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Capítulo 1

¡Sean bienvenidos a este increíble fic! Les estoy muy agradecida por darle una oportunidad, les prometo que no se van a arrepentir.

Todos los créditos son para el autor original, KuroTsuki_SW_2016 (KuroTsuki_SW_2019), quien amablemente me ha permitido traducir al español y publicar tanto en Wattpad como en AO3.

También una mención especial a la traductora al inglés, shrugemoji (mozaikmage), porque de no ser por su arduo trabajo de traducir este fic al inglés, nunca hubiese tenido la oportunidad de leerlo.

A su vez, le estoy muy agradecida a Mars (@_keipop en Twitter) por hacer de mod y nexo entre el autor originial y yo.

Y por último, pero no menos importante, le estoy sumamente agradecida a mi fantástica beta @NatalieNightray1997 quien decidió darle una oportunidad a esta obra y que en el proceso me ha tenido una paciencia inmensa.

Espero que esta lectura los atrape tanto como lo hizo conmigo y que mi traducción le haga justicia a tan magnifica historia.

Nota: Wattpad cambió los guiones mientras estaba editando el capítulo, intenté corregir todos pero es posible que haya pasado alguno por alto.

—Secuestré un avión —confiesa Kuroo. No hay ni un ápice de arrepentimiento en su voz.

—¿Que tú qué? —Bokuto pregunta tontamente.

—Armado solo con un encendedor, amigo.

Y esa es la pura verdad. Pero claro, las cosas no comienzan ahí.

Los del grupito de Date empezaron a seguirle el rastro en La Haya y finalmente le pisaron los talones en Melbourne. Si hace dos años le hubieran dicho que esos idiotas lo perseguirían hasta el sur de Australia, él se hubiese reído.

Durante dos días corrió de un lado a otro en St. Kilda; no vio ni un solo canguro, pero conoció a un grupo de indios y a una familia de refugiados inmigrantes de Sri Lanka mientras se escondía de Kamasaki y Obara a la vez que secaba la ropa en un balcón.

Y casi termina todo bien, pero el idiota de Futakuchi, por supuesto, alcanzó a pegarle un tiro a la botella de gaseosa que llevaba en la mochila.

Afortunadamente para él, este no logró interponerse en su camino y terminó sentado en un avión de Vietnam Airlines volando directo a Hanoi. Un plan simple e ingenioso que culminaba al cruzar la frontera noroeste de la capital vietnamita hacia China y desde allí, a cualquier parte; sea a Beijing o a un monasterio Shaolin.

Pero como todos sus planes demasiado simples y no lo suficientemente ingeniosos, este también se fue a la mierda de inmediato.

Cuando Kuroo, lujosamente sentado en la clase económica y con las rodillas presionadas contra el respaldo del asiento de enfrente, estaba a punto de preguntar a los asistentes de vuelo sobre el almuerzo, vio a Fukiage. Al maldito Fukiage.

Y no mucho después, este terminó por atraparlo en el baño metiendo el pie antes de que Kuroo lograse cerrar la puerta. Tranquilamente entró en el pequeño espacio libre y sin rodeos le sugirió que regresase a su asiento sin hacer escándalo.

—Muy bien, Kuroo Tetsurou. En seis horas este vuelo estará arribando a Hanoi, dándole a mis muchachos el tiempo suficiente de prepararse y esperar por tu llegada antes de elimin...

Pero es lo último que alcanzó a decir antes de que Kuroo le golpease la cabeza contra el borde del inodoro.

Dos hombres encerrados en un solo cubículo de baño eran motivo de sospecha, por lo que se lavó la cara, pasó por encima del charco de sangre que comenzaba a gotear sobre el plástico y salió del baño cerrando la puerta con un portazo, logrando que los pasajeros cercanos hicieran una mueca de incomodidad. Por las dudas, jaló de la manija al menos tres veces más para confirmar que la puerta hubiese quedado bien trabada.

Fue entonces cuando se dio cuenta de un hecho incontrovertible: lo estaban esperando en Hanoi. No le importó si se trataba del grupo de Date o los mercenarios que estos contrataron; realmente no le interesaba si querían matarlo por puro odio hacia su persona o por amor al dinero.

Casi podía escuchar los sonidos de Hanoi colapsando junto con todas las probabilidades de que él lograse salir de ese lio con vida. Y no solo de ese lio; a ese paso ni siquiera saldría arrastrándose del aeropuerto.

La azafata empujó el carrito por el pasillo. Al parecer, durante el interrogatorio relámpago de Fukiage se terminó perdiendo el almuerzo, por lo que regresó a su asiento y pidió discretamente un coñac.

El coñac, que debería de haber mejorado la situación, no logró hacer efecto, y la ruta de vuelo sin escalas a Hanoi siguió siendo molesta y estresante como un dolor en el culo. Tenía aproximadamente diez minutos antes de que la gente empezase a irrumpir en el baño, y el paso de los segundos solo le generaban ganas de fumar. Lástima que en realidad no era un fumador.

Cuando el vaso quedó medio vacío, lo dejó en una bandeja sobre la mesa. Un Boeing con más de trescientas personas a bordo distaba mucho de ser un taxi. Los aviones de pasajeros no tienen paracaídas y, si los tuviesen, el cambio de presión todavía lo haría pedazos. Y, además, también tenía el maldito Océano Índico debajo.

Por seguridad tuvo que deshacerse de sus armas para pasar por el detector de metales lo más rápido posible. Generalmente no se apegaba a los objetos materiales, pero hubiese preferido evitar tirar a la basura su par de bellas glocks; aunque la realidad era que ni siquiera ellas le hubiesen ayudado a entrar en un aeropuerto lleno de idiotas de Date. Ahora bien, la única arma en su posesión era un novedoso encendedor con forma de una Stetchkin automática y un grabado que citaba «Para T. de K.: cúbrete el culo».

Con la ayuda de esa mierda lo único que remotamente podría llegar controlar sería un avión lleno de civiles.

Un avión.

Lleno de civiles.

¿Acababa de pensar en eso?

Maldita sea, acababa de pensar en eso.

El encendedor en su bolsillo interior presionó contra sus costillas mientras se giraba hacia la ventana para ocultar el brillo terrorista en sus ojos de la regordeta mujer australiana sentada a su lado.

Todos los planes simples e ingeniosos de Kuroo Tetsurou generalmente se desmoronaban a la velocidad de una carrera de Fórmula 1 y ese plan era tan complicado y tan estúpido que casi queda sin palabras.

Agarró el encendedor y se puso de pie lentamente, como si se diera la oportunidad a sí mismo de reconsiderar la situación, o de que un meteorito se estrellase contra el avión, o de que ocurriese una catástrofe cualquiera; pero nada sucedió. Solo que el otro australiano a su lado, bronceado y con arrugas alisadas por el exceso de grasa, comenzó a mirarlo con una expresión que oscilaba entre suspicaz y asustada.

—Respira —le dijo Kuroo en inglés —. No tienes nada de qué preocuparte.

Y bebió el resto de su coñac de un tirón.

La azafata en el pasillo se giró a mirarlo, el sombrero azul sobre su cabeza casi sale volando y su mirada se tornó expectante, ya que así es como se veían los pasajeros borrachos a punto de hacer alboroto. Ella observó como Kuroo se levantaba de su asiento y la saludaba aún con el vaso de coñac vacío en su mano.

—Señora, lléveme con la azafata principal, debo quejarme acerca de esta asquerosidad.

Después de eso, nada salió bien.

—Debí haberte matado en el baño —amenazó Fukiage.

—¿Qué? ¿Mutuamente? —Se burló Kuroo golpeando la cabeza de Fukiage contra la puerta tres veces seguidas, justo sobre su herida abierta. Al parecer, golpear a ese tipo contra superficies duras había comenzado a convertirse en una tradición de bienvenida.

—¡Los estoy vigilando! —Gritó por encima del hombro a los pilotos que se encogieron de miedo en sus asientos— ¡Ni se les ocurra hacer nada estúpido! Y tú —dijo volviéndose a Fukiage—, ¡ni siquiera pienses en robar mi arma, bastardo! Esta cosa dispara, amigo, en serio, ¡realmente dispara!

Sí, disparaba.

En treinta y dos años de vida, Kuroo aprendió una regla: el tipo a cargo es aquél que puede dispararte en la cabeza.

Desde el momento en que él, armado con un encendedor plástico con forma de Stetchkin automática, desarmó al capitán de la tripulación y se apoderó de su Walther completamente real, pasó aproximadamente media hora. Entonces, el equilibrio de poder cambió.

Adivinen quién era el tipo más genial en ese momento.

(Pista N°1: no era el capitán).

(Pista N°2: no era Fukiage).

(Pista N°3: fíjense en el que tiene el cabello genial).

Kuroo solo podía adivinar, pero lo más probable era que Fukiage recuperase la conciencia en el baño, no lo encontrase esperando su destino tranquilamente en el asiento C18 y comenzase la misma secuencia que él momentos antes, solo que un poco más sangrienta y menos agradable; posiblemente detuvo a la asistente de vuelo principal, la amenazó para que ingresase el código de la cabina del piloto y luego... estaba Kuroo en posesión de una Walther con cartuchos de calibre medio.

El tipo más genial en la habitación era aquél que podía dispararte en la cabeza.

El disparo resultó ser a ciegas. La sangre se filtró en un chorro uniforme desde el agujero en la frente de Fukiage, y Kuroo arrojó el cuerpo contra la pared tratando de no mancharse los zapatos, luego les dijo a los pilotos sin darse la vuelta—: Sé lo que estaban haciendo, vi todo.

No vio nada, pero lo asumió. Confirmó sus sospechas al ver el perfil preocupado del piloto mayor y la espalda no menos preocupada del capitán de la tripulación—. No vamos a volar a Ho Chi Minh.

Las paredes de la cabina zumbaban uniformemente. Detrás de la amplia ventana sobre el panel de control había un paisaje utópico de nubes blancas. El segundo piloto se tapó la boca con la mano, tratando de levantarse de su asiento, pero Kuroo empujó con fuerza su hombro deteniéndolo—. No vas a ir a ningún lado, vomita por la ventana o no sé.

Sí, como si pudiese abrir una ventana a 800 kilómetros por hora...

Pero lo último que quería en la cabina, a parte del cadáver en el rincón, era olor a vómito. De ahí en más, Kuroo no tenía la intención de salir de la habitación, o de dejar salir a nadie. La última vez que abrió la puerta, Fukiage irrumpió y casi lo estranguló con sus propias manos logrando que por poco se disparase a sí mismo con la Walther y para colmo, probablemente los pilotos aprovecharon esa oportunidad para chismorrear acerca de en dónde podrían aterrizar el vuelo.

Kuroo no vio nada, claro, pero sin lugar a dudas era lo que hubiese hecho él en su lugar.

—¿Me están escuchando? No volaremos a Ho Chi Minh, ¿qué tal Bangkok? —sugirió como una alternativa.

Tenía que cambiar el destino de aterrizaje. Idealmente una ciudad no tan grande o algún lugar dentro del continente, algo como Port Moresby en Guinea, por ejemplo. Hay tal nivel de criminalidad allí que cada día se registraban más personas muriendo apuñaladas que nacimientos en sus sucios hospitales. En realidad, Kuroo no estaba seguro de si tenían algún aeropuerto ahí. O algún hospital.

—¿Pnom Penh? —Sugiere nuevamente.

El segundo piloto aparentemente estaba luchando contra otra ola de náuseas. Los hombres guardaban silencio preocupados. Bien, puede que haya matado a un tipo frente a ellos, pero ¿Quién no ha experimentado eso antes? Comenzó a molestarse un poco pero no lo demostró, en cambio les sonrió alegremente— ¿Palembang?

En realidad, Bangkok y Pnom Penh resultaban ser, a su criterio, las mejores ciudades no tan grandes en algún lugar del continente, solo que separadas desde este por el Estrecho de Malaca. Sin embargo, estaba dispuesto a renunciar al continente a cambio de alguna isla grande si no se quedaba sin nombres de ciudades primero.

—Muchachos, ¿quién está a cargo aquí? ¿Por qué tengo que hacer todo por ustedes?

Apoyó su palma transpirada en el respaldo de uno de los asientos y se inclinó contra el otro con el arma apretada firmemente en su mano.

—Podemos aterrizar en Danang —sugirió el segundo piloto en voz baja, tragando saliva con fuerza.

—¿Vietnam? —preguntó Kuroo frunciendo sus labios. No, gracias, Vietnam, ya fuera Hanoi o Ho Chi Minh, solía ser el lugar perfecto para arruinar su vida—. No vale la pena, ¿otras opciones?

—Maktan, en Filipinas.

Filipinas iba completamente en contra de su plan de «perderse en el continente o en una gran isla». Posible pero no deseable. Ventajas: solo había estado una vez allí cuando tenía diecinueve años y en ese entonces, las personas aún no habían desarrollado el hábito de dispararle al verlo.

Negó con la cabeza, dudoso. Cuando notó que los pilotos aún tenían miedo de mirarlo, dijo en voz alta—. Es una idea meh, podemos encontrar algo mejor.

—Podría ser Mandalay, aunque... —el segundo piloto observó unos indicadores en el panel que tenía enfrente—. No, no llegaremos.

Bien, porque los chicos de Shinzen se establecieron firmemente en Mandalay y después del incidente del 2007 le disparaban a cualquiera que vagamente se pareciera a él, recién luego de disparar corroboraban si era él o no. Nadie se perdía de nada si no lograba llegar allí. Excepto los cazarrecompensas a los que Shinzen prometió nueve millones de kyats por su cabeza.

—¿En qué otro lugar podemos aterrizar? —preguntó Kuroo enérgicamente mirando el panel de control. Si no hubiese sido el terrorista en esa situación, habría preguntado para qué mierda servían todos esos botones. Después de todo, era su primera vez en la cabina de un verdadero Boeing.

El capitán de la tripulación, algo mayor que el asistente de vuelo y algo menos transpirado de miedo a comparación con este, miró a Kuroo con una expresión que decía «Piensa antes de secuestrar un avión» y luego confirmó— El lugar más próximo para aterrizar sería Indonesia.

Por un lado, Indonesia era muy buena idea. En algún lugar cerca de la capital, Bokuto y sus chicos manejaban el trabajo sucio de distintos rubros por sumas exorbitantes. Shirofuku —la asistente y ex de Bokuto, una linda chica armada con una escopeta—, definitivamente volaría en pedazos su rostro al momento de verlo. Por otro lado, las cicatrices se ven atractivas en los hombres, ¿verdad? Si él se metía en los problemas de dicho grupo, dicho grupo también lo protegería de los suyos propios.

—¿Qué ideas tienen además de Indonesia? —Todavía no estaba muy seguro al respecto así que eligió preguntar en voz alta para enterarse de sus opciones.

Dentro de todo, Indonesia era una gran idea porque Bokuto estaba ahí. Por otro lado, Indonesia era... bueno, Indonesia.

—¿Medan? —sugirió el comandante con voz dura y gotas de transpiración bajando por su frente.

—Muy lejos al oeste.

Pobre de él.

—¿Pekanbaru? —intervino el segundo piloto.

—Suena genial, pero, ¿dónde mierda queda eso?

Los pilotos guardaron silencio, ya sea para juzgarlo o para considerarlo. Después de medio minuto de silencio, Kuroo escuchó:

—La opción más conveniente es Yakarta.

—¿Yakarta? —preguntó débilmente.

—Yakarta.

Y era una muy, muy mala idea. En realidad, era la peor de todas las ideas propuestas, incluso contando Mandalay. Se frotó el puente de la nariz con su mano libre y luego, con una voz un tanto más débil de la que debería tener un secuestrador de aviones, exclamó—: ¡Pero no puedo ir a Yakarta!

El comandante, irritado, se giró a mirarlo— ¡¿Por qué?! —y Kuroo de alguna manera entendió la mirada en sus ojos gritando lo harto que estaba de él.

—No me mires así —y sonrió con desesperación— ¿Cuánto tiempo tenemos antes de aterrizar allí? ¿Una hora? Muy bien, necesito hacer una llamada ¿Sus teléfonos funcionan?

Y entonces llamó.

—Bo, soy yo —comenzó. La conversación estaba en su inglés habitual, se negaba a resucitar el japonés de su memoria.

—¿Eres tú? —preguntó Bokuto, sin aliento y agitado. Al fondo de la línea, Kuroo logró escuchar un crujido, un chillido y un lamento.

—No, no soy yo —respondió Kuroo inmediatamente, viendo venir algún otro problema desconocido del cual podría ser culpable.

Pero Bokuto comenzó a enojarse—. Hermano, ¿eres tú o no?

—Bueno, sea cual sea el sujeto que tienes sufriendo allí, no soy yo. Yo estoy aquí.

Y la razón por la que siempre valoró profundamente a Bokuto y por la que siempre lo valoraría era por...

—Ah, bueno, está bien.

...eso.

—Entonces, ¿qué anda pasando? —preguntó Bokuto.

—Supongamos por un segundo que, hipotéticamente, en una hora estaré aterrizando en el aeropuerto de Yakarta...

—Hermano —interrumpió Bokuto y Kuroo casi pudo verlo haciendo una mueca—. Hermano, no puedes aterrizar en Yakarta.

Apenas pudo evitar suspirar con tristeza. Hubiera sido genial que hablasen de algo que él no supiera, ¿no?

—Ilumíname —dijo en tono sarcástico porque, ¿quién en esta parte de Asia no sabía que Kuroo no podía ir a Yakarta? Pero juzgando por las miradas del segundo oficial, no tenía otra opción.

Por lo tanto, decidió hacerlo real y destruir cualquier otra posibilidad de retroceso—. No tengo otra opción.

—¿Dónde estás ahora mismo?

—Dame un segundo —Kuroo se inclinó sobre los asientos de los pilotos y susurró—: chicos, ¿dónde estamos ahora?

—Sobrevolando Yamdena —informó el segundo piloto sin despegar la mirada de la pistola en la mano de Kuroo.

Reflexionó un momento antes de regresar a la llamada.

—¿Sabes dónde queda Yamdena?

—No tengo ni puta idea, hermano.

—Bueno, estoy como a diez mil kilómetros por encima de esa mierda.

—¿Qué haces allí? ¿Estás en un avión?

De alguna manera sabía que, si confesaba, Bokuto no terminaría de entenderle. En el fondo de la línea lograba escuchar gritos ¿Acaso ese es Yaku? ¿De dónde diablos salió? Pero al final, igual decidió confesar todo.

—Secuestré un avión.

—¿Que tú qué? —Bokuto pregunta tontamente.

—Armado solo con un encendedor, amigo.

—Está bien, hermano... —comienza Bokuto con una voz de «esto no está ni remotamente bien»—.Bien, entonces, secuestraste un avión —«¿Que hizo QUÉ?» se escucha de fondo —y en una hora aterrizarás en Yakarta —«¿Que aterrizará en DÓNDE?» —¿En el mismo avión secuestrado?

—Siempre fuiste el inteligente entre nosotros, Bo. —Felicita Kuroo.

—¿Y necesitas que alguien te pase a buscar y te saque de las garras de toda la policía local combinada?

—Y quizás también del ejército nacional —Kuroo vuelve su mirada a los pilotos una vez más—. En todo caso, en una hora. Aeropuerto. Toneladas de policías. Tiroteos. Muchas armas ¿Suena bien?

—¿Y estamos de tu lado? ¡Fantástico!

Entonces corta la llamada. Sabe que eso no es nada bueno ni fantástico.

En unos miserables sesenta minutos más aterrizaría en una ciudad que no ha pisado en tres años, y que felizmente no volvería a pisar hasta dentro de veinte más, y en donde hasta el último perro lo conoce.

Sin mencionar que hasta el último perro allí quiere matarlo.

—¡Recuerden este día como el día en que casi atrapan a Kuroo Tetsurou! —Y al momento siguiente, en lugar de protagonizar algún escape asombroso, procede a esconderse detrás del chasis del avión.

—¡Entra en el auto de una vez! —Yaku apunta y dispara a cualquier ser vivo en la pista de aterrizaje como si jugase tiro al blanco a la vez que se refugia detrás de una minivan negra a prueba de balas.

Ojalá alguien le preguntase qué demonios hacía allí.

Pero no es como si Kuroo estuviese en contra de eso, definitivamente estaba a favor de tener a Yaku allí. Nunca hay que mirar los dientes de un caballo regalado, dicen. Asimismo, él nunca fue desagradecido con las sorpresas inesperadas y no iba a comenzar ahora.

Después de todo, el «comen dos, pican tres» inicial se había convertido en una fiesta de «invita a todos los que conozcas y, a los que no conozcas, conócelos e invítalos también». Literalmente es como tener todo un equipo completo solo para rescatar al Capitán Kuroo Tetsurou de las garras de los oficiales navales británicos.

—¿Podrías apurarte, idiota?

Y esa es Shirofuku, la chica anteriormente mencionada con una gran pistola en su posesión, sentada a unos veinte metros de él, escondida detrás de un automóvil de soporte técnico color naranja brillante.

La minivan que transporta al equipo de rescate está posicionada directamente entre ambos. Es un lugar cómodo para Yaku quien no luce particularmente feliz de tener que recargar cartuchos nuevamente. Kuroo, por el contrario, no tiene nada para recargar; la Walther tenía diez balas en su cargador y ya las usó todas.

Kai lo observa fijamente desde la ventana trasera de la minivan. En su rostro se puede leer algo como «Joven, debería sentir vergüenza de usted mismo». El bastardo ni siquiera se da el lujo de parpadear mientras le sostiene la mirada.

Por el momento, decide ignorarlo. Especialmente porque tiene algunas distracciones.

Bokuto, o al menos su cabellera blanquecina, se eleva sobre la multitud mientras rompe las delgadas filas de la guardia local con un ataque terrestre. Mientras tanto, Yaku sigue disparando hacia los agentes de policía y acierta todos sus tiros como si fuese el ganador de un simulador de apocalipsis zombi.

Y todo hubiese parecido una escena de alguna asombrosa película de acción si no fuese por...

—¿Y qué mierda le pasó a tu cabello? —Shirofuku comenta casualmente sin siquiera mirarlo mientras vuelve a cargar su arma— Te ves incluso peor que antes. —Luego sale de su refugio y vacía medio cargador en un tipo que intenta atacar a Bokuto por la espalda.

Al parecer alguien tiene un buen ángel de la guarda.

—¿Podríamos no discutir eso ahora? —grita Kuroo tratando de levantar su voz por sobre el ruido de los disparos.

—¿Cuándo murió un gato en tu cabeza? —pero Shirofuku se niega a ceder.

—¡Kuroo, o entras ahora o te disparo yo mismo! —Yaku abre la puerta de la minivan de su lado y entra en esta como alma que se lleva el diablo.

¿Equipo «rescatar al Capitán Kuroo Tetsurou de las garras de los oficiales navales británicos»? Más bien, equipo «llevar al Capitán Kuroo Tetsurou al suicidio».

Yaku, escondido en el coche, da alguna especie de orden y este da marcha atrás dejándole una muy buena oportunidad para subirse. Kuroo se cubre la cabeza con los brazos, se enrosca en una bola y corre tan rápido como sus piernas pueden llevarlo hasta que aterriza en la segunda fila de asientos de la minivan. Una vez dentro, se estira boca arriba con solo las piernas asomando por la puerta abierta.

Las balas en ningún momento dejan de impactar contra la ventana sobre su cabeza.

—¡Tora, vete! —ordena Yaku y el automóvil arranca abruptamente. Kuroo casi se cae del asiento sobre las sucias alfombras de goma, pero Shirofuku, que apenas acababa de subir, se adelanta y se sienta encima de sus rodillas—. Recoge a Bokuto y salgamos de aquí —ordena Yaku nuevamente.

Tirano, dictador, déspota. Primero la minivan, luego Polonia y finalmente el mundo.

—Mierda, la piel muerta que tienes por cabello se ve aún peor de cerca —comenta Shirofuku tratando de recuperar el aliento mientras se acomoda en el asiento y le sonríe triunfalmente. Todos en el vehículo fingen no notar el hecho de que Yamamoto acababa de atropellar a alguien.

Sin embargo, Kuroo es un hombre adulto, no va a protestar.

—Es para alejar la atención de mi rostro —no, no protesta—.Es muy importante a la hora de estar huyendo, ¿lo entiendes, mujer?

Kuroo intenta sin éxito sacar sus piernas de debajo de ella ¿Qué demonios le dieron de comer a esta mujer desde su último encuentro en Budapest? Yaku, en la tercera fila, está muy ocupado mirándolo con todo el desprecio que su pequeño y frío corazón puede albergar. Junto a él, hay algún otro tipo y luego está Kai, ambos sentados en silencio, cosa que se agradece; ahora mismo necesita como mínimo un momento para mirar el techo y recuperar el aliento.

Pero, por supuesto, no dejará de preocuparse hasta que Bokuto suba al auto y Shirofuku se baje de sus piernas.

Sin levantarse, Shirofuku cierra la puerta deslizante con un golpe sordo cuando Bokuto aterriza en el asiento delantero y Kuroo de alguna manera logra sacar sus extremidades de debajo de ella.

—¡Vamos, vamos, vamos, conduce! —Bokuto golpea sus rodillas con entusiasmo, zamarrea a Yamamoto por el codo y se gira a mirar por la ventana trasera— ¡Mierda, es genial! ¡Los tenemos donde queremos!

—¡Deja de moverte, hombre! —grita Yamamoto y pisa a fondo el acelerador tan bruscamente que Kuroo casi golpea su cara contra el asiento de en frente. Ahí es cuando decide que es mejor sentarse bien y dejar de hacer el tonto.

—Yaku, maldita sea, cambia de lugar con Kai, no puedo ver una mierda por su cabeza —solicita Yamamoto y luego gira de golpe hacia la izquierda logrando que Kuroo estrelle su cara contra el cinturón de seguridad.

El resto de pasajeros se amontonan como un sándwich y Bokuto vuelve a zamarrear a Tora por el codo— ¡Está bien, hombre, cálmate!

Pero a Yamamoto al parecer no le gusta eso. Lamentablemente parece que nunca ha tenido el gusto de leer un libro de autoayuda para el control de la ira; en situaciones extremas, instantáneamente pierde los estribos.

Y si conducir entre aviones pequeños y vehículos de servicio bajo una lluvia de balas no se consideraba como una situación extrema, Kuroo podría decir que no sabía nada sobre situaciones extremas.

—Kai, dije que te sentaras en el lugar de Yaku —exige nuevamente Yamamoto y gracias a eso, Kuroo puede ver con diversión como Kai y Yaku cambian de lugar mientras intentan pasar sobre el ciempiés humano sentado entre ellos—. Es posible que tengamos una persecución.

—Dios, nooooooo —Shirofuku suena exactamente como una esposa cuyo marido, por centésima vez, cambió a las Kardashian para poner futbol.

El coche tiembla con fuerza cuando salen de la acera, chocan contra la valla metálica que aplastaron para ingresar y finalmente llegan a la zona de césped. La carretera que los llevará a la ciudad está a tan solo cien metros de distancia y si no fuese por la advertencia de Yamamoto, tranquilamente podrían comenzar a relajarse.

—¡Maldita sea, Kuroo! —La irritación de Yaku está bastante justificada, pero de todas maneras le gustaría corregir su nombre al final de la oración. Quizás algo como «¡Maldita sea, policías!» o «¡Maldita sea, patrulleros!». Él claramente no tiene nada que ver con el mal momento por el que están pasando.

Las sirenas comienzan a sonar tan pronto como giran e ingresan en la carretera.

—¿Tora, puedes perderlos?

—¿Qué otra cosa puedo hacer? —refunfuña Yamamoto.

Bokuto, quien parece encantado con la idea de una nueva persecución, lo golpea en el hombro con el puño— ¡Vamos, sé que puedes!

—¡Podría si dejaras de moverte! Kai, por favor, baja la cabeza o vuelve a cambiar de lugar que no veo nada.

—¡Dios mío, quédate quieto! —ahora grita Yaku— Kai, baja la cabeza.

—Yaku-san, ¿tal vez sería mejor tú que cambiaras de lugar? No eres muy alto así que Yamamoto-san podría ver mejor —Kuroo se gira abruptamente debido a ese comentario, dudando de si escuchó bien o no.

Mierda, el niño, quienquiera que sea, en realidad había dicho eso en voz alta ¡Dijo un comentario sobre la altura de Yaku en su misma presencia! Toda una inspiradora tendencia suicida proveniente del tercer sujeto en el asiento trasero: un muchacho desconocido, de unos veinte años, el cual viste una sotana larga con el cuello torcido. Dado que no lo vio en el aeropuerto, deduce que posiblemente había estado encerrado en el auto durante todo el tiroteo.

Mientras tanto, Yaku se había estirado para alcanzar la garganta del sujeto e intentaba estrangularlo antes de que Kai se interpusiese en su camino— ¡Déjame asesinarlo! —gritó preso de la ira.

—Increíble —se ríe Kuroo, dándose la vuelta por completo para no perderse nada de la obra que se desarrolla en el asiento trasero—. No vine aquí en vano.

—Si no hubieses venido aquí... —comienza Yaku, arrastrándose sobre Kai quien, a juzgar por su quejido, accidentalmente recibió un codazo en las costillas—. Perdón, fue sin querer ¡Lev, deja de patearme!

—Estás tratando de golpearme, ¿por qué no debería de defenderme?

—Lev, cállate.

¿Lev? ¿Qué clase de nombre es ese?

Bokuto se arrodilla en el asiento y, poniendo sus manos sobre el respaldo, se ríe a carcajadas. Shirofuku se cubre los ojos con una mano y Yamamoto gruñe de rabia. Luego Kai se mueve hacia un costado y todos logran ver las luces parpadeantes de los patrulleros.

—Lev, deja de luchar. Kuroo, maldito idiota, deja de reír... —y entonces, en el exacto momento en que su mirada se posa sobre él, su expresión cambia drásticamente.

Observa con incredulidad mientras, irónicamente, levanta las cejas y afloja su agarre sobre el cuello del chico de cabello plateado, oportunidad que el joven aprovecha para alejarse lo más que pudiese de Yaku y presionar su cara contra la ventana.

—¿Qué es eso? —pregunta ahora, mucho más calmado, levantando una ceja.

—¿Dónde? —pregunta Kuroo, levantando una ceja en respuesta.

—En tu cabeza —responde Yaku.

Dios, no otra vez. Si para el final del día no están todos en la cárcel, se hará un tatuaje en la frente que diga «Déjenme en paz, es mi cabello».

—Mi peinado —responde Kuroo, como si estuviese hablando con un niño. O sea, la bola amarilla en el cielo es el Sol, Yamamoto acaba de atropellar a alguien y en su cabeza hay un peinado de aspecto completamente normal. Son simples hechos.

—¿Es un helicóptero? —pregunta de repente el chico larguirucho de nombre extraño.

—Es mi peinado —repite Kuroo.

—No, en serio, es un helicóptero —y apunta a algo en el cielo, casi aplastando su nariz contra el vidrio.

Durante unos segundos reina el silencio en el coche, y es entonces cuando queda claro que fuera de este no hay nada en silencio. Y no se refiere únicamente al retumbar de la carretera bajo las llantas, ni a las sirenas de la policía, ni a los bocinazos indignados de los conductores en la carretera, aunque todo aquello también contribuye a lo que es una melódica cacofonía de persecución; en algún lugar por encima de sus cabezas zumban unas enormes aspas y alguien dice algo a través de un altavoz.

—¡Realmente es un helicóptero! —exclama Bokuto completamente encantado.

Kuroo le guiña un ojo—. Todo para ti, Bo.

—Tetsurou, esto es serio —dice Kai, sermoneador, entrecerrando los ojos hacia el cielo a través de la ventana trasera.

Como si él no supiera eso. Todos los chistes solo sirven para cubrir una simple verdad: están hasta el cuello de mierda.

Cambian el primer coche luego de un par de minutos. Yamamoto irrumpe en algún lugar de las regiones del sur, salen volando del vehículo en dirección a la calle y corren disparando contra los patrulleros estacionados. Sobre ellos retumba un helicóptero, pero Kuroo ni se molesta en levantar la vista para mirarlo porque no puede darse el lujo de hacerlo; están en las trincheras.

Mientras corre detrás de todos los demás, recuerdos de situaciones pasadas aparecen en su mente uno tras otro. Como de costumbre, Yaku debe de haber pensado en todo.

Atraviesan un estrecho callejón en una sola fila india hasta un segundo auto esperando por ellos. Las escenas, como si fuesen una película, siguen repitiéndose en su cabeza gracias a las sensaciones y voces familiares.

Un tiroteo en un pequeño cine; noches musicales ebrias en el Queen Elizabeth; el cadáver blanco de una niña en las vías del tren; la silueta oscura de la cruz católica contra el cielo rosa del ocaso; una pelea de cuchillos en Jalan Jaksa y el sonido húmedo de la hoja saliendo de su piel; vendedores ambulantes con sombreros de paja y el ruido de las pulseras de plástico vendidas por seis mil rupias; arroz al curry en Kota Tua; una prostituta bronceada de manos suaves y amplios pantalones de lino; vehículos de la iglesia con costosos asientos de cuero; la cacofonía de un embotellamiento en las estrechas calles del casco antiguo; comida india quemando su garganta en el restaurante de Big G; un atado de cigarrillos abierto y un paquete de cocaína transparente debajo de una estatua de Cristo; Kai lanzando distraídamente un casquillo de bala arriba y abajo en su mano; un desordenado departamento en el margen sur de Thamrin con el baño más grande que se hubiese dado el lujo de tener; y la Iglesia, la Iglesia de nuevo.

Yamamoto pisa el acelerador casi antes de que Kuroo lograse meterse en el baúl. Un Toyota Prado es obviamente más pequeño que una minivan, pero tiene un baúl más grande que la mayoría de hatchbacks en el que dos enormes hombres adultos pueden apretujarse. Como resultado, Bokuto y Kuroo se encuentran separados del resto del grupo por los asientos traseros.

—Necesitamos llegar a Prepedan —ordena Yaku— ¿Verdad, Bokuto?

Bokuto levanta la cabeza, lo mira sin comprender durante unos segundos y luego asiente. Acomoda la enorme llanta de repuesto de forma que esta se adapte a su trasero, como si estuviese flotando en una piscina y solo le faltase un cóctel en la mano—. Se supone que Konoha debe haber dejado un auto allí, en una intersección con salida al parque, cerca de un gran almacén de materiales de construcción.

—¿No tienes algo más específico? —Yaku pregunta con una voz tan mezquina que Kuroo, sentado sobre trapos sucios en el baúl, quiere tirarle alguno por atreverse a hablarle al bebé Bo (un hombre de 1.80m de altura y con unos bíceps de 50cm de circunferencia) de esa forma.

—En esa zona, la mitad de edificios parecen almacenes —gruñe Yamamoto, conduciendo hacia la carretera.

—¡Hey! ¡Pero pensé en todo! ¡Incluso tengo una captura de pantalla de Google Maps! —Bokuto frunce sus pobladas cejas y saca su teléfono del bolsillo, pasándolo al frente— Yukie, alcanza esto, por favor.

Por momentos, Kuroo realmente duda de que puedan escapar. Los patrulleros, ahora sin sirenas, les pisan los talones mientras aparecen por otras vías de acceso. Sin embargo, la mitad de ellos cambia rumbo hacia los límites de la ciudad y en algún momento el helicóptero hace un giro y se dirige al centro.

Shirofuku le alcanza el teléfono con el mapa a Yaku, quien lo mira y asiente—. Cambiaremos de coche y nos dirigiremos a la Iglesia.

Maldita sea.

—Creo que al viejo le encantará hablar contigo, Kuroo.

¡Maldita sea!

—Vuelve mañana por la mañana —les informa Kai en voz baja, con la expresión de un hombre que acababa de entrar en la celda de un condenado a muerte para decirle «hoy no».

Si los sujetos liderados por Futakuchi apareciesen en Yakarta, Kuroo necesitaría toda la ayuda que pudiese conseguir ya que solo con Bokuto no llegaría a ningún lado. Obviamente, conseguir que sus amigos/esbirros/niñeros le ayuden con potencia de fuego es algo imposible, por lo tanto, su única esperanza es la Iglesia.

Lo que significa que ya no tiene esperanza.

—¿Vuelve de dónde? —pregunta Kuroo.

—No es de tu incumbencia —espeta Yaku—. Y mejor reza para que no te ejecute.

—O para que no te reconozca —ríe Bokuto.

—Primero que nada, rezar es asunto tuyo, oh Santo Padre. Y segundo, Bokuto —Kuroo se da la vuelta y lo mira con seriedad—, mi cabello es normal.

El camino a Prepedan será largo.

Durante unos veinte minutos conducen en relativa tranquilidad salvo por Shirofuku arrugando el envoltorio de algo, Yaku y Kai discutiendo asuntos entre susurros y el chico albino periódicamente haciendo preguntas estúpidas y tirando de la manga de Yaku.

Entonces, Yamamoto decide encender la radio.

«... y en otras noticias: la boda de Gunther Perkasa, hijo del representante Hema Pertiwi, tendrá lugar en la residencia familiar en el lago Situpattengang. Más de quinientas personas han sido invitadas a la celebración en donde podrán...»

—¿Qué? —pregunta Yamamoto cuando todos comienzan a mirarlo—. No me miren así ¡No puedo conducir en silencio!

El área de Prepedan se concentra sobre todo en Yakarta. Kuroo no siente alguna ola de nostalgia en particular (después de todo, esta es una ciudad en la que no desea estar), pero mirando el revestimiento oxidado de las pequeñas casas, las cercas que alguna vez estuvieron pintadas de blanco, grafiti cubriendo más grafiti, nota como un sentimiento de familiaridad se apodera de él, incluso si nunca antes había estado en aquella parte de Prepedan. No es como si hiciera falta; todo Yakarta se ve exactamente igual: como un hormiguero construido con la basura bajo sus pies.

—Tora, detente ahí —ordena Yaku apuntando hacia el borde derecho del parabrisas delantero.

Kuroo se prepara para levantarse nuevamente. Su nuevo destino se distingue por un techo alto y paredes de metal corrugado.

Esta vez, salen sin prisas del coche y cambian de asiento con tranquilidad. Kai incluso se hizo el tiempo de estrechar manos con uno de los trabajadores que saltó desde encima de un montón de ladrillos apilados.

—Este es el coche más patético que he visto en mi vida —murmura Yamamoto en voz baja.

Kuroo extiende sus brazos estirando su espalda y cuello mientras observa el nuevo vehículo. El auto más patético en la vida de Yamamoto es otra minivan, esta vez una descascarada, de color azul sucio por encima de una pintura ocre, con calcomanías de una empresa de turismo y una abolladura en donde debería de haber estado el faro izquierdo. Bokuto, balanceándose hacia adelante y hacia atrás sobre sus talones, se encoje de hombros. No necesita más para saber que ambos coinciden: Yamamoto no ha visto muchos coches patéticos en su vida.

Kai, riendo sobre algo con el hombre, vuelve a estrecharle la mano y dice—: Es hora de irnos —y se dirige hacia el nuevo coche.

Mientras se acomodan, Kuroo le dice a Shirofuku «las damas primero», como todo un caballero. Y por respuesta, ella le pisa los pies con fuerza antes de subir al vehículo.

Hay aproximadamente media hora de viaje hasta la Iglesia, que se encuentra en el lado sureste de la ciudad. Afuera, el crepúsculo recién está comenzando, no se ven policías por ningún lado y nada parece presagiar algo terrible. Pero cuando la minivan se detiene en un semáforo, Yaku dice—: Muy bien Kuroo, ha llegado el momento de discutir un par de cosas.

Esta vez, Yaku está sentado en la última fila junto a Kai y Bokuto mientras que el chico albino pasó a estar sentado en el asiento delantero.

—¿Ahora? —Kuroo pregunta haciéndose el tonto, viendo venir la trampa.

—Ahora que nadie nos persigue, sí —repite Yaku.

Luego hay un clic y Kuroo se da cuenta de que casi todas las armas en el vehículo están apuntando hacia él.

—¡Oigan! —dice Kuroo, indignado— ¿De verdad? ¿En lugar de abrazos? ¡Chicos!

Yaku le quita el seguro a su Beretta de forma demostrativa. Más concretamente, a ambas Berettas, en ambas manos.

—Gira a las 7 en punto —le indica a Yamamoto, frunciendo el ceño. Yamamoto ni siquiera se gira a mirar a Kuroo y gracias a eso él ahora tiene una herida abierta; un enorme agujero en su corazón y su alma.

Pronto también tendrá un agujero en el hueso de la cadera si Shirofuku no mueve el cañón de su escopeta lejos de él.

Decide que mirar fijamente a un cabreado Yaku a los ojos es lo mismo que anotarse para el suicidio, por lo que mira hacia su izquierda y trata de cambiar de tema con urgencia.

—Por cierto, ¿quién es este? —señala al albino desgarbado quien tiene que doblarse de forma extraña para no romper la guantera; incluso él ¡Imagínense!, le está apuntando con un arma— ¿Y por qué mierda me está apuntando también?

—Oh, ese es Haiba Lev —lo presenta Bokuto alegremente, inclinándose sobre el asiento trasero; es la única persona en el vehículo que no lo está apuntando—. L-E-V. Es el nuevo niño del coro —Kuroo intenta olvidar los recuerdos de cuando estuvo en ese mismo lugar—, en la Iglesia ¿Te imaginas? ¡Mide más de 1,90m!

—Encantado de conocerte —dice Lev cortésmente. Siendo honesto, Kuroo podría haber adivinado por sí mismo que Lev es nuevo; su sotana es completamente negra, para nada descolorida—, y... ¿Solo estoy siguiendo a Yaku-san?

—¿Entonces si Yaku-san salta de un puente, tú también saltarás? —Kuroo resopla con escepticismo. Imagínense; si todo el mundo copiase a Yaku, él no hubiese vivido hasta los veinte años— ¿No podrías encontrar un mejor modelo a seguir?

E instantáneamente se calla porque por lo general, cuando Yaku baja las cejas otro milímetro más, a la mañana siguiente aparece un cadáver en algún lugar cercano. Y Kuroo no quiere ser ese cadáver.

No obstante, no logra permanecer callado mucho más tiempo—. Chicos, vamos ¡nos llevábamos bien! Me hieren.

—Tú también nos heriste —refunfuña Yamamoto desde detrás del volante—, cuando te fugaste con todos los ingresos de la fiesta de Shanghái.

—Profundamente heridos —confirma Yaku.

—¿Kuroo-san se robó todas las ganancias de un negocio? —Lev asoma su larga nariz desde el asiento delantero, sacando tímidamente su arma por detrás del reposacabezas.

Hubiese sido lindo si a Kuroo le gustase cuando la gente lo apuntaba con objetos largos, delgados e inorgánicos.

—Kuroo-san nos dejó servidos para llevarse todas las ganancias del trato —acota Yamamoto y da un giro en 'U' pronunciado— ¡Se deshizo de los suyos!

—Basta, esto no es GTA —ordena Yaku—. Y tú, Lev, guardas tu arma y te sientas en silencio, ¿entendido?

—Pero Yaku-san...

—¡Lev!

Aprovechando la lucha interna a su favor, Kuroo inquisitivamente, casi suplicante, mira a la única persona cuerda en ese coche de payasos—. Kai, ¿puedes apoyarme?

—Seguro. Cuando devuelvas los diez mil dólares —confirma Kai amablemente. Kuroo se siente acorralado entre la espada y la pared ¡Hijos de puta! Y eso que él acudió a ellos con el corazón puro.

—¿Qué pasa con la misericordia y el perdón? —pregunta.

—¿Qué tal si escribes un cheque? —contraataca Kai.

Y termina por ceder.

—Bien, bien. Entonces, ¿qué hago para que el viejo obispo no me acabe?

Como si ese fuera su único problema; la mitad de Yakarta duerme y sueña con desfigurar su hermoso rostro.

—Deberías haber pensado en eso antes de aparecerte por aquí —espeta Yaku.

Por favor, ¿quién siquiera piensa en las consecuencias?

Tratando de escapar de todas las infelices perspectivas futuras, Kuroo se acomoda nuevamente en el asiento y finalmente recuerda una manera rápida de cambiar de tema. Especialmente porque es una pregunta que lo ha estado molestando durante la última hora—: No es que esté en contra, los apoyo en todo lo que decidan hacer con sus vidas y en todas sus decisiones imprudentes, pero uh... ¿Qué demonios están haciendo todos juntos?

Yaku chasquea la lengua. Evidentemente, el hecho de que Kuroo y los cielos bendigan la unión de la Iglesia con Bokuto y compañía no significa que el propio Yaku también la bendiga.

—No quieras cambiar de tema, ¿entendido? lo importante aquí son tus problemas con el obispo.

Y luego de unos momentos en silencio, a regañadientes, pregunta— ¿Quieres decir que no has escuchado lo que está sucediendo en la ciudad?

—Chicos —la cara de Yaku exige que deje de llamarlos así mientras lo tiene a punta de pistola—. No he estado aquí en tres años, y no hubiera vuelto hasta dentro de mucho tiempo más si los cabrones de Date no me hubiesen cortado la ruta de escape y los valientes pilotos Frank y Michael no hubiesen traicionado nuestra amistad, ¿cómo mierda podría saber qué tonterías están sufriendo todos aquí esta vez?

—¿Date? —pregunta Shirofuku, abriendo un solo ojo. El cañón de su Mauser sigue apuntando directamente hacia él y le provoca una incomodidad palpable— ¿Tienes a todo Date detrás de ti?

Kuroo le hubiese respondido, pero es difícil decirle algo a una persona que sostiene el cañón de un arma al nivel de sus genitales. Shirofuku siempre ha sido una chica inteligente, la muy perra. Así que, en cambio, es Bokuto quien pregunta—. Espera, hermano, ¿qué pasa con Date?

Bokuto se acomoda con los brazos en el respaldo del asiento justo detrás de su cabeza y ahora se siente un poco más tranquilo.

—Aone.

Kuroo dice esa palabra medio mirando a Bokuto. Posiblemente sea la única persona, no solo en ese coche, sino en toda la Yakarta criminal, que no quiere dispararle.

El rostro de Bokuto se ilumina con comprensión. Incluso pareciera que quiere decir algo, quizás algo alentador y esperanzador (Kuroo no duda de su amigo) pero luego Yaku se mete en la conversación— ¿Eres estúpido? ¿Cómo lograste que Aone te siguiera?

—Mejor hablemos de esto en el confesionario, oh Santo Padre —bromea Kuroo, riendo nerviosamente intentando evitar su mueca de miedo. Es una larga historia así que decide volver al tema anterior.

—Entonces, ¿qué ocurre con esta fiesta de amistad y tolerancia? La última vez que nos vimos, Shirofuku prometió dispararte en la cabeza. Y ahora miren, están todos sentados en el mismo automóvil, mucho más cerca de lo permitido por la orden perimetral.

—Ja, ja, muy gracioso —dice Shirofuku sin diversión, abriendo una piruleta con los dientes y escupiendo los pedazos de papel en el suelo—, será más divertido cuando te dispare en los huevos.

Kuroo no está seguro de encontrarlo divertido. Por supuesto, ella no disparará, eso es tan obvio como que el cielo es azul. No obstante, sigue sintiéndose incómodo con el arma apuntando al órgano con el que, según la creencia popular, piensa.

—No nos vayamos al extremo —suplica con voz débil. Hizo una nota mental de nunca más volver a sentarse a su lado— ¿Qué tal si bajan las armas y discutimos el por qué todos aquí son tan malos conmigo?

—Creo que es obvio —Yaku mueve el cañón como eligiendo dónde disparar primero mientras asiente con la cabeza en su dirección, claramente asumiendo todo de forma imparcial.

—No —Kuroo no quiere volver a traer el tema sobre sí mismo, porque eso lo complicaría aún más—. Por alguna razón están trabajando juntos ¿Tienen... qué, alguna alianza temporal? Bo, tú y tus muchachos solo han estado aquí por una semana y media, ¿no?

—¿Has oído hablar de Ukai? —Yaku se adelanta.

Y realmente es una pregunta muy, muy inesperada.

—¿El viejo? ¿Estás bromeando? —Kuroo sonríe, tratando de adaptarse a un cambio de tema tan discordante— ¿Quién no ha oído de él? Es una celebridad criminal ¡El Michael Jackson de la falsificación de dinero! ¿Por qué? ¿Volvió a aparecer de repente en Yakarta?

Tiene mil teorías y esa es la más probable ya que Yaku acaba de recordarle todas esas viejas historias sobre dinero falsificado. Las historias sobre Ukai han estado circulando por el inframundo durante más de una década. Tener una página de Wikipedia sobre ti demuestra que eres alguien popular, especialmente si dicha página comienza con la palabra «genio».

El único problema es que nadie ha oído nada sobre Ukai en muchos años. Como que «desapareció misteriosamente» y todo eso. Hubo muchos rumores: la gente sospechaba que lo habían atrapado con un nombre falso en alguna cárcel del tercer mundo, o que la Interpol finalmente le puso las manos encima. Sería increíble que hubiese resurgido, tan solo esperaba que no estuviese flotando boca abajo en el Ciliwung. Él personalmente no se dedicaba a falsificar dinero, pero con gusto le pediría un autógrafo.

—Bueno, él estaba aquí en la ciudad —dice Yaku, guardando su arma. Kuroo está secretamente agradecido.

—¿Estaba? —La mirada de sabelotodo desaparece de su rostro— ¿Ukai? ¿En serio? ¿Cuándo es el fan meeting? ¿El código de vestimenta es casual o necesito que Yamamoto se quede sin esmoquin?

Estaba. No sabemos dónde está ahora —dice Kai, aplastando las esperanzas y sueños de Kuroo.

La vida, decide, es mucho más agradable cuando nadie le está apuntando, excepto... —Shirofuku, guarda el arma, podrás dispararme cuando bajemos del auto. Entonces, ¿qué pasó con Ukai?

—No sabemos dónde está —repite Kai—. Nadie lo sabe, a pesar de que buscamos por toda la ciudad. El caso es que, antes de desaparecer, lanzó un juego de estereoplacas de impresión de dólares perfectas en el mercado del inframundo.

Kuroo hace una mueca de escepticismo. No cree que alguien pueda hacer estereoplacas perfectas para dólares, ni siquiera un genio como Ukai. De lo contrario habría un montón de...

—¿dólares estadounidenses?

—Sí.

...habría un montón de estadounidenses hurgando por allí, y sin embargo aún no había visto ni un solo rostro capitalista por lo que sigue sin entender nada—. Está bien, entonces, Ukai estuvo en Yakarta, hizo las placas, las tiró en el mercado... Pero, ¿cómo se relaciona todo esto con el hecho de que ahora son mejores amigos?

Hay una pausa, Kai hace una expresión exageradamente despreocupada, como si no tuviese nada que ver con todo eso; Yaku frunce el ceño, evidentemente había algo en todo eso que realmente lo enojaba; y al final, es Bokuto quien habla. Empezando, como de costumbre, rascándose el cabello— ¿Te acuerdas de aquella vez que te dije que teníamos que entregar quien sabe qué dentro de una maleta espeluznante?

Y con «teníamos» se refiere a su pequeño pero polivalente equipo de empleados: un tipo valiente armado con un agudo intelecto (Konoha Akinori, treinta y tres años), una fuerza fuera de este mundo (Bokuto, treinta y cuatro años), y Shirofuku (que siempre tiene «un poco más de veinte»). Cabe acotar que Kuroo no tiene ni idea de su especialidad ya que fue contratada hace aproximadamente un mes.

Kuroo escarba en su memoria y consigue algunos fragmentos de lo que fue una llamada telefónica, algo como «Hermano, hermano, iremos a Serangan. Entregaremos alguna mierda y nos darán dos millones a cambio ¿Necesitas que salude a alguien en Yakarta?... Bueno, está bien ¡Deja de gritarme!»

Y también «Amigo, esta maleta es taaaaaaaaaan rara. Tiene una cerradura electrónica y una normal, también una clave de acceso ¿Qué crees que hay dentro? ¿Piezas del arca de Noé? ¿El pene de Elvis Presley? ¡Quizás el Santo Grial! O también...»

—¡Oh! ¿El oro azteca? —Kuroo asiente ahora en sintonía— Sí, lo recuerdo.

Yaku les lanza una mirada de sospecha a ambos— ¿Oro azteca?

—O un consolador de cristal —Kuroo se encoje de hombros—. Nunca lo decidimos. Entonces, ¿qué pasó con esa maleta?

Bokuto se rasca la cabeza de nuevo y comienza a bajar la vista avergonzado—. Bueno, hicimos el trabajo, recibimos nuestra paga en piedras preciosas, íbamos a irnos al día siguiente y luego...

—Luego nos robaron —termina Shirofuku, demostrando su habilidad para decir verdades duras.

Kuroo se congela con la mano a medio camino de rascarse la nariz, mira a Bokuto, quien frunce los labios con enojo, y luego a Shirofuku, quien abre pacíficamente la ventana para arrojar el palillo de su piruleta.

—¿Quién se atrevió? —pregunta realmente sorprendido porque ¿Quién podría haber siquiera pensado en robarle a Bokuto? ¡Es el puto Bokuto Koutaro! ¡Buscado por los gobiernos de cincuenta y ocho países!

—El Cartel —contesta Yamamoto.

—¿El Cartel del Amanecer? —Kuroo repite y lentamente susurra—: ¿El maldito Cartel-del-Amanecer?

Idealmente, Kuroo preferiría nunca escuchar ese nombre estando en Yakarta, pero aquí está, maldita sea, discutiendo sobre el Cartel del Amanecer.

Y antes de que cualquiera pudiese responderle, no se aguanta más y pregunta—: ¿Entonces el viejo Washijou todavía está vivo, supongo? —Asentimientos tristes en lugar de palabras son respuesta suficiente—. Increíble, el viejo fósil ya se estaba haciendo polvo desde antes de que yo me fuera, ¿y los demás? ¿Ushijima? O este otro sujeto...

—Ushijima también está mejor que nunca —responde Yaku con amargura—, y Tendou, en caso de que te lo estés preguntando.

—Mierda, Washijou está vivo, sus secuaces favoritos están vivos, qué día de mierda... —murmura Kuroo en voz baja, secándose la transpiración bajando por su frente. La camisa con la que arribó al aeropuerto, cubierta por un chaleco antibalas, está completamente empapada—. Uf, muchachos, cierren las ventanas y enciendan el aire acondicionado.

—Gran idea, pero no funciona —refunfuña Yamamoto—. Me enteré mientras todos te apuntaban.

Resulta que se hacen muchos descubrimientos interesantes en el mundo mientras se le está apuntando a Kuroo. Teniendo en cuenta que ha pasado un tercio de su tiempo desde los 15 años convenciendo a la gente de no dispararle, es posible que la vida se le esté pasando de largo.

—Bueno, bueno, no te quejes —Kuroo lo ignora y chifla, llamando la atención de todos—. Hey, niño del coro, abre más la ventana que no me está llegando la brisa. Bien, continuemos —vuelve su atención al resto de la pandilla, listo para los negocios—. Bo, ¿cómo te las arreglaste para dejar que el Cartel te robara? ¿Desde cuándo roban a autónomos? ¿Te cruzaste en su camino?

—No hicimos nada —Bokuto se cruza de brazos y mira tristemente por la ventana—. Ni siquiera fueron tus... Ushijima y Tendou.

—Según la descripción —comenta Shirofuku rascándose la nuca con su arma—, nadie sabe quién es ese tipo. Al parecer, solo era alguien que quería probar su valía.

Kuroo niega con la cabeza— ¡Maldita sea, Bo, dejaste que un tipo cualquiera te cagara todo! No es como si fuese, no sé, Tendou, ese hijo de puta siempre ha sido astuto, y tengo miedo de respirar el mismo aire que Ushijima, ¿pero un don nadie?

—Basta, no me molestes... —Bokuto gruñe, arrugando su nariz la cual ha sido quebrada repetidamente y murmura— No estábamos preparados.

—Está bien, está bien, no estaban preparados, te atraparon por sorpresa —Kuroo agita sus manos en un gesto conciliador. Si Bokuto se bajoneaba ahora, sería peor para Kuroo antes que para cualquier otra persona—. Pero, ¿qué hay de estos chicos? —señala con la cabeza en dirección a Kai y Yaku— ¿Trabajan consolándote a medio tiempo?

—Y ahora regresamos a las estereoplacas —anuncia Yaku sin ceremonia. Kuroo hace la nota mental de no dejar su boda o su funeral a cargo de Yaku: arruinaría todos los episodios más importantes de su vida—. Su valor estimado oscila entre los diez y medio y trece millones.

—¿De dólares? —Kuroo silba. Con ese dinero podría pagarles a los chicos de Date para que se persiguieran entre ellos.

Yaku niega con la cabeza y Kuroo frunce el ceño— ¿rupias? ¿yenes?

—euros.

—Mierda... —abre sus ojos en estado de shock— y.... esperen, Bo, ¿tu pandilla también está en la búsqueda de estas tablas de piedra sagradas del Antiguo Testamento? ¿Necesitan aliviar su carga financiera? ¿Están tan... complicados?

—No realmente —Kai niega con la cabeza y quiere decir algo más, pero Bokuto lo interrumpe.

—Bueno, decidimos unir fuerzas. La Iglesia está interesada en estas... ¿Cómo las llamaste? ¡Eso sonó genial! Bueno, sí, tablillas sagradas ¡Queremos el dinero, sí, los trece millones, hermano! —y Kuroo no puede discutir con eso— pero en realidad es que... nos aliamos hace como una hora y media.

Con cada palabra, las cejas de Kuroo se elevan cada vez más. Sin embargo, su comprensión del estado actual de los acontecimientos, lamentablemente, no aumenta en proporción.

¿Qué carajos estaba pasando en esa ciudad mientras él estaba ocupado secuestrando un avión?

Yaku saca un atado doblado de Marlboro del bolsillo de su sotana y baja la ventanilla—. No lo vas a entender —comenta agarrando el cigarrillo con los dientes—, tienes que escuchar la historia desde el principio.

—Oh, sí, porque todos ustedes son los intelectuales aquí... —Kuroo hace una mueca—. Esperen, esperen, ¿a qué se refieren con «valor»? ¿Cómo saben el precio de sus tablillas sagradas perfectas? —«Estereoplacas», refunfuña Yaku— ¿Acaso ya fueron vendidas?

Todos dudan un momento y Kuroo tiene la sensación de que el silencio incómodo en realidad esconde otra historia.

—Bueno... sí —admite Kai—, se vendieron... unas pocas veces.

—Eso es un eufemismo —agrega Yamamoto—, también fueron robadas un montón de veces. Fueron de mano en mano por poco más de diez rupias en el mercado.

—¿Un montón? —Yaku hace una pausa para encender su cigarrillo e inhalar—. Solo fueron dos veces porque Daishou las vendió.

Y con ese nombre, Kuroo casi estalla de curiosidad; ese tipo de menciones nunca son una coincidencia.

—¿Daishou? —Kuroo interrumpe— ¿Qué? ¿Cómo mierda terminó involucrado en todo esto? ¿Es todo culpa suya? Definitivamente es culpa suya, se los garantizo —gesticula salvajemente—. Siempre todo es culpa de Daishou. No tengo idea de qué tipo de mierda está pasando aquí, pero Daishou es el culpable de todo.

Yaku se congela con su cigarrillo a medio camino de su boca y mira a Kuroo, luego da una calada y dice—: ¿Podrías intentar no sacar conclusiones precipitadas sin información al menos por una vez?

—Chicos, puede que no sepa nada del asunto, pero sí sé que todo es... —continúa de todos modos, sin ganas de detenerse.

—Exactamente, no sabes nada, así que cállate y escucha —Yaku lo interrumpe—. Además, según tú, siempre es culpa de Daishou.

—¿Y qué? —Protesta—, ¿alguna vez me he equivocado?

—¿Además de las últimas ocho veces? —interviene Kai.

Y Yamamoto agrega— O como la vez que convenciste al obispo de que organizara una redada en su apartamento debido a un tiroteo en el barrio árabe, pero resultó que...

—¡Eso no fue mi error! —protesta Kuroo— Eso...

Con un clic, Yaku está apuntándole nuevamente con su arma. Lo único que queda por hacer es guardar silencio. Shirofuku se ríe a su lado. Yaku levanta una ceja de manera inquisitiva y Kuroo hace la mímica de cerrar sus labios y arrojar la llave por la ventana.

—La última vez que Daishou —comienza Yaku lentamente— vendió las estereoplacas, fue a una pandilla de japoneses, a cambio obtuvo bastante dinero. Pero las placas quedaron el en mercado porque Terushima planeaba venderlas...

—¿Terushima? ¿Ese loro pintado que viste zapatos de piel de cocodrilo? —pregunta Kuroo.

Pero Yaku no tiene las energías como para frenar a Kuroo nuevamente. O quizás entiende que, si bien es posible controlar la actividad criminal de Kuroo, su personalidad es algo completamente diferente.

—Sí, ese Terushima —confirma—. En esos mismos zapatos de piel de cocodrilo.

Han pasado tres años y ese perdedor sigue usando sus zapatos de mal gusto. Entonces Kuroo nota algo—. Esperen, ¿cómo puede venderlas Terushima si Daishou ya las vendió primero?

—Terushima no las vendió —aclara Kai con paciencia. Shirofuku se ríe de nuevo.

—Pero Yaku acaba de decir que planeaba venderlas.

—Planeaba hacerlo, pero no lo hizo.

—Pero, ¿cómo podría planearlo si Daishou ya lo había hecho?

—En realidad, se las robó a los compradores de Daishou.

Bueno, quizás Kuroo sí se apresuró un poco a sacar conclusiones.

—Técnicamente —dice Kai—, Daishou las robó dos veces: antes y después de los japoneses.

—¿Se están burlando de mí? —Kuroo pregunta incrédulo.

Shirofuku se ríe a carcajadas.

—Está bien, hermano —Bokuto le da una palmada en el hombro—. En serio, también nos confundimos con toda esta mierda, no vale la pena; lo importante es el final.

—¿Y cuál es el final? —pregunta con sospecha, tratando de darle algún orden a toda la información caótica.

Bokuto hace una pausa dramática en la que Yaku pone los ojos en blanco y luego responde—. El hecho de que alguien haya robado las tabillas sagradas por debajo de nuestras narices y de las del Cartel.

—Fue Daishou —reacciona automáticamente.

—Correcto —Kai sonríe condescendientemente, sin embargo, Kuroo nota que por alguna razón ahora luce más tenso—, ¿qué te dio esa idea?

En respuesta, Kuroo los mira como si fueran niños—. La ley más importante de la selva: primero chequeen a Daishou. Se los he estado diciendo toda mi vida.

Yaku, Kai, Bokuto y Shirofuku intercambian miradas como si estuviesen jugando un juego del que Kuroo no estaba enterado y esto comienza a ponerle los nervios de punta. Entonces, Yaku dice lentamente—: Bueno, en realidad Terushima dijo que él era el sospechoso más probable... pero eso no prueba nada ¡y no quiero escuchar ningún comentario al respecto porque le sigues echando la culpa de todo desde que casi te arranca la nariz cuando teníamos quince años!

—Oreja, no nariz —corrige Kuroo—. Y teníamos dieciséis años, ¿en qué momento hablaste con Terushima? Para ser honesto, no entendí nada.

—Eso es porque esta no es una conversación de cinco minutos. Lo único que necesitas saber ahora es que todos en Yakarta están a la caza de las estereoplacas de este maldito y legendario falsificador de dinero, quien las lanzó como una bomba de tiempo. El obispo te dirá el resto de la historia.

AAAAAAAH NO PUEDE SER QUE ESTO ESTÉ PASANDO

Estoy emocionadísima, ni en mis más locas fantasías creí que iba a estar publicando esto.

Los capítulos irán saliendo todos los lunes, ¡pongan recordatorio!

Traduciendo esto aprendí muchísimo de geografía y religión, espero que ustedes también(?

Pensé en cortar los capítulos ya que, como notarán, algunos son bastante largos. No obstante, decidí respetar la obra original y hacer los 20 capítulos originales.

¡Espero que no se les haga muy pesado! ¡Déjenme sus comentarios!

Nos vemos el lunes que viene, ¡besitos!

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