CAPÍTULO XIV
ÉIRE
Parpadeé, tapándome con aquellas mantas mientras los escalofríos incontrolados de por la noche me arropaban dolorosamente. Pero, aún así, mientras me tumbaba en aquella cama, mi rostro bañado en emoción pudo parecer el de una niña pequeña que tenía su dulce favorito frente a ella.
Porque aquellas miradas…Aquella forma de inclinarse, de observarme, de intentar hacerse hueco para estar algunos pasos más cerca de mí…
Aquella sensación fue indescriptible.
Había vivido toda mi vida sumida en una vorágine de odio y auto sabotaje, donde mi madre me decía que era una mierda y yo creía que era incluso menos que eso. Donde me había culpabilizado por cada cosa en mi vida, incluso cuando ella me decía que no gritara mientras me levantaba la mano y yo lo hacía.
Pero ahora…Ahora, después de esas miradas, después de esos ojos inhumanos que parpadeaban en mi dirección con respeto y la reverencias de Cade y Asha, me sentía distinta.
No más poderosa, ni mejor persona, ni mucho menos con ganas para ir a por esa corona.
Me sentía querida. El impulso de esa sensación me había hecho darme cuenta de que podía empezar a sanar. De forma lenta y dolorosa, pausada y con muchos baches en el camino, pero que podía empezar a hacerlo. Como si por primera vez en mi vida mi cerebro hubiese entendido que era más que una mierda, que era realmente alguien importante. No solo para otros, si no para mí misma. Como si por primera vez hubiese entendido que podía empezar a sentirme querida, a sentirme conforme con mi vida, a sentirme satisfecha.
Porque, tal vez, era como aquellas criaturas. Tal vez me merecía algo más que muerte, rencor y venganza. Pero, ¿lo hacía? ¿Realmente me merecía aquello?
Si era sincera, aquella sensación de estar sanando por dentro, de estar lamiendo mis heridas cada vez con más cicatrización, era algo que anhelaba y que empezaba a sentir dentro de mí. Como si, por fin, empezase a entender que merecía más que consternarme a acatar órdenes.
Como si, por fin, fuese más que una cáscara de odio y molestia. Como si por fin empezara a entender que mi persona era más profunda que tan solo eso, y que aquella faceta era tan solo producida por el miedo.
Por el miedo a aceptar que tras eso solo hubiese dolor.
Y ahora que había visto lo que había tras aquella máscara, no quería soltar nunca aquella parte de mí. Porque ahora me sentía un poco más suficiente, un poco más valiosa, y aunque siguiese siendo un peón para los demás, yo me sentía con más fuerza de tomar el mando de mi vida.
Mi mente seguía siendo una maraña de contradicciones, donde la antigua yo gritaba que los monstruos eran unas bestias que no debían ser humanizadas, y la nueva y pequeña yo que estaba formándose dentro de mí exclamaba que debíamos darles el beneficio de la duda.
Y es que, realmente, si mirábamos objetivamente la situación de aquellas criaturas mágicas, era bastante lógico que nos intentaran masacrar y nos mataran de formas tan escalofriantes.
Porque, para ellos, esa era su venganza. Como para Gianna lo era el manipularme de tal forma que destruyese mi raciocinio con mis propias manos.
Pero no caería ahí. Nunca. Por nada del mundo dejaría que mi pensamiento fuese dirigido por el yugo de Gianna Ragnac.
Solté un suspiro, sintiéndome extrañamente cansada hoy, mientras mis labios tiritaban y mis manos temblaban bajo aquellas pequeñas pieles. Asha, por fin, minutos después de aquel espectáculo de poder, me había dado una fecha:
Dentro de tres días. Tres días, y estaríamos camino a Iriam. Tres días, y aunque no tomase aquella corona, debía de empezar a sentirme suficientemente buena como para sacrificarlo todo por ir a salvar a unas personas.
Porque sí, lo haría, pero yo no tomaría aquella corona, tan solo se la arrebataría a Eris. Porque, tal vez, mi empatía latiese con más fuerza en la parte izquierda de mi pecho. Porque ahora empezaba a entender que no podía dejar que la magia y la gente creada por ella fuese exterminada sin yo hacer nada.
Y aquel sí era el motivo de mi determinación. No otro, si no ese.
En ese preciso momento, alguien abrió la puerta de sopetón, haciendo que la destartalada madera chocase de golpe contra la piedra y las bisagras de cuero ancladas con clavos de bronce exclamasen alarmadas.
Entrecerré los ojos en dirección a Asterin.
—¿Qué haces aquí?
Y antes de poder decir algo más, ella dio unas zancadas en mi dirección y me tomó del brazo. En cuanto me intentó obligar a erguirme, la aparté de sopetón, sin dar lugar para que hubiese un forcejeo.
—Tienes que salir inmediatamente — me dijo.
Sus ojos relucían en una ferocidad nunca antes vista en ella, pero no solo en eso, en un ligero miedo que se deslizaba por su iris y convertía a sus glóbulos oculares en una congregación de lágrimas. Los capilares de sus ojos estaban enrojecidos, y en cuanto vi aquella imagen, sí que me erguí de golpe y aparté las pieles que tapaban mi cuerpo, aún sabiendo que los escalofríos hacían temblar sin consentimiento a mi cuerpo.
—¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado? — Estaba en tensión, cada parte de mi cuerpo ya no solo temblaba por la abstinencia, si no por la adrenalina que empezaba a bombear como mi corazón.
Asterin tragó saliva duramente y sus labios parecieron hacer un puchero involuntario.
—Los soldados Iriamnos están en la taberna — respondió y una lágrima rodó por su pómulo mientras continuaba — : Y Evelyn estaba con ellos…Los distraía para que Keelan y Audry…Ella ha intentado…
Me puse de pie repentinamente y tomé a aquella mujer de sus antebrazos, sacudiéndola ligeramente mientras la adrenalina cada vez poseía con más fuerza cada trazo de mi organismo.
—¿Qué pasa, Asterin?
Ella sollozó entre mis brazos, y sus manos temblaron tanto que rápidamente pudieron hacerle competencia a las mías. Fruncí el ceño, esperando una respuesta, con una dolorosa impaciencia en mi pecho.
—Ellos se han llevado a Evelyn, Éire. Se la han llevado a una habitación…Y Keelan y Audry…Ellos…
—¿¡Qué coño ha pasado, Asterin!? — Esta vez mi grito resonó en la habitación, y la mujer negó inconscientemente con la cabeza, mientras lágrima tras lágrima caía por su rostro.
—Aún están abajo, están luchando contra los soldados, pero son demasiados…Y Keelan está herido y Evelyn está atrapada y…y…Ayúdame, por favor.
Solo me hizo falta aquello para apartarla a un lado y salir de aquella habitación. Ahora mismo, en ese estado de shock, no sería de ayuda.
La abstinencia ya casi había desaparecido de mí, pero aún quedaba algo de ella en mi organismo, y la parte buena de aquello era que, cuando mi poder se descontrolada, triplicaba su fuerza. Y aquellos soldados ya podían rezarle a sus dioses para huir de mi ira.
En cuanto salí de la habitación, escuché varias cosas al mismo tiempo, mientras intentaba orientarme mirando hacia el pasillo y las escaleras: los sollozos descontrolados de Evelyn, los gruñidos de un hombre que parecía molesto, y el restallar súbito y sonoro de varias espadas en la parte baja de la posada.
Fruncí el ceño, oyendo como Evelyn aullaba por auxilio, y tras eso el sonido de una bofetada que cortaba lo que pudo ser silencio. Desde aquí se escuchaba como en la taberna había varios hombres quejándose, e incluso, me pareció escuchar una exclamación soltada por el príncipe.
Y es que, frente a mí, se presentaban dos opciones: o sacaba a Evelyn de aquel cubículo en el que se encontraba atrapada, o ayudaba a mis amigos.
Y aunque la decisión pudo ser clara en un primer momento, escuchar a la princesa soltando alaridos junto con los sollozos de su madre, y pensar en la impotencia que debía de sentir Asterin al no poder hacer nada contra ello…
Aquello fue lo que hizo clara la decisión para mí.
Di algunas zancadas en dirección a la habitación donde los ruidos emanaban. Sabía que las puertas de aquí eran nefastas, pero, además, había averiguado que los clavos que fijaban las bisagras estaban sueltos.
Así que fue fácil para mí abrir con un fuerte golpe de mi hombro aquella puerta que, en un principio, estaba cerrada.
Y frente a mí se plasmó la imagen de la princesa, en la cama con sus ropajes enroscados en sus muslos y siendo sujetada por tres soldados. Rápidamente, uno de ellos, el cual tenía una cicatriz que surcaba su rostro desde su frente hasta su mentón, se giró en mi dirección y frunció el ceño. Entonces, pareció reconocerme, ya que le rugió a sus amigos:
—¡La hechicera! ¡Es la hechicera por la que ofrecen la recompensa!
Entrecerré los ojos en su dirección y les dediqué a los tres un esbozo satisfecho de sonrisa.
—Oh, pequeños hombres, me halagáis. — En cuanto ellos se separaron de la princesa, quien rápidamente se irguió y adecentó su vestido entre lágrimas mezcladas con sangre, ella me miró con un deje de desconcierto —. Una pena que no suela dar oportunidades de rendición.
No hizo falta más que eso para que se lanzaran sobre mí.
Yo no sabía más que lo básico del combate; sin embargo, sabía mucho sobre magia. Así que, en cuanto uno de ellos intentó ensartarme como una brocheta con su arma, elevé mi mano con un simple gesto y la niebla más densa lo atrapó y lo hizo caer rodando a un lado de la habitación. Los otros dos apenas se amedrentaron y fueron directos a intentar mutilarme: uno casi clava su espada en mi pierna, y el otro quiso cortarme a la altura de mi muñeca. Pero antes de permitirles hacer aquello, me fijé en sus ojos: los dos marrones, básicos, sin ninguna chispa especial ni ningún moteado distintivo.
Lo guardé en mi mente, tironeé con la fuerza de un ñacú de aquella magia que gracias al reposo de estos días estaba casi intacta, y dejé que el caos más absoluto se formara dentro de mí.
Me entregué a la magia Razha, me hice el títere de ella y dejé que aquella monstruosa potencia me aplacara y me convirtiera en una herramienta para defender mi cuerpo y mi integridad.
Entonces, y solo entonces, los ojos de aquellos hombres empezaron a sangrar. Hilos de sangre cayeron por sus lagrimales, y dejaron caer sus espadas entre alaridos suplicantes, cayendo de rodillas frente a mí y revolviéndose mientras tapaban sus ojos, casi como si sus manos fueran escudo suficiente.
Solté una risa baja, y la niebla lo absorbió todo: mi raciocinio, mi identidad, mis principios y mis debilidades, y solo fui energía oscura. Los ojos de aquellos hombres, justo como si una fuerza invisible hubiese aplastado sus cuencas hasta convertirlas en plasma, quedaron entumecidos en el suelo de La Posada De Roca y Piedra entre lágrimas de sangre.
La niebla oscura lo cubrió todo, y mi visión se convirtió en la obsidiana más pura, mientras me quedaba estática y gélida en mi posición, notando como mis manos volvían a temblar descontroladamente. Entonces, unas delicadas manos se cerraron sobre mis hombros, y una dulce voz dijo:
—¿Éire…? Tus ojos…— dijo, aunque no la reconocí en un primer lugar. ¿Evelyn? Pensé, pese a eso, no dije nada, porque no veía nada además del ónix más absoluto.
—¿Éire, estás bien? Lo que le has hecho a esos hombres…Tu magia lo ha cubierto todo…No sé hasta qué punto ha podido afectarte. Pero tus ojos son...completamente oscuros ahora.
«Éire, tienes que volver» Dijo Gianna en mi oído, y sus garras se adentraron en mi cerebro con una facilidad abrumadora, tomando algo oscuro entre ellas y deshaciendo lo que sea que tapase mi visión con tan solo el roce de sus dedos. Y, aunque me sentí asquerosa por su intromisión en mi mente, dejé que hiciera aquello para que la ceguera no continuara enlenteciéndome aún más.
Entonces, parpadeé, y Evelyn estaba frente a mí. De pronto, la niebla se disipó como si nunca hubiera existido. Pero el olor…El nauseabundo olor a magia Razha lo llenaba todo, hasta tal punto que apreciaba como Evelyn tragaba saliva para evitar las arcadas.
—¿Estás bien? — le pregunté, mientras ella acariciaba ligeramente mis brazos con sus largos y delgados dedos.
La princesa asintió, y me miró con sus ojos rociados en la gratitud más pura.
—Gracias a ti.
—No te lo tomes personal, pero prefiero que te quedes con la imagen de que soy una malvada hechicera Razha que tan solo quería acabar con esos tres hombres.
Evelyn soltó una pequeña risa lastimera, mientras sus lágrimas se adentraban en los arañazos que soltaban perlas de sangre de su rostro.
—No debería haber dicho eso el otro día. Yo…Yo realmente no te conozco, Éire. Pero tienes mi absoluto respeto después de esto. Muchas gracias, de verdad, muchas gracias.
Le dediqué una pequeña sonrisa.
—No es nada, ya sabes. Esto de matar es algo rutinario.
Quise reírme como ella de aquella sátira, pero no fue demasiado divertido. Acabar con esos tres hombres…Tener tanta sangre sobre mis manos no era divertido. No cuando realmente no disfrutaba de ello, no cuando algunos de esos rostros venían a visitarme cada noche para recordarme que tal vez ellos también tenían gente en sus vidas como Audry y Keelan eran para mí: gente importante.
Antes pensaba que acabar con alguien era algo intrascendente, algo común, algo dentro del ciclo natural de las cosas. Pero eso era porque no barajaba la posibilidad de que alguien pudiese echarles de menos, porque Idelia no me hubiera echado de menos a mí.
Pero ahora…Ahora todo era distinto. Ahora empezaba a cuestionarme cosas que antes daba por hechas, ahora era el comienzo de una evolución que no sabía cómo se daría.
Aunque, realmente, prefería que fuera así.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro