Capítulo 9
Audrey no fue capaz de decir ni una sola palabra al ver a Patricia allí parada, con los brazos cruzados y una ceja levantada. Abría la boca y la volvía a cerrar, pero de esta no salía nada.
—Te pregunté qué rayos haces en la oficina de Gustavo. ¿Y quién es él? —Volteó a ver a Bryan, que daba la impresión equivocada con solo ver sus tatuajes y su ropa negra—. ¿Por qué están aquí?
—Es que... Es... Nosotros... —balbuceó, y deseó darse una bofetada por lo ridícula que se sentía—. Nosotros solo estábamos...
—¿Qué? —exigió Patricia—. ¿Ustedes estaban qué?
Audrey tragó saliva.
Se suponía que, según el plan, Oliver vigilaría la puerta por si a alguien se le ocurría acceder a la casa, pero por alguna razón, no se había dado cuenta de la entrada de Patricia, así que gracias a su descuido, Audrey tendría que lidiar con las consecuencias...
—Estábamos buscando un documento importante —dijo, luego de soltar un suspiro de resignación. No tenía caso ocultarle la verdad a la madre de Rolland, y es que estaba cansada de mentirle a todo el mundo, de manera que si la iban a castigar por haber husmeado en la oficina del señor Carson, lo menos que podía hacer era sincerarse.
—¿Qué clase de documento? —Patricia cambió el peso de una pierna a la otra. Sus ojos todavía estaban entrecerrados, analizando cada movimiento y palabra de Audrey para encontrar el motivo por el que le resultaba tan sospechosa.
—Emmm... Son... Son documentos que contienen datos de alguien que podría ayudarme a saber la verdadera razón por la que Rolland murió.
La explicación de Audrey desarmó por completo a Patricia.
—¿Cómo dices?
La madre de Rolland dio unos pasos hacia el interior de la oficina y abrió los ojos de par en par, sin saber muy bien cómo actuar.
—¿A qué te refieres con eso? Dime.
—Es que debo encontrar el nombre de una persona que quizá pueda esclarecer lo que motivó al asesino de Rolland a acabar con su vida —dijo—. Sé que suena estúpido, pero le juro que no es una excusa. Yo de verdad quisiera saber más sobre eso, y como el señor Gustavo no quiso ayudarme, tuve que hacerlo por mi cuenta.
»El chico no tiene que ver en esto. El no es parte de nada. —Señaló a Bryan—. Si pudiera hacerme el favor de no decirle nada a nadie...
Pero, mientras Audrey rogaba con las manos unidas, Patricia extendió una palma frente a ella, pidiendo silencio. Una vez que la chica se calló, fue la mujer quien tomó la palabra.
—¿De modo que si no hablo de esto, tal vez podrás descubrir más sobre la muerte de mi hijo? —Audrey asintió, y entonces, Patricia exhaló profundo, reflexionando lo que debía hacer—. Está bien. No le voy a decir nada a mi ex esposo, pero con la condición de que, si llegas a lograr tu cometido, me digas quién fue el asesino y lo que lo llevó a matar a Rolland, porque necesito hacerlo pagar por haberme arrebatado lo que más amaba en la vida.
»Gustavo me dijo que Rolland murió para salvarte y yo le creo. Estoy convencida de que mi hijo sentía por ti un cariño diferente al que sentía por cualquier otra persona, incluso por mí. Y si estás tan segura de que puedes hallar más pistas en su caso, quiero ser partícipe de esto. Quizá así... Quizá así pueda compensar un poco del daño que le hice antes de que muriera.
En los ojos de Patricia se agolparon las lágrimas.
Audrey no supo qué decir, cómo lidiar con el sentimiento de culpa que ahora la mujer estaba expresando. Por ello, se restó a asentir, conmovida, y fue entonces cuando un sonido de voces llegó a sus oídos. Intercambió una mirada alerta con Bryan, mientras que Patricia observó brevemente la puerta de entrada y notó que al parecer la misa había llegado a su fin, porque ahora los invitados caminaban hacia el interior para comer.
—Audrey, tienen que salir de aquí ahora. Gustavo y los demás están viniendo para acá —le dijo, buscando una forma de retrasar la entrada de su antiguo esposo—. ¡Escóndanse detrás del escritorio! Yo voy a distraer a Gustavo y les daré tiempo para que salgan por la ventana, ¿de acuerdo?
—Está bien —puntualizó la chica preparando su escape, mientras Patricia cerraba la puerta sin hacer ningún ruido.
En tanto, Gustavo caminó directo hacia su oficina, y a pocos centímetros de llegar, lo interceptó la mamá de Rolland. Bryan y Audrey solo pudieron escuchar algunas palabras de la vaga distracción que llevaba a cabo su inesperada salvadora mientras se trepaban en la ventana con dificultad y corrían en dirección a Abril, que agitaba sus brazos en la distancia para anunciar su paradero.
Una vez que llegaron hasta ella, con el corazón golpeando muy veloz en el pecho de ambos, la Cazadora frunció el ceño al reparar en la presencia de Bryan.
—¿Qué...?
—No hay tiempo para explicarlo, pero él me ayudó —irrumpió Audrey.
—Está bien. ¿Alguien los vio?
—Sí. La mamá de Rolland...
Abril abrió los ojos, furiosa.
—¿Cómo que la madre de Rolland los vio? ¿No se suponía que Oliver estaría cuidando la entrada?
—Pues sí. «Se suponía», pero ella entró a la oficina mientras Bryan y yo buscábamos la carpeta correspondiente, aunque por suerte también nos ayudó a escapar.
Abril rodó los ojos.
—Nada de «por suerte». No podemos darnos el lujo de que alguien más esté al tanto de todo esto, así que me voy a encargar de ella más tarde. Mientras tanto, dime, ¿lo consiguieron?
—Sí, Bryan lo encontró.
—Bien, entonces vamos con los demás.
Acto seguido, corrieron hacia el exterior de la casa, donde ya los esperaban Evan, Darren, Dominik y una chica a la que Audrey no conocía, aunque supo que era la Cazadora que había tomado su lugar en la misa para que nadie notara su ausencia.
—¿Y bien? —preguntó Evan apenas verla llegar—. ¿Tienes el nombre?
—Sí, está justo... —Audrey se revisó las bolsas, pero pronto cayó en cuenta de que no había llevado el papel consigo y sintió que moría—. No puede ser. No, por favor, no puede ser...
—¿Qué pasa? —preguntó Abril entre dientes.
—Es que... ¡creo que dejé el documento en la oficina! —Al ver la mirada de todos a su alrededor, se llevó una mano a la cabeza y comenzó a regañarse internamente por ser tan estúpida. Escuchaba la voz de Abril ya exclamando mil y un insultos en su dirección, pero fue la voz de Bryan la que los sorprendió y obligó a la Cazadora a callarse.
—El documento no está en la oficina. En realidad lo traje conmigo.
El grupo lo miró, boquiabierto. Audrey se volvió hacia él en un dos por tres.
—¡¿En serio?!
—Sí, aquí está —dijo, al tiempo en que extraía una hoja blanca de su pantalón y la desdoblada. Abril quiso arrebatársela mucho antes de haber terminado, pero él fue más rápido y la puso en alto.
—¡¿Qué haces?! ¡Muéstrame esa hoja, idiota! —le exigió, pero Bryan no se mostró intimidado—. ¡Dámela!
—No —espetó el muchacho—. Me he dado cuenta de que todos ustedes quieren esta hoja, aunque aún no tengo idea de porqué es tan importante para ustedes, pero llegué a la conclusión de que se las voy a dar solamente si prometen explicarme cómo carajo vi a dos Audrey al mismo tiempo, en diferentes lugares. No me importa lo que sean ni qué busquen conseguir, pero yo necesito una respuesta satisfactoria a todas las preguntas que tengo. Y no es por chantajearlos, pero si no piensan decirme nada, váyanse despidiendo de su preciada hojita. —Bryan tomó el papel por la mitad e hizo ademán de romperlo, pero rápidamente Evan dio un paso hacia él y lo detuvo antes de que pudiera hacer cualquier cosa.
—¡No lo hagas! —gritó, casi suplicando—. Está bien... Te diremos lo que necesites saber, pero entrégame la hoja, ¿de acuerdo?
—¿Lo prometes? —en los iris amarillos de Bryan, relució un halo de duda.
—Sí, lo prometo.
Y entonces, Bryan les entregó la hoja con una muy discreta sonrisa.
Evan la abrió y todos se arremolinaron en torno a él para leer lo que decía, pero no fue necesario esforzarse, porque el capitán pronto levantó la cabeza, satisfecho, y dijo en voz alta:
—Josué Vargas. El nombre del patólogo es Josué Vargas...
Dominik estaba complacido de conocer aquella información, por lo que también curvó los labios, observó al frente sin ningún punto específico, y añadió:
—Bueno... Creo que ha llegado la hora de hacerle una pequeña visita a nuestro amigo Josué Vargas.
✨✨✨
En los dos días posteriores al velorio de Rolland, cada uno de los implicados en el plan averiguó todo acerca de Josué Vargas y juntos armaron una nueva estrategia para extraer toda la información posible acerca de su autopsia con el desafortunado padre de familia.
Sin embargo, cuando el domingo siguiente por la mañana, Evan llamó a Audrey y le dictó la dirección a la que necesitaba ir, ni ella ni Darren u Oliver se imaginaron algo como lo que encontraron al llegar al lugar. Porque no se trataba de ningún hospital, tal como ellos lo habían pronosticado, sino de una casa pequeña a orillas del Centro Histórico. La casa tenía un aspecto demasiado humilde para pertenecer a alguien que ganaba un salario decente, incluso algo fea, pero nada de eso tomaron en cuenta cuando Audrey, después de haber tragado saliva, tocó un par de veces la puerta de metal oxidado, cuyas bisagras habían sido reemplazadas por simples alambres amarrados a un polín.
Adentro, un perro ladró y todo permaneció quieto durante varios minutos, incluso llegaron a creer que no habría nadie en casa, pero justo cuando ya consideraban dar la media vuelta para marcharse, una mujer abrió la «puerta» y miró interrogativamente a dos de sus repentinos visitantes, pasando por alto a Darren debido a que este había permanecido invisible hasta ese momento.
—¿Puedo ayudarlos? —dijo. Sus ojos recorrieron la fisonomía de Audrey con extrañeza, debido a lo poco usual de sus rasgos.
La mujer tampoco era lo que ellos habían imaginado. No era que esperasen que los recibiera una modelo de revista, pero su apariencia humilde tampoco concordaba con nada relacionado a un familiar cercano de un experimentado patólogo.
—Sí, buenas tardes —habló Audrey—. Estamos buscando la casa del señor Josué Vargas. ¿Vivirá por aquí?
Pese a lo incómodo de la situación, la chica dejó que una sonrisa se asomara por su boca para aligerar el ambiente, pero su receptora la siguió mirando llena de sospecha.
—Sí, aquí vive, pero, ¿para qué lo quieren?
Ahora le respondió Oliver, según el plan que había elaborado junto con sus acompañantes de camino a la casa.
—Es que... verá: somos estudiantes de preparatoria. Cursamos la carrera de criminología y nos han puesto como tarea entrevistar a alguien que conozca el campo laboral. Alguien cercano a uno de nuestros tutores nos habló del señor Josué y queríamos ver si podíamos robarle un poco de su tiempo para esta investigación. Esperamos no ser una molestia, pero como imaginará, este proyecto es muy importante para nosotros.
Ambos la miraron, nerviosos, a la espera de su contestación. Sabían que lo más probable era que no les permitiría pasar y tendrían que buscar otra forma de obtener la información necesaria en consecuencia. Pero, para su magnífica suerte, la mujer poco a poco cambió su expresión suspicaz por una más alegre, y luego los invitó a pasar con un gesto de la mano.
Lo primero que pudieron notar cuando entraron fueron las condiciones precarias del jardín que recorrieron. No era grande, como el de la casona de Audrey y ni de cerca tan bonito. De hecho el piso era de tierra y había un techo de lámina oxidada unos metros más allá de la entrada, bajo el que pudieron ver varias gallinas picoteando su alimento y a un doberman atado con mecate.
Sin embargo, dentro la cosa era muy diferente. Y es que la casa, si bien no era exactamente preciosa, sí tenía detalles y artesanías varias que la hacían ver linda.
Audrey observó la colección de cazuelas de barro que yacían colgadas en la pared sobre la estufa, así como una vitrina en la que estaban encerrados varios vasos, platos y cubiertos de cristal o cerámica con grabados bonitos.
—Entonces... ¿Dicen que un tutor les habló sobre Josué?
La voz de la mujer obligó al grupo a centrarse en ella.
—Sí. Dijo que uno de sus parientes conocía a su esposo y creyó que sería buena idea entrevistarlo debido a la fama de su buen trabajo como patólogo —respondió Audrey. Le costaba trabajo concentrar su atención en la mujer con todas esas cosas en la casa que eran nuevas para ella.
—¿Mi esposo? —inquirió su receptora—. Oh, no, Josué Vargas no es mi esposo. Él es mi padre.
—¿Su padre? —ahora manifestó Oliver, desconcertado. Cuando ella asintió sin volverse a mirarlos, se volvió hacia Audrey para susurrar—: Dominik no me había dicho que Josué tenía una hija. ¿A ustedes les contó algo?
Pero la respuesta de la chica fue negativa.
La verdad era que a los Iztac y a los Cazadores les había costado un poco conseguir la dirección del patólogo. Y es que no les había bastado con buscar en internet o ir preguntando con discreción de hospital en hospital e ir distorsionando memorias conforme descubrían algo. Al final habían tenido que recurrir a hablar con el ángel guardián del hombre, pero como el reglamento de los Sangre Blanca les prohibía explayarse demasiado de sus protegidos con otros ángeles, eso le imposibilitó contarles tanto como hubiera querido.
De manera que solo habían averiguado el lugar donde vivía, junto con datos irrelevantes, que, desde luego, excluían la existencia de una hija suya.
—Mi nombre es Olga Vargas. ¿Cuál es el suyo?
Los tres a espaldas de Olga se miraron, dudando si debían decir la verdad o mentir. Al final, optaron por la primera opción.
—Yo soy Oliver, y ella es mi amiga Audrey.
—Audrey, ¿eh? Ese nombre es muy poco usual en México. No eres de por aquí, ¿verdad?
Ella negó, pero cuando se dio cuenta de que no podía verla, optó por responder.
—No... Soy de Canadá.
—¿Y qué andas haciendo en México? ¿Sí sabes que dejar la seguridad de Canadá por el desastre de Latinoamérica es el peor error que alguien puede cometer?
Audrey se revolvió, incómoda. Ya se lo habían dicho muchas veces, y lo odiaba. Como si hubiera sido elección suya.
—No lo decidí yo —aclaró—. Mi padre tenía negocios aquí que requerían de su ayuda, así que nos vimos en la necesidad de mudarnos de país. Pero la verdad no me disgusta la idea. Llevó poco tiempo aquí, sin embargo, me gusta lo diferente que es de Canadá. Tiene muchas cosas de las que nosotros carecemos, como leyendas paranormales.
—O inseguridad —añadió Oliver, y al ver que Audrey lo miraba de mala manera, sintió la obligación de retractarse—. ¡Y leyendas!
Olga los llevó hacia el segundo piso, y ya allí, se detuvieron ante la última puerta de un corredor que extrañamente no contaba solo con una perilla como las demás, sino también con dos cerrojos a los que su anfitriona al parecer había puesto llave.
Justo antes de abrir, tocó un par de veces y no esperó respuesta para hablar.
—Papá, ¿estás despierto? Tienes visitas.
Los tres guardaron un expectante silencio. Y entonces, una voz adulta contestó al otro lado.
—¿Quién es?
—Son dos chicos. Quieren hacerte unas preguntas...
—Que pasen.
Y fue entonces cuando, con una extraña pesadez en sus movimientos, Olga les abrió la puerta permitiendo que se adentraran en una habitación inusualmente semi vacía. De hecho, solo contaba con una cama; no había ventanas ni muebles además de ello, lo cual en un principio los desconcertó.
Una vez que entraron, la mujer les pidió con voz severa que no tardaran y luego se retiró, cerrando la puerta a su espalda. La recámara quedó en silencio por varios minutos, mientras Darren, Oliver y Audrey analizaban al hombre que tenían en frente.
Describir su apariencia física era, por mucho, la cosa más sencilla del mundo: se trataba de un caballero con al menos sesenta años encima, de piel morena y cabello casi totalmente canoso. En realidad, lo difícil radicaba en descubrir la mezcla de emociones que reflejaban sus ojos castaños. Y es que a simple vista podía adivinarse una terrible nota de soledad en ellos, como la de quien ha pasado mucho tiempo atrapado en una prisión de alta seguridad sin compañía humana. Pero también había miedo, e incluso desesperación, y desde luego, una profunda tristeza. Su voz cuando les dirigió la palabra, no dejó ver menos:
—¿Quiénes son ustedes? —les preguntó yéndose a parar hacia el rincón más alejado de su cuarto, como si esperara que Oliver o Audrey cargaran con un palo para golpearlo—. ¿Por qué han entrado aquí?
Audrey se atrevió a dar un paso y, componiendo en su rostro la expresión más amigable que pudo, le dijo:
—Mis más sinceras disculpas si lo incomodamos, señor Vargas. Soy Audrey Williams, y él es Oliver Grey. —Oliver saludó con la mano—. Estamos aquí porque tenemos una serie de preguntas muy importantes que hacerle. Le ruego que nos apoye contestando nuestras dudas.
Josué, al oír el discurso anterior, frunció en ceño y fue a sentarse con mucha cautela en la cama.
—¿Preguntas? ¿Para mí?
—Así es —reiteró Oliver. Le hubiera gustado agilizar el proceso, pero a leguas se notaba que Vargas necesitaba digerir el motivo de su visita, por lo que se obligó a ir lento.
—No lo entiendo. ¿De qué se tratan?
Ambos chicos se dirigieron una mirada, preguntándose quién daría el siguiente paso. Al final, fue el futbolista quien avanzó despacio y, esperando que la suerte estuviera con ellos, musitó:
—Se trata del padre de familia que murió apuñalado en República de Uruguay hace unos meses. No me acuerdo con certeza de cuántos fueron, pero sabemos que usted fue quien le realizó la autopsia.
El tono amable pero decidido de Oliver bastó para dibujar un semblante de horror en la cara de Josué Vargas; al instante, los recuerdos de aquella autopsia se agolparon en su mente y tuvo que cubrirse la cara con las manos para no dejar ver el desastre que los muchachos habían provocado en él. Sin embargo, fue inútil, porque las lágrimas salieron pronto de sus ojos.
—Señor Vargas, ¿está todo bien? —fue Audrey quien le preguntó, preocupada.
—Yo... Ustedes... ¿Cómo supieron que fui yo quien le realizó la autopsia? ¡Se suponía que era un secreto!
—El cómo lo sabemos es irrelevante —declaró Oliver—. Lo importante es que necesitamos que nos conteste nuestras preguntas, pero podemos jurarle que no vamos a permitir que su información llegue a manos equivocadas.
—Es que yo...
—¡Se lo ruego, señor Vargas! —exclamó Audrey—. Necesito respuestas porque quizá mi vida corre peligro y no puedo vivir en la ignorancia.
Vargas, conmovido por la mirada de la rubia, se lo pensó un momento y al final afirmó, tras exhalar un suspiro de resignación.
—De acuerdo... ¿qué es lo que desean saber?
Los tres visitantes reprimieron una sonrisa victoriosa.
—Antes que nada —dijo Oliver—. Nos gustaría que nos contara todo lo relacionado con aquella autopsia.
Josué rememoró lo sucedido.
—El nombre de ese hombre era Camilo Fernández —dijo. Su voz trémula—. Tenía treinta años y hacer su autopsia fue lo peor que pudo haberme ocurrido en la vida. Por su culpa quedé en la ruina, y por su culpa no pude volver a hacer otra autopsia desde entonces. —Una lágrima salió de su ojo derecho—. Comenzó cuando mi jefe me pidió que siguiera el procedimiento correspondiente con el cadáver debido a lo bien que se me daba no desvelar detalles de asesinatos que debían pasar lo más desapercibidos posible ante los medios. Yo acepté porque me dijo que este trabajo era «especial» y por lo mismo obtendría mayor paga.
—Señor Vargas, ¿de qué manera era especial aquél trabajo? —interrogó Audrey.
—Eso no lo mencionó, pero su oferta fue tan tentadora que acepté casi sin dudarlo.
»La noche en que realicé la autopsia, yo... Yo me encontraba solo en el lugar y me animé a realizar las insiciones cuando estuve listo. Pero entonces descubrí... Descubrí que...
—¿Qué? ¿Qué descubrió, señor Josue? —apresuró Oliver.
—Descubrí que... ¡Dios mío, esto es una locura! No puedo siquiera explicarlo.
—Descubrió que el cadáver tenía sangre negra en su interior, ¿cierto?
Entonces, cuando la voz de Audrey sonó por encima de los quejidos de Josué, los ojos impactados del hombre se fijaron en ella, abiertos de par en par.
—¿Cómo lo...?
—No importa, pero me gustaría que siga hablando, por favor.
Josué tragó saliva.
—En efecto, lo que encontré es que el cadáver tenía un extraño líquido negruzco en su interior. Al principio me desconcerté, pero seguí adelante con el procedimiento. Sin embargo, pronto ocurrió algo que me asustó como pocas cosas lo habían logrado: el cadáver rodeó mi muñeca con su mano helada.
Sus tres acompañantes se miraron, y fue Oliver quien hizo la siguiente pregunta, arrugando el ceño.
—Pero, ¿no es eso normal? He oído por allí que nuestro cuerpo puede producir espasmos después de muerto. Usted es el experto.
—Claro, es verdad, pero todo fue tan repentino que no pude evitar asustarme. Pero eso no fue lo peor del asunto, sino el hecho de que pronto, oí una voz a mis espaldas y luego algo me golpeó la nuca tan fuerte que me desmayé. Perdí el conocimiento y cuando desperté, ¡el cuerpo había desaparecido!
—¡¿Qué?! —gritaron los tres al unísono, aunque él solo pudo escuchar dos, claro.
—¿Cómo es eso posible? ¿Usted sabe quién se lo llevó? —preguntó Audrey.
—No, pero eso fue lo que ocasionó mi despido. Aunque estoy más que seguro de que antes de perder el conocimiento, vi muchos pares de pies entrando a mi lugar de trabajo, así que no fue solo una persona la responsable de robar el cadáver, sino varias.
Sus visitantes comenzaron a atar cabos.
El tal Camilo, qué había muerto de forma abrupta, contenía sangre negra en su interior, y cuando Vargas estaba terminando la autopsia, alguien se encargó de robar el cuerpo, la pregunta era ¿para qué? ¿Acaso necesitaban la sangre por algún extraño motivo?
Pensando en lo anterior, Audrey tomó asiento en la cama junto a Josué, y, manteniendo siempre una expresión neutra, inquirió:
—Señor Vargas, ¿tiene en mente a algún posible sospechoso del robo?
En cierto momento pensó que la respuesta sería un receloso no, pero para su sorpresa, Vargas asintió con visible temor en su mirada.
—Yo juraría que antes de desmayarme, oí la voz de mi jefe diciendo que el golpe que me daría no me dolería mucho.
Oliver no pudo concebir lo que estaba escuchando.
—¿Habla del mismo que le pidió hacer la autopsia?
—¡Exacto! —dijo, asintiendo varias veces, como si una sola no bastara para confirmar lo dicho por el joven—. Desde luego que cuando declaré esto, todos me trataron como loco y se me prohibió seguir ejerciendo mi profesión, pero es que podría apostar a que él fue el culpable del robo, sobretodo si tomo en cuenta que hizo todo lo que estuvo en sus manos para no dar a conocer detalle alguno de la muerte de Camilo al ojo público, como si no le conviniera, o algo así.
—O como si tuviera miedo de que se encontrara algo que ligase a Camilo con él... —añadió Audrey, pensativa—. Señor Vargas, antes de marcharnos, ¿podría respondernos una última pregunta?
—Claro, con todo gusto.
—¿Podría decirnos si tiene alguna otra información sobre Camilo que pueda servirnos para terminar de atar cabos? Algo que nos ayude a hacer alguna hipótesis sobre porqué tenía sangre negra.
Vargas asintió.
—Bueno, la verdad podría aburrirlos con hipótesis basadas en la ciencia que yo he creado, pero preferible solo decirles que no estoy tan seguro de ellas. Lo que sí les puedo compartir, es que Camilo no ha sido el único cadáver que ha llevado ese extraño líquido en su interior.
—¡¿Cómo? ¿Hay más?! —exclamaron Darren y Oliver asombrados, aunque sobra decir que Vargas solo pudo oír a uno de ellos.
—Bueno, yo nunca pude verlos por mí mismo, pero algunos compañeros contaban que muchos de sus cadáveres tenían sangre negra en su interior. Desde luego que no les creí hasta que a mí mismo me tocó experimentarlo.
—Pero... —habló Audrey, sin poder ocultar lo sorprendida que se encontraba—, ¿existía por casualidad alguna especie de... patrón para aquellos que llevaban ese líquido en su cuerpo? No sé, algo que los caracterizara físicamente, como una marca o una enfermedad.
—No a nivel físico por lo que recuerdo, pero una cosa que sí llamó mi atención es que Camilo había pasado algún tiempo durante su niñez en un hospital psiquiátrico. O sea, no tiene nada qué ver, pero recuerdo que uno de mis colegas me había mencionado que uno de sus cadáveres que llevaba sangre negra también sufría un trastorno psicológico, solo que no recuerdo el nombre del difunto.
—¡Allí está la respuesta! —exclamó Oliver de pronto, chasqueando los dedos—. ¿Podría decirnos dónde podemos encontrar a su colega? Tal vez él nos proporcione más información acerca del otro cuerpo.
Pero aunque Oliver había dicho lo anterior sonriendo de oreja a oreja, feliz por tener una pista en su búsqueda, el rostro de Josué se deformó en un gesto de tristeza que no tardó en borrarle la curvatura de labios a su visitante, y pronto, sus labios pronunciaron unas dolorosas palabras:
—Mi colega falleció poco después de realizar esa autopsia...
—Oh... —pronunció Oliver—. Lo siento mucho...
Una de las razones por las que el Consejo de los Iztac y los Cazadores había decidido que fuera Oliver quien acompañase a Darren y Audrey a interrogar a Vargas en lugar de Dominik, era que una vez terminado el cuestionario, él podría borrar de su memoria la visita y todo lo que esta conllevaba, pero cuando llegó el momento de retirarse, no tuvo el valor, y aunque no lo profesó, Audrey tampoco quería que el chico llevara a cabo la tarea que se le había asignado. Y es que ambos creían que había mucho más detrás de todo el problema con la sangre negra, que necesitarían a alguien que no solo conociera las causas científicas que la produjeran, sino que, a su vez, les ayudara a armar teorías poco convencionales basándose en sus vivencias. Entonces, ¿quién mejor que Josué Vargas?
Fue así que al despedirse, acordaron con él que no dejarían la información proporcionada en manos equivocadas, pero que él tampoco podía desvelar detalles de su conversación a nadie. Después, salieron de la habitación y, cuando Olga los acompañó a la calle, cerró la «puerta» con un claro mensaje en su mirada:
«Ustedes no son bienvenidos aquí.»
✨✨✨
Con todo lo ocurrido con Monique, Rolland, los Cazadores y los Iztac, para Audrey ya había sido casi imposible pasar un tiempo agradable con Vanessa en muchos días, pero no estaba dispuesta a abandonar a su amiga por los rollos paranormales en los que estaba inmiscuida. Por ello, trataba de disfrutar cada segundo del receso la tarde siguiente, hablando de lo que fuera excepto de una cosa: Oliver. Hablaban del equipo de Tenis, de las clases más pesadas o de Romina, pero no del futbolista, a pedido de la propia Vanessa.
Ese día Dominik había estado ocupado desentrañando el misterio de todo lo dicho por Josué Vargas bajo la mentira de estar poniéndose al corriente en su clase de italiano, así que ellas estaban solas en la mesa.
—Oye, Audrey, ¿puedo preguntar cómo van tus tutorías después de... ya sabes... después de lo de Rolland? —inquirió la pelirroja. Sabía que a su amiga ya le habían asignado otro tutor, pero no tenía idea de quién era o cómo se sentía ella.
—Ya preguntaste, de todos modos —bromeó, tratando de enmascarar el dolor de la pérdida—. Hace no mucho que me asignaron a Diana y las cosas no van mal. Ella es muy amable, ya sabes, pero...
—¿No es lo mismo, verdad?
Audrey la miró, con los ojos empañados.
—No. No lo es.
Vanessa casi pudo sentir cómo el corazón de la chica se rompía en un millón de pedacitos... otra vez. La había visto llorar por Rolland ya bastante tiempo, y sabía muy bien que se sentía culpable por su muerte, pero no soportaba verla así, tan débil.
La joven cerró todavía más el espacio entre ambas y estuvo a punto de darle un abrazo, cuando algo se lo impidió: un par de bandejas con comida que cayeron en su mesa con un pequeño estruendo que las asustó, y se trataba nada más y nada menos que de Bryan y Lisa. Vanessa, al verlos, levantó una ceja con expresión interrogante.
—¡Hola! —dijo Lisa.
—¿Qué hay? —le siguió Bryan.
Pero el semblante perplejo de las chicas permaneció intacto en sus rostros.
—Emmm... No quiero sonar descortés, pero, ¿me perdí de algo o desde cuándo se sientan ustedes en nuestra mesa? —preguntó la pelirroja.
—Yo desde que descubrí que en realidad mi desagrado por Audrey era producto de un malentendido —respondió Lisa con la mejor de las actitudes.
—Y yo desde que me aburro como una ostra sentado allá solo —Bryan señaló la que solía ser su mesa, ahora abandonada del todo—. Espero que no les moleste nuestra presencia aquí.
Audrey negó con la cabeza.
—No, está bien. De hecho qué bueno que estamos los cuatro reunidos, porque he querido hablar con ustedes, ya que tengo algo muy importante qué decirles.
Lisa miró a Audrey.
—¿De qué se trata?
—Bueno, primero que nada, Bryan, ¿recuerdas lo que te dije hace unos días? Aquello sobre que te ayudaría con el asunto de ya sabes quién.
Por supuesto que sabía que se refería a ayudarlo en la búsqueda de su hermana Jazmín, pero se revolvió incómodo al pensar en las otras dos chicas oyendo algo tan privado.
—No creo que debamos discutir eso aquí...
—Claro que deberíamos.
—Es que...
—Mira, tú descuida. Yo confío plenamente en Vanessa, sé que ella puede escuchar y no dirá una sola palabra, y además, para poder cumplir mi parte del trato, necesito la ayuda de Lisa, por lo que también deberá enterarse, así que si te ayudo, tendrá que ser bajo mis términos. ¿Qué dices?
El chico dudó un momento.
—¿Estás segura?
—Por completo.
—Está bien... —dijo, no muy convencido.
Y entonces, Audrey comenzó a hablar a sus desconcertadas compañeras de mesa:
—Bien, antes deben prometer no decirle a nadie nada de lo que les diré. ¿Lo prometen? —en cuestión de un instante recibió la respuesta afirmativa de las chicas—. Miren, resulta que Bryan solía tener una hermana pequeña llamada Jazmín. Ambos eran muy cercanos, pero un día ella desapareció.
—¿En serio? —Lisa se mostró sumamente sorprendida. Audrey asintió—. Bryan, no tenía idea...
—La cosa es que poco tiempo después, bajo circunstancias poco convencionales, Bryan encontró pruebas que parecen ligar al profesor Cade con la desaparición de Jazmín.
»Vanessa, ¿recuerdas la conclusión a la que llegamos al descubrir el video de Paula acusando a Oliver de cualquier cosa que pudiera pasarle?
—Sí, que probablemente se refería a Cade.
—Porque anteriormente habían tenido una relación secreta.
—¡Oigan, vayan más despacio! —exclamó Lisa tratando de entender todo, pero se sentía perdida—. ¿Básicamente me están diciendo que el atractivo profesor de educación física es como un pedófilo que también se robó a la hermanita del chico al que todos en la escuela le tienen miedo? No logro entender porqué una cosa tendría que estar ligada con la otra.
—Porque Paula desapareció poco después de que Darren y yo... Digo, de que yo la vi besándose con el profesor.
—Y no ha sido la primera a la que le pasa —añadió Bryan—. Una vez que descubrí lo que liga a Cade con mi hermana, lo vigilé más de cerca y descubrí que aquello es muy común: se liga chicas lindas, está con ellas un tiempo y después desaparecen de la escuela sin que se vuelva a saber de ellas. Si existe un patrón, tal vez podamos descubrirlo...
—¡Y así formarnos una idea de qué tiene qué ver él con Jazmín! —completó Vanessa uniendo las piezas.
—¿Y como para qué me necesitan a mí? —siguió Lisa, a la que la información le estaba provocando un colapso.
—Porque creo que tengo un plan, pero necesito de tu ayuda para que pueda funcionar —dijo la rubia muy confiada de sí misma.
—¿De qué se trata?
—Es complicado de explicar, pero lo único que puedo decirte es que, si sale bien, no solo podríamos ayudarle a Bryan a encontrar a su hermana, sino que también le haríamos justicia a esas compañeras y lograríamos que la escuela despida a Cade Roxley para que no vuelva a meterse con chicas inocentes, así todas estaríamos mucho más seguras. ¿Te animas a ayudarnos?
Lisa se lo pensó. Hasta hace unas semanas, se habría reído en la cara de Audrey negando su apoyo de forma terminante. Antes no le habría importado nada que tuviera que ver con el resto de las alumnas de la escuela, pero ahora pensaba en lo insegura que resultaba la institución con un pedófilo caminando deliberadamente por sus pasillos. Con Cade libre, todas estaban en un constante peligro, incluida ella. Además, a su mente llegó la imagen de la hermanita de Bryan. ¿Merecía alguien pasar por lo que él? O sea, Bryan le provocaba que su corazón latiera lleno de miedo tan solo observar sus ojos amarillos, pero tenía la sensación de que, por más malo que pareciera, por dentro no solo era un buen tipo, sino que estaba sufriendo, y si estaba en sus manos ayudarlo y ayudar a sus compañeras, lo haría, solo por el placer de apoyar a la gente aunque no muchas personas lo hubieran hecho por ella antes. De modo que levantó la cabeza, miró a Audrey a los ojos con una profunda determinación, y dijo:
—Hagámoslo.
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