CAPÍTULO XIII
ÉIRE
Mis manos estaban manchadas en sangre: espesa, metálica, pegajosa. Solté un alarido y dejé que mis rodillas fallasen y me dejasen caer.
Y ahí estaba: el cuerpo sin vida de Idelia Gwen, justo frente a mí, con mi daga incrustada en la parte izquierda de su esternón.
La tomé entre mis brazos, besé su frente como había hecho semanas antes, y estaba gélida. Tan gélida y entumecida como un peso muerto. Pero, aún así, sostuve su rostro con mis manos manchadas con su sangre, suplicándole para que me perdonara.
—Perdón, perdón, perdón, madre. Perdóname. Te quiero.
Entonces, ella abrió sus ojos, y casi hubiera preferido verlos arrugarse en ira que de esta forma: lechosos, reluciendo por su ausencia de vida, un color tan apagado que pudo parecer hollín y cenizas.
—Es tu culpa, aprendiz. Eres una bestia.
Bestia, bestia, bestia…Yo era…Yo era…
—¡Éire! — me sacudió ligeramente alguien a mi lado. Abrí los ojos de sopetón y me erguí de golpe, siendo suavemente sujetada por mis hombros.
Casi al instante, me puse a la defensiva, sin saber quién era la persona que estaba en mi habitación. Mi corazón se desbocó y con mi vista borrosa, intenté enfocarla mientras pensaba en donde había dejado mi daga. Bajo la almohada, Éire. Siempre bajo la almohada, me dije, pero pese a eso, no tuve que sacarla.
Ya que era Keelan quien estaba sentado en la cama frente a mí, dejando que sus dedos se deslizasen por la piel de mis hombros desnudos, ya que aquella túnica se había enrollado hasta tan solo esconder mis pechos y mi bajo vientre.
Tomé una bocanada de aire y dejé caer mi frente contra la suya. Keelan, pese a que mi rostro estuviese perlado en sudor por la escalofriante noche que había pasado atrapada en mis sueños, me dejó hacerlo con gusto.
Yo posé mis manos sobre sus brazos, justo dónde su túnica se remangaba, y le acaricié dulcemente.
—Shh, ya está. Tan solo respira, hechicera. Respira. — Su voz, chocando de frente con mis labios, fue como un soplo de aire frío en un atardecer de verano —. Respiremos juntos: uno, dos, tres…— Tres respiraciones. Hice justo lo que me pedía. Solo que las mías eran aceleradas y las suyas pausadas —. Intenta llevar la respiración a tu vientre, contenla ahí, y luego exhala.
También lo hice. Y pareció pasar una eternidad, pero, por fin, manejé mi ansiedad. Aquellas respiraciones aliviaron levemente mi dolor emocional, y no pude hacer otra cosa tras eso que dejar un suave beso en sus labios tras ayudarme de aquella forma.
De aquella forma que nadie había hecho nunca.
Sus labios eran cítricos, adictivos, potenciados por el ámbar que emanaba su piel, y casi pensé en pasar mi lengua por su cuello. Pero me contuve, y tan solo le dediqué una pobre sonrisa mientras me alejaba de Keelan.
—Gracias — musité. Él asintió, como si no fuese nada, y yo no pude evitar preguntar — : ¿Muchas pesadillas durante tu vida?
—Más de las que se puedan contar en meses — me respondió, y se encogió de hombros restándole importancia. Tras aquello, se levantó de aquel colchón lleno de paja y asió varios de sus botones mientras se adecentaba frente a mí. Sus pantalones estaban enrollados hasta sus rodillas, y sus piernas eran tan…Casi pude…
—Vuelve a respirar. Creo que te vas a morir.
Yo entrecerré los ojos en su dirección.
—Lo mismo podría decirte — le respondí, dejando caer mis piernas desnudas por el lado de aquella cama, posando mi pie sobre la piedra, dejando que viese sutilmente mis muslos. Él tragó saliva mientras su vista se concentraba ahí y detenía repentinamente su misión de abrocharse la túnica —. ¿Últimas palabras?
—Bésame, hechicera.
—Me encantan esas últimas palabras.
Eso fue lo último que dije antes de levantarme y de entrelazar mis manos tras su cuello. Lo acerqué a mí, mientras él tomaba mi cintura y hacía que mis piernas se enroscaran en torno a sus caderas. Como había dicho, yo nunca llevaba ropa interior, así que ambos lo sentimos todo.
El príncipe soltó un jadeo bastante parecido al mío mientras él nos daba la vuelta y me hacía chocar contra la pared de sopetón. Gemí, y sostuve su cuello con mi mano derecha, arañando la sensible piel erógena de su clavícula.
Él mordió mi labio inferior, y el sentir la sangre en la punta de mi lengua fue tan excitante que hice lo mismo con él. Keelan no se quejó, al contrario, se dedicó a pasar su lengua por la herida de mi grueso labio inferior. Y, entonces, en ese precioso instante en el que su maravillosa lengua me hacía sentir cosas magníficas, le aparté bruscamente y lamí su cuello de arriba abajo. Como había fantaseado muchas otras veces, mientras lo mordisqueaba y chupaba, mientras besaba los mismos trazos de heridas que yo le estaba provocando, su característico olor a ámbar y a limones frescos fue tan intenso, y eso solo fue un afrodisíaco más en la larga lista de ellos.
Mientras tanto, Keelan estaba bastante concentrado en torturarme, mientras movía suavemente sus caderas, y nos convertía en una vorágine de pasión, control y dolor de la que no quise salir nunca.
Aún así no dejé que él ganara en aquel momento, y le aparté de un empujón, manteniéndome de pie frente a él. El príncipe arqueó una ceja, retándome. Y madre mía, no pudo hacer algo peor que eso.
Porque entonces, lentamente, pausada y reverenciosamente, me arrodillé frente a él y estuve dispuesta a terminar de una vez por toda lo que habíamos empezado en ya varias ocasiones.
Sin embargo, él titubeó, pareció pensar en algo y retrocedió un paso.
—Yo…Éire, no me siento cómodo aún. — Y aunque aquello me descuadró, ya que estaba bastante segura de que segundos antes lo había querido de verdad, asentí y no le presioné ni una sola vez más. Y no solo por sus palabras, si no porque su mirada ahora parecía extrañamente apagada, incluso culpable.
En ese momento, me puse de nuevo a su altura, teniendo que sostenerme sobre las puntas de mis pies brevemente, y volví a besarlo suavemente, deslizando mis manos por su enrojecido cuello que tras un poco de tiempo se llenaría de hematomas.
—No te preocupes. Solo quiero que estés cómodo y que lo disfrutes como yo. Puedes tomarte tu tiempo.
El asintió y me dedicó una mirada llena de gratitud. Cosa que era absurda, ¿gratitud por qué? ¿Por respetar sus tiempos? Yo esperaría lo que hiciese falta hasta que él mismo me dijese que sí quería dar ese paso.
—Bien, ahora voy a irme. Tengo que encontrar a una buhonera que me debe una fecha — le dije, apartándome brevemente y volviendo a colocar mi túnica en su lugar. Él me miró, y en su mirada pareció reflejarse el sufrimiento más puro por no poder seguir adelante, pero, aún así, tan solo sacudió su cabeza.
—¿A quién? — me preguntó. Y mientras me ponía los pantalones de montar, recordé que él apenas sabía nada de Gianna, ni de dónde provenía mi magia, ni de Asha. Recordé que tan solo sabía mi apellido porque aquello fue lo único que les confesé a él y a Audry mientras huíamos de Aherian.
Tragué saliva duramente, y evité el contacto visual.
—He vendido las joyas que me dejó Amy para conseguirnos un viaje a Iriam, así que voy a ir a buscar a la buhonera con la que hice el trueque para preguntarle cuándo parte su carro hacia la capital — dije aceleradamente, sentándome a su lado mientras intentaba encajar mis botas de cuero trenzado en mis pies con toda la rapidez posible. Si me iba ya, si me callaba, él no sospecharía. No, no…
—¿Qué no me estás diciendo, Éire? — Su mirada fue tan directa que casi pudo atravesarme. Y yo, por muy patético que fuese, no sabía mentir a la gente verdaderamente importante en mi vida.
Así que elevé la cabeza e hice un aspaviento mientras decía — : Nada. ¿Qué no te iba a decir, estúpido hijo de Symond? Pensaba que tu inteligencia llegaba a más, pero veo que no.
Keelan ladeó la cabeza, enarcando una ceja en mi dirección. Sabía que el maldito príncipe sabía leer el lenguaje corporal, y conmigo no hacía falta siquiera eso. Así que ya lo sabía: él sabía que le estaba mintiendo.
Pero, aún así, asintió. Y cuando me quise ir a trompicones de la habitación, él me detuvo:
—Te dejas una cosa.
Me giré sobre mi hombro, y vi como sostenía mi daga entre sus dedos. Me golpeé en mi fuero interno y di algunos pasos en su dirección para tomarla; sin embargo, cuando casi la tenía al alcance de mis dedos, él sostuvo mi antebrazo y se inclinó a susurrar en mi oído.
—Yo también respeto tus tiempos, hechicera.
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Estaba en el exterior, con el olor a madreselva colándose por las aletas de mi nariz. Aquello me recordaba a los pocos recuerdos felices que tenía de mi infancia, mientras correteaba por los jardines de palacio con Dalia detrás de mí, y el olor a madreselva y jazmín nos arropaba y parecía susurrarnos que continuáramos con nuestra carrera: que terminásemos nuestro juego.
Sabía que, entre el olor a madreselva y jazmín, justo en el tramo del bosque donde antes había estado el carro de Asha, aquella buhonera debía de estar cerca. Sin embargo, no la vi por ninguna parte.
No, al menos, hasta que llegué al claro en el que estuvimos ayer.
Cade estaba dando algunos pasos torpes mientras golpeaba con gentileza a un kolbra y este aleteaba felizmente a su alrededor, y Asha estaba arrodillada a su lado, dándole a una de esas criaturas un trozo de alguna flor desconocida para mí. Pero no solo aquello fue lo impresionante, si no que a pocas varas de su posición, un ñacú extendía tranquilamente sus enormes alas mientras ojeaba a la hija del duque con templanza.
Dejé que aquella rama tapara levemente mi rostro, lo suficiente como para que ellos no me vieran, pero sí para yo verles a ellos.
Asha se levantó, y dejando a su hijo juguetear con aquel molesto monstruo, tomó las faldas del liviano vestido que llevaba hoy, hecho de gasa y con tirantas sustituyendo a un corsé, lleno de puntillas plateadas, y estrellas titilantes cosidas con hilo de oro.
Entonces, se acercó pausadamente al ñacú, con sus pies descalzos y pareciendo la protectora de aquel claro. Yo cerré mi mano en torno a mi daga, dispuesta a salvar a la buhonera con tal de que nos llevase en su carro sin que nadie nos viera; sin embargo, no hizo falta, porque cuando Asha acarició la cabeza con tan solo una fina capa de piel negra de la criatura, esta hizo un sonido bastante parecido a un ronroneo y tensó sus alas con gusto.
Yo entrecerré los ojos. Aquello…Aquello no era posible. ¿Un ñacú que no era agresivo? Era imposible, imposible, imposible. Algo jamás visto, algo que nunca, en ningún momento de mi vida, hubiese podido imaginar ver.
Pero no fue agresivo ni mucho menos cuando lamió la mano de Asha, y esta, a su vez, tomó con la punta de su dedo índice un poco del veneno borgoña que relucía en las púas del ñacú, y las enfrascó con cuidado mientras guardaba aquel botecito de nuevo entre sus faldas amatistas. En cambio, y aunque pudo haberlo hecho, no guardó el sudor del monstruo con el que podría salvar una vida.
Aquello me extrañó, pero no salí de mi escondrijo mientras los observaba.
Pese a eso, no tardaron mucho en encontrarme. Y fue justo cuando Cade elevó su mirada y, con su mano, me indicó que le acompañara. Asha se giró en dirección a su hijo y luego miró hacia mí, como si pudiera verme entre las hojas, y me dedicó una enorme sonrisa violácea mientras también me invitaba silenciosamente a acercarme.
Di algunos pasos en su dirección, mojando mis botas en el cieno de una pequeña pendiente por la que tenías que bajar para llegar al claro, y me quedé estática en mi posición en cuanto aquellas criaturas me ojearon con curiosidad. El ñacú soltó un bufido, sin embargo, fue el kolbra el que se atrevió a aletear hacia mí.
Y, entonces, levanté mi daga. Aquello fue lo que lo detonó absolutamente todo, probablemente. Cade gritó y soltó un sollozo mientras su madre se acercaba a grandes zancadas hacia mí, el kolbra me apuntó con sus enormes y puntiagudos dientes y el ñacú se levantó sobre sus cuatro patas con toda la rapidez que su enorme cuerpo le permitía.
Yo parpadeé, y Asha cerró su mano en torno a la mía, dejando que el filo de aquella daga no apuntase a otro lugar más que a su rostro.
—Aquí no, Éire. — Su susurro fue tan duro que casi pudo asustar a su hijo tras ella —. Aquí no hay armas.
Entonces guardé mi daga de nuevo en la cinta que se cerraba en torno a mi cintura, y me permití ojear al kolbra que se mantenía en el aire a palmos de mí, mirándome con sus enormes ojos verdes y con sus pupilas como rendijas. Su parpadeo en mi dirección fue escalofriante, pero, aún así, tuve el valor de dar un paso hacia el.
Y Cade aplaudió, con su débil risa resonando bajo los rayos del sol. Entonces, el kolbra voló en torno a mi con rapidez, me ojeó y sus puntiagudas orejas se arrugaron levemente al olisquearme con los dos orificios que tenían como nariz
Su mirada y la mía chocaban de frente, mientras sus ojos inhumanos parecían brillar retadoramente, y yo me preparaba mentalmente para tomar aquella daga cuando fuese necesario y hacerme un buen abrigo de ñacú y unas botas de piel de kolbra.
Pero, un instante después, aquel kolbra parpadeó y su mirada se bañó en respeto. Asintió en mi dirección, y se dejó caer en el suelo arrodillando sus verdes rodillas frente a mí, e inclinando su picuda cabeza en dirección a las hierbas del claro, como si fuese una osadía volver a mirarme fijamente.
Fruncí el ceño, y miré a Asha, extrañada.
—¿Qué..? El kolbra no…¿Qué está pasando? — balbuceé yo, y la hija del duque me dedicó un esbozo de sonrisa.
—Te lo he dicho, Éire. Solo necesitan una soberana que deshaga el odio y lo convierta en paz. Entonces, y solo entonces, los Minceust pondremos esa corona sobre tu cabeza.
Las palabras de Asha me conmovieron, pero no fue aquello lo que me hizo jadear, si no lo que vi al girarme:
millones de retazos translúcidos, brillantes, pelajes oscuros, ojos lechosos, trazos de piel húmeda y permeable y vibrantes ojos verdes. Criaturas…Criaturas por doquier. Kolbras y ñacús por todas partes, llenando el claro, chocando sus cuerpos para hacerse paso frente a mí.
Y, solo entonces, la idea de tomar aquella daga incluso fue dubitativa.
Porque no estaban gruñéndome, no estaban dedicándome miradas repugnadas ni odiosas. Todo lo contrario….Todo lo contrario:
Ellos estaban inclinados frente a mí. Y, cuando elevé aún más la mirada, vi a Ojitos asomando su cabeza por un pequeño hueco que apenas y parecía un gran hormiguero. Él también asintió en mi dirección, pero no se acercó en ningún momento ni intentó hacerse ver entre las otras criaturas.
Asha y Cade también hicieron una reverencia, hincaron la rodilla y la mujer me susurró:
—Por la nueva creadora.
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