CAPITULO VIII
ÉIRE
—No me gustaría herir a una dama de alta alcurnia. Quizá te rompas una uña —dijo aquel hombre, burlándose abiertamente de mí. Daba vueltas a mi alrededor, pavoneándose, como un cazador acorralando a su presa. Los demás se rieron a nuestro alrededor tras las palabras de aquel guerrero.
Yo chasqueé la lengua, sosteniendo firmemente la empuñadura de la espada con mis dos manos. Ambas estaban cerca la una de la otra, lo que me daba más libertad a la hora de mover la hoja. Aún así, él aún no había hecho ningún movimiento. Probablemente, trataba de tomarme desprevenida.
—Créeme, no debes preocuparte por mí. No creo que llegues siquiera a romperme una uña.
Me giré en su dirección, moviendo la hoja de mi arma al son de mis pasos.
Su ego debió verse dañado tras eso, ya que se detuvo justo frente a mí. Los demás se carcajearon deliberadamente de él, y el enorme hombre inspiró profundamente mientras me maldecía con la mirada. Ni siquiera intentaba ocultar que aquello le había molestado.
No me respondió. Al menos, no con palabras. En su lugar, soltó un grito iracundo de guerra y se abalanzó sobre mí. No se lo pensó dos veces, pese a que él no estaba protegido y yo tenía una espada. Quizá pensaba que no sabía utilizarla. O quizá era increíblemente estúpido y arrogante.
De cualquier forma, deduje su movimiento de inmediato: tan solo trataba de hacerme caer, retenerme con su cuerpo y golpearme cuando estuviera contra el pasto. Tal vez hasta dejarme inconsciente o incluso más allá, ya que dudaba que tan solo eso saciase su ira contra mí después de haber puesto en duda su virilidad.
Me eché a un lado con destreza, aprovechando que yo era más delgada y ágil, y él estuvo a punto de chocar directamente contra una de las tantas personas que se reunían a nuestro alrededor. Los demás hombres y mujeres le abuchearon, mientras él volvió a girarse en mi dirección. Me gruñó como si de un animal salvaje se tratase, tensando sus anchos músculos con brusquedad.
Esta vez, no optó por aplacarme directamente, sino por intentar noquearme. Lanzó un puñetazo hacia mi rostro, y antes de poder prever su consiguiente movimiento, deslicé la hoja de mi espada por su brazo derecho, engrosando la herida que él mismo se había hecho antes. La sangre corrió por el metal de mi espada, y estuve a punto de preparar otra estocada directa a su vientre desnudo, pero entonces su mano izquierda golpeó sin piedad mi estómago, aprovechando directamente que había dejado desprotegida aquella zona.
Caí de espaldas contra la hierba húmeda, soltando todo mi aliento de golpe. Por un momento, la cúpula azulada sobre mí se convirtió en un destello alabastro, mientras mi pecho se contraía una y otra vez involuntariamente, presa de una adrenalina apabullante. Sabía que había gente en torno a mi cuerpo, que estaban charlando, riendo, golpeando sus armas y repartiendo monedas de cobre mientras apostaban como si nuestras vidas valieran tan solo eso. Y tal vez la de aquel hombre valía aquella asquerosa suma, pero no la mía.
En ese preciso instante, todo se produjo lentamente. Parsimoniosamente. Como si los dioses observasen aquel combate como si se tratase de su entretenimiento favorito. Como si quisiesen alargarlo todo lo que fuese posible, deteniendo el tiempo y el espacio solo en un burdo intento de extender aquel momento.
La bota del guerrero estuvo a punto de patear mi cabeza. Su sonrisa sombría me observaba desde arriba. Era oscura, sedienta por ver correr mi sangre de una vez por todas. Parpadeé un par de veces, tratando de volver en mí. Aún sostenía el mango de mi arma. Aún estaba en mi poder. Si me apartaba... Sí, aún tenía ventaja.
Entonces, rodé por el suelo hacia el otro lado. La magia palpitaba en mi pecho con brutalidad, rogando por ser utilizada. Pero no podía. Si hacía trampas, no tendría valía ni honor para estas personas. Si ganaba por mi magia, no sería una líder digna de seguir. Y lo era. Podía ganarle a aquel hombre sin la herencia de Gianna Ragnac.
Salté con destreza para volver a mantenerme en pie. En el transcurso de un segundo, todo el mundo dio un vuelco. Mis entrañas se apretujaron, se convirtieron en espinas que se enroscaron dentro de mí y me hicieron doblarme sobre mi vientre. Aquel golpe me había dolido. Aún me dolía. Mucho.
No veía nada a mi alrededor. Solo borrones. Borrones que me miraban con sus enormes ojos y sus sonrisas despiadadas. Parecían monstruos. Monstruos mucho más salvajes que las mismas criaturas razha. Tan solo pude vislumbrar una cosa con claridad: a mi contrincante sacándome los dientes. No parecía demasiado contento de que me hubiese escapado de nuevo de sus garras. Para nada.
—¿Por qué huyes? Pensaba que las historias sobre ti decían la verdad, Éire Güillemort, pero veo que no eres una guerrera digna de ellas. —Crispé los labios tras sus palabras, sosteniendo aquella espada a duras penas. Había empezado a sudar excesivamente. Mi frente estaba perlada y mis ojos aguados de lágrimas iracundas. La bilis subió por mi garganta. Mi sangre se calentó y mi boca se secó por completo. ¿Cuánto llevaba sin...? La abstinencia... Llevaba más de un par de horas sin tomar agua de tormenta. Y la espada ahora era mucho más pesada entre mis manos húmedas.
—Para no ser digna... estás tardando mucho en matarme. —Tuve que tragar duramente. El golpe contra el suelo me había hecho morderme el labio involuntariamente, y ahora mi lengua estaba bañada en sangre.
Su mirada relució despectivamente, como si fuese un hombre mirando una cucaracha bajo sus botas.
—Quizá después de hacerlo consiga el cuerpo de tu príncipe y se lo envíe a Eris como regalo. —Su sonrisa se ensanchó. Ambos sabíamos que no iba a hacer eso: él pensaba que Eris había atacado Güíjar. Me estaba mintiendo. Me estaba provocando. Sabía que me estaba provocando. Lo sabía. Tenía que ser más inteligente. Tenía que...
A la mierda.
Corrí hacia él y doblé mis brazos, rozando con la hoja de mi espada mi hombro izquierdo, tomando impulso para abrir limpiamente la piel de sus abdominales; sin embargo, él se echó hacia un lado y con su codo golpeó mi espalda. Esta vez, no caí de bruces en el suelo, pero me tambaleé hacia delante y tropecé directamente con el cuerpo de otra persona. Era Brunilda, quien apretó mi hombro con fuerza y me empujó de vuelta al centro del círculo. Por un momento, estuve segura de que iba a perder el conocimiento. Sabía que él estaba a mi alrededor, acechando, atento a mis movimientos. Él sabía que iba a ganar. Esto estaba perdido... Estaba perdido.
Pero, entonces, un olor se deslizó por la punta de mi nariz. Era fresco. Danzaba libremente sobre la densidad de la sangre. Era limpio y puro, nuevo y revitalizante. Lo había olfateado antes. Era... melisa.
Una hoja había volado gracias al aire hasta posarse sobre mi bota de cuero trenzado. Aquel olor cítrico me traía recuerdos lejanos. Recuerdos que había enterrado. Mi propia sangre bañaba mis mejillas y mi labio, pero antes de ella ese olor se había adentrado bajo mi piel. Me había acurrucado contra un hombre que lo emanaba. Contra un hombre que amaba ese olor. Y él no querría esto. Si él estuviera aquí ahora... Keelan no querría que me rindiese. Keelan no permitiría que lo hiciera.
Así que volví a sujetar mi espada. Con fuerza.
—Eres una perra resistente.
Yo escupí justo sobre las botas de aquel guerrero. Era mi sangre lo que cubrió la tierra y el cuero que le calzaba.
—Soy la perra que va a vencerte —mascullé.
Esta vez, no pareció enfadarse por aquello. En su lugar soltó una risa baja e incrédula. No lo creía. Después de todo, incluso yo lo dudaba.
Me moví con rapidez, pese a que mis músculos pesaban más de lo normal.
Aunque mis huesos parecían agrietarse en cada zancada, y el vómito amenazaba con encorvarme en cualquier momento. Obvié todo aquello y me moví grácilmente, manteniendo el mango de aquella espada contra mi vientre con férrea determinación. No la soltaría. Lucharía hasta mi último aliento si fuese necesario.
Entonces jugué con la empuñadura con agilidad, moví mis dedos sobre ella y la dirigí hacia el costado de mi contrincante. Sabía que él averiguaría aquello con facilidad, así que me detuve en el último momento, y antes de que pudiera alejarse, dejé que mis rodillas cedieran y deslicé la hoja de mi espada por sus pantorrillas. Él cayó a mi lado maldiciendo entre siseos, sosteniéndose a un palmo del suelo gracias a sus gruesas manos. Yo sonreí inevitablemente, soltando una respiración entrecortada por la adrenalina.
Antes de que pudiese levantarse, me ayudé del resto de mi cuerpo para poder sostenerme por mis pies de nuevo. Él intentó erguirse antes de que le tomara desprevenido, pero fue demasiado tarde. Clavé la punta de mi arma justo en su hombro desnudo y le obligué a mantenerse bocabajo contra el pasto, hundiéndola tan profundamente que solo la empuñadura quedó a la vista contra su piel. El guerrero soltó un alarido mientras el metal atravesaba sus músculos con ira y sin ningún tipo de cuidado.
—Soy una guerrera, no una princesa, y para vencerme se necesita más que vanidad y un par de músculos —dije entre dientes en el oído de aquel hombre, aún sosteniendo el mango clavado en su carne, de cuclillas justo a su lado. La gente a mi alrededor gritaba con dicha, satisfechos de haber conseguido la brutalidad que esperaban. Tal vez no habían deseado especialmente que yo fuera la ganadora, pero al menos habían conseguido su espectáculo.
Entonces, me levanté, cerrando mis dedos con fuerza en torno al cuero húmedo de aquella arma. La saqué del hombro del guerrero sin miramientos, girándome hacia los espectadores que deseaban impacientes que terminase con la vida de aquel hombre; sin embargo, no hice más que repasarlos con la mirada. Mis pasos eran dubitativos, mi equilibrio nefasto, y estaba a punto de caer rendida justo al lado de aquel hombre, pero me mantuve firme. Aún cuando el guerrero gritó lastimero mientras tomaba de nuevo aquella espada, y dejé que la sangre brotara velozmente de su espalda, intenté no hacer siquiera una mueca.
Pasé mi dedo índice por la sangre que empapaba la hoja, que bañaba el metal como lágrimas de plasma. Limpié la punta con mi mano y la arrastré directamente por mi rostro. Sentí como aquel líquido vital caía por mi barbilla, inundaba con su metálico olor mis fosas nasales y se paseaba malicioso por mi paladar, obligándome a tragarlo reacia.
Elevé aún más mi rostro, con la espada en alto.
—Hoy os han insultado deliberadamente, pueblo de Güíjar. Eris Güillemort, la usurpadora de Iriam, ha pensado que podía masacraros con cien de sus peores soldados. Han mancillado vuestro honor y ni siquiera se lo han pensado dos veces. Pero ahora yo estoy aquí, y quiero que os unáis a mí para tomar venganza contra una reina ilegítima. Una reina que está atacando Aherian desde que el tratado con vuestra reina se rompió. La pregunta que os hago es sencilla: ¿Lucharéis por vuestro pueblo junto a mí? ¿Me haréis vuestra soberana o preferiréis esconderos como las ratas que piensa la reina que sois?
Los gritos que proclamaban por el final de la batalla cesaron. Nadie más se rio. Nadie me cuestionó por el hecho de dejar vivo a mi contrincante. Compartieron miradas vacilantes, observaron al que antes había sido su mejor guerrero bajo mis pies, y optaron por ir dejándose caer frente a mí uno a uno. La mirada de Brunilda aún era fija sobre mí, aunque ya no era burlona o ladina; en cambio, ahora relucía débilmente en dejes de respeto. Sus rodillas también se doblaron, y prefirió mantenerse con la cabeza gacha mientras yo la aplastaba con el peso de mi mirada. Esperaba que se revelase. Esperaba que alguien lo hiciera.
Pero nadie lo hizo.
—¡Larga vida a la hechicera de las bestias! —exclamó una voz. Era Audry, quien me miraba tímidamente con la rodilla hincada cerca de la hechicera persuasiva. Tras su grito, muchos otros lo siguieron.
«Larga vida a la hechicera de las bestias»
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Ante todo, me gustaría disculparme por solo poner dos canciones en toda la trilogía, pero es que estos momentos son tan icónicos que AHHH. Lo requerían.
También quería decir que estoy taaan enamorada de esta Éire, que aunque es más sanguinaria y fría, es digna de admirar por una cosa en concreto: su fortaleza. En muchas ocasiones su cobardía la hace huir de la realidad, y no es capaz de enfrentarse a muchos de sus miedos; pero en cuanto a su fortaleza para mantenerse en pie pese a todo, todos deberíamos pararnos y admirar ese rasgo suyo. No es un personaje justificable, pero sí (creo que) entendible, y todos deberíamos coger ese pedacito de ella y hacerlo nuestro.
Pero mejor solo eso, nada más, porque no es el mejor ejemplo a seguir :)
Ahora sí, después de un tiempo sin publicar voy a tratar de subir varios capítulos a la vez, y espero que os gusten mucho.
Nunca lo digo, pero muchas gracias a cada persona que comenta, da estrellita o al menos le interesa tanto la historia que la sigue con cada actualización. Sois l@s mejores ♡
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