MALAMENTE - Cap.1: Augurio
Desde que Catalina tenía uso de razón, siempre había sostenido una convicción profundamente arraigada en su mente: nadie nace siendo un perdedor. Esta creencia fundamental la acompañó a lo largo de su vida, moldeando su visión del mundo y su enfoque ante los desafíos que enfrentaba. Para Catalina, esta afirmación iba más allá de ser una simple expresión de optimismo; era un recordatorio constante de que el potencial humano es vasto y que las circunstancias iniciales no determinan el destino de una persona.
Estaba acostumbrada a ver desde muy pequeña peleas callejeras, por lo que el hecho de ver sangre no era algo que le echara para atrás. Su madre se quedaba perpleja cuando jugaba con su hermano, Gabriel, a todos los juegos grotescos que pueden existir. Pero sin embargo, Catalina nunca mostró indiferencia, al contrario. Le interesaba saber por qué el ogro feo y grande mataba al rey, por qué aquel zombie cuya piel se descomponía trataba de comerse aquel niño indefenso e incluso yendo más allá, muchas veces se preguntó por qué el ser humano contenía tanta maldad.
—Tía, ¿me estás escuchando? —habló Andrea, la novia de su hermano por teléfono.
Catalina, aún en estado de shock, salió del asombro a los pocos segundos de escuchar la escalofriante revelación de Andrea. La voz de su amiga, cargada de terror y preocupación, resonaba en sus oídos mientras intentaba procesar la terrible noticia.
—¿Cómo ha podido ocurrir? —susurró aterrada imaginándose en escenario del crimen.
Madrid, la ciudad que muchos consideraban un paraíso turístico, atraía cada año a miles de visitantes de todo el mundo que llegaban para pasear por sus calles y empaparse de la aparente felicidad y prosperidad que la envolvían. Pero, en realidad, había mucho más que se escondía tras esa fachada de encanto y alegría.
—Dicen que el profesor ya había tenido un par de despidos en diferentes universidades porque lo hizo mucho antes. José, el profesor que nos da clases a tu hermano y a mí, empezó a ligar con ella. Cristina no quería, eso dicen las amigas, pero José no paraba de insistirle después de las clases para ir a cenar con ella. He escuchado que aceptó solo para que parara pero esa misma noche, José se llevó a Cristina a su casa y bueno...—se notaba la incomodidez de Andrea al hablar de aquello.
—Y bueno qué —insistió Catalina.
—Abusó de ella en el almacén de la universidad—susurró—. La chica consiguió escapar con suerte y llegó a comisaría. Pero parece que todavía tienen que investigar más sobre el asunto. Los policías no llegaron a creerle hasta que le hicieron una muestra de ADN. Y parece que el profesor ha escapado y lo están buscando.
Ese cristalito roto
Yo sentí como crujía
Antes de caerse al suelo
Ya sabía que se rompía
Catalina sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras intentaba procesar toda esa información. La angustia y la ira se apoderaron de ella, y tuvo que hacer un esfuerzo para no vomitar. Se sentó en el inodoro con el teléfono en la mano, con la imagen constante en su cabeza de cómo ese hombre había tenido la voluntad de cometer semejante atrocidad.
—Ese hombre siempre me dio mala vibra, se lo dije mucho a tu hermano, pero no me creía.
—Es increíble...—habló en voz baja para que no le oyera Gabriel—. ¿Y por qué no le quitaron el trabajo desde el principio?
—Supongo que por prestigio. Acuérdate que es profesor de universidad, y normalmente no se está muy acostumbrado a que pase todo esto. No quieren manchar su imagen.
—¿Entonces seguirá trabajando ahí?
—No. Se pasará el jueves que viene para recoger sus cosas y supongo que lo trasladarán a otra universidad.
Catalina soltó una risa sin humor, llena de incredulidad y frustración. La sensación de impotencia y la percepción de que la justicia no siempre prevalecía la inundaron. Se preguntó cómo un hombre que había cometido un crimen tan atroz podía quedar en libertad. La rabia y la determinación crecieron en su interior, y supo que no podía quedarse de brazos cruzados ante tanta injusticia. Y no sólo eso, sino el hecho de haberlo dejado suelto sin ningún tipo de perdón.
—Andrea, tengo que colgar. Mi madre me está llamando.
—Claro, no te preocupes. Dile a Gabi —así llamaba Andrea a su novio, el hermano de Catalina— que mañana vamos a dar una vuelta al Retiro. Que me recoja a las siete en punto.
—Yo se lo digo —salió del cuarto de baño algo mareada.
—¡Perfecto! Gracias, cariño, y si necesitas hablar, aquí estoy. Entiendo que todo es más difícil por la situación que estáis pasando.
—Sí, claro —sonrió falsamente mientras cerraba la llamada.
A los pocos segundos, Catalina cortó la comunicación y se dirigió a la habitación de su madre, quien yacía en la cama. El lugar olía a humedad y comida en descomposición. Catalina tuvo que taparse la nariz para poder entrar y hablar con ella. A medida que se acercaba a su madre, podía observar la piel amarillenta de la mujer. Llevaba ya ocho días con ese mismo pijama, apenas podía Catalina llevarla al baño para ducharse, su madre no tenía fuerzas para hacerlo. Observó las uñas largas de su madre y el cabello grasiento que, con cada día que pasaba, se ponía más largo.
—Estoy aquí, mamá.
La madre de Catalina apenas podía moverse, le dolía cada parte de su ser y presentía que por cada día que pasaba todo lo estaba perdiendo. Incluso a sus hijos.
—Necesito que vaya a por las pastillas la semana que viene. Me hacen falta.
Catalina se encontraba en medio de una situación que parecía prolongarse interminablemente. La conversación con su madre, Rosana, era solo un fragmento de la carga emocional que había venido soportando durante los últimos ocho meses. La partida de su padre, quien se marchó sin llevarse ni siquiera sus pertenencias personales, dejándolos a ella, a su hermano Gabriel y a su madre en una situación económica precaria, marcó el inicio de esta pesadilla.
Catalina, en su segundo año de carrera, se veía atrapada en una búsqueda incansable de empleo para ayudar a sostener a la familia, mientras que Gabriel era la única fuente de ingresos regulares.
La situación en casa se había vuelto cada vez más difícil, con su madre sumida en la depresión y Catalina tratando de mantenerse a flote entre sus estudios y cuidar de su madre enferma. Cada día era un desafío, y Catalina se encontraba atrapada en una lucha constante por mantener la estabilidad y el bienestar de su familia.
—Claro. Cogeré este lunes e iré a la farmacia, necesitaré tu tarjeta. El viernes tienes que ir al psicólogo de la seguridad social, pude coger cita hace dos meses para que puedas ir.
—No quiero —se negó.
Catalina suspiró por la negación de su madre. No quería echarle nada en cara, la depresión era un trastorno mental que se hablaba muy poco en esa época y nadie hacía mucho al respecto por ello. Desde que su padre se fue, Catalina le guardaba tanto rencor que deseaba verle la cara solo para gritarle todo el mal que había provocado. Pero no fue solo con la huida de su padre.
—Mamá, es necesario. Gabriel te llevará en el coche.
—He dicho que no quiero, Catalina. Bájame la persiana, necesito seguir durmiendo.
—Llevas durmiendo desde ayer por la tarde, me prometiste que te ducharías e irías al comedor con nosotros para almorzar.
Su madre se quedó callada.
—Papá no va a volver, ya ha hecho suficiente daño en esta casa como para que...
—¡Cállate! —se levantó de la cama—. Ni se te ocurra volver a hablar de tu padre aquí. Sí va a volver, él me lo dijo y cumplirá con su promesa.
—¿Para qué quieres que vuelva, mamá? ¿Para que vuelva a golpearte?
Catalina se arrepintió a los segundos de haberlo dicho, pues su madre se levantó y le golpeó en la mejilla. Se quedó perpleja por unos segundos, su madre nunca le había pegado y menos cuando el tema de conversación era su padre.
—¡He dicho que basta!
—¿Qué está pasando aquí? —la figura de Gabriel asustado se veía en el marco de la puerta.
—Nada, no ha pasado nada —Catalina notaba un escozor fuerte en su mejilla pero lo disimuló—. El lunes iré a comprarle las pastillas a mamá, justo de eso estábamos hablando.
Catalina pasó por el lado de Gabriel, mientras que el cuerpo de su madre caía rendido en la cama por el cansancio. La entrada de Gabriel al escuchar la pelea fue un alivio momentáneo, pero Catalina intentó minimizar la situación ante él. Los ojos de Catalina pesaban y las lágrimas amenazaban con salir. Dando pasos rápidos se acercó al salón, donde se llevó la sorpresa de que estaban las noticias retransmitiéndose, pero ni siquiera quería escucharlas.
—Sabes que mamá está mal —reprimió su hermano a su lado.
—¿Te crees que no lo sé? Lo único que intentamos es ayudarla, y entiendo que todo esto de la depresión se haga más difícil, pero por fin nos hemos librado de papá. De los golpes, el abuso y los gritos de dolor de mamá. ¿Cuándo acabará todo?
Gabriel se acercó a su hermana y la abrazó. Catalina sintió que todo volvía a la normalidad gracias al calor que emanaba su hermano mayor, recordándole a su padre cuando era pequeña.
—Pronto, acabará pronto —pasó la mano Gabriel por la cabeza rubia de su hermana.
Ambos se llevaban tres años pero apenas se notaba la diferencia, había gente que incluso creían que eran mellizos. Gabriel siempre fue conocido como el alma libre, optimista y positivo. Sin embargo, Catalina era más escondida en la sociedad. Se la pasaba detrás de la espalda de su madre cuando tenía que saludar a algún familiar.
De repente, la voz de la reportera se hizo eco en la habitación y ambos hermanos se separaron para escuchar qué estaba ocurriendo. Catalina se extrañó al ver tan preocupada a la chica de la televisión por lo que no dudó en subir el volumen.
—Después de catorce semanas de intensas búsquedas se ha encontrado al hombre que abusó de su compañera de trabajo. Se comenta que había consumido drogas y...
—Esto es surrealista, ya es la cuarta noticia en la semana así —susurró Catalina mirando a su hermano que parecía no extrañarse de nada—. ¿Por qué no dices nada?
—¿Para qué? Habrá que ver cómo iba vestida la chica en el trabajo, podría provocar a cualquiera —se encogió de hombros con indiferencia.
Catalina se encontraba en un estado de profunda incredulidad que la abrumaba, como si estuviera atrapada en una pesadilla interminable en la que las sombras se cernían sobre su esperanza. Sus manos, cada vez más húmedas por el sudor, temblaban ligeramente, y su garganta parecía arder por las lágrimas que con gran esfuerzo reprimía. Lo que más la angustiaba era descubrir que incluso su propio hermano, alguien con quien compartía una historia de vida y lazos de sangre, albergaba pensamientos que le provocaban una profunda repulsión, llegando a causarle náuseas.
—Tras el juicio, cabe la posibilidad de que quede bajo condena de cinco a ocho meses —comentó la reportera.
Un dolor agudo la atravesaba en el pecho, una desesperanza abrumadora la embargaba, pues le parecía imposible que la humanidad pudiera cambiar en medio de un mundo que parecía sumido en la oscuridad, como un barco a la deriva en un océano sin fin.
—¿Cinco a ocho meses? La chica seguramente se quede con un trauma de por vida por haber sido abusada por su compañero de trabajo y el causante de todo en menos de un año estará en la calle tan tranquilo.
—Así son las leyes, no podemos hacer nada. Y quejarte tampoco te servirá de mucho —se encogió de hombros Gabriel.
Sueño que estoy andando
Por un puente y que la acera (mira, mira, mira, mira)
Cuanto más quiero cruzarlo (va)
Más se mueve y tambalea
Pero de manera abrupta, la realidad se desvaneció para Catalina, sumiéndola en un abismo negro y silencioso que la aisló de todo lo conocido. En ese instante, su mente fue invadida por imágenes perturbadoras y pertenecientes a un mundo decadente, un mundo en el que el poder parecía corromper a aquellos que lo detentaban: el profesor con su alumna, el rostro del hombre recién visto en las noticias, todas esas personas que abusaban de su invisible poder, creyéndose capaces de hacer cualquier cosa, sin importar las consecuencias. Y, no menos significativo, su propio padre, una figura que antes era fuente de apoyo y consuelo, ahora se había convertido en un motivo de dolor y decepción.
Porque, si no fuera por él, su madre podría estar viviendo una vida mejor, una vida sin el tormento de la enfermedad. Ni siquiera la primera preocupación de Catalina al despertar sería la incertidumbre de si su madre había ingerido una peligrosa cantidad de medicamentos para aliviar su sufrimiento.
Fue entonces cuando una inundación de preguntas asaltó la mente de Catalina, un torrente de interrogantes que la atormentaban sin piedad: ¿por qué?
¿Por qué actuaban de esa manera?
¿Cómo podían encontrar satisfacción en tales actos?
¿Por qué nadie les exigía responsabilidades por el daño que causaban?
¿Por qué el mundo parecía mantenerse impasible ante tanta injusticia, como si estuviera atrapado en una inercia destructiva que nadie se atrevía a romper?
Lo que Catalina tenía en claro en medio de ese torbellino de emociones y cuestionamientos era que no se quedaría de brazos cruzados. Su corazón ardía con la determinación de luchar por lo que creía correcto, una llama de esperanza en medio de la oscuridad.
Estaba dispuesta a desafiar las normas sociales y a enfrentar las injusticias que la rodeaban, incluso si eso significaba nadar contra la corriente y desafiar un mundo que parecía haber perdido su brújula moral. Su resolución de luchar por un cambio, por un mundo más justo y humano, la impulsaba a seguir adelante, sin importar cuán desafiante pudiera ser el camino que tenía por delante.
—¿Sabes dónde está el almacén de tú universidad? —preguntó Catalina a su hermano sin dejar de mirar la televisión.
Mis redes sociales:
Instagram: soyundrama_
Tiktok: soyundrama.wattpad
Spotify: soyundrama
Wallapop: Es broma, ¿os imagináis que me abro un wallapop de la novela?
Y SI, YA SÉ QUE SOY UNA DRAMÁTICA, JODER.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro