▪︎Capítulo 8▪︎
Caminar loma arriba, con el suave viento proveniente del mar azotando sus rostros, les hizo olvidar toda aspereza anterior y disfrutar por un momento de aquel paisaje de ensueño. Por algo Magna había decidido asentarse en aquel lugar apartado de todo, con el único sonido de las olas chocando contra las rocas y el acantilado, como consuelo para el silencio de tan remoto sitio.
Justo en la punta, tan sencilla como pequeña, se alzaba una casita modesta pero hermosa en contraste con aquel paisaje triste y solitario. Un pequeño jardín sin flores, con un porche donde dos balancines de madera evidenciaban el íntimo lugar donde contemplar todo el panorama. Magna los invitó a entrar, no sin antes devolver al dios en u interior junto a ellos. Abrió la puerta con sumo cuidado, y la tranquilidad dentro del hogar era inquietante.
—¡Oma! —gritó ella, llamando a Eva—, ya estoy en casa.
Nadie respondió.
—Quizás salió al pueblo —le dijo Daulla.
—No. Le tengo prohibido salir de la casa sin mí o sin Deux. Ayer mismo la reprendí por hacerlo.
Les dejó en la entrada, y subió corriendo por unas escaleras que daban al segundo piso, donde se encontraban las habitaciones. La habitación de Eva estaba abierta y la luz encendida; todavía salía vapor del baño adyacente, como si Eva o alguien se hubiese duchado hacía pocos minutos. Corrió al otro lado del pasillo, y al mismo tiempo Daulla y Detroyd subieron apresurados por las escaleras, sin preguntar ni pedir permiso.
Al final del pasillo, en su habitación destruida por Oham, se encontraba Eva plácidamente dormida encima de un rincón de la cama llena de escombros. El viento entraba por lo que antes era una ventana con balcón, que yacía derrumbada y solo quedaba un enorme hueco por el cual se podía contemplar el patio de la casa, rodeada por un muro que impedía la inminente caída al mar.
El cabello de la anciana estaba todavía mojado, y su vestido de dormir limpio e incluso algo arrugado. Se movió un poco, con intensión de despertar, tal vez por el ruido proveniente de fuera de la habitación. Magna volvió a respirar con normalidad al verla a salvo, y se sentó a su lado luego de quitar unos fragmentos de madera y polvo de sobre la cama.
En ese momento entró Daulla, justo cuando la anciana despertaba y miraba a Magna algo confundida.
—¿Mi niña? —preguntó, más para sí misma que para los presentes.
—Si, Oma, ya volví.
La sonrisa de Eva fue mágica y genuina. La abrazó con fuerza, y Magna le devolvió el gesto, pasando su mano por el cabello canoso y mojado de la anciana, quien la apretaba cada vez con más fuerza.
—Eva… —dijo Daulla por lo bajo, llamando la atención de la mencionada.
Esta le miró, luego a Detroyd, y luego miró a Magna algo preocupada. Ella asintió y la calmó, se despegó de su abrazo y le dijo que todo estaba bien, que eran amigos de ella. Media hora después, entre malentendidos, momentos incómodos y muchas disculpas, se encontraban todos los líderes, Magna y Oham en el patio sentados, y Eva en la cocina preparando un café caliente para los invitados de su nieta.
—MaLa, ¿ya nos piensas decir qué tienes en mente? —preguntó Kallab.
—Antes de decirles algo, Oham tiene que contarles todo el contexto de las acciones que voy a tomar a partir de ahora. Necesito que escuchen atentamente, y no juzguen sin interiorizar lo que puede significar mi decisión para Theya, y para ustedes.
—Somos todo oídos —dijo Viane.
Magna miró a Daulla, quien estaba sumergido en sus pensamientos, mirando al interior de la casa sin escuchar una palabra de lo que estaban diciendo.
—Luego podrás hablar con ella. —Puso su mano en el hombro del anciano, quien parecía debatirse muchas cuestiones en su interior.
Él solo asintió, con pesar, y luego de un largo suspiro volvió a su papel estoico. Todos miraron al dios, quien jugaba con la cucharita del café, aparentemente aburrido.
—Bueno… esta es una historia algo complicada, pero intentaré ser lo más escueto posible para no cansaros.
«Ya todos deben estar claros sobre la presencia de otros “dioses” o como quieran llamarnos. Realmente no somos los únicos seres superiores en este plano, ni en ningún otro, somos toda una raza al igual que ustedes. Ahora, esta es otra historia que no tiene relevancia en este momento, pero quería aclararles eso para que entiendan el porqué nuestra Madre Natura está tan interesada en… esta criatura».
Magna, quien se miraba sus uñas, aburrida por el tema, levantó su vista hacia Oham, molesta por la forma tan despectiva de referirse a ella. Fue hablar, pero alguien más le interrumpió.
—¿Qué piensan hacer con ella? —inquirió Rashel, impaciente por llegar al punto de aquella conversación—. Y, ¿en qué nos puede perjudicar lo que le pase?
—Magna no pertenece a mi raza, y sin embargo posee nuestros poderes. Es una amenaza, aunque nuestra madre intente ocultarlo. Su “diosa” tiene un tiempo limitado para despedirse de ustedes y venir con nosotros por las buenas, o por las malas.
—Entonces, ¿qué pasaría con Theya, y con nosotros? Dependemos de su poder, como lo hacíamos antes del anterior Oshanta.
—Es a eso a lo que queremos llegar —dijo Magna ya cabreada con tanta preguntadera—, dejen que termine de hablar.
Oham carraspeó, y volvió a tomar el hilo de la conversación. Debía ser cuidadoso con sus palabras, no por aquellos seres inferiores, sino para no decir algo que a la nueva diosa pudiese parecerle una amenaza, y complicara las cosas.
—Magna Lahen es una amenaza para nosotros solo sí no es debidamente instruida y adoctrinada. Nuestra intención es acogerla en el plano astral por un tiempo, y enseñarle los límites que no puede rebasar con su poder; límites que a Oshanta no le importaron en su momento y por eso terminó como terminó.
—Hasta aquí la explicación del todo poderoso. Ahora toca la mía— dijo ella después de una breve pausa en la que todos quedaron callados.
En ese momento llegó Eva con el café y unos refrigerios. Los puso sobre la mesa y se colocó detrás de Magna, quien alzó la cabeza hacia tras para mirarla y le sonrió. Eva le devolvió la sonrisa y, luego de excusarse, entró nuevamente al interior de la casa.
—Te escuchamos —dijo Kallab.
—Bueno, solo necesito dos cosas —les explicó luego de darle un sorbo al café recién hecho—. La primera, que cuiden mi cuerpo. Comprenderán que en el plano astral solo podrá entrar mi alma, y el cuerpo físico quedará varado a saber dónde. El problema radica en que necesito un alma que lo ocupe mientras tanto, o este seguirá con un proceso anormal de descomposición si no hay nada habitando en él.
—¿Cómo se supone que encontremos un alma que se le adapte? —preguntó Daulla.
—Ya la tengo, pero es un alma algo… complicada. Y quizás vengativa. Voy a prestarle mi cuerpo a Analla.
—¡¡¡¿¿¿Qué???!!! —gritaron todos al unísono.
La líder se encontraba en un transe difícil de liberar. Su alma estaba bloqueada por el don de Magna sobre la misma luego del enfrentamiento que habían tenido, y su cuerpo permanecía en un estado de coma inducido, resguardada en un prestigioso hospital perteneciente a la sede de los Therres, en Múnich. Aunque ya “las familias” no existían, Deux desde la distancia controlaba la organización como su CEO.
—Lo otro que necesito que hagan es controlar que todo fluya de la forma correcta, como estaban haciendo hasta ahora. Ya no tendrán lacayos a su disposición, ni jugarán con la vida de ningún humano como antes. Todo lo harán desde la distancia, en La Biblioteca.
—Si tu no vas a estar no entiendo cómo quieres que accedamos a ese lugar. Se supone que es en el interior de tu alma.
—Para eso tienen a Deux. Lo dejaré a él a cargo.
—¿A cargo de qué…? —preguntó alguien de forma brusca, casi gritada.
Era el mencionado, quien caminó a paso agigantado y hasta donde se encontraban todos, sin mirar a nadie más que a su chica. Magna se levantó de su asiento sorprendida, con su mirada enfocada no en el hombre furioso que tenía delante, sino en dos figuras más, detrás del mismo, que jamás en sus peores pesadillas hubiese esperado encontrar en su casa, en el lugar en el cual todo había comenzado.
No hubo respuesta a aquella pregunta, más que la respuesta física que tuvo Magna, sin pensar, al saltar por encima de la mesa hecha una fiera, con sus ojos destellantes y una llama de energía acumulativa en las yemas de sus dedos, directo a aquellos intrusos detrás de Deux.
Todo pasó demasiado rápido cuando, en apenas un pestañeo, la diosa se encontraba sometida en el suelo por Raphaello. El otro intruso, sin moverse apenas de su silla de ruedas, extendía una mano al frente en dirección a la chica, y sus ojos brillantes de un tono azul eléctrico demasiado peligroso.
Oham se levantó de su asiento y caminó muy calmado, pasando por el lado de los líderes, expectantes y asustados por la sorpresa e incertidumbre. Miró al hombre en la silla de ruedas, luego a Deux y a Raphaello. Sonrió, y sin mediar palabra pateó bruscamente a este último hasta tirarlo a un lado. Agarró a Magna del brazo y la ayudó a levantarse, incluso con la fuerza magnética que tenía el suelo sobre ella producto del poder el discapacitado, quien cerró su mano e hizo volver sus ojos a la normalidad.
—Oremh, magnatus oliverti —le dijo, inclinando su cabeza en señal de saludo.
—Magnatus oliverti, hermano Oham.
—¡¿Qué… qué están haciendo en mi puta casa?! —les preguntó Magna, cegada por la ira—. ¿Deux?
Miró al hombre frente a ella, a su compañero y amante, quien parecía desligado de todo sentimiento en aquel instante. Este le devolvía la mirada sin arrepentimiento alguno, sin emoción aparente que le hiciera entender a ella qué estaba pasando. Luego miró a Raphaello, quien se levantaba y acomodaba su pulcro traje luego de ser pateado.
—Cálmate, Eva lo está viendo todo. —Fue lo único que le dijo.
Esta pasó su vista de él hacia la anciana; se encontraba aferrada al marco de la puerta, con Daulla intentando calmarla y hacerla entrar. Miró luego al resto de los líderes, al patio hecho un desastre y el café regado por todo el suelo. Intentó recomponer su respiración, y la mano cálida de Oham en el costado de su tronco apretó sin causarle dolor, sino más bien para apoyarla.
Inhaló todo el aire que pudo y se recompuso. Se despegó del agarre del dios y dio varias vueltas aleatorias, caminando de un lado a otro. Caminó luego hacia Deux hasta quedar frente con frente a él. Intentaba entender cómo había logrado escapar del apartamento en aquel rascacielos resguardado por su poder. No lograba entender tampoco la presencia de aquellos dos intrusos, quienes habían dado la cara luego de tanto tiempo desaparecidos.
—Dime qué está pasando… —suplicó.
—Vamos a arreglar este desastre y sentémonos. Si no te calmas no puedo hablar contigo.
—¡¿Cómo quieres que me calme?! Tu mejor que nadie sabe lo que ellos me hicieron, lo que le hicieron a nuestro dios.
—No tienes idea de nada, Magna Lahen —habló el hombre en silla de ruedas—, y disculpa que sea de esta forma, pero debemos intervenir antes de que cometas un error que ponga en peligro todo lo que conoces.
—Magna —le llamó Detroyd—. Escuchemos lo que tienen que decir. Si fuesen un peligro no estarían intentando hablar con nosotros.
—Sí. Hablemos —aceró Oham—, y así me explicas a mi también, Oremh, ¿qué diablos andabas haciendo todo este tiempo? Madre Natura espera tu regreso.
—¿Oremh? —preguntó Magna para sí misma. Volvió a mirar a Deux, sin cambiar su expresión de sorpresa, buscando empatía y contención en aquel que tenía frente a ella, pero que solo la miraba de forma desaprobatoria—. Creo que ahora sí me voy a volver loca con todo esto.
Y fueron sus últimas palabras hasta que un cansancio sin precedentes la invadió, al sentir un vacío repentino en su alma. Sus ojos se cerraron y su cuerpo dejó de funcionarle, cayendo mientras Deux y Oham la agarraban para que no tocase el suelo. Ambos se miraron recelosos, dubitativos, reclamando a la joven.
Había colapsado luego de tanta contención. Pero, más que un cansancio físico, o una carga muy pesada, algo dentro de ella había fallado, y era la primera prueba de que nada estaba tan bien como pensaban.
No quedaba mucho tiempo…
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