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Capítulo XLIII: Magia

Quince minutos. 900 segundos en que la mano de Mina estaba siendo el mayor y placentero problema en ella. Dentro de su pantalón, rociándose con solo unas dos o tres gotas de su líquido pre seminal. Y eso era solo porque se movía con lentitud, con total desgano de arriba hacia abajo solo para que la tortura se alargara.

La cena ni siquiera había comenzando y ella ya quería marcharse, regresar a casa y recordarle a Mina quién mandaba en la intimidad. Estaba segura que, si no fuese por los niños, tras pasar la puerta le haría el amor locamente contra la pared. Necesitaba algo más que los dedos de la rubia enrollados en su miembro. La necesitaba a ella, enterrarse en ella y desear que aquella infantil apuesta la alzara victoriosa.

Taeyong preguntó algo y ella recibió el pulgar de su esposa en la punta de su pene, fuerte y decidido a que dejara de vagar y oyera al hombre. Infló su pecho y lanzó una bocanada de aire, observándolo y asintiendo aún sin saber de qué hablaba.

— ¿Y cuándo deben volver al doctor? Me gustaría estar al tanto de las consultas y lo que él les vaya diciendo. Quiero confirmar que el embarazo sigue avanzando bien.

— En un mes —murmuró ella antes de morderse el labio. Algo pesado subía por su garganta y amenazaba con salir. Un jadeo, quizá, o un gemido que no iba poder contener por mucho tiempo más— allí él...podría decirnos con certeza cuán avanzado ya está el crecimiento de nuestra hija.

— Supongo que haz elegido un médico prestigioso para que atienda a mi hija ¿verdad? —el término "esposa" le gustaba más y era más apreciable en ese momento. Mina ya vivía con ella y totalmente independizada de sus padres, así que si volvía a escucharlo dirigirse así a la rubia, posiblemente iba a reclamárselo.

— Así es, señor. Es un médico con doctorados y un perfeccionamiento como pocos —no tenía idea de quién era aquel hombre de baja estatura y que ya solo un cabello ocupaba su cabeza. Aquel que le aseguró que Mina podía seguir teniendo sexo sin algún tipo de problemas, pero la rubia pidió su atención así que era como que sí, era prestigioso a vista de ellas tiene un reconocimiento especial entre sus pacientes y alrededores, esas palabras ni siquiera tenían sentido pero, si seguía visualizando la imagen de aquel hombre poco atractivo para cualquier mujer, su excitación parecía controlarse momentáneamente y no avanzar. Era como si algún estúpido y bobo adolescente pensara en el choque automovilístico con un cartero para no eyacular precozmente sobre su novia.

— Y ¿podremos conocer al donador de esperma? —preguntó Yuta entusiasmado, juntando sus manos sobre la mesa con la mirada en ambas— Fue Dong-min ¿acaso? —de la dureza a la caída en un segundo. Chaeyoung quería estrellar su rostro contra el plato pero echó su cabeza cual golpe de aire hacia atrás. Mina, aún con su mano ocupada en ella, tragó fuertemente y se removió, aclarándose la garganta y buscando su mirada.

— Tiene que ser Dong-min —aseguró Taeyong— quiero que mi nieta salga igual de guapo que él —Chaeyoung rodó los ojos, quizá su plato se vería mejor roto en la cara de ese hombre— más la de mi hija, sería una pequeña que llamaría la atención de muchos. Y si luego decides tener un niño, Mina, vuelves a él y tendrás uno musculoso, con aspecto fuerte y que no se dejará pisotear por nadie —alzó las cejas asombrada. Ahora resultaba que su suegro tenía un enamoramiento con un muchacho que podía ser su hijo. Se cruzó de brazos y se echó contra la silla, aguardando porque Mina callara las estupideces de su padre.

— Bueno, papá...en realidad...no fue Dong-min quién donó el esperma.

— De acuerdo —masculló él con un gesto desconcertado— ¿acaso han ido a esos bancos dónde se mantiene en secreto la identidad del donador?

— No —respondió Chaeyoung estirándose contra la mesa. Sintió la sacudida de Sana y apretó los dientes. Cuánto la odiaba en esos momentos, con solo un toque podía callarla otra vez.

— ¿Y entonces? —insistió Yuta— Si no fue Dong-min, ni asistieron a un banco de donadores, acaso ¿conocemos a quién...

— Tengo un pene —lo calló ella con total soltura y bajó su mano, reteniendo la de Mina que quiso alejarse. La obligó a reiniciar las caricias y le sonrió de medio lado, segura que estaba viéndola sonrojada.

Le dio un vistazo a la mesa: Taeyong, por supuesto, tenía su mirada perdida y su boca abierta, murmurando por lo bajo algo que solo él entendía. Yuta solo tenía sus cejas juntas, fruncidas pero terminaron hacia arriba y su boca se curvó hacia abajo, terminando por comprenderlo y al parecer sin molestarse.

Sus hijos solo se tapaban la boca para ocultar la risa.

— Creo...creo que olvidamos que hay niños en la mesa —balbuceó Taeyong alzando la vista hacia ella.

— Oh nosotros ya lo sabíamos —dijo Beom-gyu, restándole importancia con un gesto de mano así que continúen.

— ¿Cómo que ustedes ya lo sabían? — insistió el hombre.

—  Es nuestra madre —continuó el niño —de hecho tengo una cicatriz bajo mi pie derecho. Un clavo lo atravesó a mis cinco años. Fue doloroso pero Chaeyoung ya la vió ¿cierto, mamá?

— ¿Y cómo es qué...

— Creo que eso lo hablaremos en otro momento, papá —lo cortó Mina. Por muy divertido que se veía el rostro de su padre y se oía su voz, no iba a permitir que Olivia y Beom-gyu escucharan cosas de más― allí viene el mozo.

Una botella de vino en el centro de la mesa y dos refrescos de cola para los niños. Y cada plato con algo distinto para cada uno en su lugar. Excepto para ella y Mina. A la rubia las carnes rojas habían comenzado a darle náuseas y, si quería su beso de buenas noches cuando ocupaban la cama, debía evitarlas. Así que estaba frente a verduras ahora, que nunca acostumbraba a consumir pero debía hacerlo para complacerla.

Sin quitar su mano del lugar y solo utilizando la otra, Mina comenzó a cenar y Chaeyoung se preguntó hasta cuánto llevaría aquello, hasta cuánto duraría ella misma. Se sentía raro pero al mismo tiempo la sensación más placentera que alguna vez la invadió. La rubia a su lado, fingiendo gemir tras saborear la ensalada pero masajeando su pene en realidad. No iba a olvidar ese momento sin importar como terminara después

— Entonces ¿se conocieron en ese último trabajo? —preguntó Taeyong antes de llevar su tenedor a la boca. Chaeyoung se lamió los labios, era la primera vez que deseaba algo de aquel hombre, aquel tocino que tan bien se veía en su plato y lo quería en el de ella.

— Así es, unos meses atrás.

— Si, Olivia me contó algo —continuó él— al parecer te gustan los niños —sonrió internamente, la tarjeta que agotaría al día siguiente su hija iba a ser totalmente consentida me dijo que lo has cuidado bien, protegido a los tres por igual. Que has sido la mejor jefa con la que se han cruzado.

— Bueno, en realidad, esto es una relación de ida y vuelta. Ellos escavaron en el fondo de mi personalidad y no pude no demostrarles cuánto los aprecio por eso. Disfruté cada momento con ellos y ahora lo hago aún más. Creo que estaba, algo así como predestinado a suceder.

— Eso es muy cierto, cariño —Mina se estiró hasta ella y rozó sus mejillas, jalando hacia abajo con brusquedad su prepucio y haciéndola golpear la mesa en consecuencia. Asombrada y totalmente avergonzada por semejante acto. Un cuchillo cayó junto a su pie y solo vió a Taeyong negando ligeramente, burlándose de ella y de sus raros accionares. Quizá si él supiera lo que realmente estaba haciéndole su hija, la entendería— oh, amor, yo te lo alcanzo.

Eso no sonaba nada bien y su imaginación comenzó a dar vueltas. Nadie en la mesa estaba prestándoles atención porque conversaban entre ellos. Mina se inclinó hacia abajo y ella la miró de reojo, notando su sonrisa triunfadora, burlona y audaz a cometer lo siguiente.

Quería borrar ese gesto, jalarla del cabello y besarla con tanta fuerza que tendría que rogarle para que se separara. Mina se estiró hasta ella, mientras fingía sonidos con el mango del cubierto contra el piso y su cabeza se acercó peligrosamente a su pene. A cada centímetro que acortaba para llegar, era otro más en su erección.

Estaba haciendo todo lento y ella echó un vistazo a su alrededor. Las demás mesas ocupadas estaban algo alejadas, o separadas por más de dos así que era casi imposible que las vieran.

Con una mano en la cabellera de la rubia, la empujó contra su miembro y empuñó su otra mano en la copa de vino. Intentando controlarse para no tomarla con más brusquedad. Sintió la lengua, caliente y húmeda a lo largo de su glande antes de que se lo metiera a la boca. No quería apartarla por mucho que alguien las descubriera, estaba anticipándola a uno de los orgasmo más rápidos y placenteros y no iba a detenerla.

Estaba succionándolo, tan rápido y veloz que, si no se alejaba, iba a eyacular en su garganta y esa cena terminaría como ninguna otra.

— ¿Me pasas el pan, mamá? —iba a comprarle menos barras de chocolate a Beom-gyu por esa intromisión. Todas las miradas se fueron hacia ella, a sus mejillas ruborizadas y a su pecho inmóvil, conteniendo los suspiros que acumulaba.

Asintió y, con su brazo totalmente tembloroso, le extendió la pequeña canasta junto a ella.

— Mina ¿has alcanzado eso ya? —preguntó Taeyong y ellas cruzaron sus miradas. La rubia le sonrió, asintiendo pero el cuchillo hacia el hombre. ella pateó

— Casi —dijo Mina, abandonándola justo cuando los chorros de semen iban a pegarse en su paladar. Se irguió, arrastrándose más hacia la mesa y le señaló a su padre a su lado, con uno de sus dedos cayó cerca de ustedes— ¿puedes alcanzarlo?

Mientras Taeyong se estiraba a tomarlo, Mina regresó una mano a su miembro y lo guardó, acomodándole el cinturón y subiéndole la cremallera luego. A pesar de eso, su pantalón apretaba y estaba segura que iba a explotar si no se calmaba.

— ¿Qué tal su cena?

— Deliciosa —respondió la rubia a Yuta, que le sonrió y terminó con su plato— ustedes pueden elegir el postre luego ¿cierto, Chaeyoung?

— Ajá, sí...sí, está bien por mí —murmuró llevando la copa a su boca y bebiéndola de un solo trago— solo que no contenga cereza, no son mi fruta favorita.

— Que pena ―se burló Taeyong— porque tenía pensado una tarta de cereza. Con crema de frutilla y rellena de frutillas —giró su cabeza y rascó bajo su oreja, solo debía repetirse mentalmente que era el padre de su esposa y el abuelo de sus hijos. Porque sino iba a golpearlo, iba a aventarse contra él e iba a golpearlo.

— A Olivia también le gusta, así que...pídala —murmuró, sonriéndole con sorna e hizo su plato a un lado.

Se quitó una miga de su pantalón mientras él llamaba al mesero y, desde allí, con la mirada hacia abajo, notó lo corto que era el vestido que Mina estaba usando. Apenas cubría sus muslos y, sentada, solo se acortaba más. Tanto más que si estiraba su mano, se perdería directamente entre sus piernas.

La escaneó, lentamente hacia arriba y llegó a sus ojos: los encontró brillando, sobre ella y su boca curvaba una sonrisa. Sana cruzó una pierna sobre la otra y finalmente lo vió, la ausencia de ropa interior la hizo tragar con nerviosismo y no pudo evitar llevar su mano allí.

Ardía. La piel de la rubia quemaba y la humedad entre sus piernas era abundante, notoria y ella estaba juntándola con dos de sus dedos. Sabía que, si la embestía, su erección regresaría y ya no tendría control de la situación. Así que no lo dudo, con la otra mano tomó la copa de vino y pretendió un pequeño accidente, lanzándola sobre ambas y llamando finalmente la atención de todos los presentes.

Quitó la mano con rapidez y se felicitó mentalmente.

— ¿Y así pretendes cargar a mi nieta? —le reclamó Yong Guk.

— Solo fue un accidente, papá —lo calló la rubia de pie y secándose con una servilleta— no se quita. Acompáñame al baño, cariño —guardó con rapidez una cuchara en su bolsillo y sintió la mano de Mina, jalando la de ella y arrastrándola hacia el final de lugar.

Solo estaban mirándose, desafiándose mientras sus brazos estaban cruzados y ellas alejadas. Chaeyoung estaba en la puerta, allí recostada y ella contra el lavamanos, segura de que no debía ceder castaña lo haría primero. porque la

— ¿Piensas quedarte allí mucho tiempo? —le preguntó y Chaeyoung alzó los hombros— porque necesitas secarte de verdad —agregó señalando su entrepierna.

— Puedo pasar el resto de la noche en este estado ―ella lanzó un resoplido irónico.

— No me digas. Vamos, Chaeyoung, date por vencida. Vas a perder de igual manera, no le estás cayendo muy bien a Taeyong.

— Tu padre me incomoda. Sí, lo siento pero me incomoda ¡nada le gusta de mí! Ahora entiendo porque antes nunca le habías presentado pareja ¡es un insoportable! —Mina rió y acomodó ambas manos contra el lavabo, dando un pequeño salto para sentarse sobre el.

— Es una persona muy dulce, en realidad.

— Seguro, mientras duerme. Despierto es molesto, muy molesto. No sé como Yuta lo aguanta —alzó una ceja, divertida y negó mientras continuaba riendo.

— Quizá porque lo ama. Y una persona enamorada siempre es...es como la alfombra de quien ama ¿no te parece? Es ese espacio donde todo es suave y puede pisar cuando quiera ―Chaeyoung ladeó su cabeza con burla— admítelo, tú serías así con el futuro esposo de nuestra hija. Con el de Olivia incluso.

— No, no vengas con eso, Mina. Aún faltan años ¡años! para que eso ocurra. Ni siquiera quiero imaginarlo.

— Eso no te imaginas, pero otro tipo de cosas sí ¿cierto? —se mofó ella y la castaña se mordió el labio. Finalmente avanzó, acortando la distancia y acercándose con lentitud.

Mina abrió sus piernas al instante y sonrió victoriosa, sintiéndola pegarse a ella con toda su erección y moviendo apenas su cadera. Enredó las manos en su camisa y juntó sus pechos, fusionándolos con fuerza y delatando su excitación en el contacto.

— Me has provocado toda la maldita noche, Mina —le reclamó con la voz pesada, ronca y hundiéndose en su cuello. Ella echó su cabeza hacia atrás, no podía negar que quería ganar aquella tonta apuesta pero también perderla, para sentir que tan intenso era aquello de lo que Chaeyoung la había amenazado— lo quieres ¿cierto? —oyó la cremallera bajarse. La castaña tomó el miembro con una de sus manos y jugueteó sobre su clítoris, arriba y abajo para vencerla también. Gimió, el líquido pre seminal y sus flujos comenzaron a salir con violencia— ¿lo quieres?

— No —susurró con la voz quebrada y cerrando sus ojos. Chaeyoung enredó los dedos en su cabello y la jaló sin cuidado, obligándola a que la mirara a los ojos.

— No te irás de aquí hasta que me digas que sí —había jugado con fuego y estaba quemándose ahora, comenzando cuando solo la embistió con la punta y la retiró, ahogándola con el aire que contenía.

Chaeyoung repitió la acción una y otra vez. La punta de su pene, y hasta solo la mitad, ingresaba en ella y salía con brusquedad al tiempo justo que alcanzaba gemir. Continuó sosteniéndose de la camisa y la acercó a su boca, besándola con hambre y pasión, con la excitación de saber que no estaban en su casa, en su cama o algún lugar de ellas.

— ¿Y qué si entraran mis padres?

— Pues sería divertido que encontraran a su hija teniendo sexo en un baño público —le respondió Chaeyoung sobre sus labios antes de reiniciar el beso.

— ¿De qué tan intenso hablabas?

— Muy, muy intenso, Mina.

— Pero cuánto, Chaeyoung. Quiero saber cuánto

— ¿Estás rindiéndote? —el aliento de la castaña hacía crecer su deseo. Jadeante contra sus labios, mordisqueándolos y aún moviéndose en su entrepierna lo aumentaba todo. No faltaría mucho para que realmente sí, se rindiera en sus brazos y la dejara hacer a su antojo-solo pídemelo Mina.

Volvió a besarla, apretándola desde su nuca y colando su lengua al instante. Quería rendirse, sí pero quería oírle rendirse a ella también. La rodeó con sus piernas y, con los talones en sus glúteos, alzó apenas sus caderas y la penetración estaba casi completa.

— Muévete un poco más y perderás ―le dijo y Chaeyoung gruñó.

Fueron segundos, en que ambas permanecieron quietas mientras el bulto de la castaña crecía en su interior. Solo debía tomarla por la cintura y embestirla, una y otra vez hasta que se corriera en su interior.

— Ve haciéndote la idea de que vas a disfrutarlo más que yo y no ganarás —Chaeyoung le rodeó la cintura y, con un movimiento brusco, la bajó y la giró, obligándola a que dejara sus manos sobre el lavabo.

Alzó su vestido hasta la espalda y metió su miembro de un solo golpe. Mina dio un gemido de dolor. Creía estar lo suficientemente lista pero aquella intromisión llegó hasta la pared que la detenía, que cuando tocaba ese punto esponjoso el placer se ahuyentaba unos segundos.

Chaeyoung tomó un mechón final de su pelo y jaló su cabeza hacia atrás, para besar el costado de su cuello y susurrarle que no dejara de mirar el espejo. Y no lo hizo, se veían a través del reflejo, con los ojos sobre la otra y las bocas entreabiertas, respirando agitadas a cada embestida de Chaeyoung.

Con la otra mano, la castaña llegó hasta su clítoris, por delante y lo apretó sin cuidado. Su pulgar se movía en espiral, obligándola a agachar la cabeza y gritar contra su pecho.

— No, no —le ordenó y volvió a jalar su cabello— mírame y grita mi nombre, SMina —no podía hacerlo. Alzó los ojos pero quería cerrarlos, para sentir el placer en cada extensión de la palabra— Dios, amo estar dentro de ti. Estás siempre tan apretada. Haces que me vuelva loca —las embestidas se volvieron constantes, aligeradas mientras la rubia ahogaba los gemidos en las mordidas de su hombro.

Sus músculos comenzaron a tensarse y un hormigueo recorrió la parte baja de su pelvis. Estaba por caer rendida y satisfecha de tan fogoso momento. Se aferró a los bordes del lavamanos y estaba por echar sus caderas atrás cuando Chaeyoung se salió, se alejó y retrocedió dos pasos.

— ¿Qué haces? —le preguntó con la voz rasposa y frustrada. La castaña se desprendió la camisa y ella giró, observándola mientras terminaba de quitársela.

— Ven aquí —no debió pedírselo nuevamente cuando ya se encontraba frente a ella― arrodíllate— el piso parecía limpio y el olor a ambas era lo único que ingresaba por su nariz. Así que lo hizo.

Chaeyoung tapó sus ojos con la camisa, atando las mangas tras su cabeza y ahora solo podía distinguir la sombra de su silueta.

Sintió algo frío en su entrepierna, algo de metal o aluminio juntar una cantidad de sus flujos y después nada más. Hasta que la castaña tomó una de sus manos y la guió a su miembro, aún duro y erecto, húmedo y ella abrió la boca. Sin embargo Chaeyoung la detuvo.

— Masajéalo —lo hizo. De arriba hacia abajo y los gemidos de Chaeyoung inundaron ese cuarto— Mierda, Mian, no tienes una idea de lo bien que te ves ahí abajo —semidesnuda y vendada con una prenda color blanca, mientras sonreía ligeramente al acatar sus órdenes.

Chaeyoung sintió que su semen iba a salir. Apartó la mano de su esposa y lanzó un chorro a la cuchara que sostenía. Allí, mezclado con los flujos de la rubia, la llevó a la boca de Mina y la cerró, sosteniendo su mentón hasta que tragara todo.

Pasó la cuchara por el contorno de sus labios, cual lápiz labial y finalmente la ayudó a ponerse de pie.

— ¿De verdad vas a prohibirnos de esto por el resto del embarazo? —le preguntó cuando le rodeó la cintura y la pegó a ella. Mina se mordió el labio.

— Tú acabas de perder —replicó y la castaña le quitó la camisa. Mina la vió, allí, pegada a su rostro, sus pupilas dilatadas y una sonrisa de satisfacción. Si lo contaba ahora, quedarían más de cinco meses de esa posible abstinencia. Era demasiado tiempo. Pero tampoco le gustaba perder— Te daré una segunda oportunidad.

Chaeyoung la obligó a dar un pequeño salto y ella la rodeó con sus piernas, mientras se dirigían a uno de los cubículos.

— Si te ganas el cariño de Taeyong para cuando termine la noche...quizá no haya mucha de esa abstinencia —agregó cerrando la puerta y sintiendo una de las paredes en su espalda.

— Eso suena genial —susurró Chaeyoung antes de besarla y comenzar a embestirla nuevamente.

Incluso ya no estaba bajo la presión de un trabajo pero podía recordar con seguridad aquella regla número 32: toca fondo y regresa a flote cuánto antes. Nadie te quitará tu segunda oportunidad.

La rememoró mientras subía las escaleras de su casa y abría la puerta de su habitación. Se quedó tras ella, casi escondida y observando la conversación que su esposa tenía a solas con ella misma. Mina estaba frente al espejo, con la camiseta bajo sus pechos y acariciaba su abdomen de ya cuatro meses y medio. Era más notable, más obvio y le sentaba perfecto.

Sonrió, con verdadera felicidad y abrió un poco más, esperando porque notara su presencia. La rubia le sonrió tras el reflejo y se acercó a ella, abrazándola por detrás y descansando el mentón en su hombro.

— ¿Cómo les fue? —preguntó Mina llevando una mano hacia atrás y masajeando su cabello.

— Pues excelente. Está hablando de mí y de tu padre, dos personas muy inteligentes—Mina rodó los ojos.

— Ahora que se llevan bien es inteligente ¿cierto?

— Bueno, digamos que en realidad no es tan insoportable cómo creía —no importaba cuánto habían tardado ellas dentro del baño aquella primera cena todos juntos. Cuando regresaron a la mesa, Taeyong reía animadamente por las ocurrencias de Olivia y Beom-gyu y luego, sin importar que los demás lo notaran, le sonrió.

Se despidieron 40 minutos después, con un amistoso abrazo y él le dijo en su oreja lo agradecido que estaba de que haya sido ella, quien se cruzó en el camino de la felicidad de Mina.

Olivia y Beom-gyu habían exagerado aquel favor cambiado por chantaje y el cariño de Taeyong llegó más rápido de lo que creyó. Hasta disfrutó tenerlo de visitas unos días después y ahora algunos fines de semana.

Apretó más a Mina contra ella y cerró los ojos, dejando una mano sobre una de las de su esposa y sobre su vientre. Cada vez que hacía eso, que tocaba su abdomen y había un roce con Mina, la sensación de tranquilidad comenzaba a aflorar en su interior. Como siempre con ella, como nunca antes lo vivió.

— ¿Recuerdas cuando te decía que nunca le temía a nada?

— Aún lo dices —aseguró la rubia.

— Pues miento. Miento bastante sobre eso, en realidad.

— ¿De qué hablas?

— Tengo miedo a perderlo todo, Mina. Ha perderte a ti, a hacer mal las cosas cuando nuestra hija nazca y perderte por ello. A perder a los niños...es el único miedo que tengo porque son lo único que me importa. Son mi fuente de felicidad, Sana y si se me escapan, si se me van, ya muchas cosas no tendrían sentido para mí ―la vió sonreírle tras el reflejo, con sus ojos achicándose y una sonrisa de comprensión. Parecía eso exactamente, Mina era el reflejo de ella misma y por eso se entendían fuera y dentro de la cama a cada momento.

— Llegué a tu vida para quedarme en ella, Son Chaeyoung. Así que va a costarte mucho que me salga ahora.

Le besó la mejilla, de manera infantil, ruidosa y cientos de veces. Oyó su risa, la risa característica de su esposa y de repente se detuvieron. Con brusquedad, sus manos permanecieron quietas y sus bocas cerradas.

Un respingo por parte de Mina y Chaeyoung se soltó, pasando a su lado hasta arrodillarse frente a ella.

— Chaeyoung, acaba de patear.

— Lo sé, mi amor —ella acercó su mano y la abrió, acariciando el vientre con asombro. Pero pasaron minutos y nada volvió a sentirse— rayos, pensé que la magia se debía a mi.

— Cierra la boca y ven aquí —regresó tras ella y la abrazó como antes. Pero todo permaneció inmóvil.

— ¿Ya puede patear?

— Eso parece. El médico dijo que a partir del quinto mes, posiblemente pero se adelantó.

— Es toda una Son —Mina le dio un codazo y ella rió, antes de volver a inundar su cuello de besos y hacer sonar aquella risa que desprendía cada vez que lo hacía.

Y volvieron a quedarse quietas de un momento a otro: El bebé había vuelto a patear.

— Vuelve a hacerlo —le ordenó la rubia en un susurro y ella la obedeció. Tras el tercer beso sonoro bajo su mentón, su hija volvió a moverse y ahora por más tiempo. Una y otra vez hasta que sus besos en Mina cesaron.

— Rayos, Mina, juntas hacemos magia. Creí que solo pasaba cuando hacíamos el amor.

La rubia intentó salir de su asombro mientras giraba sobre sus talones. Pasó sus brazos por el cuello de Chaeyoung y la tironeó hacia ella, notando su mirada sorprendida aún.

— Eso parece...hacemos que cualquier cosa, sea mejor la castaña sonrió, estirándose hacia ella y reclamó sus labios.

— Somos como ese tipo de fuego que se propaga y que ni la lluvia puede detener...Te amo, Mina —susurró contra su boca antes de volver a besarla y abrazarla por la cintura. Transmitiéndole con cada beso y cada caricia, lo que aquellas palabras significaban.

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