Capítulo XLIX: La regla final
Llevaban cinco días viviendo en su nueva casa, en un barrio prestigioso, cálido y ambientado justo para lo que necesitaban: horas serenas para tranquilidad de Heejin. La niña debía dormir dos horas más que un bebé habitual y ella sabía que lo conseguiría con ese ambiente que los rodeaba ahora.
— Regla 39: Pierde la cabeza, intranquilízate y no contengas tu temple ante nadie. Ni con tus compañeros, si alguna vez los tienes...eso es un tanto estúpido —agregó la rubia bajando con su dedo por la página para leer la siguiente— Regla 42: nunca traiciones tus propias reglas, tus ideales, tus principios. Estarías tirando todo el trabajo por una cañería... ¿una cañería?
— ¿Puedes dejar eso ya? Es de mi privacidad Mina —la fulminó con la mirada.
— Aún me queda una...regla 43: solo puedes temerle a tu propio jefe... ¿A Namjoon? — gesticuló casi con asco y descendió hacia el último renglón— regla número 50... ¿por qué está vacía? No hay cincuenta.
— Nunca se me ocurrió una.
— Se te ocurrieron 49, porque las escribiste tú ¿cierto? ¿Se te ocurrieron a ti?
— Ya lo sé. Y sí, las escribí una noches luego de fracasar en mi primer trabajo. Necesitaba algo que pudiese incentivarme a continuar y decidí poner algo así como...restricciones. Algo que me obligara a cometer lo que debía y restringir lo que molestaba.
— Muchas hablan de tus compañeros o de los que pudieses llegar a tener —agregó rápidamente cuando vió que iba a protestar. A decir verdad, sabía que ellos eran la segunda compañía que Chaeyoung tuvo en algún empleo y eso no le molestaba, le generaba algo de tristeza que la castaña nunca se adaptara a alguien más que no sea ella misma.
Cuando despertaba antes por las mañanas, siempre acariciaba su rostro, el costado de sus ojos con lentitud y se recordaba lo hermosa que era su esposa. Y la consideraba hermosa en complemento con su personalidad. Así, fría y arrogante como la conoció y familiar y sencilla como lo era ahora. Chaeyoung para ella era impecable, inmejorable y magnífica para sus ojos al despertar y sus oídos al dormir. No le faltaba nada y mucho menos le cambiaría algo.
Además sabía socializar, que no le gustara era otra cosa pero ese trabajo le obligaba a hacerlo, así que se podría haber adaptado cómodamente a alguien más. Sin embargo no lo hizo, no le gustaba y esa era la razón por la que llevaba preguntándole de esa agenda y lo que llevaba escrito en ella.
— Sabes sobre eso, Mina. No me gustaba compartir tiempo y espacio con nadie. Los demás eran estorbo para mí, no me gustaba. Me hacía sentir incómoda.
— ¿Y ahora? —Chaeyoung gesticuló una sonrisa. No había punto de comparación su presente con el pasado solitario que la rodeaba y porque ella lo elegía. Le hizo una señal con su cabeza y ella dejó la agenda a un lado, caminando con vergüenza hasta la castaña.
Se sentó sobre sus muslos juntos y rodeó su cuello. Chaeyoung atrapó su cintura y hundió el rostro en su suelto cabello, cerrando los ojos al respirar ese perfume con aroma a frutas. Ella misma se lo había regalado y a decir verdad le gustaba cuando lo usaba en casa, para ella.
Era como si otro centímetro del hilo que las unía, aumentara.
— No quiero volver a estar sola si puedo tenerte a ti —le murmuró contra su oreja— no quiero nada de esa vieja Chaeyoung si puedo mantener la que reluces en mí. Y eso incluye aquella agenda, con cada palabra y emoción que antes me formaba.
— Dicen por ahí que cualquier cosa es mejor a estar solo.
— No —aseguró la castaña con la nariz acariciando su mejilla— estar contigo es mejor que cualquier cosa. No voy a perderme un solo día de ti, Mina. Y de nuestra familia. No voy a olvidarme otra vez cómo se sentía ser feliz.
De frente a la gran ventana de cristal, Mina se cercioró de que sus hijos jugaran alejados de la piscina, por mucha seguridad que tuviese cubriéndola y volteó en busca de la boca de Chaeyoung. De la boca que despertaba su pasión, sus pensamientos más calurosos y la locura de no querer separarse.
La besó con esa tiranía que hacía a Olivia reclamar para que se separaran. Pero su hija no estaba allí, no las vería y no las interrumpiría. Las manos de la castaña se movieron en su cadera, pretendiendo que girara y ella lo hizo, acomodó sus piernas a cada costado de Chaeyoung y un leve roce cedió a la puerta de frenesí que nunca cerraban.
Los dedos de la castaña se colaron bajo su remera y jugueteaban en su espalda, acercándola más contra ella mientras el sonido de sus bocas inundaba la habitación. Se meció hacia adelante, liberándole un suspiro y golpeó hacia atrás luego, recibiendo una mordida en su labio inferior.
Fue cuando Chaeyoung quiso comenzar a desnudarla que se alejo, con un estruendoso ruido y se puso de pie. Con las manos en las rodillas de su esposa, le sonrió con burla y se echó hacia atrás cuando intentó volver a besarla.
— Debemos ir por Heejin —Le susurró con sorna acercándose peligrosamente otra vez. Sabía que la castaña no iba a negarse a eso, a su hija, así que caminó con sus dedos hasta su entrepierna y apretó allí la mano, riendo al verla tirar su cabeza hacia arriba— vámonos.
— ¿Así? —reclamó Chaeyoung señalando su pantalón. Mina le dejó un último y sonoro beso en la boca y asintió, alejándose para caminar a la puerta.
— Si, así. Iré por los niños...si quieres haces lo tuyo en el baño y te esperamos en el auto —Le burló dejándola sola finalmente.
— Algo que deberías hacer tú ―murmuró Chaeyoung dejando la silla. Se pasó las manos por el rostro y controló su respiración, antes de seguir los pasos de su esposa.
Iba a volverse infantil, entonces, Olivia tenía razón. Pero se trataba de Heejin y, pelear con ella y Beom-gyu por ver quién la cargaba, entonces que la hiciera ver infantil.
Abandonó el auto con el cargador de su hija, que había comprado en conjunto con un coche paseador y allí estaba, llevándola con su mano derecha hacia el interior de la casa. Chaeyoung empujó la puerta y les dio el paso a los demás para cerrar luego.
Lo dejó sobre la mesa ratona y sonrió cuando nadie hizo el intento de retirar a una dormida Heejin de allí dentro, dejándole esa labor a ella. Se inclinó a la altura de la pequeña silla y pasó sus manos bajo los brazos de su hija, alejándola del acolchonado espacio para guardarla contra su pecho.
Oyó el sonido de sus labios chocándose, intentando abrirlos para bostezar y que lo hizo cuando se acomodó bajo su mentón. La pequeña rubia, idéntica al color rubio de Mina, continuó durmiendo como si no notara que ya lo hacía en otro lado.
— Te controlaremos el tiempo la señaló Beom-gyu —diez minutos y luego quiero cargarla.
— Y luego yo —Continuó Olivia echándose contra el sillón, con su cabeza sobre las piernas de Mina.
Chaeyoung iba a decirles algo, quizá sí o quizá no pero el sonido contra la madera del piso la interrumpió: Oliver corría hacia ella llegando desde una de las habitaciones de la planta baja. Se detuvo sobre su pierna, alzado en dos patas y moviendo su cola esperando conocer el nuevo integrante de la familia.
A pesar de que ya no era cachorro, continuaba siendo pequeño físicamente así que, con la mirada soñadora de la rubia sobre él, se sentó al lado de Beom-gyu y esperó por la mascota, que se sostenía ahora sobre sus rodillas.
— Tranquilo, Oliver. Es Heejin y debes estar calmado —intentó alejarlo cuando el perro lamía el rostro de la pequeña con total emoción. Él lanzó un ladrido hacia Chaeyoung, ignorando sus reclamos y continuó su demostración de amor hacia la más pequeña de la casa.
— Oliver eres tú —dijo Olivia observando la escena― Heejin es Mina y yo sería...y yo sería tú cuando quiero que se separen. Así que ponte cómoda porque esto tomará tiempo.
— Espero que lo hayas bañado, Olivia —murmuró en cambio Chaeyoung— no quiero olor en su boca ni microbios en Heejin.
— Bésalo y compruébalo por ti misma —se burló la niña y ella oyó la risa de Beom-gyu a su lado. El niño era Mina, si continuaba las comparaciones, Olivia ella misma y Heejin sería la combinación perfecta de ambas y de sus hermanos. Disfrutaría cada segundo con ella, en sus brazos y la cuidaría a cada momento. Pero moría también por verla crecer, felicitándose a sí misma de que así sería. De que su pequeña rubia, con sus ojos, sería el punto medio de ella y Mina.
Cuando Heejin despertó, aturdida por la lengua de Oliver aún recorriendo cada rincón de su cabeza, sus ojos se encontraron. Eran casi idénticos, iguales y reflejaban a la otra sin problema. Nuevamente allí estaba, parecía que estaba sonriéndole y ella llevó la boca a una de sus mejillas, sintiendo los pequeños dedos en su oreja.
— Ya pasaron los diez minutos. Me toca —reclamó Beom-gyu impaciente y ella volvió a cargarla con cuidado. La dejó sobre el regazo de su hijo y una sonrisa ocupó todo su rostro: Heejin apretaba el mentón de su hermano en una muestra de reconocimiento. Y él le hacía gestos en una señal de seguridad, de que no solo Chaeyoung la cuidaría.
Cuando Olivia ocupó el otro lado de Beom-gyu, ella dejó el sillón y se acomodó al lado de su esposa. Sana demostraba con su mirada emocionada, sus ojos aguados y su sonrisa de felicidad completa, lo que con sus palabras no. Suponía que no discutía por cargar a Heejin porque tenía sus momentos, incluso más que ellos tres. Pero sabía que se moría de ganas por hacerlo también.
Pasó un brazo por sus hombros y la acercó a ella:
— ¿Lo has notado? Podríamos tener otros hijos y saldrían igual de hermosos. Somos la genética ideal —Mina río y le dejó un suave golpe en el pecho, divertida al imaginarse otro futuro. Chaeyoung hasta podían tener un niño y sería igual pero distinto a Heejin: sus ojos marrones pero más claros y su cabello castaño. Corto y castaño.
— Tú solo quieres usar ese cuarto, admítelo.
— Por supuesto. Pero además, le debemos el hermano a Beom-gyu —una de sus manos bajó hasta el cinturón de Sana y jugó peligrosamente allí. Sus hijos estaban encerrados en una burbuja solo para ellos tres y no oían ni veían si quiera lo que hacían. Pero la rubia la alejó y regresó sus dedos sobre su hombro.
— Aún no puedo. Mi cuerpo debe regresar a la normalidad primero.
— ¿A qué te refieres con regresar a la normalidad?
— A eso. Quiero retomar mis ejercicios, las caminatas y que los restos del embarazo desaparezcan ¿me entiendes?—Chaeyoung juntó las cejas, confundida y repitiendo cada palabra ¿Cómo iba a retomar esa actividades con Heejin ahora en casa? Imposible, no podía irse y dejarla al cuidado por mucho que amara sus momentos con su hija en brazos.
Porque cuando lloraba, era porque quería a Mina. O alimentarse pero era lo mismo. Por mucho que la niña no se quejara cuando estaba con ella, cuando estaba sin la rubia sí lo hacía.
Así que no, no la entendía. Sin embargo, algo de razón Mina tenía, y era que debía recuperarse del embarazo, porque eso la llevaba a tener sexo de vuelta y el sexo la hacía feliz. No porque quedaran restos físicos en ella.
Por lo tanto, si ambas estaban de acuerdo en que ejercicios quería, ejercicios le daría.
— No. Si te quitas la venda no habrá sorpresa, Mina —le reclamó, dándole un manotazo cuando intentó descubrir sus ojos. Guiaba por la espalda a su esposa, hacia el final del pasillo, aprovechando la hora de la noche y que los niños dormían. Llevaba incluso un pequeño aparato, colgado de pantalón que les permitía oír si Heejin despertaba. Pero era pasada la medianoche y nunca, desde las tres semanas que llevaban viviendo allí, su pequeña hija despertaba. Dormía plácidamente y horas ininterrumpidas desde las 20, hasta la hora en que alguno de sus otros hermanos despertaban al otro día e iban por ella.
— Pero no veo nada ―rodó los ojos.
— Esa es la idea ¿qué parte de sorpresa no entiendes?
— Bueno, puedes empezar por bajarme el tono ¿no te parece? —la ignoró, obligándola a que diera los últimos pasos y finalmente se encontraban dentro de otro cuarto. Encendió la luz y dejó el aparato que colgaba a un lado. Volvió a la puerta, pasando la seguridad y se detuvo tras la rubia estamos en nuestro cuartito— Puedo olerlo —rió, contra su cuello y asintió. Se habían pasado días atrás limpiándolo y pintándolo al gusto de Mina. Pero hasta el momento no lo habían utilizado, así que ese consideraba que era un buen momento.
— Tú quieres tus ejercicios —susurró apretando con ambas manos su cadera— y yo quiero estrenar el cuarto —Pasó su labio superior por todo el largo de su cuello y uno de sus hombros, antes de retirarle la venda al fin.
Mina parpadeó, acostumbrándose a esa luz blanca y brillante que ocupaba el lugar. Y miró todo a su alrededor. Ya no estaba vacío, el cuarto, que era más grande que los que sus hijos ocupaban, ya no era solo paredes y techo. Se tapó la boca y avanzó en el, recorriéndolo todo con asombro.
-— ¿Lo preparaste tú? —le preguntó volteando y Chaeyoung asintió victoriosa. Con esa sonrisa arrogante y seductora que usaba en esos casos, antes de tomarla y hacerle el amor.
Todo se había transformado en un gimnasio.
Raro, distinto, pero eran máquinas de hacer ejercicio. Las conocía. O al menos algunas.
Había un reformer, una máquina así llamada para hacer un tipo de ejercicios en especial. Consistía en una especie de cama, ocupada en una parte por una especie de colchón que se movería al ritmo de quién lo moviera al usarla. Debía utilizar sus piernas y sus brazos para deslizarlo, Mina conocía de eso.
Una barra ocupaba el lado izquierdo y colgaban de ella dos cuerdas elásticas, acabadas en un orificio para guardar las manos. Parecía algo simple, pero la fuerza se concentraba en los brazos para elevar el cuerpo y luego pasaba a las piernas, reteniéndolas a lo alto para flexionarlas y ejercitarlas.
Una pelota grande de goma aún se movía en una esquina y eso era lo único que no cambiaría para su uso. Chaeyoung ya lo había imaginado todo y solo esperaba porque Mina saliera de su sorpresa para comenzar.
En la pared derecha había un gran espejo, como esos cual gimnasio que puedes verte y al resto, e incluso al instructor mientras ordena los ejercicios. Y había una colchoneta frente a el, en el piso y color roja, que terminaba con el recorrido.
— ¿Quieres empezar? —la sorprendió y Mina la miró por sobre su hombro.
— ¿Ahora?
— Es el único momento en que ninguno de los niños nos necesitan ―aseguró acercándose a ella— y tú quieres tus ejercicios, así que... ¿te gustó la sorpresa?
— No podría responderte si aún no la he usado —Mina giró, observándola con una sonrisa juguetona y sus ojos se oscurecieron, los propios de ella y una palpitación comenzó en su interior.
La vió quitarse la sudadera, con total lentitud y la arrojó a un lado, mostrando el top deportivo blanco que utilizaría. Ella abrió su campera y la retiró también. Otro top igual, pequeño pero color negro.
Mientras Mina usaba un short diminuto, ella prefirió mantener su pantalón largo.
— No sé usar estás máquinas —murmuró la rubia, cual niña perdida mientras caminaba hacia la barra. El tubo metálico iba a de una pared a la punta de la misma, y la vió ubicarse en el medio, bajo las tiras que colgaban.
Se acercó y se acomodó tras ella, uniendo sus caderas y dejando una mano en su espalda.
— Coloca las manos dentro de los orificios ―le dijo contra su oído y Mina lo hizo. Sus brazos se alzaron y sus codos quedaron flexionados, relajados porque aún no comenzó a moverse— debes bajar las cuerdas, con mucha fuerza y la presión te elevará ¿entiendes? —Mina negó ligeramente. Ella sonrió. Sí, si lo hacía pero había entendido ese juego mejor que ella misma, que lo creó.
Con una mano en el abdomen de su esposa, y la otra bajo su espalda, la ayudó a dar un pequeño salto y el cuerpo de Mina se elevó. La soltó, rodeándola para detenerse frente a ella y alzó su mentón: ahora comenzaba su momento de disfrutar.
— Harás un conteo mental hasta 30 y bajarás al llegar el esfuerzo físico era demasiado y ella no la ayudaría —Sus manos, sus diez dedos, atraparon el abdomen de su esposa y lo arañaron de arriba abajo. Su boca se estiró hasta su ombligo y lo besó, le dejó un camino de besos corto y la oyó suspirar.
Los brazos de Mina flaquearon y resbalaron. Sin embargo volvió a flexionarlos y, con la respiración agitada por el agotamiento, apretó los ojos para que la tortura acabara rápido.
En su mente apenas iban por 10, por lo que acomodó ambas manos a los costados del short y lo bajó apenas, hasta notar la raya de desnudez de Mina porque no llevaba ropa interior. Intentó controlar una posible erección apretando su miembro un segundo y regresando la mano a la rubia.
Deslizó la lengua hacia su entrepierna y un gemido atrapó la habitación. Cuando la punta tocó su clítoris, lo mordió levemente y lo atrapó, succionándolo entre su saliva disfrutando su sabor.
Mina dejó las piernas en sus hombros, alzando su cabeza para jadear y ella continuó su labor. Con su pulgar, dibujó círculos en el con fuerzas, anticipándola a que ese orgasmo sería el primero porque siempre se comenzaba por lo fácil.
La embistió con dos dedos y la rubia apretó sus piernas, hundiendo su cabeza entre ellas y obligándola a que no se alejara. Lamió, chupó y tragó todo a su alcance. El sabor de Mina otra vez dentro de ella, era de las cosas que más estaba necesitando últimamente.
Atrapó su posible caída y la giró, uniéndose a ella y haciendo a un lado su cabello.
— Hay que trabajar duro para jugar duro ¿cierto? —la guió hasta el espejo y la pegó con brusquedad fingida a el. Alzó sus manos, cual vencida y la rubia se dejó hacer: estaba a su merced, expuesta para ella.
Chaeyoung enredó unos dedos en su cabellera y la jaló apenas, mientras su otra mano vagaba bajo su top. Apretó sus pechos, hundiendo la erección entre sus glúteos y observándola sin parpadear.
— Tú no te muevas —Le ordenó rompiendo todo contacto y dando un paso atrás cuando Mina se había pegado más a ella. La vió asentir por el reflejo y regresó contra su espalda.
Su cadera se mecía contra la de ella y gemía en su oído, satisfecha y cegada por tenerla en esa entrega. Tironeó su cabello y atrapó desde un lado su boca. La besó, coordinando el ritmo y enterrando su lengua sin importarle.
Cuando sintió sus pezones suficientemente duros, los apretó y apartó sus labios, liberando el gemido en todo el cuarto. La volteó y le retiró el top. Con los brazos aún en alto, Mina tomó su cintura y esta vez no se lo reclamó. Se volvieron a besar acostumbradas un momento a su romanticismo diario y le permitió morderle el labio.
Gruñó, ansiosa y la alejó nuevamente hacia otro lado.
— Arrodillate —le señaló la colchoneta y ella fue por la pelota. Regresó y la dejó frente a ella, frente al pecho de su esposa— abrázala.
La rubia lo hizo, sintiendo los nervios cuando Chaeyoung desapareció y la sintió acomodarse tras ella, en la misma posición.
— Dios, Chaeyoung —Jadeó y apretó su labio inferior. La castaña estaba bajando su short y estaba expuesta, desnuda ahora para ella. Un beso en su espalda y se arqueó. Chaeyoung bajó con besos a lo largo y llegó a sus glúteos, dejándoles un beso en cada uno.
— Estírate —deslizando la pelota más adelante, sus brazos se fueron con ella y su cadera quedó alzada, su frente contra el suelo y sus manos empuñadas— si dejas ir la pelota, me detendré ¿de acuerdo? —volvió a agarrarla, distinguiendo el tono de amenaza en su voz y solo con las uñas podía sostenerla. Iba a ser un trabajo casi imposible si la penetraba.
Chaeyoung desanudó su pantalón y lo bajó, liberando su miembro duro y erecto, húmedo con su líquido pre seminal goteando. La embistió de un solo golpe y la sujetó por las caderas, con fuerzas, con posesión y blanqueando su piel cuando la estiraba.
Sus piernas se golpeaban con fuertes sonidos pero no lograban callar sus gemidos. De su boca salían gritos, jadeos de placer por volver a internarse dentro de su esposa y redescubrir lo estrecha que estaba. Con una de sus manos, rodeó su muslo y llegó a su clítoris. Abrió la palma y juntó los dedos, masajeando con velocidad y fuerzas el lugar.
Mina se retorció bajo ella y aflojó su cuerpo, liberando la gran pelota cuando el orgasmo la golpeó. Sin importarle el éxtasis, la soltó y se puso de pie.
— Ven, nos queda una más ―arrastró sus brazos y se irguió. Observó a Chaeyoung a un lado de aquella cama, bajando los agarres elásticos para manos y pies.
Llegó a ella y siguió el dedo señalador de su esposa, ordenándole que se acostara mirando al techo. Lo hizo y sintió cada parte de su cuerpo ser acomodada dentro de esos orificios y sujetados como realmente se utilizaban.
— Esto te gustará susurró la castaña roncamente y ella tragó saliva. Iba a entregarse a cualquier momento que Chaeyoung deseara y le pidiera, pero no podía negar que algo de exaltación la invadía— muévete —lo intentó. Movió sus pies y sus brazos pero estaban sujetados, presionados para no lograrlo. La castaña sonrió con descaro y se acercó a dejarle un beso en la frente genial.
Todo pasó como en cámara lenta pero rápido. Vivido rápido y disfrutado rápido. En medio de sus piernas levantadas y abiertas, la cabeza de Chaeyoung se hundió en su vagina y su lengua penetró su interior. Metiéndola y sacándola a una velocidad desmesurada y no podía hacer otra cosa que retorcerse, moverse de un lado a otro y de manera inútil.
Su frente sudaba y de su boca abierta salían gritos. Pasaron minutos en esa posición, en que el placer estaba matándola y ni los movimientos de la castaña podían ayudarla. Sus pechos apretados bajo los dedos de Chaeyoung, enviándole cosquilleos a todos su cuerpo.
Cuando su cadera se alzó, recta y un último grito se oyó, Chaeyoung se separó con un sonido ensordecedor y bajó las tiras de las piernas un poco más, pero sin liberarlas. Tenía el ángulo ideal, abiertas, para ubicarse entre ellas como cuando lo hacían en la cama.
Se acomodó sobre Mina y esperó porque volviera a mirarla. Pasaron segundos, en que la rubia pareció recobrar la conciencia y entreabrió su boca, sedienta y agotada.
— Ha tendrás que beber, mi amor —la embistió, sin darle tiempo a que recobrara fuerzas porque si lo hacía sabía que se volvería todo más tranquilo, lento. Más romántico. Y ahora no estaban en ese plan.
Con sus manos empuñadas a los costados de su cabeza, no despegaron sus miradas y se observaron, hasta que su miembro creció entre los pliegues de Mina. Estaba por correrse y no era allí donde quería hacerlo.
Se salió, de un solo golpe y, sentándose sobre su abdomen, se acercó con ayuda de las rodillas hasta su rostro. No tuvo que decirle nada, Mi a abrió la boca y su miembro se perdió dentro de ella, expulsando los chorros de semen directo a su garganta.
La retuvo por detrás de su cabeza, apretando los dientes mientras esa cascada de placer parecía no querer acabar. Cuando la oyó respirar con dificultad, se alejó apenas y esperó a que tragara.
— Es tu premio, Mina. Trágala toda ―volvió a repetir el acto y finalmente su pene, blando y flácido ahora, salía de entre los labios de su esposa.
Se arrojó sobre ella y respiró en su cuello. Esas aventuras, casi locuras, de sus encuentros sexuales, equivalían al encuentro entre sus almas. Entre el amor que una desprendía para la otra. Y no podía arrepentirse. De ninguna de las dos entregas.
Poder estar de esa manera, loca y románticamente enamorada de Mina, no lo cambiaba ni bajaría su nivel por nada.
— Espero que realmente esto sea a prueba de sonido —no tenía fuerzas para reír, así que solo se alzó hasta verle la cara y le besó la punta de la nariz.
— Lo es, tanto como mi cuerpo es a prueba del tuyo. Dios, Mina, esto fue jodidamente perfecto se levantó como pudo y liberó las extremidades de la rubia. La cargó, con el último esfuerzo y la regresó contra la colchoneta No puedo caminar más —murmuró acostándose allí. Mina la abrazó por la cadera y acomodó la cabeza en su pecho— ¿te hice daño?
— En ningún momento —sonrió la rubia de manera soñadora, gustosa. Entregada solo a ella. Que se preocupara por esos detalles, solo le agregaban más impecabilidad al currículo que ella misma se dibujó de Chaeyoung— ¿Así que esta es tu manera de pedirme que no salga por mis ejercicios? —esta vez sí rió y la atrapó más contra ella.
— No...esta es mi manera de demostrarte que tengo razón. Somos la genética adecuada y podemos ir cumpliendo el deseo de Beom-gyu...de un hermanito.
Se giró y acomodó sobre ella, besándola para demostrarle que parte era broma, porque Heejin llevaba apenas un mes de nacida. Y parte era verdad, era cierto...podían continuar agrandando su familia en cualquier momento.
No importaba que tan apresurado y descabellado sonara eso. Ya no le importaba el orden en su vida. No le importaba nada si continuaba como amaneció ese día. Junto a Mina y sus hijos.
Sonrió, posiblemente esa podía ser su última regla: que no haya más reglas en su vida.
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