Capítulo 14
HEY HEY HEY
Vengo corriendo a publicar y vuelvo a irme porque tengo dos días para terminar de escribir el fic para el Omigiri Exchange y me faltan como 30k palabras. ¡Manden fuerzas!
La verdad no puedo creer que hayamos llegado hasta acá. Antes que nada, me gustaría comentarles de que la principal razón que me llevó a traducir este fic es justamente este capítulo. No les diré por qué, pero literalmente estoy dando saltitos esperando sus reacciones.
Como habrán notado, hoy nuevamente actualizo un miércoles. Resulta que he hecho una encuesta acerca del nuevo calendario de publicación y la democracia ha dictaminado que tendremos dos actualizaciones por semana. Si sacan cuentas, vamos a estar terminando a fines de Noviembre, justo a tiempo para la publicación del nuevo fic, ¡sigan sintonizados!
Como siempre, muchísimas gracias a mi beta NatalieNightray1997 por su arduo trabajo en este proyecto, no estaríamos acá si no fuese por su ayuda.
Bien, ahora necesito que me den bola porque esto es importante. En este capítulo habrán varias escenas intercaladas (¿Recuerdan el capítulo 3?) las cuales serán tipo flashback y estarán escritas en italic además de estar marcadas con los separadores. A su vez, también tendremos llamadas telefónicas que estarán en italic y un mensaje de texto escrito en italic y subrayado. Pero lo importante ocurre cerca del final; allí encontrarán citas a capítulos anteriores escritas en italic y marcadas entre comillas para no confundirlas.
Me debatí mucho entre si marcarlas con comillas o no, pero quiero que se note bien que son citas a capítulos anteriores, tenganlo en cuenta.
Sin más preámbulo, disfruten la lectura.
Esto es lo que sucede:
Se suponía que debían estar en el lugar a las cinco de la tarde. Solo les quedan veinte minutos, pero al tener a Bokuto al volante, hay posibilidades de que ni siquiera lleguen. La mitad de Yakarta aplaudiría.
—Gira a la derecha —Yaku apaga el cigarrillo contra el techo del auto y lo arroja a la carretera.
Los Black Brabus, casi un uniforme de trabajo de la Iglesia, actualmente están prohibidos: son la principal característica de identificación por la cual los perros del Cartel podrían reconocerlos desde lejos. Saeko se negó a prestarles uno de sus coches, por lo que tuvieron que encontrar algo lo suficientemente grande y rápido. Kuroo siente que llegó a Yakarta no para defender las placas estereoscópicas de las garras enemigas, sino para probar todos los servicios de alquiler de coches en la ciudad.
—Vuelve a girar a la derecha allí —parece una calle secada al sol justo en el límite entre el centro y los barrios marginales. El diseño es típico de las regiones más pobres: edificios apretados como papel moneda en un fajo de billetes, pero todos ellos adornados con letreros coloridos y fachadas brillantes.
Una salida tres semáforos más tarde los conduce a un estacionamiento frente a un edificio también aplastado entre sus vecinos. Este tiene un restaurante de aspecto tan estadounidense que Kuroo ni siquiera ha visto uno así en los Estados Unidos, solo en las películas.
—¿Estaremos aquí mucho tiempo? —pregunta Shirofuku, formal y distante mientras examina sus uñas.
Desde que hicieron volar la Torre Hamaima, ella, según Bokuto, solo sale de mala gana. También es comprensible. Kuroo se siente incómodo de seguir reteniéndolos a todos allí por más tiempo y cada tanto tiene que recordarse que ellos tienen sus propios intereses en el asunto. Bokuto gana mucho con su profesión suicida: lo suficiente como para que una persona normal quede boquiabierta y comience a contar cuántas vidas tendría que trabajar para acumular tal cantidad, lo suficiente como para pagar cualquier fianza y salir libre.
—Si no inician un tiroteo, saldremos en media hora —Yaku mete el borde gris de su vendaje dentro del yeso.
—No creo que lo hagan —dice Kai pacíficamente.
El estacionamiento está medio lleno. No es tan malo teniendo en cuenta de que es una jornada laboral a horas del almuerzo. Negociar con armas para respaldar sus argumentos en un lugar como ese atraería atención innecesaria. Y considerando su posición en la jerarquía de la ciudad, fatalmente innecesaria.
—¿Dónde estaba tu clarividencia cuando les enviamos una solicitud de amistad y los invitamos a dar un paseo a la caja fuerte de Washijou? —Kuroo pone una mano en la manija de la puerta, aunque Bokuto siga dando vueltas alrededor del estacionamiento buscando un lugar sombreado donde aparcar.
—Kuroo —Kai suspira con demasiado reproche, como un maestro que le ha estado enseñando a su alumno sobre el equilibrio espiritual durante cinco años y todavía no puede lograr que lo aprenda.
—¿Kuroo qué? Ni siquiera podemos estar seguros de que no estamos cayendo en una trampa.
Bokuto detiene el coche a la sombra de un letrero gigante acomodado en el techo del restaurante, dobla su enorme pecho hacia el volante, mira de reojo por la ventana delantera y se gira a mirar a Kuroo—. No, no veo a nadie —se rasca la nariz con sus nudillos—. Tampoco vi nada sospechoso mientras veníamos de camino.
—Siempre existe la posibilidad de que haya algo sospechoso dentro —dice Kuroo.
—Deja de entrar en pánico —Yaku abre la puerta y se gira a mirar por encima del techo del Volvo—. Todo eso es culpa tuya.
Y asiente con la cabeza hacia «eso», es decir, hacia el hombro herido de Kuroo. Casi no lo siente cuando está quieto, pero duele horriblemente si intenta moverlo.
—Uf, otra vez no... —Shirofuku pone los ojos en blanco, se inclina hacia adelante para examinar su reflejo en el espejo lateral y se arregla el cabello.
Ella se da la vuelta, hace estallar una burbuja de chicle rosa y con ese sonido también hace estallar la paciencia de Kuroo, pero él no lo demuestra.
—Esto —señala el edificio— es sospechoso. Y tus estadounidenses —señala en la misma dirección— también son sospechosos. Cuando los tipos que me robaron me llaman y me sugieren reunirnos para venderme la mierda que me robaron, suelo ir a otro lado.
Hablando de eso, Kuroo debería saludar a Ushijima, a quien robaron y luego llamaron para sugerir una reunión donde venderle la mierda que le robaron.
—Es posible que solo sea una simulación —dice Kai en voz baja—. Probablemente ya descubrieron que tienen una falsificación en sus manos.
—Sí, tienen a ese... analista especial o lo que sea, Sugawara creo. Él es el experto —comenta Bokuto—. Relájate, hermano —dice su frase usualmente tranquila sin su habitual ligereza, y se siente horrible.
Kuroo se baja la camiseta, tratando de esconder su arma, pero la tela verde delinea inequívocamente la silueta de la funda en su cadera. Shirofuku arroja un gran bolso de piel de cocodrilo sobre su hombro. Las pequeñas armas en su interior son más que suficientes para controlar varios pisos de la Torre Hamaima.
—Estoy relajado —Kuroo cierra la puerta del auto de golpe—. Prácticamente soy Buda, ¿no lo notas?
Kai pasa una mano por su cabeza rapada y suspira, como diciendo «espera, deja que me ponga un par de anteojos, saque un microscopio y observe eso con más cuidado».
—Solo no empieces a dispararle a todo el mundo desde la puerta, Buda —dice Shirofuku, caminando hasta salir de la sombra y poniéndose sus gafas de sol.
Estacionaron en la parte trasera del edificio, para llegar a la entrada principal necesitan caminar un poco. Shirofuku avanza unos pasos por delante, sus ojos permanecen ocultos por las gafas, pero sus cejas están fruncidas con tristeza.
—¿Qué le pasa? —Yaku le pregunta en voz baja. Abre un paquete de Marlboros para fumar uno antes de entrar, intenta sacar uno con los dientes, pero se congela en el acto, dejando que el filtro del cigarrillo a medio extraer se le caiga de la boca.
Bokuto cierra el auto con llave y las guarda en su bolsillo, caminando hacia la esquina. Se detiene un momento, balanceándose a medio paso, y luego dice—: Ya están adentro, al parecer enviaron al chico a alguna parte —frunce el ceño un poco, recordando, y luego especifica—. A Tsukishima.
Momentos después, todos están apiñados en una esquina, luciendo como espías que miran los males del mundo con binoculares desde detrás de los arbustos. Tsukishima, con su figura desgarbada y torpe, con una reluciente camisa blanca, se retira con urgencia del restaurante.
—Parece un poco ansioso —dice Bokuto, arrastrando las palabras.
—Luce bastante sospechoso, ¿no? —Shirofuku se burla.
—Esto no me gusta —confirma Yaku.
Kai es el único que no opina, pero se ve muy pensativo, como si estuviese procesando todo lo que han dicho ¿Luce inquieto? Sí ¿Luce sospechoso? Sí. Parece que tampoco le gusta mucho todo eso, y Kai raramente se equivoca en esa clase de situaciones.
—Bueno, ya lo veremos —sonríe Kuroo a medida que se aleja de la esquina.
—¿A dónde mierda se supone que vas con el brazo así? —Yaku gruñe. Luce como un duende luchador capaz de golpearlo en la cabeza con su olla de oro.
—A seguirlo —Kuroo tira de su camiseta hacia abajo nuevamente porque esta se levantó y reveló la pistola escondida tras su cinturón—. Y mi brazo está totalmente bien, mira.
Medio dobla su bíceps, esperando sinceramente que la herida no se abra de nuevo. En agradecimiento por casi un día entero de reposo, la lesión no comienza a sangrar.
—Solo vete —suspira Yaku—, pero te insto a que...
—¡Oh, no voy a molestarlo! —Kuroo lo ignora.
—Eso no es lo que quise decir —Yaku inclina la cabeza hacia un lado, cruzando los brazos sobre su pecho—. Solo no lo mates.
Kuroo se queda en silencio durante unos segundos y luego sonríe—. Eso no te lo puedo prometer.
Choca los cinco con Bokuto, le promete a Yaku que lo llamará una vez que termine y que lo mantendrá informado de lo que sea que ocurra. Pone su teléfono en vibrador y se va.
—Sus compañeros tampoco saben a dónde se escapó —la voz de Yaku suena distorsionada por la terrible señal.
—¿El chico bueno se está convirtiendo en delincuente? —Kuroo dice, buscando a Tsukishima por encima del tumulto de gente.
El autobús se acerca lentamente a la siguiente parada, la última del recorrido hasta dentro de unas horas. La carretera está cerrada debido a la boda de la que todas las estaciones de radio han hablado durante los últimos días. Imagina que los dioses estuvieron tratando de advertirle, pero no; él se tapó los oídos y se hizo el sordo ante las profecías de arriba. Así que ahora le toca sufrir.
Tsukishima está de pie junto a la puerta más lejana. En el camino hacen contacto visual un par de veces y Kuroo está seguro de que intentará esconderse tan pronto como el autobús se detenga. Tiene razón. Tsukishima salta a la acera y comienza a correr lo más rápido posible. Es alto y torpe, con piernas y brazos largos, y tiene cabello claro entre una aplastante cantidad de personas morenas; es difícil para una persona así perderse entre el grupo de civiles dispersos que caminan en dirección opuesta, pero más abajo por esa misma calle, la multitud se hace cada vez más grande.
—Esto es muy sospechoso —suspira Yaku, aleja el teléfono de su cara para gritarle algo a Lev y luego continúa—. Tráelo con vida.
Kuroo camina más rápido—. Ya veré qué hago.
—¡Kuroo!
—La señal es una mierda por aquí, luego te llamo —Kuroo corta la llamada sin mirar y guarda el teléfono en su bolsillo.
Hay tanta gente delante de él que, en un intento por evitar chocarse contra un cochecito de bebé, casi derriba a una pareja que camina en su dirección.
Cuando llegan a una curva hacia su derecha, entrar y salir de la multitud resulta casi imposible. Tsukishima desaparece detrás de dicha esquina y Kuroo comienza a correr, sintiéndose como un jugador de rugby que evita a los atacantes del equipo contrario. Pero detrás de esa esquina, le aguarda un desagradable descubrimiento.
Docenas, cientos de personas: una masa transpirada con ropas brillantes, teléfonos en mano, llenando de lado a lado la calle. Se sumerge en ese océano multicolor, apretando los dientes. Huele un perfume dulce a su derecha y tabaco por la izquierda. La cabeza rubia aparece brevemente a unos metros por delante y vuelve a desaparecer.
—Mira hacia dónde te diriges —murmura. Los ojos grises de Yaku brillan con reproche en su cabeza, pero aparte de eso, su mente está en blanco.
El tráfico lo lleva a una valla de protección, Tsukishima sigue alejándose.
¿Qué le ocurre? ¿A dónde va? Kuroo chequea su arma. En su pecho retumba algo primordial: no es el instinto que hizo que los neandertales atacaran a los animales, sino algo que insta a los depredadores a tomar a su presa por la garganta. Perseguido por ese mismo instinto, empuja a una mujer por los hombros y sigue avanzando.
En la esquina más alejada, la multitud comienza a celebrar. Pisando un helado derretido en el asfalto, Kuroo observa la procesión nupcial avanzando por la calle y luego a Tsukishima. Y no es producto de su imaginación la expresión concentrada y casi asustada en su rostro. Kuroo sonríe y se muerde el labio inferior con uno de sus caninos.
—Sabes que te alcanzaré —susurra.
El sol sale por detrás de una nube y entrecierra los ojos. Ahora todo se ve muy brillante: los teléfonos, las cámaras, los anteojos de sol e incluso el capó reluciente de la limusina blanca.
La ola de simpatizantes choca contra Tsukishima como un muro. Se queda sin paso a solo unos metros de distancia, Kuroo puede verlo claramente. Solo un poco más y su objetivo (su presa) estará a su alcance y podrá agarrar su manga (morder su garganta). Se pone de costado para pasar entre unas colegialas que chillan, empuja a un chico que casi le derrama gaseosa encima, se agacha bajo un palo de selfie perteneciente a una pareja enamorada, evita a algunos turistas más y agarra la camisa de Tsukishima. Por seguridad, lo suelta y lo vuelve a agarrar, esta vez por la cintura.
Puede sentir el calor de su piel junto a su temblorosa y entrecortada respiración. Tsukishima se queda quieto.
—Te dije que te alcanzaría —suspira Kuroo contra su cuello húmedo y sonríe.
—Yo no escuché nada —sisea Tsukishima en respuesta y lo golpea con el codo.
Sí, lo golpea, pero el golpe es tan simple y evidente que Kuroo lo aprieta aún más justo a tiempo.
—Piensa en algo mejor —se ríe en su oído.
La multitud aplaude, las chicas gorjean alegremente, alguien cerca de ellos salta y lo golpea con una mano antes de disculparse.
—Suéltame —la voz de Tsukishima no tiembla, lo cual es decepcionante.
—No sé qué es lo que quiero más —dice Kuroo con sinceridad—: si follarte o dispararte.
—¿No hay más opciones? —se burla y resopla burlonamente, pero se calla cuando Kuroo arrastra su mano abierta por su cintura hasta su cinturón.
¿A dónde quedó esa valentía?
—Bueno, se supone que debo llevarte con vida —susurra, casi meditativo.
Su oído está tan cerca que podría lamerlo o morderlo. Podría agarrar su lóbulo con los labios y trazarlo con la lengua.
O podría sacar su arma y dispararle a quemarropa.
Aunque en medio de una multitud, un hombre volándole los sesos a otro es muy llamativo. Casi tanto como un hombre lamiéndole la oreja a otro.
—Tus chicos no saben a dónde te has ido —dice, arrastrando las palabras—. Están preocupados, ¿sabes?
—Estoy conmovido —responde Tsukishima—, pero dudo mucho de que te hayan enviado específicamente a ti para llevarme de vuelta.
Lo siguiente que sabe Kuroo es que tiene la mandíbula terriblemente adolorida.
Tsukishima se escapa de su agarre, y la parte posterior de su cabeza, con la que acaba de golpearlo con todas sus fuerzas, desaparece rápidamente entre la multitud.
¿Qué podría ser peor que casi atraparlo y dejarlo ir?
Kuroo se mueve, empujando a la gente con su brazo bueno. Ya no le importa a quién empuja y a quién derriba. Tsukishima corre unos metros por delante de él, girándose a verlo cada unos pocos pasos, a veces perdiéndose entre el tumulto de gente, a veces reapareciendo nuevamente entre el mar de cabezas. Lo persigue tan rápido como puede, como un animal siguiendo el olor de la sangre.
Hasta que de repente lo pierde. Su cerebro procesa a mil por hora: comienza a mirar de un lado a otro, en busca de algún terreno más alto. Se abre paso hacia el porche de una tienda y sube un par de escalones, justo a tiempo para ver a Tsukishima girar a la derecha. Salta por encima de una barandilla y casi se tuerce el tobillo, pero no deja de moverse.
Yaku lo dejó ir con dos condiciones: «no lo mates, ni lo folles». Posiblemente rompa ambas. Quizás al mismo tiempo.
Hay algunas personas con ellos en el estrecho callejón, pero una vez que giran en la siguiente curva, el número de civiles disminuye. Estira el cuello hacia arriba y salta para alcanzar a ver a Tsukishima desaparecer tras una esquina. La multitud se deshace, su pulso late en sus oídos. Respira con dificultad, más por impaciencia que por esfuerzo.
—¿Por qué huyes? —Se ríe a carcajadas— ¡Pensé que teníamos algo especial!
Un pensamiento toma forma en su cabeza: es de hace unos cinco días, cuando Tsukishima Kei estiraba sus labios en una sonrisa burlona, o se alejaba santurronamente. De cuando quería besarlo y molestarlo. De cuando «algo especial» sonaba más como una broma sobre sus rechazos y no sobre sus intentos de matarlo.
—¡Pensé que sentías algo por mí! —y su propia risa le suena cruel.
Un intento más. Esta calle es más larga, allí podría detenerse, apuntar y dispararle directamente en la pierna para luego caminar con lentitud y tener una conversación de corazón a corazón.
Algo como «Es malo huir y no informarle a tus superiores a dónde vas, ¿sabes?», o como «Me dolió que me dejes morir cuando estaba listo para saltar de un rascacielos y convertirme en un panqueque por ti», también «Es hora de que elijas en dónde quieres el tiro», además de «Quiero follarte aquí y ahora, ¿sabes?».
Pero decide acelerar. Tsukishima no es un atleta; es delgado como un palo, sus huesos casi sobresalen de su piel, con poco y nada de músculo ¿Cómo demonios se las arregló para estar en el Servicio Secreto?
Kuroo salta sobre un bote de basura derribado.
Ahora solo hay unos pocos metros de distancia entre ellos. Realmente no le es un desafío alcanzarlo. Ni siquiera necesita hacer un sprint y tirarlo al suelo, aunque tampoco es mala idea.
—¡Quieto! —ordena, agarrando el brazo de Tsukishima, tirándolo hacia él—. Tienes la encantadora costumbre de huir de mí.
Tsukishima se da la vuelta y lo golpea en la muñeca. Se tambalea hacia atrás y casi se da la vuelta para seguir corriendo, pero Kuroo empuja su hombro contra la pared y lo toma por la camisa.
—Nuestro último encuentro fue igual.
La tela está húmeda. Los ojos de Tsukishima están muy abiertos, sus mejillas están rojas y sus labios se ven secos. Respira rápidamente, el aire caliente golpea contra su rostro.
—¿A dónde se supone que escapabas así? —Pregunta gentilmente—. Dime.
—¿Crees que es asunto tuyo?
Tsukishima aprieta sus labios en una delgada línea, entrecierra los ojos con enojo y agarra la muñeca de Kuroo con fuerza. Ni siquiera es capaz de infringir dolor.
—Tienes que tener cuidado con la gente que estaría feliz de dispararte —dice Kuroo.
—Oh, pero pensé que yo te gustaba —Tsukishima levanta una ceja con una expresión de «¡Qué triste!» y pone una cara fea, como diciendo «¿Qué pudo haber causado que cambiaras de opinión?»
Kuroo lo sacude con fuerza, lo suficientemente fuerte como para golpear la cabeza de Tsukishima contra la pared de ladrillos, y le sonríe como si dijera «Sí, muy gracioso, bastardo».
Pero no me hace gracia, hijo de puta.
—Así era —dice Kuroo arrastrando las palabras, tratando de contener su ira—, pero luego pasaron cosas. Aunque ya lo hemos charlado y llegamos a la conclusión de que no te arrepientes ni un poco.
A juzgar por el rostro de Tsukishima, por su sonrisa caída y las arrugas alrededor de sus ojos, quiere decir algo más, pero su boca escupe—: Todavía no me arrepiento —hace una pausa y pregunta— ¿Seguirás apretándome contra la pared?
—Podría follarte contra la pared —se burla Kuroo.
Los ojos marrones de Tsukishima se abren con sorpresa por un segundo y luego se entrecierran con sospecha— ¿No era que ya no te gustaba?
—Te follaría y luego te dispararía —aclara.
La frase «tal vez al mismo tiempo» vuelve a meterse en su cabeza en el peor momento posible, y su imaginación le muestra imágenes vívidas de Tsukishima, acorralado en una esquina, deslizando su lengua alrededor del cañón de su arma antes de metérsela en la boca, sin despegar sus ojos de él.
Intenta sacar esa imagen de su cabeza, pero...
—No creo que tengas las agallas.
... pero Tsukishima no colabora ni un poco.
¿Ah no?
Kuroo presiona sus labios contra la sonriente boca de Tsukishima, y este gime, echando la cabeza hacia atrás contra la pared. No lo empuja, al contrario; pone sus brazos alrededor de su cuello y lo abraza contra su cuerpo con todas sus fuerzas. Kuroo se ve obligado a soltar su camisa para presionarlo aún más contra la pared. Tiene los reflejos embotados, la mecánica inconsciente de «menos charla y más acción» hace que pierda la razón.
Pone una mano en la mejilla de Tsukishima, delineando su pómulo con el pulgar, levantando su barbilla para romper el beso. Ay, trata de pensar, follar en un callejón es una idea terrible.
Aunque en realidad, cualquier idea que no incluya el tomarlo del cuello y llevarlo de regreso es terrible.
Tsukishima observa su movimiento con ojos frenéticos y salvajes, pero levanta las cejas de manera deliberadamente sarcástica, como presumiendo. Traza los hombros de Kuroo con sus manos, las baja lentamente hasta sus codos, las desliza por debajo de sus brazos y delinea sus costillas, mirándolo —Vaya, qué halagador— como si quisiera seguir.
Kuroo manda todos sus pensamientos a la mierda, ya sea internamente o en voz alta, y lo besa como si quisiera devorarlo. Muerde sus labios y saborea su lengua, arrastra su nariz a lo largo de su mejilla, chupa la piel por encima de su pulso y lame su cuello. Tsukishima desliza sus manos a lo largo de los omóplatos de Kuroo, acariciando su columna...
Y Kuroo se las arregla para alejarse a tiempo, justo antes de que la boca de su propia pistola se presione contra su estómago.
—Bastardo —no se ríe nerviosamente, pero casi. Tsukishima lo apunta, quitando el seguro de la pistola y enderezando sus gafas, muy similares a las que tenía antes, pero todavía diferentes.
—Eres demasiado vulgar —se lame los labios, húmedos por la boca de Kuroo, alisa su camisa, también arrugada por las manos de Kuroo, y no baja el arma, también de Kuroo.
—Me quitaste las palabras de la boca —sisea, porque realmente no tiene nada más para acotar.
Tsukishima lo rodea, lentamente, sin apartar sus ojos, como si estuviera pensando en que Kuroo hará algo en cualquier momento. Y no está muy equivocado.
—Vete, o disparo —asiente en la dirección por donde vinieron.
—Oh sí, como si tuvieras las agallas —Kuroo espeta burlonamente, indicando su propio hombro herido con la barbilla.
—No te lo tomes como algo personal.
—La próxima vez te volaré los sesos.
—Lo intentarás —le corrige Tsukishima, y luego asiente con la cabeza—. Sí, lo sé.
Camina hacia adelante, todavía mirándolo, Kuroo da un paso hacia atrás obedientemente. Caminan hacia extremos opuestos de la calle, y de repente, Tsukishima comienza a correr sin decir una palabra más.
—Dios, maldita sea —dice Kuroo y saca el teléfono de su bolsillo. Yaku contesta luego de tres tonos—. Dejé que se me escapara.
De nuevo.
—Hablando de malas noticias —responde Yaku—. Regresa, tenemos algo que discutir.
—Todos se ven como la mierda —dice Kuroo, que se ve aún peor, en lugar de saludar. Se apretuja en la mesa junto a las rodillas de Yaku, sobre el sofá rojo, tapizado con cuero falso en mal estado.
—Dios, no seas bruto —gruñe Yaku, luego de que Kuroo pisara específicamente su pie.
Los estadounidenses lo miran desde el otro lado de la mesa: la líder, el ayudante, el chico con la extremidad lesionada y Pecas. Están casi completos, solo falta la pequeña rubia.
—Vamos, linda, acércate —a pesar de decir «linda», Kuroo le habla a Shirofuku.
En lugar de Shirofuku, quien está sentada al borde del pequeño sofá, es Bokuto quien se mueve, arrastrando a Kai y Yaku con él.
—Bueno, ¿cómo te fue? —pregunta Bokuto, haciendo su papel de buen amigo, ignorando que Kuroo está robando las papas de su plato mientras mira el menú.
Shirofuku observa todo con un solo ojos, clavando una cuchara larga en un tazón de helado, el chico lesionado sorbe gaseosa ruidosamente y todos los demás lucen tan serios que parecen estar en plena cumbre del G-20. A diferencia de Kuroo, que al robar comida solo logró que le diera más hambre.
—¿Y qué pasó? —Arquea una ceja, examina las imágenes de hamburguesas en el menú, mira la cara ilegible de su jefe, gira la cabeza y mira al resto del grupo— ¿Siguen sin descubrir adónde se fue?
Se da a sí mismo la puntuación más alta por impasibilidad, pero es en vano. Yaku aún lo mira con sospecha, pero no dice nada. Eso o se sometió a una cirugía de cerebro en la parte responsable de tolerar sus tonterías durante el rato que no estuvo. También puede que esté enterado de algo que él no.
Antes de entrar, examinó su reflejo en la ventana lateral de un Renault verde y trató de ponerse presentable, pero está seguro de que Yaku de todas maneras notó que en la última media hora casi rompió sus dos reglas. Sus labios se sienten extraños por la saliva seca de otra persona sobre ellos. Los lame y vuelve a mirar hacia arriba.
—No tenemos idea —enfatiza Shimizu. Al parecer, uno de sus planes está a punto de fracasar rotundamente, pero Kuroo no siente ninguna simpatía por ella.
Se gira a mirar a la camarera—. Quiero esto con el pavo —señala—, con pimienta extra. Y sí —le dice a Shimizu—, yo también huiría de ustedes.
—Kuroo —Yaku quiere patearlo, pero a juzgar por el alboroto, le erra y sin querer patea a Bokuto, iniciando una pelea.
—No creo que esto sea relevante para nuestra reunión —el agente del lunar entrecierra los ojos.
Kuroo coincide, es muy probable que escapase porque esto es demasiado para él. Sonríe impasible y apoya la barbilla en sus manos, aunque por dentro está enloquecido de tal manera que le resulta difícil mantener la calma. Malditos sean los estadounidenses, malditos sean el Servicio Secreto y sus estúpidas órdenes, maldito sea el tiro en su hombro, maldito sea Tsukishima Kei.
Dios, ¿cómo pudo quedarse atrapado en eso? Centra su atención en los volados blancos de los delantales de las camareras para distraerse.
Ese idiota...
Y luego centra su atención a los saleros medio vacíos en medio de la mesa.
—¿Tsukishima mencionó algo?
Imagina su boca y... se recuesta contra el suave sofá, el cuero sintético cruje debajo de él.
—No —y en realidad no está siendo hipócrita. Tsukishima dijo muchas cosas, pero nada que pueda mencionar en ese momento.
Pensará en eso más tarde, quizás también se masturbe esa noche. Gracias a Dios no le disparó en el brazo derecho.
—¿Ustedes descubrieron algo? —pregunta.
—Nada útil —responde Yaku de inmediato.
—Solo necesitamos ampliar perspectiva —el simpático agente superior sonríe suavemente—. Tenemos que descubrir qué es lo que no estamos viendo.
—A juzgar por el comportamiento del Cartel, ellos no son los responsables de las falsificaciones —dice Yaku, con una voz que podría aguar cualquier Carnaval de Río.
—Okey —Kuroo asiente alentadoramente—. Eso ya lo sabemos, ¿qué más?
—Nosotros éramos los siguientes sospechosos —el agente superior pone las manos sobre la mesa.
—Pero no fuimos nosotros —interviene el pelirrojo.
—Las placas también estuvieron en manos de la pandilla japonesa —comenta Shimizu.
—Aquí están... los encontré —dice Yamaguchi.
Tsukishima se inclina sobre su hombro, observando las líneas de texto en la pantalla y leyendo en voz alta con voz tranquila. Luego dice—: ¡Agente Sugawara! ¡Usted tenía razón!
—Tengo razón en muchas cosas —dice Sugawara pensativamente, entrando a la habitación sin despegar la vista de los papeles en sus manos— ¿En qué tengo razón esta vez?
—La pandilla japonesa de Bojong —Tsukishima se gira a mirarlo. Sugawara le devuelve la mirada—... los encontramos.
—¿Cómo nos encontraste? —pregunta el líder con brusquedad, sin apartar los ojos ni el arma de Sugawara, quien simplemente sonríe levantando lentamente sus manos. Está desarmado.
Los japoneses se esconden en una ubicación estratégicamente prudente, si se tiene en cuenta el equilibrio de poder en Yakarta y el hecho de que ahora están bajo el ala del Cartel: están en una de las regiones más densamente pobladas de la cuidad. Si quisieran encontrarlos, tendrían que buscar durante mucho tiempo.
Sugawara solo tardó dos días y quince minutos.
—Vete —sugiere el líder del grupo de Bojong casi pacíficamente—. No queremos tener ningún problema contigo, seas quien seas.
«Ah, ya veo», piensa Sugawara, «entonces están fuera de la búsqueda».
Y da un paso justo en dirección a la pistola.
—Baja el arma —dice cortés, pero insistentemente—. Mejor charlemos... teniente Sawamura.
—Su comportamiento en el hotel me pareció extraño para ser una pandilla callejera —admite Sugawara honestamente, recostándose en el sofá. Subieron a un apartamento sobre un garaje, ahora es Sawamura quien está de pie, apoyado contra un sillón frente a él—. Parecían más militares que otra cosa. Mis analistas se confundieron al notar que el delincuente convicto Akihiko Kunio era prácticamente idéntico al teniente menor del Departamento de Policía de Tokio, Nishinoya Yuu —suspira—. Luego de eso, fue fácil encontrar las identidades de los oficiales Kageyama Tobio y Azumane Asahi. Por no hablar de ti y de tus muchos reconocimientos, Sawamura-san.
—Nuestros superiores en Tokio no nos informaron acerca de que alguien había solicitado nuestra información —Sawamura frunce el ceño, cruzando sus fuertes brazos frente a su pecho—. Se supone que nuestra operación es secreta.
—La nuestra también. Creo que es por eso que decidieron elegirnos como blanco —Sugawara sigue manteniendo contacto visual con el teniente—. Ya les dijimos que solo nos interesa proteger nuestra moneda. Las placas estereoscópicas de Ukai Ikkei imprimen dólares, no yenes. Así que, ¿qué hacen aquí en Yakarta, Sawamura-san?
—Esa información es confidencial —espeta.
Sugawara sonríe y levanta una ceja—. Bueno, creí que estábamos siendo sinceros. No voy a exponerlos, por eso vine solo en lugar de traer a todo mi equipo —suspira—. Escuche, teniente... Terminamos en una situación complicada, especialmente luego de que usted —su expresión se vuelve más severa— irrumpiera en nuestra suite, tomara como rehén a un agente estadounidense y robara las estereoplacas.
—Luego de que ustedes se las robaran a la Tríada.
—La Tríada es un problema local, no tiene nada que ver con las relaciones entre Estados Unidos y Japón —señala Sugawara. Sawamura frunce el ceño con más fuerza—. No entiendo por qué son tan hostiles con nosotros. Si necesitaran las placas, ya habrían salido del país con ellas, pero se las dieron al Cartel.
Sugawara extiende los brazos en un gesto de imploración—. Nuestro objetivo es evitar la impresión de dólares falsos. Queremos sacar las placas de circulación y, con suerte, atrapar a Ukai Ikkei.
Luego de una pausa, pregunta— ¿Y ustedes?
Sawamura le sostiene la mirada durante unos segundos, su expresión no cambia. Luego aparta la mirada, suspira y se frota el puente de la nariz. Entonces Sugawara comprende que ha ganado esta batalla—. Estamos aquí por Washijou Tanji.
—¿Por el Cartel?
—Por Washijou —enfatiza Sawamura—, y por su expansión más allá de las fronteras de Indonesia.
—¿Planean arrestarlo?
—Amenaza la seguridad de nuestro país —explica Sawamura sin perder su aura de autoridad—. Nuestros superiores se niegan a permitir que eso suceda.
La pose de Sugawara aún luce relajada, pero su rostro ahora está serio—. Explíquese, teniente.
Sawamura lo mira en silencio un momento. Su mirada es tensa, ponderada, sus ojos son casi negros. Sugawara conoce a esa clase de agentes: a diferencia de él, actúan de acuerdo con la situación, casi intuitivamente. Les gusta planificar todo con anticipación antes de dar un solo paso. El que robaran tal cantidad de dinero bajo su responsabilidad tiene que haber sido un golpe muy bajo. Ese tipo de personas no perdonan sus propios errores.
Ese tipo de personas no están hechas para Yakarta.
—A principios del 2014, nuestra inteligencia nacional descubrió actividades ilícitas de varios clanes yakuza al sur del país. Según informaron, el equilibrio de poder dentro del mercado nacional de narcóticos y armas de Japón estaba cambiando: varios proveedores importantes desaparecieron y otros nuevos los reemplazaron. En solo dos años monopolizaron todo el tráfico entrante de heroína y cocaína y empezaron a controlar el contrabando marítimo procedente de América Latina. Y todos —suspira pesadamente— son proveedores del Cartel del Amanecer.
—Así que el Cartel comenzó a expandirse a Japón —dice Sugawara—, y por lo que veo, lo han hecho a la fuerza. A este ritmo, si logran establecer una base en las islas, no tardarán más de cinco años en controlar gran parte del mercado nacional.
—Tenemos nuestra propia forma de lidiar con delincuentes, pero el Cartel del Amanecer es otra cosa. El sur del país podría verse envuelto en guerras de clanes si logran afianzarse en el mercado de armas y comienzan a conquistar territorio. Aparte de que, antes de venir a Indonesia, Washijou Tanji inició su carrera criminal en Japón.
—Así que sus superiores decidieron que...
—Sí —Sawamura asiente—, para eso nos enviaron aquí. Teníamos que trabajar con los policías de Yakarta que aún no hubiesen sido comprados por el Cartel, lo que resultó imposible, y ayudarlos a arrestar a Washijou, conseguir su extradición o... —pero se calla un momento, y luego continúa—. Tuvimos mucha suerte de que Ukai apareciera y dejara las placas en el mercado. Primero, porque el Cartel comenzó a actuar de manera descuidada, y segundo, porque tuvimos la oportunidad de entrar. No reclutan recién llegados muy a menudo, pero tienen preferencia por japoneses étnicos con habilidades sobresalientes, especialmente por las pequeñas bandas criminales. Nos fundimos en el conglomerado, envolvimos como regalo las estereoplacas para ellos y nos aceptaron.
Inclina levemente la cabeza, en una señal de súplica o respeto, pero el gesto termina siendo prácticamente amenazador—. Por favor, no se interpongan en nuestro camino.
—Eso es lo que me dijo —Sugawara se frota los ojos con ambas manos. Shimizu le alcanza una toalla. Están en otra suite de hotel sin aire acondicionado ¿Cuántas veces han cambiado de hotel en los últimos días? Ya perdió la cuenta—. Entiendo la primera parte de su plan, lo de estar en buenos términos con el Cartel y reunir evidencia... pero, ¿qué planean hacer luego? No contestó cuando le pregunté.
—Como mínimo necesitan que Washijou pise territorio de la embajada japonesa —dice Shimizu—. Solo entonces podrán detenerlo por sus crímenes. Japón e Indonesia no tienen acuerdo de extradición.
—Y para llevar a Washijou a territorio de la embajada necesitan transportarlo ellos mismos, muy probablemente en contra de su voluntad, ¿cómo lo lograrán solo cinco oficiales cuando Washijou siempre está rodeado por un destacamento de seguridad, sin contar a Tendou Satori y Ushijima Wakatoshi?
—No me lo puedo imaginar —responde honestamente Shimizu, frotándose las sienes con los dedos—, ¿dijo algo más?
—Solicité su cooperación. Le expliqué sobre la operación en la Torre Hamaima y aceptó ayudarnos mutuamente, pero se negó a unir fuerzas; es demasiado riesgo para su fachada. Aunque prometió compartir cualquier información importante con nosotros. Espero que eso nos sea de alguna ayuda.
—Todas las alianzas son útiles —dice Shimizu—, siempre que sepas cómo utilizarlas.
Y resulta que tiene razón.
Porque solo dos días después, el teléfono de Sugawara recibe un mensaje de texto.
«La Iglesia de Lascano convocó una reunión con Ushijima Wakatoshi para conversar. Nosotros iremos con ellos. Viernes, a las seis, en la fábrica de automóviles abandonada al suroeste de la ciudad».
Y un día después, cuando Sugawara descubre que las placas son falsas, Sawamura le asegura que ellos no tocaron nada, y el Servicio Secreto le cree.
Lo que significa que fueron cambiadas en otro momento.
Entonces Shimizu contacta a la Iglesia.
—Pero tampoco fueron ellos —concluye la agente—. Tenemos nuestras fuentes.
Kuroo intenta seguir el hilo de la historia. Algo capta, pero no está del todo claro de a dónde se dirige la conversación, aunque lo que sigue es obvio.
—Entonces pensamos que fue la Tríada —Bokuto se rasca el cuello—, pero es improbable.
Yaku repite, más por los estadounidenses que por Kuroo—. Nuestras fuentes —nada en el mundo podría hacer que Kuroo admitiera que Daishou es, de hecho, dicha fuente— confirmaron que no son falsificaciones chinas.
Sin embargo, no puede evitar reírse tras su puño. Jesús, Yaku— ¿Falsificación china? —Qué interesante juego de palabras.
—¿Y entonces? —Kuroo mira fijamente hacia la puerta de la cocina, su comida aún no está lista—. Ya no nos quedan peces gordos de los cuales sospechar, así que alguien está mintiendo.
—O... —Shimizu apoya su barbilla contra su puño y mira con atención, por alguna razón, directamente a Kuroo.
Sin embargo, ella sola debe entender el chiste, porque Kuroo no tiene ni puta idea de lo que piensa.
—Tiene que haber sido alguien que haya pasado tiempo suficiente a solas con las estereoplacas como para cambiarlas por las falsas.
—No se nos ocurre nadie —Sugawara levanta las manos con frustración—. O ustedes tienen un traidor —señala a los agentes de la Iglesia—, o los japoneses tienen uno, o la Tríada, o incluso el Cartel, aunque con su nivel de seguridad...
—O nosotros —dice cuidadosamente Shimizu.
—O nosotros... pero no tenemos a nadie que... —y el tono de voz de Sugawara cambia, y también se gira a mirar a Kuroo.
—¿Qué? —Kuroo espeta, sintiendo cómo la tensión se acumula en el aire— ¡¿Qué pasa?!
—La única persona que ha pasado varias horas a solas con las placas estereoscópicas al otro lado de la cuidad —dice Shimizu— es...
«Llegar allí de manera que ni la gente de la Iglesia ni los perseguidores del Cartel lo siguiesen fue un desafío en sí mismo: no está acostumbrado a ese ritmo de trabajo en el que un bicho raro te puede disparar desde cualquier esquina en cualquier momento. Y a juzgar por las estadísticas, toda la ciudad está repleta de bichos raros».
«—Seguí todas las instrucciones —dice con voz de burócrata mientras se arregla las gafas—, y las instrucciones indican claramente que abrir la maleta nuevamente solo está permitido en condiciones completamente seguras, señor».
«—Dije que realicé la inspección preliminar del contenido. Las placas están adentro».
«No importa cuán molesto sea el de cabello horrendo, volvió a adivinar: todos los participantes en esta operación fueron reclutados de la base más cercana a Indonesia como una cuestión de urgencia».
«—... Lo estudié en la universidad, pero nunca lo necesité hasta ahora. Nunca había salido de los Estados Unidos por razones laborales».
«Nunca fueron muy unidos en la Academia, aunque ingresaron al mismo tiempo. Pero realmente no hablaba con la mayoría de las personas allí...»
«—Revisé tu expediente. Miami, 27 de septiembre, de Libra —hace una pausa y luego agrega con leve indiferencia—: Problemas con el detector de mentiras al ingresar al Servicio...»
«Resultados de puntería: seis sobre diez. Resultados en el entrenamiento de fuerza: lo mínimo requerido. Resultado personal en el examen grupal: la calificación más baja requerida para aprobar. Formación complementaria en trabajo de campo: ninguna. Habilidades en artes marciales complementarias: ninguna».
«Y él lo sabe. Sabe todo eso e incluso más: sabe qué es lo que Sugawara le ordenó, sabe cuál es su papel en esa ciudad».
«Sabe qué es lo que quiere. También sabe qué es lo que hará».
¿Querían respuestas? Ahí tienen respuestas.
Cuando leí por primera vez este capítulo me tomó muy por sorpresa el plot twist, tanto que me pasé todo el día en piloto automático recalculando mi existencia jaja
¿Alguien se lo vio venir? Si lo piensan, todas las señales siempre estuvieron ahí. Una vez que me puse a traducir me encontré con la complicada tarea de dejar las pistas pero no hacerlas obvias. Ya sabiendo la verdad no pude evitar sentir que era muy obvio todo jaja
¿Debería preguntarles por sus teorías ahora que ya saben la verdad?
Creo que eso es todo por hoy. Sigan gritando en los comentarios, me encanta leerlos.
Nos vemos el lunes que viene, ¡besitos!
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