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Capítulo 13

HEY HEY HEY

Hoy les traigo un capítulo especialmente largo, ¿están listos?

No puedo creer que ya estemos en Noviembre, eso significa que nos falta NADA para terminar este fic. La buena noticia es que ya comencé con la nueva traducción así que tendrán con qué entretenerse en estas fiestas.

¡En fin! Este capítulo también tiene art incluído y lo voy a estar citando en mi tw por si quieren ir a chusmearlo.

Como siempre, muchísimas gracias a mi beta NatalieNightray1997 por todo su laburo durante estos meses ¡Pasen por su perfil a leer sus fics!

Para hoy solo me queda decir que no tenemos comunicaciones por radio, solo una llamada telefónica la cual estará escrita en italic, y también tenemos un mensaje de texto el cual estará escrito en italic y subrayado.

Dicho esto, disfruten el capítulo.

—Desobedeciste órdenes.

¡Oh, por favor!

—Robaste mi auto.

Lo tomé prestado, no lo robé.

—Te dispararon.

Bueno, está bien, todos cometemos errores.

—Comenzaste una persecución con la policía en plena ruta.

Jaja, qué cosas, ¿no?

—Rayaste mi auto.

Ahora estás siendo quisquilloso.

—¡Y todo eso ni siquiera un par de horas después de ser liberado por el Cartel! Por favor, explícame, solo explícame... —Yaku desesperadamente extiende su palma y agita la mano— ¿Cómo mierda se te pasó eso por la cabeza? ¿Con qué parte del cuerpo piensas cuando se te ocurre tirar todo a la mierda?

Kuroo hace pucheros y se encoje. Yaku está de pie junto a él como una madre cuyo hijo adolescente se escapó de casa y fue devuelto al día siguiente por la policía; al menos, el tono de voz que usa es bastante acertado.

La médica, una anciana paquistaní a la que había visitado unas horas antes de la redada, lo mira con escepticismo y niega con la cabeza. Su asistente, una joven y bonita niña indonesia, corre de un lado a otro por la espaciosa habitación trayendo toallas, vendas y pinzas. Kuroo le guiña un ojo (porque al menos esta vez no lo terminó teniendo hinchado) y ella se sonroja.

—¡No me ignores! —Yaku le da una patada en la espinilla con fuerza.

—¡Ay! ¿Estás loco? —Kuroo abraza su rodilla contra su pecho, pero eso no parece gustarles a sus costillas— ¡Aaaaay...! ¡Doc., sáquelo de aquí! ¡Está interfiriendo con mi recuperación!

—¿Te llevaste mi puto coche sin preguntar y yo soy el loco?

—¡Yo soy la víctima! ¡La víctima! ¡Así que deja de gritarme!

—¡Deja de ponerme ojos de cachorro! ¡No eres Bokuto, no funcionará conmigo!

—¡¿Cómo puedes ser sacerdote cuando no tienes corazón?!

—¡¿Cómo puedes ser un ser humano consciente cuando no tienes cerebro?!

—Los escoltaré a ambos afuera —advierte la doctora con calma, reapareciendo desde una habitación trasera y arrojando un pañuelo sobre el hombro de Kuroo. La bala entró y salió así que la herida ya fue cosida y vendada, pero se le ordenó que no moviera el brazo.

La viejita camina a su alrededor y dobla —Kuroo hace una mueca— su brazo, poniéndole un cabestrillo.

—Para tu información, tengo cerebro —responde después de una pausa—. No se moleste en acompañarnos, tía —le sonríe con su sonrisa más encantadora, la doctora ni se inmuta—, podemos salir por nuestra cuenta.

Ella asiente, saca un tubo diminuto de los cajones de cristal de una cómoda, exprime un poco de gel transparente y con cuidado, frota un poco en su mejilla con sus dedos resecos.

—Por supuesto que saldrán por su cuenta —dice ella—. Los únicos pacientes que se quedan para siempre son los que pierden la capacidad de caminar. Por cierto, ¿cómo te las arreglaste para reabrir la herida en tu cara, muchacho?

—Lo golpeó dos veces un niño que ni siquiera sabe disparar —agrega Yaku, con un tono que usaría alguien que da un diagnóstico terminal—. No parece ser una persona con cerebro.

—Y usted, sacerdote, casi rompe su yeso contra su novicio —señala la médica. Kuroo cambia su expresión e instantáneamente mira al silencioso Yaku—. Casi se provoca otra fractura.

Mírame a los ojos, Yaku. Mírame y descubre cuántos chistes a tu costa te esperan. Sé que lo entenderás, eres una persona inteligente.

—Tú, el de cabello oscuro —la médica le empuja el tubo de gel—. Vuelve a aplicar esto cada dos horas o te quedará cicatriz. Ahora, shuu-shuu —agita una mano en dirección a las puertas. Kuroo acomoda el cabestrillo alrededor de su brazo, le agradece y se pone de pie.

La asistente pregunta alegremente, con curiosidad y timidez, mirándolo a través de sus pestañas— ¿Debería llamarles un coche hasta la casa de la Señora?

—Gracias, pero caminaremos —Yaku, siempre respetuoso con las chicas, responde cortésmente y empuja a Kuroo hacia la salida.

Kuroo se echa a reír apenas ponen un pie afuera—. Confiesa, ¿de verdad golpeaste a Lev con el yeso?

Yaku frunce el ceño y no responde, simplemente saca un cigarrillo y lo enciende: lleva una camiseta abierta de un lado y pantalones holgados de como tres tallas más grandes pero enrollados y ajustados con un cinturón. Aparentemente, consiguió algo de ropa masculina de las Hermanas, pero a base de gritos y amenazas.

Su brazo enyesado también está acomodado en un cabestrillo, y ahora ambos parecen mancos de un solo lado: Kuroo del izquierdo y Yaku del derecho.

El humo del cigarrillo entra en la nariz de Kuroo, estornuda y luego gime; su rostro no está en condiciones de soportar ese nivel de actividad muscular.

—Entonces, ¿conspiraron con Washijou? —Yaku suspira.

—Sí —asiente Kuroo, con elocuencia y cansancio. Todo lo que tenía para explicar lo explicó mientras le cosían el hombro.

Caminan lentamente, sobre todo por Kuroo, que ha comenzado a cojear. Ambos se desplazan por una calle estrecha de casas de dos pisos, todas de color azul oscuro con tejas rojas tradicionales de Yakarta.

Las Hermanas Mayores poseen un cuarto de Tangerang, todo rodeado por una cerca eléctrica. Toda una región de matriarcado exclusivo que ninguno de los tres grandes de Yakarta se atreve a tocar. No es que no les guste tratar con ellas: les encanta trabajar de su lado, pero ninguno está dispuesto a tenerlas en contra.

—Escúchame un momento —dice Yaku en un tono bastante serio—. Nos conocemos desde hace cuántos años, ¿diez?

—Doce, cariño —responde Kuroo.

Yaku lo ignora—. Y en todo este tiempo solo te has tirado de cabeza al peligro unas pocas veces, y únicamente, si mal no recuerdo, bajo situaciones críticas; el resto de las veces siempre has tenido algún tipo de plan. Sí, algún plan estúpido y demente, pero igual tenías uno.

Se gira hacia Kuroo y lo mira con una mirada calculadora y pesada. Definitivamente no es la clase de Santo Padre al que le gustaría confesar sus pecados.

—¿Qué carajos te pasó esta vez?

Tienen otros cinco minutos de caminata hasta la casa de la Señora, en el centro del barrio. Kuroo intenta con urgencia encontrar alguna manera de estirar las bromas, las tangentes y los cambios de tema. E incluso abre la boca para decir algo con lo que zafarse.

—No —Yaku se le adelanta—, eso no te funcionará esta vez.

Kuroo cierra la mandíbula de golpe e instantáneamente hace una mueca.

—¿Acaso eres mi psicólogo?

Su alegría deliberada se evapora en segundos. Lo único que queda es agotamiento tensionando sus hombros, la cabeza pesada, el cuerpo adolorido, un brazo palpitante e ira sórdida, pero dirigida hacia sí mismo. Al diablo con su brazo, al diablo con su visita al Servicio. Quedó atrapado en la Torre Hamaima debido a su propio atacazo de caballerosidad. Niega con la cabeza, se prohíbe volver a pensar en el tema y se recuerda contarle a Bokuto sobre ese término, quizás a él le sirva.

—Sigue —Yaku comenta tranquilamente sin perder su rudeza—. Sigue jodiendo y te dispararé en el otro brazo.

Kuroo, irritado, suspira profundamente y acelera con la esperanza de que esa parca recolectora de almas no lo alcance con sus cortas piernas.

Yaku lo alcanza en dos pasos. Maldita sea.

—¿Por qué estás tan enojado? —Yaku espeta—. Sí, salvaste al chico y te terminaste jodiendo con tu propio altruismo, pero ya pasó, relájate.

Kuroo acelera aún más.

No quiere hablar de eso ahora.

Se detienen frente a la casa de la Señora. Tiene tres pisos, apretujada entre dos edificios más pequeños, pero mucho más ostentosa en apariencia: piedra tallada en bruto, grandes ventanas brillando en la penumbra del atardecer y un amplio porche con dos mujeres jóvenes de pie junto a las puertas.

Yaku lo alcanza justo al lado de las puertas de hierro decorativas y suspira, mirándolo— ¿Te gustaría fumar?

—Apenas termino de dejarlo —responde—. No creo que sea buen momento para retomar el vicio.

—En realidad creo que es buen momento, no es como si la situación fuese excepcional —hace una mueca.

Pero Kuroo sigue sin entender— ¿A qué te refieres? Al final conseguimos las tablillas sagradas, ¡no tienes que arruinar la victoria con tu cara amargada!

—Entremos —tira la colilla al suelo y la pisa, levantando una nube de polvo—, allí te dirán todo.

—¿Qué? ¿Algo de lo que quiera enterarme? ¿Malas noticias?

—Algo así —y de repente, Yaku sonríe—. Bueno, en realidad te tengo una sorpresa.

Y el desgraciado no miente.

Desde que tiene memoria, siempre ha ido a Raandu exclusivamente para emborracharse. Las Hermanas cobran muchísimo, demasiado para el salario de un diácono estándar. Era mucho más fácil invitarle un cóctel a una hermosa chica extranjera en el Queen Elizabeth y ver qué pasaba.

Así que sí: Kuroo siempre ha ido a Raandu para emborracharse. No para ponerse ebrio; para emborracharse, ya que la compañía allí es increíble.

Dentro de la casa se encuentran con otras dos mujeres igual de bonitas. No intenta adivinar sus profesiones. Ambas son jóvenes; una linda chica china y una linda chica india, ambas vestidas con kebayas verdes, el cabello cuidadosamente peinado y modales impecables. Las damas adivinan fácilmente que ambos no están allí por algún servicio y los escoltan en silencio al comedor del segundo piso.

Y en el comedor, comienza el espectáculo del circo de los idiotas.

Las mejores fiestas de su vida ocurrieron exactamente allí, y Saeko, mejor conocida como «La Amante», continuó brindando dichas fiestas con o sin él. Lo cual rompió su corazón.

—¡No puede ser! —ella exclama. Parece que quiere levantarse y saludar, pero tiene una taza con alcohol en la mano así que su saludo se convierte en un brindis. Ella es unos años mayor que Kuroo, pero hacer chistes sobre cómo casi roza los cuarenta es un camino seguro hacia la guillotina. El tema de la edad de la Maestra de Raandu es un tabú, todo escondido bajo cabello rubio claro, docena de brazaletes trenzados color rojo a lo largo de sus brazos, sarong de colores, pies descalzos con uñas de color rojo brillante y lápiz labial de igual color en su boca— ¡Estás aquí! ¡Y sigues vivo! —aplaude y bebe.

Por el reencuentro, ¿eh? Amén.

—¡Es bueno verte con vida, Tetsurou! —viste telas efervescentes, difíciles de describir en cuanto a tonos, pero estos van desde el dorado al naranja.

—También es bueno verte, Saeko —Kuroo asiente desde el umbral.

—Entra, no te quedes allí parado —aplaude, las mangas de su túnica bordada se deslizan hasta sus codos. Sonríe y agrega—: ¡Morisuke, tú también!

Si Kuroo tuviese la oportunidad, pensaría en lo ambiguo que suena, considerando que ella y Yaku no se soportan. Aunque si consideramos quién podría soportar a Yaku... bueno, Kuroo y Saeko siempre estarán del mismo bando. Sobre todo, porque Yaku siempre actúa como si ambos fuesen una especie de castigo divino específicamente suyo.

El comedor, una de las salas más grandes de la casa, revela a través de ventanas panorámicas los techos de otras casas y rascacielos en otras regiones. No es muy pintoresco, pero no es como si hubiese muchos lugares pintorescos en Yakarta. Kuroo mira el lado iluminado de la luna creciente que se asoma por la ventana y de repente cae en cuenta de lo cansado que está.

Sin dejar su lugar en el umbral, examina la fiesta. Solo hay una mesa larga tradicionalmente baja, con almohadas en lugar de sillas, y todos están sentados a su alrededor—. También es bueno verlo, obispo —agrega.

Nekomata mira a Kuroo como se mira a un hijo no querido que ha llegado a arruinar la fiesta y luego le sonríe, lo que deja una sensación horrible.

—También eh... —Dios, ojalá recordara sus nombres— Tatsuki, Yamato y... lo siento, no recuerdo tu nombre, eh... Haruki y umm... Wataru —El escuadrón de la muerte japonés ya parece bastante borracho, pero todos lo saludan de manera efusiva. Levanta la mano y termina de saludar a la mesa—. A ustedes también, Konoha, Suguru. A ti no, Shirofuku.

Camina directo hacia Saeko, moviendo las piernas con esfuerzo. Tiene la imperiosa necesidad de acostarse en una de las suaves camas redondas de las Hermanas Mayores; ni siquiera necesita tener a alguna de las Hermanas a su lado, en ese momento solo tiene energía para apoyar la cabeza en una almohada y dormir.

La información finalmente llega a alguna parte importante de su cerebro y lo frena de golpe.

Vacila a medio paso y casi resbala sobre las almohadas con bordado de tigre.

Pero logra mantenerse en pie.

Lo que no logra es contener su grito—: ¡¿Qué mierda?!

Y Yaku ni siquiera intenta golpearlo por gritar. Simplemente sonríe para sí mismo porque, aparentemente, toda la situación le resulta muy divertida.

—¡Tú! —Kuroo, indignado, apunta con un dedo al ente vivo e ileso que bebe alcohol de un amplio platillo de bambú, Suguru Daishou— ¡Tú!

—Qué observador —responde Daishou con una expresión amarga—. Sí, soy yo.

—Te voy a patear el culo —le informa Kuroo, enderezándose.

—No, no lo creo —Daishou bebe otro sorbo.

Sigue siendo el mismo: cabello castaño con una raya a un lado, rostro estrecho con barbilla puntiaguda, ambas orejas perforadas y una expresión engreída, como si supiera más que todos los presentes juntos. El noventa y nueve por ciento de las veces eso es mentira.

Tres años no han hecho absolutamente nada ni por su rostro terso ni por su personalidad. Y la personalidad de Daishou, según su opinión, se reduce en «hacer todo lo posible para despreciar específicamente a Kuroo Tetsurou».

—¡Te parearé el culo!

—No, no lo harás.

—¡Lo haré! —Kuroo patea el platillo en su mano. Rueda a lo largo de la mesa, derramando su contenido y continúa su viaje hasta casi llegar al escuadrón de Bokuto, que, desafortunadamente, no tiene al propio Bokuto presente. Todos miran borrachos el platillo durante unos segundos y luego se echan a reír.

Nadie presta atención a Daishou y Kuroo. Yaku simplemente los observa, Nekomata ocasionalmente los mira mientras habla con Naoi y Kai, Saeko sigue bebiendo junto a los hermanos Haiba.

—¿Estás demente? —Kuroo lo agarra por el cuello de la camisa con el brazo sano, envolviendo la tela alrededor de su puño. El escuálido cuello de pollo de Daishou queda colgando de la camisa y lo mira desde allí, enojado y casi herido, y exige que lo suelte de inmediato. Como si lo fuese a escuchar.

—¿La Tríada? ¿En serio? —Kuroo se siente como una madre que acaba de sorprender a su hijo consumiendo drogas.

Daishou, sin embargo, no llega a decir nada a su favor antes de que Kuroo tire su cabeza hacia abajo por el cuello y la golpee contra la mesa.

Sí, como una madre campeona de MMA muy agresiva.

—¡Estás loco! —Daishou se levanta de un salto, agarrándose el lado izquierdo de la cara.

—¿En serio? —Pregunta Kuroo, extendiendo los brazos— ¿En serio? ¿La Tríada? ¿Y yo soy el loco?

El labio superior de Daishou se levanta como el de un depredador mientras vuelve a sentarse, su rostro es el más rencoroso que ha visto en su vida. Como si él fuese el culpable de todo. Pero sabe bien que esto no es su culpa—. Suguru, eres terriblemente estúpido —le informa con seriedad, agarrando un trozo de carne frita del plato comunitario con su mano sana.

Daishou entrecierra los ojos hasta que se parecen a las ranuras para depositar monedas en las máquinas expendedoras de café.

—Y sé muy bien que lo eres pero, ¿eso en qué me convierte a mí? —continúa, con aura de genio.

Ambos tienen más de treinta años y sus diálogos siempre son así de maduros y constructivos.

Verlo vivo es una grata sorpresa. No es que Kuroo esté loco de alegría, o que el propósito de su vida ahora se haya cumplido, pero se conocen desde hace tanto tiempo, y Daishou ha pasado tanto tiempo comportándose como un idiota con tendencias suicidas, que cada vez que lo encuentra vivo y coleando es una sorpresa agradable e inesperada.

Y está cien por ciento seguro de que Daishou piensa lo mismo de él.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Kuroo le pregunta a Daishou, e inmediatamente se da la vuelta y pregunta—. Saeko, ¿qué hace aquí?

Saeko, que está distraída compartiendo una bebida con Nekomata, mira a Daishou por unos segundos con una expresión de «¿Y este quién mierda es?», y alegremente responde—: Bueno, apareció diciendo que es amigo tuyo —Kuroo se atraganta con el aire y mira a Daishou sin comprender; tantos años de rivalidad, solo para descubrir que, de hecho, fueron amigos desde el principio—. La gente de esta ciudad no suele declarar esa clase de cosas en voz alta.

Kuroo se toma un segundo regocijándose hasta que se da cuenta de que es más un insulto que un cumplido.

—Ah, sí, ya veo —asiente con gratitud, como diciendo «gracias por proteger a mi amigo», se gira hacia Daishou (que todavía se frota la mandíbula) y estira los labios en una sonrisa—. Bueno, amigo mío... —dicho amigo hace una mueca—. Dime, ¿qué pasó? ¿Qué tan idiota tienes que ser para terminar metido en tanta mierda?

Daishou abre la boca para responder, pero Kuroo indica con un gesto de la mano que aún no ha terminado de hablar—. La Tríada, amigo mío. La maldita Tríada. Nunca fuiste particularmente inteligente, pero este fue tu pico de idiotez. Ni siquiera me entra en la cabeza cómo...

—¿Puedes parar? —Daishou clava su puntiagudo codo en las costillas de Kuroo, justo sobre un moretón muy reciente. Kuroo finge no notarlo, solo arruga la nariz en un gesto que también puede hacer pasar por «eres tan estúpido que ni siquiera puedo soportar mirarte».

—¿Qué mierda te pasó? —Kuroo estira levemente su hombro lesionado, probando su capacidad motriz.

—No es asunto tuyo —sisea Daishou.

—Bueno, vete a la mierda —responde Kuroo.

—Tú también —y luego gruñe, como si recordara algo—. Un momento, ¡irrumpiste en mi apartamento, asustaste a Mika y la apuntaste con un arma! ¡¿Qué carajos te pasa?!

—¡Tu Mika me golpeó con un bate! —Kuroo responde indignado. Siempre es así; se encuentran y comienzan a pelear acerca de quién le hizo qué a quién hasta llegar a aquella ocasión de la oreja de cuando tenían dieciséis años. Pero entonces se da cuenta de algo—. Espera, ¿de dónde escuchaste eso? ¿Yaku te lo dijo?

—No —responde con irritación, cruzando sus delgados brazos sobre la mesa. Probablemente pese menos que el desgarbado de Tsukishima.

La chispa de pensamientos sobre ese imbécil obliga a Kuroo a recordar el dolor palpitante en su brazo. Se abofetea mentalmente por distraerse y se concentra en la conversación.

—Estoy al tanto de que jodiste a Terushima...

—¿Acaso me estás reclamando? Nunca te ha caído bien —Daishou pone los ojos en blanco.

—También de que engañaste a Oikawa...

—Es un crimen no engañar a ese idiota.

—Y te buscaste una pandilla japonesa para hacer negocios.

Daishou, desafiante, se lleva una uva a la boca y se encoge de hombros—. Ellos mismos me encontraron. Y luego —su rostro se ensombrece—, ese idiota de Terushima decidió hacer su movimiento.

—¿Y te robó todo el dinero y las placas? Bien por él.

—Muérete —Daishou hace una mueca de disgusto, y Kuroo de repente tiene deseos de golpear su rostro contra la mesa de nuevo—. Pero sí, y luego los hombres de Han me encontraron. Descubrieron que estaba participando en la reventa de las estereoplacas sin su permiso expreso y me hubiesen matado de no ser porque les prometí traerles tanto el dinero como las placas de Ukai.

—Sí, supuse que estabas entre la espada y la pared —asiente Kuroo—. Estoy al tanto de que estás mal de la cabeza, pero no tanto como para robarle al Cartel tú mismo.

—De nosotros dos, tú eres el que está mal de la cabeza —Daishou sonríe desagradablemente—. Yo solo soy emprendedor.

—Sí, lo que digas —refunfuña Kuroo— ¿Qué pasó después? ¿Cómo saliste vivo de eso? No creo que hayan dejado escapar a su pequeño emprendedor luego de que les entregase todo.

Daishou no logra resistirse y hace un gesto con su mano, como diciendo «no preguntes». Kuroo continúa mirándolo fijamente mientras él toma otro platillo, se sirve, bebe y sigue con la conversación.

—Hui. Corrí por todo Java durante una semana, hasta que se aburrieron de buscarme. O espera, quizás no se aburrieron, quizás ocurrió algo en la ciudad y Han se vio obligado a llamar a sus muchachos. Pasé unos días oculto en un pueblo al otro lado de la isla y luego regresé a la ciudad. Volví bajo mi propio riesgo y me encontré con mi apartamento vacío, la ventana rota... —se sirve un poco más—. Tenía tanto miedo por ella, no tienes idea. Y había tantos sospechosos; el Cartel, Terushima... —«No, ese tipo no podría», piensa Kuroo—... La Tríada... Fui a averiguar si alguien vio algo y me entero de que vieron a... —mira a Yaku sentado a dos lugares de distancia y continúa— un sacerdote de Lascano y a algún sujeto... —vuelve a sonreír— con un corte de pelo terrible. Hablando de eso...

—¿Qué es eso en tu cabeza? —Saeko se ríe, escuchando a medias la conversación.

Kuroo quiere enojarse por esos constantes ataques hacia su atractivo, pero ya no tiene energía ni para sentir rabia: toda su furia hirviente y burbujeante se quedó en la suite de un motel de cuarta a las afueras de la ciudad más temprano ese mismo día.

Así que sonríe—. Es una obra de arte —dice, y vuelve al tema—. De todos modos, entiendo la esencia: descubriste que fuimos nosotros, dónde estamos y viniste aquí —se estira para rascarse la frente, pero sus dedos tocan una costra de sangre seca—. Sacamos a Mika y la escondimos durante mi segundo día en Yakarta, luego de visitar tu apartamento, para que ni los chinos ni el Cartel pudieran llegar hasta ella ¿Por qué no fuiste a buscarla?

—No quería guiarlos a ella en caso de que me siguieran —Daishou se encoge de hombros—. Pero tu compañero, Kai, me dejó contactarla. Decidimos que lo mejor es que me quede aquí hasta que las cosas se calmen. Especialmente porque este lugar es muy divertido —y se sirve otro trago.

—Dios, ¿cómo te soporta? —Kuroo dice, pero le quita la botella a Daishou y también se sirve un poco. Es muy probable que mañana sea una tortura, pero por hoy puede permitirse emborracharse— ¿Y cuándo demonios planean casarse?

—Bueno... nosotros...

Kuroo se toma unos segundos para procesar la vacilación de Daishou y luego se gira a mirarlo rápidamente, rociando alcohol de la botella aún inclinada— ¿Cuándo? ¿Esperaste a que me fuera para casarte?

—Hace año y medio —Daishou se encoge de hombros—. Y sí, algo así, creo...

—¡Tiene sentido! ¡Han estado juntos durante muchísimo tiempo! —Kuroo intenta contar, pero luego decide que otro trago es una mejor solución matemática— ¿Desde que teníamos veinte?

Daishou inclina un poco la cabeza y asiente, como diciendo «sí, más o menos desde los veinte». Kuroo silba, eso es muchísimo tiempo. Prácticamente toda una vida. Tacha en su mente la palabra «prácticamente». Dios, ese idiota se casó, qué pesadilla, pobre Mika.

—¿Qué planeas hacer después de todo este bacanal?

—Juntaré algo de dinero —la cara de Kuroo dice algo como «oh, sí, ya lo vienes intentando» con demasiada claridad y Daishou lo patea por debajo de la mesa— y volaré con Mika a algún lado. Todo este asunto sobre las estereoplacas me sacará canas verdes.

—Eso me recuerda —dice Kuroo, arrastrando las palabras, y luego se vuelve en dirección a Yaku, también mira a Nekomata, y habla en voz alta, llamado la atención— ¿Qué ocurrió con las tablillas sagradas?

—¿Tablillas sagradas? —Daishou arquea una ceja, escéptico.

—Así es como este sabelotodo le dice a las estereoplacas —comenta Yaku, poniendo un poco de carne en su plato.

—Las tablillas sagradas —dice el obispo, y en su boca realmente suena estúpido— resultaron ser falsas.

Y las amistosas arrugas alrededor de los ojos de Nekomata, evidentemente provocadas por algo que estaba discutiendo con Saeko momentos antes, desaparecen por completo.

¿Qué quiere decir con falso?

¿A qué se refiere?

—Está bromeando —Kuroo pasa una mano por su cabello—. Dígame que está bromeando...

—¿No crees que tal vez este no sea el mejor tema para hacer bromas? —Nekomata sonríe peligrosamente, Yaku se tapa los ojos con su mano útil.

—Puede ser. Quiero decir, no, no lo creo. Quiero decir... —Kuroo asiente con una expresión seria en su rostro, entrelazando sus manos—. Estoy completamente de acuerdo con usted, señor—y luego vuelve a preguntar, con los ojos bien abiertos— ¿Qué carajos? ¿Cuándo tuvieron tiempo de cambiarlas? ¿Son falsificaciones del Cartel?

—Improbable —Nekomata niega con la cabeza, toma un gran sorbo de su vaso, frunce el ceño y continúa—. Según Akaashi Keiji, las placas fueron colocadas en una caja fuerte en el Centro Rawasari ese mismo día y no se han movido desde entonces.

Su voz no indica sospecha, indica preocupación. Bokuto definitivamente contó toda la historia sobre por qué confía en Akaashi con su vida y sabe que nunca los traicionaría. Sin embargo, es difícil creer que luego de solo unos pocos días en Yakarta descubriese algo que los lugareños no pudieron descubrir durante semanas.

A menos que conozcan a Akaashi en persona.

—¿Lo conoces? —Nekomata pregunta, y Kuroo ni siquiera está seguro de cómo responder a eso.

—Desde un incidente en Guadalajara —asiente— ¿Desde hace como dos años, aproximadamente? —Y agrega con seguridad—: Pero pueden confiar en él, es el mejor.

—Nunca he oído hablar de él —interviene Daishou con rudeza.

—Es por eso que es el mejor —Kuroo agarra una hoja de la ensalada en un plato lejano y comienza a masticarla—. El mejor, dije. Es más, ¿recuerdas el lío en la Pinacoteca Antigua de Múnich hace como cinco años? Cuando robaron «La muerte de Cleopatra» de Johann Liss justo entre dos controles de autenticidad. Chequearon el cuadro en febrero y era genuino. Cuando volvieron a chequearlo en junio, ya no lo era. Y no tienen idea de en qué momento lo reemplazaron.

Kuroo no sabría ninguno de estos detalles si Bokuto, quien no sabe nada sobre bellas artes, no hubiese hablado de eso durante años.

—No, eso no es posible.

Nekomata, el viejo zorro, escucha todo en silencio. Seguramente ya esté planeando algo.

—No es el único caso —Kuroo se encoge de hombros brevemente, puede que no sea Bokuto, pero puede darse el gusto de hablar bien de Akaashi sin su presencia, ¿no?—. Probablemente entró, bajó la pintura, miró a los guardias como diciendo «con permiso, necesito llevarme esto» y colgó la falsificación unos minutos después. Y la verdad no me sorprendería que incluso Washijou le mantuviera la puerta abierta del ascensor en pleno robo de las tablillas sagradas.

—No es posible... ¿Siquiera es humano? —Daishou resopla incrédulo.

Kuroo hace un gesto con los brazos como diciendo «no sé, no tengo idea», y en medio del gesto indica la puerta con su mano—. Compruébalo tú mismo.

Akaashi está de pie en la puerta y, a primera vista, realmente se ve como un hombre común y corriente. Un hombre tan bonito que duele mirarlo durante demasiado tiempo, pero eso es un eufemismo. Kuroo ha tenido tiempo suficiente de acostumbrarse a eso durante las pocas veces que lo ha cruzado, sin embargo, un espectador desprevenido necesita unos segundos para recuperar el aliento luego de verlo por primera vez.

Saeko, en la punta de la mesa, apoya la barbilla en su mano y soñadoramente dice—: Qué belleza, o sea... wow... —y luego levanta la voz— ¡Entra, siéntate! ¡Bokuto Koutaro, ven a beber conmigo!

Bokuto, ocupando dos tercios del espacio de la puerta a un lado de Akaashi, es el siguiente en aparecer. El Escuadrón Armagedón (o Escuadrón de la muerte) saludan borrachos a los recién llegados. Akaashi evita suavemente la cacofonía y se acerca a ellos, asintiendo cortésmente.

Kuroo sonríe, pero incluso él se siente un poco más tranquilo ahora.

Sabe con certeza que no hay nada que Akaashi Keiji no pueda manejar.

Más tarde esa noche, cuando los militares ruidosos por fin se van a la cama y solo queda Bokuto, el comedor se vuelve muy silencioso. Kuroo empieza a sentir el alcohol: apoya su hombro sano contra Bokuto y se ríe de chistes que ya no puede entender. Su hombro apenas le duele, o al menos no después de dos botellas de Ballo. Yaku, el único que no es de beber mucho, y Akaashi, quien no es de beber alcohol en absoluto, también terminan siendo víctimas de la atmósfera: Yaku apenas grita, ni siquiera a Lev, y Akaashi casi que sonríe abiertamente. Bokuto y Saeko ríen a carcajadas y beben más que cualquiera. Kuroo, por otro lado, solo quiere evitar pensar en sus problemas, como que las tablillas sagradas son falsas, o como que los estadounidenses se esconden en algún lugar de la ciudad, o incluso como que el Cartel intentará matarlos a todos tarde o temprano. O también, sobre Tsukishima.

Se sirve un poco más.

Pero cuando Nekomata pone sus codos sobre la mesa con una expresión seria, y Naoi a su lado mira a todos los presentes, Kuroo suspira y se toma su último trago; se terminó el descanso, es hora de trabajar.

—Entonces —Nekomata cruza las manos debajo de la barbilla—. Las placas son falsas.

—No se volverán menos falsas solo diciéndolo —se queja Kuroo— ¿Recuerda cuando dije que no me gustaba esta situación? ¡Sigue sin gustarme!

—¿Es hora de discutir seriamente el plan? —Saeko se acomoda el pelo detrás de las orejas y se pone de pie, alisando los pliegues de su elegante bata—. Entonces me iré a la cama, también me llevaré conmigo a las sirvientas de este piso.

Le toma alrededor de medio minuto levantarse y salir correctamente, todos toman un último trago en su honor antes de que ella desaparezca.

—Ella es genial —bosteza Bokuto, tapándose la boca con la mano.

Nadie contradice nada: ni sobre la genialidad de Saeko, ni sobre los bostezos.

—Volvamos al grano —ordena Nekomata.

—Tenemos que averiguar si el Cartel tiene las originales —Kai se toca los labios con un dedo en un gesto pensativo.

—Necesitamos un plan perversamente inteligente... —dice Kuroo, pero sin tener verdaderos deseos de idear un plan perversamente inteligente.

—Cállate —un coro de voces lo callan, con Yaku como vocalista principal.

—¿Acaso tienes mejores ideas? —dice Kuroo y su cara también dice «cosa que dudo»—. Si es así, compártela con la clase.

—Deberíamos reunirnos con el Cartel y averiguarlo nosotros mismos —responde Yaku.

A Yaku le encanta encarar los asuntos de frente, y Kuroo está tan harto de que sus planes se desmoronen en un chasquido de dedos que esta vez está de acuerdo con él.

—¿Tu sacerdote acaba de sugerir que resolvamos esto con una pelea? —pregunta Daishou, como si fuese parte de todo ese asunto ¿Qué mierda sigue haciendo ahí? ¿No debería estarle lloriqueando a Mika por teléfono? ¿O durmiendo? ¿O metiéndose en más problemas?

—Hola, estamos en Yakarta. Aquí cada monja tiene una Sig Sauer bajo sus faldas —responde Kuroo con amargura.

—¿Es posible que el Servicio Secreto tenga las originales? A juzgar por el asunto con Kuroo-san, su líder parece bastante inteligente —comenta Akaashi.

—Bo, ¡cómo pudiste! ¿Le dijiste todo? —Kuroo frunce el ceño indignado.

—Eeh... sí. Pero bueno, ¿qué decían de los estadounidenses? —pregunta Bokuto.

—No cambies de tema.

—¿Es posible que esto sea obra de ellos?

—Bo, deja de ignorarme.

—Yo también pensé en ellos —dice Yaku, ignorándolos a ambos y jugando con los palillos en su mano.

—Bueno, pero si llegan a ser ellos —dice Kuroo—, entonces no regresarán vivos a su Tierra de los Libres.

Y aparentemente, dice eso tan enojado que la expresión de Daishou indica aún más sorpresa. Y no solo él: incluso Akaashi se gira a mirarlo, y Kuroo piensa que los escáneres oscuros que son sus ojos están leyendo toda su información personal como si fuese un código de barras.

Bokuto suspira con fuerza y de alguna manera con simpatía. Yaku, en cambio, suspira como si estuviera absolutamente harto de lidiar con él.

—Ignórenlo —dice—. Saltó del techo de la Torre Hamaima por uno de sus chicos y este lo dejó peleando contra los guardias de seguridad para salvar su propio pellejo.

—¿Y? —pregunta Akaashi.

Kuroo lo mira con enojo— ¿Qué quieres decir con «y»?

—¿Y qué? —Parece que en realidad no comprende—. Si estoy entendiendo la situación correctamente, al final igual habrían tenido que compartir las placas con el Servicio Secreto. Y, naturalmente, eso no había terminado de forma pacífica. Me parece racional —se encoge de hombros— que hayan salvado a su propio agente. Es más, apostaría que la ruta que usó para su retirada en realidad era la que iban a usar para robarles las placas antes de salir de la torre. Es una secuencia de eventos bastante lógica, ¿por qué le sigues dando vueltas al asunto?

Como si no supiera todo eso ya, ¡gracias, Akaashi!

—Preferiría que me traicionaran en algún momento programado —responde débilmente, aunque ni siquiera valga la pena responder en ese momento.

—Hermano, era totalmente esperable —Bokuto hace un gesto con las manos.

Así que solo se limita a estar de acuerdo con Akaashi en todo.

—Es una preocupación estúpida —Yaku hace un gesto de irritación con la boca.

—No realmente... Kuroo-san está reaccionando como... —Akaashi alisa una servilleta bordada bajo su plato vacío y limpio—... como si nadie lo hubiese traicionado o mentido nunca en toda su vida, ¿por qué tanta extravagancia de emociones?

—Se enamoró de su cerebro —se burla Yaku.

—Y terminé con el corazón roto —gruñe Kuroo en respuesta, aunque el momento de despreocupación y mezquindad no oculta la severidad con la que sigue la conversación—. Terminemos con este tema, ¿qué haremos ahora?

Nekomata, habiéndoles permitido desviarse por la tangente durante un momento y luego de haber observado la conversación en silencio, apoya el desarrollo de la idea principal—. El principal sospechoso de una falsificación de tal calidad, obviamente, es el Cartel del Amanecer. Pero también podemos sospechar del Servicio Secreto. Habrá que chequearlos, ver qué dicen y seguir desde ahí —mira pensativo la mesa—. Desde el exterior, son prácticamente indistinguibles de las originales... casi como si las hubiese hecho el propio Ikkei —suspira—. Por supuesto, no se puede imprimir dinero con ellas, solo son modelos de cera, ¡pero qué modelos de cera!

—Entonces, ¿vamos por el Cartel? —Kuroo aclara, porque está demasiado cansado para escuchar a ese viejo elogiar unas tablillas sagradas falsas a las cuatro de la mañana— ¿Vamos a pelear contra el Cartel?

—¿Y qué les dirán? —Daishou arrastra las palabras burlonamente. Al parecer quiere decir algo más, pero se calla ante la mirada de Nekomata.

—No les diremos nada —Yaku también le da una mirada mordaz—, simplemente...

—¡Les venderemos las tablillas sagradas! —dice Kuroo de repente.

Todos se giran a mirarlo.

—¿Perdón? —pregunta el obispo.

—¿Estás queriendo decir que llevamos a cabo una operación complicadísima, volamos su cartel general y contratamos a un ladrón de primer nivel... para venderles la mercancía? —pregunta Yaku.

—¿Y por qué no? Primero que nada, no fuiste tú quien hizo volar su cuartel general, eso lo hizo el hombre de mi vida: Bo —él y Bokuto chocan los cinco—. Y segundo, trece millones de euros no crecen en los árboles. Obispo, ¿tiene usted trece millones?

El obispo no responde, pero Kuroo capta su aura y da un paso hacia atrás.

—Si quieren reunirse a hablar sobre las tablillas sagradas, significa que no es su falsificación. Si las compran, significa que no están al tanto de nada. Pero no vamos a hablar ni con Washijou ni con Tendou —hace una mueca—, ya tuve suficiente de tratar con esos dos, gracias. Vamos a hablar con Ushiwaka, ¡le rompí el brazo la última vez así que ya ha perdido 10HP!

Todavía tienen mucho tiempo por delante, pero si imaginan por un segundo que esto no es obra del Cartel y que los buenos bandidos aparecerán para negociar seriamente por trece millones, entonces Ushijima es el representante del Cartel más indoloro con el cual tratar.

—¿Y cómo nos pondríamos en contacto con él? —pregunta Kai.

Yaku también se rasca la barbilla— ¿Deberíamos enviar una paloma mensajera o algo así?

—Mejor empecemos por mandarle un mensaje de texto —se ríe Kuroo.

Y a pesar de que es la opción más estúpida...

... o quizás porque es la opción más estúpida...

... todos están de acuerdo.

En realidad, todo parece ser el comienzo de un tiroteo masivo, piensa Kuroo, balanceando sus piernas hacia adelante y hacia atrás. Está sentado en el capó de un automóvil y juega con su teléfono (porque al final tuvo que comprarse uno nuevo) con una mano. Es como si hubiesen armado un campamento de guerra: cuatro autos uno al lado del otro, Yaku y Yamamoto fuman y discuten algo, Shirofuku está comiendo algo, Konoha holgazanea dentro del Hummer, Lev recorre la fábrica. Bokuto está de pie a su lado, apoyado contra la puerta abierta y le charla alegremente sobre algún tema trivial.

—... entonces le digo...

Kuroo lo golpetea en el hombro con su teléfono y asiente en dirección a la entrada de la fábrica, que no ha tenido puertas en años. Bokuto se calla, chasquea la lengua y busca un arma dentro del Hummer.

—Lev —llama Yaku— ¡Trae tu trasero de regreso al campamento y sube al coche!

La caravana del Cartel entra lentamente en la fábrica, un auto tras otro.

Cinco BMW absolutamente idénticos se detienen directamente frente a los vehículos de la Iglesia y Kuroo sonríe. Esto le suena familiar de algún lado... Ah, sí, solo que aquella vez era solo un auto y en vez de chicos malos locales, eran chicos malos extranjeros.

Ahora asocia sus tres días en las mazmorras con ambos grupos, pero cuando Tendou sale del auto, se encuentra con su mirada y le sonríe, es incapaz de evitar recordar nuevamente su visión de Yaku sin vida.

Si fuese un poco más sensible y pudiesen herirlo fácilmente, ya los habría mandado a todos al infierno a punta de pistola.

El grupo del Cartel del Amanecer, unas diez personas con Tendou y Ushijima a la cabeza, se alinean frente a sus autos en paralelo a la Iglesia. Cada uno de ellos lleva una automática o una pistola. Ninguno vino desprevenido.

—Estamos aquí —resume Ushijima, sin una sola emoción en su voz.

—Ya lo notamos —bufa Yaku, dando un paso adelante y apartando a Kuroo a un lado con su hombro. Aunque es poco probable que apartarlo de los acontecimientos a punto de desarrollarse sea tan simple.

—Kuroo, Kuroo, Kurooooooo —dice Tendou arrastrando las palabras, deteniéndose junto a Ushijima e inclinando su extravagante cabeza hacia un lado.

—¿Tendou, Tendou, Tendou? —Kuroo levanta una ceja— ¿Se supone que debo responder así?

Tendou solo sonríe. En realidad, se supone que nadie lo invitó a esa fiesta, así que Kuroo se siente en su derecho de mirar a Ushijima y preguntarle—: ¿Por qué trajiste a ese troll pelirrojo? —Arruga la nariz con disgusto— ¡Acordamos mantener esto entre nosotros!

—Nunca acordamos eso —responde Ushijima, imperturbable, y Kuroo decide dejar el tema. Ushijima parece una persona capaz de sacar su teléfono y mostrar que el mensaje que le envió la Iglesia dice «Salemba Raya, en la fábrica de automóviles abandonada, el viernes a las seis, estamos preparados para canjear las placas por trece millones» y que no menciona nada de «mantener esto entre nosotros».

A Kuroo le gustaría tener alguna historia genial sobre planes perversamente inteligentes sobre cómo adquirieron el número del teléfono personal de Ushijima, pero no tiene ninguna.

Solo tiene a Akaashi Keiji.

—¿Y por qué tus hombres de Dios van sin uniforme? ¡Yaku, si no fueses tan pequeño no te hubiese reconocido!

Lev frunce el ceño desagradablemente, y Kuroo nota que tal vez esté molesto en nombre de su superior. Yaku, sorprendentemente, solo se encoge de hombros—. Me importa un carajo, ¿trajeron el dinero?

—Primero muéstrennos las placas —exige Tendou—, y expliquen qué diablos es todo esto.

Yaku le hace un gesto a Kai, quien camina hacia el auto bajo la mirada atenta de todos, y abre la boca para decir algo antes de ser interrumpido por Kuroo.

—Oh, Bo, mira —se ríe, golpeando a su amigo con su codo sano—. Es el futuro jefe del Cartel ¡Goshiki! ¡Hola, Go-shi-ki!

A espaldas del Cartel, en algún lugar entre un tipo desconocido y Semi Eita, está Goshiki Tsutomu. Mira primero a Kuroo, luego a Bokuto, y les da la espalda.

—Hermano, no le agradamos.

—A nosotros tampoco nos agrada —responde Bokuto, sin despegarle los ojos de encima. Kuroo le da una palmada en el hombro.

—Relájate, no te la agarres con el niño.

—Cállate —lo interrumpe Yaku, toma la maleta que le alcanzan y abre la boca para hablar nuevamente.

Pero luego se escucha un silbido y alguien grita.

Ese alguien es Goshiki Tsutomu.

Goshiki Tsutomu, en el suelo, con un tiro en la pierna.

Y tal vez, Kuroo no entienda qué diablos acaba de pasar ni sepa quién disparó, pero sabe perfectamente lo que ocurrirá ahora.

—¡Están dementes! —grita Tendou, girándose a mirarlos. Bueno, ahora esto se ve exactamente como una trampa— ¡Disparen!

Y ahí es cuando comienza el tiroteo masivo que imaginó anteriormente.

—¡¿Quién empezó a disparar?! —Yaku grita desde detrás de la puerta de uno de los autos. La lluvia de balas resuena en sus oídos. Esta vez, por desgracia, ninguno de sus coches es a prueba de balas.

Pero Kuroo no tiene idea. Rueda detrás de un auto, tratando de mantener su brazo lesionado lo más quieto posible y se obliga a pensar: ¿Quién? ¿Desde dónde? ¿Por qué?

—¡Mierda! —Yaku descarga su Beretta contra los agentes del Cartel y mete la mano en el coche para sacar otro cargador. Kuroo puede simpatizar con él, también le resulta increíblemente molesto pelear con un solo brazo. Entonces Yaku se gira, mira hacia algún lugar a sus espaldas y golpea a Kuroo con su arma— ¡Kuroo, cubre a Lev!

¡Dios, cómo se preocupa por este niño!

Kuroo se da la vuelta y se arrastra por el piso de cemento hacia Lev, quien se las arregló para encontrar un arma de quién sabe dónde y ahora también dispara contra el Cartel desde detrás de las puertas de otro auto. Kuroo le da una patada en las canillas, Lev grita y cae al suelo. Kuroo lo levanta y lo empuja dentro del auto con una sola mano.

Sin embargo, no le quita el arma, eso sería demasiado cruel.

—Saca la nariz de nuevo —dice, empujando la nariz de Lev mientras las balas se alojan en la puerta abierta— y Yaku nos mata a golpes a ambos, ¿quieres traicionarme así?

—No —responde Lev honestamente, pero sus enormes ojos verdes siguen mirando en dirección al tiroteo.

Entonces lo ve.

Detrás de las enormes plataformas de metal, agachada debajo de la maquinaria, hay una figura alta y rubia.

Solo alcanza a ver su silueta, la cual desaparece en un segundo, pero ya ha sido enhebrado con un gancho y su cuerpo se levanta bruscamente. Una ola de calor golpea la parte posterior de su cabeza, su mente se siente prácticamente vacía. El sonido de las balas y los gritos se desvanece: todo lo que puede ver es el camino más corto y seguro hacia la plataforma.

—Dile a Yaku —dice, sin apartar la mirada del lugar al que quiere dirigirse, recargando a ciegas su arma con una mano—, que los estadounidenses están aquí y que ellos son los que dispararon primero, ¿entendido?

Y sin esperar una respuesta, se mueve.

Detrás de la plataforma hay un callejón sin salida con una sola puerta. Kuroo calcula rápidamente: o Tsukishima quiere conducirlo a una trampa, o está tratando de huir, pero no tiene idea de por dónde. Está más inclinado a creer lo último: Tsukishima tiene dificultades considerables para correr en lugares desconocidos y tomar decisiones en situaciones extremas.

Kuroo empuja la puerta con su hombro sano y escucha atentamente. Hay una escalera que lo conduce hacia abajo, no escucha pasos, solo disparos a lo lejos.

Después de dudar un segundo, comienza a bajar.

Intenta ir en silencio, pero sus propios pasos parecen inaceptablemente ruidosos. Recuerda que Tsukishima es un luchador espantoso, pero no necesita de ninguna habilidad especial para dispararle desde cualquier esquina.

Lo que llevó a los estadounidenses a su reunión entre el Cartel y la Iglesia es obvio incluso para un idiota, y Kuroo, a pesar de la opinión colectiva y los comentarios de Yaku, no es un idiota. El pobre y lamentable Servicio Secreto se las arregló para quedarse sin aliados, sin un héroe quien les proporcionase planes asombrosos e inteligentes, y sin la oportunidad de ejecutar dichos planes. No es de extrañar que observen de cerca los movimientos del Cartel y de la Iglesia, probablemente así es como llegaron allí.

La verdadera pregunta es: ¿Qué planean?

Abajo resulta ser un pequeño pasillo con techos altos y viejas puertas de metal chirriantes. No hay ningún lugar donde correr. Y Kuroo sonríe, levantando su arma.

Te metiste en la boca del lobo, niño.

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez —canta—. Listo o no, aquí voy... —hace una pausa y agrega— a meter una bala en tu linda cabecita rubia.

No espera, da con cuidado un paso, sosteniendo el arma bajo su brazo doblado y escucha en silencio. Por lo que puede ver, el primer par de puertas están bloqueadas: la primera tiene un candado oxidado, la derecha tiene una enorme pila de cajones de madera.

—Será rápido... —se detiene frente al siguiente par de puertas.

La izquierda está abollada, como si algo se hubiese estrellado contra ella con mucha fuerza y la condenara a estar permanentemente cerrada. La de la derecha solo está ligeramente cerrada, escucha ruido detrás.

Kuroo apoya la espalda contra la pared, agarra la manija de la puerta y susurra suavemente—. Ni siquiera lo notarás...

Sin embargo, es difícil no notar un agujero en la frente.

Empuja la puerta para abrirla de par en par, casi entra, pero salta a un lado a tiempo: un cubo oxidado vuela hacia él. Dios, ¿quién recibe así a los invitados? El cubo choca contra la puerta opuesta con un sonido metálico. Dispara al azar hacia los zapatos de Tsukishima, cruza la distancia entre ellos en solo dos pasos y lo patea en el estómago.

Tsukishima cae contra un estante de cajas vacías y latas de pintura. La estantería se bambolea peligrosamente, pero se mantiene erguida. Entonces da un completamente inútil y estúpido paso hacia adelante. En otra situación, Kuroo se hubiese reído, pero no ahora, mucho menos con él.

—Eso no te ayudará —Kuroo aprieta los dientes y lo golpea en la mandíbula con su mano derecha.

Tsukishima intenta golpearlo en el plexo solar, pero Kuroo lo golpea en los dedos con el cañón de la pistola y se ríe sin humor—. Deberíamos ponernos cómodos.

Tsukishima se limpia la sangre de su labio partido y esta mancha su cara, se ve enojado y acorralado. Kuroo lo patea en las costillas y luego detrás de las rodillas. Quizás podría golpearlo más fuerte, hasta que algo cruja y se rompa, pero no lo hace.

La ira hierve y burbujea en su sangre como agua carbonatada; la rabia hace cosquillas en el fondo de su mente. Agarra su muñeca y el rubio gime de dolor. Pero no es suficiente, quiere escucharlo suplicar.

¿Recuerdan aquella vez en la que dijo que, a veces, la rabia lo distrae por completo?

Esta vez, cada vez que ve la tierna cara de Tsukishima Kei, algo en su médula espinal vibra.

Levanta a Tsukishima por detrás de sus rodillas y lo empuja contra la pared. Este no protesta y no mira el arma que lo apunta, solo lo mira a él. Está asustado, nota Kuroo con satisfacción, está realmente asustado.

—Oh, relájate —sus labios se arquean. A juzgar por la expresión de Tsukishima, debe estar haciendo una cara horrible—. No te haré daño.

—Pareces —Tsukishima traga sonoramente, pero su voz todavía suena como si hubiese accedido a regañadientes a ir allí a pasar tiempo con él solo por cortesía— un psicópata.

—Si no me sacaras de mis cabales, no actuaría como un psicópata.

Todavía sonríe, pero siente que su altanería se desvanece. Su voz sigue bajando octavas y no puede hacer nada al respecto, lo único que logra es ponerse más histérico.

—Entonces, parece que esta vez ninguno de tus superiores vendrá a rescatarte —se acerca.

A juzgar por la forma en que Tsukishima se aleja del arma, apenas se contiene para no moverse hacia un lado, porque entiende exactamente cómo terminará esto.

Kuroo se acerca un poco más.

Levanta su arma y la pone en la oreja de Tsukishima, apenas cubierta por cabello rubio ondulado.

—Y parece que nadie saltará del techo de un rascacielos por ti, ¿eh? —Chasquea la lengua—. Es una pena.

Entre sus rostros solo hay el ancho de una mano, nada más.

Kuroo arrastra el arma por su rostro. Engancha los lentes y tira de ellos con brusquedad, haciéndolos volar hasta el suelo de cemento.

—¿No crees que estás exagerando?

Los ojos de Tsukishima Kei son de color marrón claro, con finas motas de color ámbar alrededor de la pupila. Un color hermoso.

El mismo Tsukishima Kei es verdaderamente hermoso.

Muy atractivo, piensa Kuroo, y disfruta de esa palabra en silencio, apoyando el borde afilado del cañón contra uno de sus pómulos. No quiere solo herirlo levemente, quiere lastimarlo.

—Atractivo —repite en voz alta.

—Tú... —vuelve a hablar, y quiere decir «bastardo, hermoso», también quiere decir «hijo de puta, ingrato, traidor».

Pero termina diciendo—... me dejaste morir.

La cara de Tsukishima, no; su cuerpo, se estremece.

—Maldita sea, te salvé —Kuroo suelta una carcajada—, sin mí no hubieras logrado hacer ni dos pasos.

Evidentemente, al agente del Servicio Secreto Tsukishima Kei no le gusta cuando le recuerdan que solo es útil para hacer cálculos en informes aburridos y escapes cobardes, así que levanta la barbilla—. Eso fue tu decisión —dice—. Nadie te pidió que hicieras eso.

—Estuviste de acuerdo —espeta Kuroo, y él mismo no entiende por qué diablos cada nueva palabra que sale de esa boca hinchada y ensangrentada le da ganas de machacarle los dientes—, en tu maldito apartamento, te sentaste frente a mí, fuiste cortés conmigo y accediste a aceptar mi ayuda.

Da un pequeño paso hacia adelante. Cree oír el latir de un corazón histérico, pero no sabe si es el suyo o el de Tsukishima. O quizás sea el tiroteo acercándose a ellos.

—Yo... —la voz de Tsukishima suena ahogada— no te prometí nada.

Kuroo mueve el arma a su sien, presionando de forma que duela.

—La alianza entre el Servicio Secreto y la Iglesia solo fue... temporal.

Kuroo quiere disparar.

—Eventualmente hubiéramos terminado... tratando de matarnos.

Kuroo quiere golpearlo en la cara.

—Pronto conseguirán las estereoplacas...

Kuroo quiere golpearse en la cara.

—Pronto podré irme a casa... —Tsukishima gruñe.

Kuroo no puede dejar de mirarlo.

—Ya no tendré que hacer trabajos que pongan en peligro mi vida...

Kuroo solo necesita presionar el gatillo.

—... nunca más —Tsukishima termina de hablar con un susurro ronco.

Y lo besa.

Kuroo se siente caliente y húmedo. Todo dentro de él se congela en un apretado nudo de furia y placer (¡Sí, sí, sí!) y ni siquiera reacciona para responder el beso. No puede, tampoco quiere.

Tiene muy claro qué es lo que quiere.

—Vete a la mierda —gruñe, empujando a Tsukishima, quien lo mira viéndose humillado, terco e intrépido. Es la primera vez que Kuroo ve tal variedad de emociones en su rostro siempre impasible, como si no tuviese un arma apuntando a su sien—. Estás muy equivocado si crees que mi deseo de follarte cambia algo.

Tsukishima se lanza hacia él con todas sus fuerzas, y por un segundo pareciera que solo quiere derribar a Kuroo, pero en cambio, aplasta su boca en un beso crudo y feroz. Kuroo sabe a sangre.

La lengua de Tsukishima se desliza por encima de sus dientes y Kuroo se rinde, gruñe, y tira de él por la cintura, apretando todo su delgado cuerpo contra su brazo vendado, y siseando de dolor mientras Tsukishima se concentra en lamer el interior de su boca. Lo presiona contra la pared en respuesta, tirando, mordiendo, aplastando. Quiere agarrar su trasero con su brazo sano, pero el arma se interpone.

—Espera —jadea Kuroo, tratando de apartarse—. Espera.

Tsukishima, quien sin sus anteojos no parece llegar ni a los veintidós años de edad, se aleja, respirando fuerte y pesadamente. Sus labios hinchados resaltan en color rojo contra su pálido rostro. Kuroo solo puede mirarlo, admirarlo.

Entonces golpea a Tsukishima en la cara con el cañón de su arma.

Su cabeza se mueve en cámara lenta. Tsukishima levanta la cabeza, tocándose la boca sangrante y lo mira con ojos conmocionados. Kuroo siente una triste satisfacción. Tal vez la decisión de dispararle en el acto no fuese la mejor opción, pero ese pensamiento se desvanece rápidamente.

Ambos están parados en el centro de la habitación, con varios estantes a su alrededor. En un segundo, la sorpresa se desvanece del rostro de Tsukishima y Kuroo no tiene tiempo de reaccionar antes de que este derribe un estante sobre él. Salta de lado, cubriéndose la cabeza con su brazo sano y, para cuando vuelve a abrir los ojos, Tsukishima ya se ha ido.

¿A dónde fuiste esta vez? —A juzgar por su voz, o Yaku está cansado de estar enojado, o está distraído con algo al otro lado de la línea— ¿Dónde estás?

—Detrás de la curva en el primer piso, en la... —Kuroo limpia una capa de polvo en la puerta antes de continuar— sala de soldadura, ¿cómo terminaron la pelea?

Nos escapamos por las puertas de la derecha, tienes que ir en esa dirección —dice Yaku, y corta la llamada.

Kuroo cruza el edificio vacío en el cual ahora sus pasos rápidos resuenan con eco. Él también se siente igual de vacío. Su mente está completamente en blanco, eso si no cuenta los pensamientos sobre la lengua de Tsukishima en su boca y la irritación mordaz y persistente de fracaso al dejarlo escapar nuevamente.

Te atraparé, piensa, caminando a través de las oxidadas puertas de metal hacia un terreno cubierto de hierba. Desde allí, logra ver dos de sus autos, al ralentí. Yaku está apoyado contra el capó, fumando.

—Ahí está —Konoha arrastra las palabras, notándolo.

—Tuve un tête-à-tête —Kuroo apoya la mano sana en su cadera y se concentra en la forma en que Yaku sostiene el cigarrillo entre sus dedos.

Por primera vez en siete años, realmente quiere volver a fumar.

—¿Con quién? —exige Yaku.

Kuroo decide que es inútil ocultarlo, por lo que se encoge de hombros descuidadamente—. Con gafas.

Yaku gime, echando la cabeza hacia atrás— ¿Acaso te enamoraste de él o algo así? Jesucristo...

Estás loco, piensa Kuroo.

Por supuesto que no.

Definitivamente no.

... tal vez un poco.

¡Necesitaba darle un cierre!

—¿Lo mataste? —pregunta Bokuto, tirando hacia atrás su harapiento flequillo. Su peinado anti gravedad ahora está casi completamente aplanado y el pelo cubre su rostro y sus ojos.

Kuroo niega con la cabeza, corriendo su propio cabello de sus ojos.

—... ¿Te lo follaste? —Bokuto pregunta cuidadosamente.

—No —Kuroo finge estar horrorizado y casi no miente—, se escapó.

Después de perder diez minutos en devorarlo con mis ojos y de reclamarle como una ex novia decepcionada en lugar de dispararle, piensa y se rasca el cuello. Es muy posible que no solo quiera dispararle.

—¿Qué hacen ustedes aquí? —Pregunta—. O más importante, ¿dónde están Tendou, Ushijima y sus parásitos?

—Se fueron. Tendou tenía granadas, Konoha tenía granadas, nos gritamos un poco y decidimos tomarnos un descanso antes de terminar muriendo todos —Yaku agita una mano—. Y sí, tienes razón, nosotros también creemos que fueron los estadounidenses quienes empezaron a disparar.

—¿Y por qué harían eso?

Yaku agarra la maleta con las tablillas sagradas del asiento trasero con una mano, Kai agarra el otro extremo y lo ayuda a abrirla.

—Para robar las placas, supongo.

Kuroo se ríe, agarrándose el abdomen.

La maleta está llena de cientos de imágenes de las tablillas sagradas, las reales del Antiguo Testamento, como las que Moisés bajó del monte Sinaí para sus israelitas.

Qué bromistas.

Definitivamente fue idea de Sugawara: no tiene pruebas, pero tampoco dudas.

—Bueno, si vamos al caso —Yaku se ríe a su lado— ambos juegos de tablillas sagradas son igualmente inútiles. Me pregunto qué pasará cuando nuestros amigos estadounidenses se enteren de eso.

«Tête-à-tête» significa «corazón a corazón», tuve que buscarlo mientras traducía para verificar que fuese correcto.

¡Por fin tenemos a Akaashi! ¡Y a Daishou (quien de alguna manera se las arregló para seguir vivo)! Es gracioso pensar que hace un par de capítulos llorabamos a nuestros posibles muertos y ahora tenemos algún vivo de más(?

Me gustaría hacerles saber que leo todos sus comentarios y grito internamente acerca de lo certeros que son algunos. No voy a decir cuales, pero la verdad son unos visionarios jaja

Aunque... ¿Serán lo suficientemente visionarios para prever lo que viene? ¡Déjenme sus teorías!

Nos leemos el siguiente lunes, ¡besitos!

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