No pude evitar pensar que no se parecía en nada a Éire, aunque técnicamente eran familia. Esta mujer parecía coqueta, alegre y espontánea. De hecho, se parecía mucho a cómo había sido Éire...antes de todo.
Pestañeé varias veces, tomado por sorpresa. Aún así, ni siquiera me lo pensé mucho antes de cerrar mi mano en torno a la suya.
—Claro, amigos —dije, algo confundido, sintiendo como su tacto cálido abrazaba mi gélida piel.
Y antes de que aquella acción convirtiese aquel momento en algo incómodo, Nyliss y yo retrocedimos al mismo tiempo y nuestras manos cayeron en el espacio que dejamos entre ambos.
—De veras que no quiero entrometerme entre Éire y tú. Pensé... No lo sé, simplemente pensé mal.
—No te preocupes, lo entiendo: ha sido un error estúpido.
Ella carraspeó, deteniendo súbitamente su vista en mi espada envainada.
—Ellie me hablaba de esa espada: de la espada de vuestro padre —comentó —. Es preciosa.
—Ah, sí. Lo es —admití, rozando con la punta de mis dedos su empuñadura. Era realmente preciosa, y no por la técnica del herrero en la forja ni por cuantas piedras preciosas la rodeasen, si no por el enorme significado emocional que guardaba para mí.
—Siento también la muerte de tus padres. Los conocí y eran unas personas muy agradables. Días antes de que fallecieran, Ellie me prestó uno de los libros que tú le conseguiste, y creo que es justo que tú lo tengas.
Entonces, sacó un pesado ejemplar de la oscuridad de su ostentosa capa de pelaje. En cuanto lo tuvo entre sus dedos, se detuvo a observarlo tan solo unos instantes antes de tendérmelo. Yo lo observé durante un buen rato: desde la portada pulcramente limpiada hasta el lomo gastado por los lustros de antigüedad. No recordaba cuales de tantos era aquel libro, ya que en su habitación se habían apilado hasta listas de tareas, pero fuese cual fuese...sabía lo que habría entre sus páginas: anotaciones.
Anotaciones que yo hacía antes de regalarle cualquier libro para ayudarla a pronunciar las palabras. Anotaciones que ella misma hacía sobre las citas o los personajes. Anotaciones de ambos que manchaban las hojas de tinta y me arrastraban hasta las profundidades de mis recuerdos.
Entonces, me permití tomarlo en mis manos.
—Muchas gracias —exhalé con pesar. Y era cierto. Estaría eternamente agradecido por ello. En ese momento, elevé la mirada y la observé con sincera gratitud —. Y... yo también lo siento, Nyliss.
—¿Por qué habrías de hacerlo?
—Tú también la perdiste.
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