Capítulo 6
HEY HEY HEY (¡Hoy más que nunca por el cumpleaños de Bokuto!)
Como dije en el capítulo anterior, los siguientes capítulos pueden ser cortos en comparación al monstruo de once mil palabras que subí el lunes pasado, pero igual son MUY importantes, ¡presten atención! Me gustaría saber sus teorías.
Como siempre, muchísimas gracias a mi beta NatalieNightray1997 por todo su esfuerzo al traducir este fic, ¡todo esto no sería posible sin su ayuda!
Por hoy no tengo nada para comentar sobre este capítulo, ¡disfruten la lectura!
Hay una radio a todo volumen en el coche, pero Tsukishima no la está escuchando. Distraídamente dirige su mirada hacia algún lugar en dirección de la guantera. Simplemente no sabe qué decir.
Incluso si solo mira la cuestión puramente profesional del trabajo que acaba de hacer: sí, está avergonzado de sí mismo. Por la suite destrozada del hotel, por las placas estereoscópicas robadas estúpidamente, por su propio torpe manejo de las armas, por todo. La idea de que tal vez, si solo sostuviera el arma con más confianza, todo hubiera resultado diferente, no se le escapa de la cabeza. Tsukishima sabe que no hay necesidad de preocuparse, pero también sabe que todo podría haber ido mejor. Frunciendo el ceño, se pasa las manos por la cara.
—No te culpes por todo —le dice el agente especial a cargo Shimizu desde el asiento del conductor—. Hiciste todo según las instrucciones. Estas cosas ocurren.
Tsukishima la mira de reojo. El amanecer detrás de la ventana colorea su perfil delgado y elegante con un delicado tono rojo rosado. Seria, serena, incluso consuela profesionalmente.
Kiyoko Shimizu es el tipo de mujer sobre la que hacen los éxitos de taquilla de Hollywood: una mujer en posición de poder, una mujer que nunca comete errores, una mujer que es un puño de hierro en un guante de terciopelo. Obviamente también muy inteligente e increíblemente hermosa, aunque Tsukishima no es el mejor juez ante la apariencia de una mujer.
—Pido disculpas —dice de todos modos, mirando por su propia ventana. Shimizu solo suspira cansada. Ella tampoco ha dormido.
Cuando regresó de la embajada, encontró la suite destruida, hecha escombros, y a la administración del hotel enfurecida. A ella le tomó alrededor de una hora sofocar el escándalo, además de que les tomó otra media hora salir del hotel y veinte minutos extra para volver a contar la historia de su vergüenza.
Después de descubrir que sus valientes subordinados se toparon en un conflicto con el Cartel del Amanecer, Shimizu decide que no deben esperar a que todo empeore. Entonces, es por eso que se encuentran camino a ver a Washijou en este momento.
—Si me lo permite —comienza Tsukishima con incertidumbre, carraspeando. Shimizu asiente sin apartar la mirada de la carretera— ¿Puedo pedir permiso para hablar libremente, señora?
—Por supuesto —ella asiente de nuevo.
—Señora, ¿está segura de que hablar con Washijou es buena idea?
Y ese es el segundo pensamiento que se niega a escapar de su cabeza en todo ese viaje.
Realmente duda que deban tener algún tipo de acuerdo en la ciudad de Washijou. Las pandillas en América y las pandillas en Asia, a pesar de sus características criminales similares, difieren en casi todos los demás aspectos. Comenzando por el hecho de que las pandillas en los Estados Unidos siguen siendo pandillas, escondiéndose de la policía y no cometiendo delitos federales, trabajando alrededor de la ley: actúan de forma lógica y comprensible. Las pandillas en Yakarta intentan convertirse en ley. Las pandillas en Yakarta intentan conseguirlo todo, incluso más allá de sus propios objetivos: destruir un muelle entero en una pelea, dispararse entre ellos en hoteles, organizar persecuciones de coches y tiroteos en el centro de la ciudad. Cuando el Cartel del Amanecer, la Tríada y Al Shamed se involucran, la policía da un paso atrás.
Entonces, si la agente Shimizu es asesinada en el último piso de la Torre Hamaima, a nadie allí le importará. Excepto a Tsukishima, quien se quedará sentado en el choche y esperará pacientemente su regreso.
—Es necesario —asiente. Giran hacia una salida vacía y conducen hacia la parte sur de la ciudad. Los edificios bajos del casco antiguo se dispersan y se convierten en negocios, hoteles y rascacielos de vidrio y concreto.
—¿Por qué? —Tsukishima no lo comprende. Está cansado y quiere dormir, pero también quiere saber más.
—El Cartel del Amanecer es conocido más allá de las fronteras de Yakarta —comienza a explicar la habitualmente taciturna Shimizu—. Solo nos ocupamos de la falsificación de moneda estadounidense, pero recopilamos toda la información posible para cooperar con el gobierno local. En los últimos dos años, el Cartel ha incursionado en el mercado de la falsificación. Además del negocio de las drogas en todo el Estrecho de Siam y el Mar de China Meridional, ha comenzado a imprimir baht tailandés y yuan chino. Solo estamos pasando información a sus agencias especiales, así que no sé como terminará todo. Sin embargo, el Cartel tiene suficiente gente y poder para hacer negocios en varios países y controlar completamente su propio territorio en Yakarta. Según nuestros datos, tienen alrededor de 1500 agentes.
—Y Washijou Tanji, el jefe de la organización —continúa—, es bien conocido por su... personalidad despótica. No soporta cuando extraños se involucran en su negocio, especialmente cuando se interponen en su camino. Sus conversaciones con quienes entran en esa categoría son breves ¿Crees que se alegrará de saber que seis extranjeros desconocidos están arruinando sus planes y disparando contra su gente?
—Y sabiendo todo esto —Tsukishima levanta las cejas—, ¿todavía quiere ir allí? ¡La matará en la puerta!
—Quiero establecer límites, explicarle que no estamos aquí por el Cartel, que estamos aquí por Ukai. Hacer hincapié en nuestro motivo compartido: que estamos aquí para poner a Ukai tras las rejas, y eso es exactamente lo que quiere Washijou, aparte de asesinarlo. Especialmente porque dispararles a desconocidos es una cosa, dispararles a agentes especiales de los Estados Unidos es otra. Washijou tiene cuidado, lo pensará dos veces antes de ir tras nosotros. No me matará, especialmente no en la puerta.
Suena segura, pero Tsukishima todavía cree que el riesgo es demasiado alto.
—¿Y si no está de buen humor? —pregunta.
—¿Por qué no lo estaría? —Shimizu resopla— Tiene las placas, ya ganó. De hecho, creo que ahora es el momento ideal para ir a dialogar con él —dice como si estuviera a punto de ir a almorzar con un viejo amigo. Tsukishima niega con la cabeza.
Shimizu aparca el coche y abre la puerta para salir. Tsukishima no puede hacer nada, el sentimiento de culpa se mezcla con la ansiedad y él...
—Si algo sale mal, te lo haré saber —dice, inclinándose hacia el auto. Su cabello oscuro brilla a la luz del sol naciente. Quién sabe, tal vez Washijou aprecia la belleza femenina y evita hacerle cualquier daño.
Ella sale y cruza la calle. Tsukishima observa su elegante silueta, vestida con una blusa oscura de manga corta y pantalones finos de lino hasta que se desvanece en el edificio. Se inclina hacia atrás en su asiento, bajando un poco el respaldo. Le duele la columna, le palpita la cabeza. Esta noche fue demasiado agitada.
Recuerda las balas que fallaron a su cara por un centímetro, la firmeza de la pared debajo de los omóplatos cuando el japonés los alineó a todos y el cañón de la pistola de otra persona presionando bajo su barbilla. Sí, nunca esperó ese tipo de vida después de graduarse de Stanford ¿Cuándo salió todo tan mal?
Gime, inclinando la cabeza hacia un lado y cerrando sus cansados ojos, ¿qué diría Akiteru si supiera cuántas veces la gente le apuntó a su hermanito en las últimas 24 horas? Repasa sus recuerdos de la última noche, analizando cada momento. Aunque necesita olvidar algunas cosas, como la vergüenza de su propia inexperiencia, su torpeza o su irritación. Y sorprendentemente, todo eso lo experimentaba cada vez que Kuroo Tetsurou abría la boca. Hace una mueca, imaginando su rostro.
Sabe que da la impresión de ser una persona racional y controlada, y puede enumerar fácilmente las cualidades que le gustan de las personas y señalar a quienes le resultan irritantes. Lo que lo lleva a considerar que definitivamente está impresionado por la inteligencia... sin importar la personalidad de quien la tenga.
Y Kuroo es inteligente: habla bien, es un maestro de la provocación y puede descubrir las debilidades de una persona con una sola mirada. No es de extrañar que decidiese presionarlo a él en específico y usara su irritabilidad. Eligió el objetivo que requería la menor cantidad de tiempo y recursos.
—¡Maldita sea! —refunfuña, abriendo los ojos.
Darse cuenta de que él era el objetivo más fácil de provocar, no era lo que quería para comenzar bien un hermoso nuevo día.
—¿Eso es exactamente lo que dijo? —Sugawara se frota el puente de la nariz. Él y Shimizu hablan junto a la única mesa al fondo de la habitación.
—Es posible que esto sea lo mejor que pueda hacer por nosotros.
—Comencemos por el hecho de que sobreviviste.
Tsukishima los escucha mientras se sienta en un taburete. La luz de la mañana apuñala sus ojos exhaustos y el Hinata mañanero le pone los nervios de punta ya que aparentemente es inmune al estrés. Está de pie, apoyado ligeramente contra la puerta, observando la conversación con atención y ocasionalmente acompañando con comentarios en voz alta.
—Naturalmente, el Cartel no cooperará con nosotros —subraya Shimizu—. Pero si no vamos tras las estereoplacas, podemos hacer lo que queramos. No tienen ninguna objeción al respecto.
—Pero... —Hinata cruza los brazos sobre su pecho, sin entender—, nosotros sí nos interpondremos en su camino... ¡Nuestro objetivo es sacar las placas del mercado y detener la producción!
—Decidí —dice Shimizu en un tono tranquilizador—, que Washijou no necesitaba esa información.
Ella le proporcionó información al jefe del Cartel de forma selectiva, dividiéndola cuidadosamente: «Estamos buscando a Ukai Ikkei. No buscamos ningún problema con usted. Las estereoplacas son preocupación ajena, nuestro grupo tiene un objetivo diferente que no actúa en contra de sus propios intereses».
Sugawara escucha todo y luego se pone de pie, estira los brazos, se pasa las manos por el pelo y se dirige a la sala de estar.
—Tadashi, ¿has encontrado algo? —se inclina sobre el hombro de Yamaguchi, quien pasa los dedos por las teclas tan rápido que el golpeteo se vuelve monótono. En la pantalla, matrices de números blancos se encuentran sobre un fondo negro, una imagen familiar de búsqueda.
Mientras Tsukishima y Shimizu estaban lidiando con el Cartel, el resto del grupo movió sus cosas a un lugar seguro y comenzó a buscar en la base de datos a sus recientes invitados. La ubicación segura, esta vez es un apartamento en alquiler en Bekasi.
Tsukishima se ve obligado a admitir que le disgusta la idea de dormir, caminar y sentarse en nada que no sea ese maravilloso taburete de madera. Pasa por encima de una bola de cargadores, la mitad de los cables se extienden hacia cables de extensión y la otra mitad solo están permanentemente enredados. Agarra el taburete con una mano y lo arrastra hasta la mesa.
Yamaguchi se sienta, encorvado y con la cabeza inclinada, probablemente tampoco ha dormido. Tsukishima se considera afortunado, al menos logró echarse una siesta en el coche. El resto del grupo no tuvo esa oportunidad.
Parece que Sugawara de repente recuerda lo mismo y envía a Yachi, quien prácticamente se duerme parada, a descansar un poco.
—Estoy casi seguro de que esos no eran sus nombres o identidades reales —Yamaguchi niega con la cabeza. Sus ojos recorren la pantalla tan rápido como sus dedos recorren el teclado, y su rostro pecoso parece más pálido que de costumbre—. Necesito más tiempo.
Tsukishima echa un vistazo por la ventana a la meseta de casas idénticas, separadas por callejones estrechos. Auténticos barrios marginales: sucios, ruidosos, oscuros. Niños descalzos, coches baratos calentados por el sol, asfalto derretido. Se acerca el mediodía, por lo que de ahora en más solo hará más calor allí. En ese momento, está increíblemente irritado por todas las autoridades criminales de Yakarta: realmente le gustaba el aire acondicionado del hotel.
Cuando se acerca a Yamaguchi y pone una taza de café frente a él, Yamaguchi levanta la cabeza, sobresaltado y le sonríe agradecido.
—¿Qué tienes allí? —Tsukishima pregunta, apoyándose en el borde de la mesa y bebiendo de su propia taza.
—Encontré algo —Yamaguchi se rasca el cuello y abre un expediente sobre uno de sus primeros visitantes— ¿Dijiste que el líder le gritó «Nishinoya»? ¿Estás seguro de eso, Tsukki?
Tsukishima asiente, frunciendo el ceño ligeramente. Sí, escuchó con mucha claridad: ese tipo, Shuichi, estaba directamente frente a él, a no más de diez pies de distancia.
—Porque según la información de la prisión de Osaka en la que estuvo hace tres años, se llama Akihiko Kunio —Tadashi sorbe de su taza y sisea cuando se quema la lengua.
—Con cuidado —murmura Tsukishima, mirando la fotografía de Akihiko Kunio del archivo policial. Sugawara tiene razón, algo anda mal.
—¿Un apodo? —Yamaguchi, pensativo, pasa los dedos por la computadora portátil. Todas las computadoras que el Servicio Secreto trajo consigo a Yakarta son enormes y pesadas, de al menos seis libras cada una. Maletas masivas de aleación de magnesio, con pantallas táctiles que giran 180°. Así es como se ve la tecnología del Servicio Secreto. Tsukishima, que suele trabajar con modelos portátiles ligeros, cree que eso es un inconveniente, Yamaguchi, en cambio, difiere.
—Un apodo —Tsukishima repite con cansancio, pellizcando el puente de su nariz bajo los lentes. No ha dormido en casi dos días y su cabeza apenas puede retener nada un en ese momento—. Un apodo... bueno, ya lo veremos. Por ahora sigamos buscando.
Se las arregla para acostarse durante dos horas y se despierta con las marcas de la almohada en el rostro. Hinata se ríe de él como si ambos tuviesen siete años. Porque, como se entera diez minutos después, Sugawara lo despierta por una razón en particular.
—Hinata y tú deben ir a Banten —declara Sugawara una vez habiéndolo despertado. Está sentado frente a una de las computadoras junto a Yamaguchi. Shimizu se ha ido de nuevo, pero Tsukishima ya se ha acostumbrado a eso.
—¿Objetivo? —pregunta Hinata, volviendo instantáneamente al modo de agente del gobierno. Revisa su arma, toma las llaves del auto de Sugawara, asiente con calma mientras recibe instrucciones y le señala a Tsukishima la puerta. Las órdenes son órdenes, por lo que lo sigue.
Deben realizar un a visita amistosa a Terushima Yuuji, el tipo que consiguió las placas de Ukai Ikkei por primera vez. Sugawara y Shimizu probablemente no esperen nada, pero están tratando de trabajar desde todos los ángulos.
Banten está en el otro extremo de la ciudad, así que tienen que pasar casi cincuenta minutos en el automóvil, conduciendo por muchas calles pequeñas.
—No eres malo conduciendo por la derecha —comenta Tsukishima de mala gana, mirando de reojo a Hinata.
Hinata sonríe feliz y responde—: Visito a mi tía en Japón todas las vacaciones.
Nunca fueron muy unidos en la Academia, aunque ingresaron allí al mismo tiempo. Pero Tsukishima realmente no hablaba con la mayoría de las personas allí, y Hinata estaba en camino de convertirse en un operativo, mientras que él tenía la intención de trabajar solo en oficinas durante toda su vida.
—¿Y tú, Tsukishima? —Hinata frunce el ceño, como si estuviera tratando de recordar algo— ¿Eres de... de dónde, Georgia?
—Miami —murmura Tsukishima.
—¡Vaya, no pareces para nada oriundo de Miami! —Hinata se ríe— Yo soy de Ohio y siempre pensé que en Miami Beach todos estaban bronceados.
—¿Ah sí? —Tsukishima bufa.
Al ver un atasco más adelante, Hinata revisa el GPS y se mete por un callejón con ropa tendida entre los edificios.
—Mi familia se mudó a los Estados Unidos por trabajo —Tsukishima detesta las conversaciones vacías para llenar el silencio, pero a Hinata no le importan, así que pregunta— ¿Qué hay de ti?
—No tengo ningún vínculo personal con Japón —Tsukishima se encoge de hombros en respuesta.
Su bisabuelo fue quien se mudó a Estados Unidos, por lo que nunca se consideró parte de la Tierra del Sol Naciente.
Hinata continúa parloteando sobre algo, pero el zumbido uniforme de la carretera y la radio adormecen lentamente a Tsukishima, no lo suficiente como para dormirlo, pero sí lo suficiente como para dejar de responder. Al menos, Hinata no parece necesitar un compañero de conversación.
Después de un tiempo, llegan al distrito universitario de Banten, donde vive Terushima Yuuji. Casi bloqueando la carretera con su automóvil, lo estacionan junto a una cerca, salen y se dirigen hacia una pequeña casa. Según la información más reciente, Terushima llegó allí después de que su apartamento fuese destruido por el trío Cartel-Iglesia-Bokuto y compañía.
Cuando tocan el timbre, Tsukishima espera que el dueño de casa les abra: Bobata Kazuma, quien, al igual que Terushima, es un pequeño revendedor de etnia japonesa.
Pero es el mismo Terushima quien les abre. Les abre sin mirar, mientras le habla en indonesio a otra persona dentro de la casa. Entonces los ve, y es obvio por su rostro que estaba esperando a alguien más.
—¿Quiénes son ustedes? —sonríe, abriendo la puerta de par en par sin miedo y poniendo una mano en su cadera. Su inglés es realmente terrible. Tsukishima apenas puede adivinar las palabras.
«Servicio a la habitación», murmura, mientras Hinata en impecable japonés dice—: ¿Eres Terushima Yuuji?
En lugar de decir «sí, ¿y ustedes son?» o decir «no, no tengo idea de quién es» o «lárguense de mi casa», Terushima mira a Hinata y felizmente pregunta—: ¿Qué, sabes japonés?
El comportamiento de Terushima coincide con su apariencia: cabello decolorado con la nuca rapada, una chaqueta con estampado de leopardo, camisa de seda, una gruesa cadena de oro alrededor del cuello y zapatos de piel de cocodrilo completan toda su estética de desastre de la moda.
Detrás de él, en la casa, hay música que Tsukishima se niega firmemente a reconocer como Ariana Grande.
—Somos japoneses —asegura Hinata a Terushima.
Terushima entrecierra los ojos alegremente en dirección a Tsukishima, y dice—: Tu amigo no lo parece —y luego agita su mano en un gran gesto—. Bien, ¡pasen!
Y entran.
—Este es Bobata —asiente Tsukishima a un tipo sentado en el colchón con un brazo alrededor de una pipa de agua. Está en calzoncillos, mirando una película en un enorme televisor de pantalla plana en el suelo, usando un osito de peluche gigante como almohada. Los saluda con la pipa—. No le tengan miedo, muchachos.
Ambiente: cinco. Decoración: cero.
Es una habitación, no una casa, decide Tsukishima de repente con un rigor puritano, dando un paso alrededor de una pila de objetos sucios con una guitarra eléctrica sobresaliendo. Las paredes están cubiertas de carteles, no hay papel tapiz, el único mueble visible es el colchón y una cómoda larga con cables y basura asomando por los cajones. En realidad, hay basura en todos lados: papas fritas en el suelo, bolsas de bocadillos, revistas arrugadas, DVD pornográficos, hierba en un teclado de Apple volteado...
—Entonces, ¿Quiénes son ustedes? —Terushima pregunta descuidadamente— ¿y qué quieren? Si quieren marihuana, es al lado.
Genial, ahora cree que son consumidores.
—No, ese no es nuestro problema —responde Hinata con el mismo tono—. Solo queremos hacerte una pequeña pregunta.
—Realmente no lucen como el tipo de personas que hacen pequeñas preguntas —Terushima bebe de una botella con la etiqueta raspada.
—¿Entonces a qué nos parecemos? —pregunta Hinata tratando de sacar un sospechoso caramelo duro de la cómoda. Tsukishima golpea su mano.
—Bueno, no son de la Iglesia —Terushima se rasca la barbilla—. Ellos mandan a Yaku cuando necesitan golpear caras. Un Padre Santo del tamaño de un pepino...
Bobata se ríe de la broma como si nunca hubiera escuchado nada más divertido en su vida. Tsukishima hace una mueca de disgusto.
—Si son amigos suyos, hagan de cuenta que no dije nada —Terushima los señala y luego suspira—. Bueno, definitivamente están aquí por las estereoplacas, así que...
Hinata prácticamente interrumpe— ¿Cómo lo adivinaste?
Quizás sea inteligente. O quizás tal vez todos los que persiguen las placas estén conectados a una única mente colmena.
Terushima pasa una mano por su cabello quemado por la tintura y se ríe—. Vamos, chicos. Durante los últimos días todo en esta ciudad ha girado en torno a las placas. Y desde que fui el primer comprador —notas de fanfarronería se deslizan en su voz—, la gente prácticamente me pide autógrafos. Por cierto, en realidad conocí al propio Ukai Ikkei, en persona.
Hinata en realidad no está impresionado por eso, pero finge estar interesado y suplica— ¡Cuéntanos!
Y entonces Terushima Yuuji les cuenta.
Creo que todos acá coincidimos al decir QUÉ MUJER. Incluso me sentí bendecida al encontrar la imagen del separador, aplica perfecto a ella.
(En general amo todos los separadores, siempre tiran un pequeño dato de cada capítulo...)
Puede que esto parezca relleno, prometo que no lo es. Recomiendo guardar cada pequeño detalle, podría ser importante para más tarde.
Creo que eso es todo por hoy, ¡nos leemos la semana que viene!
¡Besitos!
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