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Capítulo 2: Bergen-Belsen

Las emociones que está sintiendo sin duda no le hacen nada de bien a su corazón. De vez en cuando pausa la lectura para respirar profundo y secar sus lágrimas, que caen con descuido al escrito, derramando su tinta.

25 de septiembre de 1944

«Hola, mi amor:

¿Cómo estás?, dime que bien, por favor.

Estoy llorando de desesperación. En la radio acaban de hablar de un bombardeo en Italia, donde murieron muchos soldados alemanes y tengo los nervios de punta. Sé que por mi culpa dejaste el campo de concentración y volviste al campo de batalla.

Dime, ¿es muy malo que siendo judío me preocupe así de un soldado alemán? Me siento un traidor al sufrimiento de mi gente, pero no puedo evitarlo.

Te amo.

También sé que si no fuera por ti y el comandante Min, sería uno más de esas oscuras cifras, al igual que nuestra Suni.

Recuerdo cuando llegué a Bergen-Belsen.

Hasta ese momento no lo sabías, pero mi madre era alemana judía y al ser mi padre del sur de Corea, uno de las regiones en contra del imperio japonés, no pude evitar la persecución como ciudadano alemán-coreano y judío.

Llevaba meses siendo un guerrillero. Evadiendo al ejército, buscando provisiones para las familias que manteníamos ocultas, asaltando camiones de alimento, buscando información hasta debajo de las piedras. Lo necesario para resistir un poco más... hasta que nos descubrieron.

Nos subieron a un camión donde íbamos fácilmente 100 personas en un espacio para no más de 50. Al llegar nos mandaron a un cubículo según la categoría de nuestra clasificación. Yo califiqué como judío de intercambio.

Iba en la fila de formación rumbo a mi destino cuando te vi. Creía que eras un espejismo por llevar tiempo sin verte y en contra de lo que mi mente me exigía, mi corazón latió con desenfreno al descubrir tu rubia cabellera y tus hermosos ojos avellana, a pesar de todo, hacías un bello complemento con el paisaje otoñal que teñía de amarillo y rojo el suelo con las hojas caídas. Era 23 de agosto de 1943, cuatro años después de nuestra despedida en la estación.

Recuerdo querer odiarte, porque te imaginaba siendo uno de esos inescrupulosos que atacaban a mujeres y niños, aunque el corazón se negaba a creer que fueras capaz de tal atrocidad. Pero el orgullo pudo más y me negué a hablarte y atiné a solo mirarte con rencor a través de los barrotes.

Recuerdo cuando te acercaste a la celda, con tu arma en el cinto, y pronunciaste mi nombre: "Jung Hoseok", alto, fuerte y claro como una orden. Pensé que me castigarías por ignorarte de ese modo, pero cuando vi tus ojos, supe que sufrías igual que yo. Tomaste uno de los fierros de la puerta entre tus manos y me miraste con súplica para que la tomara. Sin embargo, no lo hice. Di media vuelta y regresé a mi lugar sin voltear.

Me arrepentí muchos días después de eso.

Nunca en mi vida vi tanto sufrimiento como el de aquella vez. Muchos hombres murieron cerca mío solo por desnutrición.

No hacíamos nada y lo único que había era hambre. Ellos nos daban una sopa que era agua con unos pedazos de papa flotando. Era una sopa para todo el día y nos daban un pedazo muy pequeño de pan que no me atrevía a comer completo, porque quería guardarlo para más tarde. Viendo aquello ¿cómo esperas que te sonría o incluso te hable?...»

Recordar lo vivido durante ese período no es fácil. Le tomó mucho tiempo a Taehyung olvidar los horrores que la guerra le dejó, aún así no pararía la lectura. Hoseok le estaba entregando una nueva perspectiva de lo vivido.

Cuando llegó a Múnich a enlistarse en el ejército era un simple cadete. Recién iba a empezar su carrera militar.

Pero el 1 de septiembre de ese año, Alemania invadió Polonia y le declaró la guerra. Luego se unirían Italia y Japón, para formar el Eje, quienes le harían frente a los Aliados: Francia y Gran Bretaña, sumados más tarde Estados Unidos y Unión Soviética. Desatando una Segunda Guerra a nivel mundial por tierra y por mar, que cobraría cerca de cien millones de vidas entre civiles y militares en sus seis años de duración.

Luego de un intenso año de preparación, los enviaron a la frontera con Francia para detener el avance del ejército enemigo. En las trincheras perdió a muchos compañeros, aunque también atacó. Desconoce cuántas vidas tomó en sus manos.

En julio de 1941 fue enviado a la Operación Barbaroja, donde el ejército alemán pretendía con ofensivas simultáneas invadir Moscú, pero los encontró el invierno y la falta de equipamiento para el frío les hizo perder la batalla y a muchos soldados. Sobrevivió de milagro.

Un año después era enviado nuevamente a la Unión Soviética a la Batalla de Stalingrado, que fue una de las batallas que más vidas cobró en toda la guerra para ambos bandos. Salió herido de un hombro por perforación de una bala y fue enviado a recuperación a un hospital de campaña en Berlín.

Allí fue reclutado por la SS como guardia para Bergen-Belsen, un campo de concentración nazi cerca de las ciudades de Bergen y Belsen al sur este de Alemania. Si bien no compartía los ideales del frente, debió obedecer como buen soldado.

Bergen-Belsen era un campo de concentración para judíos destinados a ser intercambiados por civiles alemanes internados en otros países, o por dinero; pero también era un campo de recuperación, en donde llegaban prisioneros heridos para ser tratados, no obstante, pocas veces se recuperaban, pues sufrían por la falta de atención médica, desnutrición y enfermedades infecciosas como el tifus, fiebre tifoidea y tuberculosis.

Bergen-Belsen no contaba con cámara de gas, pero se estima que más de 5.000 prisioneros murieron dentro, entre judíos, checos, polacos, homosexuales y gitanos.

Ahí vió de cerca el maltrato hacia los prisioneros, que no distinguía entre si eran hombres y mujeres, adultos o niños. Todos sufrían por igual, todos morirían al final de cuentas.

Recuerda el día que Hoseok llegó, parecía una ilusión a sus cansados ojos. A pesar de los años y de los moretones en su rostro pudo reconocerlo y, al hacerlo, la angustia lo embargó, pues el hecho de que estuviera ahí solo significaba una cosa: la muerte.

De solo pensar que ese era el destino de su amado, era capaz de desenfundar su arma contra uno de los suyos con tal de defenderlo o morir junto a él. Así que se dispuso a averiguar cómo ayudarlo, aunque primero tuvo que lidiar con su rechazo por los castigos hacia su gente, a sus amigos, a su familia a manos de militares como él.

Si no es por el comandante Min Yoongi, lo perdía en ese lugar.

«Así me mantuve hasta que el comandante Min fue a buscarme. Creí sería castigado nuevamente y que esta vez no saldría vivo, pues días antes el Teniente Jeon, quien siempre me miraba con ojos asesinos, me golpeó sin control por tomarme un segundo para descansar y gracias a que los guardias intervenieron no me mató ahí mismo.

El comandante me esposó y condujo por un largo y oscuro pasillo hasta llegar a una pesada y gruesa puerta. Eran los calabozos o algo similar. Abrió la puerta y luego me quitó las esposas.

Entra —fue lo único que dijo al empujarme. Y la puerta se cerró.

En el suelo había un colchón desgastado y mal oliente, con una manta encima. Estaba oscuro salvo por la luz de la luna que se colaba por el tragaluz. Pero aún en la oscuridad sentí una presencia y temblé de miedo.

Tranquilo, amor. Soy yo. —Antes de siquiera protestar te acercaste a abrazarme por detrás—. No huyas de mí, por favor, escúchame —suplicaste y rompiste en llanto.

Y eso me rompió a mí también.

Volteé a verte, llorabas con la vista gacha y a pesar de la oscuridad pude ver tus ojos y la tristeza en tu mirada me dijo lo que yo necesitaba: tú no eras como ellos, no por voluntad.

Corrí con suavidad el pelo en tu rostro y limpié tus lágrimas, simulando que eran las mías y en el impulso más frenético de mi corazón, te besé.

Te besé con fuerza, con tristeza y con hambre. Porque sí, te extrañaba y me dolía en el alma verte así.

En medio del beso nos susurramos muchos "te amo", todos los que no nos dijimos años atrás. Muchos "perdóname" también se escucharon, aunque no había nada que perdonar.

Fuimos víctimas de un régimen, pero nuestro amor era más fuerte y si mis últimos días iban a ser tras esas rejas, los pasaría a tu lado. Esa fue la decisión que en silencio tomamos mientras el beso se hacía más intenso, más necesitado, más voraz.

Besaste con ímpetu mis labios, mis mejillas y mi cuello. Pero el deseo pedía más.

Con cuidado quitaste mi camiseta y mi chaqueta. Acariciaste cada borde de mi cuerpo con cariño, cuidando mis heridas y hematomas, en tanto me pedías permiso con la mirada y yo sonreía nervioso como la primera vez.

Hice lo mismo contigo. Quité el cinto con tu arma y desabroché con parsimonia uno a uno los botones de tu uniforme, hasta que pude quitarlo junto con la camisa. Tú seguías besando y acariciando cada rincón de mi magulllado cuerpo.

No pasó mucho para que nuestros pantalones también estuvieran en el suelo. Me abrazaste y con delicadeza me bajaste hasta el colchón y cubriste nuestros cuerpos desnudos con aquella manta.

Besé tus labios. Tu lengua haciendo intromisión en mi boca, mi lengua pidiendo hacer lo mismo con la tuya mientras te acercabas más a mí. Levantaste una de mis piernas sobre tu cadera, haciendo fricción tu cuerpo con el mío al compás de nuestros besos.

Era sublime poder sentirte así nuevamente.

Seguías acariciándome, activando cada punto sensible de mi piel, que solo han respondido a tus toques, porque solo tú sabes como hacerlo.

Te sentí entrar suave y lentamente. No disponíamos de mucho tiempo y ahí estabas tú, preocupado de no hacerme daño. Hasta que la necesidad fue mayor y comenzó el verdadero frenesí de nuestros cuerpos.

Los gemidos eran ahogados por las gruesas paredes de la celda. Te movías rápido y con precisión, activando todos los lugares correctos de mi interior para hacerme explotar de placer, de ternura y de amor. Y tú sentías lo mismo.

Al terminar nos besamos como si no existiera nada más que nosotros y aquel amor que nos consumía, y que nos condenaba por partes iguales.

No pudimos pasar la noche juntos. Al cabo de unas horas la puerta sonó. Era el comandante que había venido a buscarme para llevarme al lugar que pertenecía. Sin formular una palabra, pues las paredes "tienen oídos" en sitios como ese, le agradecí el gesto.

Los días a partir de entonces fueron un poco mejores, lástima que solo nos durara unos cuantos.

Suni despertó, te dejo, amor. Por favor, cuídate mucho.

Con amor,
Tu Hoseok».

La lectura de dicha carta fue quizás mucho para su pobre corazón, no solo por recordarle aquel momento de intimidad dentro del campo sino por la intensidad de lo vivido, el dolor que su rechazo le causó, el verlo golpeado más de una vez y el susto permanente que en cualquier momento lo perdería nuevamente.

Pero decidido a continuar, tomó la siguiente carta.

27 de enero de 1945

«Hola, amor:

¿Cómo estás? Vengo a contarte una muy buena noticia, aunque quizás ya lo sepas. El ejército soviético entró en Auschwitz y liberó a más de 7.000 sobrevivientes.

¿Recuerdas que estuve a punto de ir para allá? Supongo que sí, pues fue el motivo por el cual me hiciste huir.

Recuerdo perfectamente que a unos días de nuestro encuentro, el teniente Jeon leyó la cartilla de los siguientes prisioneros de intercambio que serían trasladados al campo de Bergau con mejores condiciones.

Nos formaron para llevarnos a nuestra nueva celda previo al traslado, el que se realizaría a la mañana siguiente. Por ironías de la vida, quedé al frente tuyo y podía sentir tus ojos en mí. Cuando nos dieron la orden de avanzar, pude girarme y mirarte. Querías parecer imperturbable, sin embargo, tus hombros caídos decían lo contrario.

Tu semblante era triste y de absoluta confusión.

Te vi a través de mis ojos vidriosos. No quería que me vieras llorar, pues las cartas ya estaban echadas para mí. Quería conservarte en mi memoria el máximo de tiempo posible.

Estábamos así, viéndonos el uno al otro cuando un reportero de guerra nos fotografió. La luz que la cámara lanzó y el humo que tras suyo dejó, rompió el hechizo.

Los guardias nos guiaron al calabozo asignado a los "trasladados". Había llegado el momento de separarnos...»


Taehyung apretaba muy fuerte su puño libre hasta volver los nudillos blancos, al recordar como Hoseok fue injustamente sentenciado a un traslado de muerte.

Jeon Jungkook era el teniente a cargo del campo de los intercambios. Era tres años mayor que Taehyung, severo y cruel con todos, salvo con él.

Se hicieron buenos amigos. A pesar de pertenecer a rangos diferentes, compartían cada momento que podían según sus obligaciones. El almuerzo, las vigilias y el cuarto de baño. Aún así desconfiaba de él. Algo en su mirada le decía que no era de fiar.

Muchas veces se le quedaba mirando fijo y sentía que le escaneaba el alma como buscando alguna pista que hasta ese momento desconocía.

Fue en un día que compartían duchas que lo descubrió.

Taehyung había salido del baño, no le importaba vestirse inmediatamente, pues era una costumbre habitual en ellos. Cuando escuchó:

—¿No te gustaría que nos desahoguemos? —Escuchó la ducha cerrarse y antes que pudiera responder tenía a Jungkook pegado en su espalda—. Vamos hombre, sabes a qué me refiero —susurró en su oído.

Taehyung pegó un brinco del susto y se alejó. Claro que sabía a qué se refería, más viendo la evidente erección del teniente y sabiendo que dentro del ejército es habitual ese tipo de prácticas, sobre todo en misiones tan largas alejadas de sus mujeres como la que llevaban a cabo.

Unos se desahogaban con las reclusas, otros con sus compañeros de guardia. Era un secreto a voces que todo el ejército conocía, no obstante, ninguno admitiría estar con otro hombre, menos si también los homosexuales eran perseguidos y castigados durante la guerra.

—No, señor, no me interesa. No soy de esos.

—¿Me vas a negar que eres gay?

Y el miedo se apoderó de él.

—No lo soy, señor —respondió con firmeza—. Además tengo pareja y no pienso engañarla ni siquiera por una necesidad meramente fisiológica.

Se vistió lo más rápido que pudo y salió. A partir de ahí se mantuvo a una distancia prudente de Jeon.

Pero todo empeoró cuando Hoseok llegó y que lo haya golpeado prácticamente sin razón sumado a la forma en que lo miraba, le confirmaba una cosa: Jeon Jungkook sabía o sospechaba de su relación con Hoseok y por eso buscó vengarse de la peor manera, condenando a muerte a Hoseok.

En octubre de 1943, seleccionaron a 1.800 prisioneros, entre hombres y mujeres del campo de intercambio, bajo el pretexto de enviarlos a un ficticio campo de Bergau, sin embargo, era una mentira que Taehyung bien sabía. En realidad los trasladarían en trenes de carga al campo de exterminio de Auschwitz para que sean asesinados en las cámaras de gas, si es que sobrevivían al viaje.

El complejo de Auschwitz es el símbolo del Holocausto, en él murieron más de un millón de judíos. En sus terrenos había cuatro cámaras de gas y cuatro cámaras de hornos crematorios. Al llegar, la mayoría de los prisioneros eran enviados directamente a las cámaras de gas y solo aquellos capaces de trabajar como esclavos eran mantenidos con vida temporalmente. Por eso el júbilo de Hoseok al enterarse de su cierre.

«Pero en la noche llegó nuevamente el comandante a buscarme.

—Jung Hoseok —llamó.

Al levantarme choqué con una mujer que ocultaba a una bebé de unos tres meses entre sus brazos. Inmediatamente buscó consolarla para que no llore y evitar que sean castigadas. En ese segundo de pánico fui testigo de su amor y protección para con su pequeña.

Llegué a la puerta y el comandante con disimulo me entregó un papel:

"Debes irte, el traslado es una trampa hacia Auschwitz. Taehyung te espera en la salida sur para enviarte en un camión de carga. Tiene todo preparado".

Sus ojos daban cuenta de la urgencia del momento, pero regresé donde la mujer. Le mostré el papel y agregué:

—Deme a la bebé, dele una oportunidad de vivir. Si lo logramos, prometo cuidarla con mi vida.

Y ella aceptó.

—Se llama Suni. —De su ropa interior superior sacó una foto—. Tome y dígale que sus padres, Aleska y Aron Nowak, la amaron hasta el final.

Asentí y cogí a la bebé y la fotografía lo más rápido que pude. Hoy aquella imagen está enmarcada junto a su cama y le cuento de ellos y de nosotros.

Escondí a Suni lo mejor que pude entre mis ropas y salí. Su madre le había dado de comer, por lo que no reclamaría por alimento en bastante rato.

El comandante se quedó a distraer a los guardias mientras corría hacia la salida que me había indicado. Era otoño, pero aquella noche había mucho frío, mi aliento se condensaba en el aire.

Apenas salí, te vi. Estabas junto al camión de carga.

—Escóndete aquí. —Señalaste los sacos y la manta con la que debía cubrirme—. Estos son los papeles de mi casa en Werder, un pueblo rural a 30 km de Berlín. El camión se detendrá en la siguiente estación de trenes. Debes bajarte allí —decías todo muy rápido y cada tanto mirabas tras tu espalda, veía el miedo en tus ojos—. Aquí hay dinero suficiente para el viaje y lo que necesites, también hay nuevos documentos de identificación, serás Kim Hoseok a partir de ahora, mi primo —sonreímos, no sé por qué razón, quizás nos pareció divertido imaginarnos en una relación incestuosa como verdaderos parientes—. En un mes o dos me sacarán de aquí. Volveré al campo de batalla. Por favor, espera por mí. Yo te buscaré allí.

—Más te vale esta vez regresar, porque tenemos una hija que cuidar. Se llama Suni. —Antes que digas algo te la mostré—. No preguntes, solo vuelve por nosotros.

—Haré todo lo posible.

Otra vez no hubo un beso de despedida, solo un apretón de manos, mientras me perdía en el brillo de tus ojos oscuros. No quería dejar de verlos, pues tenía y sigo teniendo miedo de no volver a verlos.

Regresa, amor mío, cumple tu promesa. Yo estoy cumpliendo la mía.

Kim Hoseok».

Un suspiro se escapa de los labios de Taehyung y un quejido se escucha. Está llorando nuevamente, esta vez por aquella despedida y por la incertidumbre de saber si lograron escapar, la cual lo persiguió hasta el día que regresó.

Si Jeon no se hubiera entrometido quizás habrían compartido más tiempo juntos, aunque siendo sinceros, ninguna relación clandestina —como la suya— era sostenida en el tiempo en aquel lugar. Tarde o temprano, lo haría huir y si Hoseok tuviera que elegir salvar nuevamente a su pequeña, está seguro lo haría sin dudarlo, pues los bebés que sobrevivieron representan el triunfo de la vida sobre el horror.

Al menos le satisface recordar que Jeon Jungkook tuvo su castigo. Fue sentenciado a cadena perpetua, pero murió en la cárcel de tifus pocos años después.

A su vez, agradece que el comandante Min Yoongi haya sido absuelto tras cinco años en prisión. Él fue quien gestionó su traslado apenas pudo hacerlo, luego de la huida de Hoseok; el comendante tenía sus contactos y gracias a eso pudo sacarlo del campo de concentración. Antes de marcharse de aquel lugar, le preguntó la razón por la cual lo ayudó, esta fue simple y clara:

—Porque una vez estuve en tus zapatos y nadie me ayudó, a consecuencia de eso, tuve que dejar al amor de mi vida. Es triste no haber tenido siquiera la oportunidad de luchar, sin alguien que te asegure que vale la pena arriesgarlo todo por amor.

La poca visibilidad de la habitación indica que está oscureciendo.

Enciende la lámpara del escritorio y antes de tomar la penúltima carta, ruidos en su puerta le dicen que su familia ya llegó.

Toma la cajita con la estrella y toma unas cartas —no muy comprometedoras— para compartir con ellos en esta noche especial. Ya tendría tiempo de leer las otras dos.

—¿Abuelo? —lo llama preocupado inmediatamente su bisnieto mayor al entrar, pues como no atendía, decidió hacerlo por su cuenta.

—¡Aquí estoy! —grita Taehyung desde el final de la escalera.

—Pero abuelo, ¿qué haces allá arriba? —Sube rápidamente los peldaños para ayudar a su abuelo a bajar—. Es peligroso.

—Haciendo tu trabajo. Olvidaste la estrella y sabes lo que tu abuelo decía: «Un árbol sin estrella, no es un árbol de navidad» —dicen ambos con una sonrisa.

Quizás para Taehyung no sea tan malo celebrar nuevamente la Navidad.

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