La chica abandonó, sigilosa, la minúscula vivienda. Miró cautelosa hacia todos los costados. Con nerviosismo, corrió rápidamente hasta el pino, que protegía la morada. Una vez detrás de él, volvió a escudriñar, en todas las direcciones. Nadie a la vista. Más tranquila, trotó ansiosa rumbo al espeso, insondable y tenebroso bosque. Diez minutos después se detuvo, para orientarse en la noche sin Luna. Sintió un cálido escalofrío dentro de las entrañas. Le produjo el temor de siempre, pues auguraba un acontecimiento ingrato que a continuación acaecería.

  Movió la cabeza de un lado para otro y, con una efímera sonrisa, desoyó sus miedos. Tenía quince años, se iba a encontrar con el Conde Harry, el amor de su vida. Todo le sonreía. Representaba la mayor de las tonterías permitir que los segundos fugaran, pensando en lo que no iba a suceder. Segundos que escamoteaba a los que gozaría con su amado. Emprendió, nuevamente, la frenética carrera. Zigzagueando entre delgados pinos y tupidos abetos. Ellos extendían sus ramas cual asfixiantes brazos. La muchacha, inmutable, continuaba.

    Al llegar al arroyuelo frenó la atropellada marcha. La oscuridad envolvente no le consentía contemplarlo. Pero sí escuchar su incomparable sonido. Un sonido tenue, que le recordaba a las leves gotas de lluvia cayendo sobre la tierra mojada, al otro lado de la habitación que compartía con el resto de la familia. Respiró hondo. Pensó en los brazos de su amante. En su mirada verde selva, sugerente, emotiva. En sus figuras entrelazadas disfrutando de esa música perfecta, al hacer el amor. Sintió que la ceñían por detrás y la levantaban en el aire. Girando, girando, girando....

—¡Mi amor! ¡No os escuché! —gritó ella, feliz—. ¿Por dónde habéis venido?

—Detrás de vos —dijo él, mientras la besaba, con pasión—. ¿Algún problema?

— ¿Problema? Ninguno. Todos dormían, mis padres no sospechan nada. Si me descubren mi hermana les dirá que salí. Que me siento mal.

—No os han vuelto a golpear, ¿verdad?

—No... ¿Me acompañaréis de regreso?

—Hecho... Venid, abrazadme.

—¿Habéis traído vuestro laúd? —preguntó la chica, ansiosa—. Deseo escucharos cantar. Sois mi trovador particular.

—Sí que lo traje —expresó Harry, largando una carcajada y luego señaló el pino cercano—: Lo dejé ahí.

   Los enamorados se unieron estrechamente. Acariciándose con desesperación. Largos días habían transcurrido, en los que debieron contentarse con miradas distantes. Disimulando la pasión, la necesidad, el cariño. Los planes a punto de concretarse. El Duque Guillermo de Normandía, del cual su amor era vasallo, los iba a ayudar. A pesar de que ella no pertenecía a la nobleza. Al fin y al cabo, el propio Guillermo era hijo bastardo del duque anterior y Arlette, la hija del embalsamador local. Por eso era por lo que había tomado partido por la unión de los muchachos. Ahora nada los detenía. Podían acariciarse, también, las miradas. Rozarse los juveniles labios.

—Antes que nada, dejadme quitar esto. No deseo haceros daño.

  Manifestó estas palabras mientras se quitaba la cota de malla y la espada y las tiraba sobre la hierba, a sus pies. Luego, se acercó a la chica y empezó a besarla, con fuerza. Ella lo tenía ceñido por el cuello, le llegaba hasta los hombros. Se dejaron caer sobre el pasto, a pocos pasos de la orilla del arroyo. Harry empezó a desabotonarle el amplio vestido, en color marrón. Naty se rió cuando vio que él, intentando quitárselo, se enredaba con sus amplias mangas.

—¡Vaya fastidio! —murmuró Harry.

  Cuando pudo deshacerse de él, quitarle la túnica y la camisa fue pan comido.

—¿No me vais a ayudar? —le preguntó, bromeando.

—¿Para qué? —se burló Naty—. Ya os habéis quitado todo. ¿Estáis apurado?

  Por toda respuesta, Harry se deslizó en su interior y comenzó a moverse.

Harry y Natalie no pueden estar separados.

Natalie, de día,  siempre que puede se escapa para verlo.

Y también de noche...

Y ahora una canción de One Direction con un vídeo que me encanta: Perfect.

https://youtu.be/Ho32Oh6b4jc

NOTA.

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