Capítulo XXXIV: Segunda parte
Regla número 18 de su trabajo: derrochas segundos si disfrutas una sensación de bienestar.
¿Estaba perdiéndolos ahora? ¿Sentada en su cama, luego de una cena familiar y leyendo una revista de empresas? Eran sus favoritas, así que la sensación aumentaba y el calor de la habitación lo igualaba.
Tal vez estaba malgastando tiempo; solo tal vez porque en ese momento no estaba siendo consciente de aquellas reglas que ella misma había impuesto luego de realizar su primer trabajo.
Pero tenía su justificación y era Mina. Tras ella. Entre su espalda y el respaldar de la cama, Mina acariciaba sus hombros y dejaba besos en su cuello. Y como si de una caja musical sonara, como si de un magnetismo imposible de romper y un golpe helado en su espalda, se arqueaba a cada toque que le proporcionaba y suspiraba cuando la tortura parecía terminar.
Porque eso estaba haciendo Mina. La estaba torturando, disfrutando de tenerla con los ojos cerrados para ella, como si de la criatura más indefensa estuviese viendo a su depredador con ojos llenos de ruego, a solo minutos previos de ser devorado sin consideración alguna.
Incluso de espalda a ella podía imaginársela sonriendo, cautivada porque su piel reaccionara a su tacto y satisfecha de verla vencida como estaba comenzando a demostrarle. Y es que este tipo de cosas pasaban cuando te enamoras ¿no? Se preguntó mentalmente inflando su pecho cuando una mano lo tocó, descendiéndolo a una respiración normal nuevamente.
— Relájate ¿de acuerdo? —su voz sonaba ronca, pegada a su oído y cuando retiró su mano, Mina rozó uno de sus senos. Fue una caricia tan normal como su reacción, apretando los dientes para no lanzar una bocanada de aire placentero. Asintió, sabiendo aún que relajarse le iba a ser imposible si aquel camino de besos seguía descendiendo— Necesito que te quites esto —le dijo al tomar la base de su camiseta y jalándola hacia arriba. Ella arrojó la revista a un lado y alzó los brazos, temblando bajo las manos de la rubia cuando arañó el largo de su espalda ¿Dónde había quedado su autocontrol, su carácter dominante e intimidante para con el mundo externo? Lejos, alejados y cayendo como su camiseta en una esquina y porque Sana los alejó a su fuerza― estás muy tensa...y dura —bien, la odiaba un poco cuando jugaba con ella hasta avergonzarla. Pero le encantaba que lo hiciera. Y aún no estaba dura bajo sus pantalones. Aún no.
— Solo tensa...
— Y dura —repitió la rubia divertida y ella se mordió el labio inferior en tu espalda— Toda tu espalda está dura.
— Ah, sí...quizás eso sí ―murmuró mientras la rubia desprendía su brassier. Lo quitó por su brazo derecho primero y luego deslizó el otro tirante. Estaba semidesnuda y Mina podía completarlo si lo quería. Podía desanudar la tira del pantalón y luego retirarlo. Eso sería fantástico, pensó, porque las manos de la rubia en su hueso pélvico, descendiendo hasta su bóxer y volviendo al frío exterior, estaban comenzando a ilusionar su libido.
— ¿Te han dado un masaje alguna vez?
— Mmm...no que yo recuerde.
— Acuéstate boca abajo —le ordenó Mina dándole un leve empujón a su hombro. Se arrastró hasta el centro de la cama y acomodó el rostro entre sus brazos, doblados como si realmente estuviese bajo las manos de una masajista profesional. Bueno, Mina ya le había demostrado lo buena que era con sus manos, con sus dedos y su boca ¡su boca! Abrió los ojos asombrada, fascinada al recordar lo que había ocurrida en su oficina el día anterior. Pero sacudió la cabeza al notar que ahora no iba a usarla; eran masajes, unos cuántos apretones con sus nudillos, quizás, en sus omoplatos y regresarían bajo las sábanas. Sin la boca de la rubia sobre alguna parte en especial de ella. No boca, se repitió cerrando otra vez los ojos y oyendo el clic del envase de la pomada abrirse.
— No sabía que teníamos loción para masajes.
— No lo es —aseguró la rubia refregando sus manos con la crema untada— es la que suelo usar para mis piernas —agregó sentándose sobre ella. Chaeyoung apretó su dedo pulgar en medio de sus cejas, las hormonas de Mina se habían disparado como se lo había anticipado la mañana anterior y debía recordarlo para hacerles un altar luego. Quizás antes de ir a trabajar, luego de las 6, cuando dejara extasiada a la rubia luego de horas y horas de sexo desenfrenado.
— Oh, Dios, Mina ¡está helada! —se quejó cuando el primer contacto tras sus hombros se dió. La rubia ocupó ambas manos en su lado izquierdo, ignorando sus murmullos y estirando su piel como si de una masa de pizza se tratara. Lo hizo una vez. Dos y en una tercera la vió por sobre su hombro, dedicándole una mirada que delataba que no le estaba haciendo efecto en absoluto— Carajo, Mina, quiero conservar mis huesos.
Mina usó su muñeca, antes de llegar al mentón de la castaña y regresarlo al frente. Ella suspiró resignada y se golpeó nuevamente contra sus brazos.
— ¿A qué cosa?
— A los masajes ¿de qué otra cosa estamos hablando?
— No lo sé...he hecho tantas cosas contigo por primera vez que se me rejuntan y me cuesta recordarlo —susurró apretándole con más fuerzas y produciéndolo un quejido. Algo de dolor con un cosquilleo se juntó en medio de su espalda que no pudo ocultarlo y removió apenas su cadera, sentando a Mina justo sobre sus glúteos— pero creo que sí, he hecho algunos antes.
— Uhm... ¿a quién?
— A mi padre —ella entrecerró los ojos ¿qué clase de respuesta era esa?
— No puedes hacerle masajes a tu propio padre.
— En nada se parecía a cómo estamos ahora. Estaba sentado, en la silla luego de un almuerzo y había trabajado casi 20 horas seguidas. Apenas fue un movimiento en sus hombros de unos dos minutos. Dos y medio, quizás. Y no es mi padre biológico.
— Uhg, creo que está bien...entonces te falta práctica.
— Él dijo que lo hice bien.
— Un padre siempre dice que sus hijos hacen bien las cosas incluso cuando salen pésimas.
— Pues Dong-min no se quejaba tanto como tú ―volteó con rapidez pero Mina la sujetó por ambos hombros y la volvió contra el colchón.
— ¿También le has hecho a él?
— Es mi mejor amigo.
— ¿Y eso qué tiene que ver?
— Pues todo. Y no sé por qué hablamos de esto... ¿no estoy haciéndolo bien?
— Pues no —le respondió doblando nuevamente sus brazos y escondiendo su rostro en ellos— no lo haces como Nayeon —Sana se detuvo al instante.
— ¿Quién es ella?
— Nayeon... Nayeon, ya no recuerdo su apellido pero una vez fue a mi departamento. Había ganado un cupón de dos sesiones en una semana y tomé uno. Tenía buenas manos y sí usaba crema para masajes.
— Dijiste que jamas te habian hecho alguno.
— Dije que no recordaba que me hayan dado alguno. Ahora lo recuerdo y ese fue... ¡Mierda, Mina! —¿la había pellizcado? Eso se sintió en la parte baja, donde la piel no se estiraba con tanta facilidad pero la rubia lo había logrado y con violencia. Iba a quedar una marca, estaba segura y aún latía como cuando su dedo golpeaba alguna pata de la mesa u otro mueble.
— Seguro tenía más de 60, sobrepeso y usaba esas horribles batas que solo delataban su figura poco trabajada —rió, casi en silencio y dejó el mentón sobre una de sus manos.
— Creo que incluso era más joven que yo.
— Creo que hemos terminado.
— ¿Qué? ¡No haz hecho nada aún! — exclamó volteando y tomando su muñeca cuando quiso levantarse. La regresó de un jalón sobre su cadera. Esta vez con su espalda en la cama y su mirada sobre ella; sobre sus ojos marrones que tanto la observaban y sus labios carnosos que parecían secos ahora, esperando por un poco de humedad— Vamos, Mina —le imploró soltándola suavemente necesito esto.
— Túmbate de vuelta.
— No, no. Mi espalda ya está bien.
— ¿Y dónde pretendes que te dé los masajes? Es tu espalda la que está dura —pero si seguía hablando así, tan enojada y dominante, no iba a ser la única parte dura de su cuerpo.
— Bueno...hay masajes a cuerpo completo —se aplaudió mentalmente, felicitándose a sí misma cuando la vió asentir. Cuando notó que quería ir por más crema, se alzó a su altura y la detuvo por ambos brazos, regresando contra el colchón e impidiéndoselo— sin loción...solo tus manos.
Min se pasó los dedos por su pantalón, quitándose los últimos rastros de la crema y se acomodó sobre ella. Chaeyoung se mordió los labios, estaba justo sobre miembro y los pijamas de ambas eran tan finos que podía sentir la palpitación de la rubia. Y solo era cuestión de segundos para que Mina sintiera la de ella.
— ¿Dónde te duele más?
— En todos lados —aseguró sin titubeo y Mina movió su cuello de un lado a otro antes de estirar los brazos hacia su torso.
Cerró los ojos y su cadera se alzó apenas. Las manos tibias de la rubia, abriéndose desde su pelvis hasta sus hombros; pasando abiertamente en su abdomen, a los costados de sus pechos y cerrándolas bajo su cuello. Se sentía de maravilla cederle el control y que ella manejara la situación, preparando el camino para devolvérselo luego.
Con los pulgares, acarició sus costillas y dibujó algunos círculos en ellas. Le dedicó varios minutos a eso y estuvo a punto de reclamarle que hiciera algo más pero sus dedos se cerraron bajo sus pechos. Eso se sentía jodidamente disfrutable, pensó. Si es que esa palabra existía y se comparaba a lo que estaña viviendo en ese momento. Sus pezones se irguieron y Mina los arañó al pasar, antes de volver al inicio.
Con sus manos firmes y casi experimentadas ya, pensó Mina, bajó por la zona pélvica de Chaeyoung y acarició una y otra vez su hueso sobresaliente. Tenía unos abdominales bien marcados, sin llegar a lo grotesco, y se preguntó cómo se sentiría morderlos. Jamás lo había hecho y en ese momento parecían un destello de luces llamándola.
Se estiró hasta ellos, dejando un beso y delatándolo como lo único que se oía en la habitación. Se apartó el cabello a un lado y sonrió al oír a la castaña suspirar, tan insegura y vulnerable bajo ella. Dibujó un camino al subir y llegar a su cuello, era su segundo lugar favorito porque siempre olía bien y su sabor se combinaba con ello: exquisito, fuerte y embriagadora era la fragancia como quién la usaba.
— Te gustaría que lo hiciera duro ¿cierto? —los ojos de Chaeyoung se abrieron y cerraron casi en blanco.
— Ca- ra- jo —Apretó sus labios para no gemir. No quería que Mina oyera lo desesperada que estaba porque siempre era al revés, ella dominando a la rubia y exigiéndole que le pidiera más a cada toque. La suavidad de sus manos bailaron a los costados de sus pechos, abajo y en todo su esplendor. Parecían dos pequeñas pelotas de goma con la que un niño jugaba complacido.
Podía hacer lo que quería en esos momentos en que se entregaba a ella desnuda no solo de cuerpo. La rubia lo entendió 5 y con sus dedos pulgar e índice, pellizcó ligeramente su pezón izquierdo mientras continuaba besando su cuello.
— Puedes... ¿hacer eso de vuelta? —jadeó relamiendo sus labios. Abrió los ojos y la cabellera de Mina se aproximó a ella— Oh...dios, Mina —había ocupado su pezón derecho con toda su boca. Estaba succionándolo, besándolo más apasionadamente que a ella en otras ocasiones y atendiendo al otro entremedio de dos de sus dedos. Perdió la noción de cuánto tiempo estuvieron de esa manera. El aliento caliente, dulce y adictivo de la rubia sobre su piel estaban provocándole una pequeña convulsión que la hacía olvidar de todo.
Un sonido desgarrador separó a Mina para pasar a su otro pecho. Lo atacó con más fuerza, sin cuidado y moviendo su lengua con rapidez sobre el. Lo mordió. Mordió su pecho duro y otra marca quedaría registrada en su cuerpo. Poco lo importaba y no le molestaría tener otras más.
— Mina...no te detengas —le ordenó enredando las manos en su cabello y sujetándola para que no lo hiciera. Primero tomaba su pezón entre los dientes, lo mordía, tiraba de el y terminaba pasando su lengua con total lentitud. Como si de su helado favorito se tratara y no tuviera prisa en devorarlo. Chocó sus caderas hacia arriba y la rubia apretó sus muslos. Gimió al sentir su miembro encerrado entre ellos.
— ¿Estoy haciéndolo bien? —iba a explotar en sus pantalones. Esa manía de Mina por preguntárselo con su voz sexual y juguetona iban a lograrlo incluso con ropa de por medio. La sujetó por sus glúteos y la meció sobre ella, golpeándola contra su miembro para que notara la respuesta— solo serán masajes, Chaeyoung —le recordó contra su cuello.
— Masajes, sí, ajá ―balbuceó agitada al aumentar las fricciones. Mina se enderezó y dejó ambas manos sobre sus pechos. Dios, ya le había tomado cariño a los dos y eso aumentaba su excitación. Con su rostro enrojecido, la punta de sus orejas hirviendo y una gota de sudor cayendo por su frente, se irguió en busca de desnudar a la rubia.
No sabía a qué estaba jugando al poner oposición. Tomó la punta de su camiseta pero Mina la bajaba cuando ella intentaba subirla. Frustrada, le rodeó la cadera con uno de sus brazos y la pegó a ella, besándola para que entendiera lo que necesitaba.
La lengua de Mina quemaba. Y cada rincón de su cuerpo hervía ahora también.
Se levantó con cuidado, sujetándola sin romper el beso y se arrastró con sus rodillas hasta el respaldar. Se separó, con un tormentoso y ruidoso sonido que las hizo volver a unirse en una necesidad inalcanzable. Coló la mano dentro del pantalón de la rubia e hizo a un lado su ropa interior, comprobando la humedad suficiente para embestirla.
— Dios, Mina...si esto te duele será tu culpa ¿entiendes? Tú me has provocado —se separó con esfuerzo y la volteó de un solo movimiento. La advertencia era en vano, la rubia estaba más que lista y estaba esperando el momento tanto como ella. La obligó a dejar las manos sobre los barrotes y se pegó a su espalda, moviendo sus caderas para que notara cuan dura estaba.
Bajó su pantalón hasta la altura de sus rodillas. Estaba desnuda tras la rubia y Mina aún conservaba toda su ropa. Le quitó la camiseta y pensó en hacerle el amor de igual manera en ese estado.
Metió la mano entre sus muslos y penetró directo a su cavidad, abriendo dos de sus dedos dentro y oyendo su primer gemido. Habían cerrado la puerta con llave, como cada noche, y su boca atraparía la de ella para callar sus gritos. Como cada noche.
Liberó su pene y la embistió apenas retiró sus dedos. Echó su cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Carajo, se moría por gritarlo: que apretado y maravillosamente bien se sentía. Guió una mano bajo la remera de Mina y jugó con uno de sus pechos, estrujándolo mientras la otra llegaba a su clítoris palpitante.
Mordió su hombro, aumentó la fuerza de las embestidas y ocupó sus dos manos en el cuerpo de la rubia. Nada se comparaba a la sensación de oírla gritar exigiéndole más, mezclado con el rechinido de la cama a cada segundo. Nada. Incluso su propio placer podía aguantar si contraponer al de Sana se trataba.
— Dios ¡Chaeyoung! —tomó su mentón y volteó su rostro para besarla. Cuando sus lenguas se tocaron, se detuvo, saliendo de Mina sin aviso y embistiéndola con más violencia antes de que reclamara. Una y otra vez, no quería que llegara al orgasmo tan rápido y acabar con esto mucho menos.
Rompió el beso y jadeó escondida en su cuello. Sus sudores se juntaron, sus dos manos en los pechos de la rubia, la cadera de Mina golpeando la de ella para una penetración más profunda y el ruido de sus pieles chocando cada vez con más velocidad. Nada se comparaba al ser la última palabra de Mina antes de caer rendida extasiada y completamente agotada.
Descendió la velocidad de sus movimientos y finalmente la acompañó en el placer cuando la rubia apretó sus músculos internos y se corrió dentro de ella.
Recostó la frente contra su espalda y se dedicó a acariciarla a los costados de su cuerpo. Se sentía tan bien tenerla de esa forma luego de hacerle el amor que hasta a veces parecía irreal; como si flotara en una nube mientras viajaba y observaba todo desde arriba.
Le besó los hombros y sus dedos la recorrieron fantasmalmente por toda su desnudez. Llenó de besos cada espacio de su piel y cuando la oyó recuperar el aliento se salió de su interior.
— Eso fue...
— Jodidamente perfecto —agregó a su frase mientras se sentaba a su lado. Mina estaba cabizbaja, recuperándose y agarrando fuertemente un barrote aún— ¿entonces?
— Entonces ¿qué?
— ¿Vamos a casarnos? —la rubia volteó al instante, viéndola con sorpresa y ella la esperaba con una sonrisa. Con su cuerpo pegado al respaldar pero su rostro estirado hacia ella, no había sido nunca buena preguntando ciertas cosas y ya era adulta para ir con enredos.
— ¿Casarnos?
— Tú quieres adoptar a Beom-gyu y Olivia, bueno, ya hemos visto de qué manera solo se puede. Además, me quieres ¿cierto? Quiero decir, nos queremos, quizá todo haya pasado rápido pero no deberíamos esperar si lo deseamos... ¿entiendes?
Mina sonrió, por supuesto que lo entendía y esa mueca de felicidad de Chaeyoung la hicieron asentir. Se volteó, acomodándose sobre ella y recibiendo los brazos seguros y protectores de la castaña en toda su cadera.
— ¿Me quieres en tu vida? —insistió Chaeyoung— porque no quiero terminar este trabajo y regresar sola a casa. Quiero llevarte, que la conozcas y que te adaptes a ella, a mi cama, a cada rincón y que haya una fotografía tuya en el mueble del living. Quiero que dejes tu olor en cada habitación y sobre todo en mi almohada ¿tú quieres eso? Porque quiero seguir en tu vida, Mina.
— Es mi vida y me encanta que hayas llegado para quedarte en ella —Chaeyoung sonrió mientras acariciaba su cintura. Las manos de Mina ocuparon sus mejillas y las acariciaba con esa tranquilidad que cientos de veces había necesitado antes. Sumergida en las siguientes palabras de la rubia, la dejó que continuara y se apretó contra ella, mientras la oía e intentaba canalizar cada cosa.
Sin embargo no pudo, había comenzado a imaginarse cómo iba a ser todo, qué podía pasar en ese día en que se uniría civilmente a ella y todo lo que las rodearía partir de allí.
Siempre le había gustado la soledad, o quizá se había acostumbrado a ella, pero ahora le temía. Ahora teniendo a Mina no quería más que a ella y a sus hijos. La soledad no era Mina y por ende no la hacía feliz por mucho que la disfrutara.
Quería volver a preguntárselo, si quería casarse con ella y con un anillo de por medio. Uno real, no como la alianza falsa que solían llevar cuando recordaban usarla. Prepararía algo, una propuesta como había visto en algunas noticias o como la que Tzuyu le había preparado a Dahyun.
Y Mina no podía decirle que no. Porque acababa de decirle que si ahora, asi que el anillo sería como la frutilla del postre.
— ¿Qué dices? —le preguntó la rubia y ella se separó hasta verla a los ojos. Asintió, sin tener la menor idea de a qué se refería y le sonrió, antes de inclinarse y exigir sus labios en un beso pre matrimonial. Le mordió el labio, eso sonaba perfecto en su cabeza— ¿estás segura? —volvió a asentir sobre su boca mientras continuaban besándose-¿es eso confianza u orgullo?
— Ambas —respondió dudosa comenzando a preocuparse de qué hablaba. Mina sonrió con picardía.
— Eso suena fantástico —le dijo antes de besarla y mover sus caderas sobre ella. Jadeó, en su boca y la sujetó con todas sus fuerzas— hasta la hora de irte a la oficina, Son —agregó mientras se quitaba el pantalón en esa posición— lo acabas de asegurar.
Oh, más sexo. Fantástico, una segunda parte de los antojos de su mujer. La empujó por los hombros y la acostó de espalda al colchón. Por supuesto que eso era una mezcla de confianza y orgullo.
Pero también de amor. Del que le tenía a ella y el que no podía controlar con su cuerpo.
— ¡Ve por ella, Oliver, no ¡por ella! ¡Por la rama! —le reclamó Olivia cuando el perro corrió alrededor del parque luego de que le arrojara el pedazo de árbol pero regresando con el hocico vacío— La rama, Oliver —le repitió separando las sílabas con lentitud y recibiendo su cabeza ladeada, antes de estirarse y ladrarle como si entendiera todo.
— A ver, Olivia ―se acercó Chaeyoung sacando las manos de sus bolsillos— lánzale una pelota —agregó tomando una de su saco— Hazlo —le ordenó seriamente cuando la niña frunció las cejas.
— El ni siquiera nos está viendo —susurró la niña.
— Pues lánzala en su dirección —insistió Chaeyoung regresando sobre sus pasos. Metros más atrás de la niña, ella y Mina la observaban jugar desde una banca y a Beom-gyu entretenerse con sus compañeros del equipo de fútbol.
Olivia lo hizo, lanzó la pelota cerca de Mina y ordenándole a Oliver que fuese en su búsqueda. El pequeño juguete de goma rebotó en el zapato de la rubia y ella se inclinó a tomarlo, devolviéndolo al verde césped donde la pequeña castaña jugaba.
Chaeyoung estiró su brazo a lo largo del asiento y se removió satisfecha: Oliver corrió tras el balón y se detuvo frente a su dueña. Olivia le quitó la pelota de su boca y lo reemplazó por otro objeto.
— Allí viene de vuelta —murmuró Chaeyoung y la rubia agudizó la vista hacia el perro que llegaba a pasos apresurados a ella. Volteó a verla nerviosa, arrastrándose más a Mina y carraspeando la garganta cuando la vió tomar lo que ya no era una pelota.
— ¿Qué es esto, Oliver? —preguntó con diversión al descubrir una pequeña caja color negra. Mina la agarró, observando a Chaeyoung lentamente cuando comprendió la situación.
No era cualquier tipo de caja, ni tamaño ni presentación y cualquier mujer podía entender que la esperaba dentro.
Volvió a sus manos y la abrió. Su corazón comenzó a galopar con todas sus fuerzas.
Pero no había anillo. Entrecerró los ojos, solo un pequeño cartel, con letras bien dibujadas y una pregunta: "¿Te casarías conmigo?"
Parpadeó varias veces y se arrojó contra Chaeyoung. Trató de que la molestia por no encontrar lo que quería no se generara y la apretó en un abrazo, asintiendo continuadamente sobre su cuello.
— Por supuesto que me casaría contigo —Chaeyoung lanzó un resoplido divertido.
— Me alegra saberlo porque de lo contrario habría gastado en este anillo y no podía devolverlo —se separó al instante de la castaña y bajó la vista a su mano, que sostenía un anillo delgado, fino y dorado con una piedra brillante, pequeña, en el centro.
Tapó su boca y sus ojos se achicaron, llenándolos de lágrimas y sintiendo el temblor cuando Chaeyoung tomó su mano derecha para acomodarlo en su dedo anular.
Volvió a abrazarla y la llenó de besos. En todo su rostro, en su boca y en cada parte de sus mejillas.
Olivia se acercó a ellas y se lanzó como cuando corría de la puerta de su habitación a su cama, reteniendo la espalda de ambas antes de volver a bajar.
— ¿Oíste Oliver? —le preguntó al perro encorvándose a su lado— Chaeyoung y Mina van a casarse.
— Lo cual es raro —Lee Hee Seung, el mejor amigo de Beom-gyu, se acercaba con el niño y una mirada seria— ¿llamas a tus madres por sus nombres? —Beom-gyu quiso interrumpirlo, detenerlo y callarlo pero el niño se acercó a ellas e intercaló su mirada en cada una― ¿y van a casarse ahora? ¿No estaban casadas ya? —incluso por muy infantil que se viera sonaba igual de intimidante que su padre...— ¿Qué están ocultándonos?
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