Capítulo 18
HEY HEY HEY
Tengo que confesar que tengo sentimientos encontrados ya que la semana que viene tendremos nuestra última actualización (el capítulo 19 y el epílogo se subirán el mismo día).
Como siempre, muchísimas gracias a mi beta NatalieNightray1997 por creer en este proyecto y ayudarme a pesar de no conocerme. De verdad significa muchísimo para mi.
Actualmente sigo trabajando en la traducción del otro fic, pero dudo tener todo listo antes del final de Yakarta, por lo que si quieren leer voy a estar anunciando la publicación en el tablero de anuncios.
Hoy no tengo nada para acotar, solo que se acomoden para dormir la siesta y disfruten el capítulo.
—¿Por qué todos me miran así? —pregunta el obispo, imperturbable—. Ha venido para ayudarme.
—¿Para ayudarlo? —Pregunta Kuroo, estupefacto— ¿Para ayudarlo a qué? ¿A matarme?
Están sentados dentro de la casa. Nekomata, Yaku, Tsukishima y Akaashi se encuentran sentados frente a la mesa, sobre la cual hay una olla de vidrio con té oolong calentándose con varias velas debajo de un soporte de metal. Bokuto ha preferido desparramarse en una silla, mientras Kuroo y Naoi siguen de pie.
Siendo sinceros, después de toda la mierda por la que han pasado, la forma en que están acomodados resulta cómicamente mundana. Tsukishima se traga su deseo de reír histéricamente y en cambio, solo se frota la frente. Siente un pinchazo de dolor y ni siquiera recuerda dónde o cómo se lastimó ahí. Puede haber sido en variedad de ocasiones, pero hay muchas, demasiadas. Realmente no recuerda.
—¿Por qué asumes que todo siempre gira en torno a ti? —Nekomata arquea una ceja.
—Espere un momento, ¿está bien? Solo estoy asumiendo que ese tipo gira a mí alrededor. Ahora mismo, todo esto me parece un evidente intento de deshacerse de mí.
Tsukishima espeta— ¡Hablas como si te estuviera matando! —incluso levanta la voz, lo que no esperaba hacer. No le gusta perder los estribos en público, pero está frente a Kuroo Tetsurou, cuyo único propósito en la vida parece ser arruinar su estabilidad emocional.
—Bueno, según recuerdo, casi me matas... ¡Espera, fueron dos veces! ¡Dos veces!
—Sí, sí, ya nos enteramos —Tsukishima sisea.
Dios, está tan harto. Primero se besan, luego se agarran a puñetazos en la cara, luego se disparan, luego follan, luego bromean y ahora, allí están, discutiendo ¿Por qué no pueden tener una progresión lógica? No puede seguir el ritmo de los hechos a esa velocidad.
—Sí, nos enteramos —concuerda Kuroo—. Pero por alguna razón, yo soy el único que no estaba enterado de que eras de los nuestros.
—¿Y qué problema hay? —Tsukishima espeta, dejando a un lado su última pizca de buena educación.
—Chicos, entiendo que están teniendo una especie de pelea de pareja, pero... —Bokuto agita su brazo para llamar su atención—. Hermano, tal vez no sea el mejor momento. Estoy tratando de entender qué ocurre aquí.
Furioso por el comportamiento de Kuroo, Tsukishima se reclina en su silla y cruza los brazos sobre su pecho. Deliberadamente decide no dirigirle ni una mirada, ahora solo está avergonzado porque todo eso haya ocurrido frente a testigos ¿Por quién los toman? ¿Una pareja que no puede decidir su estado civil? Maldita sea.
Todos guardan silencio un momento. Incluso Yaku. Tsukishima, todavía furioso, pero no menos observador, se da cuenta de algo que no había notado antes. Yaku permanece sentado y, a juzgar por la ansiedad con la que tamborilea el yeso con los dedos, debe tener deseos de salir a fumar. También comparte miradas con Kuroo, pero ninguno dice nada.
Tsukishima suspira. El hecho de que tal comportamiento no sea algo típico de la actitud de Kuroo le resulta un poco halagador.
—Pero aun así, ¿cómo ocurrió esto? —finalmente pregunta Akaashi, bebiendo té en pequeños sorbos, pareciendo completamente impresionado.
Nekomata le responde—. Ikkei simplemente recurrió a personas de confianza a las cuales conoce bien. Es lo que suele hacer en situaciones difíciles.
—¿Y con «gente de confianza» se refiere a Tsukishima? —Yaku aclara.
—Para ser más específico, a la familia Tsukishima —Nekomata mira a su alrededor— ¿Ninguno de ustedes estaba enterado?
—¿O sea que hay más? —Kuroo bufa, echando la cabeza hacia atrás—. Qué locura.
—La verdad, yo tampoco sabía, hasta que Ikkei me lo comentó ¿Ese también es parte del secreto de su éxito, supongo? —mira a Tsukishima.
Se siente como si estuviesen hablando de un grupo de magnates criminales. Tsukishima, aún enojado, se endereza las gafas y se encoge de hombros ¿Qué otra cosa puede decir? En realidad, definitivamente él no es el secreto del éxito de su familia.
—Los integrantes de la familia Tsukishima son un grupo de sinvergüenzas, todos y cada uno de ellos —dice Nekomata casualmente.
Tsukishima, a quien no le gusta que su familia sea rebajada de esa forma, agrega—: En realidad, mi abuelo era profesor de matemáticas en Yale.
—Antes de que comenzara a estafar en los casinos —Nekomata sonríe—. Ya hice mi investigación.
Por supuesto que la hizo. Pero Tsukishima ya ha entendido que es mejor no interrumpir a un Nekomata sonriente. O a cualquier Nekomata, en realidad.
—¿Es como una empresa familiar? —pregunta Kuroo, mucho más calmado.
—En el sentido más literal de la palabra —el obispo asiente, tomando un sorbo mesurado de su taza—. La madre de nuestro huésped extranjero es una de las mejores atracadoras de bancos del mundo. Dio un gran golpe en Suiza en los años ochenta, incluso yo escuché algo sobre eso en aquel entonces, pero nunca supe de quién se trataba. Y su hermano solía trabajar con moneda falsa, también fue alumno del propio Ikkei. Dijo que es un niño muy talentoso.
El «niño» en cuestión cumplirá treinta y ocho años en un mes. Y Tsukishima no planea regalarle nada de cumpleaños, que se conforme con verlo regresar vivo y en una pieza.
—¿A qué se dedicó tu hermano después?
Oh, ¿qué no hizo Akiteru? Cuando el propio Kei tenía trece años, Akiteru incursionó en el espionaje industrial, luego pasó a estafas de acciones privadas, fraude con tarjetas de crédito, e incluso logró ascender en la bolsa de valores. Una vez que comenzaba un trabajo, difícilmente pasaría un año antes de que cambiase a algo nuevo. A su madre siempre le preocupó que él fuese el primer miembro de la familia en ser atrapado por los federales, pero se las ha arreglado bien.
También recuerda al Servicio Secreto, con decepción. Parece que el primero en ser atrapado por los federales no será Akiteru. Sin embargo, ese fue su plan desde el principio, ¿por qué preocuparse ahora?
—Tiene... muchas inversiones —es todo lo que dice, calentando sus manos contra la taza.
—Esa es exactamente la razón por la que cuando Ikkei necesitó dejar las estereoplacas y escapar del país, recurrió a su alumno más talentoso —Nekomata se recuesta en su silla. Tsukishima está complacido de escuchar a su hermano siendo elogiado—. Sobre todo, porque según tengo entendido, él sabía que te enviaron al Servicio Secreto al graduarte de la universidad —inquiere. Tsukishima asiente. Ocasionalmente había escuchado de Akiteru que seguía en contacto con el legendario Ukai Ikkei.
Aunque, hasta que recibió esa llamada telefónica en Omaha hace tres semanas, no sabía cómo ese contacto iba a afectar su futuro.
—Ikkei les pidió ayuda. Según entendí, él contaba con que recuperaría las placas usando al Servicio Secreto ¿Cuál era su plan específicamente?
Tsukishima se frota las manos—. Cuando Akiteru me llamó y me explicó la situación, tuvimos que actuar rápido. El problema era, y sigue siendo, cómo sacar las placas del país. Esa es exactamente la razón por la que me contactaron, ya que hubiese sido imposible hacerlo rápidamente por mar o por aire. Además, la información de su actividad en Yakarta ya había comenzado a aparecer en los informes del Servicio: estaban tratando de verificar su autenticidad y eso complicaba seriamente las cosas. Decidimos que la solución óptima sería ser un agente encubierto —suspira—. Usé un método tan antiguo como el tiempo: fusionar información. Ellos comenzaron a reunir un grupo de agentes disponibles en la región y nosotros manipulamos las órdenes enviadas al líder del escuadrón para que mi nombre también figurara entre los agentes escogidos. Volé fuera de los Estados Unidos el día veinticinco y me reuní con el grupo en el aeropuerto de aquí. Mi estatus de agente me permitió volar sin observación, por lo que pude traer las falsificaciones de Ukai sin problemas. Y solo de esa forma hubiese podido sacar las originales del país.
Si todo no se hubiese ido a la mierda de inmediato.
—¿Y dónde diablos estuvieron las originales todo este tiempo? —pregunta Yaku sombríamente.
Tsukishima mira los rostros de todos a regañadientes. Se enojarán, por supuesto. A casi nadie le agrada enterarse que lo han estado buscado estuvo debajo de sus narices todo el tiempo.
Por otro lado, los ecos de su orgullo le carcomen.
—En un casillero del aeropuerto de Soekarno-Hatta —responde.
Kuroo se frota la frente— ¿Las escondiste justo después de arrebatármelas en el puerto?
Asiente—. El servicio tenía un itinerario claro: nos iríamos el mismo día en que las placas estuviesen en nuestras manos. El agente Sugawara no debería de haber tenido tiempo suficiente como para realizar una inspección meticulosa —suspira—. Agarraría las placas originales en el aeropuerto antes del despegue y las regresaría sin problemas a Estados Unidos. Nadie se hubiese enterado.
—Se hubiesen enterado —advierte Akaashi—, tarde o temprano ¿No hubiese puesto en peligro tu seguridad en los Estados Unidos?
Decide dejar esa pregunta sin respuesta. Está demasiado cansado como para profundizar más en el asunto.
—Pero la pandilla japonesa se involucró —refunfuña Yaku y comienza a tamborilear sus dedos con más intensidad.
—Querrás decir el grupo policial antinarcóticos japonés —le corrige Tsukishima.
Y todos se giran a mirarlo.
—¿Qué? —pregunta Kuroo.
—¡¿Qué?! —se suma Yaku.
Tsukishima mira a su alrededor y vuelve a suspirar, ¿cuántas veces van hoy?
Así que se ve obligado a decírselos. Comenzando desde el momento en que Sugawara sospechó que algo andaba mal hasta el informe del teniente Sawamura sobre la reunión entre la Iglesia y el Cartel.
—¡Excelente! —Kuroo gime, una vez que Tsukishima termina de contar todo— ¡Simplemente fantástico! No, en serio, ¿quién más falta que se presente en la ciudad? ¡Parece que todo el mundo ha asistido a la fiesta!
—¿Podrías parar? —pide Yaku, acomodándose en su silla. Tsukishima realmente quiere compadecerse de él y excusarlo para que pueda ir a fumar.
—¡No, espera, déjame hablar!
—Cállate.
—¡¿Por qué tengo que callarme?! Primero me entero de que Tsukishima no es un agente gubernamental y que, de hecho, está trabajando para Ukai —Tsukishima ni siquiera se molesta en corregirlo para decirle que solo está ayudando a Ukai, en cambio, vuelve a frotarse la frente. Está increíblemente cansado, pero por ahora, le resulta relajante ver a Kuroo gritarle a alguien más— ¡Y ahora me entero de que los japoneses no son los japoneses!
—Pero sí son japoneses.
—¡Sabes a qué me refiero! ¿Qué sigue? ¿Acaso a Bokuto le gusta hacer macramé? ¿Acaso tú eres misofóbico? ¿Qué otras traiciones me esperan en esta vida?
—No te esperan traiciones, te esperan acciones decisivas —subraya Nekomata.
Todos se vuelven notablemente serios por su tono, y Tsukishima levanta la mirada. Si la montaña rusa que ha sido su tiempo en ese lugar le ha enseñado algo (aparte de la importancia de «correr» en el «golpear y correr»), es que un tono como ese significa todo lo contrario a «ya puedes irte a casa».
—Akaashi — asiente Nekomata—, diles.
—Luego de los disturbios de Kuroo y Tsukishima en el Citadel —Akaashi dobla con cuidado la servilleta frente a él— el obispo me pidió que realizara una búsqueda en el Cartel. Ellos tienen las placas.
Bien, ahí está. No hay buenas noticias.
—¿Las originales? —aclara Yaku.
—Exactamente —responde Akaashi—, y de acuerdo con mi información... Washijou está decidido a volar fuera del país con ellas mañana por la tarde —informa.
Yaku ni siquiera se molesta en maldecir. Levanta su brazo sano en un gesto de «me voy a la mierda, no me metan en esto», y de hecho sale a fumar, empujando ruidosamente su silla al levantarse.
Kuroo observa a Akaashi por debajo del flequillo con una expresión que intenta transmitir un «¿Por qué me haces esto?», además de muchos suspiros trágicos. Afortunadamente, no los expresa en voz alta.
Bokuto se retuerce en su cazadora como si se envolviera en un capullo.
—¿Tenemos algún plan? —pregunta Tsukishima, torturado, tomando el papel del único adulto cuerdo en la habitación—. Porque si no lo tenemos, tendremos que pensar en uno. No podremos recuperarlas una vez que estén fuera del país.
El reloj marca las siete de la mañana.
Lo único que quiere Tsukishima es dormir, pero Washijou Tanji ni siquiera le deja hacer eso.
Al menos alguien sí se lo permite.
Nekomata se levanta de su silla, haciendo algún tipo de gesto con los dedos hacia Naoi. Asiente, saca del bolsillo de su sotana —«¿No tienen calor con eso?» piensa Tsukishima— un gran anillo de oro con un emblema brillante y se lo entrega al obispo. Lo sostiene en su arrugada mano durante unos segundos y luego lo lanza en dirección a la puerta.
Kuroo lo atrapa fácilmente y luego hace una mueca de sorpresa—. Esto es...
—Sí —Nekomata asiente—. Todos ustedes —mira a su alrededor—, aprovechen a dormir un poco. Ya no puedo ni mirarlos. En cinco horas nos reuniremos en la casa principal a discutir qué es lo que haremos. Y tú —se gira a mirar a Kuroo—, ve a las ruinas y ábrelo. Recupera todo lo que haya allí y vuelve.
—¿Y luego podré dormir? —Kuroo pregunta con sospecha.
—Tuviste toda la noche —Nekomata levanta las cejas y se aleja caminando—, deberías haber dormido cuando tuviste oportunidad.
Tsukishima se levanta para seguir a Kuroo y lo alcanza junto al auto.
Kuroo se ve cansado, en su rostro se asoma una barba incipiente. Está de pie, con una pierna dentro del auto, tratando de atarse los cordones de los zapatos con una sola mano. A juzgar por su mirada desenfocada, no tiene mucho éxito.
Tsukishima no lo sigue para eso, se niega a ayudarlo a atarse los cordones.
Sin embargo, de todas maneras, se acerca a él y con una mano apoyada al costado del automóvil brillando bajo el sol de la mañana, pregunta— ¿Puedo ir contigo?
Kuroo levanta la cabeza. No hay sorpresa alguna en su rostro, como si estuviera esperando algo así. Se endereza —Tsukishima medio espera que le pida ayuda con los cordones— y le dice que espere un momento a que saque el auto del aparcamiento.
—¿Vamos a la iglesia? —Tsukishima pregunta, subiendo al coche. Kuroo solo tararea afirmativamente y la conversación no va en absoluto como se imaginó que iría.
Tsukishima frunce el ceño apenas perceptiblemente, girándose a mirar por la ventana, pero ocasionalmente mirando al pensativo y poco hablador Kuroo.
Terminan conduciendo a la iglesia en silencio.
Realmente solo quedan ruinas de lo que una vez fue la iglesia. Aparcan justo donde solía haber escalones: la base de piedra todavía está allí, aunque no completa gracias a las explosiones. El techo y los añadidos de madera han sido derrumbados y quemados.
Es una vista triste.
O lo hubiese sido si no supiera que esa es una de las bases del tráfico de heroína.
Ve a Kuroo hurgando en las áreas más intactas, su rostro sigue tan pensativo como en el auto. De repente, decide preguntar—: ¿Cómo empezaste a trabajar para la Iglesia?
No está interesado en la información del archivo, esa la sabe de memoria. Quiere escuchar la historia contada por el mismo Kuroo en persona.
—Acabé aquí cuando era niño —admite, moviendo una piedra. Tsukishima, ocupado asegurándose de no tropezar con pedazos de techo quemado, se gira a mirarlo—. Bueno, ya sabes... —hace una pausa—. Los orfanatos en Indonesia son lugares de mierda. No duré mucho tiempo ahí, me escapé. Empecé a trabajar como mensajero, transportando hachís para una pequeña pandilla local... hasta que se cruzaron con el viejo. Ellos me abandonaron y yo estaba como «Bueno, hola, Iglesia de Lascano. Adiós, mundo cruel».
—¿Y él te contrató? —no le sorprendería, al obispo le gusta criar a sus agentes desde una edad temprana. Lo más probable es que incluso a los dieciocho años, Kuroo fuese un chico... inusual. De alguna manera se debe haber convertido en lo que es hoy en día.
—No, primero intentó matarme —Kuroo se ríe y hasta su risa se esparce sobre como una manta sobre los escombros de la Iglesia, empujada por el viento—, y cuando no pudo, me contrató.
Lógico. En realidad, no esperaba que el clero iniciara a sus niños de otra manera.
Kuroo salta sobre los restos de una pared y mira alrededor del paisaje post-apocalíptico. Tsukishima no esperaba sentir vergüenza, pero la siente de todos modos.
—¿Y tú? —pregunta Kuroo, girándose en dirección al noroeste.
Pisa montones de rocas que se desmoronan bajo sus pies, justo en la cima de un montón particularmente grande, se gira a mirarlo y repite—: ¿Qué hay de ti?
A Tsukishima no le gusta hablar de sí mismo, pero parece descortés hacer una pregunta y luego negarse a responder la misma. Entonces, mientras Kuroo sigue escarbando y esquivando hierros sobresalientes. Los escombros volaron muy lejos, incluso hay fragmentos de pared y baldosas en la lejana hierba seca de tonos anaranjados.
Le parece increíble estar teniendo esa especie de conversación corazón a corazón —si es que ambos son capaces de hacer algo así—, pero luego Kuroo hace otra pregunta importante.
—¿Tsukishima Kei es al menos tu nombre real? —y aunque intentar abrir una puerta colapsada al parecer es más importante que su respuesta, Tsukishima aún lo entiende: todavía no confía en él, todavía duda.
—Sí —responde simplemente.
La puerta parece gruesa, de madera oscura, característica típica de una catedral. Kuroo tira de ella con ambas manos al principio, luego sisea y vuelve a intentar, pero solo con su brazo sano.
—Todo es verdad —dice Tsukishima, cortando camino hacia Kuroo por sobre las ruinas—. Todo es verdad: lo de Stanford —da un paso más cerca—, lo de Libra —un casquillo de bala se desliza por debajo de sus pies y cae con un ruido sordo entre las rocas—... incluso los problemas con el detector de mentiras.
—Bueno, ahora entiendo por qué —Kuroo acomoda su flequillo hacia atrás.
Tsukishima empuja una piedra que al parecer mantiene la puerta trabada y Kuroo logra quitarla entera de un solo movimiento. No le da las gracias, pero no parece ser necesario. Tras la puerta, hay escalones de madera intactos que conducen a un sótano.
Ambos hacen su pregunta en simultáneo:
—¿Cómo está tu brazo? —Tsukishima no se apresura a descender; primero comprueba qué tan resistente es la entrada.
—¿Planeas regresar a Estados Unidos? —Kuroo baja las escaleras, jugando con el juego de llaves que pidió prestado al obispo y con el sello del anillo, el cual también parece ser una especie de llave.
Ambos, a juzgar por el silencio, se quedan inmóviles. Tsukishima con su extraña demostración de afecto y Kuroo con lo que sea que signifique su pregunta.
—¿Mi brazo? Está bien —dice quien hoy apenas logró atarse los zapatos.
Por momentos puede arrojar personas como si fuesen gatitos y por momentos no puede levantar nada. Probablemente solo sea una cuestión de adrenalina e interés. Anoche la herida no pareció haberle molestado.
—¿Y tú qué? —grita desde el sótano.
El acantilado permite una vista panorámica del mar de Java. Por alguna razón, el sol elevándose lentamente sobre el agua no le resulta hipnótico. Entrecierra los ojos mirando el paisaje y parpadea una vez que los siente secos ¿Por qué Kuroo tiene tanta curiosidad?
Ah, sí.
Dios.
—Es lo más probable —responde Tsukishima— ¿Por qué preguntas?
—¡Oh, aquí está! —Exclama Kuroo—. Lo encontré. Bueno, en ese caso, pensaba en que podríamos intentar quizás... ¿Qué haya algo entre nosotros?
—¿Algo entre nosotros? —Repite Tsukishima—. O intentamos matarnos el uno al otro o... —y abre los brazos, dejando ver lo evidente.
Y sí, «o...»
Porque ya ni siquiera se trata del sexo.
El deseo de golpear a Kuroo Tetsurou va de la mano con el deseo de tener toda su atención. Aún recuerda el horror impregnado de una incontrolable e impredecible satisfacción por el hecho de que Kuroo siguiese sus huellas en la fábrica. En varias ocasiones nota que las pausas entre sus combates verbales están llenas de impaciencia y anticipación por nuevos enfrentamientos. También le recuerda a sí mismo, cansado de sus estúpidos comentarios, pero atento para rebatir de nuevo.
—¿De qué hablas? En mi opinión, tenemos una dinámica perfectamente saludable —Kuroo aparece con una caja de metal con el tamaño de un monitor cuadrado en una mano, y una botella de vino en la otra— ¿Puedes conducir tú? Me gustaría tomar un trago antes de regresar.
—¿Acaso la anciana no te dio como media caja de antibióticos antes de que nos fuéramos? —Tsukishima frunce el ceño. Kuroo suelta un chillido, como si recién lo recordara ¿Acaso es idiota?
Bueno, sí, ¿por qué pregunta?
—Estás cambiando el tema —Kuroo le apunta con la botella acusadoramente, sentándose sobre los restos del pedestal de piedra. Tiene la teoría de que fueron todos los chismes sobre su relación lo que los llevó a esa conversación. Según la información a pedazos que escuchó durante el tiroteo en el Citadel, Kuroo nunca fue particularmente monógamo. Aunque, por supuesto, Oikawa Tooru no parece ser alguien digno de confianza. Solo Dios sabe qué clase de relación solían tener esos dos— ¿Por qué te acostaste conmigo?
Y abre la botella con una —¿Es la misma? ¿O es una diferente a la de aquella vez? — navaja de bolsillo.
Pero Tsukishima le roba la botella a pesar de sus protestas indignadas y dice—. Suenas como una chica de dieciséis años, ¿lo has notado? —Pone los ojos en blanco y aparta el brazo de un tirón cuando Kuroo alcanza la botella— ¿Con qué frecuencia le preguntas a alguien «por qué te acostaste conmigo»?
—En realidad, esta es la primera vez —Kuroo sonríe. La respuesta choca con fuerza contra el pecho de Tsukishima, por lo que baja la mano que sostiene la botella—. Porque la respuesta suele ser obvia: soy un bombón.
Están sentados a solas en las ruinas de la antigua iglesia, mientras el cielo de la ciudad se aclara lentamente. Tsukishima mira el vino —viejo, polvoriento, francés— en su mano. La situación es casi romántica.
—¿Cómo imaginas que será? No me conoces en absoluto —Tsukishima suspira finalmente, mirando las vigas y las rocas cubiertas por un manto de cenizas negras—. Hasta hace dos días querías matarme.
Kuroo bufa—. Dame, quiero beber —y luego agrega—: ¿Se supone que debo imaginármelo? ¿No puedo simplemente ser un chico lindo al que le gusta otro chico lindo?
Tsukishima agarra la botella por el cuello y toma un trago largo.
—Me gusta que seas tan amargado como una tableta de aspirinas — ¿Qué es esto, un cumplido? —, también serio, e irritante. Porque tú, cuatro ojos, eres súper irritante.
Tsukishima lo mira con una expresión de « ¿Estás seguro de que no olvidas nada?» y bebe más vino. El vino en cuestión es rojo, semidulce.
—Tienes piernas increíblemente largas —continúa enumerando, mirándolo directamente, y Tsukishima prefiere seguir bebiendo, esperando a que termine para poder respirar sin el nudo en sus entrañas—. Tu alemán es fantásticamente erótico. Constantemente respondes mi mierda con más mierda, pero luego atas tu ego bien alto para que nadie pueda lastimarlo —Oh, bien, ahora lo está insultando—. Y a mí definitivamente —finalmente se levanta de la roca y seguramente su trasero esté cubierto de hollín—, definitivamente... —da unos pasos en dirección en Tsukishima— me enloquece todo eso. Estoy loco por ti.
Tsukishima lo mira de arriba abajo durante unos segundos: ¿Cuánta diferencia de altura tienen? ¿Dos o tres centímetros? Y luego dice—. A mi... —bueno, no hay razones para mentir ahora—... me gustas, pero no me gusta tomar decisiones sin pensar en las consecuencias.
Kuroo le desliza una mano por el abdomen, deteniéndose en su cinturón. El gesto resulta íntimo, pero no sexual. Le acaricia las costillas mientras dice—: Tu principal problema es que piensas demasiado.
Tsukishima se irrita— ¿Por qué tenemos que discutir esto ahora mismo? No estamos en una película de superhéroes, donde esta podría ser nuestra última conversación antes de morir.
—Escucha —el rostro de Kuroo se ilumina mientras dice—, pero si fuéramos superhéroes...
—No.
—Vamos, espera... —roba la botella y toma un sorbo a pesar del riesgo.
Tsukishima lo mira en silencio ¿Se supone que debe dejarlo conducir en ese estado? ¿O se perdió una de las reglas para sobrevivir en Yakarta? Es poco probable que alguien allí se preocupe por los conductores borrachos. Excepto él. No quiere estar en un auto conducido por un borracho y cansado Kuroo Tetsurou. Sería más fácil ir y acostarse a morir allí, a una docena de metros más adelante, en el cementerio de la iglesia. Ahí es donde suelen ser enterrados los miembros del clero, junto con algunos enemigos con nombres falsos.
Un pensamiento cruza por su mente y siente que se arrepentirá increíblemente de sus siguientes palabras. Fingiendo desesperadamente ser absorbido por el paisaje circundante, pregunta—: ¿Marvel o DC?
Kuroo parpadea sorprendido. Su mano se congela en el aire, con la botella a medio camino de su boca— ¿Qué?
—Te pregunté —repite Tsukishima— ¿Marvel o DC?
Por la noche, todos se reúnen en la casa principal: la casa de la Señora. Aunque Tsukishima sigue sin estar seguro de a qué se refieren con eso.
Terminan sin tener tiempo para un breve descanso diurno debido a los embotellamientos de tráfico típicos de Yakarta, por lo que ingresan al barrio, estacionan y suben la escalera guiados por dos mujeres vestidas con ropa tradicional.
El interior puede parecer estrecho al principio, pero la habitación es enorme.
Yaku está sentado en una de las sillas, Haiba está agachado a su lado —la única forma en que puede ser más bajo que él, evidentemente— preguntándole algo. Puede ver a Shirofuku, comiendo yogur y a Konoha al lado de una mujer desconocida con una coleta larga de cabello castaño claro. También ve a Yamamoto, el diácono de la Iglesia, Kai y a un chico que no ha conocido en persona, pero que recuerda por el archivo: Inuoka. Bokuto y Akaashi están sentados tranquilamente a la mesa. También logra reconocer al responsable de todos sus problemas habidos y por haber sentado en la esquina de la habitación: Daishou.
Nekomata y Naoi se giran a mirarlos una vez que entran.
—Y ahí están nuestros Romeo y Julieta —dice Konoha arrastrando las palabras, y Shirofuku comienza a reír con la boca llena de yogur.
Tsukishima sonríe con la sonrisa más educada en su arsenal de sonrisas de mierda y responde—: Entonces tú eres Mercucio.
Kuroo bufa. Shirofuku se ríe de nuevo.
—¿Qué le pasa a Mercucio? —le pregunta Konoha con sospecha.
Shirofuku, tragando el yogur y tomando otra cucharada, responde alegremente—. Nada, solo es el que muere primero.
Nekomata golpea silenciosamente su taza de té con una cuchara de plata fina. Todos se callan. En esa habitación, aparentemente la sala principal de la casa, se siente el pesado silencio de casi quince personas que de repente interrumpen sus conversaciones.
—Vamos a discutir —dice Nekomata en voz baja, sin embargo, su voz es audible en todos los rincones del cuarto— nuestro... problema de mañana.
Yaku pregunta primero— ¿Tenemos la ruta planificada de Washijou?
Akaashi le responde. Con su rostro pálido y cabello oscuro como la tinta, parece que ha dormido lo suficiente como para estar descansado durante los próximos años... aunque también parece no haber dormido ni un segundo en toda su vida. Deja con delicadeza su teléfono sobre la mesa y dice—: No tenemos una ruta específica, solo podemos hacer inferencias. Lo que sí sabemos con certeza es que saldrá volando de Soekarno-Hatta.
—¿Necesitamos un plan? —asume Kai, pasando una mano por su cabeza rapada. Ahí es cuando Tsukishima se da cuenta de algo inquietante: dejando de lado a Yaku, quien es el único herido, ninguno de los miembros del clérigo viste sotana—. Kuroo, los planes son lo tuyo, ¿no?
Kuroo camina lentamente alrededor de la mesa y, deteniéndose frente a un mapa a gran escala de la ciudad, se queda en silencio unos segundos, pensando.
Y luego dice—: Bueno, lo que puedo decirles es que... —y sonríe—... es hora de comenzar el juego.
—Bonita frase —dice Yaku, cortando el patetismo—, pero, ¿qué significa?
Kuroo, para nada herido por eso, simplemente se encoge de hombros y luego hace una mueca de dolor—. Es la hora...
—... de que terminemos con esta mierda —responde Bokuto de repente. Kuroo lo saluda simulando un saludo militar, con dos dedos junto a su frente.
—Eso es exactamente lo que quise decir con esa frase. Al diablo con los planes —dice de repente con dureza, y Bokuto sonríe—, al diablo con las estrategias complicadas. Tenemos una táctica ganadora ¿Sabes cuál es, Bokuto?
—Llegar... —anuncia Bokuto con una voz repentinamente dramática, y Tsukishima, habiéndose sentado a la mesa, lo mira con atención. Su voz es aterradoramente baja y clara cuando concluye—... y destruir.
Están parados en lados opuestos de la mesa, pero Tsukishima aun así logra sentir la tensión: cada vez que los mira, esta llega a sus dedos en forma de breves temblores.
—Exactamente —Kuroo apoya su mano sana en su cadera— ¿Por qué molestarnos en buscar los problemas si ellos vendrán a nosotros por su cuenta, directamente al aeropuerto?
—Y vendrán con todas sus fuerzas —Bokuto señala un punto en el mapa, al noroeste de Yakarta—, de esa forma no tendremos que andar buscándolos por toda la cuidad.
—Sí, y sabemos que son un montón.
—Y que todos vienen armados.
—Pero, ¿a quién le importa? —Kuroo agita una mano—. Para cada una de sus armas, nosotros tendremos preparado un arsenal.
—Vaya, tienes una confianza increíble en ti mismo —se burla Yaku, impresionado. Tsukishima lo mira: a pesar del tono ligeramente juguetón, no hay ni una nota de alegría en su voz.
En realidad, suena como si todo lo estuviera inquietando.
—Por supuesto, ¿por qué no debería tenerla? —le sonríe—. No vamos a seguir jugando al gato y al ratón con estos muchachos. Ya no más gritar, insultar y correr.
Bokuto refleja su sonrisa—. Estamos planeando acabar con ellos.
Tsukishima capta la expresión que Akaashi le dirige a Bokuto. Le encantaría decir que la cara de Akaashi refleja la suya, le encantaría decir que él también se siente un poco incómodo con todo eso, pero no ve nada por el estilo.
En la expresión de Akaashi, Tsukishima ve admiración.
—Será una sala de conciertos llena de gente...
—... y a nosotros nos encanta dar espectáculos.
—Oh, somos profesionales en eso —dice Bokuto, sonando como un depredador, como un pájaro carnívoro gigante preparado para agarrar a su presa con sus garras en pleno vuelo. Tsukishima se da cuenta por primera vez de lo anormalmente ambarinos que son sus ojos: inquietantes, amarillos, y apenas parpadean.
—Sí, de primer nivel —coincide Kuroo, y luego mira a Yaku— ¿Entiendes que solo tenemos una opción? Es atrapar o ser atrapado.
—No seas condescendiente —espeta Yaku.
Pero Kuroo continúa—. Ya no correremos —lo mira atentamente—. Ya no nos esconderemos.
—Lo único que nos queda es atacar —resume Bokuto—. Y si ellos llevan sus monstruos...
—Entonces nosotros llevaremos... —Kuroo sonríe—... a Yaku y a Bokuto.
—Son unos malditos imbéciles —sisea Yaku, pero Tsukishima se da cuenta de que se ve complacido.
Kuroo, habiendo convencido a su principal escéptico, se gira a mirar a todos los demás—. Iremos de frente.
Bokuto continúa—. No importa que intenten tomar precauciones contra una colisión directa.
—Ya no más planes perversamente inteligentes —Kuroo muestra los dientes en un gruñido.
Y ese gruñido no promete nada bueno para Washijou Tanji.
¿Están listos para el gran final? ¡Puede que sea un buen momento de terminar todo con una explosión!
Desde ya estoy corrigiendo el último capítulo porque es el TRIPLE de largo y, como dije, viene acompañado del epílogo, así que tendrán mucho para leer.
¿Teorías? ¿Algún plan perversamente inteligente? ¿Marvel o DC?
Me veo obligada a preguntar nuevamente: ¿Cuál es su canción favorita de Ariana Grande? ¡El siguiente capítulo será dedicado a quien acierte qué canción toca!
Nos leemos la semana que viene para el gran final, ¡besitos!
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