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Capítulo 2

Capítulo 2

Nunca le había gustado el Londres muggle. Estaban en 2001 y, para Draco, los muggles eran más extravagantes a cada año que pasaba. En todas las esquinas se encontraba con personas vestidas con atuendos extrañísimos, botas muy altas, vestidos de colores demasiado llamativos y peinados ridículos. Nada que ver con la elegancia de Draco, que vestía un traje negro por completo, sin corbata y con un abrigo grueso que lo cubría del frío de diciembre.

Draco llevaba su varita dentro de uno de los amplios bolsillos, agradecido de que se la hubieran devuelto. Normalmente y desde hacía tres años, su varita permanecía custodiada por el Ministerio a no ser que él estuviera llevando a cabo una misión en la que necesitara usar la magia. El resto del tiempo, Draco no tenía varita y se sentía verdaderamente inútil, como si prácticamente no pudiera salir de casa. Su padre aún permanecía en Azkaban y le esperaban al menos tres años más allí, su madre rara vez salía de Malfoy Manor, aunque parecía extrañamente feliz, probablemente al ver a su hijo libre del infierno de la cárcel mágica.

En cuanto a Draco... no le había dado más de dos o tres vueltas a Hermione Granger desde que la guerra había acabado. Le habían comunicado que ella estaba desaparecida, pero que no estaba muerta. Sabía que su tía era la responsable y creyó que no tardarían en encontrarla. Al fin y al cabo, se trataba de Hermione Granger, la mejor amiga del Niño que vivió y una de las brujas más importantes del momento en la comunidad mágica. Pero las semanas se habían transformado en meses y estos en años... y ahora era él quien debía encontrarla.

Su primer destino fue obvio: la casa de Granger. Sus padres lo recibieron amablemente, acogedores pero tristes. Con la actitud de quien sabe que tampoco él conseguiría convencer a su hija de que volviera a ser la de antes.

—Antes la buscaban cada semana, todos los días había alguien tratando de hablar con ella —comentó Harriet, la madre de Hermione, mientras le ofrecía una tacita de té a Draco—, pero nadie puede hacerla entrar en razón. Es otra persona, ya no es nuestra Hermione.

Draco rechazó el té con un gesto educado y miró a esa mujer regordeta que se parecía muchísimo a Hermione. Tenía el cabello oscuro y rizado y unos ojos enormes y brillantes, como su hija.

—Yo haré lo posible por encontrarla y hablar con ella.

Henry, el padre de Hermione, sonrió tristemente.

—No escucha a nadie. Llevamos sin verla... ¿dos años? No sé, ese maldito hechizo no solo borró sus recuerdos, también la cambió por completo. Ya no es la misma.

Draco los miró, tratando de tranquilizarlos de algún modo. Era consciente de que la Guerra había hecho sufrir a todo el mundo, incluidos esos dos muggles que no habían hecho nada para merecerlo. A pesar de que no fuera propio de él, Draco suspiró, sintiéndose terriblemente mal por esa familia y quiso confortarlos.

—Su hija... sigue siendo la misma, un hechizo no puede cambiar lo que uno es. Hermione Granger es una bruja de veintiún años cuya memoria ha sido alterada y eso ha provocado un cambio en su personalidad. Pero nada ha cambiado en ella, solo su experiencia en la vida. Les garantizo que todo volverá a la normalidad cuando recupere su memoria, no tengo ninguna duda.

Por primera vez los padres de Hermione parecieron esperanzados con sus palabras. Draco se puso en pie.

—Tengo que irme. Estoy seguro de que la encontraré y podré hablar con ella.

«Mi libertad depende de eso».

—Muchas gracias, Draco —le dijo Harriet, mirándolo a los ojos—. Nos alegramos mucho de que hayas... decidido cambiar.

Draco se quedó congelado durante un instante. ¿Cómo sabían ellos algo así? Enarco una ceja al llegar a la puerta y se giró hacia ellos un instante.

—¿Saben quién soy?

Ellos le dieron a entender que sí con un gesto.

—Hermione hablaba de ti, al menos lo hizo durante los primeros años en Hogwarts. Nos contaba que tus padres pertenecían al bando contrario y... siempre sintió mucha pena por ti.

Draco no supo qué contestar. Se quedó allí, parado frente a esas dos personas, vulnerable por completo. Probablemente esa era la única vez en su vida que había hablado con muggles a solas, aunque comprobar que ellos sabían de la existencia del mundo mágico era muy extraño.

Finalmente, con una ligera inclinación de cabeza, Draco abrió la puerta.

—Haré lo posible por recuperar a su hija.

Después se marchó con la mirada baja, pensativo.

***

Tardó tres días en encontrarla. Londres era inmenso, pero muchos habían buscado a Hermione Granger antes que él y Draco contaba con datos suficientes acerca de dónde podía encontrarse. Alguien del ministerio le pasó la información sobre un par de personas que habían visto a Hermione últimamente y, tras algunas averiguaciones, Draco Malfoy encontró el lugar donde trabajaba.

El joven rubio cruzó la carretera, ya había anochecido desde hacía horas. Llovía bastante en la calle y muchas personas se amontonaban en las puertas de numerosos clubs nocturnos. La música, demasiado alta y estridente para Draco, salía de los clubs cada vez que una puerta se abría. Era la primera vez en su vida que pisaba el barrio de Soho en Londres y Draco no entendía cómo demonios había llegado allí Hermione Granger. ¿La bruja más brillante de Hogwarts en su promoción ahora pasaba sus horas en ese lugar ruidoso y maloliente?

Lornie's era un club nocturno enorme, con grandes carteles adornados con luces que anunciaban ofertas en bebidas y espectáculos cuestionables.

—¿Qué demonios haces aquí, Granger? —preguntó Draco, mirando el edificio sin saber qué se encontraría ahí adentro.

Unas veinte personas hacían cola para entrar y Draco se situó al final, pacientemente. En la puerta del club, dos tipos enormes y vestidos de negro parecían ser quienes decidían quién entraba al club y quien no. Draco no entendió bien qué patrón seguían para tomar esa decisión, pero cuando llegó su turno de entrar, pareció que él sería uno de los desafortunados esa noche.

—¿Dónde está tu D.N.I.? —preguntó uno de los porteros, grande con barba y unos brazos tan anchos como el tronco de Draco.

—¿Mi qué? —respondió el mago, confuso.

—Tu D.N.I. o tu pasaporte —aclaró el gorila—, necesito saber que eres mayor de edad para que puedas pasar.

—Tengo veinte años.

—Sí, bueno. ¿Puedes demostrarlo? —le increpó el gorila.

Draco apretó los labios. No tenía ni D.N.I., ni pasaporte, ni sabía qué carajos era eso, para ser sincero. Lo que sí tenía era una varita que se vería obligado a utilizar para poder entrar en ese apestoso club. Tomó la varita entre sus dedos, aún dentro del bolsillo, y estuvo a punto de sacarla, pero entonces una voz familiar llamó su atención.

—Déjalo entrar, Gary —dijo ella—, necesitamos chicos guapos en el club para entretener a las clientas.

Supo que era ella sin siquiera mirarla, pues su voz no había cambiado en absoluto... pero sus palabras. ¿Qué demonios acababa de decir Hermione Granger? Draco alzó la cabeza, pero solo alcanzó a verla un instante. Era ella, tal y como la recordaba, aunque se había teñido el cabello de rubio y lo llevaba alborotado y rizado alrededor de la cara. Draco abrió mucho los ojos al comprobar que Hermione vestía una camiseta fina con la espalda al aire y unos vaqueros que se ajustaban como un guante a su cuerpo.

El portero se hizo a un lado y Draco casi trastabilló cuando de pronto se encontró abriéndose paso entre la multitud para poder seguir a Hermione. La perdió casi al instante, encontrándose inmerso en una nube de personas que bailaban, gritaban y bebían a su alrededor. Las luces, brillantes y cegadoras, lo mantuvieron confundido durante bastantes minutos. Dentro, Lornie's era aún más caótico que por fuera. En cuatro plataformas altas, Draco alcanzó a ver a algunos chicos y chicas bailando prácticamente desnudos. Se obligó a apartar la mirada de ellos y por fin la visualizó de nuevo, detrás de una de las tres barras. Hermione servía copas con rapidez, ajena a la realidad que la rodeaba. No entendía bien cómo ni por qué, pero Hermione Granger, una bruja brillante, había acabado siendo camarera en un club londinense, ajena por completo a su realidad.


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