🎃. CAPÍTULO 2
En una de las salas más antiguas y privadas del castillo de los Vulturi, una mujer imponente de cabellos negros como el azabache permanecía inmóvil, observando a través de una gran ventana que daba al paisaje nocturno de Volterra. Su rostro pálido, delicado casi traslúcido como el mármol, estaba adornado con el maquillaje típico de Catrina, resaltando su naturaleza inquietante. Donde deberían estar sus ojos, sólo se veían cuencos vacíos, negros como la oscuridad misma, enmarcando una expresión ausente.
A sus espaldas, Marcus y Caius gruñían, intercambiando miradas tensas y cargadas de frustración. No soportaban verla tan distraída, ajena al conflicto que hervía entre ellos. Era la compañera compartida de Aro, Marcus y Caius, pero su presencia parecía desestabilizarlos, más de lo que querrían admitir. Aro, siempre orgulloso y controlador, se resistía a ceder el dominio, incapaz de aceptar que una mujer pudiera tener un lugar de poder entre ellos, aunque la verdad fuera evidente.
Ella, en cambio, no mostraba emoción alguna, como si nada de lo que sucediera en la habitación pudiera afectarla. Su mirada, o más bien la ausencia de ella, se mantenía fija en el horizonte, en el primer indicio de luz que anunciaba el amanecer en Italia. Era una figura de misterio, imponente sin necesidad de pronunciar una sola palabra. Su silencio pesaba más que cualquier disputa entre los Vulturi, y aunque Marcus y Caius contenían su enojo, sabían que no podían ignorar la importancia de su presencia.
La noche en Volterra comenzaba a disiparse, pero dentro de la sala, el aire se mantenía cargado de tensiones no resueltas, mientras la joven permanecía ajena, siendo observada pero siempre inalcanzable.
Laice de cuencos vacíos y rostro imperturbable, permanecía de espaldas a Marcus y Caius. Su silueta inmóvil se recortaba contra la tenue luz del amanecer, que apenas comenzaba a teñir el horizonte de Volterra. El aire de la sala estaba cargado de tensiones no resueltas, y el silencio solo aumentaba la incomodidad entre los dos vampiros. Finalmente, fue ella quien rompió el mutismo con una voz suave pero firme, sin girar su mirada hacia ellos.
—Quizás debí esperar el siglo que sugerí desde un principio —dijo Laice, su tono distante, casi indiferente—. Sigo sin entenderos, sigo sin sentir propiamente sentimientos humanos como vosotros, ni siquiera sé qué sentir con la actitud impertinente de Aro.
Caius, siempre el más impulsivo de los tres, reaccionó de inmediato a sus palabras. En un pestañeo, se colocó a su lado, tomando el delicado mentón de la mujer entre sus dedos fríos, pero con una firmeza que no admitía resistencia. Sus ojos brillaban con una intensidad que reflejaba tanto su devoción como su furia contenida. Gruñó, aunque no de amenaza, sino de deseo.
—No tengas arrepentimientos, mi Reina —susurró, su voz era un murmullo grave y lleno de poder—. Estamos enlazados como debía ser. Que no te aflija el comportamiento imbécil de Aro.
Laice no se movió, ni respondió de inmediato. Su piel, pálida y casi traslúcida bajo la tenue luz, contrastaba con la fuerza de Caius. No había emoción en su rostro, ni siquiera la más leve señal de que las palabras del vampiro hubieran causado efecto alguno en ella. Era un misterio, una figura más allá de los sentimientos mundanos que parecían dominar a sus compañeros. Pero la frustración en la habitación se sentía palpable, especialmente proveniente de Marcus, quien observaba la escena con ojos endurecidos.
El segundo de los tres hermanos Vulturi, Marcus, se levantó pesadamente de su lugar, su expresión solemne y sombría. Caminó hacia la cama y, sin ningún cuidado por el protocolo o la dignidad, se dejó caer con un gruñido en la orilla del lecho, como un bárbaro cansado de la batalla.
—Todos debemos ser conscientes de que ceder el puesto de poder no es sencillo —dijo, su voz teñida de una melancolía que parecía inherente a él—. Aro ha estado al mando toda la vida, no es fácil, pero tampoco lo excuso. Sin embargo, he de admitir que parece muy oxidado en lo que respecta al romanticismo. Ni siquiera intenta seducirte. No entiendo cómo no le afecta estar sin ti.
Las palabras de Marcus llevaban el peso de los años, de las pérdidas y las frustraciones acumuladas. Era evidente que la indiferencia de Aro hacia Laice no solo lo irritaba, sino que también lo hería en lo más profundo. Marcus, a diferencia de Caius, anhelaba más que solo poder y control en esa relación compartida; deseaba conexión, algo que parecía escapárseles cada día más.
—Creo que puedo entenderlos mejor que antes, pero, no como desean ambos. Pedir disculpas me suena a excusa, así que... No sé que decirles —dijo Laice volteando a verlos, aunque permanecía inmóvil en su lugar ante las confesiones de ambos. Su mirada, sin demostrar un rostro que reflejase algún sentimiento o emoción en concreto aun vacía.
Detrás suyo el paisaje de Volterra, donde el sol comenzaba a teñir los cielos con un débil resplandor naranja.
—Nuestra vinculación funcionará como un colchón a su carencia, mi Reina. —afirmó Marcus mientras la observa esperanzado— Y aunque he notado que no lo notas, estás empezando a recobrar emociones o sentimientos, solo que son muy esporádicos para notarlo.
La catrina frunce el ceño, confundida. Y aquello doma en ternura a los dos vampiros. Mientras la ven embelesados por la expresión tan pura y sincera, casi rozando la inocencia.
—¿Yo? ¿Con qué? Di cuando fue eso —pidió tragando saliva, acercandose a Marcus buscando respuestas.
Sin embargo, Caius aprovechó para atraparla entre sus brazos y depositar un beso en su cuello desnudo, previamente descubierto por su mano derecha tras atraparla y evitando que ella llegara a enfocar toda su atención en Marcus.
—Caius... —gruñó molesta ante el impedimento.
—No consciento que ofrezcas mas amor a Marcus que a mi —gruñó como poseso, besando la piel desnuda.
La Catrina Laice tiembla incapaz de manejar la sensación extraña que calienta su cuerpo, soltando un jadeo nervioso. Incapaz de soltarse, mira a Marcus buscando ayuda.
—Caius, estás siendo muy absorbente. Respeta el espacio personal de nuestra Reina —advierte pacificamente Marcus pero su mirada expresa cierta diversión.
—¡Hmp! —resopló el mencionado, indignado por la intervención pero podía ver que ambos entendían el uno al otro, la vinculación era reciente. No se podía evitar que se robaran el uno al otro la atención de su compañera compartida.
—Bien, ¿En qué momento expresé lo que has comentado? ¿que hice?—preguntó Laice tratando de recuperar su compostura, aun cuando estuviera retenida en contra de su voluntad pero no era tampoco molesto.
—Cuando vinculamos, te has comportado posesiva y territorial. No has querido que me separara antes de la cama y de ti —expresó haciéndole recordar esa escena— Fue cuando interrumpió Aro.
—Oh, esa molestia... Entonces era posesión. Vaya, que extraño se siente mostrarse así y mucho mas por hombres —expresó incrédula.
—¿Tanto odio guardas al género masculino?—preguntó serio Caius.
—Rencor. Odio. Jugar con un corazón inocente e incrédulo, duele bastante. No perdono ni puedo confiar con facilidad, son parte de cada rasguño permanente en mi alma —expresa recordando y por solo un minuto, pueden ver en ese rostro el reflejo de dolor y amargura— Pero todo eso quedó en el olvido en cuanto morí y renací como la nueva Catrina, la Diosa de la Muerte.
Caius y Marcus se miran entre si, compartiendo una mirada significativa.
—¿Nos odias a nosotros?—preguntó Marcus cauteloso.
—No.
—¿Qué sientes por nosotros?—preguntó Caius ansioso por saber lo que ella sentía.
—Aprecio, posesión y que deseo protegerlos. Pero... Tengo una inquietud extraña en esta zona —expresa mostrando donde está su corazón— Es como cuando caes de un lugar alto y sabes que nada podrá salvarte del dolor.
—Tienes miedo. ¿pero porqué?—preguntó Caius con cierto dolor reflejado en su mirada rojiza, pero no en su voz.
—Con que es eso... Vaya. Supongo que es normal que tenga miedo de que me vuelvan a dañar —confiesa Laice.
—No lo haremos. Nos hemos entregado a ti, como muestra de fidelidad. A partir de hoy en más, eres nuestra —sentenció Caius con orgullo y determinación.
—Eso se verá con el tiempo...
Ambos resoplaron con la actitud que su compañera demostraba ante sus palabras.
—Lucharemos por demostrártelo —sentenció Marcus— Aunque nos cueste un siglo o más.
—Oh, hablando de eso —dijo Laice con cierta emoción curiosa— ¿Recuerdan que dije que deberían ganarse mi confianza en un siglo aproximadamente?
—Si, lo recuerdo. —contesta Caius sintiendo ese primer rechazo en su larga vida ante ese suceso.
—El que hayamos vinculado no quiere decir que me quede a pasar tiempo con vosotros, sigo teniendo responsabilidades que cumplir en el otro lado, así que les confieso que no podré ser una Reina como desean tenerme, por que sois vosotros quienes deberán abandonar este mundo por nuestra cercanía —explicó liberandose del agarre de Caius, quién perdió fuerzas tras su propia incredulidad.
—No estarás hablando en serio —farfulló con una voz que reflejaba su molestia.
—No puedo prescindir de mis obligaciones como vosotros tampoco, pero vais a tenerme al final del día, creo...—comentó Laice pensativa.
—Pero en el otro lado no existe hora similar a la nuestra —debatió Marcus.
—Podría intentar llevar un reloj de aquí para allá, pero no se si funcionará —confesó Laice abierta a esa opción.
—¿Y si nosotros te avisamos con un suave golpe al cristal? —preguntó Caius tras sentarse en la orilla de la cama, agotado mentalmente.
—Esa si no es mala idea, pero tampoco funcionará al cien por ciento —confesó resoplando con amargura, mientras se sentaba encima de la pierna derecha de Marcus e izquierda de Caius, utilizandolos como si fuera de un buen cojin para sentarse entre ellos.
Ambos como todo hombre ante la desnudes de su mujer, ya que solo estaba con un pequeño vestido de encaje negro transparente, "cubriendo" su desnudes.
—¿Por qué no funcionaría?—preguntó Caius con voz ronca.
—Por que no estoy todo el tiempo en mi despacho, siempre estoy en muchas partes —contesta pensativa.
—Mmm... Entonces es complicado pero no imposible. ¿Cuánto tiempo tenemos para disfrutar de su presencia, mi Reina?—pregunta Marcus.
—Tres días. Contando desde hoy.
—Entonces aprovechemoslo.
Ella era otra cosa, algo más allá de las luchas de poder, de los anhelos románticos o carnales que parecían consumir a los Vulturi.
Pero a pesar de la aparente frialdad de Laice, su presencia dominaba la habitación. Sin necesidad de una sola palabra más, controlaba el ambiente con su mera existencia. Caius y Marcus, por mucho que intentaran encajarla en su mundo, sabían que ella era un enigma que nunca terminarían de descifrar.
La mirada de Caius, aunque feroz y posesiva, comenzó a suavizarse al darse cuenta de la distancia inquebrantable que los separaba. Y Marcus, sentado como un guerrero derrotado al borde de la cama, solo podía observar en silencio, rumiando las complejidades de la situación en la que estaban atrapados.
El amanecer en Volterra avanzaba lentamente, pero dentro del castillo de los Vulturi, el tiempo parecía haberse detenido en un ciclo eterno de frustración y deseo insatisfecho. Pero sabrían como aprovechar esos días teniéndola con ellos.
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