Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4

Oya, oya, oya.

¡Hoy tenemos un capítulo bien largo!

Muchísimas gracias como siempre a mi beta NatalieNightray1997 por la paciencia que me tiene todas las semanas cuando me atraso con la traducción, ¡de verdad es una genia!

Lo único que debo decirles antes de este capítulo es que habrán comunicaciones por radio. Como el capítulo sigue a Kuroo casi en su totalidad, sus diálogos estarán escritos normal, mientras que los de cualquier otro que se comunique por radio estarán en italic.

Dicho esto, acomódense, escuchen Ariana Grande, y disfruten la lectura.

Durante la mañana del veintinueve, saliendo del hangar para fumar, Inuoka habla por su auricular, cubriéndolo con sus palmas para simular proteger su encendedor de la brisa—. Tenemos problemas.

—¿Qué clase de problemas? —pregunta Kuroo por los auriculares.

Todavía falta media hora para la señal. Afuera sigue estando húmedo y aburrido, por lo que Kuroo tiene que esconder el auto a la sombra del toldo de la oficina de correos y perder el tiempo, echando los asientos hacia atrás y acomodando en su cabeza una gorra de los Chicago Bulls. Todos en Yakarta saben que la Iglesia circula en Brabus negros, así que, para mantener la confidencialidad, le han otorgado un Suzuki Jimny que ha visto mejores días.

¿Qué pasó? —Pregunta la voz de Yaku— ¿Fallas en el plan?

—¿En dónde? Es mi plan —dice Kuroo herido.

Por eso mismo estoy preguntando —responde Yaku.

Hermano, ¿recuerdas cómo volaste desde Melbourne? —Bokuto hace leña de árbol caído, como obligando a Kuroo a contar en una cena familiar cómo se conocieron.

—Bokuto, cierra el pico —Kuroo se seca la transpiración de la frente.

La frase «tenemos problemas» no es la mejor manera de iniciar una conversación, especialmente si hay una misión potencialmente suicida en la mira, pero Inuoka vuelve a hablar antes de que Kuroo tenga tiempo de comerse todas las uñas de su otra mano.

No hay solo un auto —dice Inuoka—, hay cuatro. Y en cada uno hay una enorme maleta idéntica a las demás.

Dios, ¿por qué todo siempre tiene que irse a la mierda?

Inuoka dice muchas más cosas, interrumpiéndose para no ser descubierto. Por ejemplo, dice que en cada automóvil hay un equipo de ataque completo: un alto rango de la Tríada, dos guardias y un conductor armado. A los conductores solo les dirán la ruta justo antes de salir, además de que él sería un guardia, no un conductor.

No sé los números de matrícula de los autos o cuándo salimos —susurra nerviosamente—. Ni siquiera sé en cuál estaré, no nos están diciendo nada.

—No apagues tu comunicador —dice Kuroo con calma. Lo último que necesitan es un agente de campo orinándose al descubrir que todo se está yendo a la mierda y que no tienen idea de qué hacer para solucionarlo.

Por favor, hagan algo rápido —susurra Inuoka y su voz tiembla, como si viese venir algo.

—Mierda —dice Kuroo.

El plan de alguien se estropeó —dice alegremente Shirofuku por sus auriculares.

No puede discutir contra eso.

—Ni siquiera sé por dónde empezar... —Kuroo rasca con la uña el logo grabado en el costado de su arma.

—¿Empezamos por el hecho de que tu plan se estropeó? —Shirofuku no cede.

Kuroo no discute con mujeres, pero Shirofuku no es una mujer; es una arpía que constantemente trata de bajar su autoestima hasta el suelo y allí patearlo. Saber cómo admitir tus propios errores es una cualidad valiosa que debe tener cualquier líder, y si actúa sin inmutarse, ninguna perra le ganará alguna discusión.

Entonces Kuroo dice—: Me retracto de mis anteriores declaraciones —al otro lado de los auriculares los oye suspirar cautelosamente al unísono—. Mi plan podía salir mal y salió mal.

El plan original era casi ridículamente simple.

La base de la Tríada, desde la que, en teoría, iba a partir el automóvil hasta hace menos de diez minutos, se encuentra en las laberínticas calles de Depok, un suburbio de Yakarta. Como calcularon Kai y Yaku, la ruta más corta y segura al aeropuerto de Soekarno-Hatta pasa por el circuito exterior de la autopista, doblando por la ciudad hacia el oeste. Esto les permitiría cierta libertad de movimiento: se suponía que Yaku, Yamamoto y Lev saldrían de Depok en dos autos al mismo tiempo que el auto chino y tomarían carreteras paralelas. No debían permitir que el coche chino llegara al aeropuerto, pero en caso de que lo hiciera, Kai estaría allí para esperarlos. En el caso de que la pandilla china sospechase y decidiera cambiar de rumbo por la ciudad, Kuroo estaría de guardia en el sur, en la carretera más conveniente para ingresar a la capital.

Sencillo y genial.

Como todos los planes demasiado simples y no lo suficientemente ingeniosos, esto también se fue directo a la mierda de inmediato.

—Esta situación me recuerda algo... —murmura Kuroo arrancando el coche.

Da un resumen general de las malas noticias en unos segundos. La discusión no dura más de un minuto entero, en su mayoría consistiendo en murmullos de Yaku, las frases tranquilizadoras de Kai y breves comentarios de Bokuto.

Está bien, está bien, tomarán diferentes rutas, eso es obvio —dice Yaku con voz tensa, indicando que está tratando de pensar lo más rápido posible—. La cuestión es por dónde.

Aeropuerto —dice Bokuto inmediatamente— y el puerto. Esas son las únicas formas de sacar las tablillas sagradas de la capital.

—¿Cuatro coches, cuatro aeropuertos? —Kuroo sugiere improvisando, saliendo de debajo del toldo y casi derribado un buzón con el parachoques.

—¡Pero pensamos que Soekarno-Hatta era la única opción! Yuanda y Yani no cuentan por razones de seguridad, sería muy fácil interceptarlos allí, ¡y Adisucipto está como a siete horas de distancia!

Y eso es razonable, no creía que los chinos fuesen tan idiotas como para enviar las tablillas sagradas por el ventoso camino hacia Yani.

Entonces —Yaku comienza, con un tono de voz autoritario. Permanece en silencio durante unos segundos y luego repite—. Entones, como mínimo, uno de los cuatro coches va a Soekarno.

Kuroo pone ambas manos en el volante, suspira profundamente, echando la cabeza hacia atrás para estirar un poco el cuello y luego dice—: No tenemos otra opción, chicos. Tenemos que actuar a medida que se desarrollan las circunstancias.

Gran plan —Shirofuku ríe.

Tenemos que decirle a Inuoka que se ciña al plan original —dice Yaku rápidamente—, mientras averiguamos si su situación sigue siendo la misma.

Excepto que no le toca conducir —suspira Kai—. Eso nos complica todo.

—¡Cuando la vida te da limones, has limonada! —declara Bokuto con optimismo.

Yaku, por su parte, tiene sus propias ideas sobre cómo vivir la vida—. Si alguien te da un limón —dice, sediento de sangre—, lo exprimes en los ojos del hijo de puta que te dio el estúpido limón.

Estoy preocupado por Lev, que está en el mismo auto que este tipo —Shirofuku comparte sus preocupaciones. Kuroo se ríe.

Kai declara pacíficamente—. Bueno, al menos podremos suponer en qué auto estará Sou. 

Naturalmente, eso también se va a la mierda.

Planes sencillos. Planes geniales.

Por supuesto, a juzgar por lo que está sucediendo en el micrófono de Inuoka, su auto ya está en camino; voces en chino se desvanecen en el vacío y el ruido de la ciudad se calma.

Pero...

Hay dos, chicos —informa Yaku, su voz implica infelicidad—, ¡carajo, hay dos! Vidrios polarizados y todo. Salieron al mismo tiempo.

Uno se mueve en dirección a Tangerang, hacia el aeropuerto, como lo planeamos —dice Yamamoto—. El otro va por la carretera, solo puede ir hacia el este o hacia la ciudad. El tercero y el cuarto todavía no salieron. Ambos son unos putos Timors S515s plateados idénticos.

—Vamos a suponer que los otros dos también serán Timors plateados.

Yaku deja escapar un gemido—. También puede que los hijos de puta salgan en distintos momentos, fantástico. Tora, quédate ahí. Voy a seguir al que va hacia el aeropuerto. Kuroo, tú sigues al segundo ¿cómo sabremos en cuál está Inuoka?

Inuoka —dice Bokuto alegremente—. Inuoka, ¿en qué coche estás?

Mierda —susurra Yaku.

Buen trabajo —bosteza Shirofuku casi sin sarcasmo.

Incluso si responde, será en chino ¿Será que siempre supiste hablar en chino en secreto?

¡Oye, sé tres palabras! —objeta Bokuto.

Oh, ¿por qué no te enviamos a la Tríada, entonces? —dice Konoha con un tono cantarín. Kuroo casi se había olvidado de que él también estaba escuchando la conversación.

—¿Quizás porque todo Yakarta lo conoce? —Shirofuku pregunta con indiferencia.

Yakarta y cincuenta y siete países más, no lo olviden —responde Konoha.

—¿Entonces el auto de Inuoka es el del aeropuerto o el de la ciudad? —Kuroo interrumpe la charla— Está bien, el plan para el segundo auto sigue siendo el mismo. Estoy esperando en la salida ¿qué modelo dijiste que era el coche?

Google tira resultados rápidamente, al menos internet coopera, los Timor S515s se ven exactamente como un automóvil genérico promedio. La única esperanza de Kuroo es buscar el vehículo correcto en la carretera de dos carriles solo con sus ojos, como jugando al veo-veo o algo así. Está ubicado a media hora en coche de la base de la Tríada. Hay silencio en sus auriculares hasta el momento en que, después de siete minutos de mirar coches que pasan a toda velocidad, la voz de Yamamoto llama su atención.

Salió la segunda tanda —dice—. Uno sigue la ruta hacia Tangerang, el segundo... mierda, el segundo baja por Pitar, tierra adentro, ¿qué hago?

Sigue al segundo —ordena Yaku—. Pueden tener algún tipo de plan para otro aeropuerto. Dales veinte kilómetros de ventaja, aléjate más de la base y síguelos desde allí.

Entendido.

Kuroo está un poco celoso de Yamamoto, al menos está haciendo algo. Él, en cambio, tiene que esperar en posición al menos una hora más sin posibilidad de distraerse con nada ya que la radio ni siquiera le permite cambiar de estación, por lo que no puede buscar alguna emisora en la que no estén hablando de la boda de Gunther Perkasa, de veintinueve años, hijo de un político del Partido del Mandato Nacional.

En media hora, Kuroo aprende a odiar la radio, a los no Timor, a Gunther Perkasa, a su esposa, también odia...

Oh.

—Vi al Timor —informa Kuroo, finalmente entrando en acción.

El Timor conduce con tranquilidad: baúl cubierto con cinta adhesiva, letrero de «bebé a bordo» en la ventana trasera, baja velocidad. Kuroo posiblemente hubiese elegido transportar alguna carga valiosa en un auto así, aunque hubiese sacado el letrero de la ventana, era un detalle con el que podrían ubicarlo fácilmente.

Pero la Tríada no es estúpida.

—Están entrando en una gasolinera —menciona, ligeramente decepcionado, aparcando tras ellos y haciendo una pausa junto a un tanque gigante de propano.

¿Qué mierda les pasa? ¿Decidieron comprar una lata de Red Bull para el largo viaje? La idea de que de repente se quedasen sin gasolina es tan creíble como la idea de que toda esa aventura terminaría sin complicaciones y que los chinos les entregarían la maleta y los invitarían a tomar el té.

Kuroo está rígido, anticipando algo malo. La última vez que se sintió tan ansioso fue justo antes de que Futakuchi comenzara a dispararle en medio de un Starbucks en Brisbane y explotara su café con leche.

Un hombre enorme y calvo sale del coche. Un europeo enorme y calvo.

Antes de que se cierre la puerta, Kuroo alcanza a ver a una mujer asiática regordeta con un niño dentro del vehículo.

—Carajo —dice Kuroo— ¡Mierda! ¡Maldita mierda! —grita y asusta a un empleado vestido con un mono amarillo, que casi deja caer la boquilla de gas.

Sorpréndeme —su sentido de supervivencia le recuerda que sorprender a Yaku es una mala idea en general, y es peor aun cuando ya viene estresado con anterioridad.

Como sea, Yaku no está allí, por lo que las consecuencias serán indoloras— ¡Es el auto equivocado!

El silencio ponderado al otro lado de la llamada le pone los pelos de punta.

—¿Qué?

—¿Estás bromeando, Tetsurou?

—¡Hermano! —Bokuto arrastra las palabras con desaprobación, y Kuroo prácticamente puede verlo negar con la cabeza— ¡Eso es poco profesional, hermano!

—Oh, ¿en serio?

—¿Seguiste al primer Timor que viste? —«Yaku, cállate. Solo cállate»— ¿Eres idiota? ¿Acaso es el coche más popular en Indonesia?

—¿Parezco uno de los chicos del Citadel experto en autos? —Exclama Kuroo— ¿Era plateado? ¡Sí, era plateado! ¿Era un Timor? ¡Sí, era un Timor! Incluso tenía vidrios polarizados, exactamente como me dijeron así que cállate, Yaku, ¡hablo en serio!

—¿A dónde irás ahora, idiota? —pregunta Yaku.

Kuroo intenta ignorarlo, a pesar de que nadie puede hacer eso por teléfono—. Ni idea, ¿confían en mí?

No —es la respuesta inmediata.

Sí, claro —gruñe Yamamoto.

¿Confiar en un sujeto con ese cabello? —La sonrisa de Shirofuku es prácticamente audible— ¿Por quién nos tomas?

¿Y recuerdas aquella vez en la que te diste a la fuga con nuestro dinero?

Nunca lo devolviste.

—Hay demasiada gente en esta conversación —se queja Kuroo.

Yaku confirma—. Y te has metido con todos y cada uno de nosotros.

¿Por qué todo el mundo lo está atacando? —salta Bokuto en su defensa.

Kuroo suspira y termina la conversación—. Tengan un ojo puesto en Inuoka si pueden y todo saldrá bien.

Sin llamar la atención, por supuesto ¿Escucharon que «Suicide Squad» saldrá pronto?

Yaku resopla ante el comentario—. Concéntrense, chicos, tenemos que... ¡Lev, quita las manos del arma!

Kuroo apaga la comunicación.

Desafortunadamente, sus líneas de comunicación están configuradas para que cualquiera pudiese conectarse. La siguiente vez que Kuroo regresó a la conversación, lo hizo mientras pateaba la puerta de otro Timor plateado con vidrios polarizados ocupado por un par de personas mayores. Ya era el cuarto Timor plateado con vidrios polarizados que atacaba.

Cálmate —dice Yaku, en voz baja—. Si los perdiste, hazte cargo. Hay que pensar qué haremos ahora.

El Suzuki tiene las luces intermitentes de emergencia encendidas. Una de las luces parpadea en un patrón fijo mientras que la otra lo hace de forma inconsistente. La luz naranja del mediodía se refleja muy levemente en el parachoques plateado brillante del Timor. Automóviles coloridos pasan a toda velocidad a su lado y él corta a toda velocidad la distancia entre el Suzuki y el pobre Timor detenido el cual, luego de su asalto, difícilmente pueda ser conducido nuevamente.

—¿Me escuchas? —Yaku pregunta de nuevo con su entonación habitual, lo que implica que escucharlo es lo mejor que puede hacer en ese momento. Y eso a Kuroo de repente le enfurece tanto que, al regresar a su auto, cierra la puerta con tanta fuerza que quizás nunca más pueda abrirla otra vez—. Los perdiste.

—No me importa —sisea Kuroo con los dientes apretados. Arranca de golpe, cambia de carril, corta bruscamente a un Nissan y saca su dedo del medio por la ventana—. Me importa una mierda. Dispararé a cada maldito Timor que vea, lo juro por el Señor y todo lo que es santo.

Primera Epístola de Juan, Kuroo —le recuerda Yaku sombríamente— «El que odia a su hermano es un asesino, y, como saben, ningún asesino tiene la vida eterna».

—¡Quién necesita la vida eterna cuando tienes una Colt M-4 debajo del asiento!

Suena como una frase genial sacada de alguna película —comparte Bokuto.

—Podría ser, pero no ahora —murmura Kuroo.

No ahora —responde Bokuto—, porque estás perdiendo la cabeza. No lo tomes como algo personal, todo el mundo calcula mal. Si los encuentras, bien. Si no los encuentras, mala suerte ¿se supone que ahora todos debemos ahogarnos en la desesperación colectiva?

—Amén —suspira Kuroo y observa dentro de la brecha creada entre un Nissan y un Peugeot metálico—. Oh, otro Timor. Desactivo, chicos. Bo, ya sabes qué hacer.

Sé que hacer —se regodea Bokuto con una voz alegre—, no me lo agradezcas.

Si le agradeciese a Bokuto, finalmente estaría de buen humor, cosa totalmente innecesaria porque el Timor frente a él podría terminar siendo el equivocado y todo su buen humor se iría por el caño. Los sonidos en su auricular se detienen, sale del Suzuki, estira el cuello y las muñecas, y luego jala la puerta principal del Timor para abrirla de par en par.

—¡Nihao, mis amigos!

El conductor es el primero en morir: Kuroo le vuela los sesos directamente sobre el tipo con aspecto de cachorro pateado sentado en el asiento del acompañante, luego dispara al que aparece por el otro lado del automóvil.

El ruido en su oído se activa repentinamente— ¡¿Qué mierda estás haciendo?!

No ahora, Yaku.

Kuroo abre la puerta trasera y encuentra a tres más allí.

—Tengo... —salta hacia atrás para disparar correctamente contra uno de los tipos en el asiento trasero— ...todo bajo control —responde con voz tensa.

—¿Empezaste un tiroteo en medio de una carretera federal? —Yaku pregunta débilmente— Jesucristo en el cielo. El obispo me va a matar.

Kuroo definitivamente hubiese sido comprensivo si hubiese tenido tiempo. Pero, en lugar de eso, saca a otro tipo trajeado del asiento trasero, esquiva su gancho derecho y le dispara a quemarropa. No tiene tiempo que perder, todo depende de si la maleta tiene las malditas tablillas sagradas o no. Se cubre con el cuerpo del primero y liquida a los dos últimos quienes ni siquiera tienen tiempo de salir del auto.

Más allá de los gritos de horror y las alarmas de los coches circundantes, oye las sirenas de la policía y ni siquiera se molesta en mirar en dirección al Suzuki, arroja el cuerpo del conductor a la acera y se sube al Timor.

—Entonces, ¿quién es el más genial aquí? ¿Eh? —comenta regresando al canal de voz.

—La maleta, Tetsurou —le recuerda Kai, de quien Kuroo ya se había olvidado, con calma. Reduciendo la velocidad, mete la mano en el asiento trasero, encuentra la maleta y tira de ella; está pesada, lo que significa que, o en efecto tiene algo dentro, o que los chinos tuvieron todo en cuenta. Ojalá fuese lo primero.

—Está bien, veamos cómo abrir esto... —apoya la maleta en sus rodillas sin mirar, maniobrando suavemente hacia el carril más lento, luego baja la mirada y— Mierda, está bloqueada con contraseña.

Qué cagada —dice Bokuto, junto con algunas malas palabras extra.

Maldita sea —sisea Yaku.

—¿Cómo es la cerradura? —pregunta Kai.

—Mecánica, no es montada —les informa Kuroo, apoyando la maleta en una rodilla y presionando el acelerador al mismo tiempo—. Cuatro discos, números de dos dígitos en cada uno.

—¡Probemos con ocho ceros! —sugiere Bokuto.

—...Están todos en cero. Pero buen intento, Bo.

—¿Ocho? —Bokuto continúa sugiriendo opciones.

—Ni siquiera me voy a molestar...

La carretera gira hacia la izquierda y se ve obligado a bajar la visera para que el sol no le dé de lleno en los ojos.

—¿Quién es nuestro especialista en abrir maletas? —Pregunta, sonriendo— ¿Qué, no tenemos a nadie? ¿Ninguno de ustedes robó nunca en los aeropuertos? Perdedores.

Sigue hablando así, Kuroo, y seguirás con tu maleta estancada en ocho ceros —dice Konoha arrastrando las palabras y con una sincronización increíble.

—Deberías cerrar el pico.

—¿Sabes cómo abrirla? —pregunta Yaku, ignorando a Kuroo.

Por supuesto —Konoha estira las vocales y agrega—. Entonces, para empezar, necesitas un estetoscopio.

—Estetoscopio —Kuroo golpea sus palmas contra el volante—. Increíble, deja que busque mi estetoscopio... ¿Qué mierda es un estetoscopio? Bo, ¿tienes idea de qué carajo es un estetoscopio?

Ni puta idea ¿tienes algún estetoscopio ahí?

—¿Yo? No, ¿ustedes, chicos? —Pregunta a los cadáveres en el asiento trasero— No, Bo, ellos tampoco tienen, ¿qué hacemos?

Tu... —prácticamente puede ver a Yaku fruncir el ceño— ¿Llevas a alguien más en el coche?

—¿Cuentan los cadáveres de mis amigos chinos? No te burles de ellos.

—¿Chinos? —Pregunta Yaku incrédulo— ¿En tu coche? ¿Muertos?

—¡Pero todavía tienen sentimientos! ¿Tienes algo en contra de los muertos?

Quizás deberíamos volver al tema del estetoscopio —les recuerda Konoha.

—Quizás deberíamos volver al hecho de que no tengo uno.

—¿Y si le disparamos a la cerradura? —sugiere Bokuto.

—¿Y arriesgarnos a destruir las tablillas sagradas? —pregunta Yaku indignado— ¡Jesús, Bokuto!

—¡Acabas de llamarlas tablillas sagradas! —exclama Kuroo y felizmente golpea el volante.

—¡No las llamé tablillas sagradas!

—¡Confírmame, Bo!

—¡Bo confirma! Entonces, ¿dispararle a la maleta no es una opción?

La maleta probablemente sea a prueba de balas —comenta Konoha—. Es la Tríada, no escatiman en gastos. Hablo en serio, Kuroo, necesitas...

—Un estetoscopio, ya se, ¿dónde mierda consigo uno, mi cielo? —Pregunta ocultando su irritación tras un tono dulce— ¿Debería asaltar un hospital que me quede de camino?

Bueno, en ese caso también deberías robar un supermercado y una tienda de artículos para el hogar, porque también necesitas tijeras, una lata de aluminio, un martillo, una almohada angular y una prótesis de pierna de madera.

La línea está en silencio.

Entonces, la voz de Bokuto comenta en voz baja—: No entiendo nada, a menos que esto sea una referencia a...

—¿Me estás tomando el pelo, ¿verdad? —interrumpe Kuroo bruscamente.

No, en serio, hay una escena en la que intentan fugarse de prisión y...

—y casi puede ver como Konoha Akinori pone los ojos en blanco, como si la acción pudiese ser oída por radio—, puedes saltarte la lata de aluminio.

—Tu sentido del humor es una mierda ¡Bokuto, tu subordinado hace chistes de mierda! ¡Haz algo!

Estetoscopio, Kuroo. Consigue un estetoscopio. Eres inteligente, sabrás qué hacer.

Es oficial: Kuroo detesta a ese tipo.

En el camino, se ve obligado a esquivar patrulleros, porque incluso los perezosos policías de Yakarta, acostumbrados a la ilegalidad en sus calles, no pueden dejar que un tiroteo en la carretera principal quede impune. Sin embargo, tampoco se esfuerzan mucho en perseguirlo; parece que saben lo que ocurre en la ciudad y no están muy ansiosos de unirse a la refriega.

Cuando Kuroo sale de una farmacia en algún lugar de los estrechos callejones de Glodok, la temperatura del aire parece superar los cuarenta grados y la lluvia comienza a caer a cántaros. Vuelve a su coche empapado hasta los huesos, pero con un estetoscopio.

—Ya lo tengo —declara triunfalmente— ¿Ahora qué?

Y de repente, es Yamamoto quien habla—. Veinte kilómetros por Pitar —su voz suena decepcionada—, no tengo ni idea de a dónde van, ¿sigo?

Kuroo quiere responder, pero Yaku se le adelanta, y lo que dice realmente le llama la atención.

Detenlos, Tora. Detenlos y recupera la maleta. Estoy harto de estos juegos y sorpresas.

—¡Y aquí tenemos al Yaku Oscuro! —festeja Kuroo, tomando nuevamente la maleta.

Oh sí, porque normalmente es tan alegre... —se burla Shirofuku.

A juzgar por el sonido de los dientes rechinando, Yaku está listo para asesinarlos a todos mientras duermen, por lo que Kuroo les recuerda que ya consiguió un estetoscopio, se queja de la lluvia y le exige a Konoha que asuma la responsabilidad.

—¿Conseguiste la prótesis? —pregunta Konoha, pero todos lo callan rápidamente.

Los siguientes casi diez minutos Kuroo los pasa de la manera más idiota posible: sentado con la maleta entre las rodillas, el estetoscopio en los oídos y tratando de escuchar los clics mientras gira lentamente los discos.

Entonces, ¿cómo...

—¡Silencio! —sisea Kuroo, deteniendo el parloteo por enésima vez. Dura unos tres segundos más antes de sacarse el estetoscopio de las orejas y gemir trágicamente, echando la cabeza hacia atrás en el asiento.

—No puedo hacerlo, no lo soporto más. Me siento como un idiota.

Eso normalmente no te resulta un inconveniente —comenta Shirofuku.

—Raramente tengo inconvenientes —se regodea Kuroo, estirando los dedos como imaginando que estrangula a alguien con ellos.

Puede que sea más fácil adivinar... —refunfuña Yaku.

Bokuto protesta—. Cuatro discos y dos dígitos cada uno, esas son como... cien millones de combinaciones, ni de casualidad es fácil.

—¿Algún talento oculto que resulte útil? —pregunta Shirofuku con curiosidad.

—¡Está bien! —Grita Kuroo exasperado y se vuelve a poner el estetoscopio— Voy a tratar, cállense.

Para cuando finalmente consigue abrir la cerradura, ha pasado media hora. En ese tiempo, Kuroo aprendió a distinguir clics de cualquier tonalidad, desde sol menor hasta re bemol mayor, ¡y su madre siempre dijo que era sordo!

El último clic suena cuando el número dos se desliza en su posición al frente del disco.

—¡CINCO OCHO CERO TRES NUEVE UNO DOS DOS! —grita Kuroo triunfalmente.

En lugar de aplausos, recibe—: ¡Ábrela!

—Sí-ii-iii~ —murmura Kuroo, y abre la pesada tapa a prueba de balas.

—¿Y bien? —Yaku pregunta con impaciencia.

Kuroo se inclina hacia atrás en el asiento. Él, naturalmente, no cree en el destino, pero hay cosas que a veces son muy obvias.

—¡Kuroo! —exige Yaku irritado.

El destino lo odia.

—Está vacía, déjenme en paz —responde Kuroo, angustiado, tocando el forro de la tela de la maleta con su mano.

—¡Hermano, no te desanimes! —Susurra Bokuto en voz baja— ¡Tendrás más suerte la próxima vez!

Kuroo responde con sentimentalismo—: ¿De verdad lo crees? ¿Todavía tengo alguna oportunidad?

Escucha, nunca te rindas. Siempre tienes que creer en ti...

Los mataré a ambos —promete Yaku—. Una tragicomedia más y los mataré a ambos. Kuroo, ¿qué harás ahora?

—Bueno, si nada ha cambiado... —responde Kuroo con voz normal, arrancando el coche y empujando la maleta fuera de sus rodillas. La lluvia finalmente se detuvo, dejando tras su paso calles mojadas que se secarán en minutos bajo el sol abrasador. Enciende los limpiaparabrisas y emprende rumbo— Entonces ahora mismo el auto de Inuoka y nosotros nos estamos moviendo en la misma dirección, así que lo alcanzaré, lo rescataré y pasaríamos a tener dos maletas recuperadas. Aunque conociendo nuestra suerte... —agrega, conduciendo por la carretera lateral rompiendo todas las leyes de tránsito. A juzgar por el ruido de un choque detrás de él y una bocina beligerante, acaba de arruinar el día de alguien y quizás también el de su proveedor de seguros— ...probablemente esté vacía, pero en la vida hay que tomar riesgos, ¿es un buen plan?

Lo más importante es que las cosas no se vayan a la mierda, como en todos tus buenos planes.

Kuroo ni siquiera se molesta en enojarse.

—¡Inuoka, mi amigo! —Exclama alegremente en el micrófono unos momentos después— ¡Es hora de probar qué tan bien has absorbido las enseñanzas de Bokuto! ¿Quieres intentar conducir un poco?

Inuoka, al parecer, se está ahogando con el aire en el otro Timor plateado. No dice nada, pero Kuroo está seguro de que no quiere conducir ni un segundo. Lo más probable es que quiera volver a su tranquila vida de transportar narcóticos en bolsas negras con la etiqueta «Propiedad de la Iglesia, no abrir».

—Muy bien, amigo, este es el plan; en el siguiente semáforo le dispararás a los muchachos por la espalda, luego apuntarás tu arma a la cabeza del conductor y lo obligarás a detenerse en la acera más cercana, pero solo donde sea legal estacionar, no queremos multas de tránsito, ¿verdad? Y en cuanto apague el coche, acabarás con él y me esperarás. Voy por la segunda rotonda rumbo a Barat.

Inuoka no responde, pero en el fondo alguien dice algo en chino y se oyen risas.

—Oh, que buen chiste —comenta Kuroo. Luego agrega—: Ahora, dispárales.

E instantáneamente, se empiezan a escuchar disparos desde el otro extremo de la llamada.

—Espera, ¿de verdad les disparaste? —Kuroo no puede creer lo que oye.

No fui yo —responde Inuoka débilmente.

Y en los auriculares alguien dice, en excelente inglés—: ¡Todos al suelo! ¡Somos el Cartel!

—¡¿El Cartel?! —Más disparos, chirridos e insultos en chino— ¡Mierda! ¡Tendou!

Y ese nombre le explica más a Kuroo que todos los disparos anteriores combinados. Golpea el suelo con el pedal del acelerador.

En el otro extremo de la línea se escucha una sinfonía común en todos los tiroteos caóticos: todos gritan, todos disparan e Inuoka parece seguir escondido.

Eras uno de ellos —susurra la misma voz en algún lugar cercano— ¡Esos hijos de puta! ¡Y lograste arrastrarte entre nosotros!

De repente, hay gritos en inglés, luego un golpe, luego chino nuevamente, la palabra «conductor» y luego Inuoka suena aterrorizado— ¡Está muerto!

—¡Madre mía, agarra el volante! ¡El volante! —alguien amenaza.

Yo no...

—¡Cállate y párate! Vamos al puerto.

«Ya entendí» piensa Kuroo girando bruscamente hacia otra calle. De los cuatro autos, tres siguen en movimiento, a menos que Yamamoto lograse atrapar al que se dirigía al sur, entonces serían dos: el de Inuoka y el que Yaku anda siguiendo al oeste de la ciudad. La perspectiva lo inspira y ahora la situación parece un poco menos terrible. Dejando la línea de Inuoka, se conecta a la línea privada de Yaku— ¿Me extrañaste, amor?

Y también hay disparos de aquel lado, ¡no puede descuidarlos ni un segundo!

Podría pasar otros cien años sin escuchar tu voz.

—¿Qué hay de nuevo por allá?

Algunos matones se metieron en nuestro camino —sisea Yaku—. Salieron de quién sabe dónde con Kalashnikovs y nos dispararon todo el auto.

—Inuoka acaba de tener una experiencia similar. Él se encontró con ¡Ta-dah! ¡El Cartel! ¿Y tú?

No creo que sean ellos. Estos chicos no son la clase de gente que anda con Ushijima. Son rostros totalmente desconocidos.

—¿Cuántos?

Alrededor de cinco... sí, cinco. Darle un arma a Lev ahora sería contraproducente, yo... ¡Hijo de puta! ¡Esta sotana es nueva, imbécil! Les estoy disparando, los chinos también disparan, y básicamente todos nos estamos disparando contra todos evitando que alguien se acerque al Timor. En nuestro caso, estamos esperando a Bokuto y compañía, llegan en diez.

Ya no siente envidia: ni de los pobres chinos en el auto, atrapados en el fuego cruzado, ni de los misteriosos cinco perdedores que se lanzaron de cabeza a los problemas ajenos. Bokuto y Shirofuku son la fuerza bruta en su variopinta tripulación: una chica con un Tavor en cada mano y una AK-12 atada a la espalda junto a un chico buscado en cincuenta y ocho países. Si es que puede llamarlos «chicos».

Kuroo le corta el paso a alguien y se mete de prepo en la siguiente intersección en contramano.

—No me echen de menos.

Y casi se choca de frente con un minibús.

El rostro del conductor podría representar un nuevo movimiento artístico. Justo en el último segundo, Kuroo logra salirse del camino, pasa junto a un Sedan y se dirige al carril rápido, ignorando la cacofonía de bocinazos que lo rodean. Y luego se da cuenta de algo molesto en su visión periférica y entrecierra los ojos intentando observar mejor el espejo retrovisor. Bien, tiene que admitir que no fue su día de suerte en cuanto automóviles, pero eso tampoco significa que pueda darse el lujo de cambiar de auto como se le venga en gana. Después de todo, cruzó toda la costa sur de Australia huyendo de Date, sabe perfectamente cuándo alguien lo está persiguiendo.

—Manténganme informado —dice lentamente, pasando un semáforo en rojo. Pronto todos los policías de Yakarta lo odiarán—. Desactivo, parece que también estoy invitado a la fiesta.

Asume que la policía aún no ha descubierto exactamente dónde atraparlo (los bloqueos policiales y los helicópteros son bastante notorios), por lo que decide que tiene tiempo para un pequeño duelo. Sobre todo, porque disparar ahora es más conveniente que dirigir a su perseguidor al puerto, sea quien sea.

Sin embargo, apuesta por el Cartel del Amanecer.

Reduce un poco su velocidad y cambia de carril, luego regresa al carril izquierdo, se detiene en un semáforo, como un conductor responsable, deja que un Volkswagen lo rebase y reduce la velocidad hasta quedar a la par de su acosador, un BMW con el volante a la derecha. Baja cordialmente el vidrio y como respuesta recibe unos no tan cordiales disparos que pasan por el vidrio abierto.

Kuroo se deja caer en el asiento y comprende que fue una muy buena decisión el haber abierto la puerta antes de dispararle a los chinos, también comprende por qué estos no se bajaron del auto: todo el auto es a prueba de balas. Agradece en silencio sus prácticas mentes chinas.

Hace algunos tiros a ciegas, oye palabrotas, aumenta la velocidad y se endereza. Sin embargo, el BMW lo alcanza rápidamente. Desde el asiento del conductor, un niño flaco, vestido con un traje de negocios y por alguna razón, con mejillas ruborizadas de emoción, apunta en su dirección con una pistola.

—¿Quién eres tú? —pregunta Kuroo cortésmente, presionando el gatillo y respondiendo su cortesía con más cortesía.

El niño logra agacharse, luego asoma la cabeza por la ventana y responde— ¡Goshiki! ¡Goshiki Tsutomu!

—¿Que qué? —más disparos,

—¡Goshiki Tsutomu! —El niño grita aún más fuerte— ¡Go-shi-ki!

A Kuroo casi le genera ternura, sobre todo cuando el niño vuelve a gritar— ¡Y pronto recordarás mi nombre! ¡Seré el próximo jefe del Cartel!

A juzgar por la linda cara del niño, tiene unos veinticinco años y Kuroo decide que se reirá de eso más tarde. Y quizás también simpatice un poco, ya que ambiciones así no duran mucho en esa ciudad. Entonces, en lugar de responder, extiende su brazo y dispara al futuro jefe del Cartel en la cara.

Para crédito de este, esquiva, casi golpeando la guantera con la frente, y cuando levanta la cabeza parece casi ofendido— ¿Nos darás la maleta, Kuroo Tetsurou?

La presunción de Kuroo reaparece y cambia de opinión acerca de disparar. O tal vez cambia de opinión porque el camino hace un giro cerrado y necesita de ambas manos en el volante.

—¿Darte qué? —grita.

—¡La maleta!

—¿El qué?

—La malet... ¡Te estás burlando de mí! —Goshiki finalmente se da cuenta y dispara en respuesta.

Kuroo se agacha de nuevo y luego, cuando vuelve a aparecer, dispara en respuesta y pregunta— ¿Cómo sabías que soy Kuroo Tetsurou?

—¡Me dijeron que, si veo a un hombre de cabello negro, sin afeitar, con una camiseta negra sin mangas y con un peinado extraño, le dispare en cuanto lo vea! —Goshiki grita por encima del sonido del viento y su auto hace un giro en «U»— ¡También vi fotos! Por cierto, ¿qué le ocurre a tu cabello?

—¡Siempre ha sido así! —grita Kuroo y producto de su indignación hace algunos intentos más de matar al futuro dolor de cabeza de Yakarta.

—¡Eso es mentira! ¡Se veía mejor en las fotografías de hace tres años!

Se acercan lenta pero seguramente a Kota Tua, donde Kuroo preferiría no encontrar a más personas del Cartel, por lo tanto, necesita deshacerse rápidamente del niño.

Arroja la escopeta a un lado y, rezando por que el auto no se desvíe, cambia por una Colt difícil de manejar. Sosteniéndola con una mano, envía un cordial saludo al BMW. Puede escuchar a Goshiki insultando mientras se agacha y accidentalmente golpea algo en el panel de control. Entonces, comienza a escuchar música.

—¡Oh, es Ariana Grande! —Grita Kuroo felizmente— ¡Déjala!

De repente, pisa los frenos, dejando que el BMW pase de largo. Detrás de ellos apenas quedan coches, todos entraron en pánico y cambiaron de carril, sin embargo, frente a ellos aún quedan algunos merodeando. Tiene un plan. No es muy simple ni muy genial, por lo que, en teoría, esta vez debería de funcionar.

Da la vuelta por detrás, quedando a la par, esta vez por la derecha y le hace un gesto a Goshiki para que baje el vidrio. El niño hace girar su dedo en su sien en un gesto de «¿Estás loco?» y Kuroo, poniendo los ojos en blanco, tira el arma en el asiento trasero.

Entonces Goshiki baja el vidrio.

—¿Necesitas la maleta? —grita Kuroo.

—¡Sí! —responde Goshiki.

—¿Si te la doy me dejarás en paz?

—¡No tengo ningún asunto contigo! ¡Solo tengo órdenes de recuperar la maleta!

—¡Entonces, ahí te va! —grita y lanza la maleta directamente por el vidrio abierto. Agarra el volante con ambas manos y choca contra el costado del auto del Cartel. A ciento treinta kilómetros por hora, la inercia del golpe hace su trabajo. El BMW vuela hacia el carril adyacente y directamente hacia el tráfico que se le aproxima.

Por su parte, Kuroo gira hacia la próxima salida a Kota Tua.

Debido a la pelea con Goshiki, Kuroo se ve obligado a tomar las carreteras occidentales hacia la zona del puerto, donde la carretera hace una vuelta y se pierde en los muelles laberínticos.

—¡I-nu-o-ka! —Canta Kuroo, reconectándose en la línea— ¿Qué ocurre? ¿Dónde andas?

Los muelles son una simbiosis de viejos almacenes, hangares nuevos, cuerdas por doquier, calles repletas de pozos y carteles indicando direcciones para los transportistas, todo dividido entre carreteras principales para los trabajadores portuarios y espacios estrechos entre los edificios.

—En el puerto —responde Inuoka con sinceridad.

Kuroo ni siquiera tiene tiempo de darse una palmada en la frente cuando escucha otra voz en la línea.

No seas idiota, ¿vas a encontrar el muelle para hoy? —a pesar de la multitud de señales, es realmente difícil orientarse en los muelles. Un descuido y podrías despertar en Chile—. Vamos, aprovechemos que el monstruo de Tendou desapareció en algún lugar.

Kuroo comparte la opinión colectiva de toda Yakarta de que, si Tendou desaparece en algún lugar, nunca son buenas noticias.

Hmm... —Inuoka murmura incómodo— ¿A qué muelle dijiste?

—¿Eres estúpido? No, en serio, ¿eres estúpido? ¡Ya te lo dije veinte veces, idiota: al quinto!

El humor de Kuroo mejora. Se da la vuelta buscando a alguien con quien compartir su alegría. Uno de los cuerpos cae del asiento. Todo el mundo debería tener un equipo de apoyo como ese: en las buenas y en las malas, o algo así.

Tan pronto como todo esto termine, recomendará a ese maravilloso niño con Nekomata para un ascenso. Aunque la mano levantada de Kuroo apuntando en cualquier dirección de la Iglesia se interpreta como un objetivo para práctica de tiro.

Muy bien, quinto muelle. Kuroo está seguro de que está detrás de la alta torre de contenedores pasando la esquina. Gira el automóvil noventa grados e instantáneamente ve un automóvil idéntico dando vuelta a la siguiente curva. Puede ser el Timor de la familia en la gasolinera o puede ser el Timor en el que Inuoka está soportando que lo llamen imbécil, sea cual sea el caso, espera que lleve las tablillas sagradas.

El auto se desaparece en algún lugar y unos pocos segundos son suficientes como para que Kuroo se dé cuenta de que el plan está funcionando. El Timor zigzaguea y sus neumáticos dejan un rastro al pasar por encima de un charco fresco. El zumbido bajo el capó, el sonido de las salpicaduras de agua y el susurro de las ruedas por alguna razón le recuerdan al sonido de las botellas de champán al abrirse. Pero entonces lo nota: son las ruedas de alguien más.

Kuroo se mueve a la izquierda, hacia el sonido y lo ve.

Tendou desapareciendo de su campo de visión ya es algo malo, pero Tendou reapareciendo en su campo de visión después de haber desaparecido un momento es el doble de malo.

Kuroo pasa por la brecha entre unos almacenes y Tendou conduce desde la carretera un segundo después iniciando su persecución.

—Repugnante —se dice Kuroo a sí mismo, presionando un botón en el auricular sin preocuparse particularmente sobre en qué frecuencia se conecta.

Tendou aparece en el espejo retrovisor, sacando algún tipo de arma de su estuche.

—¡Repugnante! —dice Kuroo aún más fuerte.

—¿Qué te ocurre? —pregunta Yaku sin mucho entusiasmo. Al fondo aún hay disparos, riñas y gritos en chino.

—Tendou Satori —contener la irritación, como había pretendido inicialmente, resulta imposible, por lo que escupe el resto de la oración con la cantidad requerida de desprecio—, en persona.

«Sí, ese soy yo» parece decir Tendou, disparando un par de tiros al parachoques de Kuroo.

Entonces recuerda que, en las películas, ese tipo de escenas generalmente terminan con llantas agujereadas. Girará noventa grados, destruirá la pared de algún almacén con el capó de su pequeño coche y morirá enterrado bajo un montón de astillas de madera empapada.

Fantástico —Kuroo casi puede ver como Yaku frunce el ceño—, Tendou Satori.

Kuroo gira de izquierda a derecha. No hay mucho espacio para maniobrar, ni tampoco muchos giros. No van a más de sesenta kilómetros por hora, ni siquiera puede llamar a eso una persecución (es más parecido a una carrera en sacos) y es solo cuestión de tiempo antes de que Tendou atine en un neumático y la Iglesia deba organizar su funeral.

La opción de detenerse repentinamente no funcionará: Tendou no es estúpido, sigue manteniendo la distancia, aunque sería genial verlo chocar contra el maletero del Timor y verlo dar un salto mortal en el aire antes de aterrizar sobre el capó.

Tendou siempre ha tenido la costumbre de morir y luego volver a la vida, por lo que, o el Cartel tiene un laboratorio de clonación secreto o alguien es un hijo de puta muy resistente.

Solo intenta dispararle, maldita sea —sisea Yaku, y luego se queja por algo que está sucediendo al otro lado de la línea.

—Yaku, ¿estás loco? ¡Le estaría haciendo un favor a toda la ciudad si le disparara a este tipo!

Es la mano derecha de Washijou —sermonea Yaku, como si Kuroo fuese un niño—. No necesitamos problemas con el Cartel.

—¿Quieres decir que no tenemos problemas con el Cartel en este momento? Iré a decirle eso a Tendou, quizás así deje de intentar agujerearme las llantas.

Entiendes lo que quiero decir, ¿verdad? —enfatiza Yaku.

Kuroo sabe que matar a Tendou equivale a declarar una guerra abierta contra el Cartel del Amanecer, sin importar que en el mismo Cartel la mitad de su gente suspiraría de alivio. Lo último que necesita el viejo Nekomata son problemas a gran escala con Washijou. La Iglesia solo está a salvo porque su mercado es Oceanía, y el Cartel vende sus drogas en el norte de Asia. Sin embargo, la idea de la cabeza de Tendou en una pica debajo de un crucifijo es muy atractiva.

—¿Qué tal les va a ustedes? —pregunta Kuroo, gimiendo. Los giros se repiten cada vez con más frecuencia, su volante sigue girando de un lado a otro.

Todavía disparando, pero ya tenemos la maleta —Yaku se queda callado un momento y luego dice—. Tengo que irme, no hagas nada estúpido —y corta la comunicación antes de que Kuroo pudiese explicar que hacer cosas estúpidas no está en sus planes.

Tampoco está en sus planes dejar que cualquier bastardo al azar lo haga bailar para su entretenimiento. Aunque eso es probablemente lo que parecen sus intentos de deshacerse de la persecución desde la perspectiva de un tercero.

Kuroo tiene su Colt en el asiento del pasajero a su lado y un cuchillo en la pernera izquierda bajo el pantalón. Su único plan es bajar la velocidad y derrapar, usando el auto para bloquear su ruta de escape, pero...

El muelle está a solo cincuenta metros, según el cartel oxidado del siguiente desvío. La flecha apunta hacia la derecha y Kuroo decide seguirla. Eso toma tres segundos y cuando restablece el ritmo, está casi a la par de Tendou.

En el espejo lateral logra ver a Tendou, inclinado, moviendo su arma de una mano a otra, jugando. Lo cual es una reverenda mierda.

Porque al momento siguiente, Tendou extiende su brazo y dispara a sus neumáticos. Y no dura ni un segundo, ni dos, ni tres: sigue disparando exactamente todo el tiempo que necesita hasta destruir sus ruedas. El coche se sacude repentina e incontrolablemente hacia los lados y la inercia empuja a Kuroo hacia adelante con tanta fuerza que no puede aguantarlo ni agarrándose al volante. El Timor deja de responder y choca contra las barandillas de metal del muelle.

El aire sale de sus pulmones, intenta inhalar, pero sus costillas lo aprietan y no lo sueltan. Se le pasa por la cabeza la idea de que el Timor no tiene airbags, pero al menos esta vez no tiene que enderezarse la nariz rota.

Parece estar vivo, ¡lo cual ya es excelente noticia!

Tratando arreglar su situación para que eso de «estar vivo» continúe siendo así, busca la Colt con su mano derecha y baja el vidrio con la izquierda. Mira hacia afuera durante unos segundos: la espalda de Tendou está inclinada sobre su motocicleta en movimiento. Hay un Timor plateado parado en una rampa muy cerca de allí. Así como también hay una cola de turistas con camisetas de colores esperando para abordar un crucero.

Presionando su mano libre contra su esternón, Kuroo apunta y vacía todo el cargador de una vez. Realmente solo necesita un disparo para inutilizar una motocicleta, ¡pero ese hijo de puta hizo que chocara contra una cerca!

Tendou logra avanzar unos diez metros antes de que la motocicleta se incline con fuerza hacia la izquierda, la rueda trasera intente obstinadamente cambiar de lugar con la rueda delantera y se oiga un chirrido metálico. A esa velocidad, no podría salir de esa situación sin, como mínimo, algunos pocos huesos pulverizados. Kuroo ni siquiera está seguro de poder cumplir con la solicitud de Yaku.

—Toma eso, bastardo —Kuroo sonríe con aire de suficiencia, abre la puerta de una patada y luego ve que lo que ya había imaginado como un cadáver sin vida, está apenas magullado.

Cierra la puerta de nuevo con un golpe, salta al asiento adyacente, abre la puerta del otro lado y cae en cuclillas. Disimuladamente, el Timor se convierte en su refugio.

Tendou se arrastra a unos metros pasando la línea delimitante de la calle, justo al lado de un anuncio que por alguna razón habla sobre la altura promedio de las personas. Kuroo dispara al azar y falla.

—Bueno, bueno, bueno, ¿a quién tenemos aquí? —canta Tendou alargando las vocales.

Bajo la rampa, los turistas corren en diferentes direcciones: los autos negros que rodean al Timor de Inuoka aparentemente pertenecen al Cartel, mientras que los autos negros que rodean a los autos negros que rodean al Timor de Inuoka probablemente sean chinos.

Kuroo no puede ganarle a Tendou, eso es un hecho.

Tendou tiene una automática y sabe disparar, eso también es un hecho.

Kuroo también piensa en que, si tiene suerte y sobrevive, en realidad tampoco tendrá mucha suerte: Nekomata perdonará sus pecados con una Beretta directamente en su frente.

—Te daré tres intentos para que adivines —grita Kuroo, cayendo sobre su trasero.

Ambos tienen mejores cosas que hacer. Son personas ocupadas, con agendas ocupadas y las cuales también tienen eventos importantes, como, por ejemplo, reunirse con socios comerciales o conducir hacia la puesta del sol con sus estereoplacas de dólares. Dispararle a Kuroo rápido es lo mejor que Tendou puede hacer, y el sentimiento es mutuo: la novia ama al novio, el novio ama a la novia, ahora pueden intercambiar disparos.

Tendou se queda callado por unos momentos. Kuroo no escucha ningún ruido en el asfalto, tampoco ruido de recarga. Entonces Tendou habla—. Oye, dame más pistas —y luego suelta una ronda de disparos.

¿Cómo se supone que se conocerán en esa clase de entorno?

Las balas impactan contra el Timor. El sonido se mueve a través del metal como una ola hasta que el tiroteo se detiene en una única cacofonía de disparos.

Es una pérdida de tiempo inútil para ambos. Podrían sentarse allí durante medio día. Hasta que las tablillas sagradas viajen del punto «A» al punto «B» y los amigos de Tendou lo vengan a buscar a la guardería mientras Yaku lo pasa a buscar a él y le comenta lo que habrá para cenar.

La idea de pasar el resto de su vida hablando con Tendou puede considerarse como un entretenimiento deficiente.

—¿Sigues vivo? —grita Kuroo, apoyándose contra el costado del auto e inhalando con fuerza. Dispara unas cuantas balas, asomándose desde atrás del coche.

—Sí —responde Tendou.

Y quiere decir algo más, pero Kuroo lo interrumpe con un breve—. Qué cagada.

—Tu voz me resulta extrañamente familiar, ¿Oikawa?

—Eso duele.

—Sí, tienes razón —coincide Tendou— ¿Daishou?

—Te estás burlando de mí —gime en voz alta. Mira fijamente y dispara al vislumbrar el pie del contrario.

—¿Kuroo Tetsurou? —Tendou se ríe, incrédulo— ¿De verdad eres tú?

—Qué giro, ¿no? —Kuroo se da cuenta con algo de desesperación que ni siquiera ha logrado hacerle un rasguño.

—¿Sigues vivo? Qué sorpresa más desagradable.

—Podría decir lo mismo, decepcionante.

—¿Qué es eso en tu cabeza, por cierto?

Mira quién habla.

Kuroo ve a través de la ventana cómo Tendou mira en su dirección y con su palma presiona lo que considera una obra maestra de la peluquería sobre su brillante cabeza, mostrándole a Kuroo lo que parece ser un intento de copiar su peinado... o una aproximación infundada e injusta de una cresta de gallo. Pero antes de que tuviese tiempo de dispararle al bastardo, Tendou se vuelve a esconder.

—Estoy harto de todos ustedes —dice Kuroo con total honestidad.

Pero sabe lo que sigue a continuación.

Se puede decir mucho sobre Tendou.

En Yakarta, su nombre es sinónimo de disparos, explosiones y destrucción global. Las personas que se metían con el Cartel preferían morir por otros medios antes que esperar su llegada. Todo el mundo sabe que los problemas nunca llegan solos, y Tendou, también, rara vez iba solo a algún lado.

Al menos, así era hace tres años.

—¿Dónde está tu amigo? —pregunta Kuroo, acercándose rápidamente a otro refugio, dos metros más cerca del grupo chino— ¿Se separaron?

—¿Acaso no soy suficiente para ti? —Tendou suena sinceramente perplejo— ¡Qué grosero!

Y dispara su ametralladora.

—¡No, en serio! —grita Kuroo, cayendo al suelo para evitar las balas— ¿Dónde está Ushiwaka?

—Sabes que ese no es su nombre, ¿verdad? —pregunta Tendou.

—No está aquí, no le importará —Kuroo se encoge de hombros dramáticamente, aunque Tendou no pueda verlo.

—Sería muy inconveniente si apareciera de repente, ¿eh?

—¿Me estás tomando el pelo o qué?

Kuroo no espera una respuesta honesta, a estas alturas no espera nada. Hay un nivel de «malo» en su escala de situaciones de mierda en el que, en un punto, deja de preocuparle en qué círculo del infierno aterrizará después de morir.

Tiene que distraer a Tendou. Podría arrojarle algunas flores que yacen creciendo cerca suyo, arrojar un arpón al crucero, dispararle a Tendou en pleno vuelo y escapar, pero ese tipo de cosas solo suceden en las películas.

—Sabes que vamos a estar sentados aquí por quién sabe cuánto tiempo, ¿verdad? —Pregunta Kuroo, haciendo una mueca— Al menos podrías guardar la automática.

Tendou expresa su desacuerdo con otra ronda de su ametralladora.

—¿Qué está pasando allá? —la voz de Yaku suena en sus auriculares.

—Juegos y diversión con Tendou —explica Kuroo con una voz casi amistosa, recargando su arma—. Una fiesta horrible, la compañía es una mierda.

—Me hieres —dice Tendou, arrastrando las palabras.

—Cuando disparas también me hieres, ¿sabes?

—¡Así es como demuestro que me gustas!

—¡Lo siento, los sentimientos no son mutuos!

—Rompes mi corazón. Dame un segundo que recibo una llamada.

—Sí, no hay problema, dispararé más despacio —Kuroo realmente no quiere saber, pero se siente obligado a preguntar—. Yaku, ¿qué tal con ustedes?

La maleta estaba vacía —malas noticias—, y Bokuto ya llegó —buenas noticias.

—Entonces sal de allí, ¿qué te detiene?

Tu querido Bokuto se niega a irse, dice que acaba de llegar.

—Maldita sea, cambio a la línea principal —Kuroo se ríe y cambia de línea—. Hey Bo, Yaku dice que eres endiabladamente guapo e imparable.

—¿Realmente dijo eso? —se ríe Bokuto.

Yo no dije nada de eso —contesta Yaku cansado.

En la otra línea, el caos de disparos hace que su tiroteo con Tendou parezca una fiesta infantil. Por un momento, siente algo de respeto.

Hablando de Tendou.

—¿Hace ruido, dispara y se niega a irse a pesar de que le están pidiendo que lo haga? —Kuroo lo escucha decir por teléfono a unos metros de él.

—¡Oh, Bo, también están hablando de ti aquí! —Kuroo exclama y de paso trata de volarle la cabeza a Tendou.

Kuroo —Yaku vuelve a hablar en la línea—. La maleta de Tora está vacía, Inuoka tiene las placas.

—Mierda —dice Kuroo y agrega—. Maldita sea, bien, muy bien.

Ahora es tu trabajo.

—Me están disparando —Kuroo inclina la cabeza hacia un lado cuando las balas impactan a un lado de su hermoso peinado.

Esquiva.

Buen consejo, Yaku, gracias.

—Estoy en eso.

Recién dijiste que has estado sentado allí durante diez minutos sin hacer una mierda.

—Soy autónomo, ¿por qué mierda me das órdenes?

Porque ahora soy tu jefe y no tienes otra opción.

Yaku tiene razón sobre la falta de elección, pero será su jefe el día en que los cerdos vuelen. Y ese será un día terrible, por cierto. Después de eso, irrumpirá en la despensa de la iglesia y se beberá todo el vino de comunión.

Kuroo logra acercarse aún más a la pandilla china cuando oye un estallido casi sónico en sus auriculares. Cierra sus ojos con fuerza y sisea por el estruendo en sus tímpanos. Cuando el ruido se detiene, pregunta— ¿Qué mierda fue eso de allí?

Nada de qué preocuparse —responde Shirofuku en la línea—. Es Konoha, explotó un auto.

—Esperen, ¿es ladrón o terrorista? —Kuroo se lanza y rueda de un escondite a otro, aprovecha a dirigirse a Tendou— ¡Vete al carajo, Tendou!

—¡Eres un egoísta! —Tendou responde.

Kuroo lanza su Colt sobre un hombro y dispara ciegamente a la voz. Y al siguiente segundo entiende que no ocurre nada. Su mano se mete en el bolsillo y no siente el último cargador en el que estaba poniendo todas sus esperanzas. Qué cagada.

Tiene tiempo suficiente para pensar en tres formas distintas de salir de esa situación y luego descartarlas todas porque ninguna es factible. Es entonces cuando nota que no ha escuchado disparos en más de un minuto.

—¿Tendou? —pregunta, frunciendo el ceño, pero sin salir de su escondite.

—¿Sí? —obtiene como respuesta.

Sin los disparos, el silencio es ensordecedor. Y Tendou anda extrañamente callado.

Entonces descubre algo increíble.

—¿Te quedaste sin balas? —pregunta.

—¿Tú?

—Yo pregunté primero.

—No quiero responder primero.

—Así que te quedaste sin balas —declara Kuroo, satisfecho. Finalmente, una oportunidad. Desafortunadamente, no solo para él.

—Tú también —dice Tendou.

Hay un breve silencio mientras ambos toman un respiro.

Y luego Kuroo sale de su escondite. Tendou le arroja su automática y le pisa el pie. Kuroo muerde su muñeca, sintiendo los tendones romperse bajo sus dientes. Ruedan hacia la rampa en una bola y el Cartel duda en disparar ¿Puede afirmar que ha logrado la paz dejando que Tendou le agarre el culo?

—Oye, cuidado con las manos —sisea Kuroo.

—No pude evitarlo —Tendou clava su codo en las sufridas costillas de Kuroo—, tu cabello es hermoso.

Kuroo insistentemente sugiere que se vaya a la mierda, primero con un puño en su mandíbula y luego con un cabezazo. Sus dientes castañean y su cráneo también cruje un poco. Cuando se acercan al primer auto chino, patea a un tipo con jeans azules de mal gusto. El tipo cae dentro del auto, Tendou se esconde detrás de sus colegas, toma una de las pistolas y dispara a los sujetos que se esconden detrás de ese mismo auto. Kuroo cae al suelo y levanta una pierna. Intenta ponerse de pie, tomar carrera y saltar para robarle un Mauser de repuesto al chino ahora muerto, pero salta demasiado lejos y aterriza sobre Tendou desde arriba.

—Primero me dices que tenga cuidado con mis manos y ahora tú mismo me saltas encima —Tendou intenta apuntarle, pero Kuroo le pisa la muñeca. Logra agarrar la Mauser y casi alcanza a dispararle al bastardo pelirrojo, pero finalmente recibe una patada en el esternón por su atrevimiento.

—¡Seguridad portuaria! ¡Atención, esta es la seguridad portuaria! —declara una voz.

—Deja de coquetear conmigo, no me gustan los pelirrojos —dice Kuroo. Tendou le da una patada en la pierna—. Oye, me ensuciaste los jeans.

—Llévalos a la tintorería, ponlo a cuenta del Cartel —Tendou escapa y Kuroo le dispara sin tener en cuenta su reciente experiencia negativa con las balas desperdiciadas.

—¿Washijou los llevará hasta mi casa? —Kuroo se esconde detrás del capó de un coche, Tendou se esconde detrás del parachoques.

—¡Seguridad portuaria! ¡Suelten sus armas! —el altavoz nuevamente, esta vez más cerca.

Nadie les está prestando atención y Kuroo piensa que podría estar desarrollando un complejo.

El Cartel y la Tríada están ocupados disparándose entre sí, por lo que los guardias portuarios se concentran en Tendou y él. Kuroo pasa unos segundos fingiendo que se han equivocado de persona, pero los guardias siguen apuntando en su dirección. Entonces, intenta imaginar lo que pasa por la cabeza de Tendou y amablemente dice—. Chicos, dennos un minuto, estamos ocupados.

—¡Armas al suelo!

Kuroo vuelve a girarse en su dirección y casi se ahoga de risa ¿Desde cuándo la seguridad portuaria viaja en carritos de golf?

—Lindos autos, chicos —dice Tendou maravillado.

—Son lo más —concuerda Kuroo.

—¡Bajen las armas o disparamos!

—En un momento —dice Tendou.

—¡Armas abajo! ¡Ahora!

Al instante intercambian una mirada. La chispa de entendimiento que pasa entre ellos podría incendiar un pueblo pequeño. Así es como las personas que están pasando situaciones de mierda se entienden y comparten su miseria.

Entonces, al siguiente segundo, levantan sus armas al unísono y el mundo del nado sincronizado llora por lo que podría haber sido y no fue.

También disparan al mismo tiempo. El idilio se rompe con la caída de los cuerpos en diferentes momentos. El de la derecha se desploma en la cabina mientras que el de la izquierda cae al suelo.

—Y esto es porque eres jodidamente grosero —resume Kuroo antes de apuntar su arma a Tendou y disparar una vez más.

Sin éxito, por supuesto.

Tendou suspira dramáticamente, apretando la Mauser contra su pecho—. Entiendes que todo esto no tiene sentido, ¿verdad? El Cartel terminará consiguiendo las placas estereoscópicas.

—Dilo de nuevo —sugiere Kuroo—. Me encanta el patetismo.

—También puedo hacer poesía.

—¡Diablos, eres como el Lord Byron del inframundo de Indonesia!

Tendou se ríe en confirmación, luego salta y esquiva. Kuroo se gira y no le gusta para nada lo que ve.

Alguien con traje negro, llevando una maleta a través de los disparos, sube por la rampa. Kuroo corre tras el sujeto, en el proceso apuntando y disparando contra todo el que se cruce. Alcanza a Tendou justo en la pendiente y lo empuja hacia abajo, le agarra la pierna en medio del salto y accidentalmente le quita el zapato verde sin cordones. Tendou lo mira con incredulidad.

—Tomate tu tiempo, cariño —y luego patea a Kuroo en la frente.

Es doloroso y degradante. Kuroo se siente como una ex novia vengativa, disparando a las piernas de Tendou, pero resulta que este es un poco mejor que él para huir de una persecución.

Suben por la rampa del crucero. Kuroo casi se resbala con la alfombra gastada. Un hombre desconocido con gorra de marinero los mira con una expresión que Kuroo no tiene tiempo de descifrar porque Tendou hace que se tropiece nuevamente, logrando que su barbilla termine familiarizándose con las tres barandillas de la cubierta.

Un chino corre por el costado del revestimiento. Intenta dispararles a Tendou y él al mismo tiempo. Al final, la amistad gana: uno de ellos logra atinarle al chino en la cabeza y el otro en la espalda.

Empiezan a moverse en sincronía, empujándose entre sí con las manos.

—Ocupas demasiado espacio —Kuroo empuja a Tendou con su hombro y se adelanta. Tendou inmediatamente tira de él por el codo. El suave piso encerado se desliza bajo los pies de Kuroo, pero antes de caer, logra agarrar a Tendou por los omóplatos y mantenerse erguido.

—Gracias.

—No hay de qué.

—Eres un buen amigo.

—El sentimiento es mutuo —entonces Kuroo recuerda que Tendou aún tiene un arma.

También recuerda que él también tiene un arma y golpea el cañón de su Mauser contra la de Tendou, luego su frente y corre hacia adelante. Agarra la maleta milagrosa del suelo, gira bruscamente y golpea a Tendou en la barbilla con el borde a prueba de balas de esta.

Alguna vez escuchó que la mierda flota, pero decide comprobarlo de todos modos. Así que patea a Tendou en el estómago con todas sus fuerzas, arroja la maleta al suelo, agarra a Tendou por debajo de los brazos y, con un poco de esfuerzo, lo arroja por la borda.

—Hijo de... —pero no es muy fácil quejarse en vuelo, mucho menos con un bocado de agua salada del mar de Java.

—No puedo escucharte —canta Kuroo, levantando la maleta y esquivando al acomodador. Regresa al muelle, bajando la cabeza y escondiéndose tras su trofeo como si este fuese un escudo.

Afortunadamente, no tiene que elegir. Salta al carrito de golf de los guardias portuarios sosteniendo la maleta con una mano y presionando la palanca de cambios con la otra. Finalmente puede respirar tranquilo. Lo único que necesita es que ese coche de payasos se mueva más rápido que un caracol.

Todo es ridículamente simple. Tiene que conducir en la dirección por la que vino, llegar al final del muelle, elegir un auto e irse a la mierda. Luego llegará a la iglesia, le entregará las malditas tablillas a Nekomata, pagará sus deudas, dejará esa ciudad del infierno y seguirá con su vida.

Pero es entonces cuando alguien lo golpea en el costado.

Kuroo y su carrito de golf caen el uno sobre el otro, el carrito por encima. No lo golpearon a alta velocidad, pero el impacto fue suficiente como para hacerle gemir de dolor por golpearse en el codo, rasparse la barbilla y romperse la espalda. La maleta cae junto a él, a unos centímetros de distancia. Logra alcanzarla, pero luego ve un par de zapatos brillantes a su lado.

No se puede esperar nada bueno de personas que usan zapatos así. Kuroo levanta levemente su barbilla raspada. Le duele el cuello, pero ahora ve pantalones igualmente remilgados en unas piernas increíblemente largas. Si se estira más, vislumbra una camisa blanca con botones. Luego ya no tiene que esforzarse porque es el extraño vestido con ropa de la clase alta de Indonesia quien se inclina, permitiéndole ver su cabello rubio claro. Coge la maleta por el asa, lo mira un momento y Kuroo ve el rostro más molesto y cursi que ha visto en todo el día.

—Me quedaré con esto—el hijo de puta estira los labios en una sonrisa poco sincera, luego se endereza y lo último que logra escuchar Kuroo antes de que el mundo se desvanezca es—: Que tengas un buen día.

Yakarta por la noche parece una pintura en acuarelas. Un remolino de tonos azules: cobalto, aguamarina, índigo, zafiro, celeste, cian. El cielo permanece cubierto de nubes y la niebla se eleva desde el mar, haciendo que la ciudad se vea como un anillo estrecho. El azul enfría el asfalto y el calor del día deja las calles con el atardecer. La vida estalla en puntos brillantes: las arterias amarillo-anaranjadas de las calles que atraviesan la ciudad, ordenadas y organizadas como una colmena, puntitos de luz en los rascacielos, todos edificios de oficinas, junto a millones de pequeñas chispas esparcidas por las bajas regiones residenciales.

Cualquier otra ciudad se cubre de oscuridad cuando llega la noche, usándola para ocultar los rincones sucios de la parte más amigable y bonita. No Yakarta.

Yakarta se deleita con su desnudez.

En el crepúsculo, sobresaliendo de los callejones, los letreros de neón pertenecientes a bares, burdeles y hoteles en mal estado sobresalen en la luz. Barras de narguile con terrazas se extienden a lo largo del estrecho, amontonadas con almohadas y chicas semidesnudas que exhalan humo a través de sus labios rojo cereza. La música suena, a veces china, a veces árabe, generalmente inglesa, aunque en realidad raramente hay gente blanca allí. Los ciclomotores tocan bocina y la telaraña de los trenes que atraviesan la ciudad llenan el aire con un zumbido uniforme.

Pero desde la altura del elegante Setiabudi dorado, todo eso es casi invisible si no sabes dónde mirar.

—Tienes que entenderme —termina el invitado.

—Entiendo —confirma Washijou, asintiendo secamente para sí mismo—. Pero eso no significa que pueda permitir que esto influya en mis decisiones. Esta es mi cuidad, porque el Cartel es el más poderoso. Y mientras tenga la oportunidad de eliminar todos los obstáculos en nuestro camino, no dudaré en hacerlo.

La silueta demacrada, oscurecida contra las ventanas panorámicas del piso al techo, está iluminada por la luz azul de la ciudad. Cabello gris peinado hacia atrás, una cabeza desproporcionalmente grande con una nariz grande y cejas pobladas, cuello delgado. Traje de raya diplomático gris pizarra idealmente ajustado, zapatos caros, mirada seria y hostil. A pesar de su pequeña estatura y apariencia incongruente, Washijou Tanji sabe cómo causar una buena impresión.

Permanece en silencio un momento, examinando con tristeza la bulliciosa ciudad sin detenerse en nada específico.

Un anciano pequeño y seco en lo más alto de la Torre Hamaima, su nido de águila.

—Entonces, me estás diciendo que me retire del juego —dice el invitado desde su asiento—. Interesante.

—Considéralo un gesto de buena voluntad —Washijou le da la espalda a la ciudad y mira a su compañero de conversación—. Nunca hemos tenido ningún problema contigo, Yasufumi.

Nekomata sonríe con su sonrisa habitual, inclinando la cabeza hacia un lado. Se parece a un gato viejo y saciado, mullido, aunque con una cola adelgazada por la vejez. Escucha en silencio, entrecerrando los ojos con ligeros pestañeos.

—Te permitimos existir —Washijou se mueve hacia su enorme mesa de roble, completamente fuera de lugar en esa habitación de vidrio, plástico y paneles metálicos. Agarra un vaso de la mesa y hace girar el coñac en él. El vaso en las manos de Nekomata está casi vacío—, porque nunca nos has dado problemas, no comiences ahora —Washijou inclina la cabeza, haciendo una pausa, casi como si estuviese preguntando—. No intentes cruzarte en nuestro camino. Tus chicos... —frunce los labios con disgusto— ... nos han causado problemas hoy, eso no me gustó.

Sus miradas se encuentran. Los ojos redondos y saltones de Washijou y los entrecerrados y delgados parecidos a un zorro de Nekomata.

—Te hice un favor como un viejo conocido invitándote a conversar en lugar de enviarte a Ushijima —dice Washijou con dureza, tomando un sorbo de su bebida—. Pero esta es la excepción, no la regla. Controla a tus gatos y olvídate de las estereoplacas. De ahora en más, serán propiedad del Cartel.

Cuando Nekomata está en proceso de retirarse, Washijou habla nuevamente—: Y Yasufumi...

Nekomata se detiene con la mano en la manija de la puerta y gira levemente la cabeza.

—Ese chico —Washijou hace una mueca—. Kuroo Tetsurou. Si ha vuelto a trabajar para ti, deshazte de él. No lo necesito rondando en esta ciudad, causa demasiados problemas.

—No tengo idea de quién estás hablando —Nekomata sonríe y sale de la habitación.

—Conduce —dice sombríamente menos de diez minutos después, Naoi obedece y enciende el auto con suavidad. El Mercedes negro sale del estacionamiento cubierto perteneciente al centro de negocios del Cartel. Los jóvenes uniformados y malhumorados, que les permiten atravesar las barreras, difícilmente parecen guardias de seguridad ordinarios.

Nekomata gruñe con irritación, poniéndose anteojos con monturas delgadas para mirar las teclas en su teléfono. Desvía su mirada hacia las calles bañadas de luz de Yakarta por la ventana y, cuando el otro extremo de la llamada responde, dice—: No tenemos más tiempo, tampoco tenemos opciones. Ya nos tiene en la mira. Necesitamos averiguar dónde están las placas más rápido que ese viejo bastardo.

No despeguen los ojos de las placas, esto recién empieza.

Curiosamente, este fic tiene varias referencias a Ariana Grande (justamente anoche estaba traduciendo una de ellas). Si es de su agrado, siempre es bueno acompañar la lectura con su playlist.

Tuve que irme a buscar cuál es la primera epístola de Juan para traducirla como se la conoce correctamente en español y no literalmente del inglés, de paso también aprendí un par de cosas que se citan más adelante en la historia.

En el siguiente capítulo se nos revelará un poco más de contexto acerca de ciertos personajes, ¡sigan sintonizados!

¡Besitos!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro