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Capítulo 5

HEY HEY HEY

Las semanas se pasan volando últimamente, no puedo creer que ya tengamos un cuarto de fic publicado.

Según mi calendario, estaremos terminando justo antes de Navidad, momento perfecto de celebrar una misa, ¿eh?

Puedo asegurar que al final de este fic me voy a volver religiosa y solo le voy a rezar a Yaku. Amén.

Como siempre, muchas gracias a mi estupenda beta NatalieNightray1997 por bancarme en este proyecto, ¡ella es la verdadera MVP!

Wattpad me sacó los guiones largos justo antes de publicar, creo que los corregí todos pero por ahí se escapó alguno.

Hoy no tengo ninguna recomendación en cuanto al capítulo.

¡Disfruten la lectura!

A pesar de los sonidos distantes provenientes de los distritos nocturnos asomándose a través de las delgadas ventanas, allí reina el silencio. Barcos viejos, suciedad, oscuridad, humedad. En algún lugar cercano también hay una muy molesta gotera. Los estantes con cajas polvorientas se extienden a lo largo de los quince metros del almacén escondido en el extremo sur de los muelles del puerto.

Llegar allí de manera que ni la gente de la Iglesia ni los perseguidores del Cartel lo siguiesen fue un desafío en sí mismo: no está acostumbrado a ese ritmo de trabajo en el que un bicho raro te puede disparar desde cualquier esquina en cualquier momento. Y a juzgar por las estadísticas, toda la ciudad está repleta de bichos raros.

Tsukishima da un paso hacia un lado para cambiar el peso de un pie al otro y solo ese sonido parece llenar todo el edificio.

El tiempo pasa. Supuestamente debían de pasar a recogerlo hace como como dos horas, sin embargo, todavía está allí. Eso lo irrita hasta la médula.

Si es completamente honesto, no le gusta estar solo en esa ciudad. La sensación de que Yakarta se lo va a comer en el momento en que baje la guardia es tan constante que comienza a considerarla más como un monstruo que como a una ciudad.

Al principio, se concentra con cautela en cada crujido, empuñando el arma en su mano transpirada. Luego, eventualmente la paranoia desaparece, los latidos de su corazón se ralentizan un poco y coloca el arma sobre una caja a su lado de modo que todavía esté al alcance de la mano. La pesada maleta presiona contra sus afiladas rodillas y el silencio presiona contra sus oídos.

Después de otra media hora, oye ruido.

Tsukishima levanta la cabeza y escucha con más atención: afuera se oyen ruidos de neumáticos raspando la grava. El coche avanza a lo largo de la pared del fondo y observa cómo la luz de los faros entra en el almacén. Su mano busca el arma automáticamente y se esconde detrás de los estantes, en el lugar más oscuro posible. Sostiene el arma con más fuerza, levantándola hasta la altura de su hombro. La pesada puerta se abre con un ruido metálico.

—¿Kei? —pregunta una voz preocupada— ¿Estás aquí?

Y en un segundo, la tensión se libera. Tsukishima casi se avergüenza de su reacción, pero luego recuerda: no es miedo, solo sentido común.

—Agente especial adjunto a cargo Sugawara —asiente cortésmente en su dirección, saliendo de las sombras sosteniendo la maleta aún más cerca de él.

Su madre le enseño a ser cortés con los mayores, pero al agente especial adjunto a cargo Sugawara parece no gustarle por alguna razón y suspira—. Ya te lo he dicho, llámame Koushi.

Está de pie en la puerta, su familiar silueta es contorneada por la luz de la calle. Cabello claro, haciendo juego con una camiseta blanca. No lleva ningún arma a la vista, probablemente estén guardadas en la pistolera tras su espalda.

—Sí, lo siento, señor —Tsukishima asiente por enésima vez—. Llega más tarde de lo esperado, ¿hubo algún inconveniente?

Sugawara niega con la cabeza—. Kiyoko me ordenó que esperara unas horas, solo por si acaso, ¿las has conseguido?

No mantuvieron contacto por razones de seguridad. Tsukishima siguió las órdenes de forma autónoma, actuando a su propia discreción. Y aunque ese nivel de libertad nunca le fue particularmente agradable, a juzgar por la maleta en sus manos, hizo un trabajo respetable. Sin falsa modestia.

Asiente, pasando por delante de Sugawara hacia la salida.

—Sí, señor, ¿estamos listos para irnos?

—Espera, espera, ¿estás seguro de que las tienes? —Sugawara frunce el ceño, apartándose el cabello claro de la frente. En su bonito rostro yace pintado el deseo de chequear la maleta allí mismo. Tsukishima no pone los ojos en blanco solo porque recuerda ser educado— ¿Abriste la maleta? —los ojos de Sugawara se deslizan hacia la maleta en la mano de Tsukishima—. Permíteme verificar.

Tsukishima arruga el entrecejo; eso no es buena idea ¿Por qué su superior quería verificar el contenido allí mismo, en campo abierto, cuando según el plan debían de salir de allí lo más rápido posible?

—Seguí todas las instrucciones —dice con voz de burócrata mientras se arregla las gafas—, y las instrucciones indican claramente que abrir la maleta nuevamente solo está permitido en condiciones completamente seguras, señor.

Sugawara arquea las cejas. La preocupación prácticamente se escurre de su rostro como agua, y en un tono de sorpresa dice—: Siguiendo las reglas al pie de la letra, muy encomiable, Kei. Pero creo que a Kiyoko no le agradará que llevemos una maleta llena de espuma de poliestireno en lugar de las placas estereoscópicas, ¿verdad?

Tsukishima quiere decir con sarcasmo que es capaz de distinguir planchas de impresión de dólares de alta calidad de la espuma de poliestireno, pero en cambio mira hacia atrás por encima del hombro con una sonrisa dulce, clavando sus ojos en su superior.

—Dije que realicé la inspección preliminar del contenido. Las placas están adentro. Aparte, supongo que la agente especial a cargo Shimizu apreciaría mucho más que muriésemos en medio de la nada con una maleta abierta antes que con una maleta llena de poliestireno.

Sugawara sonríe en respuesta—. Hoy en día en la Academia solo les enseñan a criticar a sus superiores, ¿eh? —y se ríe, haciendo girar un juego de llaves en su dedo—. Vamos, sube al auto, sabelotodo.

Los coches de alquiler suelen estar impecablemente limpios. Algo bueno, especialmente en Yakarta, donde tienes el doble de razones para preocuparte acerca de lo que estuvieron haciendo quienes pagaron un millón de rupias para usar ese Elantra por tres días. Dentro, huele a productos químicos ahogados por un ambientador y la radio transmite silenciosamente.

Tsukishima viaja sentado en el lugar del acompañante, apoyado contra la ventana y con los hombros relajados. Se concentra en limpiar sus gafas con un paño hasta que Sugawara pregunta—: ¿Me dirás cómo te fue?

Las luces del tráfico que conduce en dirección contraria proyectan reflejos en su rostro.

Sonríe en respuesta— ¿Es una orden o está preocupado por mí?

Sugawara suspira—. Kei...

Como si Tsukishima no supiera que normalmente es difícil que dé el brazo a torcer.

Retoma su tarea de limpiar sus gafas y, deshaciéndose de su sonrisa, también suspira—. Tuve que esperar mucho tiempo mientras se disparaban entre sí. Fue como una especie de secuencia de película de acción. Todo lo demás salió de acuerdo al plan.

—Entonces, ¿cómo te las arreglaste para robarle las placas al Cartel?

Tsukishima parpadea un par de veces, confundido—. Nunca dije que la maleta terminó en manos del Cartel.

Sugawara levanta las cejas y se gira hacia Kei poniéndolo nervioso. A Kei no le gusta cuando alguien que no sea él conduce; le quita la sensación de control sobre la situación. Mucho menos le gusta cuando, quien conduce, aparta constantemente los ojos del camino.

—No puede ser, ¿la Iglesia? Increíble —Sugawara se gira nuevamente, riendo—. Los que estaban en el auto que me tocó seguir no tenían chances. O al menos no hasta que unos valientes chicos con automáticas se les unieron. No tuve oportunidad de fotografiarlos, pero nuestro chico maravilla está tratando de identificarlos ahora mismo.

—Solo había dos agentes de la Iglesia en el muelle —dice Tsukishima, poniéndose finalmente las gafas.

El mundo vuelve a enfocarse y ahora puede ver claramente la genuina sorpresa en el rostro de su superior— ¿Dos? ¿Y se las arreglaron para conseguir las placas?

—E iban contra Tendou Satori —agrega Tsukishima y al instante se arrepiente porque Sugawara nuevamente se gira a mirarlo abriendo cómicamente los ojos.

—¿Dos contra Tendou Satori? Vi su expediente ¡Es como el Terminator local! El Guess Monster de Yakarta.

Tsukishima bufó. Los apodos que los lugareños le dan a todos incluidos sus perros son bastante divertidos.

Tendou Satori nació en Nagoya, en una familia infeliz y pasó su vida adolescente saltando de un centro de detención juvenil a otro. Una vez que alcanzó la mayoría de edad pasó unos años en el complejo penitenciario de Gifu, solo para que, al ser liberado, robase un banco, volase una fábrica de Madza y saliese del país.

—Para ser específico, fue uno solo contra Tendou Satori —negó con la cabeza. Ha escuchado mucho, tanto en la Academia como en conversaciones privadas, sobre cómo los criminales manejan sus asuntos internos, pero nunca había visto algo así—. Recuerdo la lista de la Iglesia: él no figuraba, y sin embargo no atentó contra Inuoka Sou. Quizás fuese un mercenario. Le robé la maleta cuando huía del puerto.

—Hasta donde yo sé, la Iglesia no contrata mercenarios —Sugawara tamborilea pensativamente el volante con los dedos—. Es una organización cerrada. Adoptan chicos jóvenes, prácticamente adolescentes, los crían bajo sus condiciones y los hacen trabajar desde abajo. Es imposible entrar ahí desde afuera. Dudo que el obispo haya cambiado sus principios ahora.

—¿Pero y si la búsqueda de las estereoplacas ahora es una prioridad para ellos...?

—Tendremos que discutirlo con Kiyoko —concluyó— ¿Estás seguro de que nadie te vio?

Tsukishima chasquea la lengua, decepcionado. Si nos centramos en la política de honestidad absoluta, podía decir que en realidad no contaba con que las placas llegasen a sus manos. Todos estaban completamente seguros de que el destino final era el aeropuerto, el lugar más seguro y adecuado. Incluso debe admitir que estaba un poco confundido cuando el espectáculo comenzó a desarrollarse justo frente a sus ojos. Sabía cómo trabajar bajo presión, aunque nunca en circunstancias similares. Pero al final hizo todo bien.

A fin de cuentas, eso es lo que importa.

—Está bien —suspira Sugawara, quien quita la mano del volante para darle una palmada en el hombro—. Lo siento, Kei, nadie pensó que tu primera misión te haría esquivar balas.

Tsukishima asiente y espera pacientemente a que Sugawara vuelva a poner las manos en el volante.

Wow.

Su hotel está al final de Jalan Jaksa. Es un refugio ideal: nada más que tiendas, bares y hoteles económicos por todas partes, sin mencionar la mayor concentración de turistas en la ciudad. Es pasada la medianoche, pero esa parte de Yakarta tiene vida propia, con letreros de neón intermitentes, anuncios digitales y escaparates llamativos. Continúan su viaje, y Tsukishima presiona su frente contra el vidrio, mirando la ciudad: no es muy diferente a Nueva York o Chicago, lugares que solía visitar a menudo. Los callejones bordeados de palmeras incluso le recuerdan a su Miami natal. Todo sin perder su toque asiático.

Stands, vendedores ambulantes, numerosos grupos de jóvenes borrachos, mujeres con bufandas de colores, hiyabs, autos de tres ruedas, ciclomotores, intersecciones caóticas, avenidas diminutas con ropa tendida en sus balcones, letreros en chino, árabe, hindú, japonés... un nido de avispas gigante.

—Vamos —el agente superior lo sacude suavemente, asumiendo que se quedó dormido. Y tal vez algo de razón tenga, porque no recuerda cuándo se detuvieron en la acera frente al hotel. La niebla somnolienta en su mente también le trae irritación, haciendo que se aferre a la maleta con más fuerza.

El último piso del hotel está silencioso y vacío, y el único sonido es el pitido del lector de tarjetas cuando apoya su tarjeta de acceso. La habitación es mucho más luminosa por dentro, y detrás de la pared decorativa, se alcanzan a ver dos cabezas, una anaranjada y una rubia, inclinadas sobre la mesa de la cocina. Tsukishima deja la maleta a sus pies, pero accidentalmente golpea el armario con espejos haciendo que otra cabeza aparezca de entre una gran cantidad de computadoras portátiles.

—¡Tsukki! ¡Agente especial adjunto a cargo Sugawara!

—Koushi, Tadashi. Llámame Koushi, ¿cuántas veces debo repetirlo?

—¡Señor Sugawara! —Hinata se inclina hacia el pasillo de entrada— ¡Tsukishima! ¿Qué ocurrió?

Tsukishima, todavía de pie detrás de Sugawara, pone los ojos en blanco. Yamaguchi se ríe disimuladamente, pero cuando Hinata se distrae, le dedica una sonrisa amistosa.

—Bueno, logré traerlo con vida —bromea Sugawara—. Y sí, Kei hizo un buen trabajo: ¡Tenemos las placas!

—¡¿En serio?! —Hinata exclama en voz alta, corriendo hacia ellos, y Tsukishima jura para sí mismo que si ese tipo se le acerca más, no se hará responsable de sus acciones.

El interior de la habitación es agradablemente fresco: el aire acondicionado funciona a su máxima capacidad. El clima y el aire locales hacen que Tsukishima se sienta constantemente cansado. La humedad increíblemente alta tampoco ayuda. Necesita cambiarse la camisa pegajosa así que atraviesa el dormitorio hasta ocultarse detrás de unos arcos de madera.

Dos camas dobles, cómodas baratas con lamparillas, una alfombra gastada y desagradablemente amarillenta, valijas apiladas contra la pared. La mayor parte de su equipaje consta de tecnología y armas. Si atase todos los cables de todas sus computadoras portátiles juntas, podría llegar al suelo desde el undécimo piso. Al menos Tsukishima recordó hacer espacio y empacar algunas camisas para cambiar.

—¿Dónde está la SAIC? —pregunta, arrodillándose frente a su bolso y jalando del cierre.

—Está en la embajada.

—¿Todavía? —Tsukishima levanta una ceja. Son casi las dos de la mañana.

—Todavía —Hinata se encoje de hombros y se deja caer sobre el colchón, echando los brazos detrás de su cabeza—. Hay algunos problemas con nuestra salida del país.

De todos los allí presentes, incluso Yachi con su cuerpo miniatura, parece más adulta que Hinata.

—¡Dime qué pasó! —exige Hinata, casi saltando en el colchón.

Y al parecer no puede evitar hacer su cara de «No quiero» porque incluso Yachi se ríe.

El agente Sugawara también se ríe, tapándose la boca con una mano. Le da una palmada en la espalda y dice—: Vamos, Kei. De todos modos, tienes que escribir un informe.

Eso no ayuda, pero Yamaguchi también parece interesado, por lo que Tsukishima vuelve a contar todo a regañadientes desde el momento en que Tendou comienza a disparar contra el coche del agente de la Iglesia. Hinata está prácticamente chillando de envidia y deleite; a diferencia de Tsukishima, él tiene algo de experiencia en el campo, pero incluso así, aún ni siquiera ha tenido la oportunidad de manejar un arma. Tsukishima gustosamente cambiaría papeles con él.

Lamentablemente, no puede.

En parte porque se rumorea que, si Hinata sostiene un arma, inmediatamente alguien cae al suelo con un tiro en la pierna.

—¡Mieeeerda! —exclama Hinata— ¡Qué asombroso! Maldita sea, si hubiese estado allí, agarraría a ese tal Tendou y...

—Y lo dejarías escapar, porque no tienes autoridad en el territorio de Yakarta —se ríe Tsukishima, poniéndose de pie luego de haber encontrado un cambio de camisa.

Sugawara, entrando en la cocina, le lanza una mirada penetrante. Sea cual fuere el caso, la maleta aún está al lado de Tsukishima. Al notar eso, sabe exactamente lo que ocurrirá.

—Tadashi —dice Sugawara con voz dulce—, ¿me ayudas a abrir la maleta y a ingresar los números de serie de las placas en el registro? Y sin mencionar que por fin podremos ver en persona las increíbles placas perfectas de Ukai Ikkei —notas de impaciencia se deslizan en su voz.

En el caso de Sugawara, existe un interés profesional después de haber pasado diez años trabajando con diferentes tipos de falsificadores y falsificaciones. Si alguien puede apreciar el arte de la falsificación monetaria, ese es él.

—Con el debido respeto —Sugawara instantáneamente le da a Tsukishima una mirada de reproche, como diciendo «Ya se que estás a punto de decir algo horrible porque empiezas todos tus insultos diciendo "con el debido respeto"»—, pero tengo órdenes directas de mi superior.

«Y ese no eres tú», piensa. Ni siquiera intenta ocultar su disgusto con las exigencias de Sugawara.

—Kei... —suspira Sugawara, alisando las arrugas de su camisa, a juzgar por su expresión, se ve pensativo.

—¡Tsukishima! —chilla Hinata— ¡Muéstralas!

Su sola voz provoca migraña.

—Eres tan terco —Sugawara frunce las cejas, frotándose el puente de la nariz—. Kei, recuerdo que respondes directamente a Kiyoko, y entiendo que esta es tu primera misión. Estás estresado, tratando de hacer todo según las reglas, pero créeme que en mi experiencia...

Pero es interrumpido por un golpe en la puerta. Desde el pasillo, una voz en inglés dice—: ¡Servicio a la habitación!

No importa lo que sea que diga la prensa, ellos no son idiotas. O al menos, el agente Sugawara no lo es.

—¿Alguien ha pedido algo? —su mirada es tan penetrante que Tsukishima se siente incómodo. Sugawara no es en absoluto el tonto que parece ser a simple vista.

Todos sacuden la cabeza.

—Abriré. Hinata, cúbrete —ordena Sugawara, pero Hinata se levanta de un salto.

—Permítame.

Sugawara procesa la sugerencia durante una fracción de segundo, luego asiente y señala la puerta. Hinata, poniendo una mano detrás de su espalda, se dirige a abrir la puerta. Tsukishima mueve la maleta hacia un lado y esconde a Yachi tras su cuerpo. Yamaguchi, quien nunca en su vida ha sostenido un arma, observa la situación desde detrás de su silla, apenas se logra ver su cabello.

Hinata tira de la manija y abre la puerta.

El pasillo está vacío. Frente a ellos está la puerta de la habitación 1108 flanqueada por paredes color beige y paneles oscuros.

Y a Tsukishima no le gusta para nada— ¡Espera! —le advierte a Hinata.

Hinata se gira hacia ellos frunciendo el ceño sorprendido—. Esto no parece...

Y no termina. Alguien intenta golpearlo en la cabeza con una pistola, pero alcanza a esquivar a último momento. Sin embargo, no logra escaparse. Su atacante saca la pistola de su cintura y se la pone en la garganta.

—Quietos. No se muevan, no respiren —les aconseja sombríamente el hombre de la puerta—. De lo contrario... bueno, ya saben.

—¡Manos arriba! —alguien nuevo habla apareciendo por la puerta.

—Agent... —Tsukishima susurra, sin apartar los ojos del cañón presionado contra la arteria carótida de Hinata.

—¡Tranquilos! —Sugawara lo interrumpe y levanta las manos—. Hagan lo que dicen.

Mierda. Tsukishima traga saliva. Quiere insultar, pero en lugar de eso, al igual que Sugawara, levanta ambos brazos y gira la pistola con el dedo índice para que el cañón de esta apunte al techo. Yachi, escondida tras su espalda, hace lo mismo.

Tsukishima entiende perfectamente que nadie además de él podría haberlos guiado a su posición.

—Muy bien —el tanque humano que usa a Hinata como escudo los elogia en un tono de voz de lo más cotidiano—. Tuvimos que esperar durante mucho tiempo hasta que nos guiaras aquí, por lo que nuestra paciencia puede ser algo baja en este momento. No nos compliquemos la vida. Bajen las armas lentamente, sin movimientos bruscos y empújenlas en mi dirección.

Como si no estuviesen ya familiarizados con ese procedimiento.

Siguen todas las órdenes, como si estuviesen copiando instrucciones de un manual. Tsukishima se toma un momento para mirar de reojo a Yamaguchi, quien todavía está sentado con los ojos muy abiertos, sin moverse.

¡Qué forma maravillosa de cerrar la noche!

El otro hombre asiente alentadoramente— ¡Alinéense contra la pared! ¡Manos detrás de la cabeza, piernas abiertas! ¡Ni se les ocurra hacer alguna tontería!

Tsukishima presiona sus omóplatos contra la pared, sintiendo los engranajes en su mente girar a velocidades asombrosas. Necesita pensar en algo, rápido.

El primer invitado no invitado tiene más de treinta años. Es ancho de hombros y definitivamente japonés; su inglés tiene un fuerte acento. Sujeta su arma con comodidad y confianza usando sus poderosas manos con las que podría romper un cuello en un solo movimiento.

Da un paso hacia una esquina, dejando la puerta abierta. Cuando aparece otro sujeto más en la suite, empiezan a sentirse algo acinados. Kei nota en su visión periférica que en el pasillo del hotel todavía hay otro sujeto más, esta vez uno corpulento y con rostro amenazador, barbilla cuadrada con barba y cabello largo. Espera el asentimiento de su líder y cierra la puerta.

—Akihiko, agarra las armas —ordena el líder y se gira hacia Hinata—. Y tú, pequeño, nada de movimientos bruscos.

Un tipo delgado, incluso más bajo que Hinata, con una estética de rata callejera basada en un mechón rubio sobre su frente y una camiseta con un eslogan incongruente en chino, se inclina y recoge sus armas. Otro tipo, esta vez un sujeto con cara de póquer, se acomoda a la derecha del líder, sosteniendo casualmente su arma frente a él. Por alguna razón, Tsukishima se siente repentinamente golpeado por el deseo de ver a ese tipo pegarse un tiro en el pie. A todos les vendría muy bien reírse un rato hoy.

—Entonces —continúa el líder en inglés—, primera pregunta: ¿dónde está la maleta?

—No creo que esperes que te lo digamos —responde Sugawara, cambiando al japonés. El líder levanta las cejas con sorpresa y luego intenta responder, pero Sugawara lo interrumpe y continúa. Se ve completamente tranquilo e incluso se quita el flequillo de los ojos—. Ustedes son esa pandilla de Bojong a la que Suguru Daishou le vendió las placas por trece millones de euros, ¿correcto? ¿O debería decir «la pandilla que no consiguió las placas y encima perdió trece millones»?

La pandilla japonesa se congela. En medio minuto, Sugawara los agarró con la guardia baja dos veces. Claramente no esperaban que él estuviese al tanto de tales detalles. El gruñido malhumorado del tipo enorme confirma su teoría— ¿Cómo supiste? No es...

—Masao —lo interrumpe el líder, sin apartar los ojos de Sugawara. Y luego agrega en un tono completamente diferente—, ve a revisar el dormitorio.

—Sí, Shuichi-san —él asiente obedientemente.

Un sonido silencioso e irritado surge de Tsukishima en contra de su voluntad. Todavía no se le ha ocurrido ningún plan, no está para nada acostumbrado a pensar a punta de pistola. Sin embargo, se concentra en observar y recordar hasta el último detalle.

—Estás bien informado —comenta el líder, una vez que Masao desaparece en el dormitorio.

Sugawara sonríe levemente—. Sí, ese es uno de mis puntos fuertes.

—¿Estar bien informado?

—Sí, y cuando no sé algo, bueno... ¿te imaginas? No puedo dormir por mi intensa curiosidad y mi deseo innato de conocimiento. Entonces, ¿tendrías un poco de piedad, Shuichi-san, y me dirías de dónde una pandilla que apareció en la isla hace medio año, consiguió trece millones de euros en efectivo?

Sugawara dialoga, ganando tiempo, pero la pregunta que plantea es realmente interesante. Lo discutieron en el vuelo, mientras intentaban averiguar el equilibro de poder actual en Yakarta, pero no llegaron a ninguna conclusión.

De todos modos, el otro sujeto también sabe cómo fingir una sonrisa—. Ahorrar es mi punto fuerte —responde.

Y luego una voz desde la habitación grita—: ¡La encontré! —Masao aparece en el marco de la puerta—. Y también tienen un montón de armas allí dentro.

—Bueno, pasando a nuestra siguiente pregunta: ¿serían tan amables de decirme quiénes son?

—También tienen una computadora de alta tecnología —silba el pequeño con el flequillo teñido, dirigiéndose a la mesa al final del pasillo.

Tsukishima aprieta los labios y trata de pensar. Si saltase ahora mismo que el líder está distraído y Masao está ocupado con la inspección podría llegar a tomar el arma y... no, matarían al idiota de Hinata de inmediato, demasiado arriesgado.

Pero no termina de concebir la idea cuando, al segundo siguiente, Hinata gira, hábilmente golpea al líder con el codo en su plexo solar y le roba el arma.

Se escucha un disparo.

Tsukishima no entiende de inmediato lo que sucedió, frenéticamente mira a su alrededor en busca de a dónde fue la bala. Mientras tanto, Sugawara se las arregla para agarrar el arma del tercer sujeto y alcanza a darle un codazo en la cara.

Entonces empieza un tiroteo.

—¡Pato! —Sugawara grita, escondiéndose detrás del armario. Yamaguchi, blanco como una sábana, se esconde detrás del sillón. Tsukishima se arroja al suelo y jala a Yachi con él antes de comenzar a disparar a las piernas de sus atacantes. Hinata logró atinarle a uno en la cadera y ahora el hombre yace sangrando sobre la alfombra junto a la puerta. Desde el pasillo, el hombre corpulento y barbudo cubre a sus compañeros con más disparos. Tsukishima entrecierra los ojos, extiende ambas manos y aprieta el gatillo en su dirección, sin embargo, el sujeto logra esconderse tras el muro.

—¡Nos vamos! —ordena el líder, y antes de pasar por la puerta junto a todos los demás, envía algunos tiros en dirección a la esquina donde está Sugawara parado— ¡Nishinoya, cúbrete!

—¡Kei, cúbrete! —Sugawara ordena a su vez— ¡Hinata, conmigo!

Tsukishima y Hinata asienten en sintonía, saltando y tratando de disparar a la cabeza que se asoma desde detrás de la puerta para despejar el camino fuera de la suite. Masao se las arregla para arrojar la maleta directamente en los brazos del grandote. Trabajan bien juntos, como un equipo de rugbi.

Sugawara y Hinata los persiguen. ¿Por qué Tsukishima decide unirse a la persecución? Ni él mismo lo sabe. Está claro que no los atraparán: los gánsteres ya casi se han escapado, y si no fuese así, ellos tres tampoco tendrían oportunidad alguna contra los otros cuatro. Probablemente Sugawara también tenga el mismo pensamiento. Corren hasta el final del pasillo y se separan en el ascensor. Sugawara y Tsukishima continúan siguiendo a los ladrones; uno por la escalera derecha y otro por la izquierda respectivamente.

No tienen posibilidades de éxito, pero igual corren, arriesgándose a romperse las piernas en el proceso. Los letreros que etiquetan el número de piso se desdibujan. En el cuarto piso da un paso en falso y casi se cae, en el tercero se arrepiente por centésima vez de haberse metido en todo eso y en el segundo alcanza a oír disparos a lo lejos. Finalmente, al irrumpir en el vestíbulo de la planta baja, ve las espaldas de distintos huéspedes y realmente espera haber imaginado los disparos en la segunda planta. Sugawara y Hinata no se ven por ningún lado.

Tsukishima empuja a los huéspedes nocturnos del hotel y salta sobre un carrito de equipaje, se endereza las gafas y sale corriendo a la calle. El último de los ladrones, Nishinoya, alcanza a subir a una camioneta que gana velocidad lentamente. Al alejarse, el vehículo enciende las luces laterales que parecen derretirse, como zigzags rojos, en los charcos de la calle.

—Maldita sea —dice Tsukishima rechinando los dientes.

Cuando todos regresan, la suite parece intacta. Incluso la ventana sobrevivió. Los agujeros de bala se suman al diseño interior de mala calidad.

—Agente Sugawara, señor —Tsukishima mira a Sugawara—. Pido disculpas por esta situación. Esto es completamente culpa mía. Probablemente hayan tenido la misma estrategia que nosotros y me hayan seguido desde el puerto.

Está enojado, pero porque odia reconocer su propia incompetencia.

—Kei —Sugawara le da una palmada en el hombro—, acabas de salir de la Academia hace seis meses. Eres nuestro novato más prometedor en economía y finanzas, nadie espera que tengas instintos de superespía.

—No creo que a la gerencia le importe eso —señala Hinata con desaliento. La bala perdida de alguien le rozó el hombro, nada grave, solo un rasguño, pero Yachi, quien cortó una manga de su camiseta, limpia su herida con cuidado.

—Ustedes definitivamente no necesitan preocuparse por la gerencia —declara Sugawara con confianza, apoyando sus manos en la cadera—, yo mismo me ocuparé de eso. Sin embargo, deberíamos preocuparnos acerca de qué le vamos a decir a Kiyoko...

Un gemido colectivo recorre la habitación. Tsukishima permanece en silencio, solo por orgullo.

El tema es tan relevante que ocupan unos buenos diez minutos en discutir las posibles reacciones de su agente supervisor Shimizu. Incluso Sugawara, quien está en buenos términos con ella, predice una «expresión facial visiblemente decepcionada» y se queja de que a la habitación le hace falta un minibar.

Y entonces, cuando por fin se comienzan a preguntar qué harán a continuación, se escucha un repentino golpe en la puerta.

—¡Servicio a la habitación! —dice una voz en voz baja.

Sugawara mira la puerta como si esta acabara de anunciar que está harta y renuncia a ser una puerta. La situación no parece una broma en absoluto.

—Esto no puede ser en serio... —murmura Sugawara, cargando un cartucho nuevo—. Tadashi, Hitoka, ocúltense detrás del armario.

—¿Quiénes son? —pregunta Tsukishima, de pie detrás del arco de la entrada al dormitorio, levantando su arma.

Sugawara niega con la cabeza—. Supongo que lo averiguaremos. Hagan silencio.

Tsukishima busca con tristeza el lado positivo. Por lo menos, si es alguien que intenta robar la maleta, ese alguien se irá con las manos vacías. Lo único que queda por robar allí son las vidas de algunos desafortunados guerreros contra la falsificación.

Sugawara gira la cerradura, se apoya contra la pared y la abre de una patada.

—¡Ay, justo en la nariz, hermano! —la voz, antes baja, ahora suena muy fuerte— ¡Eso duele!

—Muy lamentable —comenta una segunda voz, también masculina—, te golpeó una puerta.

La mirada absolutamente atónita en el rostro de Sugawara no tiene precio.

—¡¿Cómo se supone que iba a saber que estas puertas se abren hacia afuera?!

—¡Todo el mundo lo sabe! ¿Nadie te lo dijo?

—¡Deja de burlarte de mí!

—Está bien, mejor empecemos a disparar.

Y lo hacen. Al menos alguien allí es fiel a su palabra. Ahora bien, si se hubiesen disparado el uno al otro, hubiese sido ideal.

Las balas atraviesan la puerta y finalmente rompen la ventana. Sus nuevos invitados, con un estilo de bufones locales típicos, peinados anormales y pistolas, irrumpen en la habitación en perfecta sincronía. Sugawara toma algunas fotos y se sumerge detrás del sofá. Tsukishima se esconde detrás de la jamba de la puerta y dispara con su arma cuando el tipo más cercano a su posición está en su rango de tiro. Sin embargo, no logra mucho. Sus manos están repugnantemente temblorosas, sus palmas están empapadas, el gatillo se clava en su dedo. Él está hecho para las finanzas, no para el trabajo de campo. Detrás suyo, un cuadro representando un paisaje utópico cae de la pared.

El tipo con la ridícula camiseta de Deadpool se gira rápidamente y le apunta con dos pistolas. Tsukishima retrocede, tratando de averiguar detrás de qué esconderse, y termina por arrojarse entre las dos camas, disparando a los pies del atacante sin dejar que este se acerque.

Detrás del tabique de celosía se oye el ruido de cristales rotos y fuertes insultos, pero nadie más dispara. Sugawara es bueno en el combate cuerpo a cuerpo. Tsukishima escucha un crujido y ruidos sordos, ve siluetas que se mueven rápidamente. Caen unas cuantas veces, se doblan en el suelo y comienzan de nuevo. Sugawara barre con la pierna, su oponente salta y lo golpea en la mandíbula. Mirándolos, Tsukishima pierde unos segundos mientras el otro atacante se acerca a él y finalmente lo reconoce.

—¡Señor! —le grita a Sugawara— ¡Es él! ¡Este es el tipo al que le robé la maleta en el puerto!

Sugawara se congela. Tsukishima todavía está ahí, en el espacio entre las dos camas, apoyado sobre sus codos, y justo encima de él hay una montaña de músculos sosteniendo dos pistolas.

—¡Bo, espera! —el chico del puerto exclama, levantando la barbilla y mirando a Tsukishima. Tiene un peinado loco y una camiseta de Spiderman, evidentemente a juego con la camiseta de Deadpool.

Sugawara sigue de pie, apretando las manos del hombre en su espalda y obligando a este a inclinarse contra el suelo. Tsukishima hubiese estado feliz por su superior, pero el equipo de las camisetas estúpidas también tiene una ventaja, y esa es... él mismo, tirado en el suelo a punta de pistola.

—¿Eh? ¿Qué? —pregunta el tipo con cuerpo de deportista usando la camiseta de Deadpool.

—¡Es él! —exclama el de cabello desordenado, tratando de enderezarse para volver a inclinarse en el suelo por el dolor infringido en sus articulaciones— ¡La rubia de piernas largas del puerto!

Tsukishima protestaría, pero todavía está detenido a punta de pistola.

—Pensé que era una chica —Bo se rasca la cabeza—. Aunque siendo sincero, pelea como chica. Cambiemos, no me sirve, ¡necesito un oponente más serio!

—Hablando de eso, Bo...

—¿Qué?

—Hmm... nos rendimos —dice el de cabello horrible.

Todos los demás en la habitación están tan sorprendidos como Bo. Tsukishima cree que está alucinando.

—¿Qué? Amigo, qué...

—Dije, nos rendimos.

¿Qué mierda está ocurriendo aquí?

—¿De verdad nos estamos rindiendo?

—Por supuesto, hermano —el hombre en el suelo levanta la cabeza y mira por encima del hombro a Sugawara—. Así que sí, nos rendimos. Indefensos y dispuestos a sufrir.

Tsukishima acerca sus piernas y se levanta lentamente. Tan lentamente como Bo guarda su arma. Se miran el uno al otro, y la idea de que hay una trampa en todo esto y de que todos morirán no abandona su cabeza.

—¿Puedo pedir ser atado personalmente por la rubia? —Tsukishima se desconcierta por la solicitud. Por un momento imagina que se refiere a Yachi, pero ella y Yamaguchi están acurrucados en el rincón más oculto de la habitación y ni siquiera son visibles desde su posición.

—No pierdan el tiempo —dice Sugawara con voz autoritaria—. Tadashi, esposas.

El herido Hinata acude en su ayuda, esposando al musculoso.

Increíble, pero es un hecho, ambos se están rindiendo. Tsukishima no puede entender por qué y sinceramente no le gusta.

Sientan a los invitados no invitados espalda con espalda y los esposan. Además, Tsukishima aconseja encarecidamente poner una bolsa en la cabeza del de cabello feo.

—Tus palabras me cortan como cuchillos —el hombre estira las piernas y mira descaradamente a Tsukishima.

Tiene poco menos de dos metros de altura, está bronceado y es más delgado que su compañero, pero Tsukishima no querría verse atrapado en una pelea con él. Sus rasgos faciales son algo toscos, de frente alta, pómulos anchos y ojos oscuros. Aunque todo está decorado con cortes frescos y magulladuras. En su mejilla, a pesar del bronceado, se le hincha un moretón. Y aún así, levanta la cabeza y se inclina bruscamente hacia atrás en su silla, como si estuviese en un bar a punto de pedir una bebida en lugar de estar cautivo.

Tsukishima no está seguro de ser capaz de sentirse incómodo, pero comprende que, cuando el sujeto sentado frente a sus colegas decide que él será el objetivo de sus coqueteos, no tardará mucho en llegar a su límite. Al menos Sugawara es demasiado tolerante, Yachi demasiado tímida, Hinata demasiado amigable y Yamaguchi demasiado... Yamaguchi. Y todos ellos ignoran colectivamente ese circo. Tsukishima no puede evitar sentir que está siendo arrojado a los lobos.

—Qué pena —Tsukishima arruga deliberadamente la nariz, revisa las esposas nuevamente y camina hacia un rincón.

Sugawara se sienta en la mesita de noche, Yamaguchi en una silla más alejada y Hinata camina alrededor de los prisioneros. Tsukishima se apoya en el apoyabrazos del sofá, y los héroes del día se comportan como si en cualquier momento pudiesen simplemente levantarse e irse.

—Tsu-Tsukishima —tartamudea Yachi, mirándolos nerviosamente. A ella no le gustan y Tsukishima coincide completamente—, ten.

Tsukishima toma la pistola, no es la suya ni de nadie de su equipo, posiblemente sea de uno de sus invitados japoneses. Decide enfundarla. Es posible que Yachi tenga razón, quién sabe qué podrían hacer esos dos ahora que han decidido rendirse.

—Gracias —asiente en su dirección.

—Iré a ayudar a Yamaguchi —ella sonríe débilmente y camina alrededor del sofá hasta la cocina, donde reubicaron la mayoría de sus computadoras portátiles a prueba de balas.

—Muy bien, comencemos —dice Sugawara. El reloj marca las tres de la mañana, hora perfecta para un interrogatorio— ¿Quiénes son ustedes?

—Oh, ¿Quiénes son ustedes? —Bo imita, tratando de hacer algún tipo de gesto con la mano y en su lugar golpeando sus esposas contra las de su compañero.

—¡Nosotros preguntamos primero! —protesta Hinata. Un argumento muy sólido.

Si Tsukishima pusiese los ojos en blanco cada vez que tiene la necesidad de hacerlo, terminaría bizco al concluir esta misión.

—Dame un segundo, Bo... creo que puedo verlo... —dice el de cabello horrendo con concentración.

—¿De verdad? —pregunta Bo.

—Sí, puedo ver... una bandera... estrellas... un presidente negro...

Tsukishima mira a Yamaguchi, Yamaguchi le devuelve la mirada. Se entienden sin palabras.

—¡Los Estados Unidos! Pero, ¿cómo lo adivinaste? —Bo exclama, en un tono deliberadamente sorprendido.

—Te diré —su compañero coloca una pierna sobre la otra y arrastra los pies hasta estar más cómodo. Tsukishima imagina cuánto le deben de doler las manos ahora mismo y se regodea internamente—, ¿escuchas como pronuncian las «R»?

El otro piensa por un segundo y luego asiente con fervor—. Estadounidenses, definitivamente.

—O quizás europeos.

—No, no, no —Bo niega con la cabeza—. El acento del pequeño es cien por ciento proveniente de Illinois. Estoy seguro, hermano.

—¿Estuviste en Illinois? —el de cabello alborotado mira a su compañero con una expresión de traición— ¿Cuándo tuviste tiempo de ir?

Responde fácilmente—. Como... hace cinco años. Y pasé una temporada en Nueva York con unos chicos de Chicago y Aurora.

—Cuidado, tenemos un sujeto rudo entre nosotros —se ríe su compañero.

—Tenían una especie de pandilla, no recuerdo bien. «Smash» o «Crash» o algo más genial. Y tu rubia esta —asiente en dirección a Tsukishima—, puedo asegurar que es tan sureña como que la Tierra es redonda.

—Las chicas sureñas son mi debilidad. No importa cómo actúen, siempre son muy lujuriosas... Ejem, entonces —finge interrumpirse—, podría ser un detective, pero obviamente no es de CSI: Miami —al parecer no planea cambiar a un tono serio en el corto plazo, su discurso sigue siendo perezoso y burlón—. Es una buena opción, pero visto que también buscan las tablillas sagradas, la descarto. Tampoco son la CIA, la CIA no tiene nada que hacer aquí. Ahora mismo mis apuestas van por el SS...

Yachi, en la cocina, jadea, y Tsukishima pone una mano en su frente y ve una sonrisa de satisfacción en el rostro del idiota.

—Así que son los expertos en falsificaciones del encantador y democrático Estados Unidos.

Sugawara, tirando un botón de su camisa, sonríe con esa sonrisa que usa antes de dar una paliza, luego arrastra una silla y se sienta hacia atrás en ella.

—Bueno, vamos a conocernos. Especialistas autorizados para decomisar moneda falsa en nombre del Servicio Secreto de los Estados Unidos —sonríe, inclinando la cabeza, y sería amistoso si no estuviese sosteniendo un arma—. Agente especial adjunto a cargo, Koushi Sugawara. Ahora es su turno.

—Primero dime cómo se llama esa lindura —mueve su cabeza en dirección a Tsukishima.

—Eso es innecesario —señala el rubio.

—Cálmate, gatito —entrecierra los ojos sin despegar la mirada. Yachi se sonroja, Yamaguchi se cubre la cara con las manos, tratando de no reír. Traidor. Y encima de eso, recibe miradas comprensivas de Sugawara y Hinata con la boca abierta en estado de shock.

—Le pido encarecidamente que detenga esto —Tsukishima frunce el ceño y se frota la muñeca, que al parecer resultó herida en la pelea.

—Eres muy joven, ¿cuántos años tienes? ¿Veintipico? —sigue. Si a eso le sigue otro análisis profundo, no dudará en abandonar la habitación—. Eres mal tirador, no eres bueno para gatear bajo una cama, totalmente inútil en una pelea. Entonces tienes que ser el especialista en finanzas, y si tus habilidades en finanzas son inversamente proporcionales a tus habilidades de lucha, entonces eres el mejor especialista en finanzas que he visto en mi vida.

—¿Y por qué mi mala puntería sería un truco para distraerte de mis impresionantes capacidades intelectuales? —Tsukishima replica con pura terquedad, levantando las cejas.

—Bueno, tu buena apariencia es obvia —sonríe—, pero todavía no estoy seguro de tus capacidades intelectuales.

Y ahí es donde Tsukishima se congela, estupefacto. Con cada segundo de silencio, sus cejas se elevan más y más. Está acostumbrado a intercambiar insultos en broma y a ser escéptico de la inteligencia de todos a su alrededor, pero en este momento no entiende si este tipo está jugando con él o tratando de menospreciarlo. Prácticamente tiembla de rabia.

—¿La chica puede ser...? —continúa como si nada. Tsukishima intenta contar hasta diez—. A juzgar por sus caras, no. Muy bien, entonces... Hmm, ¿quizás una intérprete o algo así? Qué, ¿no? Uf, bien. Entonces, Pecas es el tipo de inteligencia cibernética. El pequeño... bueno, todo es muy obvio con él, ¿dónde está su líder?

La ceja de Sugawara se contrae. El rostro de Hinata, con quien «todo es obvio», se vuelve extremadamente expresivo. El sujeto de cabello alborotado sonríe con aire de suficiencia. Lo único que queda por hacer es esperar a que se ahogue con su propio ego y muera asfixiado.

—¿Por qué debería de haber alguien más? —Sugawara pone una cara inexpresiva.

—¿Hablas en serio? —resopla.

Su amigo aporta—: Hermano, permíteme. Ellos ya saben que tú eres genial, pero yo también soy genial y ellos aún no lo saben.

Si ambos son tan geniales, ¿por qué están esposados?

—Pequeña rubia —mueve la cabeza en dirección a Yachi—, eres super pequeña y miedosa, si eres agente de campo, no tienes experiencia. Gran rubia —asiente hacia Tsukishima—, eres inútil en una pelea. Me gustan el pequeño y Pecas, son interesantes. Usted, Sr. Agente, es bueno con los puños, ¿eso es wushu o qué? Incluso si el pelirrojo fuese un buen luchador, dos luchadores para una operación tan seria, aunque fuesen el orgullo de su escuadrón, no son suficientes. Tiene que haber alguien más. Y ese otro es su gran jefe, porque en estas situaciones ponen un agente de campo a cargo del grupo y no a un detective de tu área de especialización o lo que sea que dijiste que eras, lo olvidé, lo siento, no quise faltar el respeto.

—No hay problema —Tsukishima puede ver a Sugawara haciendo una mueca, cubriendo su expresión con una mano, pero cuando mira hacia arriba, vuelve a sonreír cortésmente—. Ahora hablemos de ustedes dos.

—Oh, no —dice el musculoso, quien acaba de demostrar que también es genial.

—¿Nosotros? Somos simplemente... ya saben, matones de bajo calibre, nada especial —sonríe su compañero.

—Lacayos criminales.

—El fondo absoluto de la jerarquía social criminal.

—Así que se niegan, es comprensible —Sugawara sonríe cortés y desagradablemente, sin apartar los ojos de ellos. La mano que sostiene el arma está en el respaldo de su silla—. Tadashi, revisa la base de datos de las pandillas con base en Illinois que hayan pasado por Nueva York entre el 2010 y el 2012.

—¿Filtro por «Bo»? —Yamaguchi pregunta.

A juzgar por la expresión de los prisioneros, algo no va de acuerdo a su plan.

—Oh, parece que no son estúpidos —lo dice como si le hubiesen arrojado barro—. Sabelotodos, ¿eh? El Servicio Secreto no contrata idiotas, ¿supongo? Y miren, incluso eligieron niños de etnia japonesa a propósito, sabiendo que Yakarta está lleno de ellos.

No importa cuán molesto sea el de cabello horrendo, volvió a adivinar: todos los participantes en esta operación fueron reclutados de la base más cercana a Indonesia como una cuestión de urgencia.

—Aunque el lindo, siendo sincero, no tiene aspecto japonés, pero hay cierto parecido.

Sin embargo, sigue siendo molesto.

—Al parecer te molesta nuestro agente —afirma Sugawara, sin duda en su voz. Tsukishima se siente agradecido, pero sabe que todo es inútil porque, evidentemente, ese sujeto no sabe cómo detenerse.

—Mira esas piernas —arrastra las palabras con satisfacción y Tsukishima solo quiere esconderse de su mirada—, ¿cómo puede alguien no molestarse? ¿Cómo puede alguien siquiera aguantarlo?

O este tipo tiene un muy mal sentido del humor, o es tan bueno que vuelve a ser malo. Tsukishima todavía no lo decide. El prisionero le guiña un ojo, pero él ni parpadea. Se levanta del reposabrazos y, sin soltar la pistola de sus manos, se aleja del dormitorio hacia Yamaguchi y Yachi. Yamaguchi lo mira con simpatía.

En la pantalla de su computadora portátil, las ventanas se abren y se cierran a velocidades asombrosas, con similitudes resaltadas y algún tipo de marcas de código que aparecen y desaparecen. «Base de datos de presos de Rikers», lee Tsukishima. Ha oído hablar de Rikers varias veces, principalmente en discusiones sobre violencia contra los reclusos. Es una prisión como cualquier otra, excepto que esta está en una isla en medio de Hudson.

El programa le arroja a Yamaguchi unas pocas docenas de presos: aparentemente, cada uno de ellos confraternizó en diferentes momentos con varios asesinos de Illinois. Sigue trabajando manualmente, y Tsukishima, con vago interés, observa el proceso de filtrado, solo mirando las fotos: uno es latino, a otro le falta un ojo, otro es demasiado mayor, otro es muy joven y este... oh.

—Oh —dice Yamaguchi en voz baja.

—¿Encontraste algo? —Sugawara se gira hacia ellos sin dejar desatendidos a los prisioneros.

—¿Encontraste algo? —Hinata salta detrás de ellos, se desliza entre la pared y la silla de Yamaguchi y cubre el monitor con su cabeza.

—Hinata —regaña Sugawara con voz cansada—, ¿hay algo?

Tsukishima asiente, mirando la pantalla. Fotos de retrato y de perfil, compiladas de varias fuentes, incluida la base de datos de los buscados por Interpol y el archivo de prisioneros de Rikers. Lee las líneas de texto rápidamente.

—Kei, léelo en voz alta —solicita Sugawara.

Y lee desde el inicio—. Bokuto Koutaro, treinta y cuatro años, nacido en Tokio el 20 de septiembre de 1982. Terminó la preparatoria... —se detiene sorprendido y arquea las cejas. Está bien, tal vez sacó conclusiones apresuradas y las apariencias definitivamente engañan, porque...

—¿Kei? —Sugawara pregunta con cautela.

Tsukishima lee lentamente—: Terminó la preparatoria, pero en lugar de ir a la universidad, ingresó en la Academia de Defensa Nacional y comenzó a trabajar para ellos.

—¿Qué? ¿Militar? —Sugawara espeta.

—En el año 2000 comenzó a trabajar en la Fuerza de Autodefensa Marítima de Japón, en la base naval de Maizuru en el Escuadrón de Escolta N°3, en el portahelicópteros destructor «Kurama». En 2007 ya había alcanzado el rango de teniente... a los veinticinco años —agrega Tsukishima, ligeramente abatido. Suena ridículo e increíble.

—Espera, ¿en solo siete años?

—Hay un archivo adjunto, un segundo...

—¡Puedo decirles todo yo mismo! —Bokuto interrumpe, molesto.

—Cállate —Sugawara lo calla casi educadamente.

—No hay información sobre el servicio al país... pero dice que desde el 2002 hasta el 2007 sirvió en Afganistán —Tsukishima se queda en silencio. Cautelosamente mira a través del pasillo a los dos hombres esposados y luego vuelve a leer—, y cuando regresó a Japón fue ascendido a Capitán.

—Pero según la información oficial, las fuerzas de autodefensa japonesas solo ofrecieron algo de apoyo, suministros de agua fresca y combustible al frente de guerra —dice Yamaguchi, mirando hacia arriba interrogante. Tsukishima no puede responderle, pero Sugawara golpea pensativamente los dedos contra su barbilla, sin apartar la mirada de Bokuto. Bokuto aprieta los labios, pero aparte de eso luce relajado.

—¿Ascender tantos rangos solo por hacer ayuda humanitaria? Bien, bien...

Tsukishima intenta imaginar Afganistán: todo es muy lejano a su mundo de números y curvas rotas en los gráficos del mercado de valores. Frunce el ceño ante el mensaje implícito en las palabras de Sugawara.

—¿Qué estabas haciendo realmente en Afganistán, Bokuto Koutaro? —pregunta Sugawara— ¿Dice algo más?

—Sí. En mayo del 2007 desertó oficialmente, sin cumplir hasta el final el período de tres años especificado en su contrato. Si la información es confiable, nunca regresó a Japón, sino que apareció en algunos otros países.

—¿Cuáles?

Tsukishima se desplaza con escepticismo durante unos segundos y luego suspira. Tiene un muy mal presentimiento de todo esto, pero trata de ocultarlo cuidadosamente—. Estaré leyendo hasta mañana, señor. Hay cincuenta y ocho países.

—¿Cuántos?

—¿Cuántos?

­—¡¿Cuántos?!

El de cabello alborotado se ríe como si todo fuese obra suya.

—Lo buscan en cincuenta y ocho países —repite Tsukishima, tratando de no pensar en el hecho de que está en el mismo edificio que ese tipo—. Robo, sospecha de actividad terrorista, participación en levantamientos revolucionarios, piratería, asesinatos, trabajó para cárteles criminales... Es un mercenario. Pasó tiempo en prisión una sola vez, en el 2009 en Rikers, con un nombre falso, se escapó en el 2010.

—¿De Rikers? —Sugawara pregunta sorprendido.

—Sí, un segundo... A juzgar por la investigación, nadó a través de un desagüe y se subió a la bodega de carga de un avión que volaba desde La Guarida.

—Bastante genial, ¿verdad? —Bokuto sonríe. Tsukishima aparta los ojos de la pantalla y lo mira de nuevo. Parece un idiota, pero un idiota no llega al rango de Capitán a los veintisiete años ni puede huir de la ley de manera tan experta.

—Estás lleno de sorpresas —admite Tsukishima.

Bokuto sonríe— ¡Sí, ese soy yo!

—Bien, lo que sea, ¿hay algo sobre el otro? —Sugawara asiente en dirección al otro prisionero.

—Bien —Tsukishima vuelve a mirar la computadora—. Esto dice que Bokuto Koutaro es el líder de su propia organización sin nombre. Los miembros son: Yukie Shirofuku, treinta y un años, nacida de padres japoneses en Filipinas, pero él no se parece a ella —Tsukishima mira por encima del hombro con ironía—, y Konoha Akinori, de treinta y cuatro años, también es un militar japonés, teniente principal de su ejército. A juzgar por la foto, tampoco es él.

—Busca conexiones —dice Sugawara—, busca actividades recientes.

Buscar a través de todas las conexiones de Bokuto es un trabajo de varias semanas, en caso de que investiguen a todos con los que pasó tiempo, ayudó a escapar o de quienes escapó.

—Bueno, él no es tan famoso como yo —concluye Bokuto con simpatía.

El de cabello desordenado lo mira, haciendo todo lo posible por darse la vuelta.

—¡En realidad...!

—¿Sí? —Tsukishima levanta las cejas burlonamente.

El prisionero se quita el absurdo flequillo de la cara, frunce los labios con tristeza y luego dice—: Ven aquí —y sonríe con valentía—, te lo susurraré al oído.

Tsukishima está empezando a tener dolor de cabeza por la tensión. Si el tipo de cabello horrible no termina siendo el hijo de algún presidente, le disparará en el pie.

—Deja de mirarme así, haces que me agarre...

Hay un fuerte golpe en la puerta.

—... piel de gallina —termina, parpadeando rápidamente y observando la puerta.

—¡Servicio a la habitación! —alguien dice.

En un segundo, la estupidez de la situación llega a todos. Bokuto intenta contener su risa presionando su barbilla contra su pecho, el otro sujeto gira la cabeza hacia un lado y se ríe. La expresión de Sugawara dice: «buena broma, niños».

—No la abramos —sugiere Yachi de repente.

El de cabello horrible niega con la cabeza desaprobatoriamente—. No, niña, eso es de mala educación —piensa por un segundo y sonríe— ¿Quién de ustedes no ha abierto la puerta aún? ¡Deberían turnarse!

—¡Nah! ¡Piedra, papel o tijeras! —sugiere Bokuto.

—¡Servicio a la habitación! ¡Abran!

Tsukishima alcanza su arma. O la gente de esa ciudad tiene un déficit de imaginación, o tienen un complejo con el servicio al cuarto.

Pero no alcanzan a abrir porque al siguiente instante, las balas rompen la cerradura electrónica en pedazos.

—Las mucamas de este hotel parecen impacientes —comenta el de cabello alborotado, mientras el resto se arroja en distintas direcciones.

Aparece una figura en la puerta y el lugar se llena de disparos. Tsukishima se tambalea hacia los lados, no logra mantenerse en pie y cae al suelo. Hinata lo salva, saltando hacia el marco de la puerta y agregando sus singulares disparos de pistola a la ecuación de disparos de automáticas. Como las automáticas se detienen cada tanto, Tsukishima logra escuchar unos cuantos insultos. Hinata lo hace bastante bien. Como era de esperar del mejor en prácticas de tiro. A diferencia de él, quien acertó seis de diez y cero en la cabeza.

—¿Quién mierda son estos tipos? —Hinata grita, recargando. Hay otra silueta visible en el espejo del vestidor.

—¡El Cartel! —Sugawara, detrás del sillón, y el prisionero de cabello horrible responden al mismo tiempo. Tsukishima se sobresalta por eso, mira a los prisioneros y luego se arrastra hacia adelante para ayudar a Hinata.

—Chicos... ¿qué tal si nos liberan? —sugiere el mismo sujeto— ¡Porque si pierden esto, ellos también nos matarán a nosotros! —Al ver que nadie le presta atención, vuelve a intentarlo— ¿Podríamos colaborar?

El de cabello claro de la automática dispara una ronda que casi convierte a Tsukishima en un colador. Se las arregla para caer hacia atrás en el último segundo y sisea irritado—: ¡Podrías callarte!

—Auch —responde.

—Lo hiciste enojar, hermano —explica Bokuto.

Qué circo, ¿la situación finalmente los ha sobrepasado?

Los disparos se detienen. Tsukishima alcanza a ver a Sugawara presionado contra la pared y recargando tensamente su arma. Si hubiesen sabido que el servicio de habitaciones allí era así, hubiesen agarrado una ametralladora.

—¿Le diste a alguien? —escuchan desde detrás de la pared. Y de repente, el de cabello desordenado luce preocupado. Frunce el ceño levemente, mirando con determinación al suelo, como si estuviera tratando de escuchar.

—No —responde fríamente una voz diferente.

—¿Son todos acróbatas o qué? —se queja el primero.

Tsukishima logra sentarse, pero en ese momento los disparos comienzan de nuevo. Hinata bloquea la vista, por lo que Tsukishima retrocede para poder ponerse de pie con seguridad. Entonces, escucha como Bokuto detrás de él dice, con voz extraña—. Ese sonó como Semi, hermano.

—Mierda —dice su compañero en respuesta.

—Mierda —confirma Bokuto.

—¡Mierda!

—¡¡Mierda!!

—¡Mie...

—¡Ya entendimos! —Tsukishima interrumpe, dándose la vuelta con enojo y encontrándose justo entre las rodillas abiertas del prisionero de cabello desordenado. Quien, instantáneamente distraído de sus exclamaciones, sonríe sugestivamente, mirando en su dirección. Una sonrisa muy desagradable.

—Tal vez no esté tan enojado —comenta Bokuto, y Tsukishima siente que la falta de práctica de tiro no obstaculizará su capacidad para dispararle a alguien en las rótulas.

—Chico bonito, normalmente estoy muy a favor de esto —señala, moviendo las cejas. Tsukishima no es un adolescente que se sonroje por eso, pero su necesidad de mantener la cara seria frente a ese idiota que se cree muy inteligente se está agotando—, pero ahora mismo no es un buen momento, ¿qué tal si primero intentas dispararle a Semi?

—Sería mucho más fácil si te disparo primero a ti —Tsukishima sonríe en respuesta, apoyando la mano que sostiene el arma en la rodilla del prisionero y levantándose en un movimiento—. Sobre todo, porque contigo, específicamente, nunca habrá un buen momento.

—Eres malo —se ríe.

Bokuto acompaña—. Uno a cero.

—¡Paren! —Sugawara grita a través de los disparos— ¡Basta! ¡Bandera blanca! ¡Negociemos!

Los disparos se detienen. La confusión del enemigo es casi palpable a través de la pared— ¿Se rinden? —una voz pregunta, Tsukishima asume que probablemente sea el mencionado Semi.

El sujeto de cabello alborotado niega desesperadamente con la cabeza y susurra—: ¡No, no, no, no, no! ¡No pueden rendirse contra Semi! ¡Dile a tu jefe que no lo haga!

—¿Por qué? —espeta Tsukishima.

—¡Porque me van a matar!

Interesante, piensa Tsukishima, ¿quizás si se lo entregan al Cartel se irán?

Mientras tanto, Sugawara continúa—. No —pero antes de que los disparos se reanuden, agrega—. Y tengo malas noticias.

—¿Qué malas noticias? —el tono de Semi se ensombrece.

—Pueden irse —la voz de Sugawara no suena menos severa—, de todos modos, ya no tenemos las placas estereoscópicas.

—¿Y por qué deberíamos creerte? —bufa Semi—. Ni siquiera sabemos quién eres.

—¡Claramente están mintiendo! —declara la voz aguda de alguien, y luego alguien más lo calla.

La expresión facial del de cabello horrible cambia de repente. La de Bokuto también.

—¡No estamos mintiendo! —exclama Hinata—. Esos desgraciados de la pandilla japonesa aparecieron —Tsukishima ve a Sugawara gesticular silenciosamente—, nos dispararon y... oh.

—¡Es un truco! —la voz aguda continúa. No diría eso si pudiese ver el rostro de Sugawara.

Bokuto frunce el ceño pensativamente y mira al frente.

—Oye —comienza del de cabello desordenado, en voz alta—, ¿ese es el futuro jefe del Cartel? —Tsukishima esconde su rostro en su mano. Al mismo tiempo escucha: «¡¿En serio te presentas a todos así, Goshiki?!», y puede decir que no entiende absolutamente nada de lo que está ocurriendo allí— ¿Goshiki Tsuto- lo que sea? ¿Cómo estás, niño? ¿Sigues vivo?

Un tenso silencio se extiende por toda la suite durante varios segundos.

—Oigan —dice Semi lentamente—, ¿tienen a Kuroo Tetsurou allí?

—No —responde Bokuto de inmediato—. No conocemos a ningún Kuroo Tetsurou.

—Ni a ningún Bokuto Koutaro —concluye su compañero. Tsukishima aparta la palma de la mano de su rostro, mira a Kuroo como si fuera la persona más estúpida de la ciudad, pero no interrumpe. Sugawara tampoco. Aparentemente, todos están interesados en la conversación.

—Me disculpo por no haberle disparado —se disculpa el futuro jefe del Cartel—, pero jugaba sucio.

—Escucha —lo interrumpe Bokuto seriamente—, ¿eres Goshiki, el futuro gran jefe con el tonto corte de tazón?

Hay otra pausa.

—¡Mi corte de pelo no es tonto! —Goshiki, el futuro gran jefe, grita a través de la pared.

—¡Escúchame! —Bokuto grita en respuesta, estirando su poderoso cuello, y Tsukishima parpadea sorprendido. Kuroo pone los ojos en blanco, como si dijera que está todo bien, y luego trata de alcanzar a su amigo con el pie. Pero Bokuto lo ignora— ¡Devuélveme mis diamantes! O te atraparé, ¡¿me oyes?!

—¿Qué es todo esto? —Semi sisea— ¡Goshiki! ¿Te cruzaste con Bokuto Koutaro? ¡¿Cómo?!

—¿Eso es verdad? —Hinata se gira hacia Bokuto y Kuroo, y esta es la primera vez que Tsukishima está feliz de que Hinata abra la boca.

Los mira con atención, luego Kuroo se gira hacia Bokuto.

—Hermano, ¿te robó Goshiki Tsutomu? ¡Pero si tiene como doce años, hermano!

—¡Tengo veinticinco!

—¡Cállate, Goshiki! ¿Qué estaban diciendo sobre negociar? —pregunta Semi— ¡Acepto negociar solo si controlan a Bokuto!

—Adelante —asiente Sugawara—. Está atado, ¿cuántos son ustedes?

—Tres —responde Semi un momento después.

—Muy bien —Sugawara se tensa—. No necesitamos problemas con el Cartel, y tampoco necesitamos dispararnos, ¡pero esto no es divertido!

Semi levanta las manos, mostrando que guardó sus armas y camina hacia el medio del pasillo. Es un joven alto, bastante atractivo e incluso luce inteligente. Está bien vestido, lleva un bonito traje, y solo eso es suficiente para que Tsukishima se ponga de su parte. Es una pena que sus intereses tengan que cruzarse en las placas estereoscópicas. A Tsukishima le hubiera encantado luchar contra Kuroo de su lado. Quizás esa fuese la única razón.

—Oh, entonces supongo que Goshiki no estaba mintiendo —Semi chasquea la lengua, satisfecho.

—Bueno, sí, ¿por qué debería? —Kuroo arrastra las palabras con confianza, como si acabara llegar a tomar un té—. Soy realmente yo.

—Oh no, eso lo creí de inmediato —Semi lo ignora—. Eres demasiado molesto como para morir tranquilamente en algún lugar de Somalia. Lo que no creí es que tu peinado pudiese empeorar aún más de lo que solía ser.

Tsukishima no puede contener una risa nerviosa, y Kuroo está prácticamente ahogándose de indignación— Et tu, Brute? ¡Pensé que nos estábamos amigando!

—Escuchen —Tsukishima recuerda su idea más reciente en lugar de responder—, ¿les gustaría llevárselos?

—¿No soy tu prisionero favorito? —Kuroo entra en pánico—. Deberías cuidar de mí.

Sugawara hace una expresión de advertencia, pero Tsukishima continúa—. No tenemos las placas, no tenemos información, pero tenemos a estos dos —por un momento piensa en sí mismo como en un vendedor de coches—. Oferta exclusiva.

—No hay ninguna oferta exclusiva —espeta Sugawara.

Semi lo mira, inteligente y un poco condescendiente—. Tengo mis propios problemas con él —asiente con la cabeza hacia Kuroo—. Si no tienen nada para aportar, nos iremos, pero, ¿para qué lo necesitan? De este tipo van a sacar más problemas que cosas buenas. Uno de cada tres hombres en Yakarta quiere asesinarlo.

Y Tsukishima entiende totalmente por qué. Pero toda la situación pareciese ser acerca de quién mantendrá a Kuroo como si este fuese una mascota doméstica bastante problemática.

—¡Oye, no hacía falta la deprimente estadística! —Kuroo interviene.

—Claro —acepta Semi, levanta el brazo y dispara directamente contra él.

Tsukishima esperaba algo así desde el principio, así que patea con éxito ambas sillas. Bokuto y Kuroo chocan contra el suelo.

Todos se dispersan de nuevo. Semi se deja caer detrás del sofá y es reemplazado por un hombre rubio delgado que les lanza una ronda de disparos con una automática mientras que Goshiki lo respalda con dos pistolas.

«No me inscribí en esto», piensa Tsukishima, empujando a Bokuto y Kuroo más cerca de la cama, agarrando el arma que le arroja Hinata.

Y en ese momento, suena el celular de alguien.

—¡Alto! —grita Semi, y Sugawara hace una señal para que todos se detengan. Por un lado, a este paso Tsukishima nunca le demostrará a Kuroo que sabe disparar, y, por otro lado, gracias a Dios por eso.

—¿Ya tenemos las placas? —pregunta Semi por teléfono, perplejo.

Tsukishima, confundido, mira a Kuroo, la persona más cercana a su posición, pero este instantáneamente mira a Sugawara, quien parece completamente perdido.

Y luego, todo comienza a suceder demasiado rápido. Los agentes del Cartel se inclinan cortésmente y se retiran, incluso cerrando la puerta detrás de ellos, ¡qué buenos modales! Goshiki intenta decir algo, pero rápidamente se calla.

Hay silencio en la suite de nuevo. Tsukishima mira a su alrededor, tratando de asimilar el hecho de que todavía está vivo. Lo cual es anormal, ¡todo lo que sucede allí es anormal!

—Me salvaste —dice una voz detrás de él.

¿Por qué abrió la boca? Tsukishima realmente no quiere mirar a Kuroo, algo dentro de él insiste en que perderá si lo hace. Se gira sobre sus talones, endereza los hombros y mira a Kuroo, quien exuda presunción como si fuese radiación.

—¡Sabía que te gustaba al menos un poquito!

Tsukishima siente cómo su interior se calienta por la rabia y apenas puede contenerse de rechinar los dientes, pero en lugar de eso, sonríe gentilmente y responde con voz pensativa— ¿Quizás solo quería matarte personalmente?

—Eso también me sirve —Kuroo asiente con aprobación—. Un drama romántico muy artístico.

—Tragedia —lo corrige Tsukishima cortésmente—. Si uno de los protagonistas muere durante la historia, se llama tragedia.

Kuroo sonríe— ¿Entonces soy uno de los protagonistas?

—El que muere —le recuerda Tsukishima, sonriendo.

—Paren de coquetear —Sugawara pone los ojos en blanco y ambos recuerdan que no están solos en la habitación—. Tenemos que...

Y en ese momento, hay un golpe en la puerta.

—¡Servicio a la habitación! —una voz ronca y profunda anuncia.

—No —Sugawara niega con la cabeza, mirando histéricamente la puerta—. Esto ya no es divertido.

—Dejó de ser divertido hace tres servicios a la habitación —señala Tsukishima, tomando apresuradamente un arma de arriba de la cama.

Esta debe ser una de las importantes reglas para sobrevivir en Yakarta: nunca esperar nada bueno del servicio a la habitación.

—Bueno, chicos, fue un placer conocerlos —suspira Kuroo. Bokuto se ríe detrás de él—. Ese es para nosotros.

Y se pone de pie, estirando los brazos. Las esposas caen al suelo. Desgraciado.

Tsukishima le apunta sin dudarlo, pero hay un estruendo y otro grupo de invitados que necesitan algo de ellos irrumpe en su habitación de hotel. Se gira mecánicamente hacia ellos e inmediatamente comprende el error que cometió. Su brazo es bloqueado y empujado hacia sí mismo, con su propia pistola apuntando bajo su barbilla.

—Eres tan delgado —Kuroo chasquea la lengua con desaprobación, agarrando su muñeca con más fuerza en el momento en que Tsukishima intenta escapar. Sus tendones arden de dolor, y Kuroo resopla con satisfacción en su oído—. La próxima vez te traeré golosinas.

Tsukishima aprieta los dientes con tanta fuerza que duelen.

La habitación se inunda de ruido de un momento a otro: Bokuto, así como Kuroo, se deshace fácilmente de sus esposas y arroja a Hinata sobre una de las camas, robando su arma. Sugawara dispara desde una esquina, y frente a Tsukishima aparece de la nada un tipo bajito con una sotana de iglesia y dos Berettas.

—¿Acaso eres idiota? —pregunta el pseudosacerdote y narcotraficante, Yaku Morisuke. La memoria de Tsukishima, le arroja extractos de los perfiles que había estudiado. Uno de los engranajes principales del mecanismo de Nekomata Yasufumi, un perro de ataque cuidadosamente criado. Parece mucho más joven de lo que es, pero a juzgar por su historial, las personas que se dejan engañar por su apariencia tienden a pagar las consecuencias más tarde.

Pero lo que realmente impresiona a Tsukishima es cómo Yaku habla con Kuroo.

—¿Qué hice esta vez? —Kuroo se queja—. No lo toques —agrega cuando Yaku apunta a Tsukishima— ¡Shirofuku, tú también, deja de disparar! —grita en dirección a la mujer que intenta destruir a Sugawara—. Son estadounidenses, agentes del gobierno, ¡si tonteamos con ellos no acabará bien!

—¿Estadounidenses? —Yaku mira sospechosamente a Tsukishima y a Hinata y Yamaguchi, a quienes Bokuto sujeta por el cuello de la camisa— ¡Maldita sea! Lev, baja la automática, ¡ahora!

Todos los presentes se giran hacia el tipo en el pasillo, quien trata de controlar una Heckler & Koch. Super joven, también en sotana, y alrededor de la misma altura que Tsukishima. Y, además, tiene una cara tan decepcionada que Tsukishima no puede evitar agregar en voz baja—: O de lo contrario, papá se va a enojar...

—Yaku es la mamá —le susurra Kuroo al oído—. Yo soy el padre en esta dinámica.

—Tú eres el tío segundo al que todos odian —Yaku le apunta con el arma. Tsukishima piensa en que ahora le agrada este tipo. Como Semi. Parece que le agradan todos aquellos que se burlan de Kuroo, especialmente de su peinado.

—Lo he tenido contigo —Kuroo retrocede hacia la pared, arrastrando a Tsukishima con él—. Es nuestro hijo, así que cállate, ahora estamos ofendidos.

—En tu caso, solo deberías ofenderte por tu genética —comenta Tsukishima. Ya no puede sentir su brazo por debajo del codo.

Yaku levanta las cejas con sorpresa y asiente con aprobación, y la fría boca de la pistola de Kuroo se aprieta más cerca de su barbilla, lo que obliga a Tsukishima a levantar la cabeza más alto.

—Ten más cuidado con la lengua, sabelotodo, o te dispararé.

Tsukishima sonríe. Por alguna razón siente que, si Kuroo realmente quisiera dispararle, lo habría hecho hace mucho tiempo. Entonces dice, ignorando su ansiedad—. No dispararás. Te gusta que sea un sabelotodo.

—A mi también me gusta que sea un sabelotodo —Yaku asiente con aprobación nuevamente—. Entonces, ¿le dispararás?

El corazón de Tsukishima da un vuelco traidoramente. De repente espera que no se note, especialmente que no lo note el maldito de Kuroo. Qué estúpido.

—No —responde descuidadamente Kuroo— ¿Quieres ver aparecer a algún tipo de fuerzas especiales en lugar de los otros sujetos encamisados? Sabes que los estadounidenses no soportan perder a sus propios hombres. Si le traes aún más problemas al anciano, nos degradará a monaguillos, ¿quieres ser como Lev?

El tipo llamado Lev los mira confundido, agarrando en sus manos un Cinco-Siete belga del arsenal del Servicio Secreto. Yaku le da una mirada y este inmediatamente vuelve a dejar nuevamente el arma sobre la mesa y comienza a mover nerviosamente un rosario en sus manos.

—Cállate —Yaku se gira hacia Kuroo—, ¿y las placas?

Kuroo frunce el ceño—. Con los japoneses.

La asistente de Bokuto, Yukie Shirofuku, apoya su arma sobre su hombro— ¿Qué? ¿De nuevo? ¡Estás bromeando!

—¡Esto no estaba en las posibilidades! —Yaku levanta las manos— ¿Cómo pasó esto?

—La mitad de Yakarta pasó por aquí hoy —Kuroo sonríe. Tsukishima no puede ver el rostro de Kuroo, pero no tiene dudas: la voz de Kuroo refleja todos los matices de sus sentimientos irónicos—. Te lo contaré en el coche.

—Okey —Yaku asiente y le hace una señal a Lev—. Vamos.

—¿Podemos llevar al de lentes con nosotros? —pregunta Kuroo.

—No —responde Tsukishima.

—No —agrega Sugawara, aunque es poco probable que alguien más todavía esté interesado en su opinión.

—No, ni siquiera lo pienses —dice Yaku, en un tono de «devuélvelo donde lo encontraste».

—¿Acaso alguna vez piensa en algo? —espeta Tsukishima, y al instante le levantan el brazo. Todo lo que puede hacer es sisear del dolor y cerrar los ojos. Siente como si sus articulaciones estuviesen a punto de explotar. Definitivamente, por hoy no podrá sostener nada con esa mano.

—¿Siempre usas la fuerza física cuando no sabes qué responder? —Tsukishima entiende que es incapaz de detener su lengua en este punto. Ni siquiera presta atención al dolor. Lo cual es muy extraño: siempre pensó que ser imprudente y grosero con alguien que en cualquier momento podía volarte la cabeza con una bala era algo para idiotas suicidas.

—Cambié de opinión acerca de llevarte conmigo —le informa Kuroo—. Eres un niño desvergonzado.

—Y yo aquí pensando que soy de tu tipo.

—Oh, Dios mío, ¿estás coqueteando conmigo?

Tsukishima está categóricamente en desacuerdo con esa evaluación, pero necesita salir de esa situación con urgencia—. Piensa en ello como un método de autodefensa.

—Cállense la puta boca, ambos —los interrumpe Yaku—. Kai dice que un grupo de cinco autos acaba de legar a Hamaima. Hay movimiento en el Cartel y no me gusta nada.

A juzgar por su rostro, nunca le gusta nada. Hace que todos se apoyen contra la pared y Kuroo tiene que dejar ir a Tsukishima. El brazo casi completamente torcido se contrae levemente a medida que recupera la circulación, pero aguanta cualquier indicio de malestar hasta que la Iglesia desaparece en el pasillo.

Tan pronto como la puerta se cierra, se agarra el codo y sisea, mordiéndose el labio.

—¿Lo rompió? —un preocupado Yamaguchi aparece a su lado, parpadeando con sus grandes ojos asustados. Para ese niño, hoy debe de haber sido el día más intenso en sus veintiséis años de vida, nunca había visto tantas armas en uso a la vez.

No es como si Tsukishima tuviese mucha experiencia en eso tampoco.

—No —intenta apretar el puño—. Agente Sugawara...

—Sugawara-san —Hinata mira tristemente en dirección a la puerta—, ¿vamos a seguirlos?

Sugawara niega con la cabeza, buscando su teléfono—. No tiene sentido. Perdimos las placas y ellos...

Llaman a la puerta.

—¡Servicio a la habitación!

Todos intercambian una mirada, incluso Yachi parece estar a punto de reír por el estrés, y se apresuran hacia la puerta rota, golpeándose los hombros el uno al otro. Sugawara abre la puerta de una patada para que entre todos apunten tres armas a la vez a la cara de otra autoridad criminal de Yakarta.

Esta autoridad criminal de Yakarta resulta ser una sirvienta asiática delgada con un carrito rodante y una aspiradora de mano.

Detrás de las armas, tres caras serias y concentradas la miran. Sus expresiones gradualmente dan paso a la sorpresa, y luego, la voz fina de Yamaguchi detrás de ellos, temblando como una hoja, dice:

—Es para mí.

¡Servicio a la habitación!

Les dejo adjunto el link al increíble art de este capítulo, ¡vayan a darle mucho amor! https://twitter.com/mViktoriart/status/1111371103773954055?s=19

Estuve leyendo sobre Rikers últimamente, me sorprende la facilidad con la que una persona puede caer ahí. También pienso en que me alegra que Bokuto haya escapado.

¡En fin! Nuestro querido Karasuno entra en escena, pero al parecer no es todo tan simple, ¿verdad?

También me gustaría acotar que según la traductora al inglés, las personas oriundas de Miami no tienen acento sureño, por lo que supone que Tsukki lo debe haber heredado de su mamá o algo así.

El siguiente capítulo es algo corto, pero tengan en cuenta de que solo es el preámbulo de algo grande.

Nos leemos el siguiente lunes, ¡sigan sintonizados!

¡Besitos!

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