CAPÍTULO LI
ÉIRE
—Nunca había escuchado de una criatura así, y mucho menos en mi terma privada o en el río de sal. ¿Estás segura de que no ha sido fruto de tu magia, Éire?
Arqueé inevitablemente una ceja en dirección al duque, mientras cruzaba los brazos con la madera de su escritorio rozando mi piel. Había bajado sola a su despacho todo lo rápido que pude, y no solo para entregarle los objetos que Asha tenía que esconder en aquel carro dentro de dos días, sino para informarle de la criatura que se escondía junto con su cría en el principal baño de su casa.
Básicamente, para que no se los zampasen en cuanto se durmiesen.
—Créeme, ese monstruo no es obra mía. De alguna forma ha tenido que saber ocultarse, y ahora que todos los animales salvajes parecen haberse desvanecido estará hambriento.
El duque jugueteó con la carta que escondía la letra calcada de la reina, echándome una ojeada sobre el borde de papel.
—¿No te parece muy extraño que justamente ahora todos los monstruos estén violando las fronteras? Nunca lo habían hecho, Éire, ni siquiera cuando mataron a Gianna Ragnac.
—Si quieres acusarme de algo, hazlo rápido. Quiero llegar a tiempo a mi arresto. ¿Crees que me pondrán cadenas o me llevarán a rastras como en un libro en plan dramático?
Él no se tomó a malas mi sarcasmo, o al menos eso aparentó. En su lugar, tan solo chasqueó la lengua mientras doblaba ligeramente una de las esquinas de la carta.
—¿Alguna vez durante vuestra travesía te comentó Asha cómo era mi mujer?
—No, no lo hizo.
—Os hubierais entendido bastante bien. — Dejó la carta de nuevo sobre el escritorio, cruzando sus manos sobre ésta —. Ella no era una persona fuerte, pero aparentaba serlo. Le encantaba enmascarar su miedo a ser abandonada con prepotencia. Se creía diferente, especial, invencible. Ella nunca fue amable, ni siquiera con nosotros. No fue su culpa, sin embargo. Nunca la culpé por ello. Cuando te crías en el sufrimiento, simplemente hay una pequeña parte de ti que se acostumbra a él. El problema, Éire, fue que ella no era invencible. Era poderosa, sí, pero el ser una boticaria del tres al cuarto no te hace de hierro, y al final todas las heridas traspasan la carne. No humana, pero sí mortal. — Tras aquello, su mirada se clavó en mí. No parecía herida ni triste, tan solo parecía sincera. Completamente sincera —. Eres una niña, Éire. Exactamente igual que mi hija: ambas con responsabilidades que no deberíais tener a vuestra edad. Pero, desgraciadamente, las tenéis. Yo voy a ayudarte a conseguir ese trono, a conseguir esa venganza. Pero si esos monstruos matan a una sola persona por tu culpa, sea consciente o inconsciente, seré yo mismo quien levante tu cuerpo sin vida de ese trono, ¿te queda claro?
Aclaré mi garganta. Quedaba bastante claro, sí, pero si ese hombre se creía lo suficientemente intimidante como para asustarme a mí, o me subestimaba alarmantemente o de veras que se tenía en demasiada alta estima.
—Yo solo venía a avisar de la existencia de esa criatura en sus tierras. Quién sabe, a lo mejor hasta puede cobrarle por la estadía. — Tras eso, me levanté de aquella silla y la arrastré hacia atrás, apartándome del escritorio —. Ya verán ustedes como se hacen cargo de ella. Aunque, si te soy honesta, dudo mucho de la eficacia de dos criadas, dos niños, un anciano y una elaboradora.
El duque me dedicó abiertamente una sonrisa.
—Por supuesto, Éire, ante todo agradezco tu honestidad. Ahora, si me haces el favor, ve con tus amigos hacia la entrada: os esperan allí.
—¿No vas a acercarte a saludar a tu hija Eris? — inquirí.
Entonces, sí que me miró.
—Mientras ustedes picabais arriba, ya lo he hecho. De nada por ahorraros el mal trago de ser arrastrados, por cierto.
No pude evitar bufar mientras me daba la vuelta y me dirigía hacia las enormes puertas del largo despacho. Sin duda, lo primero que haría en mi mandato sería despojar a este capullo de sus títulos.
En cuanto estuve lo suficientemente cerca de la madera vidriada, la usual criada de rizos dorados y vestido de seda me mantuvo la puerta abierta para poder pasar.
Pasé por su lado echándole una mirada, y pese a que esperé un semblante neutro y unos ojos que tan solo me devolviesen la mirada por cortesía, noté una especie de brillo irreal en su pupila. Fue como si el borde que las rodease se desenroscase como un regaliz, y se expandiese por los capilares dilatados de sus ojos. La sangre que les daba color comenzó a transformarse en un carmesí que empezó a asemejarse a un naranja resplandeciente, y a simple vista parecía que el plasma que empezó a inundar su iris no era más que una mezcla atrevida de colores pintados sobre lienzo y diamantes. Entonces, sus pupilas parecieron engrosarse con la misma facilidad que sus capilares, y rebotaron por sus nervios oculares hasta menguar y no ser más que dos rendijas tizón.
De un momento a otro, la mirada que me devolvió dejó de ser humana. En cambio, unos ojos brillantes parpadearon en mi dirección. Había motas de distintivos colores bailando en sus iris. De colores que ni siquiera conocía: tanto llamativos, como cálidos, oscuros y neutros.
Parpadeé casi instantáneamente, intentando desperezarme de la estupefacción en la que me había sumido. Por esa razón no debía de haber ni un solo guardia: aquellos criados debían de ser híbridos de criaturas Razha, así como lo era Keelan. Quizá por eso estaba tan seguro el duque de que ellos mismos podrían ocuparse del monstruo de la terma.
Pero, extrañamente, aquella mirada me recordó en específico a un monstruo que ya debía de conocer, aunque no sabía exactamente de cuál podía tratars…
Entonces, abrí los ojos desmesuradamente, y aunque estuve a punto de gritar o echar a correr en dirección a las escaleras para buscar a mis amigos, alguien me golpeó desde la espalda.
Y lo último que recordé fue la oscuridad apabullante de la inconsciencia.
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KEELAN GRAGBEAM.
—Audry, ¿puedes pedirle a tu novio que deje de hablarle a la petaca? — se mofó Evelyn, jugueteando entretanto inconscientemente con la falda de su vestido. Clarén se encontraba justo al lado de la princesa, sentadas en el diván bajo la ventana.
El castaño zarandeó a Lucca del hombro, intentando que dejase caer la petaca vacía de Éire, pero éste no hizo más que aferrarse aún más a ella, intentando ojear el interior de la botella desde su boquilla.
—Me está diciendo algo, pero es que no la e-escucho.
Audry puso los ojos en blanco.
—Sí, hombre, quiere que le repongas el depósito.
Sacudí la cabeza, intentando contener una sonrisa. Por un momento, mi parte más lógica soltó un murmullo que me rogaba arrebatarle la petaca al pobre amigo de Éire, pero perderme este espectáculo no era una opción viable. Sobretodo cuando nadie le estaba haciendo daño a nadie.
—Por los dioses, Lucca, que le has dado el mismo sorbo que todos. ¿Cuánto hacía que no bebías? Yo es que no puedo estar con una persona que no me siga el ritmo — soltó el castaño, encogiéndose de hombros.
Lucca hizo un exagerado aspaviento, apretando con más ahínco la cabeza contra la petaca mientras exclamaba — : ¡Callaos! ¡Callaos! Me está diciendo que…
—¡Los guardias! ¡Eris! ¡Están aquí! — vociferó Evelyn, mirando por la ventana. Casi inmediatamente, Audry saltó de la cama y se asomó por el enorme ventanal.
—No, no, eso no me ha dicho. — Lucca negó con la cabeza, enfatizando sus palabras.
Yo tomé una bocanada de aire, cerrando con más fuerza mi mano en torno al mango de mi espada. Audry me echó una ojeada sobre su hombro, y yo asentí en dirección al pelirrojo, pidiéndole silenciosamente que se ocupase de él. Y al instante lo hizo, sentándose a su lado y quitándole la petaca de entre los dedos tras un torpe forcejeo. Finalmente, Lucca acabó por cruzarse de brazos, enfurruñado, y sin dirigirle la palabra a Audry, quien no vio mejor solución que tirar la petaca por la ventana.
El castaño se encogió de hombros cuando lo maldije por lo bajo.
—Es eso o tener una baja más, y no me apetece tener que lidiar luego con Éire. — Tras sus palabras, Evelyn se giró hacia nosotros, alisando su vestido con los labios crispados.
—Hablando de Éire…— La princesa hizo una pausa, carraspeando —. ¿No está tardando demasiado?
—De hecho, sí. Tan solo iba a hacer una cosa con respecto al incidente de la terma del otro día. No entiendo porqué tardaría tanto — respondí, tragando saliva duramente. Aquella situación no me daba una buena sensación. No me daba para nada una buena sensación.
—Tenemos que ir a buscarla. Si Éire hubiera visto a los guardias no se dejaría atrapar sin nosotros. ¿Por qué tardaría tanto? Esto no es normal — dijo Audry atropelladamente, desenvainando su daga. Su mano temblaba tanto que casi dejó caer el arma al suelo de sopetón —. Algo ha tenido que pasar. ¿Y si sí que hay un traidor? ¿Y si nos están vendiendo de verdad?
Evelyn se levantó del diván, echándonos a todos una mirada alarmada. Humedeció sus labios entreabiertos, borrando parte del carmín de estos.
—No, no, no. Eso no puede ser. Esto no puede salir mal. Le prometí a mi madre…Le prometí que…—Tuvo que detenerse un instante mientras intentaba controlar su respiración. Clarén acarició ligeramente su hombro, pero aún así no pareció calmarse —. Tenemos un plan, ¿cierto? Que Éire se separe de nosotros no significa nada.
—Significa todo, idiota. Si no sabemos dónde está ella, el plan se va a la mierda. ¡Ella es la que sabe lo que hay que hacer! — le exclamó Audry, aún con la daga en alto. Evelyn, casi inmediatamente, contuvo el aliento y retrocedió un paso. Entonces, él se giró en mi dirección, con la mirada bañada en desesperación y las manos sudorosas, y me preguntó — : Keelan, ¿qué hacemos?
Yo les repasé a todos con la mirada. Teníamos a un borracho, a un aprendiz de guardia, a una princesa y a una niña. Y, solo con esos datos, la opción de luchar estaba completamente descartada.
Y Éire…¿Dónde estaba Éire? No podía abandonarla. No iba a abandonarla, así que tampoco podíamos tratar de pasar desapercibidos para salir de aquí a escondidas.
Pero meternos en ese castillo sin un plan y sin saber dónde estaba la hechicera…Dejarnos atrapar libremente cuando podía tratarse de veras de un encarcelamiento. De una traición.
Yo tenía un pueblo, una corona y unos amigos.
Entrar en ese castillo significaba sacrificar todo eso. Significaba sacrificar mi vida.
Y, justo en ese momento, reparé en la mano de Clarén sobre el hombro de Evelyn. Ella era una de las protegidas del duque. La única persona de entre nosotros que no solo podía saber si el señor de la casa era un traidor sino que debía saberlo.
Avancé un pequeño paso en dirección a la niña, y clavé mi mirada en ella justo antes de preguntarle despreocupadamente:
—Una cosa, Clarén, ¿sabes si el duque está en casa? Tal vez él ha visto a Éire.
La cocinera tragó saliva, y casi inmediatamente retiró su mano del hombro de Evelyn. La princesa se giró a observarla, atenta a su reacción, y justo como esperaba, Clarén respondió rápidamente:
—No, no. Claro que no está en casa. Ha ido a…Mm…Ha ido al mercado.
Audry entrecerró los ojos e inquirió — : ¿Un duque haciendo la compra mensual?
Ella se aclaró la garganta, retrocediendo hasta chocar contra el diván.
—Sí, bueno…Mm…Es un hombre muy comprometido con su casa.
Yo di una zancada en su dirección, y Evelyn entornó los ojos mientras se apartaba de mi camino hacia Clarén. La princesa observaba a su amiga estupefacta, como si no pudiese creerse que ella la podía haber estado engañando todo este tiempo.
—¿Qué van a hacernos? — le pregunté, aunque no me hacía falta su respuesta para saber que no iba a ser agradable.
La niña alternó su mirada entre todos, mientras una perla de sudor rodaba por su sien. Durante unos instantes, ni siquiera se dignó a hacer el amago de responder, aunque sí que detuvo su mirada varias veces sobre Evelyn e intentó fallidamente soltar más que un murmullo inentendible.
El seco sonido de la punta de un tacón sobre la superficie marmolea cercenó el silencio de golpe. Era Evelyn, quien ahora estaba cara a cara con la enorme cocinera, mientras se deleitaba despedazándola con la mirada.
—Te tomaba por una niña valiente, fuerte, que había logrado sobreponerse a su intolerancia al sol y que trabajaba para ganarse su sueldo y alojamiento dignamente. En cambio, no eres más que una rata cobarde y repugnante, que prefiere esconderse en un recoveco en cuanto escucha un ruido fuerte el lugar de luchar por los inocentes. — Escupió justo sobre sus botas —. Si salgo viva de esta, yo misma vendré a Sindorya a terminar de enterrar tu cadáver. Descuida, bajo tierra no hace demasiado sol.
Tras aquello, la estancia se sumió en un silencio sepulcral. Evelyn le mantuvo la mirada, como si fuese una batalla que ella solo pretendía acabar victoriosa, y Clarén se mantenía cabizbaja sin siquiera entreabrir los labios.
Me acerqué a Evelyn por detrás, y zarandeé su hombro sin miramientos.
—Para de una maldita vez, no estás haciendo más que el ridículo. Es una niña — le dije entre dientes.
La princesa se giró en mi dirección, estupefacta, y arrugó la nariz indignada mientras me susurraba — : Una traidora.
—Que sí, Evelyn, ya sabemos que te ha traicionado la única amiga que has tenido en años. Ahora ¿puedes callarte? Tenemos que pensar en algo, y que te pongas a gastar tu enfado con una niña no nos ayuda en nada — farfullé, sin poder controlar las palabras que salían de mi boca. Ella tragó saliva duramente y se deshizo de mi agarre, apartándose hacia un lado casi inmediatamente.
En ese justo instante, Audry golpeó mi hombro desde atrás, y me indicó con la mirada que ojease la puerta.
La empuñadura de la espada estaba dura contra la palma de mi mano, y la adrenalina apenas tardó en trasladar con aún más fuerza la sangre a cada uno de mis músculos. La puerta estaba abierta de par en par, y tres enormes guardias armados sostenían sus armas con férrea determinación. El yelmo tapaba cada una de sus caras, y aunque ya no llevaban aquellos uniformes sin estandarte que portaron los atacantes a Zabia, pertenecían a la misma guardia:
La de Eris.
—¡No vamos a ir a ningún lado! ¡Tenemos una rehén y pretendemos utilizarla! — exclamó Audry, agarrando a Clarén del brazo y colocándola justo a su lado. La cocinera apenas opuso resistencia, pese a que el groso de su musculatura era bastante más considerable que la del castaño.
—¿Qué vas a hacer? ¿Lanzarla contra ellos? — preguntó Evelyn entre musites. Audry tan solo se encogió de hombros, restándole importancia.
—La utilizo de escudo humano si hace falta — respondió.
Entonces, escuchamos el sonido de alguien impulsándose desde el colchón. Antes de poder girarme para comprobar que ocurría, Lucca avanzó hacia nosotros e hizo el amago de dirigirse a los guardias. Audry rápidamente se acercó a él y lo sostuvo por el antebrazo, soltando a Clarén y dejándola a cargo de Evelyn.
—¿Qué haces, Lucca? No vamos a entregarnos — le dijo el castaño, cerrando sus manos en torno a sus hombros, mirándole desesperado. Sus respiraciones cada vez eran más aceleradas, y estaba seguro de que estaba al borde del colapso. O del ataque de ansiedad, en su lugar.
El gaznate del pelirrojo se movió secamente.
—No lo hagas más difícil, Audry. Entrégate, ¿de acuerdo? Si lo hacéis fácil, no os harán daño. La reina tan solo quiere que paguéis justamente por vuestros crímenes.
Fruncí el ceño casi inevitablemente. Por un momento, pude sentir perfectamente cómo me pateaban el estómago. Así que Éire tenía razón. El propio duque la había tenido. Habíamos tenido un traidor desde el principio.
Pero…Pero, ¿por qué? Era amigo de Éire desde la infancia. Creía que realmente la quería.
Audry apartó sus manos de encima de él inmediatamente, como si tuviera sarna, y abrió los ojos desmesuradamente mientras retrocedía. Se encogió como si le hubieran arrancado el corazón de cuajo, y dudaba que el brillo de sus ojos fuese tan solo un efecto lumínico.
—No…No puedes hacernos esto. No puedes hacerme esto. Dime que es broma, vamos. — Miró con fijeza a Lucca, esperando una respuesta que él no le dio. En consecuencia, Audry volvió a retroceder hasta chocar con mi pecho. Yo le sostuve desde atrás, sintiendo como su abdomen se contraía con un inminente sollozo —. Lucca, no quiero morir. No me hagas esto, te lo ruego. Ayúdanos a escapar. Éramos amigos, éramos…Éramos…
Lucca tan solo nos mantuvo la mirada un instante más, mientras Clarén se escabullía de entre las manos de una boquiabierta Evelyn y yo retenía a Audry con mis manos, quien no paraba de intentar forcejear para abalanzarse sobre el pelirrojo.
—Lo siento — fue lo último que dijo antes de desaparecer entre los guardias.
Audry me golpeó el abdomen con el codo, intentando liberarse de mí entre sollozos.
—¡Cobarde! ¡Te mataré! ¡Te juro que te arrepentirás de esto!
Tras la huida de Lucca, los guardias no tardaron en apresarnos. Y, si era sincero, ya ninguno intentó resistirse.
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