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Capítulo L: Al recuerdo

Cuatro 10 seguidos y aplausos.

Una felicitación individual, en más de una ocasión y más aplausos.

Y finalmente un agasajo grupal, para ellos cuatro y un aplauso que sonaba a final. Porque era el final, era el último en ese lugar, bajo los alaridos de esas personas y sus sonrisas.

Y siempre pensó que nunca estaría allí para eso. Porque solo quería dejar el negocio y pasar el resto de sus días encerrada en su departamento, oyendo una canción por semana y bebiendo de su whisky favorito cada noche. Ese era todo el plan para el resto de su vida.

Patético. Triste. Solitario. Pero era su plan emocionante, divertido, acompañado de sí misma. A quien únicamente necesitaba.

En cambio ahora podía cambiar las horas en su sillón por horas en el parque, minutos en que cargaba a Heejin y la hacía jugar, girarla como si su avión personal fuera. Iba a reemplazar su nulo gusto musical por los de Olivia y Beom-gyu, por sus tardes en el living, frente al televisor mientras se divertían con la consola de videojuegos.

Y aquellas noches desperdiciadas con un vaso en mano, observando nada y dejando pasar el tiempo, las iba a transformar en demostrarle a Mina cuánto la amaba. A su lado, sobre ella, bajo ella, desnudas y con ropa. Con palabras, en silencio, entre gemidos y besos que la llevarían a la cima, a la gloria de tener lo que nunca había soñado.

Iba a mantener las cosas en equilibrio, lejos de ese pasado y recordando solo ese momento, en que conoció a la rubia, a su esposa y a la familia que formaron luego. Nada iba a interponerse, nadie iba a colarse sin su permiso y atrás iba a dejar a la Chaeyoung que les mostró al principio.

Porque ahora era otra. Había cambiado, a pesar de que estaba segura de que la gente no cambiaba, ella había cambiado. Ahora era feliz, de verdad y no en su pequeño mundo de fantasía en el que solo ella misma se lo decía. Ahora se lo recordaba alguien más, se lo declaraba alguien más y si continuaban de esa manera, el final sería como ese: con la mayor recompensa y sobre la cima de todo.

Atrapó la cintura de Mina y sonrió mientras Olivia y Beom-gyu respondían a los elogios por la calificación recibida en ese trabajo. Ellos estaban disfrutando el momento y se dejaban consentir por el resto de empleados, que maravillados les aplaudían por despedirse del negocio.

— Estás en el podio —le dijo Mina contra su oído. Los griteríos y silbidos no acababan y la rubia debió alzarse sobre sus talones, llegando a su mejilla derecha para hablarle— siempre lo has estado y te vas como querías. Al recuerdo de los demás.

— Me voy como quiero, sí. Contigo —solía hablarle directamente siempre de ella, porque con ella comenzó aquel viaje hasta donde habían aterrizado: los niños y el presente que vivían. Por Mina ahora estaban dónde estaban y nunca dejaría de darle méritos por eso.

Le dejó un beso en la frente y llamó a sus hijos luego. Ya era tiempo de dejar esa empresa, aquel edificio y alejarse de las miradas del resto. De Namjoon, de su observación minuciosa y orgullosa al frente de todos.

Atrapó los hombros de Beom-gyu y tiró de él, llevándose consigo a su hermana y Mina del otro lado.

Tenía prisa por salir, por dejar eso ya en el historial de su pasado y dedicarse a su familia ahora. Quería montar su auto cuanto antes y dirigirse a la clínica, para retirar a Heejin luego de sus exámenes semanales.

Necesitaba tenerla nuevamente entre sus brazos y que le sonriera, como cuando la cargaba al despertar de sus siestas y reía mientras le hablaba de manera graciosa, infantil y todas las sensaciones de su cuerpo chocaban allí, en ese nuevo objetivo.

Porque ahora ya no tenía victimas. Ya no tenía caricias que fingir ni órdenes para dar. Porque ahora tenía todo para recordar, toda una vida para repasar en sus momentos finales y un motivo por el que tirar las restricciones por la cañería.

Porque ese sería su nuevo trabajo: su familia.

— ¿Puedes quedarte quieta? No entiendo por qué estás tan nerviosa, solo serán unos minutos. Nadie está nervioso ni... Dios, Chaeyoung ¿puedes quedarte quieta?

— Lo siento —No, no lo hacía. Pero si estaba nerviosa. Y que Olivia no terminara de coser ese botón la ponía más ansiosa aún. Ya deberían haber salido y estar llegando a destino— ¿y por qué tú no estás nerviosa? —la vió rodar los ojos, mientras se quitaba la aguja de sus labios y continuaba con su trabajo.

— ¿Por qué simplemente no te pusiste una camisa cualquiera? —Ese botón, en su cuello en el que llevaba minutos concentrada, parecía no querer adherirse a la prenda.

— Porque es la favorita de Mina.

— No se por qué no lo supuse... Y no estoy nerviosa porque es algo normal, mamá. Todos los padres pasan por esto.

— No todos. Recuérdame ¿tengo que decir algo? Porque Mina dijo que... ¡Auch, Olivia! Pinchaste mi hombro.

— Lo siento —Rió la niña, tirando del hilo para cortarlo al fin pero si no te quedas quieta, no puedo trabajar. Ya está aseguró quitando alguna pelusa de la camisa— No, no tienes que decir nada. Solo sostener a Heejin y oír todo lo que el sacerdote diga ¿qué nunca presenciaste un bautismo?

— A decir verdad no. No me gustaban esas cosas. Bueno ¿y tu madre?

— Pues si ya le cambió el pañal a Heejin, en su cuarto. Esperándonos —asintió, abandonando la silla y caminando al living― oye —La detuvo la niña, aún en la cocina— ¿ni un gracias? —sonrió, avergonzada y movió la cabeza nuevamente.

— Gracias, cariño —Olivia se cruzó de brazos. Y ella rodó los ojos— gracias, cariño. Mañana iremos de shopping, te lo mereces ¿contenta?

— Totalmente.

Chaeyoung sacudió su cabello, por mucho que lo hubiese peinado para la ocasión, se sentía rara llevándolo así y caminó hacia las escaleras. Iría en busca de Mina pero alzó la vista y allí aparecía, con Heejin en sus brazos, dormida y sin dudarlo subió a trote, para ayudarla a bajar.

— Están hermosas las dos —Murmuró dejándole un beso en sus labios y uno en la frente de la pequeña. Era su segundo mes de vida y consideraba, tras los consejos y largas conversaciones con Taeyong, de que debían bautizarla. Con Mina y los niños de acuerdo, irían en unos minutos a la Iglesia con ese propósito— ¿tus padres nos esperan o debemos pasar por ellos?

— Están en la Iglesia ya ―respondió Mina acariciándole una mejilla. Se había vuelto algo cotidiano hacerlo, como esos simples actos para no sonreírle con un brillo en sus ojos o repetirle a cada momento que la amaba.

— Entonces vámonos o volveré a su lista poco agraciada.

— Manejaré hoy —apareció Beom-gyu como un rayo, bajando las escaleras de prisa y arrebatándole las llaves de su bolsillo.

Chaeyoung entrelazó la mano con su esposa y caminaron a la puerta. Abrió y dejó que Olivia avanzara primera, porque aunque no lo admitiera, aquella sonrisa en el rostro de su castaña hija demostraba ansias.

— Ni lo sueñes —Le dijo al niño cuando intentó pasar y recuperó su manojo. Que incluía la llave de la casa, de su auto y la de su cuarto especial con Mina.

— ¡Pero mamá! ¡Ya tengo 11!

— Cuando cumplas 12 —se burló abriendo la puerta de acompañante y esperando pacientemente a Mi a acomodarse— lo prometo.

— ¿De verdad? —preguntó él ilusionado. Chaeyoung cerró y rodeó el coche, ocupando su asiento habitual.

— Lo prometo —aseguró encendiendo el motor y moviendo la palanca de cambios, dejando la casa atrás. Beom-gyu alzó los brazos, en festejo y Olivia a su lado negó con la cabeza, con sorna por la incredulidad de su hermano.

— No seas tonto ¿no te das cuenta que es Chaeyoung? No te dejará conducir hasta los 20.

— Ahora por ese comentario, mañana no irás de shopping —contraatacó señalándola a través del espejo retrovisor.

— Iré con mamá. No te necesitamos ¿Cierto, mamá?

— Cierto —Aseguró— Mina sonriéndole dulcemente y observando luego a Chaeyoung: la castaña la miraba con sorpresa, fingiendo aquel sentimiento de traición que comenzaban a enfrentar para no decepcionar a sus hijos— no me mires así. Necesito ropa también.

— Olviden la ropa ¿a quién le importa eso? Lo de manejar a mis 12 sí es cierto ¿verdad? —insistió Beom-gyu.

Chaeyoung lo vió por el espejo, Mina volteó con cuidado, mientras apretaba a Minju más contra ella y Olivia continuaba negando con asombro. Las tres abrieron la boca y hablaron a la vez:

— No, Beom-gyu. No manejarás a los 12.

— ¡Rayos! —fue lo último que dijo, antes de que el llanto de Heejin lo opacara.

Siempre supo que cuando hablara de final iba a ser ese. Éste, el que tenía ahora frente a sus ojos. Porque se lo merecía, se lo merecían y era de esos regalos que todos recibimos una vez en la vida. Solo una vez y como la lluvia, caído del cielo y sin esfuerzo alguno.

Entonces sabía también que tan rápido como llegó, tan directo, tan fuerte sobre ella, debía cuidarlo. Mantenerlo bajo orden, bajo protección y en una pequeña caja, un pequeño sobre o un lugar inhóspito para que nadie se lo arrebatara, para que nadie se lo quitara y lo disfrutara. Porque nadie más se lo merecía.

Podrían haberle gustado las experiencias pasadas. Pero las había olvidado ya. Con Chaeyoung a su lado, casada con Chaeyoung, viviendo con ella y durmiendo en la misma cama, bajo las mismas sábanas y siendo la primera a quien Chaeyoung abrazaba al empezar el día, la primera a quien besaba y la última a quien repetía las acciones; con Chaeyoung en su vida y de esa manera le eran imposibles recordarlas.

El último año de su vida, el que había vivido sobre una eterna montaña rusa, había sido como un libro. De esos que lees y la primera página no te convence y lo quieres dejar. No entiendes la narración y lo cierras frustrado, no comprendes qué era lo que pasaba por la cabeza del autor cuando la punta de su bolígrafo tocó el papel. Pero sabes que esos libros, esas aventuras al final, en la última página y justo cuando lees la última palabra, eso te podría haber pasado a ti. Incluso lo podrías haber escrito. Quizá no mejor, pero si casi igual y para nada peor.

Y el transcurso de conocerla, de haberse lanzado a sus labios aquella tarde frente a la casa donde comenzó todo y no era su hogar de verdad. Frente a los niños, al bajar de su motocicleta y aturdiendo a los vecinos con esa demostración de amor. Allí comenzó la historia que hoy podría sellar, cerrar y comenzar por otro libro.

Pero no, no lo haría. Un final significa que nada de lo pasado volverá y debes acostumbrarte a otra cosa. A algo nuevo. Y ella no quería cambiarlo, no quería dejarlo y que simplemente se llenara de polvo tras pasar el tiempo. No. Así que simplemente no lo cerraría. Dejaría abierto y a su imaginación aquel supuesto final.

Mina enredó las manos en el cabello de Chaeyoung y la separó un momento de su boca. Un impetuoso y violento ruido se oyó, seguido del gruñido de su esposa.

— ¿Qué sucede? —le preguntó desnuda sobre ella. Mina la miró, cada rincón de su rostro, cada imperfección que no tenía y cada luz que sus ojos desprendían. No, nunca podría darle un final a todo aquello— ¿te hice daño?

— Nunca lo haces —aseguró ante la preocupación de su esposa. Chaeyoung sonrió casi forzada, avergonzada mientras pretendía volver a besarla— Quiero decirte algo.

— Dímelo —La sostuvo con ambas manos, ubicadas fuertemente a los costados de su cabeza.

— Gracias por haberme dejado entrar a tu vida. Por todo lo que haz hecho por nosotras, por los niños. Creo que nunca podré dejar de agradecerte. Eres el amor de mi vida, Chaeyoung, estoy segura de eso y quiero que lo sepas. Que sientas esa seguridad también. Eres mi persona ideal, mi ideal de persona para la mía y no quiero que te despegues de ello. Te amo, Son Chaeyoung.

Quiso besarla, para asegurarle que todo lo que decía no era más que la verdad, lo que su cuerpo y su mente sentían cuando de Chaeyoung se trataba. Pero esta vez la castaña la esquivó, la detuvo y volvieron a mirarse. Levemente a oscuras, por el único rayo de la luna que ingresaba directo a su cama.

— ¿Me lo dices por qué hice algo malo? ¿U olvidé algo e intentas recordármelo? —rió, cortamente y negó con la cabeza.

—No, mi amor. Lo digo porque es así —La oyó suspirar aliviada, lanzando el aire que estaba reteniendo desde que comenzó a decirle aquello.

— Entonces ¿está todo bien? Una vez ví una película, y ella lo dejaba luego de decirle cuánto lo amaba. No ibas a hacerme eso ¿cierto?

— Nunca. Eres...eres mi persona, mi sonrisa y mi libro favorito, Chaeyoung. Ese que leeré una y otra vez y siempre me deja con una sonrisa.

— ¿Si? —Jugueteó roncamente la castaña, escondiéndose en su cuello y moviéndose para perderse entre sus pliegues, en su interior— ¿y cómo acaba? ¿Cuál es el final? —sonrió, alejándola para verla una vez más y la pegó contra ella, sobre sus labios.

— No hay final —Le dijo antes de besarla y sentir como su cuerpo volvía entregarse a su esposa, a Chaeyoung como siempre. Se rindió a ella y dejó que continuase marcando el ritmo. Tranquilo, pausado y acompasado.

Porque siempre era igual, pero se sentía cada vez mejor.

Como cuando vuelves a leer tu libro favorito y tu parte ideal se presenta ante tus ojos: ya la sabes, sonríes con anticipación y vuelves a releerlo, incluso con el número de página escondido en tus retinas.

Y lo lees otra vez. Quedas estancado en esa página y en ese momento, ese lugar dónde te transportaste y el viaje llega su punto alto, de placer y satisfacción. Quedas paralizado en esa línea y te olvidas el final.

Porque no necesitas un final cuando ya conoces tu parte favorita de memoria.

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