🎃. CAPÍTULO 8
Una semana después, en Volterra, los tres Reyes continuaban con sus responsabilidades, pero algo les perturbaba en el fondo. El antiguo espejo rústico del salón principal, un objeto que normalmente se mantenía en un estado opaco y sombrío, comenzó a cambiar repentinamente. Lo que solía ser una superficie negra y densa ahora se aclaraba, mostrando un temblor en su vidrio, como si la realidad misma estuviera siendo alterada, y la superficie del espejo vibrara como agua agitada. Los tres Reyes se detuvieron, sus ojos fijos en la transformación.
Caius y Marcus intercambiaron una mirada tensa, mientras Aro se acercaba más al espejo, cautivado por lo que estaba sucediendo. En ese momento, una figura comenzó a tomar forma. La silueta oscura y elegante de Laice, la Catrina y su compañera destinada, emergió lentamente. Un pequeño fénix, del tamaño de un loro, reposaba en su hombro, su plumaje ardiendo suavemente como si fuera la fuente de una luz cálida y perpetua. Sin embargo, la imagen que se mostraba no era la que los Reyes deseaban ver: su reina parecía haber sufrido graves daños.
Los rasgos óseos de su rostro, mejillas y manos mostraban signos de desgaste, como si hubieran sido mordidos y rasgados por bestias de colmillos afilados. A pesar de las heridas, su porte seguía siendo tétrico, neutral, y elegante. Su cabello negro, que solía caer en cascada, ahora solo llegaba hasta sus hombros, y una flor roja adornaba el lado izquierdo de su cabeza. Su vestimenta, antes un vestido etéreo y de otro mundo, había sido reemplazada por ropa humana más casual: una remera negra y jeans cortos de cuerina, exponiendo sus piernas delgadas, una mezcla inquietante entre lo humano y lo espectral.
—Oh, ¿estaban ocupados? —preguntó Laice con una indiferencia despreocupada, observando la escena en la sala. Ante ella, un vampiro joven de ojos rojos se encontraba a punto de ser ejecutado.
Caius y Marcus la miraron, ansiosos por correr hacia ella, pero se mantuvieron firmes, conteniendo sus emociones mientras adoptaban el porte de líderes. Aro, sin embargo, no pudo contener una sonrisa de alivio.
—Oh, Mia bellissima Regina, es una magnífica sorpresa tenerte aquí hoy —respondió con entusiasmo, pero sus ojos pronto se desviaron hacia el pequeño fénix—. Maravilloso, ya ha nacido.
Laice, acariciando al fénix sin mostrar ninguna señal de dolor ante su fuego, lo miraba encantada. Aunque su expresión parecía fría, era evidente que algo en ella se sentía profundamente conectada con la pequeña criatura.
—Preferiría que terminaras el juicio primero. Por respeto, por supuesto —respondió la Catrina, sus cuencas vacías enfocadas en el vampiro que yacía a sus pies, torturado por la mirada implacable de Jane.
Aro asintió con resignación, levantando una mano para detener el tormento.
—Félix, acaba con él.
El vampiro, en su desesperación, intentó lanzarse hacia Laice, buscando algún tipo de salvación o tregua. Pero antes de que pudiera acercarse a ella, el pequeño fénix lanzó una llamarada brillante, incinerándolo en el acto. Solo quedaron cenizas flotando en el aire, dejando a todos en la sala boquiabiertos.
Félix y Demetri silbaron, impresionados por la fuerza de la criatura, mientras que Jane y Alec se tocaron la frente, nerviosos ante lo que acababan de presenciar. El silencio incómodo fue roto por la risa vibrante de Aro.
—¡Increíble! ¡Es un pequeño prodigio! —exclamó con asombro.
Caius y Marcus, finalmente rindiéndose a su preocupación, se acercaron a su reina. Caius tomó su mano con delicadeza, su rostro endurecido por la preocupación.
—¿Estás bien, preciosa? —preguntó, su voz seria pero cargada de afecto—. ¿Qué te han hecho? ¿Por qué estás tan lastimada?
Marcus, con el ceño fruncido, acarició suavemente su mejilla, sus dedos rozando el borde áspero de su pómulo expuesto.
—Mi Lady, ¿es seguro que hayas venido sin sanar antes? —preguntó con inquietud, notando cómo su piel y carne apenas sostenían una apariencia física, como si su energía espectral estuviera débil.
Laice, aún tranquila, se dejó mimar por sus reyes. Aunque su apariencia mostraba los signos evidentes de una batalla, ella mantenía su compostura. Aro, siempre observador, miró tanto a la Catrina como al fénix.
—¿Este pequeño ser puede curarte las heridas? ¿O necesitas algo que podamos ofrecerte, mia Regina? —preguntó, su voz cargada de preocupación sincera.
Laice suspiró suavemente y les explicó que había estado enfrentando a sombras vivientes y pesadillas de las orillas del pueblo bajo conocido como "Letum Obscura", un lugar donde van las almas olvidadas y los que infringen las reglas de su "Villa Morte". Aunque había logrado escapar de ser herida gravemente tras una victoria gloriosa, el combate había dejado huellas profundas en su ser.
—Fue un pequeño inconveniente —dijo con indiferencia, acariciando al fénix en su hombro—. Pero nada que no pueda manejar con algo de tiempo. Este pequeño aún es joven para tales habilidades curativas, pero he decidido sanar estando con vosotros, ¿Podría quedarme un momento aquí y con ustedes?
Los Reyes intercambiaron miradas tensas, preocupados por la seguridad de su Reina. Sin embargo, sabían que ella era fuerte y que, con su ayuda, podría recuperarse. Y así, prometieron no dejarla sola, dispuestos a protegerla y restaurar su fuerza, mientras se preparaban para enfrentar cualquier nueva amenaza que se atreviera a desafiar a su reina inmortal.
—Claro que puedes, este castillo también es tuyo. —dijo Aro.
—¿Ya has comido algo? Estás muy desgastada, me preocupas, my lady—pregunta Marcus, mientras acaricia suavemente la mejilla de su mujer.
—Ya basta de abrumarla Marcus, vayamos a descansar en nuestro aposento con ella, por hoy queda finalizado otro juicio. —dijo Caius con su altanera actitud, bajo una sombra y rictus molesto ante la debilidad y falta de sanación en su mujer.
—Podéis retiraros. —anuncia Aro hacia la guardia, pidiendo discreción y privacidad de manera educada.
Así fue como el gran salón quedó libre, para su privacidad romántica física.
—Tranquilo, Caius. Estoy bien —comenta Laice, despreocupada con intención de acaricia su mejilla con la mano derecha pero Caius lo rechaza tomando su mano con la suya, evitando caer en esa rendición.
—No, descansarás. Te respondrás con nuestra cercanía como pretendes necesitar y si necesitas comer algo, dinos qué podemos ofrecerte —exigió demandante Caius, mientras se lo veía muy determinado en cuidarla.
Siendo así, como los tres reyes consiguieron tener a su merced a su reina y preciosa Catrina, descansando petrea y quieta en una cama, deleitandose por las caricias de Marcus y Caius, mientras que Aro escribía poemas mientras la observaba de cerca, tampoco tenía tanto permiso para tocarla como le gritaba el instinto, la confianza no estaba ganada.
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