Capítulo 2
¡HOLA A TODOS!
Me alegra que estén acá, eso significa que se tomaron el trabajo de leer el primer capítulo, ¡no saben lo feliz que me hacen!
Como siempre, muchísimas gracias a mi genial beta NatalieNightray1997 por todo su trabajo.
Nota: esta historia transcurre en el año 2016.
Como cualquier pagano impío, Kuroo suele juzgar los lugares de culto basándose en la calidad artística de los retratos del santo, la seguridad de sus cajas de donaciones y la comodidad de sus bancos. Así que no hay nada de sorprendente en el hecho de que la iglesia católica a orillas del río de basura Ciliwung, con sus paredes lúgubres, bancos terribles y su lema «Ni para mí, ni para la gente» obtenga una sólida C y un escupitajo.
Aunque, si él escupiese en ese santuario de la fe, el obispo escupiría sobre sus restos cremados.
Luego de dormir en posición fetal sobre la madera dura, logra sentir dolor en cada hueso individual de su cuerpo ¿Cuántas veces se ha dicho a sí mismo que no debe dormir en los bancos de la iglesia? Tantas veces como las que se había recordado no dormir en lugares donde Yaku pudiese despertarlo.
Resulta que, a lo largo de tres años, había olvidado más cosas de las que debería.
—Despierta, el servicio comienza en veinte —un halo de luz entrando por las estrechas vidrieras ilumina a Yaku mientras este, sin alma, patea la adolorida pierna de Kuroo. Demasiado duro para alguien con el rango de diácono de la Iglesia, perfectamente desalmado para ser un matón.
—¿Qué hora es? —gime Kuroo, tiene una sed increíble. Pone la palma de su mano sobre su nuez de Adán, tratando en vano de humedecer su garganta con saliva.
—Es hora de que levantes el culo, ensucias los bancos con tus botas, la gente se sienta ahí, ¿sabes? —y patea su rodilla para más énfasis.
Y sí, la gente suele sentarse ahí, donde tiene apoyado su rostro. Con un gemido, se incorpora en posición sentada mientras Yaku lo mira con una frialdad indescriptible—. Levántate —y sin esperar a que Kuroo se recupere, pronuncia una frase que arruinaría el día de cualquiera—: El obispo te está esperando.
No hay luz en la celda monástica. Las vidrieras altas y estrechas llenan el ambiente con manchas rojas y azules que se extienden sobre el piso de madera, la mesa de roble y la sotana negra sobre los hombros de Naoi.
El anciano baja una taza de porcelana pintada —de fabricación italiana o española, nunca se lo vio con vajilla barata— precisamente en un halo de luz roja sobre la mesa. Espeluznante.
En total silencio, Kuroo inclina lentamente la cabeza, estirando los tendones de su cuello.
—Entonces, ¿querías volver a las andadas, chico? —el anciano chasquea la lengua y entrecierra sus ojos de zorro.
En realidad, a Kuroo le encantan las andadas, pero no cuando causan problemas en lugar de ayudar ni cuando suenan como el disparo de los HK45 de la policía. Por lo tanto, la respuesta es no; no le gustan las andadas.
Honestamente, «querer volver» definitivamente no es cómo describiría sus sentimientos por Yakarta.
—No exactamente —dice sin mentir.
El anciano obispo, todavía bajo y rechoncho, con un rostro amable y astuto, vistiendo una sotana bordada en oro, suspira abatido, fingiendo simpatía.
—¿No estás feliz de verme? —y Kuroo sabe perfectamente que la única manera en que podría hacerlo feliz sería con una muerte temprana.
Nekomata lo mira fijamente durante unos segundos, tocándose la barbilla con los dedos, como si lo estuviese analizando y luego habla nuevamente, arrastrando las palabras—. Robaste mi dinero, Tetsurou.
—Yo no robé —contesta Kuroo en un tono de voz perfectamente serio. Naoi lo mira con condescendencia, su expresión dice «tomar las cosas de otra persona y correr también es robar».
Sin embargo, en la cabeza de Kuroo suena un infantil «pasa que no tuve tiempo de devolverlo», lo cual en parte es verdad; el loco de Iwaizumi del club de motociclistas Citadel lo persiguió hasta arrinconarlo en una esquina, por lo tanto, sus únicas opciones eran: morir como San Esteban en el nombre de Dios o huir de Yakarta rápidamente, sin un cambio de calzones, pero con diez grandes en el bolsillo.
Él, por lo general, salía de infiernos desesperanzadores como ese sin muchos problemas, sonriendo por aquí, guiñando un ojo por allá. Sin embargo, el obispo no soportaba ese tipo de cosas.
—Me debes diez mil de los proveedores de Ambon.
Y tan pronto como el tema se centró en el dinero, todo se volvió aún más aterrador.
—No tengo esa cantidad de dinero en este momento —admite Kuroo, sintiéndose como si estuviera cometiendo el mayor error de su vida. Sin contar, claro está, aquella vez en la que se comió dos ajíes picantes crudos en un desafío. O aquella otra ocasión en la que decidió que enviar a Yaku a una cita a ciegas con una chica de 1,97m de altura era buena idea.
—Entonces dame al menos una razón —el anciano estira los labios en la más amigable de las sonrisas— para no asesinarte.
—Bueno... ¿Soy lindo? —al menos lo intenta.
El grado de peligrosidad en su termómetro de supervivencia interno se eleva a un nivel estratosférico, incluso ya podría oler algo quemándose. A juzgar por el rostro tranquilo del obispo, esto podría irse al demonio en cualquier momento, por lo que decide corregirse antes de que sea demasiado tarde— ¡Puedo ser útil! Me conoce desde que tenía diecinueve años, obispo.
—Dieciocho, Tetsurou —lo corrige Nekomata—. Desde que tenías dieciocho, así como también conozco tu cociente de destructividad. Calcula el interés compuesto sobre eso en los últimos tres años y dime de nuevo por qué no debería matarte.
Normalmente no discutía contra las órdenes de algunos asesinatos... siempre y cuando él no fuese uno de los muertos. Se obliga a tragar saliva y escanea el lugar con el rabillo del ojo; a la izquierda, el arco de la sala de oración, a la derecha, las puertas de la sacristía.
—Disculpe, Padre, pero ¿por qué...
—Manabu, dispárale en la rodilla —ordena el obispo con calma.
—¡Bien, bien! ¡No nos alteremos! Naoi, baja el arma.
Nekomata se ríe— ¿No te gusta esta opción?
—Obispo —se contiene de llamarlo «viejo bastardo»—, usted solamente tiene dos diáconos. Yaku y yo estamos tan sincronizados que...
Nekomata interrumpe—. En la casa de Dios solo hay un diácono en este momento y ese es Tora.
—¿Qué? ¿Despidió a Yaku? —entonces, ¿qué demonios hacía deambulando por allí?— No, usted... ¿Lo ascendió? ¿Ahora es sacerdote? ¡Obispo, eso es injusto!
En la iglesia más criminal de Yakarta gobierna una estricta jerarquía vertical: el rango clerical determina la posición en el grupo. Justo bajo las narices de los ancianos católicos, los siervos de Dios fabrican la mejor heroína sintética en Indonesia y también la trafican, ya que los envíos de la iglesia son controlados de manera diferente por el gobierno. Kuroo, como un hombre cocinado a fuego lento en esa mierda bajo la atenta mirada de Jesús durante casi una década, ascendiendo poco a poco hasta el rango de diácono, entiende lo que significa un ascenso en la Iglesia de San Lascano. Así como también entiende que no quiere estar subordinado a Yaku.
—¿No es demasiado joven?
—Tiene la misma edad que tú.
—¡¿Entonces por qué todavía no soy sacerdote?!
—Porque, mientras yo sea abad, en esta iglesia tu única oportunidad de ascenso será al rango de cadáver si no dejas de molestarme —responde Nekomata con calma, golpeando la cuchara en el borde de la taza de té.
Se sientan en silencio durante unos momentos, hasta que el viejo, tomando un sorbo de té, dice—: En realidad, estás de suerte, Tetsurou. Escogiste un buen momento para visitar tus viejos terrenos. Tengo un trabajo para ti.
Suena sospechoso y por «trabajo» entiende que no necesariamente implica que le pagarán, pero ¿acaso tiene elección?
—Dígame, Padre —acomoda una pierna sobre la otra, apresuradamente, convencido de que ya nadie tiene la intención de explotarle las rótulas. Al menos por ahora—. Yaku me informó brevemente lo que está ocurriendo ¿Está usted participando en la persecución del tesoro mítico?
Nekomata sorbe silenciosamente de su taza y pregunta— ¿Mítico? ¿No crees que existan las estereoplacas?
—Oh, no usted también —Kuroo sonríe condescendientemente—. Mire, es posible que nuestros niños sean impresionables y se dejen llevar por el concepto, pero también deben entender que lo más probable es salir de todo este asunto con las manos vacías.
—¿Has oído hablar de Marcus Glindon? —pregunta Nekomata de repente, entrelazando los dedos y apoyando la barbilla en ellos. Pequeño, con pocas canas, rostro inocente y voz dulce. Parece un abuelo de un asilo de ancianos, pero si caes en esa mentira podrías terminar perdiendo algunas extremidades. O tu vida.
—Creo que había algo en las noticias —responde vagamente Kuroo.
—En 2007, Marcus fabricó catorce millones de monedas por el valor de una libra esterlina. En Gran Bretaña, obviamente. Según las estadísticas, hasta el día de hoy, una moneda de cada cuarenta libras es una falsificación. Una falsificación casi indistinguible del original. Incluso ahora, apenas están logrando sacar algunas monedas fuera de circulación luego de docenas de evaluaciones de expertos.
—Tipo talentoso —silba Kuroo—. Creo que lo recuerdo, sigue cumpliendo condena por eso.
—Pero ese no es mi punto. Marcus Glindon fue alumno de Ukai Ikkei. Usó los prototipos y la tecnología inacabados de Ukai y los adaptó para fabricar la moneda británica. El propio Ikkei, dejando que Marcus probara sus propios desarrollos, se centró en fabricar dólares estadounidenses.
—Sí, eso es lo que escuché. Llegó a Yakarta, de alguna manera inició la producción aquí y luego, por alguna razón, desapareció no sin antes poner sus preciosas placas estereoscópicas en...
—Establecimos la producción aquí... —se ríe Nekomata, interrumpiéndolo— Juntos.
—¿Perdón?
—Ukai y yo —repite el obispo quien parece disfrutar la confusión en el rostro de su antiguo subordinado—. En febrero pasado voló a Yakarta y hace cuatro meses pusimos en marcha las primeras imprentas.
—Ukai y usted... espere, ustedes dos... ¿se conocen?
—Somos muy viejos amigos —asiente Nekomata, concentrándose en jugar con su taza de té.
Kuroo, del shock, casi se cae de la silla en la que es estaba reclinando— ¿En Yakarta? ¿Justo debajo de la nariz de Washijou? Con el debido respeto, Excelencia, ¿está loco? —se frota el puente de la nariz y entrecierra los ojos con incredulidad—. Para una persona tan cuidadosa como usted, y solo por la oportunidad de imprimir dinero que será descubierto tarde o temprano, sea por el Cartel o por el gobierno... no lo entiendo —niega con la cabeza— ¿Cuánto tiempo lleva en el negocio de las drogas? ¿Veinte? ¿Cuarenta años? Es estable y trae mucho dinero. Entonces, ¿por qué?
—Son impecables, Tetsurou —sonríe Nekomata—. La falsificación es imposible de descubrir.
—Eso es imposible.
El obispo hace un gesto en dirección a Naoi, quien asiente, se dirige hacia la caja fuerte y saca un paquete: una bolsa corriente con un fajo corriente de dinero en efectivo, de la misma clase que usan los clientes de la Iglesia para pagar sus compras.
—Ahí, compruébalo tú mismo.
Kuroo, sin ocultar su curiosidad, alcanza la bolsa y luego se deja caer en su silla sacando algunos billetes. No es un falsificador, pero conoce el dinero en efectivo, especialmente el dólar, esencial para la profesión. Yaku hubiese aprovechado para añadir que su verdadera profesión es enloquecer a todos a su alrededor.
—¿Este es el trabajo de Ukai, entonces? —pregunta. El obispo asiente, le da otra señal a Naoi y este le entrega otro billete de cien dólares.
—Y ese es real.
Al instante tiene que admitir: por cómo se sienten, son genuinamente idénticos. Sin celulosa, solo algodón y lino. Las proporciones son tan cercanas a las originales que podrían estar a solo una centésima de punto porcentual. Ukai es realmente un genio.
La textura del papel está traducida con tanta precisión que ni la tinta, ni el color, ni el contenido revelan diferencias entre los billetes, por muchas veces que Kuroo los examinase bajo la mirada burlona de Nekomata. La pintura se siente real, el color es exacto al original e incluso raspando la cara del buen tío Ben, tampoco logra encontrar nada. Prácticamente, raspa ambos billetes, tratando de encontrar al menos algo, pero no. Espesor, detallado, cenefa, números seriales; ambos exactamente idénticos.
Kuroo frunce el ceño.
—¿Cómo falsificó las fibras? —pregunta, sin apartar los ojos del dinero—. No están dibujadas, están incrustadas en el papel ¿Plantillas? ¿Compresión?
—Las placas estereoscópicas que andan por la ciudad en este momento no son solo plantillas para tinta. Es una tecnología compleja que tiene en cuenta unas cuantas variedades de números de serie, por lo que es posible cambiarlos. Por supuesto, las propias prensas también son importantes. Las compramos en Irán e imitan a los de la Casa de la Moneda de Washington. No había ganancia alguna, o eso pensé. Esas prensas dejaron de circular en el 2004 y las iban a destruir en total secreto, pero lograron sacarlas del país. De todos modos, Ikkei tardó medio año más en... —Nekomata se detuvo un momento buscar la palabra— modificar esas prensas. Normalmente es difícil, pero posible localizarlas si sabes dónde buscar y no te asustan las consecuencias. Sin embargo, las placas estereoscópicas... esas son un trabajo a medida. Me convenció de hacer una... prueba —el obispo continúa eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Lanzamos uno de los últimos lotes de falsificaciones en Hawái e informamos a la policía. El set fue incautado.
—No —dice Kuroo quien, de repente, se da cuenta de a dónde se dirige la conversación— ¡Ni siquiera lo diga en voz alta!
—El lote...
—¡No le creeré!
—... fue declarado genuino y el informe se consideró una falsa alarma.
Kuroo mira al hombre frente a él como si lo estuviera viendo por primera vez en su vida.
Eso no debería ser posible. Es un cuento de hadas para jóvenes criminales que piensan que el inframundo está lleno de acción y drama, como una película de Guy Ritchie. A todo el mundo le encantan las historias sobre forajidos que hacen lo imposible.
Pero Kuroo sabe muy bien que los criminales no pueden hacer milagros. No pueden alejarse de las balas como Neo, o desaparecer arrastrando dinero como Eisenberg. Y tampoco pueden hacer dinero falso perfecto que la Casa de la Moneda de los Estados Unidos declara genuino.
—Locura... —dice Kuroo, atónito—. Es una locura.
Y el maldito Nekomata solo bebe su té y se ríe—. Pensé que eras el tipo más... especial de Yakarta ¿Y te resulta tan difícil creer en la «locura»?
—Si por «especial» se refiere a «un poco loco», Padre —responde Kuroo distraídamente, todavía en estado de shock—, entonces no soy especial, soy excéntrico ¡Mire mi cabello!
—Es horrible —confirma Nekomata y deja la taza sobre la mesa—. Espero te hayas recuperado. Ha llegado el momento de discutir cómo me devolverás el dinero.
—¿Qué? —Kuroo sabe perfectamente que no hay nada bueno en su futuro— ¿Hay opciones?
—¿Para ti? No —sonríe—. Entonces, ¿te gustaría saber por qué Ikkei desapareció?
—En realidad, sí, buena pregunta —suspira inadvertidamente gracias al cambio de tema—. Si todo iba tan bien, ¿por qué cerrar la tienda?
—No lo planeamos. Cuando el Cartel se involucra... —el obispo frunce levemente las cejas, un espectáculo grotesco considerando que todavía está sonriendo—... no se puede planear nada con anticipación.
—Bueno, es obvio que lo olieron —suspira Kuroo casi con simpatía—. Es el Cartel. Hablando de eso, si ambos hacen rodar cabezas, ¿por qué la Iglesia aún no está a su nivel?
—Porque he estado vivo durante mucho tiempo y no soy un idiota, Tetsurou —se ríe el obispo—. También porque la parte más secreta no fue la producción de dinero, sino mi asociación con Ukai. Ninguno de nuestros chicos lo sabía, a excepción de Manabu. La verdad solo salió a la luz luego de que el Cartel viniera tras Ukai.
—¿Supongo que querían pasar desapercibidos?
—No sabes cuánto. Si Washijou se enterara de que alguien en Yakarta estaba apoyando a Ukai, habría destruido a ese idiota por completo junto a toda su pandilla.
Kuroo ni siquiera sabe si debería estar feliz por el nuevo chisme o sentir lástima por sí mismo. El simple hecho seguir vivo y de que Nekomata le confiase su colaboración con Ukai significaba que todo aquello seguía siendo un secreto detrás de siete sellos. Lo que también significa que ahora sabe demasiado.
—Probablemente no te hayas enterado, pero Ikkei y Washijou se detestan.
—¿De qué manera? —pregunta Kuroo, sintiendo cuán bruscamente cambian las cosas en la historia en la que está a punto de ser incluido—. Estamos hablando del líder del Cartel del Amanecer, no de un yanqui del barrio japonés.
—De la peor manera que puedas imaginar —Nekomata se limpia las manos, aparentemente secas, y niega con la cabeza—. Washijou odia a Ukai. En los sesenta, por su culpa, Washijou y yo fuimos condenados a veinticinco años... en Gitarama.
Kuroo se contrae y parpadea, mirando el rostro del obispo.
Estaba al tanto de que el hombre había cumplido sus condenas, pero era la primera vez que escuchaba sobre Gitarama. Bokuto, quien en una ocasión cumplió su condena en Rikers, a veces hacía bromas oscuras sobre prisiones como Gitarama: «En mi vida todo está bien hasta que me meten en Gitarama o Carandiru». Gitarama es el infierno sobre la tierra, en donde los prisioneros se comen unos a otros para sobrevivir, los cadáveres no se limpian durante semanas y en donde no solo hay escasez de camas, hay escasez de lugares para acostarse; la gente tiene que estar de pie todo el día, hasta que sus pies comienzan a pudrirse.
—¿Estuvo en Gitarama? —espeta, tragando saliva— ¿Durante veinticinco años?
Nekomata sonríe y Kuroo piensa en que, si hubiese pasado tan solo unos días en algún lugar como ese, se hubiera olvidado de cómo hacerlo.
—Escapé en una revuelta en el 91 y terminé aquí. Washijou salió unos años antes, creo que uno de sus ayudantes pagó una tonelada de dinero para gestionar eso. Yo, por el contrario, no tenía dinero en ese momento.
—¿Qué los metió allí?
—Una larga historia —el obispo niega con la cabeza—. Un gran trabajo, mucho en juego y Washijou fue impulsivo e imprudente —se ríe—. Sin embargo, todavía piensa que Ikkei solo necesitaba un chivo expiatorio.
—¿Y usted? —frunce el ceño.
—Y yo... bueno, digamos que Ikkei y yo decidimos que por la fortuna que nos esperaba, una sentencia solo para uno de nosotros no sería la mayor pérdida. Aunque obviamente, no estaba ansioso por tener que pasar por ello —admite con bastante facilidad—. Sin embargo, mira todo lo que tengo ahora.
—¿Usted lo decidió?
—Bueno, a veces las cosas resultan así. No teníamos muchas opciones, Ikkei tuvo que elegir a quién sacrificar, corrió con el dinero en efectivo y Washijou y yo fuimos atrapados por la policía de Ruanda.
—Y después de eso —dice Kuroo, incrédulo—, después de veinticinco años en Gitarama, llega a Yakarta, ¡¿y decide abrir una pequeña tienda de dinero con él?! ¿Después de que lo vendió? ¿Qué mierda? Usted puede vestirse como un santo, pero no noté que en realidad era uno ¡Debería haberse juntado con Washijou y haber arrojado a Ukai a un pozo de escorpiones desde el minuto uno!
—No todo es lo que parece ser a primera vista, Tetsurou —Nekomata se rasca el codo pensativo. Es un viejo hábito y ahora Kuroo sospecha que debajo de la manga de sus vestimentas podría haber una enorme y fea cicatriz—. Ellos nunca fueron amigos, en cambio Ikkei y yo sí. Ikkei nunca planeó tenderme una trampa.
—Por supuesto... —sonríe con falsedad.
—Llegué a Yakarta prácticamente desnudo, saliendo de un barco ruandés ¿Con el dinero de quién crees que se construyó esta iglesia? ¿Con qué dinero contraté personas? ¿Quién crees que pagó lo suficiente como para que volviese al negocio? —Nekomata se ríe— No le des muchas vueltas, Tetsurou. Ikkei nunca me traicionó y yo nunca lo traicioné. Todos los planes salen mal en algún punto.
Kuroo continúa sonriendo en lugar de gruñir con irritación. Él personalmente apoya la postura de Washijou en todo el asunto: asesinar al bastardo que te obligó a pasar por el infierno en la tierra. Ni siquiera se puede considerar venganza, todo está establecido en el equilibrio kármico del universo. Aunque, dado que Nekomata estaba del lado de Ukai, no tenía razón alguna para ir a contracorriente.
—Pero tienes razón, arriesgué mucho al aceptar producir en la ciudad del Cartel. No obstante, es por él que tengo la coartada más sólida de la isla: Washijou cree que odio a Ikkei tanto como él.
Kuroo niega con la cabeza. Demasiada información en un solo día.
—Cuando el Cartel comenzó a ir tras él, Ikkei no tuvo más opción que huir. No podía dejar las placas en la Iglesia ni cruzar la frontera con ellas, así que las puso en el mercado. Como siempre, los planes arriesgados son su estilo. Se fue del país sin poder pasarnos el dato y ahora tengo que correr con todos ustedes para recuperarlas. Ese viejo cuervo senil me terminará dando un infarto, en el nombre del Señor.
—Según tengo entendido, ¿finalmente estamos llegando a los eventos de este siglo? —suspira Kuroo.
—Correcto, ¿estás familiarizado con Terushima?
—Oh, sí, nos hemos disparado el uno al otro por chicas un par de veces. O por negocios, no recuerdo. Los chicos lo mencionaron así que supongo que usted lo ubica. Entonces, ¿qué pasa con Terushima?
—Fue la primera persona en comprar las placas estereoscópicas cuando Ikkei las lanzó al mercado. Como todos los distribuidores de su calibre, entendió que no podía comenzar la producción él mismo, por lo que decidió venderlas, sobre todo porque Ikkei le permitió tenerlas prácticamente gratis. El niño entendió lo que había adquirido, pero, como sabemos, decidió buscar a un comprador con dinero. Ahí es donde regresamos a Daishou. Cállate, lo recuerdo, y no tenemos tiempo para eso ahora.
Kuroo está profundamente en desacuerdo: siempre hay tiempo para acusar a Daishou de todos los pecados en la tierra.
—Daishou encontró un comprador, uno de los chicos del club Citadel, esos motociclistas japoneses, creo que Aikewa o Aikowa. Pero según Terushima, Daishou trató de engañarlo. Robó las placas justo antes del trato e intentó venderlas a una pandilla japonesa en Bojong. Y las vendió, por trece millones.
—Daishou siempre ha tenido claro lo mucho que vale un dólar —refunfuña Kuroo— ¿Pero entonces alguien volvió a robarle algo a alguien?
—Daishou consiguió el dinero —confirma Nekomata—, pero las placas no estuvieron con el comprador mucho tiempo porque Terushima las robó, junto con el dinero de Daishou. En otras palabras, se vengó de un solo movimiento por el doscientos por ciento de las ganancias originales.
—Estas no son las sagradas estereoplacas —levanta las cejas—, esto es una papa caliente.
—Al mismo tiempo, peces más grandes comenzaron a ir tras Terushima y sus caóticos movimientos. El cartel apareció en su puerta. Y nosotros también. Aunque cuando Yaku irrumpió en el apartamento de Terushima, no sabía que Ushijima y Tendou ya estaban allí.
Kuroo se ríe a carcajadas— ¡Nunca me voy a perdonar por perderme eso!
—Y luego de que Yaku entrara al departamento de dos por dos, tu amigo y su pandilla también irrumpieron —aparentemente, Naoi se cubría la cara por una razón—. Ellos ni siquiera sabían lo que estaba ocurriendo en la ciudad —Nekomata niega con la cabeza, como si todavía le costara trabajo creerlo—. Tu querido Bokuto solo quería recuperar las joyas que los lacayos del Cartel le habían robado, por lo que decidió tener una charla sobre el asunto con Ushijima personalmente.
Kuroo no cree que sea posible reír más fuerte, no existen suficientes decibeles.
—Espere un momento —levanta la mano, todavía riendo— Entonces, están Ushijima con su cara de póquer, Tendou con sus ojos maníacos, Yaku pretendiendo ser una especie de berserker enano entre ellos, las bolsas de dinero y las estereoplacas en el piso, y luego... ¿Bokuto entra?
—Por la ventana —confirma Naoi, con voz apagada.
—¿Qué? —Kuroo está a punto de ponerse a aplaudir— ¿Así como así?
—Olvidé mencionar a Terushima encadenado al radiador en una esquina del cuarto, pero sí, tu amigo realmente irrumpió por la ventana del décimo piso.
Dios, Kuroo les contará esta historia a sus nietos.
—¿Entonces qué? Bokuto apareció, resolvió todo... —tiene que defender a su amigo frente al jefe. Aunque, vista la situación, quizás sea Bokuto quien deba defenderlo a él—. Entonces, ¿por qué aún no tenemos las tablillas sagradas en nuestras manos?
—Se llaman estereoplacas —corrige Naoi condescendientemente.
—Me gusta cómo suena así —lo ignora Kuroo—, ¿entonces por qué?
Y aquí, piensa Kuroo, llegan a la parte más problemática de la saga porque Nekomata suspira y dice—: Una vez que todos dejaron de apuntarse unos a otros y decidieron interactuar de manera constructiva, resulta que no había nada en las bolsas. Estaban llenas de espuma de poliestireno... y ladrillos.
—La firma de Daishou —interrumpe Kuroo—, se lo aseguro.
—Tu impulso de culpar a Daishou por todo es asombroso —suspira Nekomata—, pero Terushima dijo lo mismo. El caso es que tu archienemigo de la infancia/adolescencia desapareció ayer sin dejar rastro. Ahí es donde comienza tu trabajo dado que te has dignado a visitarnos.
Cualquier trabajo relacionado con Daishou y la posibilidad de darle un puñetazo en la cara se convierte automáticamente en su trabajo, según él mismo.
—Está bien, finjamos por un segundo que acepto, ¿qué tendría que hacer?
—Encuentra a Daishou, averigua sus objetivos, determina el dueño actual de las placas y recupéralas, sin robar nada en el proceso ¿Puedes manejarlo?
—De acuerdo —dice, como si les estuviera haciendo un favor a todos al aceptar—. Pero tengo una condición.
Las caras de Nekomata y Naoi son tan agrias que podría exprimirlas y usar el ácido resultante para disolver cadáveres indignos.
Kuroo se cruza los brazos sobre el pecho—. No usaré ropa de iglesia.
Termina nuevamente en la calle solo que esta vez con una sotana, y Yaku, el hijo de puta, ni siquiera oculta la amplia sonrisa en su rostro de niño de trece años.
—No me estaría riendo si tuviese tu altura —dice Kuroo oscuramente—. Conduce detrás de aquella esquina para que pueda quitarme esta mierda ¿Cómo demonios caminas con esto?
—Tú —Yaku señala con un dedo a Lev con autoridad—, te quedas en el coche y no sales, ¿entendido?
—Pero...
—Sin peros. No sales del auto ni para comprar refrescos, ni para perseguir a algún vendedor ambulante por comida, simplemente te quedas aquí quieto.
—Por cierto, ¿de quién es este auto? —pregunta Kuroo desde el asiento trasero.
—Pero, ¿por qué no puedo ir contigo?
—Porque yo lo digo. Y porque no vas a ir a ningún lado con nosotros durante mucho tiempo si sigues disparándote en los pies como la última vez.
—¡Eso fue un accidente! Yo no...
—Oigan, pregunté que de quién...
—¡Es mío! —Grita Yaku— Te pregunté, Lev, ¿entendido?
El chico hace pucheros dramáticamente, se endereza la sotana y acerca el rostro al volante.
—Lo estás entrenando muy diligentemente —se ríe Kuroo, cerrando la puerta del auto— ¿Qué es? ¿Mitad serbio?
—Ruso —Yaku camina alrededor del auto, mirando severamente a Lev por última vez a través de la ventana delantera—. Su única utilidad real es su licencia de conducir.
—¿En dónde lo encontró el Padre?
—En las Hermanas Mayores.
Kuroo se congela en el camino y mira a Yaku— ¿Las Hermanas Mayores? Quieres decir que él...
—Significa que es el hermano menor de una de ellas, no seas idiota.
—No estoy siendo idiota, dijiste «Hermanas», ¿qué se supone que piense? —Yaku, aparentemente desinteresado en continuar la conversación, comienza a palparse a sí mismo en busca de sus cigarrillos. En los últimos tres años al menos podría haber comenzado a fumar alguna marca diferente.
Pero los Marlboro de Yaku no son lo único que se ha mantenido igual.
—Mierda —Kuroo se mete las manos en los bolsillos y suspira profundamente. Yaku se detiene a su lado, enciende un cigarrillo y lo juzga con la mirada—. Olvidé lo mucho que apesta esta ciudad.
Solo los turistas dicen que Yakarta es hermosa porque ven su centro de vidrio y metal a través de la ventana de un autobús turístico. Las zonas residenciales, especialmente aquellas que albergan a las capas menos privilegiadas de la población, eran muchas cosas: ruidosas, sucias, superpobladas, de cemento, amarillas por el sol y el calor de treinta grados constantes durante todo el año, pero no hermosas.
El edificio en el que Daishou había estado viviendo, según las fuentes más recientes, es un edificio bajo de apartamentos que se extiende a lo largo de la carretera como una serpiente de hormigón. La fachada luce desfigurada por las escaleras de incendios oxidadas, las ventanas con vista a la calle llenas de ropa sucia y los motores de los aires acondicionados. Las palmeras secas, el polvo, el ruido de coches, las motos abandonadas, además de todo el panorama en general, le daban el toque.
Debido a tanto sol, Kuroo puede sentir como su camiseta empapada de transpiración se pega a su piel y como incluso el cabello en la parte trasera de su cabeza está mojado.
—Sé más amable con tu ciudad natal —le sugiere Yaku.
Kuroo levanta un dedo para corregirlo—. Yo, de hecho, nací en la hermosa ciudad de Tokio.
—Entonces deberías haberte quedado allí, ¿por qué arruinar Yakarta con tu presencia? —Yaku se encoge de hombros y comienza a caminar—. Vamos.
Van precisamente al tercer piso. A pie, sin el lujo de tener un ascensor. Al menos Kuroo se divierte al ver a Yaku transpirar y luchar con sus pesadas túnicas de iglesia y se deleita al saber que nunca más tendrá que pasar por el mismo código de vestimenta. Al acercarse a unas de las puertas de mala calidad, asiente: llegaron. Yaku lo empuja lejos de la puerta y Kuroo nota que sus codos todavía están tan afilados como hace tres años. Al no encontrar timbre, golpea la puerta con el puño.
—¿Quién es? —pregunta la voz de una mujer con cautela luego de algunos segundos.
Yaku arquea las cejas inquisitivamente y Kuroo pone los ojos en blanco en respuesta, a lo que él desliza el costado de su mano por su garganta, explicando lo que sucederá si no deja de ser un idiota. Luego tose y anuncia—: Correo.
Vaya, Yaku, buen trabajo. Exactamente con esa clase de tono mortalmente serio los carteros hacen sus entregas.
Entonces, cuando detrás de la puerta se sienten unos pasos apresurados indicando que claramente la joven no esperaba ninguna correspondencia, Kuroo grita—: ¡Mika, Mika, espera! ¡Soy yo!
El movimiento se detiene— ¿Quién es «yo»? —pregunta con una voz entre asustada y agresiva.
Kuroo frunce los labios con vacilación. Yaku hace demostrativamente un gesto de invitación, como diciendo «Sigue, tú eres el inteligente».
—Kuroo —responde el «inteligente» de mala gana—. Kuroo Tetsurou.
No hubo reacción detrás de la puerta. El silencio es tan ensordecedor que Kuroo puede escuchar su propio corazón y los fragmentos de paciencia de Yaku desvaneciéndose.
Vuelve a intentar— ¿Te acuerdas de mí, Mika? Suguru, tú, yo...
Silencio.
—¿Murió de shock o qué? —refunfuña Kuroo en voz baja, tirando de la manija de la puerta en vano.
Yaku, observando con escepticismo sus intentos, agrega—: O del disgusto de tenerte por aquí otra vez.
—Cállate, tengo la sensación de que me reconoció y se escapó, aunque no tengo idea de por qué...
Se congela con la mano en el picaporte y se gira a mirar a Yaku quien le devuelve la mirada con exactamente la misma expresión.
¡Mierda!
—Escalera de incendios —nota Kuroo, pero Yaku ya ha comenzado a bajar las escaleras, sacando su glock del cinturón en el camino.
Si Mika decidió evitar conversaciones productivas, seguir las órdenes del viejo y hacer todo en silencio no funcionaría. Por lo tanto, sin preocuparse demasiado, retrocede unos metros y vacía la mitad del cargador en la cerradura. La acústica del vestíbulo lastima sus tímpanos y por un momento piensa que, quizás, los vecinos ya deben de estar acostumbrados.
La puerta cruje lastimosamente cuando Kuroo tira de ella lo más fuerte posible y esta cede. Encuentra que el pasillo y el dormitorio están vacíos, por lo que corre a la cocina.
Y casi saluda a un bate de béisbol con la frente.
Si la situación fuese un poco menos tensa, y si Mika no lo hubiese golpeado en el hombro con todas sus fuerzas, definitivamente se hubiese reído, pero en lugar de eso, solo inhala fuerte y sisea, mordiéndose la lengua por el dolor.
—¡Qué grosera!
—¡No te acerques a mí! —declara Mika en voz alta, muerta del miedo. Retrocede y se prepara para batear nuevamente como toda una profesional.
Kuroo levanta las palmas de las manos en un gesto pacífico, pero no tiene tiempo de decir nada porque Mika hace otro excelente bateo con su amigo de aluminio. Como no disfrutó mucho la primera vez, salta a un lado y suavemente tira del brazo de la chica hacia él. Como resultado, el bate sale volando.
Desafortunadamente, tira demasiado fuerte. En lugar de caer en sus brazos como cualquier mujer sensata, Mika cae hacia la estufa.
Detrás de su espalda, de repente ve una imagen casi fantástica: habiendo trepado por la escalera de incendios, un familiar sacerdote en su sotana larga, cuello blanco y con una cruz alrededor del cuello, intenta abrir la ventana. Logra levantar el panel hasta abrirla y por un momento Kuroo imagina que está a punto de decir «Buen día, ¿le gustaría hablar sobre nuestro señor y salvador Jesucristo?» pero en cambio Yaku solo dice— ¡Mierda! —y apenas tiene tiempo de agacharse antes de que el bate haga contacto con el vidrio sobre su cabeza. La ventana explota en pedazos los cuales se desparraman sobre su túnica y el suelo. Mika se congela, evidentemente horrorizada de casi haber decapitado al Santo Padre.
—¿Por qué toda esta mierda comienza a suceder cada vez que te asomas en el horizonte? —sisea enojado.
—Admítelo —sonríe Kuroo ampliamente y coloca su arma directamente debajo de los omóplatos de Mika—. Me extrañaste.
Y a juzgar por su expresión, Yaku está decidido a ocultar sus sentimientos afectuosos hasta el final.
Minutos después, tienen a Mika sentada en una silla en la esquina de la cocina, frotándose las muñecas y mirándolos como si estuviese a punto de demandarlos. Se quedan en la cocina: un cuarto de cuatro paredes con el marco de la puerta desgastado y daños de humedad en el techo. Un desastre usual en los suburbios traído a la respetabilidad por una pulcra mano femenina. Mika siempre ha sido capaz de convertir un desastre en algo aceptable.
Como Daishou, por ejemplo.
Este tipo de casas prefabricadas se construyen en tres meses: todos los planos de planta idénticos, ventilación terrible y habitaciones diminutas. En su día, Kuroo vivió unos cinco años en un armario debajo de unas escaleras, la sensación no era muy distinta. Por lo tanto, es difícil imaginar qué tipo de circunstancias podrían haber arrinconado a Daishou hasta un lugar así; él siempre había intentado vivir cómodamente.
—¿Por qué trataste de huir? —Kuroo esconde disimuladamente el arma en su funda.
Yaku, quien no es el modelo de amabilidad y confianza por defecto, no le quita los ojos de encima a Mika y también le frunce el ceño.
Se apoya contra la pared junto al frigorífico de zumbido intermitente, el sonido del tráfico afuera sigue atravesando las finas paredes y él se entretiene clavando su talón en la esquina del linóleo.
Mika permanece en silencio durante demasiado tiempo. Evidentemente, ella no planea hablar, y Kuroo, sin dejar su lugar en el rincón, comienza a proponer teorías.
—Intentaste huir, pero no nos tenías tanto miedo como deberías, ¿esperabas más invitados?
Mika mira obstinadamente hacia otro lado, pero Kuroo no necesita confirmación; sabe que tiene razón.
—El que Suguru está involucrado en todo esto fue descubierto por dos alegres grupitos ayer —Kuroo levanta dos dedos—. Nosotros, por supuesto, somos los más geniales, pero el Cartel del Amanecer también tiene sentido del humor.
Mika levanta la cabeza tan repentinamente que Yaku se sobresalta y amaga agarrar su arma por debajo de la capa superior de sus vestimentas.
—¿El Cartel del Amanecer? ¿Qué ocurrió ayer?
Oho, eso significa que ella no está enterada. Quizás Daishou se robó las bolsas y nunca más regresó.
—Descubrieron —repite—, que Daishou es el que robó el premio gordo por debajo de sus narices ¿Sabes que también está detrás de las tablillas sagradas? Todo Yakarta lo sabe.
—Estereoplacas —corrige Yaku y lo único que lo salva de un golpe en la cabeza es que aparentemente o le dio pereza intentar alcanzarlo, o valora mucho su posición en el centro de la habitación—. Está buscando estereoplacas de dinero.
O toda Yakarta lo sabía, excepto Mika, o la información de que una banda de matones liderados por Ushijima están detrás de su prometido fue la peor noticia que recibió en todo el día. Los hombros de Mika cayeron como si le hubiesen sacado una barra de en medio, se encorva, escondiendo su rostro entre sus manos, y por una fracción de segundo, Kuroo siente verdadera lástima por ella.
Porque el amor es realmente cruel, y si tienes mala suerte, te enamorarás de un perdedor como Daishou.
—Ni siquiera sabías que lo estaban buscando —suspira con simpatía, mirando las vértebras en su cuello arqueado—. Es por eso que aún no te has ido de la ciudad.
—No pensé... —murmura Mika. Levanta la cabeza y su mirada recorre desesperadamente la cocina—. No noté que él... fue y puso... incluso al Cartel... ¡Incluso a Ushijima tras él!
—¿Incluso ellos? —contesta inmediatamente, como si eso fuese lo que estaba esperando. Pero Mika, dándose cuenta de que había abierto la boca de más, instantáneamente aprieta los labios y se da la vuelta.
—¿Ese idiota está trabajando para alguien más? —pregunta Yaku— Mierda.
Yaku es un maestro reconocido por sus descripciones concisas y Kuroo ni siquiera puede discutir con su talento. Solo espera, contra toda esperanza, que no se haya unido al juego alguien a quien no puedan manejar. Aunque con la suerte selectiva de Daishou, tendrán que esperar lo peor.
—Está muy involucrado en esto, ¿eh? —chasquea la lengua. No es que haya confiado en los dramáticos giros del destino de ese idiota ni nada por el estilo—. Debería haberlo imaginado.
Esa serpiente siempre había tenido cuidado y no se metía en problemas; el orgullo y la alegría de una madre, si las madres estuviesen orgullosas de los actos criminales cometidos por su hermosa descendencia, y si esta madre en específico, no hubiese sido encontrada flotando boca abajo en el Ciliwung una década antes. Daishou sale del agua seco noventa y nueve veces de cada cien, pero a la centésima vez tienes que tirar de él por los pelos.
—Debería haberlo adivinado —repite Kuroo en un susurro, sacando un taburete de patas desniveladas de debajo de la mesa y tomando asiento. Ahora que está al nivel de los ojos de Mika es cuando decide poner el arma sobre la mesa e inclinarse a mirarla.
—Si no nos cuentas todo —dice con absoluta seriedad—, te dejaremos a tu suerte, completamente sola. El Cartel vendrá tras de ti, y sabes que no dejarán piedra sin remover hasta encontrar a Suguru, atraparlo y asesinarlo ¿Es eso lo que quieres? ¿Que todo termine así?
Obviamente, está mintiendo. Pero si ella no empieza a hablar, tendrán que arrastrarla al coche y llevarla con Nekomata, porque mientras ella esté relacionada con quien lleva las placas de impresión, nadie la dejará respirar libremente. Además de que puede sentir como Yaku ya está perdiendo la paciencia.
Vuelve a intentar—. Tú me conoces, Mika. Puedo ayudarte.
Ante estas palabras, Yaku levanta las cejas tanto que casi desaparecen detrás de su cabello. Kuroo apenas se abstiene de abandonar su papel de policía bueno y mostrarle su dedo medio.
Hasta que Mika se rompe: enormes lágrimas caen de sus pestañas y se deslizan por sus mejillas. Ella agarra a Kuroo histéricamente, y luego de unos minutos, lo suelta y comienza a secarse las lágrimas con las palmas temblorosas. Con esfuerzo, vuelve a enderezarse, se traga su histeria y asiente, mucho más tranquila.
—Hablaré.
Kuroo asiente alentadoramente en respuesta.
—Los problemas comenzaron hace tres meses.
—¿Qué clase de problemas? —interrumpe Yaku con brusquedad.
Kuroo le hace una mueca y luego se gira nuevamente a mirar a Mika—. Sigue.
—Empezamos a tener problemas económicos. Suguru estaba en deuda con alguien, no sé quién, dijo que podría resolverlo.
Yaku resopla sin humor. Kuroo personalmente siente curiosidad por saber cómo Daishou terminó robando justo debajo de las narices del Cartel del Amanecer y consiguiendo que la mitad de Yakarta lo persiguiera. Bueno, en realidad la última parte la tenía bien clara.
—Y... —por el tono de Mika, parece que está a punto de dar el golpe fatal— Él... Suguru comenzó a trabajar para la Triada.
Ahí va el golpe fatal. Kuroo, por supuesto, no había estado en Yakarta por un tiempo, pero mirando a Yaku, quien elocuentemente se masajea las sienes, no ha ocurrido nada nuevo en la jerarquía en esta sabana africana. Es decir, los leones más grandes de la manada siguen siendo el anciano Washijou, los tipos adoradores de Allah y la Triada.
Y lo único peor que trabajar para la pandilla china es interponerse en su camino.
—Se le despelotaron los patos —Kuroo asiente para sí mismo—. Siempre dije que así terminaría.
—Sí, tu chico es un poco... ya sabes... —concuerda Yaku— Pero, ¿cómo entró?
Mika abre la boca, pero Kuroo se le adelanta, agitando una mano—. Es mitad birmano, su madre era de Myanmar. Me interesa más saber esto: ¿Qué pasó después? ¿Lo obligaron a unirse a la búsqueda del tesoro para que no sobresaliera? —en este punto está más pensando en voz alta que preguntando.
Tanto Yaku como Kuroo entienden que otro participante en el asunto de las placas estereoscópicas de Ukai reduce las posibilidades para todos los demás, pero dado que en este caso el retador es la Triada, el único capaz de enfrentarse a ellos es el Cartel.
El obispo estará encantado.
—No, no... —Mika niega con la cabeza—. No empezó con ellos. Lo de las placas fue iniciativa propia.
—Es un psicópata —resume suavemente Kuroo— ¿Y por qué diablos decidió meterse en todo esto?
—Como si no supieras cómo es —se lleva una mano a la frente, cansada—. Siempre ha querido vivir mejor, tener más dinero, escapar de aquí e ir a Europa, hablaba constantemente de eso. Entonces, hace tres días apareció este tipo... —frunce el ceño, tratando de recordar su nombre—... Terashima y dijo que tenía un producto increíble en su poder. En ese entonces no sabía qué era, ni siquiera había escuchado de esta maldita persecución. Y Suguru... Dios, sus ojos se iluminaron. Estaba sentado aquí mismo y vi como en literalmente segundos se le ocurrió un plan. Engañó a este Terashima, se puso en contacto con el chico del Citadel... Él estaba jugando para ambos bandos, pero no planeaba obtener el producto, prefería obtener la enorme suma en juego —«una suma enorme» no alcanzaba para referirse a trece millones de euros—. Ayer por la mañana —hace una pausa, tratando de controlar sus emociones—. Ayer por la mañana se suponía que íbamos a tomar un avión a Madrid. Ya habíamos comprado los boletos. Me dijo que empacara y esperara su llamada telefónica.
—¿No llamó?
—Llamó —suspira profundamente—. Estaba agitado y sonaba preocupado. Dijo que le surgieron algunos problemas con el primer tipo, Terashima. Dijo que tenía algunos inconvenientes pero que estaba en camino a casa. Esperé, esperé por horas, pero él aún no ha vuelto.
—Así que jugó con éxito tanto con Oikawa como con Terushima para robar las tablillas sagradas para sus jefes chinos, pero entonces ¿por qué necesitaba negociar con los japoneses? ¿Algo salió mal? —pregunta Kuroo, sin terminar de comprender.
Mika se muerde el labio, cruza sus manos sobre la mesa y las mira, luego mira a Yaku, mira a Kuroo, y finalmente dice—: No del todo.
No del todo para los chinos, no del todo robadas, no del todo con éxito.
—¡Santo cielo! —Bokuto silba, entre impresionado y pasmado, y casi se cae de la silla cuando se inclina demasiado hacia atrás.
Kuroo está completamente de acuerdo. Esto claramente es una «santa mierda», con un poco de «maldita sea» y una pizca de «Dios, qué idiota».
Daishou nunca planeó conseguir las placas para la Triada; planeaba sin su conocimiento mover ese maldito Santo Grial a la pandilla japonesa él mismo, convertirse en millonario instantáneo y largarse al país más lejano que pudiese para escapar de las garras codiciosas de sus jefes. Pero, naturalmente, calculó mal: los chinos, según Mika, olfatearon su pequeño plan. Entonces, probablemente ya esté tirado en algún callejón con una bolsa bien atada en la cabeza.
Kuroo en realidad está enojado con él por la confianza y la torpeza con la que meó afuera del tacho. Las posibilidades de que Daishou saliese con vida después de que, intentando conseguir una recompensa, robase las tabletas del Cartel e incluso consiguiese el dinero son... inexistentes.
—Maldita sea —murmura Kuroo, bebiendo cerveza.
La reunión de emergencia sobre la información recién adquirida se lleva a cabo justo debajo del altar: Jesús y la estatua de la Virgen María miran solemnemente a Yaku fumando un cigarrillo, a Kai inclinado distraídamente sobre el púlpito, a Kuroo bebiendo una Budweiser, a Bokuto balanceándose hacia adelante y atrás en una silla destartalada, a Shirofuku comiendo fideos de un restaurante chino, y a Nekomata, sonriendo cada vez más junto con el omnipresente Naoi a sus espaldas. La sonrisa dulce y gatuna del obispo es una clara señal de que su posición no podría ser peor.
—¿La situación en la ciudad no ha cambiado? —pregunta Kuroo, recostándose en el banco.
Kai niega con la cabeza—. No, en los últimos tres años —«en los cuales te la pasaste huyendo de la ira de Dios» agrega Yaku en voz baja—, todo ha permanecido igual.
—¿Nadie reemplazó a nadie? ¿Sin motines armados? ¿Sin rebeliones de la clase trabajadora criminal? —chasquea la lengua—. Todos ustedes son aburridos, les falta chispa.
Siendo en esencia un hormiguero criminal gigante, Yakarta es conocida como un refugio seguro para forajidos de todos los calibres oriundos desde incluso más allá de las fronteras de Indonesia: árabes, chinos, japoneses, turcos, bengalíes, indios; cualquier bandido asiático que se precie tiene una visa ahí. «El instituto de bandoleros de Pablo Escobar».
Y en la jerarquía superior de ese instituto están los niños con más poder, los que se sientan en la mesa más genial de la cafetería, los que conducen autos de alta gama y se acuestan con las chicas más atractivas. Es decir, los que poseen las propiedades inmobiliarias más caras, tienen la mayor cantidad de soldados de infantería y los que controlan las empresas más grandes de este lado del Océano Indico. Y en lugar de meter la cabeza de los perdedores en el inodoro, simplemente se las vuelan.
Los tres pilares de Yakarta.
—Entonces, el Cartel del Amanecer, la Triada y Al Shamed —Kuroo enumera a los candidatos, contando con los dedos— ¿Alguien más planea unirse a nuestro bando? ¿Tai Huen Chai? ¿El Batallón D? ¿Algún otro gigante criminal? No hemos enviado todas las invitaciones aún, ¿verdad?
—No seas iluso —Nekomata hace una mueca, camina alrededor de la mesa y se sienta en una costosa silla de roble con respaldo alto, justo detrás del púlpito—. Especialmente porque Al Shamed no está en esto. Claramente demostraron que piensan que las placas estereoscópicas perfectas son un cuento de hadas. Además, tienen muchos problemas con el negocio del juego de azar en este momento.
—Bueno, los árabes hubiesen sido el mayor problema —comenta Bokuto—, así que todo el resto es pan comido.
Yaku pone los ojos en blanco.
—¿Qué pasa con Jemaah Islamiyah? —pregunta Kuroo con seriedad.
Nekomata frunce aún más el ceño—. Si alguien les vende las placas a los terroristas, lo averiguaremos. Pero si las tienen los chinos, estoy seguro de que eso no ocurrirá. Ya saben cómo se siente la gente de Han y Washijou acerca de las explosiones patrocinadas en su ciudad.
—Las tienen los chinos— dice Naoi—. Es una posibilidad del cien por cien con un pequeño margen de error. Y si tenemos en cuenta el hecho de que logramos sacar a la chica de la ciudad y asumimos que el Cartel no tiene infiltrados en la Triada, vamos un paso por delante.
—El Cartel se enterará de todos modos —Kai niega con la cabeza—. No les llevará mucho tiempo averiguarlo.
—Todavía tenemos la ventaja.
—Siendo honesto, sigue sin gustarme todo esto.
—A ti no te gusta nada —espeta Yaku, exhalando humo.
—Yo no me anoté para pelear contra la pandilla china ¡Como si esta ciudad no tuviese ya muchas personas que quieran matarme!
—¿Asustado? —Shirofuku resopla.
—Hace menos de veinticuatro horas secuestré un avión —le recuerda Kuroo, ofendido.
Bokuto agrega— ¡Con solo un encendedor!
—¿Oyes eso?
—Pasará a la historia, hermano —promete Bokuto, y Kuroo choca los cinco con él.
—Esta ciudad ya conoce a su héroe y realmente quiere deshacerse de él, por si lo olvidabas —Yaku no puede resistirse a agregar, apuntando con su cigarrillo en dirección al sur— ¿Qué haremos al respecto?
Kuroo se levanta lentamente del banco, con las manos en los bolsillos, y camina tranquilamente hasta el altar.
—Sabes exactamente qué —suspira, levantando la cabeza y examinando a Jesús de arriba hacia abajo. Luego se gira a mirar por encima de su hombro y sonríe—. Haremos un plan perversamente inteligente.
Yaku: ¿Quién quiere hablar sobre Daishou?
Kuroo: Yo quiero.
Yaku: Lo sé, Kuroo.
Kuroo: Lo odio.
Yaku, buscando su arma: Lo sé, Kuroo.
¡HOLAAAA!
Así que ahora tenemos un poco más de contexto, ¿qué opinan?
La primera vez que leí este capítulo les juro que lloré de la risa al imaginarme a Bokuto entrar por la ventana, hermosa imagen mental.
Por si se lo preguntan, la prisión de Gitarama existe, y es considerada como el peor lugar del mundo. Les invito a googlear si no son muy sensibles porque a pesar de todo, es bastante interesante.
Creo que eso sería todo por ahora, ¡nos leemos el lunes que viene!
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