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El repentino silencio que inundó la biblioteca no hizo más que impacientar al muchacho, que seguía con la vista puesta sobre ella, a la espera de una respuesta. Pudo percibir cómo, ante la ausencia de esta, se avergonzaba un poco de pronunciar aquellas palabras, aunque no flaqueó.
Tras carraspear, añadió:
—¿Es tan difícil de comprender lo que te he dicho?
Su nuez se movió de arriba abajo tras tragar saliva.
Alisa lo contempló, allí quieto, anhelante, con una mirada en el gesto que sugería mil fantasías y su sonrisa burlesca característica.
«Cásate conmigo».
«Cásate conmigo», le había dicho.
No consiguió reprimir las ganas de reír que le subieron garganta arriba y acabó estallando en una carcajada sonora e incrédula. Las risotadas salieron sin parar de su boca. Colocó su mano izquierda en su vientre e intentó mantenerse recta, pero le resultó difícil.
Su risa estridente, nerviosa e incontrolable rebotó por todas las paredes de la biblioteca. Fue una suerte que no hubiese nadie más por allí. De lo contrario, habría pensado que una hiena andaba suelta por el palacio.
Al ver que Darko no se unía a ella y que su sonrisa temblaba, poco a poco dejó de reírse. Tuvo que tomar aire antes de volver a hablar.
—Estás loco.
Darko se apresuró entonces a dar media vuelta y quedarse mirando hacia la ventana. Alisa tuvo que conformarse con ver su espalda, por lo que no pudo ver bien su expresión, pero el tono de su voz le sonó extraño.
—Era broma —contestó desdeñoso—. Eres muy crédula.
—Sí, ya...
Le escuchó chasquear la lengua, molesto de pronto. El muchacho estiró la espalda, colocando su postura de forma que su columna estuviese completamente recta, y se tocó el pelo para colocarse bien los cabellos negro azabache que le caían por la frente. Desde su posición, Alisa no podía apreciar siquiera el reflejo de su rostro en el cristal de la ventana.
—Jamás podrías ser reina, dado tu historial... —murmuró— Ya me entiendes.
Alisa no supo cuál de todas las ventanas era la que estaba abierta, pero notó una brisa fresca bailarle entre los pies y los bajos del vestido. Tampoco estuvo segura de que aquellas ventanas se pudiesen abrir en realidad.
—Aun así, lo que he dicho antes es cierto —Darko volvió a mirarla, esta vez de medio lado, y Alisa se sintió ligeramente abrumada al enfrentarse a sus ojos oscuros de nuevo—. Me gusta tenerte aquí, aunque nos peleemos... Y ahora que te conozco mejor, creo que incluso podríamos llegar a ser amigos.
La chica entrecerró los ojos y se cruzó de brazos, adoptando una pose que mostraba su escepticismo ante las palabras del joven rey.
—¿Y en qué te basas para decir que me conoces mejor? —lo interrogó— Que yo sepa, como Harkan no te haya iluminado las ideas al verlo, no tienes fundamentos para pensar eso. Tampoco he hecho nada estos días para que cambies tu opinión sobre mí.
Darko dejó escapar una carcajada amarga que confundió a Alisa. De sus labios se escapó un susurro para sí mismo que la chica no fue capaz de oír bien.
—Sí que lo ha hecho, sí.
—¿Qué? —preguntó ella al no entenderlo.
Darko la ignoró por completo y la afrontó. Estaba listo para echar a andar y seguir con sus deberes.
—Bueno, me marcho —declaró haciendo caso omiso a la mueca que hizo la chica—. Tengo asuntos que atender —pasó por su lado, rozando casi su brazo con el de ella, y se detuvo unos pasos más allá, como si acabase de recordar algo importante. Alisa le prestó atención—. Ah, y si algún día cambias de idea, la propuesta sigue en pie.
—¿No decías que era broma?
Darko le guiñó un ojo antes de echar a andar de nuevo y salir de la biblioteca.
*****
Alisa se apresuró a abandonar la biblioteca en cuanto hubo escogido los cuentos que quería leerle a su hermano. Estaba desconcertada. Las últimas palabras del pelinegro le habían parecido casi un acertijo. ¿Qué quería decir con que ahora la conocía mejor? Desde su charla en el salón del té dos días atrás, después de aquel beso, apenas se habían visto. Se había mantenido alejado de su vista y la había dejado adaptarse a la nueva situación sin ningún tipo de apremio.
Aún podía recordar la presión que había ejercido sobre sus labios al sorprenderlo con aquel beso y la forma en la que a los pocos segundos él la había correspondido con el triple de energía.
También seguía recordando cómo la había engañado después de aquello, tan solo para reírse de ella.
¿Y ahora le venía con eso? ¿con que lo hacía sentir vivo? Aquello parecía demasiado bonito e importante como para que se lo dijese él, de la nada. Sabía que le gustaba jugar con ella, pero eso ya era demasiado. Debía ser un gran mentiroso como para decir algo como eso sin titubear y con los ojos rebosantes de energía. No se creía que algo de lo que había dicho hubiese sido cien por cien real. Puede que sus múltiples encuentros y desencuentros lo hubiesen puesto nervioso, iracundo o lo hubiesen mantenido inquieto, y eso fuese lo que él entendía como revivir. Sí que se lo habían pasado bien, en algunas ocasiones... incluso habían sonreído juntos... pero aun así...
«No quiero que haya un final para nosotros, Alisa».
Lo admitía. El corazón se le había acelerado tras aquella frase. Casi había sentido sus latidos en la sien al mirarlo. Pero era Darko. Pocas de las cosas que decía eran del todo literales.
Y no podía olvidar que, pese a todo, aún tenía que decidir su castigo.
¿Amigos? ¡Ja!, y un cuerno, pensó.
Cerró tras de sí la gran puerta de la biblioteca y desfiló pasillo abajo con tres volúmenes de cuentos aferrados al pecho.
Caminó tranquila hacia su habitación, atravesando en el trayecto los amplios corredores del palacio, por los que iban y venían empleados del servicio limpiando y desplazando cosas en carritos y bandejas. La vida parecía nunca desaparecer allí dentro, pese a los pocos residentes que quedaban en el núcleo de aquella descomunal estructura.
Se cruzó con la jefa de sirvientas con la que ya se había encontrado en múltiples ocasiones y esta la saludó con una sonrisa y una diminuta reverencia, como si fuese una más de las prestigiosas damas de la corte. Alisa le devolvió el gesto. Una vez estuvo fuera de su vista, suspiró profundamente. Aún no se acostumbraba a que las pocas personas con las que mínimamente interactuaba la tratasen como si fuese importante.
No podía ni imaginarse lo que supondría aquel cambio para Ciro.
Ciro, que había pasado por tanto a su lado. Ciro, al que había dejado solo demasiado tiempo. El suficiente como para que hubiese podido llegar a pensar que lo habían vuelto a abandonar.
Y ahora por fin estaba a su lado de nuevo, y al menos durante un tiempo no tendría que pasar hambre, ni tendría que seguir escondiéndose para que no los pillasen. Porque, de hecho, ya lo habían hecho. Y había sido el mismísimo jefe del juego.
Y allí seguían.
Alisa se olvidó de su extraña charla con Darko y sus labios se estiraron al formar una sonrisa mientras caminaba sumida en sus propios pensamientos. Se había vuelto a encontrar con Harkan, su hermano estaba de nuevo a su lado, y por el momento todos los conflictos parecían estar pausados, como si le estuviesen concediendo un momento de descanso, unos instantes para disfrutar de aquella felicidad momentánea.
Ahora su hermano tenía su propia habitación, y era tan espaciosa que cabrían veinte pequeños Ciros allí dentro. Y eran vecinos, al menos entre comillas. No tenía claro cuánto duraría aquello, pero era la primera vez desde la muerte de sus padres que podían vivir como dos hermanos comunes, con sus espacios propios, yendo a visitarse el uno al otro cuando se aburriesen, o cuando tuviesen ganas de molestarse, o simplemente cuando se sintiesen demasiado pequeños en aquel palacio tan grande.
Se le escapó una suave risita. No podía mentir, estaba algo emocionada. Pensaba ir a ver a Ciro a su habitación en cuanto dejase todo en el armario de los vestidos. E iba a empezar a leerle el primer cuento en el momento exacto en que los pies del niño rozasen las sábanas.
Ensimismada, continuó dando paso tras paso, hasta que, cuando ya visualizaba al final del ancho pasillo la puerta de su cuarto, un brazo salió de la nada y tiró de ella.
Aquel tirón fue efectivo, la fuerza del sujeto que lo llevó a cabo la desequilibró por completo. Con un solo movimiento la arrastró al interior de una habitación oscura y cerró la puerta de inmediato.
Los libros, que se le habían caído de las manos por la sorpresa y intensidad de la inesperada sacudida, quedaron tirados por el suelo.
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