Se colocó de vuelta su casco de astronauta como armadura blindada ante las decepciones, alzó sus murallas e intercambió su bandera blanca por la negra de la carabela, aun así no, no es pirata, sigue siendo astronauta y carga con las grietas que provocan las desilusiones.
Cambió la emisora en la radio y ya no suena un Blue, la temporada de tormenta finalmente acabó, tal vez este año llegue antes la primavera. Ayer lo comprendió.
Dicen que algún personaje le sonrió al cruzar a la esquina de la Vía Láctea, eso escuché y que sus amigos acudieron como escuadrón de refuerzo a elevar las buenas vibras. Vibra alto astronauta, siempre te ví hacerlo incluso en medio de las tempestades.
Se colocó su traje, ese que combina con su mejor sonrisa, esa sonrisa amplia y desastrosamente contagiosa, pues ahora adora los silencios que llegan con la calma. La calma vale oro, astronauta.
Y no, jamás dejará de ser humano, ese es su sello y no, jamás dejará de decir lo que siente, desde pequeño aprendió que los silencios echan raíces y envenenan.
No es perfecto, es un desastre natural que adora cantar y las tardes de café, reír a carcajadas y sus películas raras como medicina para el alma, llora cuando esta triste, lo he visto hacerlo y es muy valiente pues se recompone tras cada golpe.
Es solo un chico común, pero siempre será astronauta.