Portada hecha por CynthiaDannot
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¿Qué tanto de nuestras vidas es inevitable? ¿Qué tanto de la desgracia es destino? Si tuvieras las respuestas a estas dos preguntas sobre la vida de alguien más ¿se lo dirías?

Todos hablan sobre la tragedia que es el ser el protagonista de una profecía, y ¿qué pasa con ser profeta? ¿No es aún más trágico el saber como va a terminar la vida de una persona, las catástrofes que deberá padecer, las muertes que deberá enfrentar y no poder hacer nada por cambiarlo?

¿No es aún más trágico cuando esa persona tiene a penas 17 años?

¿Cómo le dices que su destino es el de sufrir? El de contener un poder tan grande en su interior que no hará más que consumirle por dentro, el de encarar al dolor en soledad porque no habrá nadie lo suficientemente fuerte para resistir permanecer a su lado. El de sacrificarse por el bien mayor.

Ser profeta es una tragedia. La profeta de esta historia lo sabía a la perfección. Miles de héroes que fueron víctimas de las profecías habían pasado por sus manos, miles de años la habían azotado para convertirla en mensajera del destino, miles de vidas habían sido las que se perdieron frente a sus ojos sin que ella pudiera hacer nada para impedirlo. Esta es una de esas miles de profecías.

De hecho, es la última.

De entre el polvo se levantaría una criatura con piel de tierra, cabello de fuego, ojos de hielo y el viento encerrado en su cuello. Sería invulnerable a la mayor debilidad de todo aquel que conociera, y tendría tal poder que una sola gota de su sangre perforaría el más resistente acero.

No sabía cuando ocurriría, no sabía quien se levantaría o qué sería si quiera. No podía hacer más que esperar. Y esperar. Y esperar.

Dicen que la eternidad pierde valor cuando se es eterno entonces ¿qué importancia tendría esperar una eternidad más?