Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO XXV

Chica masticaba la carne que se había podido salvar de las bolsas. Nuestro carruaje estaba hecho trizas, estancado en un charco de lodo, sin apenas una pieza rescatable además de una rueda dorada.

Aún podía ver la frustración de Keelan al darse cuenta de cómo nos haría ver aquello ante la corte enemiga: débiles; un príncipe heredero débil, estructuras débiles, soldados débiles. Todo, absolutamente todo, nos haría ver como un blanco fácil ante Aherian.

De cualquier forma, el príncipe no había dicho mucho más sobre aquello; ni siquiera se había puesto a dar puñetazos por doquier, - como sabía que muchos hombres enfadados hacían, - y simplemente había intentado mantener una fría calma.

Recordaba las órdenes que había empezado a ladrar tan solo unos instantes después:

—Bien. Nuestra prioridad es que Aherian siga pensando que somos una fuerza a la que debe de temer. — El príncipe tomó una prolongada respiración —. Pese a que no tengamos ni carruaje, ni una completa comitiva, y apenas nos quede comida; podemos salir de esta.

Bufé, sin saber exactamente cómo Keelan tenía pensado salir de esta situación.

—Cuéntenos su maravilloso plan, alteza — dije con ironía, mirando de soslayo la mirada aterrorizada de Audry; el cual había dejado de estar feliz en cuanto descubrió que su tienda, los alimentos, bastantes armas, y parte de los mapas, habían sido destruidos.

Keelan me miró.

—Es lo que iba a hacer — aclaró él, limpiándose la humedad que se congregaba en su rostro con el dorso de su mano —. He averiguado que hay otro camino; a al menos cuarenta y cinco leguas de aquí, rodeando todo el acantilado, aunque tardaremos unos cuantos días más en llegar. En cuanto atravesemos esa zona, a pocas varas, habrá una posada donde podremos pasar la noche. Conozco el sitio, mi padre siempre me ha dicho que es un hervidero de negocios en Aherian; el sitio idóneo donde conseguir mercenarios, ladrones, y soldados. O, al menos, personas que puedan hacerse pasar por soldados el tiempo suficiente como para firmar el tratado.

Enarqué las cejas.

—¿Crees que es una buena idea adentrarte en un reino enemigo con soldados que ni siquiera te son leales?

El príncipe se encogió de hombros.

—¿Tienes una idea mejor? ¿O, acaso, refieres que el rey decida que es una mejor opción atacar a Zabia, retenernos y masacrar un reino entero lleno de familias inocentes?

Tragué saliva, sabiendo que, de nuevo, parecía tener razón. Entonces, Keelan asintió en nuestra dirección, justo antes de añadir: — Bien, ahora que estamos de acuerdo, yo haré la primera guardia. Mañana antes del albor partiremos hacia el este; descansad, porque nos esperan bastantes días a caballo.

De eso había pasado un día. Un día entero a caballo, hasta que el sol había desaparecido por occidente mientras el crepúsculo daba paso al manto oscuro que se cernía sobre Gregdow a medianoche. Tuvimos que abandonar a la mayoría de caballos a su suerte; tan solo conservando a Chica, al caballo tan oscuro como la misma noche sin estrellas por el que el príncipe se había interesado, y a otro tostado al cual Audry llevaba todo este tiempo cabalgando.

Yo haría esta noche la segunda guardia, con la yegua a mi lado mientras ella masticaba a duras penas un trozo de carne seca y dura. Hacía algunas horas había pensado darle un trozo tierno, caliente y jugoso de mi cena; sin embargo, los animales salvajes cada vez eran más escasos, y esta misma noche habíamos tenido que compartir una liebre entre los tres. Por mucho que ninguno lo dijese, y el silencio fuese sepulcral, todos sabíamos lo que aquello significaba.

Debía de haber un depredador aún mayor.

Aunque, por mucho que lo había pensado, no sabía qué podía ser más enorme y peligroso que un pulvra, un cornok, una bynge, un dankú, una horda de protectores; o, incluso, que Serill.

-Que el círculo de la tríada nos aguarde; entre los mares serenos, cada gota de lluvia y trozo de tierra firme de Vignís y los animales más indómitos de Kerönhe, que surja la vida de la benevolente Cristea; diosa, madre, reina y doncella de Nargrave. - Escuché decir a Audry, quién estaba escondido bajo algunas mantas que habíamos podido rescatar del estropicio de la noche anterior —. Que así sea.

Até a Chica a un sicomoro ligeramente alejado del lugar donde nos habíamos asentado. Le eché una ojeada a Audry sobre mi hombro.

—¿Por qué benevolente? — inquirí. En cuanto vi que Audry asomaba la cabeza de entre sus cobijas, ceñudo, añadí: — Según cuenta la leyenda, Cristea misma esparció la oscuridad sobre Nargrave, creando del mismo roce de sus largos dedos la gripe que lleva su nombre; gripe que, sino recuerdo mal, mató a gran parte de la población de nuestras tierras.

El niño, casi de inmediato, se incorporó levemente. Parecía ofendido, mientras me echaba una mirada imperceptiblemente entrecerrada.

—Ella nos creó. Cristea es nuestra madre; madre de todos los mortales de Nargrave, y de todos los que habitan en las tierras y mares más allá de nuestros reinos.

Bufé, pero no volví a abrir la boca; al menos, no para hablar sobre fe. No iba a cuestionar en lo que creía Audry, pese a que pensaba firmemente que era una estupidez. Nunca podría creer en la existencia de una fuerza tan poderosa como una tríada incorpórea que se sentaba en unos tronos hechos con las almas de los tiranos, observando todo desde unas tierras muy lejanas a las nuestras; tras el cielo, tras la vista mortal. Más poderosos que los mismos hechiceros, más omnipotentes que un rey o una reina; aquello era únicamente ridículo.

—¿Crees que hay algo más tras los mares de Vignís? ¿Más tierras? — preguntó el príncipe. Desde hacía unas horas, había estado guardando silencio, recostado contra el tronco de un árbol y examinando los pedazos que habían quedado de nuestros mapas. Aún así, ahora, mientras ojeaba al delgaducho niño, parecía increíblemente curioso.

—¿Y porqué no? No sabemos que tan grande es nuestro mundo. No creo que seamos los únicos seres en este lugar, ni tampoco creo que Nargrave sea la única tierra que exista. Tras esos mares, sé que hay algo más.

Solté un pequeño suspiro, ojeando el lienzo oscuro y luminiscente que se cernía sobre mí; la luna llena levemente opacada por uno de sus lados, tan lechosa como el colmillo de aquel pulvra; pareciendo de tacto tan suave como unas enaguas de seda con puntillas plateadas, mismas como las estrellas que parpadeaban sobre mí. A veces, me preguntaba qué era exactamente el cielo; era obvio que no tenía nada que ver con unos dioses, como decían por el continente: que tras esa capa que bailaba entre el negro más oscuro y el azul más dulce, había tres tronos sentados sobre un círculo hecho de trozos de luna, bocados de nubes y rayos de sol, donde las almas de corazón noble esperaban para volver a nacer. Pero aquello era tan ridículo como el hecho de imaginar a Keelan comprometido y cuidando de niños molestos, así que siempre me quedaba con la misma incógnita y sin ninguna respuesta que no tuviera que ver con la fe.

—Si fuera así, ¿por qué crees que nadie ha ido a conquistarlo? — Keelan dejó los mapas a un lado, mirando pausadamente a Audry.

Audry se ajustó el cuello de su túnica, - ya que había tirado su armadura en cuanto llegamos hacía días a la cabaña de Serill, - y se acomodó sobre las altas hierbas.

—Creo que nadie se ha molestado en intentarlo; los reyes están demasiado ocupados bebiendo vino y mandando a sus soldados a batallar en campos por motivos absurdos. Y los demás no tienen ni el dinero ni los recursos, y si los tuvieran, no creo que los malgastasen en una leve esperanza que no tiene consistencia alguna.

El príncipe asintió, con las hebras de su cabello arremolinándose en su frente perlada en sudor, mientras un soplo de aire frío hacía ondear su vestimenta simple y liviana. A veces, incluso me sorprendía de que no llevase una túnica brocada en oro y plata; aunque luego recordaba que el príncipe parecía ser más un guerrero, con aquel cinturón y esas armas escondidas en lugares inimaginables, y entendía el porqué; más que un señor cortés y tranquilo, Keelan era un astuto y capaz soldado.

—Los reyes toman decisiones bastante cuestionables hoy en día - admitió el príncipe. Le eché una ojeada consecuente, mientras me acercaba a tomar alguna de las mantas hechas jirones que quedaban; pese a su estado, eran mejor que nada.

—¿Por qué Zabia tiene esas rencillas con Aherian e Iriam? ¿Por qué no tenían ya un tratado firmado, como lo tienen con los otros dos reinos? — pregunté esta vez yo, echándome sobre unas briznas de hierba que parecían limpias.

Keelan, como si sus ojos se movieran con una gracia felina, tardó apenas un instante en mirarme. Humedeció sus labios, deteniéndose más de lo necesario en pasar su lengua por su labio inferior.

—Bueno, hace algunas décadas, hubo una guerra que involucró a todos los reinos. No sé demasiados detalles: pero al parecer Iriam y Aherian se aliaron con el bando opuesto, Zabia arrebató muchas vidas que no debió arrebatar, y la sombra de eso aún persigue a nuestros pueblos. De cualquier forma, es algo que se ha intentando ocultar mediante pasaban los años.

—Bastante cuestionables, sí — dije, chasqueando la lengua, mientras tapaba mi cuerpo con aquella manta de lana de oveja destrozada. No me detuve en observar por última vez a Keelan o a Audry, cuando todo a mi alrededor no fue más que cielo estrellado.

ⵈ━═══════════╗◊╔═══════════━ⵈ

Tres días habían pasado desde aquella noche. Aún no habíamos llegado a nuestro destino: demasiadas paradas, algún que otro monstruo, y un largo descanso durante la noche que nos retrasaba más y más. Keelan parecía cada día más frustrado, observando los mapas con más ahínco, como si estuviera firmemente seguro de que nos habíamos perdido; de que aquel esbozo de esa posada no era más que un dibujo estúpido, que realmente se encontraba leguas y leguas más allá.

Aún así, en esos tres días no nos desviamos del camino por el que nos guiaba el príncipe, montando en su caballo de crines tan oscuras como su mismo cabello, siempre algunos pasos más avanzado que Audry y yo. A veces, me preguntaba cómo podría vivir el príncipe entre tanta preocupación; todo el día observando aquellos mapas, comiendo apenas mientras se preocupaba por ojear algunos papeles, dormitando siempre alerta por si alguna criatura aparecía.

Jamás lo diría, pero me causaba un enorme interés averiguar de donde habían salido aquellos extraños hábitos.

En estos tres días, había intentado dejar de tomar aquella agua mágica, sin querer volver a conjurar una tormenta; sin embargo, el único día que lo había intentado, se convirtió en eterno desazón; dolor, cansancio, sudor, necesidad. Necesitaba esas hierbas, necesitaba esa suave sensación acariciando mi gaznate. Por mucho que quise negarlo, era obvio que la magia sanadora de los temporales no funcionaba con mi abstinencia, tan solo la retrasaba.

Así que, ahora, parecía que iba a tener que depender también de aquella agua enfrascada.

Estiré mis extremidades sobre las hojas secas y caídas de Gregdow, extrañamente marchitas y casi ennegrecidas, mientras escuchaba el susurro de mi daga traquetear en su vaina.

Parpadeé, sintiendo la leve calidez de los rayos del sol bailar entre mis párpados, tan molesta como siempre; sin embargo, justo cuando quise incorporarme a buscar un poco de agua, algo me detuvo.

No fue el rugido de un monstruo, tampoco el silbido de una espada ni unos gritos agoniosos; fue la nada. La absoluta, completa y única nada; oscuridad, silencio, ausencia alguna de sonido, sin visión, sin oído, sin olfato. Incluso, aunque quise sentir la humedad de las plantas entre mis dedos, tampoco sentí su tacto.

Fruncí el ceño, al menos, eso quise hacer, mientras intentaba remover mi cuerpo. La opresión de algo sobre mis manos, atándolas, inutilizándolas. Cadenas, pensé de inmediato; sin embargo, ningún material pesaba sobre mi piel. No, no, no, no era eso. Lo sabía con certeza, incluso aunque no pudiese olfatear su hediondo olor.

Era magia.

Tal vez no Razha; tal vez no los vestigios que dejaba un monstruo, pero sí que era magia. Aunque no sabía con certeza cual de todas.

Entonces una voz se adentró en mi mente, haciéndose hueco entre mis pensamientos más banales, y escavando con sus espolones afilados en mi cerebro. Estuve segura de que si pudiese haber gritado, en ese momento lo hubiera hecho.

<<Éire, Éire, Éire..., eres Éire, ¿verdad, niña? >>

Una voz vieja, tan antigua como los mismos árboles que rodeaban el bosque; conocida..., no, conocida no, pero sí que confusa. Extrañamente oscura, arrastrada, lenta y profunda; como si un canto al unísono de dolor se hallara detrás, engarzado en cada tono de sus palabras. No supe con certeza si se trataba de un hombre o una mujer, tal vez de una vieja erudita, o de una criatura que engañaba a tu mente; sin embargo, algo era obvio: aquel ser no era humano.

Sus dedos incorpóreos, - o tal vez sí que tenían forma y estaban partiendo mi cráneo en dos, - arañaron, arparon y rasgaron cada trazo de mi mente; rebuscando algo, enturbiando mis pensamientos, haciéndome sentir cada ápice de dolor pese a que ni siquiera sentía mi cuerpo físico. Estaba en una especie de trance, sola, en un vacío, entre remolinos de oscuridad y suplicio constante; sin poder gritar, sin poder ver, sin poder sentir nada además de dolor.

Quise sacar mi daga y desgarrar su cuerpo, abrir mi boca para soltarle todas las amenazas en las que freía sus vísceras sobre su propia sangre, y las tragaba de un bocado, mientras le sacaba los ojos y me limpiaba las uñas con un balde y el mismo cuchillo con el que lo había destripado.

<<Oh, ¿quieres matarme? Eso es algo complicado, Éire. No estamos en el mismo plano. Aún así, podría ser divertido verte intentándolo. >>

Me mecí, hincando mis uñas sobre mis rodillas, acercando mis piernas a mi pecho; al menos, eso fue lo que intenté, queriendo volver de aquella bruma de dolor y confusión. Aquella perdición, aquel vacío, que por mucho que intentaba encontrarle salida no parecía tener un fin. Sin embargo, la voz no parecía divertida, juguetona o maliciosa; en todo caso, parecía extrañamente neutra.

<<Volverás, aprendiz, volverás. Estas tierras que pisas son antiguas, tanto como yo; y necesitan que las ayudes, niña. Para volver, necesito que las ayudes aún más de lo que ya lo has hecho. >>

Mi mente rogó, se sacudió, la zarandearon como un jubón lleno de polvo, mientras yo me perdía entre esa nebulosa, trastabillando, sintiendo un extraño hollín moteando la punta de mis dedos. Todo a mi alrededor fue un eterno y sempiterno pozo, inundado de aguas tan oscuras como el carbón, mientras mi conciencia se ahogaba y se ahogaba, dando brazadas mientras intentaba sobrevivir.

Hipé, tosí e hice aspavientos, buscando un borde, una piedra saliente, una cuerda caída sobre las aguas; lo que fuera, lo que fuera.

Sin embargo, una aplastante energía me obligó a hundirme, a tragar aquella agua espesa y negruzca, a sentir aquel líquido suntuoso pasando por mi nariz, mi garganta, mis pulmones, bañando mi corazón como oro líquido a una espada. Ni siquiera escuché los chapoteos, ni las burbujas que delataron mi último aliento, tampoco sentí como el agua se pegaba a mi túnica desasida ni como mis pies se retorcían.

De nuevo, todo se apagó a mi alrededor.

Y yo fui parte de esa oscuridad.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro