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Capítulo XLVI: Zombie

Mina se colgó el bolso a un costado y casi a trote atravesó aquel largo pasillo. Estaba retrasada, su turno al doctor estaba programado para casi 40 minutos atrás pero no era su culpa y se disculparía luego. La culpable era Chaeyoung y su intromisión al baño mientras ella se duchaba.

Los diez minutos que solo quería ocupar bajo el agua se convirtieron en 30, por tenerla pegada a su espalda y haciéndole el amor sin importarle la hora. Y ella no pudo decirle que no y, por el contrario, cuando volteó para besarla, perdió otros 10 más.

Así que la llegada al médico ahora podía tomarla cual falta de respeto pero podía fingir otra excusa. Y lógicamente eso haría y alegaría que no volvería a suceder.

Se detuvo frente a la puerta, agitada y se acomodó el cabello, antes de golpear tres veces con sus nudillos. Intentó controlar la respiración y, para cuando abrieron, sonrió al lograrlo.

— Estaba justo por irme ¿tiene una idea de qué hora es? —Se mordió la mitad del labio, avergonzada y asintió.

— Lo siento mucho, el tráfico más los niños en casa están volviéndome loca. Sus clases han acabado y no hacen más que darme trabajo. Por favor, la próxima cita es hasta dos meses ¿puede simplemente dejarme pasar? —oyó un suspiro, casi odioso y finalmente le cedió el paso. Mina pasó a su lado y camino directo a ocupar la silla. Se acomodó su suéter desde la punta trasera y lo bajó, observando por sobre su hombro cuando oyó el pestillo.

Siempre había ido a las consultas acompañada de Chaeyoung y ese sonido jamás se oyó. La seguridad no era algo obligado, mucho menos un derecho así de una simple revisión u operación se tratara.

Carraspeó y dejó el bolso sobre sus muslos, pretendiendo apagar el inicio de los nervios.

— Seis meses y una semana de embarazo, Sana ¿cómo va todo? —Esta vez tampoco ocupó el lugar habitual, la silla del otro lado del escritorio. Esta vez se sentó en el, con una pierna sosteniéndose y la otra al borde de la mesa. Sus manos entre sus piernas, cómodas mientras sostenían una planilla.

— Muy bien, creo que en realidad no hay muchos cambios. La bebé patea de vez en cuando, sobre todo si sus dos madres están juntas y eso es...habitual y hermoso.

— Ajá, seguro. Y dime ¿cómo vas con la dieta? La vez anterior traías unas bolsas con dulces. Los tienes prohibidos en cantidad desmesurada ¿estás llevando una dieta? —la miró de arriba abajo, estudiándola y deteniéndose un momento en sus caderas. Mina se removió incómoda. No, no estaba llevando una dieta estricta pero sí saludable.

— Tengo una receta médica y trato de seguirla lo más conveniente. Pero a veces se sale de control, usted entiende. No creo que sea la primera embarazada que come de más por sus hormonas.

— Oh, no, Mina por supuesto que no —hizo su bata a un lado y ella vió como arrastraba su mano a lo largo del muslo. Esquivó la mirada y fingió no alterarse cuando abandonó el lugar, para rodearla y detenerse tras ella— ¿quieres que hagamos una ecografía? ¿Quieres que veamos algo de tu interior?

— No —respondió al instante. No iba a levantarse la camiseta allí, sola y encerrada en esas cuatro paredes- entonces... ¿está todo bien?

— No podría diagnosticarlo solo con palabras, Mina. Haremos una revisión rápida apretó los ojos y dio un respingo cuando sintió su toque en el codo, intentando que dejara la silla.

— Tranquila —le murmuró con diversión— ponte de pie y en unos minutos podrás irte —lo hizo. Rápido y dejó el bolso a un costado solo para eso: irse de allí rápido— ¿puedes ir a la camilla?

— No...quiero decir, lo podemos hacer así ¿verdad? —el estetoscopio que colgaba de su cuello era corto, pensó. Y por ende iban a estar demasiado cerca, así que no quería ocupar una posición incómoda, mucho menos confusa.

— Bueno, de pie no pero puedes sentarte en el escritorio, si acostarte no es lo que quieres —sonaba ridículo pero era cierto ¿qué doctor revisaba a sus pacientes de manera inadecuada? Asintió lentamente y retrocedió dos pasos, dejando las manos a sus costados cuando golpeó la mesa. Dio un pequeño salto y una sonrisa, sorna y casi oscura, hizo aumentar el bombeo de su corazón.

Juntó sus rodillas cuando avanzó hasta ella y dejó sus manos sobre ambas. Sin embargo, cuando se encontraron frente a frente, una leve seña le ordenó que las separara. Echó aire de su boca hacia arriba, frustrada y molesta.

Abrió apenas sus piernas y ahogó un grito cuando se acomodó entre ellas. No se tocaban, no había signos de querer algo más pero eso no era lo que imaginaba pasar en sus consultas. Ladeó su cabeza hacia el lado contrario cuando la miró, consciente de que aquello no debería ser tan informal.

— Primero debemos localizar la espalda del bebé le dijo y llevó las manos a su suéter. Cual acto reflejo, Mina las llevó también y terminó ella misma alzando sus prendas juntas a la vez, con su camiseta —Oiremos los latidos de su corazón. Si son normales, no hay nada de que preocuparse porque todo está transcurriendo de manera perfecta.

Se agachó, apenas y Mina vió cómo acomodaba el aparato en sus oídos, con sus olivas auditivas y luego tomaba aquella parte circular fría que, de niña, siempre la hacía temblar.

Finalmente, aquel pequeño diafragma tocó su vientre. Apretó los dientes y su saliva chocó contra ellos: estaba helado, como siempre y en su estado ahora lo sentía aún peor. El aparato se movió unas cuantas veces, hasta detenerse en el lugar adecuado y ella quería preguntar qué pasaba. O qué estaba oyendo para que sonriera de esa manera.

— Es un ritmo muy tranquilo. Pareciera que nada está molestándole y estuviese durmiendo, quizá esté durmiendo... ¿quieres oírlo? —asintió sin espera y todo se trasportó hasta ella.

Era cierto, era de los sonidos posiblemente que nunca olvidaría. Como la risa de Olivia, las palabras inteligentes de Beom-gyu y los suspiros de Chaeyoung. Allí, dentro de sí misma, un diminuto corazón latía gracias a ella que lo mantenía con cuidado y protección. Y estaba escuchándolo ahora.

Se tapó la boca con una mano y evitó un sollozo de emoción. Llevaba más de seis meses con su hija en ella y, a pesar de que por momentos comenzaba a pesar, a veces prefería congelar el tiempo y continuar disfrutándola solo ella.

— No hay nada de que preocuparse, Mina. Estás haciéndolo todo muy bien —el estetoscopio le fue retirado y arrojado a su lado, sobre unos papeles del escritorio.

Allí volvían sus nervios otra vez, cuando la mirada, nunca antes tan penetrante, intentaba traspasar sus ojos y estaba comenzando a lograrlo. Desvió su vista y nuevamente aquellas manos tibias, llegaban a su ropa para esta vez bajarla.

No puso oposición. No se sonrojó ni sintió algo más. Solo volvió a cruzar sus miradas cuando aquellas manos no se retiraron. Se quedaron allí, en la punta de suéter y tocando parte de sus muslos también.

Se reprochó el no llevar algún pantalón o algo más cómo y largo. No una falda que se acortaba casi el doble al estar sentada. Pero la culpa era de Chaeyoung, que la retrasó y no tuvo tiempo de buscar otra cosa.

Entonces ¿quieres un turno para en dos meses? aquellos brazos, cubiertos por una bata, se enderezaron a los costaos de su cadera, empuñados sobre el escritorio. Y sus rostros estaban cerca, tan cerca que con la última palabra el aliento a café llegó a ella.

— Sí —balbuceó asintiendo— volveré. Con mi esposa una sonrisa de medio se presentó frente a sus ojos, desinteresada en esa aclaración.

— Puedes regresar con quién gustes —un paso, con cada pie y arrastrados, pegaron finalmente ambos cuerpos. Mina tragó saliva ¿podía gritar y alguien vendría? Era muy probable y eso haría.

Abrió la boca y terminó rendida hacia atrás, echando su cabeza y jadeando cuando un beso atacó su cuello. Se sintió gustoso, atrevido y comprensivo, lento como si conociera el latir de su vena y quisiera descansar en ella.

— Estás nerviosa, preciosa —cuánto odiaba que la llamaran así. Pero en ese momento no le importó. El susurro controlador, ronco y por lo bajo, aún sobre su piel, estaban comenzando a hacer girar su cabeza.

— Por qué debería... —ni siquiera la dejó terminar. Unos dedos en su muslo caminaron hasta el interior y llegó a su palpitante punto de placer. Se humedeció al instante e, incluso sin tocarlo, lo notaría aunque sea con su olor— estoy casada —le recordó pero fue inútil. El dedo índice presionó su clítoris, aún sobre la ropa y ella jadeó, enroscando su mano en aquellos duros y portados hombros.

Antes de que pudiera reclamar cuando hizo a un lado su braga, su boca fue aplastada por un beso voraz, gélido y hambriento que la hizo abrir los ojos de manera desmesurada. Pero sabía cómo moverse, como controlar el ritmo de sus labios así que se cerraron con suavidad, con lentitud como si de un acto amoroso se tratara.

La besó por varios segundos, por un tiempo que ni contó pero fue eterno mientras aquel dedo se abría paso entre sus pliegues. Necesitaba más, necesitaba que se quitara la bata, abriera su cinturón y bajara su cremallera. Cuando no parecía tener intensiones de cortar el beso, atrapó esa lengua intrusa y la succionó. Tan lento, tan pausado y tan constante que el bulto entre sus piernas comenzaba a sentirse.

Creció entre ellas y la erección era obvia, notable pero no visible. Así que bajó las manos por su pecho y llegó a la hebilla, la desunió y desabotonó hasta dejar caer el pantalón. Rodeó sus glúteos y los masajeó mientras presionaba para que se acercara más. Mucho más y comenzara a saciar su deseo.

Una mano se coló en su espalda, bajo su ropa, y la empujó hacia adelante, para volver a unir sus labios en un beso más pasional y más íntimo. Mientras masajeaba el bulto bajo su vientre crecido, su brassier fue desprendido y abrió los ojos, rompiendo el beso y alejando por los hombros a quien apretó su pezón.

— ¡Chaeyoung! —le reclamó en un griterío histérico. La castaña tropezó dos pasos hacia atrás pero terminó estabilizándose— te dije que allí no. Estoy sensible en esa área.

— Maldita sea, Mina, ya estábamos por terminar.

— Pero me hiciste daño insistió con un leve puchero —Chaeyoung rodó los ojos y, fastidiosa, se quitó la bata— ¿qué haces?

— Ya lo arruinaste —le reprochó y ella alzó ambas cejas― ya se me bajó, además —Agregó mostrándole su bóxer antes de cerrar nuevamente su pantalón.

— ¿Yo? ¿Yo lo arruiné? Te dije que lo hiciéramos mientras no me tocaras los pechos ¡estoy sensible! Me duele incluso cuando me ducho, eres una descuidada y desconsiderada. Eso eres, una desconsiderada.

— Bien, como quieras —Gruñó la castaña entre dientes. Chaeyoung acomodó su camisa dentro del pantalón y cerró su cinturón. Mina se cruzó de brazos y ladeó la cabeza en burla.

— Aún tienes el cierre abierto, tonta— Chaeyoung lo subió, con rapidez y en un solo jalón sin mirarla a la cara— ¿te irás?

— ¿A dónde? Estamos en nuestra casa —le aclaró casi con ironía. Y era cierto. Aquel largo pasillo por el que supuestamente corrió, solo se trataba del que llevaba desde la habitación de Olivia hasta bajar las escaleras y llegar al cuarto que la castaña usaba como oficina. Así que todo estaba planificado para que pasara allí, en su hogar.

— ¿De verdad se te ha bajado?—le preguntó Mina con diversión. Chaeyoung estaba llegando a la puerta y solo sostuvo el picaporte al voltear a verla.

— ¿Por qué?

— No seas tan infantil, sé que quieres continuar. Ven aquí.

— No, ya lo has arruinado y eso que tú querías esto.

— Bien, sabes que si paso tiempo sin sexo a mí no me molesta ¿cierto? Espero que tu mano esté lista para atenderte esta noche entonces de un salto regresó al suelo y caminó hasta ella. Chaeyoung se recostó contra la puerta y Mina se apretó contra su pecho, agarrándola por la cadera para acercar su rostro quería que me tomaras allí arriba y me lo hicieras tan fuerte que podrías partirme. Eres una debilucha ―atrapó su labio inferior y pasó su lengua a lo largo de el. Chaeyoung gimió, jadeó contra ella y atrapó su cabeza por detrás.

La forzó, enredando los dedos en su cabello y jalando a la rubia con más garra. Con tanta brusquedad que sus gemidos intercambiaron y viajaron de una boca a otra. Metió una mano bajo su falda y acarició sus glúteos, presionándola contra ella para comenzar una fricción.

— ¿Lo ves? —se burló Mina apretando su miembro con la mano aquí no hay nada blando volvió a besarla y la calló. De esa manera, la obligó a caminar hacia atrás y la recostó con cuidado en el sillón.

Allí, minutos después cuando ya se encontraban desnudas y en una nueva entrega corporal, se recordó mentalmente que sí, debía ir acompañada de Chaeyoung a la próxima consulta.

¿Literalmente podía llegar a convertirse en un zombie? Quizá, casi literalmente.

Era la segunda vez, en esa hora, que se encontraba frente a Anna, aquella mujer dueña de la tienda bajo su departamento y que llevaba atendiéndola incluso en horarios descabellados. Como ese.

Ya tendría que haber cerrado una hora atrás pero estaba allí, para ella y los antojos locos de su mujer. Chaeyoung se pasó una mano por la cara y le señaló una barra de cereal tras ella. Anna lo tomó, entre risas y lo guardó dentro de la bolsa con las demás cosas.

— ¿Y por qué no te llevas la caja, mejor? —no sabía si bromeaba o no pero sonaba bastante lógico. Sin embargo, no podía permitir que Mina se pasara toda la noche llenándose de esos chocolates.

— No, gracias, Anna ¿cuánto es esto? — se miraron y luego rieron, sabiendo con exactitud cuánto gastaba en esas 14 barras diarias. Le entregó el dinero y dejó el local, oyendo como finalmente cerraba al marcharse.

Subió las escaleras con rapidez y llegó a su pasillo, descendiendo la velocidad y adentrándose en su hogar. Eran los últimos días que pasarían allí y aún no podía creerlo, la casa que siempre había habitado, desaparecería de su alrededor en unos días.

— ¡Chaeyoung! —era Mina, desde su cuarto, llamándola tras oírla ingresar.

— ¡Voy, mi amor! —sin embargo arrojó la bolsa sobre la mesa ratona y se echó contra el sofá, agotada de tanto andar los últimos días en lo mismo: saciar los caprichos dulces de su mujer.

— ¿Puedes ir? —le reclamó Olivia quitándose unos grandes audífonos que usaba para escuchar desde su computadora portátil. Estaba en el sillón de al lado y viendo seguramente su serie semanal— no me deja oír.

— Es tu madre, tú también podrías ir ― la niña solo la miró con sorpresa, obviando un enorme "no"— ¿Beom-gyu?— le pidió ayuda al niño que estaba en el primer escalón, moviendo sus dedos rápidamente sobre su celular.

— Ni loco, tú te casaste con ella. No yo.

— Bien —dijo Chaeyoung poniéndose de pie— vayan olvidándose de ciertos privilegios —Acabo de desheredarlos en un segundo, los tuvo a ambos frente a ella. Rodó los ojos cuando empezaron a disputarse la bolsa y se las arrancó, arrojando todos los dulces al suelo.

La mirada, desorbitada y temerosa de los tres se fue allí. Chaeyoung se agachó rápidamente y comenzó a juntar todo, junto a Beom-gyu mientras Olivia corría a la cocina por otra bolsa.

— Miren lo que han hecho ―les reclamó por lo bajo.

— ¡Chaeyoung! —repitió Mina desde el segundo piso— ¡mis dulces!

— No nosotros. Tú —la contradijo su hijo— estabas sobornándonos. Esas cosas no se hacen entre familia —mordió su labio para no decirle más y apenas alzó su mano que terminó mordiendo también. Frustrada, se puso de pie y resguardó la bolsa contra su pecho, con todo dentro otra vez.

— ¿Y qué hacen aún despiertos? Ya deberían estar en la cama.

— Estamos en vacaciones —le recordó Olivia hasta que no termine de ver el final de temporada, no me iré a la cama. Solo dos capítulos y sabré quién es el asesino.

— Ni siquiera lo dirán —se burló Beom-gyu— lo dejarán para la próxima. Cuestión de ratings.

— Llevo cinco temporadas esperándolo ¿de dónde demonios sacaste eso, enano de jardín? ¡No me voy a ir a dormir sin saber quién les envía los mensajes!

— Hay algo que se llama spoiler, tontita. Eso te pasa por mirar mucho y leer poco.

Chaeyoung debió interceder y sujetar a Olivia, cuando intentó abalanzarse contra él. Ni siquiera entendía de qué serie o mensajes hablaba pero no iba a dejar que se golpearan por una estupidez.

Giró a Beom-gyu y lo empujó levemente hacia las escaleras, mientras la pequeña castaña continuaba su griterío.

— Ya tengo suficiente con su madre como para tener que soportar sus tonteras a casi medianoche —les reclamó cuando Jihoon volvió a sentarse y Olivia lo miraba con sus brazos cruzados y ganas de asesinarlo allí mismo que quiere esto, que quiere lo otro. Que no le gusta este chocolate, que quiere el otro.

— Que quiere sexo —la cortó su hija— que no quiere. Y que cuándo quiere debemos oírlas.

— Y que cuando quiere más, más las oímos —agregó él.

— Como sea —murmuró la castaña sonrojada levemente voy a ir a dejarlo esto y para cuando baje, los quiero a ambos en sus cuartos ¿me están entendiendo?

Ambos niños se miraron un momento y luego asintieron, con desgano y la niña regresó al sillón. Chaeyoung los observó una última vez y subió las escaleras, sorprendiéndose de que los llamados de Mina se hayan apagado.

Tomó el picaporte de su cuarto y empujó la puerta, frunciendo el ceño al no verla en la cama. Se adentró, a paso lento y cerró tras ella. Allí, descubierta al alejar la abertura, Mina estaba con sus mejillas rojas, húmedas y sosteniendo su vientre con una mano. Con la otra, se sostenía a sí misma del tocador.

Chaeyoung dejó caer los dulces, asustada y su corazón latió con violencia, brusco y totalmente nervioso, revuelto y obligando a sus pies a anclarse de miedo.

La rubia alzó la vista a ella un momento, con lentitud, con sus labios titubeando y sollozando finalmente.

— Rompi bolsa, Chaeyoung —finalmente lloró. Mina comenzó a llorar con desesperación. Ella miró el charco bajo sus pies y su cabeza solo comenzó a moverse de un corto lado a otro. Aún no podía estar pasando.

— Mina, llevas solo siete meses de embara...

— ¡Y qué demonios es esto, entonces! —sí, eso parecía lo que decía pero se había adelantado. El parto de su hija se había adelantado y de manera repentina.

Finalmente reaccionó y volvió a abrir la puerta. Corrió hacia Mina y la tomó con cuidado entre sus brazos, como si en realidad la estuviese llevando a la cama en su noche de luna de miel.

Llegó a las escaleras y los brazos de su esposa se enrollaron en su cuello. El esfuerzo físico la superaba pero ella era el soporte, siempre lo era y no iba a flaquear ahora.

— Beom-gyu ¡Beom-gyu! —lo llamó y agradeció que ninguno se había ido a su habitación aún— busca las llaves de mi auto ¡Vamos!

— ¿Qué sucede? —le preguntó Olivia al dejar el sillón mientras su hermano corría a obedecer.

— Su hermana, va a nacer. Busca una chaqueta de Mina... ¡ahora, Olivia!

— Chaeyoung —balbuceó su esposa entre lágrimas— Tengo miedo —La apretó más contra ella y acercó su mejilla, acariciando la suya en un acto para calmarla.

— Estaremos bien, mi amor... ¡Beom-gyu, las llaves!... Te amo, Mina. Y vamos a ir juntas en esto ¿de acuerdo?

Su hijo abrió la puerta de entrada y corrió al ascensor, que pocas veces usaban pero en ese momento era la emergencia ocasional. Olivia llegó detrás y los cuatros se montaron en el.

Sintió en la mano que atrapaba la cintura de Mina, la mano de sus hijos encima.

Cuando Beom-gyu apretó el botón para descender, las puertas se cerraron y su hogar desapareció frente a ella. Agitados, inseguros y audaces como si fuesen los únicos del lugar y una horda desesperada los siguiera.

Como cuando el color de un zombie se torna verde y frente a sus ojos todo se ve igual. Y sus manos solo pueden apretar algo, a lo que se aferran para continuar de pie y no desaparecer entre el montón.

Como si no hubiesen devorado su cerebro aún, miraban las puertas metálicas frente a cada uno casi sin parpadear. Como si no hubiesen llegado a su corazón y, justo antes de que lo tomaran, aquel disparo de salvación llegaba.

Mina gimió de dolor y finalmente el conteo les advertía que estaban por llegar a planta baja. Cuando lo hicieron, corrieron como si se hubiesen preparado y organizado para ese momento.

Como si de sus últimas palabras se trataran, Chaeyoung acomodó a Mina en el asiento trasero de su coche y le puso el cinturón de seguridad:

— Todo va a estar bien, amor de mi vida —y le dejó un beso en la frente.

Cerró y en un segundo llegó a su lugar. Encendió el motor y aceleró. La miró por el espejo retrovisor, sus hijos estaban con ella allí. Los tres, junto a Mina.

La clínica estaba lejos. Así que ignoró el semáforo en rojo que intentó detenerla y movió la palanca de cambios, acelerando y dejando atrás lo más cercano que de casa estaba.

Como si huir hacia un nuevo comienzo estuviera. Como si lo que estuviese por pasar cambiaría su vida por completo.

Como si una parte de ella solo fuese sobreviviente y la otra no, solo continuó acelerando.

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