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Círculo de fuego

Priscila siempre ansiaba los momentos en que se pudiera encontrar con Layan aunque estos se redujera a uno, y un segundo, ahora. Pero quizás esta vez no era así. Su cabeza dolía al punto de querer partirse en dos pedazos, las voces dentro de ella en vez de disminuir con el tiempo lo que hacían era aumentar una tras otra incluyendo la de la loba albina delante de ella sin poder identificar lo que decía, así que eso de poder leer mente no era algo que estuviera a su alcance.

De igual forma no le gustó la forma en que ella miraba al lobo, a su lobo. Giró la cabeza por encima de su hombro y en vez de correr hacia Layan como ella misma se esperó hacer solo se quedó en el lugar, aunque por dentro quería saltar a sus brazos.

-Shiraina, no puedes irte así, no estamos en mi manada- la regañó este aunque en su voz no se notaba reclamo, era más bien suavidad y dulzura.

Un golpe de celo atacó a la chica menor y enfocó a la loba apretando los labios. Era realmente hermosa y perfecta y completamente diferentes a ella. Y lo que más le preocupó, la loba parecía estar en una buena etapa de fertilidad, joven y fuerte y sí....

-Hola princesa- en cambio el saludo que le dio el alfa a Priscila fue bastante seco, y manteniéndose a una distancia prudencial. Había utilizado el título y apodo por el que la llamaban todos a excepción de sus seres más cercanos que utilizaban su nombre o diminutivos cariñosos.

El pecho de la cachorra se apretó y se contuvo de decir algo poco adecuado.

-Porque me tratas así- soltó sin darle mucha vuelta- Yo no te he hecho nada, tampoco muerdo para que mantengas distancia de mi-

La expresión de Layan fue complicada.

-Solo te salude igual que a todos-

Una risa surgió entre ellos.

-Layan, cualquiera que te conociera diría que le tienes miedo a esta cachorrita, intento ponerle la mano sobre la cabeza pero esta retrocedió un paso alejándose de su toque. La loba albina pareció ni prestarle atención al rechazo.

-Ahí está el problema. No me conoces-

-No seas así, la vas a asustar, y bien, quién eres- la loba insistió con una agradable sonrisa que haría inclinarse a cualquiera mas no a Pris, la de su mama era más linda.

-Priscila-

-Priscila, como la hija del alfa Hades- se mostró sorprendida.

-Yo soy la hija de Hades-

Esta vez sus rojos ojos se abrieron en dos.

-Es verdad, ahora que lo dices, si quitamos tu rostro eres la viva imagen de él. Eres realmente bonita-

-Tú también- respondió sinceramente la loba.

Shiraina sonrió aún más dejando ver dos óyelos en sus mejillas.

-Me lo dicen muy seguido pero viniendo de alguien como tú es todo un cumplido. Soy Shiraina, es todavía secreto pero seré la reina de la manada de hierro dentro de unas horas y aunque este ocupada, espero que nos llevemos bien-

-Shiraina, vámonos- Layan tenía los brazos cruzados delante de su pecho suspirando, la loba era demasiado sociable para algunas cosas pero estúpido el que pensaba que ella era ingenua.

Ella era una loba albina, los más engañosos de su especie. Nunca podías guiarte por cómo se mostraban, siempre tenían una máscara que ocultaba sus pensamientos. Ese había sido el trabajo de Layan en los años que había estado junto con él después de ser seleccionada entre todos los miembros de la manada destruida. La había mantenido bajo ojo crítico durante el entrenamiento para ser reina teniendo resultados excelentes. Shiraina era alguien que había que pensarse la dos veces para jugar con ella, siempre se tenía las de perder.

-Tú, eres buena- dijo Priscila de repente y ella pestañeó, Layan entrecerró los ojos como si le hubiera leído el pensamiento. Por su parte Priscila solo lo había dicho por decir, la loba no tenía un ápice de maldad y si el a iba a ser reina, alguien así le haría bien a la manada.

En eso la puerta se abrió con un sonido sordo. Nicolás se sorprendió dejando de sobarse los ojos al encontrar tantas personas en la puerta de su habitación. No encontró a Priscila al despertarse y sabiendo que el Consejo estaría reunido era mejor tenerla bajo supervisión, además antes de dormir su hermana no estaba en sus mejores condiciones. Ahora tenía a tres lobos y de ellos uno no lo conocía.

Miró a la loba delante de él y se quedó sin palabras. Había muy pocas palabras que pudieran describirla, pero una de ella era impresionante. Respiró profundo e hizo un movimiento de la cabeza hacia Layan a modo de saludo para que no se notara la reacción en él. Shiraina solo sonrió y le guiñó el ojo cuando lo atrapó mirándolo nuevamente.

Shiraina- la volvió a llamar Layan- Solo faltas tú para la reunión-

-Está bien ya voy, nos vemos de nuevo Priscila, eres un encanto. Me encantaría ser tu amiga- se despidió de la chica y mantuvo un segundo la conexión visual con el otro lobo.

Layan fue el primero en girarse giro antes de darle una última ojeada a Priscila de arriba a abajo y retirarse. La loba gruñó albina con una sonrisa algo infantil y corrió hasta el enganchándose a su brazo con una sonrisa y recargando todo su peso en él.

Parecían tan...íntimos. Priscila se quedó quieta en el pasillo hasta que ellos se perdieron. La atmósfera que había entre los dos era parecida a la de cuando sus padres estaban tonteando juntos o más bien, su padre intentando convencer a su ma de meterle mano.

Se llevó la mano al pecho y se apretó. Lo que más le disgustaba era que al menos la voz de la loba estaba en su cabeza pero ni siquiera podía oír la de Layan. Acaso ni eso iba a recibir. Mordió su labio al punto que casi le dolió y sangró. Ella nunca había querido algo, y eso no iba a serle quitado tan fácilmente. Así que Layan podía irse preparando, él era su lobo, y nadie se lo quitaría. Quizás ellas dos no podían ser amigas si lo que pensaba era realidad.

-¿Pris, ocurre algo? ¿Te sientes mejor?- Nicolás pasó su mano por su cabeza acariciándola.

Ella asintió y se abrazó a él, al menos así los síntomas de su mente se aplacaban pero no lo suficiente. 

Layan sabía que la loba a su lado estaba hablando mas no escuchaba nada. La última vez que había visitado la Manada de Plata y conocido a Priscila, ya todo alrededor de ella era extraño, pero ahora que la había visto el impacto había sido realmente grande, incluso para alguien como él. No era para nada la pequeña cachorra algo grande de aquella vez. Ahora era una adolescente y que olía, por dios, delicioso, como si estuviera llegando a la mayoría de edad y comenzaba a liberar sus primeras feromonas de apareamiento aun cuando el celo no era hasta los 100 años, ningún lobo podía resistirse a eso. Se estaba volviendo loco.

Ella era la hija de Hades, una cachorros y él un lobo de más de 700 años, la edad no eran tan importante pero había líneas que nunca cruzaría. La más importante era la hija de la loba que había querido.

Shiraina se removió en su brazo. Su relación había sido extraña sin llegar más allá. Cada uno sabía que debía hacer. Ella sería la reina de la manada de hierro por lo tanto no podía reclamarla como su reina a pesar de tener bastantes facultades y él tenía muchos asuntos en manos como para asentarse todavía. Así que de una forma u otra se habían consolado. Nunca habían llegado a lo sexual solo porque sus parte racionales habían trabajado al momento, y después de hoy, en que ella sería presentada sus lazos solo se limitarían a ella reina y él, seguir como el líder del Consejo.

Una vez llegaron al interior del salón donde toda los esperaba la gran puerta se cerró con un sonido sordo. La reunión de ese día no sería complicada, más no la del siguiente. El tema a tratar era bastante delicado y Hades no había dado detalles, solo había dicho una sola palabra, Priscila. Y la sangre de alguno de ellos se congeló.

Pris no comió mucho durante la cena, más bien, había tantos lobos reunidos que solo hacía que su mente quisiera explotar. Entre el bullicio interno y externo se mareaba tanto que le era imposible tener hambre. Además Shiraina había sido presentada formalmente como reina y la fiesta estaba tomando otro nivel. Había demasiado movimiento.

-¿Pris, te sientes bien?- Nebraska a su lado sobó su espalda, Nicolás la había puesto al día de su condición Si quieres ve a descansar, no te fuerces-

-Yo la llevo- Sara dejó su plato y caminó hacia ella.

Hades estaba sentado en otra mesa con los otros líderes por lo que le llamó la atención que Sara ayudara a su hija a levantarse de la mesa. No se veía muy estable y estaba pálida. Una de sus manos frotaba incesantemente su cabeza.

-Discúlpenme un momento- se levantó ante la mirada de todos.

Layan siguió su línea de visión.

-¿Tú hija se encuentra bien?- todos los demás la buscaron ante la pregunta.

-Debe estar cansada- pero la tensión en su cuerpo decía otra cosa.

Sara ayudó a Pris a mantenerse estable y al final Nebraska también se levantó y la tomó del otro brazo. La cachorra se tambaleaba de un lado a otro y sus ojos se ponían en blanco por segundos. Alan y Noa se preocuparon sin saber qué hacer.

-Nicolás, quédate con Siran y tus hermanos- Nebraska tenía sospechas que era debido a su condición especial y que estaba más allá de lo cansada pero de pronto la escuchó murmurar.

-Cállense, cállense- arrastraba la palabras lentas y casi irreconocibles.

-¿Priscila?- Sara se inclinó encontrando que sus ojos estaban abiertos y desorbitados, gotas de sudor empapaban su frente.

-Cállense, cállense, cállense- se apretó con fuerza su cabeza antes de gritar desgarrándose la garganta- CALLENSEEEEEE-

Antes de que Hades pudiera llegar hacia ellas fue tirado hacia atrás con fuerza golpeándose contra el suelo y sintiendo un calor irregular a su alrededor. Sonidos de un fuerte estruendo y gritos a su alrededor lo alarmó y abrió los ojos que no supo cuando los había cerrado. Con un agudo ruido en sus oídos buscó a su familia encontrando que Nicolás levantaba a Nebraska del suelo, esta tenía un hilo de sangre corriendo desde el borde de su boca.

Sara estaba un poco más allá sostenida por el beta, no parecía más herida que el aturdimiento. El enorme comedor que antes estaba alborotado ahora era un desastre total de destrucción y los lobos estaban corriéndose hacia atrás asustados y otros convertidos defendiendo a sus parejas de aquello que estaba en el centro.

Un círculo grande de fuego con inmensas llamas que contenían en su interior a una chica arrodillada que sostenía su cabeza, su hija.

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