Introducción
Las llantas de un Bugatti Veyron negro derraparon sobre el pavimento de la extrañamente abandonada Ciudad de México. Eran casi las tres de la mañana, y lo único que rescataba a la capital mexicana de estar sumida en una profunda oscuridad, eran los postes de alumbrado público que la cubrían con un manto de luz naranja, dándole un aspecto tétrico a las avenidas por las que transitaba el lujoso automóvil, o bueno, algunos de ellos, porque la mitad ni siquiera funcionaban.
Ya era usual para el conductor circular a esas horas de la noche varias veces a la semana, pero nunca había logrado deshacerse del miedo que le provocaba manejar un vehículo tan majestuoso por las calles de uno de los países más peligrosos del mundo. Por supuesto que no le tenía miedo a nada ni a nadie, no obstante, aquella sensación no se iba, hiciera lo que hiciera.
Viró por una calle regularmente abarrotada de puestos ambulantes durante el día, y casi enseguida sus ojos captaron la silueta de una persona no muy lejos de ahí. Debido a la poca luz existente, no pudo distinguir rasgo alguno del individuo, pero sí notó que este echó a correr en cuanto vio al auto acercarse.
—¡Ladrones! —exclamó para sí mismo rodando la mirada.
Contempló al tipo correr a través de las calles y luego avanzó a muy lenta velocidad, esperando no encontrarse con una banda de criminales que quisieran robar su Bugatti, porque esa noche en especial no estaba de tan buen humor como para enfrentarse a un puñado de maleantes, si bien sabía que podía con cualquiera de ellos.
De súbito, la luz de sus faros iluminó algo sobre el pavimento, un extraño bulto alargado sin ningún parecido a una bolsa de basura como las que muy comúnmente se encontraban en la ciudad, sobretodo cuando había plaza.
Achicó los ojos tratando de darle forma a dicho bulto, y luego, totalmente asombrado, se dio cuenta de que este no solo tenía algo parecido a una cabellera larga y rubia, sino que además dibujaba un rostro de mujer bajo el resplandor de su faro derecho.
—¿Qué chingados...? —murmuró.
Temeroso, bajó del auto observando a todas partes por si veía algo sospechoso que le diera indicios de que aquella era una trampa bien elaborada por parte de un grupo de ladrones ocultos, pero al saberse solo en su totalidad, caminó hacia la persona tirada en el pavimento.
Y fue entonces cuando, para su completo horror, confirmó que el bulto era más bien una mujer inconsciente sobre el pavimento de la calle, mas no cualquier mujer, sino una a la que él podía reconocer a la perfección. Al instante miles de pensamientos aterradores inundaron su cabeza.
¿Estaba desmayada?
¿Muerta?
¿Por qué sus prendas estaban chamuscadas?
¿Qué le había ocurrido?
¿Cómo había llegado allí?
Anonadado debido al centenar de preguntas que le nacían, tomó el cuerpo entre sus brazos. No pudo pasar por alto lo rápido que le latía el corazón, pero no por el miedo que tenía de que lo fueran a asaltar, sino porque aunque no quería admitirlo, le preocupaba de sobremanera el estado de la chica.
Acomodó el cuerpo en el asiento trasero sin importarle que este se ensuciara y en cuanto se hubo sentado frente al volante, encendió el motor y enfiló el camino hacia su casa, que quedaba a poco menos de una hora.
Una vez en su departamento, entró con ella en brazos, la recostó sobre la cama de su habitación y le quitó la blusa llena de agujeros y manchas color escarlata para colocarle una playera suya con los ojos cerrados. No quería verla, pero deseaba que despertase lo más pronto posible y limpiarle el montón de heridas que manchaban su cara, de hecho, gracias a su ansiedad, le costó un mundo irse a dormir a la recámara de huéspedes sin pensar más de una vez en volver para comprobar su estado.
No supo en qué momento el sueño lo atacó, pero al despertar, vio la luz del sol entrando por la ventana y supo que era el momento perfecto para hacerle una visita a su repentina huésped, así que luego de preparar el desayuno y poner un poco de su música clásica favorita, subió hacia la alcoba en la que había dejado a su inusual invitada.
Cuando llegó al cuarto, tardó en abrir la puerta algunos segundos. No estaba bien seguro de querer hacerlo, porque dentro de sí, palpitaba el miedo de que ella estuviera muerta y eso lo metiera en problemas, pero al final se dijo que eso no era posible, porque entonces ya lo sabría. Afortunadamente, mientras todavía estaba dudando acerca del estado de la muchacha, oyó un sonido de pasos en el interior de la habitación.
Desconcertado, abrió la puerta y sus ojos se toparon al segundo con la chica de pie frente a la ventana, examinando todo con extrema cautela, como si estuviera preparada para huir apenas una oportunidad se le presentase.
Inevitablemente, el amago de una sonrisa nació en su boca al saberla sana y salva, pero decidió contenerse y en lugar de eso dijo, de la manera más despreocupada posible:
—¡Vaya, por fin despertaste!
La joven volteó al oír su voz, y entonces, un destello de asombro alcanzó a pasar por sus iris verdes tras descubrir la identidad de su salvador, tan inesperado, que lo único que su boca atinó a exclamar, fue:
—¡¿Tú?!
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