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Capítulo 30.3: Juzgar

Puedo ver cómo la piel de su cuello se eriza, tal vez fue idea mía, pero creo poder asegurarlo. La hago dar la vuelta sin soltarla y ahora queda frente a la entrada de su residencia, sin responder abre la puerta y pude ver el interior.

—No tengo tantos muebles, aunque algo es algo. —Escucho cómo traga en seco.

—No me preocupa si está llena o vacía. —La cargo, aún borracho y con mi poca estabilidad, para cerrar la entrada con la pierna, esto último me hace balancearme.

—Héctor, cuidado —me dice antes de caer los dos en el sofá, yo sentado y ella sobre mi cuerpo. Luego me voy de lado apoyando la cabeza en el brazo del mueble mirando el techo—. ¿Estás bien? —Se acomoda sentada e inclina delante de mí.

—Te voy a preparar un baño. —Se va a levantar, no quiero que lo haga, por lo que acabo tomándola del brazo.

—Quédate a mi lado, no necesito un baño. —Bajo mi vista del techo para dirigirla a sus fríos ojos azules.

Rara vez sé lo que pasa por esa cabeza; Annie es un misterio para mí en muchos sentidos.

—Héctor, me preocupas. —Se vuelve a sentar.

—Perdóname –digo al ver los ojos cansados de ella, hago reparo en sus ojeras y los recuerdos que verme borracho podría suscitar en ella—. Cuando tomo, normalmente no me pongo violento ni nada por el estilo, no te asustes, más bien me pongo melancólico.

Siento su cabeza apoyarse en mi pecho, en respuesta a ello termino por acariciarla con mi mano libre. La que mantenía presa su muñeca la bajo enlazándola con sus dedos.

—No estoy asustada de ti, temo que algo te lastime tanto como para haberte llevado a ese sitio. ¿Fue por Violeta? —Deja de verme y dice bajito—: ¿Te duele pelear con ella? Sentí los gritos.

¿Por qué sus ojos expresan tanto dolor? ¿De verdad te importo tanto?

Mi mano se detiene un segundo, pero regresa a acariciar su cabello.

—En parte, pero no es eso. Estoy así porque vivo deseando volver al pasado, Annie. —levanto la cabeza hacia el techo—. Todo se derrumbó de golpe y no me dio tiempo a procesarlo.

Annie sube las piernas en el sofá y se acomoda sobre mí, siento cómo me mira, sin juzgar.

—Te voy a escuchar. Puedes decirme lo que te preocupa. —Sus dedos son fríos, pero, aún así, los recibo de forma cálida cuando se posan en mi mejilla y me hace mirarla de vuelta.

—Antes de llegar a este apartamento vivía en una bonita casa en el centro de la ciudad. Tenía una novia preciosa, un buen trabajo de profesor en la universidad del pueblo, y también la hermana y familia más cariñosa. —El alcohol hace más fácil que hable, aunque creo que es cosa de ella, porque por primera vez en mucho tiempo veo que me están escuchando de verdad—. Pero mi hermana murió y mis padres se fueron de la ciudad porque no soportaban estar aquí, todo les recordaba a ella. Violeta me engañó con mi amigo, Abraham Karlsson y también hubo un accidente en el pueblo donde me robaron el auto, fui a juicio por ello y perdí mi trabajo.

—Pasaste por mucho. —Acaricia mi mejilla con su pulgar.

—Nadie me quería creer, porque esos últimos días actúe como un loco, pero es normal. ¿Quién demonios puede llevar tan bien esa serie de hechos? —Mi voz está calmada, va acompañada de mi resignación.

—Estabas en tu derecho de sentirte mal y estás en él aún. —Deja de verme y apoya la cabeza de lado sin quitar su mano.

—Perdóname Annie, por usarte —digo mordiendo mi labio por ello.

—Por usarme me salvaste. Lo sabes, ¿no? —Sube hacia mi rostro dejando su nariz rozando la mía.

—Quiero avanzar. No tratar de recuperar el pasado. Nada va a ser como antes ya ni deseo eso. —Cierro los ojos y la abrazo por la cintura con la mano que tenía en su cabello. Nunca solté sus dedos con la otra.

—Te sigo amando —expone de la nada sin atreverse a besarme, juro que pensé que lo haría.

Abro los ojos para entender por qué lo dice—. ¿A qué viene eso?

—Me contaste tu pasado y te sigo amando. Me contaste que pudiste matar a alguien, pero no lo creo, eres la persona más amable y buena que he conocido. Llegas a pecar de estúpido por eso, pero no eres malo, Héctor —argumenta ella sin duda en su mirada—. Te amo, confío en ti, no eres capaz de herir a alguien por voluntad propia. Pero debes aprender que no puedes quedar bien con todo el mundo, por muy bueno que seas, por mucho que perdones, no todos van a pagarte de la misma manera.

—No esperé escuchar eso de ti. —Comienzo a reír —. No me arrepiento, aunque me hieran o me critiquen. Al menos pude ayudar a alguien por ser así.

Junta sus labios con los míos haciendo que no hable más. Se siente cálido los pocos segundos que dura. Ella lo consigue, porque cuando su rostro se aparta del mío queriendo ver mis ojos no resisto y voy a buscarla para retomar el beso. Disfruto cada milésima de segundo, cada sensación, sus suaves labios, su delicado cuerpo sobre el mío, el juego que nuestras lenguas llegan a tener entre ellas. Todo, se me hace especial de una forma estúpida, no sé si es el alcohol o lo que importamos para el otro.

—Annie... —Me separo del beso un segundo—. Vamos a la habitación.

Sus orejas y mejillas se llenan de un rosa bastante adorable, incluso puedo afirmar que deja salir un poco de su inocencia. No habla, toda la valentía que usó para decir sus anteriores palabras se han esfumado, ya que responde a mi pregunta solo moviendo la cabeza dando su consentimiento.

Mi cuerpo ya no posee el mismo grado de alcohol de hacía unas horas, estoy más claro. La cargo como si fuera un koala y mientras camino al cuarto voy robándole varios besos de sus labios, no quiero detenerme.

La recuesto suavemente sobre la cama, todo el lugar huele como ella, es normal, son las sábanas donde suele descansar. La sensación que recibo de sus manos en mi espalda me da a entender que no sabe mucho qué hacer, así que sonrío y pongo la mano en su mejilla.

—No tienes que estar nerviosa —digo antes de comenzar un camino de mordidas y besos por su cuello, mientras, agarro con mi otra mano su cadera, acercándola a mi cuerpo para subir la mano por debajo de su blusa. La levanto, pero me detiene. —¿Pasa algo? —Pregunto preocupado—. Si no lo deseas paramos.

Estoy seguro de que ella puede sentir mi miembro presionado a su muslo. No oculto para nada mis intenciones.

—No, quiero seguir, es solo que, mi cuerpo no es... —Tartamudea ella.

¿Qué le preocupaba?

—Tu cuerpo es hermoso, Annie. —No me alejo.

—Está lleno de cicatrices, puede que te desagrade. —Mira al lado, como huyendo de mí.

—¿Confías en mí? —Muevo mi mano en su mejilla para hacer que ella vuelva a verme.

—Sí, en ti confío —dice nerviosa y comienzo a levantar su blusa suavemente hasta retirarla. Puedo ver su sostén de color rojo. No mentía, su cuerpo está lleno de heridas por todos los lados, posiblemente de todo el abuso que recibió. Bajo mi cabeza a su abdomen y comienzo a besar cada una de las marcas que encuentro.

—¿Qué haces? —Casi no logra hablar, supongo que es por la excitación y los nervios.

—Te demuestro que no me desagradan.

Beso una de tres centímetros que está cerca de su sostén en la parte de abajo para luego dejar una pequeña mordida y escucharla soltar un ligero suspiro.

—Me vas a matar de la vergüenza. —Se cubre su rostro con las manos, pero este se vuelve más rojo al sentir como retiro su sostén con facilidad, ya que este se abre desde el frente, dejando libre su busto—. Héc... —Va a decir mi nombre y un gemido se apodera de su boca cuando llevo mis labios a su pecho izquierdo besando una de las marcas que vi allí para luego dejar una mordida.

—No tengas miedo, haz lo que quieras, Annie. —Retiro mi camisa dejando al descubierto la parte superior de mi cuerpo para ella, puedo ver cómo su mirada recorre mis abdominales para subir luego a mi rostro con vergüenza—. Tócalo si así quieres. —Tomo su mano y la coloco ahí—. Nada te impide hacerlo. Quítalo —Llevo las manos de Annie a mi pantalón.

Sus dedos lo dudan un momento, pero termina por hacerlo con el rostro en colores, dejando como única prenda en mi cuerpo un bóxer negro.

—Quítalo —Dice ella y lleva mi mano a su muslo.

Acerco mi boca a su oreja, comienzo a morder su lóbulo para bajar por su cuello haciendo un camino de mordidas y chupetones, pasando por el centro de su pecho. Luego por su abdomen para ir retirando con mis manos su short de forma fácil al ser de tela.

Puedo ver su ropa interior que hace juego con su sostén. Eso de alguna manera me da a entender que deseaba esto, parecen nuevos. Levanto su muslo para seguir el camino por el interior de este, agarrando sus nalgas para luego rozar con mi nariz su intimidad, regresando a su boca.

Ya en ese punto ella toma más confianza. Lleva sus manos a mi espalda para sentir mi miembro por sobre su ropa interior haciendo presión. La mano mía en su muslo hace que ella levante la pierna para rodear mi espalda con esta.

—Disfrútalo, céntrate en ello.

Por sus reacciones puedo suponer que: si había estado con alguien, serían muy pocos por la vergüenza que siente ante enseñar su cuerpo. Comienzo a morder y lamer su pezón derecho y con la otra mano a dar pellizcos en el izquierdo, ya cuando había llegado a ellos se encontraban erectos por la excitación evidente de su cuerpo. La veo cubrirse la boca para evitar soltar un gemido y eso solo hace que me ponga más duro. La mano libre la deslizo desde su muslo hasta el interior de este, introduciéndolo por dentro de su ropa interior para toparme con una zona bastante húmeda.

—Te ves hermosa así, mi Annie —digo levantando la mirada para callar sus suspiros y nerviosismo con un beso, el cual corresponde de la forma que puedo hasta que la torpeza le surge de nuevo al sentir los movimientos circulares que hago sobre su clítoris haciéndole cerrar las piernas ante la sensación—. Si las cierras, no puedo hacerlo.

—S-sí...no las cerraré más... —Las abre y toma mi rostro para que regresar a besarla, parece adorar mis besos y está haciéndolo cada vez mejor, así que quiero molestarla un poco y los movimientos se convirtieron en un dedo que se adentra en su interior.

Gime ante esto, pero no dejo ir sus labios. Ella está tan excitada que no me es difícil introducir el segundo.

—Annie...joder...me tienes al borde de la locura ¿Cómo puede gustarte tanto? —Subo mis dedos hacia ella para enseñarle lo mojada que está.

—Es que, eres tú... —La excitación no le deja hablar correctamente.

—No puedo dejarte así...

Me acomodo de rodillas en el suelo al borde de la cama y levanto sus piernas separándolas para tener mejor vista de todo. Vuelvo a introducir mis dedos en ella a lo que su cuerpo reacciona arqueando la espalda. Son tan hermosos y tentadores los gestos que pone que termino por llevar mi boca a su clítoris y la estimulo con mi lengua a la par que los movimientos de mis dedos dentro de ella.

—Hé-Héctor... Para... Para... Por favor. —No logra completar las palabras, tampoco resistir mucho, ya que experimenta el primer orgasmo de la noche bastante rápido.

Las piernas le tiemblan ante ello y su cuerpo se debilita un poco, está muy agitada. Subo hacia sus labios, pero dejo un beso en su mejilla

—¿Quieres seguir? —Sus ojos van hacia la presión de mi miembro en su pelvis.

—Yo... No lo he hecho con hombres. Es decir, con nadie. —No entiendo muy bien a qué se refiere, pero dejo un suave beso en sus labios y busco en mi pantalón la billetera para sacar un preservativo—. Pero quiero hacerlo contigo.

La veo mirar un segundo al espejo y calmarse un poco.

—¿Es decir que soy tu primer hombre? —Me hace más consciente de la diferencia de edad entre nosotros.

Aunque también es raro, ya en esta época, a su edad casi todos lo han hecho. Suspiro y la ayudo a reincorporarse para abrazarla en la cama.

—Sí... No había llegado tan lejos con alguien, yo... Al menos yo... —Siento sus manos rodear mi espalda y su pecho pegarse al mío sin ropa que estorbe—. Quiero que seas tú... No me arrepentiré de nada si es contigo.

—Trataré de ser lo más gentil que pueda... Annie. —Coloco la mano en su mejilla y vuelvo a besar sus labios, mientras que con la otra mantengo su cuerpo cerca del mío para recostarla suavemente—. Confía en mí. ¿Está bien?

—Confío en ti —responde ella.

Me mira sin cubrir ninguna parte de su cuerpo. En ese momento retiro mi ropa interior dejando al descubierto mi miembro. Sus ojos lo recorren, si estos pudieran tirar fotos siento que ella lo haría. Coloco el preservativo en este y vuelvo a masajear su clítoris.

Comienzo a jugar con mis dedos allí hasta que está lo suficientemente dilatado como para que no le duela. Llevo mi parte en su entrada y lo muevo de arriba abajo para luego introducirlo despacio, aun así siento sus dedos clavarse en mi espalda y su cuerpo temblar un poco, pero no habla.

—Tranquila... —Regreso a besarla para distraerla del dolor que pueda sentir y ella se centra también en los besos y caricias hasta que está completamente dentro—. Ya está...

Poso mis labios en su frente.

—Héctor... —Sus piernas rodean mi cintura y sus ojos me miran con la pupila brillando—. Me gusta tenerte dentro de mí... Así... Lo deseaba... Estar contigo. ¿Sabes que te amo?

Al escuchar sus palabras me doy cuenta de que necesitaba esto, me siento amado y me gusta la sensación de estar dentro de ella.

Sus palabras me ponen aún más duro, pero aun así, me muevo de forma lenta para que se acostumbre a ello y no dañarle. La sorpresa es que en el paso de la noche va volviéndose cada vez más dominante según se esfuma la pena inicial, eso me enloquece más, me encanta, es una serie de emociones que hace tiempo no sentía.

Esa madrugada continuamos hasta que nuestros cuerpos no pueden más y dormimos abrazados solamente vestidos con nuestras pieles.


Debo admitir que se sintió demasiado bien cada momento, incluso la hora de dormir con ella. Lo que estoy haciendo es muy probable que esté mal, pero ya me he acostumbrado a ser juzgado, si al final será así, prefiero hacer lo que deseo y la deseo a ella.

Estos son los últimos pensamientos de Héctor esa madrugada antes de caer dormido profundamente de una forma que no había hecho en muchos años, dejando de pensar en el pasado y pudiendo ver adelante.


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