Capítulo 3: La última carta.
La tranquilidad de su hogar fue asaltada por un tumulto de gente, compuesto por ocho personas: Suni, su yerno, sus dos nietas con sus respectivos maridos, más sus tres bisnietos. El mayor, de 18 años, llamado Seokhyung, es su favorito por su personalidad única y extrovertida como la de Hoseok.
Con su familia, comparten la cena, abren sus obsequios y leen las cartas del abuelo Hoseokie. Todos reunidos en torno al gran árbol de navidad.
Fue entonces que decide darle un regalo a Hoseok por las cartas.
Se levanta y acomoda en el banquillo del piano, levanta la tapa y mira el retrato de su amado esposo sobre la chimenea.
—Esta es para ti, mi amor.
Del piano comienza a sonar una suave melodía, que fue acompañada por su aterciopelada voz:
«Háblame de amor.
Dime de nuevo cosas tiernas.
Tu hermoso discurso,
mi corazón no se cansa de escuchar,
siempre y cuando
repitas aquellas supremas palabras:
"Te amo".
Tu sabes bien
que en el fondo, no te creo nada.
Y sin embargo, quiero aún
escuchar aquellas palabras que tanto adoro.
Tu voz de sonidos acariciantes,
cuyo murmullo estremece,
me acuna con su bella historia.
Y muy a mi pesar, quiero creerla.
Háblame de amor.
Dime de nuevo cosas tiernas.
Tu hermoso discurso,
mi corazón no se cansa de escuchar,
siempre y cuando
repitas aquellas supremas palabras:
"Te amo"».
Cierra sus ojos mientras canta. Cada nota le recuerda un momento vivido al lado de su único amor. A veces la garganta se le cierra de la emoción y los ojos amenazan con derramar sus lágrimas retenidas.
A través de la canción puede sentir un poquito de Hoseok en la habitación. Sonríe al imaginarlo ahí junto a la chimenea en sus 20 años, los que tenía cuando lo conoció en aquel bar.
Sonríe porque la canción lo envuelve en un arrullo de verano y a medida que avanzan las notas, siente como las hojas de su vida van cayendo. Así como los árboles en otoño se desnudan para volver a florecer, así siente fueron las cartas para él.
Al finalizar, abre sus ojos y recibe una ovación de los presentes.
—Papá siempre la cantaba, aunque su francés no era tan perfecto como el tuyo, buscó mantenerla viva en su memoria hasta tu regreso —reparó emocionada Suni de ahora 57 años—. De seguro está feliz de escucharte cantar nuevamente su canción.
Terminan la velada y se dirigen a sus habitaciones. No sin antes informarle que se quedarán hasta finalizadas todas las fiestas y Taehyung rueda los ojos alegando que necesita paz, aunque en el fondo, le gusta tenerlos ahí.
La mañana del 30 de diciembre le pide a Seokhyung que lo acompañe a un lugar especial.
—¿Seguro quieres ir ahí en tu cumpleaños?
—No hay otro lugar donde quisiera estar. Así que cumple tu propósito, que para eso te llevo —dijo serio.
—Si el abuelo te viera, te diría que no me trates así.
—Tu abuelo te diría: «cállate y conduce», así. —Cruzó sus brazos, frunció un poco el ceño y alzó levemente la mandíbula—. Cuando hacía ese gesto, tu abuela Suni corría a esconderse debajo de su cama —ambos rieron por la imitación de enojo de Hoseok.
—Déjame aquí, si quieres ve a dar una vuelta y regresa por este anciano más tarde —le dijo cuando llegaron.
—Tómate el tiempo que necesites. Ve, yo te espero, que para eso vine —responde con una sonrisa.
—Está bien. Ve a buscarme en una hora más.
Taehyung baja del vehículo y se dirige al sendero de piedras. El sonar de sus pasos y su respiración es lo único que escucha.
Sostiene firme en sus manos, junto a su pecho, un ramo de jazmines blancos.
Viste un traje azul marino impecable, con una corbata verde sobre su camisa, también blanca. Viste elegante, porque la ocasión lo amerita. Va a una cita con el amor de su vida y debe dar una buena impresión.
Mientras llega a él, observa los árboles del parque, ya no queda rastro del otoño en ellos. Desnudos, afrontan el crudo invierno, así como él afronta la vida sin Hoseok.
Dobla en el último recodo que lo lleva a su destino.
Ahí, junto a un par de azucenas amarillas y cerca de un gran roble, descansa Kim Hoseok, su esposo. Quizás no lo fue ante las leyes de los hombres, pero sí ante la ley del corazón.
—Hola, amor. Te traje estas flores para recordar viejos tiempos. —A pesar de la tristeza que le provoca estar ahí, sonríe con picardía para él.
Se acerca a su lápida y antes de dejar las flores en el florero, besa su mano y acaricia el lugar donde está su nombre. Toma asiento en el banquito adjunto.
—Gracias por ese maravilloso regalo. Espero te haya gustado el mío —esboza una tímida sonrisa—. Como hoy es mi cumpleaños número 80, no te rías, ya sé que estoy más viejo que tú —sonríe otra vez—, quise guardar parte de mi regalo para este momento. Espero no te molestes.
Sacó la penúltima carta de su bolsillo.
—Veamos qué me tienes.
02 de septiembre de 1945.
«Hola, amor:
Dime que es cierto, ¡por favor!
Dime que es verdad que la guerra terminó, que pronto regresarás a casa.
Desearía escribirte más, pero la tos no me deja. Creo que tengo un poco de fiebre también, así que iré a guardar reposo y tomar una medicina para estar sano cuando estés aquí.
Los vecinos me dicen que tome baños de sol y eso también haré. No te preocupes, estaré bien.
Por favor, ven pronto que quiero abrazarte y darte muchísimos besos.
Tu esposo, que será siempre tuyo.
Kim Hoseok».
La salud de Hoseok se fue debilitando poco a poco.
Todo parecía indicar que padecía tuberculosis, misma enfermedad que cobró muchas vidas en los campos de concentración por la precaria condición de salud que mantenían a los prisioneros. Si la tos con sangre se presentaba, ya no habría mucho que hacer por él.
No quería morir todavía, menos sin ver a Taehyung una última vez.
Conforme los días pasaron la tos seguía sin cesar y sumado a la agonía de no ver llegar a Taehyung le afectaba más en su recuperación.
Con la ausencia de su esposo, su otro miedo hacía acto de presencia: que Taehyung pereció en combate.
De solo pensarlo, le falta el aire y se le nubla la visión, debido a sus lágrimas.
—Papi volverá por nosotros, pequeña —le susurra mientras duerme y consuela su propio llanto—. Lo prometió, no puede romper una promesa dos veces, ¿cierto?
Pero Hoseok sabía la respuesta. Claro que podía.
—Así que desde ahí tus pulmones quedaron débiles.
Suspira al recordar lo mal que se puso en sus últimos días a causa de una neumonía fulminante que fue la causante de su partida.
Durante sus días en el hospital, sosteniendo su mano, le rogaba por un poco más de tiempo a su lado, sin embargo, cuando se percató de que realmente sufría, le pidió «suéltalo y vuela, está bien, lo hiciste bien».
—Si hubiera sabido que estabas así de débil habría cruzado el país entero en un instante con tal de cuidarte. Pero ya lo sabes.—Mira la lápida, ahí donde está su nombre, como si de verdad necesitara excusarse una vez más—. La herida de proyectil en mi pierna, por la que casi la pierdo, más las interrogaciones por la liberación de varios centros de concentración me retuvieron más del tiempo debido. —Le duele recordar que no estuvo ahí para él—. Siento haber tardado tanto.
Cierra sus ojos un momento, imagina que está ahí escuchándolo y diciéndole una vez más «no importa, ya estás aquí» y siente sus brazos envolverlo.
—Además acabo de reparar en algo —sonríe— me dijiste: «Tu esposo». Siempre creí que había sido el primero en llamarnos así, me alegra saber que pensabas igual, incluso de mucho antes. Es una lástima que las leyes hasta el día de hoy se nieguen a reconocer legalmente una relación como la nuestra. ¿Recuerdas la mirada de los vecinos? —Frunce el ceño imitando la acción de sus vecinos cuando los veían muy cerca, quizás tocándose un poco más de la cuenta, sin ser algo atrevido, simplemente siendo algo poco visto—. Siempre nos decían «ustedes, tan jóvenes y guapos, deberían de tener una buena mujer a su lado, que les den hijos o los ayude con Suni». Odiaba ese discurso. Era feliz contigo, no necesitaba nada más. Y sinceramente, creo que la Sra. Müller sospechó de nosotros desde que me encontró abrazándote por detrás en la cocina, casi se atraganta con la tarta que estaba comiendo —ríe de buena gana al recordar la cara de horror de la señora—. Era triste fingir ser «solo primos» —dice con melancolía—. A pesar de eso tuve una buena vida a tu lado. —Besa la carta—. Te amo, Kim Hoseok.
Se toma un momento antes de continuar. Mira el paisaje. Ya no hay rastros de la nieve caída en Navidad, por lo que los pajaritos aprovechan de salir a estirar sus alas. Les sigue el recorrido hasta que los ve perderse en el cielo. Luego de eso retoma la lectura.
—Me queda una carta por leer y siento que quedaré vacío después de eso —suspira—, supongo que siempre podré volver a leerlas, ¿no?
Abre la carta, es un poco más larga que las demás. Al ver la fecha, sonríe. Ya intuye de qué va.
22 de abril de 1946
«Hola, mi amor:
Hoy te vengo a contar que amo la primavera.
Ver como florece la vida en colores, escuchar a los grillos y a los pájaros cantar. Ver como los árboles vuelven a vestirse de verde y a cobijar esperanza y vida.
Amo la primavera por sus aromas, aunque ninguno será más excitante que el aroma de tu piel.
Amo la primavera por sus colores, aunque ninguno será más hermoso que el brillo de tus ojos al mirarme.
Amo la primavera, porque te trajo de regreso...»
Taehyung recuerda perfecto aquel día.
Había pasado seis meses en Hamburgo, en un hospital de campaña recuperándose de la lesión de su pierna a la altura del peroné. La bala se astilló al entrar, insertándose en el hueso en más de una parte; las retiraron, pero no podía ser dado de alta hasta que el hueso se regenere. La herida se infectó y si no es por el médico que detectó la infección a tiempo termina perdiendo la pierna como muchos otros debido a la gangrena.
La ansiedad le ganaba a veces, porque quería ir a su lado para besarlo y decirle al oído cuánto lo ama para verlo sonreír desde sus labios hasta sus dulces ojos.
Cuando estuvo bien, en Berlín fue detenido por la policía para ser interrogado. Por suerte no alcanzó a estar mucho tiempo en Bergen-Belsen, así que fue absuelto por falta de pruebas un mes y medio después.
Tomó el tren rumbo a Werder la mañana del 22 de abril.
La primavera estaba en su apogeo. Los aromos florecidos y un par de mariposas le dieron la bienvenida en la estación. El día estaba soleado sin ser sofocante.
Todo le daba una absoluta sensación de alegría y libertad, pues si bien él en la guerra fue un soldado, también fue preso de ideales políticos ajenos que por su país debió defender. Más de una vez quiso desertar, aunque hacerlo en esos momentos significaba una cosa: la ejecución por traición, y por Hoseok resistió.
Tomó su maleta y caminó, con papel en mano con la dirección, en busca de su hogar.
Le tomó media hora dar con el loteo siguiendo el camino de piedra de la calle principal. Su casa era la segunda de las cuatro que había, cada una a unos 800 metros de distancia de la otra.
Supo que había llegado en cuanto divisó su colorida fachada. Techo rojo, casa de dos pisos pintada de blanco con los marcos de las ventanas en amarillo y azul. Un incipiente jardín con múltiples flores con más colores que el arcoiris.
De pronto, una silueta de cabellera negra en medio de la lavanda, le hizo sonreír ampliamente. ¡Lo habían logrado!
En cuanto lo vio, quiso dejar la maleta y correr a su encuentro como en las películas románticas, sin embargo, la pierna aún no le permitía hacer movimientos rápidos, por lo que tuvo que contenerse.
«... Estaba arreglando el jardín, el aroma a lavanda inundaba mis fosas nasales, Suni jugaba a mi alrededor y yo cantaba una canción.
No había viento alguno, pero en un instante la brisa me trajo una sensación diferente que recorrió cada poro de mi piel; las flores, las hojas de los árboles y mi corazón bailaron con anticipación.
¿Tenía miedo de que todo fuera ilusión?, sí.
Con lentitud levanté la vista en dirección al camino, entre cerré mis ojos para ajustarlos a los rayos del sol que en esos momentos me daban de frente.
Entonces unos cabellos rubios brillaron por el sol en el camino, en dirección a nuestra casa y la pequeña maleta en mano me decía que quien venía lo haría para quedarse.
Cuando recuperé la fuerza de mis piernas, que se habían vuelto gelatina en el proceso, acorté lo más rápido que pude la distancia con el forastero. Y por respuesta, unos firmes brazos me recibieron.
Casi tres años pasaron para volver a sentirte así otra vez. Y lloré. Lloré ahí entre tus brazos y entre tus labios.
Te amo tanto tanto Kim Taehyung. No te vayas de nuevo de mi lado, quédate siempre...»
—Me quedé. —Las lágrimas habían salido, como ya era costumbre al leerle, sin aviso.
«Háblame de amor, dime de nuevo cosas tiernas. Ámame».
—Te amé, no, aún lo hago.
«Que también me quedaré y te amaré hasta el final de mis días...»
—Por 52 años, lo hiciste.
«E incluso más allá...»
—¿Me sigues amando ahí dónde estás?
«Te amo, porque nuestro amor es sempiterno...
¿Sabes? Muchas veces pensé que la guerra te había arrebatado de mi lado para siempre. Entonces me pregunté ¿cómo vivir si no es contigo?
Haciéndole honor a nuestros recuerdos fue mi respuesta.
Si un día parto primero, sigue viviendo conmigo en el corazón, haciéndole honor a nuestros recuerdos, a nuestro amor.
Vive feliz. No dejes de mostrarle al mundo tu hermosa sonrisa geométrica, que yo estaré contigo como tus recuerdos estuvieron conmigo todo este tiempo.
Es bonito verte dormir otra vez junto a mí. Es un alivio que estemos los tres reunidos. Suni está emocionada, al fin te conoce y tiene mucho que contarte; y, aunque nunca lo hablamos, sé que serás un padre excelente.
Gracias por enseñarme que la vida es muy amarga si no se cree en las utopías.
Tu amado esposo, Kim Hoseok».
Taehyung lloraba en silencio. Fue la última carta y la más significativa.
Se puso a pensar en cómo estaba llevando su vida desde el otoño pasado cuando Hoseok se marchó en aquella mañana fría de inicios de octubre.
Se estaba volviendo un viejo cascarrabias, siempre de mal humor, siempre solo. Únicamente Seokhyung lo saca de esos días amargos de soledad. Incluso se ha alejado de Suni y eso sin duda no sería darle honor a los recuerdos con Hoseok, quien amaba la bulla del hogar cuando se compartía con la familia.
—Tienes razón. Cambiaré. Le haré honor a tus recuerdos en lo que me resta de vida.
En varias ocasiones se preguntó qué habría sido de él si Hoseok no hubiera entrado en aquel bar esa noche, probablemente le habría dado lo mismo morir en combate.
Hoseok fue su salvador, el motivo para soportar todos los estragos de la guerra y la razón para no rendirse. Pues después de todo lo vivido, hoy más que nunca, Kim Taehyung tiene la certeza de que Jung Hoseok fue el regalo más inesperado que alguna vez recibió.
༺FIN༻
Dejaré la cronología de la historia por si las dudas:
La historia transcurre en la Navidad del año 2000 en Werder, Alemania.
Taehyung nació el 30 de diciembre de 1920. Hoseok, el 18 de febrero de 1919.
Se conocieron en junio de 1939 en Berlín y vivieron su amor por primera vez hasta agosto del mismo año cuando Taehyung regresa a Múnich para enlistarse en el ejército.
Segunda Guerra Mundial: 01 de septiembre de 1939 al 02 de septiembre de 1945.
Se volvieron a ver el 23 de agosto de 1943 en el campo de concentración Bergen-Belsen. Hoseok estuvo presionero ahí solo tres meses e ignoró a Taehyung la mayor parte del tiempo.
Suni nació en julio de 1943.
El reencuentro final ocurre el 22 de abril de 1946 en Werder y no se volvieron a separar hasta el fallecimiento de Hoseok en octubre de 1999.
Tuvieron una vida feliz juntos durante muchos años, por eso Taehyung lo sigue amando y lo extraña tanto.
Gracias por leer.
©ChicaV 💚
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro