10
Lo primero que vio al abrir los ojos fue que estaba en el hospital. Para ser exactos, su cuerpo yacía tendido sobre las sábanas blancas de una camilla de aluminio. Le costaba respirar, y la impresión y el dolor eran tan intensos que acabó desmayándose de nuevo.
Cuando despertó por segunda vez, un hombre estaba sentado frente a él y se guardaba un termómetro de mercurio en el bolsillo de su larga bata. Una mano le rozó los cabellos enmarañados, y al reseguir con los ojos su silueta descubrió que se trataba de su madre.
Gina siempre había sido reacia a llevarlo al médico. Era un lugar incierto en donde podía ocurrir cualquier cosa, y signos de violencia como los que solían verse en su hijo y en sus propias carnes no solían pasar desapercibidos a ojos de los profesionales. El miedo a que le quitasen a su hijo y lo enviasen lejos de ella era su mayor pesadilla, y por ello había intentado curarlo siempre de la mejor forma posible, evitando pisar un hospital, pero la situación era demasiado grave como para arreglarlo ella sola. La sangre en la boca de su hijo había disparado todas las alarmas en su interior, y en medio de un ataque de pánico no había tenido otra alternativa que llevarse corriendo a su hijo en brazos y dejar a su marido solo en casa, haciendo dios sabe qué.
El médico del pueblo más cercano había sido la única opción viable. Al llegar, él y el enfermero que tenía como ayudante desnudaron al crío para poder examinar bien su cuerpo. Los moratones no habían tardado en aparecer y formaban enormes manchas liláceas sobre su torso.
Tras preguntar qué había sucedido, Gina se apresuró a explicarles que el niño había caído rodando por las escaleras hasta estamparse contra los muebles de la habitación. Hasta cierto punto pareció que a los médicos les resultaba creíble su historia, pero entonces le dieron la vuelta al cuerpo de Harkan para examinar su espalda y se encontraron una horrible quemadura que se esparcía como una gran salpicadura en la parte inferior de su espalda, en medio de aquel lienzo repleto de cardenales.
Gina les contó entonces que en uno de los muebles contra los que había chocado había una vela encendida, y que con el golpe esta le había caído encima. El doctor le dirigió una mirada inquisitiva a su compañero que delataba su poca confianza en las palabras de la mujer. Aun así, no objetó nada y se limitó a ir en busca de materiales para curar al niño. Las altas horas de la noche en las que se encontraban y el cansancio del doctor, que estaba en medio de su rutinario turno de urgencias nocturnas, debieron jugar a favor de Gina.
Harkan, una vez despierto, observó al médico con claro desconcierto. Le resultaba difícil moverse y respirar al mismo tiempo, pero hizo acopio de fuerzas para mantener su atención en todo momento sobre el hombre que, tras sentarse en un diminuto taburete, se dispuso a explicarle el diagnóstico. Conforme las palabras escaparon de la boca del doctor, los recuerdos de Harkan fueron recobrando su funcionamiento.
—Hemos hecho una radiografía de tórax para ver si había fracturas —señaló una pequeña pantalla junto a la camilla que se mantenía de color negro. En cuanto el hombre apretó un botón, apareció una imagen que mostraba su cuerpo por dentro. Gina se llevó una mano a la boca cuando vio sus huesos—. Y efectivamente, dos costillas están rotas. Por suerte, ambas presentan fracturas donde los huesos no se han desplazado. Para ser exactos, la costilla izquierda se ha quebrado limpiamente. La derecha, sin embargo, presenta algunas dificultades respecto a su compañera. Aunque a simple vista no sea tan perceptible, si se acercan podrán ver que, pese a que inició siendo una fractura simple, los múltiples traumatismos en un periodo reducido de tiempo han provocado que una de las esquinas del hueso se resquebraje un poco, produciendo unas diminutas astillas.
El doctor señaló la zona en la pantalla y Harkan pudo visualizar los puntos blancos de los que hablaba, mucho más pequeños que un grano de arroz.
—No se alarmen —se apresuró a decir el hombre—. En general, parece que se mantienen compactas y no se han esparcido, por lo que será más fácil que vuelvan a soldarse con mucho reposo y unos correctos cuidados. Para asegurarnos de que todo evoluciona correctamente, nos veremos una vez a la semana para revisar que se siga el proceso de curación de forma efectiva y descartar complicaciones. En principio, las astillas parecen estar controladas, aunque no podemos descartar la posibilidad de sufrir un neumotórax si su situación empeora y alguna de ellas se desplaza hasta perforarle el pulmón. Nos veremos aproximadamente durante dos meses para evitar que eso ocurra. A poder ser, de día, si son tan amables.
Gina, tan reacia a pisar los hospitales, no dudó en asentir múltiples veces ante las palabras del médico.
—En cuanto a la sangre de la boca —continuó—, descartamos que se deba a las fracturas. Primero creí que podía haberse mordido la lengua, pero la tiene intacta —Harkan se preguntó en qué momento le habrían examinado el interior de la boca, aunque tampoco recordaba que le hubiesen hecho ninguna radiografía—. Lo más seguro es que se trate de rupturas de pequeños vasos sanguíneos en los pulmones y en el esófago provocadas por los múltiples impactos, pero no hemos podido asegurarnos de ello al cien por cien porque no disponemos de una tecnología mayor en esta clínica. Necesitaríamos hacerle un TAC para verlo y la maquinaria se encuentra en la ciudad. Si bien sería lo ideal, no creo que haga falta. Solo con verle el cuerpo estoy seguro de que se trata de eso.
Los ojos de la mujer se deslizaron por los hombros desnudos de su hijo y por las vendas que le cubrían el torso. Pese a que la peor parte estaba oculta bajo aquella tela prieta, los moretones eran visibles también a lo largo de su pecho y sus brazos. Incluso un morado oscuro pintaba su mejilla derecha como si le hubiesen pegado un buen puñetazo. Aquello tampoco estaba muy alejado de la realidad.
—De cualquier forma, es posible que al toser sigas escupiendo un poco de sangre —comentó el doctor—. Si ves que el sangrado va a más, no esperes a nuestra cita semanal y ven de inmediato.
Harkan asintió. La energía se le escapaba del cuerpo conforme pasaban los minutos pero, aunque estaba algo mareado, mantenía toda su atención puesta en el hombre frente a él y su curiosa bata blanca. Lo observó con sus orbes grises cuando se inclinó hacia él para hablarle más cómodamente. No reaccionó cuando sus dedos le tocaron el cabello revuelto.
—¿Cómo te encuentras, muchacho? ¿Es soportable?
La respiración superficial y forzosa del niño fue la primera respuesta que recibió de su parte.
—Me duele.
—Es normal, en este proceso hay que tener mucha paciencia. Tienes que hacer mucho reposo a partir de ahora. Hasta que yo no te diga lo contrario, no puedes correr ni hacer el tonto —contestó. Sus ojos se dirigieron a su pecho y las vendas que lo envolvían—. Veo que te falta un poco el aire. Te pondremos oxígeno durante lo que queda de noche para ayudarte un poco. Si ves que el vendaje te aprieta quítatelo un rato —volvió la cabeza entonces hacia Gina, que observaba todo con evidente nerviosismo y preocupación. Su tono se tornó más serio—. Deberá cambiárselo de vez en cuando y dejarlo respirar, para que el asunto no acabe derivando en una neumonía o algo similar. Y recuerde, no se lo aprete demasiado —la mujer asintió y el doctor volvió a posar su atención sobre el niño—. Tendrás que hacer unos ejercicios de respiración durante un tiempo para ponerte bueno, ¿sí?
Harkan no respondió, pero la intensa mirada imperturbable que mantuvo en todo momento le bastó al hombre para intuir que le haría caso. Dio unos pasos atrás para apagar la pantalla donde aún se mostraban las costillas del niño, hasta que de pronto recordó algo y volvió a hablar.
—Ah, casi se me olvida. En cuanto a la quemadura... —esa fue la primera vez que Gina pudo percibir algo de lástima en los ojos del médico. Su enfermero miraba la escena desde una esquina de la habitación con la misma expresión— Lo más probable es que le quede una marca bastante grande para toda la vida. Aprovecharemos para hacerle curas las veces que venga a la clínica. Usted límpiele la zona con suero cada vez que le quite el vendaje y échele una crema que le voy a recetar. También tendrá que ponerle unos apósitos regenerantes para intentar que poco a poco mejore y la piel vuelva a la normalidad. Le prescribiré además unos calmantes para el dolor. Lo va a pasar mal estos días. Necesitará su ayuda, estese pendiente.
La voz de Gina tembló, pero a la vez resultó abrumadoramente decidida.
—Sí, sí. Lo que usted me diga, doctor.
Después de lograr volver a casa unas horas más tarde tras la paliza, se tumbó en su habitación con el cuerpo medio incorporado y estuvo tres días sin levantarse de la cama ni moverse un solo centímetro más que para ir al baño. Comió la comida que su madre le traía de forma mecánica y con la vista perdida en alguna parte. Apenas habló, como mucho se comunicó con monosílabos. Aunque su madre jamás había visto a su hijo triste, aquella temporada lo notó decaído, abstraído en su propia cabeza.
Los días avanzaron, Gina limpió sus heridas, siguió las instrucciones del doctor y le llevó a la consulta todas las veces que fue necesario. Dejó de escupir sangre y sus huesos poco a poco se fueron soldando. Vivió alejado del mundo y se tiró días y días sin ver a su padre, a pesar de vivir ambos en la misma casa. La quemadura empezó a mejorar, aunque era evidente que aquella marca fea y deforme lo acompañaría toda la vida.
Mas, a falta de broncas, no aparecieron nuevos moretones en su piel. Fue el turno de su madre de ocultar aquellas marcas al ser la única en enfrentar la ira de su marido. Los días de trabajo en la ciudad se tapó con polvos las zonas afectadas para ocultar las evidencias. Conforme los morados de Harkan se fueron volviendo más amarillos hasta ir diluyéndose, la piel de Gina empezó a convertirse en un nuevo lienzo digno de un artista especializado en arte abstracto.
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