9
En cuanto se adentró en la oscuridad en contra de su voluntad, sintió que la manejaban como si fuese una muñeca, como si apenas pesase. Alguien la estampó con una extraña delicadeza contra la pared, y no tuvo tiempo de tomar aire tras el shock antes de que una mano se posase en su mejilla.
De pronto, sintió una presencia muy cerca, demasiado cerca, hasta el punto en que notó cómo alguien respiraba casi contra sus labios. Una segunda mano rozó su cintura, buscándola, y todas las alarmas se activaron en su interior.
Aterrada y engullida por la negrura de la habitación, estiró los brazos para apartar a aquel desconocido sujeto y quitárselo de encima, pero pronto se dio cuenta de que era inútil. En cuanto sus dedos apretaron para crear distancia entre ellos, se encontró con un pecho duro y ancho sin puntos débiles donde atacar.
Un aroma familiar le acarició los sentidos y la confundió. Sus manos, pese a todo, no dejaron de intentar conseguir su objetivo, y conforme trató de empujarlo, algo metálico con forma de chapa se cruzó en su camino y se le clavó en las yemas de los dedos.
Habían sido tan solo unos segundos que se le habían hecho eternos, pero por fin el cerebro de Alisa reaccionó y su mano izquierda dejó en paz al desconocido para probar de encontrar un interruptor junto a la puerta. Estaban en una habitación del palacio. Fuese cual fuese, debía haber una de esas llaves cerca.
Su estrategia surgió efecto y logró alcanzar el interruptor. Al presionarlo, la luz se encendió y Alisa se topó con un rostro relajado, separado del de ella tan solo por diez centímetros para poder verla bien, y con unos ojos como el hielo que la examinaban ligeramente divertidos.
En el instante en que lo reconoció, su cuerpo se derrumbó contra la pared y logró dejar escapar el aire que sus pulmones habían estado reteniendo por la sorpresa en un suspiro quejumbroso. Su puño izquierdo se alejó del interruptor para golpearlo suavemente en el pecho a modo de reproche.
—¡Harkan!
El muchacho moreno le mostró una suave sonrisa, de esas que no regalaba a menudo, pero que dejaba entrever cuando estaba verdaderamente contento.
—Hola.
El corazón de Alisa, que se había acelerado de sobremanera unos segundos atrás, se relajó un poco. Aunque no demasiado.
—¿Qué estás haciendo?
Le vio inclinar la cabeza a un lado, como hacía siempre que la escudriñaba para comprenderla en su totalidad. Le gustaba que la mirara así. La hacía sentir importante, querida... especial. Harkan deslizó el pulgar de la mano que seguía en su mejilla sobre su pómulo, perfilando la forma de su rostro como si fuese cristal.
—Volver contigo —le dijo—. Te echaba de menos. Creo que estar lejos de tí me ha vuelto más dependiente.
Alisa dejó escapar una leve risa, producto de la ternura que le generaron aquellas palabras. Le pasó ambas manos por el pelo corto, echándoselo hacia atrás y deslizando los dedos entre sus hebras. Quién podría llegar a pensar que un chico como él, grande, arisco y frío, podría llegar a generarle tanta ternura con su extraña pero dulce forma de amar.
Las preocupaciones que la habían aturullado al ser arrastrada a aquella habitación oscura desaparecieron de inmediato.
—Me has asustado —le confesó Alisa—. Pensaba que alguien iba a hacerme daño o...
Los ojos de Harkan no dejaron de observarla por un segundo, y se dio cuenta con una facilidad sorprendente de que la estaba mirando, pero que en realidad sus pensamientos iban a la velocidad de la luz tras sus orbes claros. Casi era capaz de imaginar lo que estaría recordando. La noche en que se conocieron, en el As de tréboles, justo después de que la ayudara con aquel cliente borracho, fue una vivencia que pareció hacer click en la mente del soldado, porque de inmediato comprendió a lo que se refería.
—Lo siento, no pretendía hacerte sentir así. No pensé en que podrías pasarlo mal.
—No te preocupes. No pasa nada.
Alisa prestó atención al lugar donde se encontraban y deslizó la mirada tras la espalda de Harkan. Era un pequeño almacén, repleto de altos estantes de metal con una enorme cantidad de sábanas planchadas y dobladas a la perfección. El aroma a limpio flotaba por la estancia y se mezclaba con la característica esencia que emanaba siempre de Harkan, una mezcla entre madera y tierra.
—¿Por qué hemos entrado aquí? —le preguntó, curiosa.
—Te he visto venir desde lejos y es la primera puerta que he abierto —explicó sin más él, no demasiado preocupado—. Yo tampoco sabía dónde me estaba metiendo.
Alisa se deleitó admirando las facciones marcadas del soldado. Pese a que estaba tan guapo como siempre, se percató de que había vuelto a crecerle algo de barba que no se había llegado a afeitar. Además, bajo aquellos ojos de infarto existían ahora unas ligeras marcas oscuras que delataban que había pasado más de una noche sin dormir.
—Menudo imprudente. ¿Y si hubieses entrado en la habitación de alguien?
Harkan se encogió de hombros.
—Pensé que sería mejor si no te secuestraba públicamente. No estoy seguro de si debemos seguir ocultando nuestra curiosa relación a los demás. Estamos en el Palacio, ya sabes.
—Ya, es algo complicado... —admitió ella—. Aunque no creo que vayamos a tener problemas con ello a partir de ahora.
Con una lentitud inconsciente, Alisa deslizó los dedos por los cabellos del chico hasta pasarlos por detrás de sus orejas y su cuello. Harkan ni siquiera parpadeó, pero le vio apretar los labios, su sonrisa tornada en una mueca de indiferencia falsa.
—¿Enserio?
Alisa asintió varias veces. El soldado volvió a torcer la cabeza ligeramente hacia un lado.
—Veo que tienes muchas cosas que explicarme...
De pronto, Alisa comenzó a ponerse nerviosa. No supo si fue por la cercanía del chico, a la que se había desacostumbrado al estar tantos días separados, o por la larga lista de cosas que habían sucedido en su ausencia. En algún momento tendría que decirle que Darko estaba en cierta forma perdonándole la vida, o al menos eso parecía, pero que el proceso para llegar hasta ello había sido complicado.
Tampoco sabía que el joven rey y ella se conocían de antes, ni que la noche que pasaron juntos se besaron varias veces, mientras él la esperaba durmiendo en la calle.
Todo estaba en el pasado, por supuesto, pero aun así...
Harkan achicó los ojos y se acercó unos centímetros para observarla. Alisa tragó saliva. Pudo sentir cómo su mano se aferraba nuevamente a sus caderas, y su mirada era tan intensa que no era capaz de moverse.
En un abrir y cerrar de ojos, sintió los labios del soldado sobre los suyos. Suaves, cálidos y más cuidadosos de lo que recordaba. Fue algo rápido y dulce, apenas un roce de ambas bocas, pero la pilló totalmente desprevenida.
Harkan se separó de inmediato para observarla y ver su reacción, casi como un niño en busca de aprobación. Alisa lo miró a la cara con los ojos abiertos más de lo normal, pero sin conseguir esconder la sonrisa que le afloraba en los labios.
—¿Y eso?
—No había podido saludarte apropiadamente.
Alisa tubo que contener las ganas de saltarle al cuello y comérselo a besos. Sí, le había echado de menos.
—¿Ah, sí? Pues no me he enterado —murmuró la muchacha con un fingido tono inocente—. ¿Podrías repetirlo otra vez?
Esta vez, fue Harkan el que no pudo aguantar más y se lanzó sobre ella. Alisa acabó con toda la espalda apoyada contra la pared, y la boca de Harkan la buscó como si fuese una especie de droga. Esta vez, fue un beso apasionado, largo, de esos que uno no quiere que acaben jamás. Se deleitaron el uno con el otro, saboreándose y disfrutando, siendo conscientes del lapso de tiempo que había pasado desde la última vez en que habían estado así de cerca, y de lo mucho que se habían preocupado el uno por el otro durante aquel tiempo de incertidumbre.
Cuando se separaron, Alisa tenía una sonrisa en el rostro imposible de borrar.
—No sabes cuántos días llevaba deseando estar a tu lado de nuevo —dijo entonces el muchacho. Alisa le prestó total atención. No era habitual que el soldado hablase de sus sentimientos, por lo que, con los brazos alrededor de su cuello, escucho todas y cada una de sus palabras—. Jamás entendí lo que la gente quería decir con la palabra "infierno", pero ahora creo que lo sé —una media sonrisa le adornó el rostro y Alisa se vio tentada a tocarla, pero se contuvo—. Cuando te vi otra vez, no sabía qué hacer. Casi no podía respirar. Y tenía tantas ganas de besarte... me costó dejar de abrazarte, pero no podía insistir, había unos cuantos espectadores.
—Yo tampoco te hubiese soltado —se apresuró a decir ella—, pero no era un momento demasiado adecuado para dejarme llevar por mis sentimientos... —frunció el ceño—En cuanto te vi aparecer, me asustó tanto la posibilidad de que te hiciesen daño que casi me dio un ataque al corazón.
Harkan le puso un mechón de pelo tras la oreja.
—Si sigo aquí es porque quizá no era para tanto, ¿no? Aunque es extraño —repuso entonces. Volvió a ponerse serio, aunque a Alisa no le preocupó. Ya sabía que esa era su forma de ser habitual—. Juraría que este tipo de cosas no suelen pasar. En un principio deberíamos estar muertos, según la ley. Algo has tenido que hacer para cambiar nuestro destino, y no sé si eso me gusta —la miró directamente a los ojos, inquisitivo, esperando sonsacarle la información que estaba omitiendo apropósito—. Hay tantas cosas que no sé aún... Voy a necesitar que me pongas al día.
Alisa se encogió en su sitio, un poco nerviosa.
—Bueno... puede que sea un poco amiga del principito que ahora nos gobierna, y puede también que eso nos haya salvado.
Harkan elevó levemente una ceja.
—¿De veras?
—No lo sé ni yo, pero eso creo.
—Interesante.
El soldado no añadió nada más, y Alisa imaginó que debía estar repasando mentalmente su reencuentro con Alisa y reparando en la presencia del joven rey. Ahora comprendía el motivo de esta. Sintió cómo repasaba el borde de la tela de su vestido con las yemas de los dedos a la altura del cuello y las mangas. Observó distraída sus palmas callosas y curtidas.
—¿No estás enfadado?
—¿Por qué?
—Porque me marchase.
Tardó unos segundos en contestar.
—Para ser sincero, no tuve tiempo para enfadarme. En cuanto comprendí mínimamente la situación creí que alguien me acababa de arrancar el corazón de cuajo, casi literalmente —Alisa tragó saliva ante tal afirmación. Harkan había dejado de mirarla en cuanto había comenzado a hablar. Continuó contemplando vacíamente la tela entre sus dedos—. Que te hubiese pasado algo me afectó mucho más de lo que podría haberme llegado a imaginar. Creo que es bastante ilustrativo, viniendo de mí.
—No quería que te hiciesen daño por mi culpa —no era que no hubiese sentido antes el peso de sus errores. Se había sentido mal por sus acciones desde el momento en que había despertado en el palacio. La simple idea de hacerle daño después de todo lo que había hecho por ella le daba náuseas—. Intentaba ser un poco más independiente para no tener que molestarte. Ser capaz de valerme por mí misma...
Él volvió a alzar entonces la mirada hacia ella, y Alisa se cohibió un poco ante sus iris grises.
—Alisa, hasta ahora no me he enfadado —declaró—. En realidad, cuesta mucho hacerme enfadar. De verdad. Y creo que me resulta casi imposible enfadarme contigo, pero no tengo ganas de comprobarlo ahora mismo, así que mejor hablemos de eso en otro momento.
Estaba claro que estaba a gusto con ella allí y no quería remplazar el momento por uno incómodo. La muchacha asintió.
—Ya... lo siento.
—Pero, Alisa —continuó, pronunciando su nombre casi como si fuese una melodía divina. Apenas parpadeó—, que sepas que, por muy independiente y fuerte que te vuelvas, siempre estaré ahí para ti. Da igual lo que digas. Daría igual incluso si me odiases. Creo que daría mi vida por ti.
Se quedó callada. No sabía qué decir. La sinceridad brilló en los ojos del soldado mientras le sostenía la mirada. Alisa sintió el peso de sus palabras en su propio cuerpo. La abrumó, sí. Pero, en el fondo, aquella frase pronunciada por él con aquel tono de voz confiado y real provocó que su corazón se saltase un latido.
—O ese es mi trabajo —añadió un momento después.
Alisa no supo si su falta de palabras fue muy evidente o si el soldado intentaba darle un toque de humor a la situación para quitarle importancia. Se le escapó un sonidito de incredulidad.
—¿Acabas de hacer una broma? —preguntó. Y después adoptó un tono similar al del chico— está cambiando, soldado Levian.
Harkan optó por no contestar. Aún con el rostro relajado comenzó a toquetearle el pelo a Alisa distraídamente. Ella le rozó los cabellos cortos de la nuca para llamar su atención de nuevo.
—Dime, ¿qué has estado haciendo todo este tiempo? —le preguntó. Era algo que le generaba verdadera curiosidad— ¿me buscaste?
Harkan echó la cabeza hacia atrás unos centímetros y habló mientras volvía a acomodarle los mechones de pelo en su sitio.
—Tuve que seguir yendo a trabajar como si no sucediese nada, aunque admito que a veces estaba un poco desconcentrado —¿desconcentrado, él? La imagen de Harkan al lado de Fintan en la prueba de la partida de cartas cruzó su mente. Recordaba su porte esbelto y su pose recta, totalmente perfecta, pese a que su compañero era en aquel instante una amenaza inminente. No podía imaginarlo haciendo su trabajo sin estar centrado—. En cuanto terminaba mi turno, salía a buscarte. Pensé que te había pasado algo, que alguien te había hecho daño. Busqué por los sitios más cuestionables de Kheles. No dormí mucho.
Aprovechó para acercarse un poco más mientras que hablaba, y se detuvo un instante antes de decir:
—Creí que habías muerto.
Alisa tragó saliva.
—Te busqué incluso en los depósitos de cadáveres —le confesó. La muchacha abrió la boca, sorprendida. Lo único que consiguió hacer ante aquello fue retirar las manos de su cuello para situarlas cerca de su corazón en un intento de reconfortarlo. Le dieron ganas de abrazarlo, pero no lo hizo.
—Lo siento. Ahora ya estoy aquí.
Alisa deslizó sus dedos por el pecho de su traje. Iba vestido como la última noche que se habían visto en el piso, con el uniforme formal de la Vanguardia de corazones, ese que solo se ponían en ocasiones importantes y mostraba sus condecoraciones.
Optó por cambiar de tema para no hacerle sentir mal, ya había estado bastante tiempo comiéndose la cabeza él solo.
Carraspeó.
—¿Y... cómo es que estás aquí? Pensé que te habías marchado ya.
—He ido a hablar con la General Dragomir. Llevo varios años de servicio, sin coger una baja, sin apenas faltar ningún día. Le he servido sin cuestionar lo que me pidiese, así que pensé que quizá era el momento de pedir algo a cambio de mi trabajo.
No comprendió a dónde quería llegar, por lo que no pudo evitar fruncir el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Me he reunido con ella hace unas horas y le he pedido un retiro de mis actividades habituales.
Las cejas de Alisa se alzaron hacia el cielo, incrédulas.
—¿Un retiro?
Harkan asintió.
—Le he dicho que quería estar un tiempo sin viajar. Necesito despejar un poco la cabeza si quiero rendir como hasta ahora, y una posición fija durante unos meses podría ayudarme a volver el proceso algo más ameno, o al menos así me he justificado.
—Entonces...
—Voy a quedarme un tiempo en el Palacio —concluyó por fin. La comisura derecha de su boca se estiró ligeramente, en algo similar a una sonrisa—. Ahora soy oficialmente uno de los soldados de la Reina de corazones que custodian a la familia real junto a la Guardia del Rey. Tengo incluso mi propio cuarto en el ala de los guardias.
Alisa no supo si saltar de alegría o limpiarse los oídos para asegurarse de que le había oído bien.
—Bromeas...
—Ser su favorito a veces tiene su recompensa —murmuró el soldado. Se inclinó hacia delante para poder hablarle bajito, cerca de la oreja—. Prepárate para verme otra vez cada día, porque ya es una realidad.
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