—¿De verdad crees que nos permitirán...

—Seguro que sí —la interrumpió él—. Dentro de muy poco. Van a estar obligados a decir que sí, amor... Muy, muy pronto... ¿Cómo se van a oponer al Duque Guillermo de Normandía unos simples plebeyos?... ¿De verdad me elegiréis a mí?

—No habrá nunca nadie más. Te lo juro —prometió ella, muy seria.

  Las palabras murieron en las bocas. No había sitio para ellas. Muchas horas después, aún seguían abrazados.

—Está amaneciendo. Debo regresar.

—Todavía no, no me ha alcanzado —se quejó él—. Dejadme mirar vuestros ojos ahora que el sol está comenzando a subir.

—A mí me fascinan los vuestros. Cambian de color.

—¿Y a mí me queréis también? ¿O sólo a mis ojos?

—Con toda el alma —interrumpieron las frases para dar paso a apasionados besos.

—Me gustaría darme un baño. No hace frío... ¿Venís?

—Después —expresó el joven, sonriente—. Quiero veros desnuda.

—¿Otra vez? —dijo ella, jugando—. ¿Por eso me hicisteis volver a poner la túnica y la camisa?

  La chica permitió que sus prendas se deslizaran pausadas hacia el pasto espinaca. Mientras lo hacía no despegaba su mirada de la de su amante. Se subió ágilmente, como siempre, en una de las frías e implacables rocas. Como siempre. Salvo que, en esta oportunidad, resbaló. Él pudo escuchar el golpe fatal en el cráneo, desde donde estaba. Cuando se estrelló contra una mortal piedra de color pardo. Corrió desesperado, hacia donde ella estaba tumbada, exangüe, mustia. Apenas respiraba. Intentó contener con las manos la sangre carmesí que brotaba. Resultaba una tarea imposible. Aunque poco importaba esa cortante herida. Letal era el golpe en la nuca. Claro que él no lo sabía.

—¡Mi amor! ¡Por favor, no, no os muráis! ¡Despertad! ¡Despertad!

  Ella apenas pudo abrir los ojos cielo para observar los del chico.

—Yo... tam...bién os amo...Os... bus...ca...ré...

—¡No, no me dejéis! ¡No digáis eso! ¡Por favor, no! ¡No! ¡No! ¡Despertad, despertad, despertad! ¡¡Nooooooooooo!! —aulló en medio de ese olvidado bosque.

  Pero ya era demasiado tarde. El escalofrío estaba en lo cierto. La muchacha no debió ignorarlo. El joven continuó meciendo ese pequeño, aún tibio y prometedor cuerpo. Sólo que las promesas habían muerto, al igual que el cuerpo. Al igual que la chica, con los ojos celestes, sin vida, perdidos en los de su amante. Se paró el mozo con ella en los brazos y miró por encima de la cabeza, en dirección al infinito. Luego, volvió a gritar con su voz profunda. Grito que retumbó en la silenciosa aurora:

—¡Yo también os buscaré, os lo prometo! ¡Lo juro ante Dios! ¡Él me ayudará!

  Allí quedó el muchacho. Solo con su infortunio. En ese malogrado punto de Normandía. Aunque él tampoco lo sabía, en ese mismo segundo, nacía una graciosa niña de ojos azules. Pensando "te quiero" pero sin poder expresarlo.

  La pequeña era hija del Conde Rollón quien, al igual que el Conde Harry, ayudaba a reunir la flota y el ejército con el que el Duque Guillermo pensaba desembarcar en Inglaterra, para proceder a su conquista y desalojar del poder al rey Haroldo. Era pariente del fallecido rey Eduardo el Confesor, que era hermanastro del actual. Muchos pretendían el trono inglés, también el rey Harald de Noruega. Pronto cruzarían el mar.

  Pero alguien, más allá de las galaxias, permanecía atento. Lejos, muy lejos, mucho más allá de la vista, alguien decidía que las promesas de los jóvenes se verían cumplidas algún día. Claro que, ellos debían estar atentos para no desperdiciar la oportunidad... Los iba a poner frente a frente y que luego corriera por cuenta de los dos muchachos...

¿Qué le queda a Harry ahora? El clamor de la batalla. Él cree que Natalie, desde el cielo, lo protege.

La espada es su mejor compañera.

Y ahora otra canción: Someday Maybe.

https://youtu.be/Sct0t42kU5I