Capitulo 22
Arely, cubierta de tierra y sudor, se acercó a la puerta de la celda para llamar la atención del guardia custodiándola. Era un señor de avanzada edad, sin embargo, con una buena condición física que podía dejar inconsciente a cualquier con solo usar su puño.
—Disculpe.
El guardia ni se inmutó en voltearla a ver.
—Disculpe, señor —trató de llamar otra vez, pero no funcionó—. Sé que me está escuchando, así que diré lo que tengo que decir.
Se levantó del frío piso del cual estaba sentada hace días. Y, aún sintiéndose un poco mareada debido a que no había tomado ni bebido nada en esos dos días ahí encerrada, se levantó para agarrarse de los barrotes oxidados de la celda para que el guardia le escuchara mejor.
—No le veo justo tenerme aquí, como animal, sin siquiera decirme la razón —el guardia siguió serio, viendo hacia el frente—. Esto es claramente una violacion a mis derechos como prin... —dejó la palabra en el aire y sacudió su cabeza para pensar en sus palabras claramente—, como habitante de Ellewebis. Me gustaría hablar con el Jefe...
El guardia chasqueó la lengua, irónico. No creía escuchar las palabras de aquella joven chica.
—Parece que no viviera en Ellewebis. —Arely frunció el ceño en signo de confusión— Todos los habitantes de Ellewebis saben que nada aquí es justo, nada más para la familia real.
El mundo de Arely parecía volverse más obscuro cada vez más. Empezaba a desesperarse, y ni siquiera sabía por qué estaba perdiendo tanto tiempo ahí encerrada.
Hasta que lo pensó bien...
Tal vez la reina ya sabía de la existencia de Anna, y trataba de deshacerse de ella, más no sabía que Arely estaba en su lugar.
Tragó saliva de sólo pensarlo.
—Señor...
—Hasta que la princesa Arely no de más órdenes, usted permanecerá aquí. Le pediré que por favor guarde silencio. —le interrumpió.
—¿Podría darle agua aunque sea, por favor? No he bebido nada en dos días.
Dicho esto, el guardia volteó a verla por primera vez. Y juzgando por apariencias, aquella chica no bromeaba con lo que acababa de decir. Él simplemente se volteó y caminó hacia el lado contrario de donde estaba la celda de Arely.
Arely cayó de rodillas al piso, ya que no le quedaban más fuerzas para seguir parada. Y parte de su debilidad venía de la falta de energía, pero también venía de lo que se acababa de dar cuenta.
Anna mandó a encerrarla.
No entendía por qué, o más bien, Arely no quería aceptar la razón del enojo de Anna. Pero, ¿qué podía hacer ella? Si nunca se esperó encontrarse con Christian, y tal vez había hecho mal en no contarle a Anna. Aunque después de todo, ¿cómo hubiera Arely entrado al palacio si Anna estaba ocupando su lugar?
Debía aclararlo todo, así Anna y ella pudieran unir fuerzas para encontrar a Christian, quien parecía gustarle esconderse sin previo aviso.
Por la esquina de la celda un vaso de metal se deslizó con agua, junto a un pan.
Ella ni siquiera levantó la vista y procedió a devorar todo tan rápido que hasta le podía causar indigestión.
—Si hubiera puesto veneno, ya estarías muerta.
Arely sonrió agradecida, y levantó la vista hacia el guardia.
—Gracias. —dijo, aguantando las ganas de llorar.
Porque nada estaba saliendo bien y los malos entendidos entre ella y Anna seguían creciendo.
—Te daré un consejo, aunque no me lo hayas pedido. Ten cuidado en tu estadía en el palacio y cuida tus palabras, porque desde ahora vivirás el infierno estando en tierra.
—¿A qué se refiere? —preguntó temerosa, temía a que aquella fuera una amenaza.
—No sé los detalles, pero desde mañana serás básicamente una esclava en el palacio.
Esto no podría ponerse peor, pensó Arely.
Hubiera sido mejor salir muerta del palacio. De pequeña ella pensaba que vivir dentro de la realeza era lo mejor del mundo, no habían preocupaciones, cosa que con el pasar de los años esa mentalidad cambió. Su responsabilidad como princesa era estar preocupada por sus alrededores, ya sea porque era su deber mantener a la nación en pie o por los monstruos que la acechaban, especialmente la reina.
Haber estado fuera de ese lugar le había enseñado muchas cosas, la pobreza no es significado de tristeza, la gente vive feliz y unida. Era irónico como en un lugar pequeño y muy poblado pudo haberse sentido tan libre y relajante.
La princesa estaba de vuelta en casa, más no en su vieja y cómoda habitación.
Sirvientas de la realeza llegaron a la celda, dos de ellas demasiado jóvenes como para ser esclavas del palacio, mientras que la mayor, quien estaba al frente de las dos ya mencionadas, era una mujer mayor, malhumorada y sin ni una mínima intención de ser amable con sus inferiores.
—¿Es está la nueva? —preguntó a metros de la celda, sin quitarle la vista de encima a Arely— No sé qué diablos piensa la gente para traerme a más niñas inútiles a servir.
El guardia se mantuvo recto y en silencio. Saco una llave de su bolsillo derecho y procedió a abrir el candado para que la puerta de la celda se abriera. Por última vez, le dio una mirada triste a Arely, no transmitía nada más que pena por lo que aquella chica estaba a punto de vivir. Seguido de esto, se retiró sin decir nada.
Arely, aún en shock, se encontraba sentada en sus rodillas, temblando. No sabía que hacer, y pensaba a creer que quedarse ahí encerrada era la mejor opción.
—¿Quieres que te cargue hasta tu cama? —preguntó irónicamente aquella mujer mayor.
Cuando las tres sirvientas empezaron a caminar en dirección contraria a la celda, Arely se paró a duras penas para seguirles el paso.
No llegaron muy lejos. El olor a estiércol y pan recién horneado se podía sentir apenas cruzaron un gran portón de metal, el que daba directamente a la granja y cocina de todos los sirvientes. Era un lugar que Arely nunca tuvo conocimiento alguno luego de vivir toda su vida en el palacio.
—Ya saben las tareas. Espero que no se demoren como ayer. —y sin más decir la mayor se fue, dejando a las chicas más jóvenes con Arely.
Se formó un silencio incómodo, las dos sirvientas más jóvenes se miraron entre sí, más no dijeron nada y empezaron a caminar directo a la granja. Arely sin saber qué hacer o dónde ir, las siguió.
Arely cada vez se cuestionaba más el cómo ella no podía saber de que había más de una granja en el palacio. Y a juzgar por lo que estaba viendo en ese momento, esa granja estaba en la peor condición, al igual que los animales.
Una cubeta y una pala cayeron al lado de Arely. Confundida, volteó a ver a las sirvientas quienes no les importó aquella mirada que les lanzó Arely y tomaron cada una un caballo antes de de salir.
—Tú limpia y nosotras los sacaremos a tomar. —habló una de ellas refiriéndose a los caballos— Que no quede nada de estiércol o la señora Callie se molestará.
Arely tomó una gran bocana de aire para luego exhalar con frustración. No podía decir en voz alta lo que le causaba impotencia, y si lo hacía nadie le creería.
Tragó saliva tratando de deshacer aquel nudo en la garganta que tenía, pero pareció no funcionar en absoluto.
***
Al otro lado del palacio, la princesa Diana caminaba tranquilamente, siendo escoltada por su caballero real por los jardines llenos de tulipanes, gardenias y rosas. Atrapada por la belleza de estas, Diana se paró a contemplarlas en silencio.
Detrás de ella había un Christian peleando para salvar su vida de los insectos que ahí acechaban. Diana giró sobre sus talones al ya no ser capaz de soportar los quejidos, caminó hacia él, quien volvió a su postura rígida y derecha.
—¡Ah! ¿Qué fue eso? —preguntó desconcertado, llevando su mano hacia su mejilla para sobar el área donde la palma de Diana se había estampado.
—Había un mosquito. —respondió con normalidad antes de volver a girarse y seguir adentrándose en el jardín.
—Gracias... supongo. —le siguió el paso, aún un poco confundido por lo que acababa de pasar— Igual, se sintió algo fuer...
—Tu mejilla era muy flácida, es por eso.
—Aún siento... Oh. ¡Ey!
Diana volteó nuevamente para ver a quien saludaba tan alegremente Christian. Frunció el entrecejo al darse cuenta que se trataba de una anciana, quien cargaba trozos de leña en sus brazos. Le pareció algo sospechoso que Christian conociera a alguien en el palacio, por lo que decidió esconderse detrás de una pequeña palmera que yacía en el lugar.
—Usted está en todos lados. ¿Cómo entró aquí?
—Te hemos estado buscando por todos lados. ¿Que haces vestido así? —inquirió al verlo de pies a cabeza.
—Lo siento. Tuve que venir sin avisar. ¡Pero estoy bien! Ahora soy un caballero real. —dijo sonriendo con orgullo, la anciana le dedicó una sonrisa triste.
—Cuídate. —dijo antes de marcharse.
Diana no iba a desaprovechar la oportunidad, y decidió seguir a escondidas a aquella anciana que cargaba leña cuando aún no era época de invierno en Ellewebis.
Se encargó de ordenarle a Christian de buscar un vaso con agua, lo cual lo iba a mantener ocupado un buen rato ya que la cocina real estaba lejos del jardín en el que se encontraban. Al asegurarse de que desapareciera de su vista, se apresuró a seguirle El Paso a la anciana.
Las horas de entrenamiento sin cesar y las noches de desvelo habían servido, ya que la anciana no era consciente que alguien la seguía en aquel bosque al que se adentraba. La noche empezaba a caer, y Diana cada vez descubría nuevos pasadizos secretos que antes no había visto, ni siquiera en los mapas del palacio que había infiltrado.
La situación empezó a darle mala espina, por lo que sacó su pequeño cuchillo que llevaba escondido en su corset. Tiro el pequeño pedazo de tela que lo cubría y lo coloco en su mano derecha lista en caso de ser necesario. Rápidamente se escondió detrás de un árbol al darse cuenta que la anciana había dejado de caminar. Su corazón latía tan rápido que tenía miedo de que alguien fuera capaz de escuchar sus latidos y descubrirla.
—¿Qué planeas siguiendo mintiéndole a Christian? ¿No te remuerde en la conciencia que él aún cree en ti? —Diana apretó el cuchillo, y a pesar de que sabía que ya la habían descubierto ella decidió no moverse.
El sonido de leñas caer al suelo resonaron por el bosque, y una ráfaga de viento se hizo presente, haciendo que a Diana se le erizara la piel.
—Ya es hora de decirle a él de quien eres, ¿no lo crees?
Diana sonrió de lado irónicamente. Parecía que ni ella misma se conocía.
—Anna, ya basta de juegos.
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