Capítulo 1: Háblame de amor
Sentado en el sillón individual junto a la ventana, decorada por pulcros visillos blancos, bebe el té que aún humea en la taza entre sus manos.
Suspira cansado.
Es vísperas de Navidad. Afuera cae la primera nevada de la temporada y pronto su familia llegará a celebrar la festividad con él. Si no fuera por la insistencia de su hija, no la celebraría, pues todas las fiestas perdieron su alegría desde que alguien le falta para compartirlas a su lado.
No obstante, junto a la chimenea, luce esplendoroso el gran árbol de Navidad que armó con su bisnieto días atrás. Lo decoran esferas de color dorado, plateado, rojas y moradas, junto a delicados ángeles de porcelana y una brillante estrella dorada en la punta.
Sus ojos siguen el recorrido del árbol hasta la cima. Frunce el ceño.
—Ah este chiquillo. Se olvidó de la estrella.
Piensa dejarlo así cuando una voz en su interior le recuerda que «un árbol sin estrella no es árbol de navidad». Así que deja la taza a un lado y se levanta, decidido a buscar la estrella que falta.
Camina hasta las escaleras, cuyos barrotes blancos aún conservan las flores pintadas a mano por su esposo, inconscientemente las acaricia y sonríe al recordarlo.
Su esposo permanece en cada rincón de su casa. Permanece en las múltiples fotografías que adornan las paredes de madera pintadas de color celeste bebé; permanece en las figuras que decoran por doquier las repisas, el esquinero y arriba de la chimenea… Lo extraña tanto.
Sube cansinamente los peldaños y según la movilidad que su pierna se lo permite. Desde que el dolor se hizo más intenso, evita ir al segundo piso; tuvieron que habilitar su dormitorio en la planta baja para que tenga que subir solo en ocasiones muy puntuales. Esta era una de ellas.
La habitación donde guardan todo tipo de decoración para cumpleaños, fiestas nacionales y navidad está al final del pasillo. Junto a la ventana hay un pequeño escritorio donde solía pasar sus tardes libres pintando o escribiendo y, cerca de la puerta, hay un armario de madera barnizada empotrado, es lo suficientemente grande para guardar todo lo necesario.
Su esposo lo dispuso así desde un inicio. Su lema era «cada cosa en su lugar nos da paz visual». Era fanático del orden y la limpieza, por ello todo estaba perfectamente organizado.
Al abrir el armario, ve un montón de bolsas y cajas, sin embargo, sabe cuál buscar: una cuadrada roja de unos 20 centímetros. Removiendo aquí y allá logra dar con ella, está debajo de otra igual, pero de color verde musgo; la toma para poder tener mejor acceso a la caja que necesita, coge la roja y cuando está por guardar la caja verde, esta resbala de su mano y cae al suelo.
La caja se abre exponiendo una serie de cartas. Con cuidado, se agacha y las toma. Nunca antes las había visto, aunque reconoce inmediatamente la letra de su emisor y un suspiro escapa de sus labios.
La letra es de su esposo.
Las levanta despacio. El papel amarillento le indica que han sido escritas hace mucho tiempo. La curiosidad y la necesidad de tener un pedacito de él a su lado nuevamente, lo motiva a leerlas.
Las cartas están en la caja amarradas en un lazo con un listón rojo. Conociendo a su marido, puede adivinar que están en orden correlativo, de la más antigua a la más reciente, y así es como se dispone a leerlas.
Se sienta en la silla junto al escritorio donde deja la caja con el lote de cartas. Por suerte lleva sus lentes, así que se los acomoda y corre la cortina de la ventana para tener una mejor iluminación. Desata el nudo y coge la primera.
30 de diciembre de 1943
«Hola, mi amor:
Antes que empiece, ¡feliz cumpleaños!, ya tienes 24 años y pensar que te conocí con solo 18 en ese verano de 1939. Si bien desde el primer momento me pareciste tan atractivo, un sueño hecho realidad, fue tu personalidad la que me enamoró. Menos mal tengo la suerte de quererte y que me quieras.
Las cosas aquí han marchado bien. ¿Está algo mejor por allá?
Werder es un pueblo tranquilo y hermoso, no sé cómo se te ocurrió comprar una propiedad aquí. Los vecinos son muy buenos también. Les dije que era tu primo, Kim Hoseok, sonó hermoso cuando dije tu apellido junto a mi nombre en voz alta la primera vez. También les dije que era viudo, por Suni, eso no sonó tan bonito, pues inevitablemente te pensé. ¿Volverás, verdad?
Al ser un padre soltero de una niña de cinco meses y que busca progresar en un lugar nuevo, he recibido mucha ayuda con la reparación de la casa. Con el dinero que me diste pudimos pintarla; espero que te guste el blanco de la fachada. También compré unos muebles, los necesarios para sobrevivir de inicio y algunos los fabriqué, sirve ser hijo de carpintero en estas situaciones. La cuna de Suni fue un regalo de las vecinas. Ellas han sido muy amables conmigo, la cuidan cuando no puedo hacerlo.
Nuestra niña está creciendo maravillosamente. Es muy inteligente y anima mis días. Su cabello es dorado como el tuyo y sus ojos oscuros como los míos. Es la mezcla perfecta de los dos, ¿quién lo diría? Tú y ella son lo único bueno que esta guerra me ha dejado.
Iba a terminar la carta aquí, pero en la radio está sonando "Parlez moi d'amour" de Lucienne Boyer, ese clásico de los 30' que cantabas cuando te conocí en aquel bar de Berlín, ¿lo recuerdas?
La letra y tu voz fueron un arrullo a mi corazón; iba recién entrando a aquel lugar, sin embargo, todo desapareció a mi alrededor cuando tus ojos miraron los míos, mientras tocabas con delicadeza el piano y cantabas:
“Es tan dulce,
querido tesoro, estar algo loco.
La vida es a veces muy amarga,
si no crees en las utopías.
La tristeza se calma rápidamente;
se consuela con un beso.
Del corazón, se cura la herida,
con una promesa que reconforta.
Háblame de amor.
Dime de nuevo cosas tiernas.
Tu hermoso discurso,
mi corazón no se cansa de escuchar,
siempre y cuando repitas aquellas supremas palabras:
'Te amo'”.
Apenas pueda, te compraré un piano para que me la cantes siempre.
Bajaste del escenario justo cuando me marchaba. Salí y no me di cuenta que me seguías hasta que te acercaste, tocando mi codo:
—¿Qué hacía un chico lindo como tú en un lugar de mala muerte como ese?
Aún no supero que me hayas dicho eso, sonrio de solo recordarlo. Sobre todo por la expresión seria y coqueta de tu mirada con una ceja alzaba ante mi nula respuesta a aquella frase tan cliché, aunque por dentro, debo reconocer que moría de nervios. Tu sonrisa no ayudaba, así que guardé silencio.
Pero estabas decidido, algo viste en mí y no te rendiste. En una época donde dos hombres no pueden estar juntos de ninguna otra manera que no sea una relación social o de amistad, tú te arriesgaste. Nos miramos fijo y creo que ambos supimos que algo cambiaría para siempre a partir de aquel momento, porque "la vida es a veces muy amarga, si no crees en las utopías" y tú me harías creer en la mayor de todas.
Recuerdo la vez que me llevaste a orillas del Río Dahme, rodeado de jazmines, sentado a mi lado, tomaste mis manos y dijiste:
—¿Quieres ver las estrellas?
Me sonrojé y reíste conmigo cuando respondí:
—Si me las muestras tú, quiero conocerlas todas.
Ese día nos unimos como nunca antes y para recordarlo plantaré esa flor en el jardín.
Ese día fuiste mío y yo fui tuyo por primera vez con la Luna de testigo. Misma Luna que ahora miro a través de la ventana de nuestra habitación y con el corazón en la mano le ruego que regreses con bien por nosotros, que regreses a tocar el piano que te compraré y a tocarme como aquella vez.
Pase lo que pase, por siempre tuyo:
Kim Hoseok».
Taehyung estrechó la carta en su pecho. No supo en qué momento había comenzado a llorar, pues las líneas le provocaron una mezcla de sentimientos: nostalgia, alegría y tristeza, porque pudo recordar hermosos momentos que le hicieron sonreír, pero que fueron el inicio de uno de los momentos más crudos de su vida. Ser soldado alemán en la Segunda Guerra Mundial.
Suspiró.
Miró por la ventana hacia el jardín de rosas y jazmines que adornaban su patio. No solo cumplió esa promesa, sino también la del piano, que descansa en la sala, mudo, pues sus notas no han sido tocadas desde que Hoseok partió.
Saca debajo de su manga el pañuelo con el que seca sus lágrimas. Besa la carta y susurra un «Te amo» antes de tomar la siguiente.
Esa y las que siguieron le hablaron nuevamente de los avances de la casa y del crecimiento y travesuras de la bebé. Sonríe con pesar, pues por estar en combate se perdió mucho de ella.
Desde que se despidieron pasaron casi tres años para volverla a ver. Ya caminaba, ya hablaba, sin embargo, supo reconocerlo como su padre, todo gracias a él.
Llevaba cinco cartas leídas y no quería parar y con todas hacía lo mismo: la estrechaba en su pecho y dejaba un dulce beso susurrando un «Te amo».
La siguiente carta fue abierta.
13 de mayo de 1944
«Hola, mi amor:
Soy yo otra vez, desperté recién de una horrible pesadilla. Soñé que te metían en una de esas cámaras de gas por traición, por ser homosexual, por amarme, pero en lugar de gas salía fuego y a mí me obligaban a ver como las llamas te consumían, mientras ellos se reían.
Desperté llorando, Suni duerme tranquila por suerte. Y aquí sentado en el escritorio vuelvo a llorar al recordarlo. Me repito que no fue real, que estás bien.
Te extraño como no tienes idea. Cada mañana escucho las noticias en la radio, buscando una pista, un indicio que me diga dónde estás.
Deseo volver a ese verano cuando te conocí y que nunca llegue el día de nuestra despedida. Que el verano sea sempiterno como siento que es nuestro amor.
No quiero que llegue aquel día donde nos despedimos en la estación. Te ibas, porque empezarías tus estudios.
—Tradición familiar —respondiste cuando te pregunté qué.
Regresabas a Múnich y yo me quedaba en Berlín para continuar mi licenciatura en letras en la universidad.
No pudimos despedirnos con un beso, solo un cálido abrazo de "amigos" que duró más del tiempo debido.
—Volveré en mis vacaciones —prometiste entre mis brazos.
Ninguno imaginó que en dos meses se iniciaría el terror y que la siguiente vez que nos veríamos sería cuatro años después y en una situación muy diferente:
Tú siendo un soldado defendiendo su patria y yo, un judío prisionero y condenado.
No imaginé que junto con aquella maleta te llevarías más que el equipaje; te llevarías mi corazón, el que injustamente se enojó contigo cuando no regresaste.
No quiero enojarme de nuevo, así que regresa.
Ven, que te espero. Trae contigo más que una maleta, trae mis sueños de vuelta.
Te extraña con el alma,
Kim Hoseok».
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