A NINGÚN HOMBRE - Cap.11: Poder
—Creo que aquí estaremos bien durante la noche —continuó Julieta mientras encontraba un hueco para sentarse en aquel lugar.
Habían pasado casi cuatro días después de que hubieran escapado de la cárcel. Estaban asustadas, eso estaba claro, pero ambas sentían una especie de conexión que les disipaba el terror que habitaba en sus pieles. Catalina se unió a Julieta en su improvisado refugio y se sentó a su lado. A pesar de las dificultades de su situación, ambas chicas compartieron una sensación de alivio y gratitud por estar fuera de prisión.
—No puedo creer que hayamos logrado escapar —murmuró Catalina, asombrada por la audacia de su hazaña.
Julieta asintió, con una sonrisa en el rostro.
—Tuvimos suerte, eso está claro. Pero también fuimos valientes.
Catalina miró a su amiga, sintiendo un vínculo especial entre ellas. Habían compartido un escape peligroso y habían decidido enfrentar el mundo juntas.
—¿Crees que en algún momento nos cogerán? —Catalina se acurrucó al lado de Julieta mientras que ésta pasaba su brazo por encima.
—Imposible, hemos recorrido bastante. Ya ni siquiera noto mis piernas, a ti te veo bastante bien. Es como si ni siquiera te hubiera rozado una rama encima.
Catalina se rio ante el comentario.
—Creo que estamos cerca de Andalucía.
—Eso creo —se acomodó y dejó cerrar sus ojos—. Cuéntame, Catalina. ¿Por qué mataste a esos hombres?
A ningún hombre consiento
Que dicte mi sentencia
Sólo Dios puede juzgarme
Sólo a él debo obediencia
La joven se atragantó con su propia saliva. Debía acostumbrarse a las preguntas tan directas de aquella chica que tenía a su lado. El calor emanaba entre ambos cuerpos, y aunque no quisieran admitirlo, estaban bastante cómodas así.
—Por injusticia. Llevo toda mi vida viendo abusos, maltratos y golpes por parte de mi padre a mi madre. No soporto la idea de saber que hay personas inocentes sufriendo por ello.
—Ojalá haber sido como tú.
—¿Por qué lo dices?
—Mírate, eres una mujer valiente que ha luchado contra sus principios. Hay gente que te odia, eso está claro. Pero también hay personas que te admiran, Catalina. Por eso desearía ser tú.
—Pero tú también habrás hecho muchas cosas que...
Paró tras escuchar la risa seca de Julieta, quien trataba de ocultar el dolor profundo en su pecho.
—Llevo metida en el mundo de las drogas desde que tengo uso de razón, Catalina. Mi vida en general ha estado orientada en la adicción y el vacío.
—¿Vacío? —alzó la cabeza para ver el rostro de Julieta, quien se le comenzaban a caer un par de lágrimas.
—No me he sentido llena con nada. No sé si es por el hecho de que mis padres nunca me dejaron ser yo misma o porque si hablara sobre mi orientación sexual, quizá me mandaran a la iglesia.
Catalina sintió una mezcla de compasión y empatía por Julieta. Habían compartido sus luchas y secretos más oscuros, y en ese momento, se sentían más cerca que nunca. A pesar de sus diferentes experiencias de vida, ambas chicas compartían una profunda sensación de vacío y un deseo de encontrar un propósito en un mundo que a menudo las había tratado con crueldad.
—Julieta, no importa lo que hayas hecho en el pasado. Lo que importa es quién eres ahora y lo que quieras hacer en el futuro. Estamos juntas en esto, y vamos a encontrar nuestro camino. —Catalina puso una mano reconfortante en el hombro de Julieta.
—Por primera vez en mucho tiempo, siento que tengo a alguien en quien puedo confiar.
Catalina y Julieta continuaron compartiendo sus pensamientos y risas en la tranquilidad de la noche. El sonido de los grillos creaba un ambiente íntimo entre ellas, y el contacto de sus manos transmitía una sensación de tranquilidad y paz. Ambas deseaban que ese momento no acabara, aferrándose a la conexión que habían encontrado en medio de la adversidad.
—Yo nunca he tenido novio —rio con vergüenza Catalina.
—Yo tampoco, bueno, quitando aquella vez en la que mis amigas me obligaron a besar a un chico que parecía Shrek.
La risa de Catalina llenó el aire, y Julieta se vio obligada a tapar su boca para evitar que las escucharan. A pesar de la tensión en el ambiente, ambas se sentían cada vez más cómodas y cerca la una de la otra.
—Ten cuidado, nos pueden escuchar —susurró Julieta mientras retiraba su mano de la boca de Catalina. A pesar de la prudencia, ambas compartían una tensión palpable. Julieta estaba llena de emociones que la asustaban. Sabía que era demasiado pronto, pero sentía un fuerte deseo de probar los labios de Catalina, quien había despertado en ella una serie de sentimientos profundos y apasionados.
—A veces se me olvida que estamos escapando y nos están buscando por todos lados. Me gustaría ver las noticias y saber qué dicen de nosotras.
—Qué más da. Lo que digan es falso, nadie nada más que nosotras sabe cómo somos realmente. Mi madre me lo decía mucho, no tenía que preocuparme por lo que dijeran los demás, a fin de cuentas son opiniones ajenas de personas que no han pasado por mi misma situación.
—¿Cómo se llamaba tú madre?
—Rosario. ¿Y la tuya? Escuché lo del tema de...
—Se llama Rosana.
—Es un nombre muy bonito —sonrió con dulzura mientras observaba el brillo de sus ojos.
—Echo de menos cuando me daba el beso de buenas noches. Ahora no puede levantarse de la cama, no tiene hambre...Me culpabilizo tanto por todo lo que he hecho que me arrepiento, ahora mismo podría estar en casa cuidando de ella y...
—Catalina, mírame —agarró el rostro con suavidad—. Lo que hiciste ya está hecho. No se puede volver atrás, solo estás aquí. Piensa en cuando la vayas a volver a ver, seguro que ella se pondrá muy contenta de verte.
—Eso espero. Quiero escuchar su voz y la de mi hermano, Gabriel. Quiero volver a casa y saber que todo está bien.
—Lo está, cariño. No te preocupes que...
El sonido de una rama romperse fue lo que puso en alerta a ambas chicas, haciendo que se levantaran del lugar y adoptaran una postura de aviso. Sus cuerpos empezaron a temblar del frío que hacía y la piel de gallina, se asomaba en ellas. La respiración de Catalina se entrecortó, esperándose lo peor. Mientras tanto, Julieta rezaba porque fuera algún animalillo que estuviera por ahí cerca, pero era bastante difícil que fuera eso.
Fue entonces cuando ambas se miraron, cómplices y deseando que el momento de tensión acabara. Nadie había delante de ellas por lo que casi llegaron a la conclusión de que solo fue un susto y que ya pasaría.
La aparición de las voces masculinas detrás de ellas hizo que el corazón de Catalina y Julieta se acelerara. Sus cuerpos se tensaron mientras se volvían lentamente para enfrentar a los recién llegados. La mirada de Catalina se encontró con los rostros que ya conocía, llenos de odio y desprecio.
—Vaya, Catalina... —dijo uno de los hombres con una sonrisa burlona.
—Como una maldita vagabunda, vergonzoso —añadió el otro con desprecio.
Catalina, aunque aterrorizada por su presencia, apretó la mano de Julieta en un gesto de apoyo. La joven pelinegra estaba a punto de enfrentar a su tormento del pasado. La tensión en el aire era palpable, y el miedo se mezclaba con la determinación en los ojos de Catalina y Julieta.
—Papá...
La aparición de su padre y Pérez en ese oscuro rincón de la noche hizo que Catalina sintiera una oleada de emociones abrumadoras. El miedo, la ira, la tristeza y el dolor se mezclaban en su interior mientras se enfrentaba a su tormento del pasado. Con la voz entrecortada, susurró el nombre que había temido durante tanto tiempo.
Hasta que fuiste carcelero
Yo era tuya compañero
Hasta que fuiste carcelero
Las lágrimas llenaron sus ojos, pero Catalina se esforzó por mantener la compostura, apretando la mano de Julieta con fuerza. La presencia de Pérez, armado con una pistola, hacía que la situación fuera aún más peligrosa.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Julieta con valentía, enfrentando a los hombres que tenían un rostro lleno de odio.
—Tú cállate la boca —se dirigió Pérez hacia Julieta, eso enfureció a Catalina, pero sabía que no podía hacer nada en aquella situación.
—¿Cómo me has encontrado? —habló firme hacia su padre.
Había rastreado a Catalina hasta ese lugar, lleno de odio y deseos de venganza. Sus ojos se encontraron con los de su hija, y por un momento, pareció vacilar.
—Eso a ti no te importa—respondió su padre, evadiendo la mirada de Catalina—. Sabía que tarde o temprano tendrías que enfrentar las consecuencias de tus acciones. Has avergonzado a nuestra familia y deshonrado nuestro nombre.
La mezcla de emociones en el rostro de Catalina cambió de la tristeza al enojo. Se sintió asqueada por la hipocresía de su padre, quien había sido testigo de las décadas de abuso en su hogar y nunca había hecho nada para detenerlo.
—Tú nunca fuiste un padre para mí, solo un monstruo. Y si es por vergüenza, deberías sentir vergüenza de ti mismo —Catalina habló con valentía, liberando parte de su ira.
Pérez se acercó amenazadoramente a Catalina, su mano temblando mientras sostenía la pistola. El corazón de Julieta latía con fuerza, esperando que no ocurriera lo peor en ese oscuro rincón de la noche.
—¿Te acuerdas de él, Catalina? El mismo que te inyectó aquella droga y te dejó inconsciente esa noche cuando me gritaste porque pegué a tu madre. Y justamente, hace sólo unos meses te aprovechaste y cortaste ni más ni menos sus partes...¿Cuándo dejarás de creerte la heroína de este sucio mundo?
Las palabras de su padre cortaron profundamente a Catalina, recordándole el oscuro pasado que había intentado dejar atrás. El odio en los ojos de Pérez también era evidente mientras sostenía la pistola, ansioso por vengarse. Julieta estaba cada vez más preocupada, viendo la tensión y la hostilidad en el ambiente. Sabía que debían tomar decisiones rápidas para protegerse a sí mismas. Pérez, de nuevo se acercó a esta última, agarrándola por detrás para así evitar que saltara contra Marcos, el padre de Catalina.
—No sé qué tienes en contra de mí. Simplemente te hacía abrir los ojos, no te dabas cuenta de que...
—¡Cállate! ¡Deja de hacer un maldito discurso para absolutamente nada! ¡Has destrozado mi prestigio y tu nacimiento solo llevó problemas a la vida de tú madre y mía!
—No le creas, Catalina —susurró Julieta aterrada.
—No me voy a callar, papá. No lo voy a hacer, porque sé que lo único que tienes sobre mí es odio. Porque sabías que siendo mujer, conseguiría más que tú. No te gustaba verte como alguien débil y aprovechabas cualquier ocasión para hacer daño, de esa manera te sentías superior. ¿No es así, papá?
—Maldita zorra —Marcos recargó la pistola en dirección a Catalina—. Te voy a dar tú merecido.
La tensión en el oscuro rincón del bosque era casi insoportable. Los rostros de los cuatro protagonistas reflejaban la ira y el miedo, y Julieta estaba aterrada ante la amenaza inminente de Marcos, el padre de Catalina, con una pistola apuntándola.
—¡Basta! —gritó Julieta, tratando de desviar la atención de Marcos.
Su grito sorprendió a todos, lo que le dio a Catalina una oportunidad para actuar. Rápidamente, Catalina intentó arrebatar la pistola de la mano de Marcos, y ambas comenzaron a forcejear. La pistola se disparó, y el sonido retumbó en el bosque. Justo fue ahí cuando el grito de dolor femenino se escuchó en todo el lugar, alertando a todos los que estaban ahí.
Catalina estaba tirada en el suelo y el color rojizo de la sangre empezó a caer de su costado. El rostro de Marcos quedó en blanco, mientras que Pérez cogía el cuerpo del padre de Catalina para huir, Julieta gritaba de terror tras ver a su amiga desangrándose. El sonido de la sirena de policía estaba cada vez más, alguien habría escuchado el disparo y estaban preparados.
—¡Vámonos, Marcos! Viene la policía para acá, tenemos que largarnos.
Marcos quedó perplejo, su mente en blanco no le dejaba recapacitar lo que estaba pasando en aquel momento mientras veía a su hija sollozar del dolor. La confusión y el caos llenaron el oscuro bosque. La sirena de la policía se acercaba rápidamente, y la urgencia se apoderaba del lugar. Julieta se acercó a Catalina, temblando de miedo, mientras las lágrimas inundaban sus ojos.
—¡Dios mío, Catalina, aguanta! —Julieta sollozó mientras presionaba la herida de su amiga con la mano para detener la hemorragia.
El padre de Catalina, Marcos, y Pérez se alejaron del lugar, desapareciendo entre los árboles, mientras la policía se acercaba cada vez más. Catalina luchaba por mantenerse consciente, el dolor era insoportable.
—No me dejes, por favor —susurró Julieta con desesperación.
La sirena de la policía se volvía más fuerte, y las luces parpadeantes de los vehículos se reflejaban entre los árboles. La vida de Catalina pendía de un hilo en ese oscuro rincón del bosque.
—Julieta, no puedo —tartamudeó del dolor punzante. Catalina tenía esperanzas de salir de ahí, de poder ser libre de verdad, sólo se le venía la imagen de su madre abrazándole, de su hermano corriendo hacia ella llorando...Pero cada vez le costaba más respirar y sentía que perdía la conciencia.
—¡Policía! ¡Las manos en alto!
Los ojos de Julieta estaban hinchados de tanto llorar, mientras trataba de tapar la herida de su amiga, no podía imaginarse estar sola en aquel lugar. Acabar en la cárcel y arrepentirse toda su vida por haberla dejado morir. Estaba sobre sus brazos y el rostro de Catalina comenzaba a tornarse cada vez más pálido.
—Tienes que aguantar, por favor, no me dejes sola, Catalina. Habíamos creado este plan juntas, recuerdo el primer día que te vi, saliendo del almacén de los que me daban la droga, ¿recuerdas? Joder, cuando te vi por primera vez me enamoré completamente, Catalina. Quizá esto se te haga muy raro, para mi también lo es —rio al mismo tiempo que lloraba mientras acariciaba el rostro de Catalina—. Desde ese momento quería volver a verte, porque de verdad, te admiro.
Voy a tatuarme en la piel
Tu inicial porque es la mía
Para acordarme para siempre
Y recordarlo to'a la vi'a
Las palabras de amor y admiración salían de sus labios en medio de sollozos desgarradores. La adrenalina y el miedo fluían por su cuerpo mientras sostenía a Catalina, cuya vida pendía de un hilo.
—Julieta... —sobre la boca de Catalina comenzaba a caer sangre y eso asustó aún más a la joven mientras la tomaba en brazos. Las lágrimas inundaron los ojos de Julieta mientras abrazaba el cuerpo inerte de Catalina.
—No te esfuerces, respira, Catalina. Eres una mujer fuerte, yo lo sé.
—¡Hemos dicho que las manos en alto! —gritó un policía tras ver los cuerpo de las dos jóvenes echados en el suelo—. Hay una herida en la escena, necesitamos refuerzos.
—Julieta, te quiero mucho.
—Yo también, Catalina— la joven llevó el cuerpo de su amiga al pecho mientras la abrazaba con fuerza.—Vamos a estar juntas, yo lo sé. Te vas a recuperar y podremos viajar muy lejos, ver mucho museos y si quieres te enseño todos los gatos que hay en mi vecindario.
—Julieta, no puedo más...
—¡Catalina! —uno de los policías cogió el cuerpo de Julieta mientras le alejaba del cuerpo de Catalina, quién apenas ya podía hablar.
—Por favor, Julieta. Recuerda, no seas nunca un rehén. A ningún hombre consientas, que dicte tu sentencia. Eres una mujer fuerte —tosió echando el líquido rojizo—. Y haz que esta historia quede marcada por siempre.
Poco a poco, a medida que el tiempo avanzaba inexorablemente, el cuerpo de Catalina se fue debilitando. Las fuerzas que una vez habían sido su compañera constante comenzaron a abandonarla, como hojas arrastradas por el viento. Cada día, cada hora, sentía cómo la vida se desvanecía lentamente, como la luz del atardecer que se desvanece en el horizonte.
Mientras sus párpados pesaban como plomo y sus pensamientos se volvían cada vez más tenues. Recordó las risas compartidas con amigos de la infancia, los momentos de ternura y complicidad con su familia, y las batallas que libró, a menudo en silencio, contra sus propios miedos y desafíos.
En ese momento, cuando las sombras de la muerte comenzaban a cerrarse a su alrededor, Catalina no experimentó ningún arrepentimiento. Sabía que su vida había sido una aventura única, llena de altibajos, pero nunca había dejado que el miedo o la adversidad la detuvieran. Cada elección que había tomado, cada camino que había recorrido, había sido una expresión de su valentía y determinación. No se arrepentía de nada, porque había vivido auténticamente, con pasión y amor por la vida.
Catalina sabía que, aunque su cuerpo estaba destinado a desvanecerse, su espíritu perduraría en la memoria de aquellos que habían conocido su historia. Su legado no se perdería en el tiempo, sino que se convertiría en un faro de inspiración para muchas niñas y jóvenes que, al igual que ella, enfrentarían obstáculos y desafíos en sus vidas.
En el último suspiro de su existencia, Catalina encontró consuelo en el hecho de que su lucha no había sido en vano. Sabía que su historia sería contada, compartida y celebrada, y que su espíritu viviría a través de todas las vidas que había tocado. Su legado era uno de fortaleza, valentía y esperanza, un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una razón para sonreír y seguir adelante.
Catalina se despidió del mundo con gratitud en su corazón y una sonrisa en su rostro, sabiendo que su legado perduraría en el tiempo, como un faro de inspiración para las generaciones venideras.
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