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16

Cerró la puerta tras de sí y apoyó ambas manos en el mármol del limpísimo y amplio lavamanos para mirarse en el espejo, directamente a los ojos.

Casi podía repetir la secuencia de su propia voz en su cabeza, en bucle, y el calor le subía a las mejillas de solo pensarlo:

«Cásate conmigo». «Cásate conmigo». «Cásate conmigo».

Darko tensó los dedos. Los bordes del espejo empezaron a empañarse, como si estuviesen decididos a enmarcar su patética y avergonzada figura.

—Soy un inútil.

¿Por qué le había dicho eso? Es decir, sí que la había buscado para, de alguna forma, dejarle caer aquella posibilidad. Estaba más que interesado en ella, eso era innegable. Y en cuanto se había enterado de que la General Dragomir se estaba planteando buscarle esposa, algo en su interior le había hecho correr hacia aquella posibilidad, donde ella le decía que sí, y aún tenía opciones de ser feliz. 

Pero debía haberlo sabido. En realidad, ya debía haberlo esperado, pero la decepción lo había golpeado de todas formas. Podría haber sido algo más sutil, un poco menos directo... A fin de cuentas, ella estaba saliendo con el soldado.

Soldado que, por cierto, había matado a sus padres y la había denunciado al sistema. Cosas que ella no sabía, por supuesto, pero que se moría por decir a gritos. Cosas que la harían cambiar de opinión. Cosas que parecían mucho más importantes que un simple enamoramiento. Entonces, ¿qué le impedía contárselo? 

Quizá era por la alegría que por fin había empezado ver asomar entre sus facciones desde que se había reencontrado con su hermano. Puede que, en realidad, no quisiera verla triste de nuevo. Además, si el soldado desaparecía de la ecuación, cabía la posibilidad de que las tornas cambiasen, al igual que la visión de Alisa sobre él, pero Darko no quería ser su segunda opción. No quería que lo eligiesen por despecho. 

Quería que, si alguien llegaba a quererlo pese a todo, lo amase con locura. Tan desesperada y sinceramente que lo hiciese volverse loco a él también. Si no, no quería nada. 

No quería ser un juguete más, un entretenimiento momentáneo. Estaba demasiado harto de perder gente como para que algo así volviese a ocurrirle de nuevo. Si le pasase otra vez, estaba seguro de que acabaría de perder la cabeza del todo.

No quería ilusionarse, pese a que le estaba costando evitarlo. Aunque ella no lo supiese, se parecían más de lo que había imaginado, y eso hacía que aumentase la conexión que sentía con ella.

Observó sus ojos afilados y oscuros en el reflejo del cristal. Recordó los de ella tras pronunciar las palabras. «Cásate conmigo». Y su risa, que en otra ocasión le habría parecido preciosa, pero que en aquel momento le había sonado igual que el chirrido de los cubiertos al arañar un plato, desgarrándole los oídos y las ilusiones.

Era un iluso, y un idiota, y estaba demasiado ciego. 

Los mechones del flequillo que le caían sobre la frente empezaron a escarcharse. Darko pudo notar el hielo en el cuero cabelludo, luchando por abrirse paso. Se dio un par de palmadas en las mejillas.

—Para —se dijo a sí mismo—, ya vale.

Su poder pareció hacerle caso, solo por esa vez. La escarcha se detuvo, y en su lugar, el frío se transformó en agua derretida que le dejó el cabello negro húmedo.

Las diversiones debían acabarse. No era el momento de caer en los encantos de una chica cualquiera, por intensos que hubiesen sido los momentos vividos juntos. Por mucho que lo atontasen sus ojos de cervatillo y su forma de moverse y hablar. Era hora de liderar a un pueblo, de gobernar un reino, y lo importante en aquellos instantes era mantener la compostura y mostrarse fuerte ante un mundo que no hace más que poner trabas, más aún en momentos como aquel.

Salió del baño y se desplomó sobre la cama, con la energía drenada del cuerpo. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? ¿Por qué siempre tenía que estar solo?

Como si alguien hubiese estado espiando su debate mental durante los últimos minutos, unos nudillos tocaron a la puerta y lo obligaron a retornar a la realidad. Se incorporó de golpe, quedando sentado en el borde de la cama, y se recolocó el mullido batín, que se le había abierto de más en la zona del pecho. Cuando hubo apretado la cuerda de la prenda, contestó:

—Adelante.

Unos cabellos oscuros se asomaron por el hueco abierto de la puerta y Darko reconoció al instante la piel tostada y la mandíbula marcada del hombre que le esperaba para hablar.

—Ah, eres tú.

Cadel se tomó aquello como un saludo y se introdujo en la suite real sin soltar prenda del motivo por el que venía. Ya no llevaba la armadura puesta, a esas horas de la noche debía haber finalizado su turno, aunque este nunca terminase del todo, por lo que se mostró ante su señor con ropas algo más cómodas, pero siempre manteniendo el porte.

—¿Qué pasa ahora? —le preguntó— Que aparezcas por aquí a estas horas no es buena señal. O ha pasado algo, o estás muy aburrido.

Cadel dudó unos segundos antes de contestar. Se mantuvo junto a la puerta, con las manos tras la espalda. A Darko le dio la impresión de que pretendía mantenerse a una distancia prudencial de él por si se enfadaba. 

—No te preocupes, no es nada malo. Del todo, al menos.

Darko elevó una ceja.

—Traigo un mensaje de la General Dragomir.

Aquello sí que lo hizo estirar la espalda y escucharlo más atentamente. Se encorvó hacia delante, como si así sus palabras le llegasen mejor.

—¿Qué dice?

—Me la he encontrado por el pasillo mientras iba hacia mis aposentos —explicó el guardia—. Me ha pedido que te comunicase que su petición ya está en proceso.

—¿Su... petición? —debía ser algo verdaderamente importante si de verdad había detenido al muchacho antes de dejarlo entrar en su habitación, después de estar todo el día trabajando junto a él. Pensó en qué podría ser aquello que tantas ganas tenía de comunicarle la General y repasó mentalmente sus conversaciones anteriores. Entonces, frunció el ceño. Solo se le ocurrió una única opción—No puede ser. ¿Por qué nunca me escucha?

Cadel confirmó sus sospechas de inmediato, como si pudiese leerle la mente.

—Dice que ya ha hecho un par de llamadas, y que en unos días tendrás varias visitas de muchachas que tienen muchas ganas de hablar contigo.

Darko bufó con fuerza y se dejó caer de nuevo sobre la cama, molesto. Las sábanas se hundieron bajo su peso. Con los ojos cerrados, se pasó las manos por el pelo aún húmedo.

—Mierda.

Cadel habló en tono comprensivo.

—Al menos ha dicho que son antiguas conocidas.

—Eso no me hace sentir mejor... —murmuró con los labios fruncidos. Se tapó el rostro con las palmas de las manos, y se habló a sí mismo, lo que le hizo recibir una mirada interrogativa de su guarda personal— diantres, Alisa, tendrías que haber dicho que sí.

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