Capítulo 8
Su relación estaba prohibida. Ambos lo sabían.
En su mundo existía una enorme cantidad de reglas que siempre habían respetado al pie de la letra sin ninguna objeción, quizá porque pertenecían a la cima de la pirámide en sus respectivos ejércitos, ella como la capitana de los Cazadores y él como la mano derecha del capitán de los Iztac, o quizá porque sabían cuántas leyes violaban cada noche en que se encontraban en mitad de un paraje solitario, ya fuera en el mundo humano o en los alrededores del mundo Iztac para darle rienda suelta a la pasión que sentían uno por el otro, y buscaban compensarlo de alguna forma, fingiendo ser el ejemplo para sus bandos. Fuera como fuese, nadie había sospechado hasta el momento de la relación que mantenían, porque eran muy buenos ocultando cada rastro del amor entre ellos. Sin embargo, y aunque una parte de ellos moría porque las cosas fueran diferentes, algo en mantener un romance secreto les parecía de lo más divertido. Las miradas furtivas que se echaban, la tensión cuando estaban en la misma habitación con una tercera y talvez cuarta persona, la manera en que algo en Dominik se endurecía inevitablemente al verla con su uniforme de Cazadora, cuya tela vinílica se ajustaba a su cintura, delatando la forma perfecta de su cuerpo o el modo en que las manos de ella sudaban al pensar en lo que hacían cada noche... Todo eso les parecía apasionante, y tal vez esa era la razón por la que, aunque sabían que estaba mal, no se atrevían a dejar al otro.
Por supuesto que todo siempre debe tener un inicio.
Lo suyo comenzó por lo menos medio siglo después de que los Iztac y los Cazadores hubieran descubierto mutuamente su existencia. Cada uno había conocido ya el modo de vida del otro bando, sus costumbres, tradiciones, misión, visión e historia de creación, pero ante todo, capitan con capitán se habían reunido en la plancha del palacio Iztac con su respectiva mano derecha, es decir, Oliver y Dominik.
Ese día, un quince de abril, para ser exacto, todos los Iztac se hallaban en la explanada a la espera de los famosos «Cazadores», de los que su capitán les había contado. Evan se encontraba en la entrada del palacio junto a su hermano, esperando paciente a sus invitados, aunque estos ya se habían demorado mucho.
—¿Estás seguro de que van a llegar? —le preguntó Dominik a Evan, ya cansado de haber esperado durante mucho tiempo.
—Sí... Solo han tardado un poco pero llegarán.
Dominik encogió los hombros, ya empezando a dudar que los dichosos Cazadores fueran a aparecer, cuando de pronto, todos los Iztac fueron testigos de la manera en que el cielo se ensombreció temporalmente gracias que había quedado oculto por las miles de alas negras que tapaban cada rayo naciente del sol.
Cuando Dominik alzó la mirada, vio a todos esos ángeles negros cuyas alas llameaban por la parte inferior, pero su mirada pronto viajó hacia una única muchacha, que aterrizó con suavidad en el suelo, frente a Evan. Era castaña, de melena larga, ondulada y preciosos ojos verdes que pronto se fijaron en él. A su lado aterrizó pronto otro chico bastante parecido y por detrás, los Iztac le hicieron espacio a los demás Cazadores, pero eran tantos que tuvieron que apretujarse ocultando sus alas.
—Saludos —dijo la chica, haciendo una reverencia que Dominik y Evan le regresaron—. Mi nombre es Abril Grey, y soy la líder de los Cazadores. Él es mi hermano Oliver.
Su voz era suave, pero había algo en su modo de hablar que a Dominik lo cautivó enseguida. Quizá fuera la decisión que le imprimía a sus palabras.
—Yo soy Evan Parker, capitán de los Sangre Blanca, y él es Dominik, también mi hermano y mano derecha.
—Un placer conocerlos —musitó Oliver sonriendo ante sus dos anfitriones.
Cuando la primera alianza se fraguó entre ambos ejércitos, Dominik empezó a ver mucho a Abril rondando por el palacio Iztac, y ella a él por el fuerte de los Cazadores. Ambos solían convivir mucho, hablaban, compartían experiencias o simplemente desahogaban la pesadez de pertenecer a una especia de seres antihumanos. A veces parecían tener los mismos deseos de ser normales por un día, no tener que pensar en batallas con demonios o en nada que se le pareciera, y a veces hablaban de lo agradecidos que se sentían por tener el privilegio de servir a cuatro deidades mitológicas en las que ya casi ningún humano creía.
Cincuenta años transcurrieron de fiel amistad para ambos, pero, a medida de que pasaban más tiempo juntos, empezaban a verse de diferente manera; de pronto Abril para Dominik ya no solo era la valiente líder de los Cazadores, sino una preciosa muchacha cuyo atuendo siempre negro, le otorgaba un aire de misterio muy acorde a su actitud aguerrida, de estrecha cintura y piernas largas que le cortaba la respiración al Iztac cada vez que la veía pasar por en frente.
Ella, por su parte, no sentía algo menos fuerte hacia Dominik. Desde el primer momento en que se habían mirado, sus ojos azules, su piel blanca y su cabello castaño la habían conquistado por completo aunque no se hubiera atrevido a expresarlo. Pero tenía la certeza de que cada vez hacía el intento por pasar más tiempo a solas con él y reír ante sus hilarantes comentarios o impresionarse con la inteligencia que su mente guardaba. Lo quería, estaba claro, pero ahora solo faltaba que se atreviera a confesarlo, sin embargo, ¿tendría la valentía de hacerlo?
La respuesta a su pregunta llegó una noche en la que el cielo se encontraba más estrellado que de costumbre; ambos se habían reunido en secreto para compartir experiencias como cada vez que hallaban un momento libre, y en ese instante se encontraban junto al lago en el fuerte de los Cazadores. Solos, en mitad de la penumbra, los chistes empezaron a surgir en la conversación, hasta que, poco a poco, las risas fueron menguando para convertirse en un silencio incómodo que ninguno sabía cómo romper.
—Es... una noche hermosa, ¿no? —habló Dom, tragando saliva sonoramente. Ya era muy malo hablando, como para también ser creador de una conversación que no había planeado.
Abril se acercó más a él, colocándole una mano sobre el hombro.
—Sí... Hace mucho tiempo que no había tenido ocasión de admirar el cielo. Me pregunto si me he perdido más noches estrelladas iguales a esta.
—Es probable —replicó el Iztac, pero como ya no supo qué más decir, ambos se quedaron callados nuevamente.
Fueron cinco minutos demasiado tensos donde nadie de los dos sabía qué decir para cortar la tensión. Ambos tenían cosas en mente que callaban por miedo, y por más que intentaban hablar, no encontraban las palabras adecuadas.
Entonces, súbitamente, Abril volteó a ver a Dominik, delatando un brillo inusual en sus ojos, uno que él pocas veces había tenido ocasión de ver. Cuando él la observó, el azul de sus iris resplandeció gracias a la luz de la luna, y en su boca se dibujó una sonrisa tímida.
—Dominik, yo... quería decirte algo... —musitó la chica, dubitativa como pocas veces—. Creo... Creo que estoy empezando a...
Pero ya no pudo seguir hablando, porque en ese momento, el joven se abalanzó contra ella en un movimiento impropio de él y la tomó por la cintura, uniendo sus labios en un beso tan sorpresivo como salvaje.
En el fondo pensó que ella lo alejaría, claro, pero grande fue su asombro al sentir que Abril lo tomaba por el cuello de la camisa y lo acercaba todavía más a ella, apurando el beso con visible urgencia en su actuar. Pronto, este se tornó bestial, al igual que el movimiento en las manos de los dos, que paseaban por el cuerpo del otro hasta que, absortos en una pasión que nunca antes habían sacado a la luz, se obligaron a ocultarse entre los arbustos del pequeño bosque que se extendía ante ellos y al verse solos, las ropas empezaron a caer y los jadeos brotaron de sus bocas, tan quedos como una conversación secreta entre susurros.
Los besos de Dominik en el cuello de Abril despertaron en ella una necesidad que nunca antes había sentido, y cada toque de sus manos representaba para el chico un peldaño más en la escalinata hacia el paraíso. Se querían, se necesitaban. Y ahora, no les importaba que las relaciones entre sus bandos estuvieran prohibidas, porque no se creían capaces de abstenerse de lo que sentían ahora que lo estaban experimentando aquella noche en la oscuridad del bosque.
Cuando todo finalizó, cuando sus cuerpos saciaron sus deseos carnales temporalmente, decidieron que no podrían soportar tanto tiempo sin repetirlo, por lo que cada noche que podían, que sus obligaciones en sus ejércitos no los frenaban, ellos se dirigían a un lugar secreto y satisfacían sus necesidades atiborrándose del amor que tenían guardado uno para el otro.
Pero nada es para siempre, ya por ende, un día todo llegó a su fin...
✨✨✨
Dominik contempló la vista del pueblo desde su balcón sin atreverse a encarar a Audrey. Había pasado algunos instantes rememorando la relación que había sostenido con Abril durante el tiempo suficiente para considerarse un noviazgo significativo, pero su protegida no paraba de murmurar cosas que acabaron por obligarlo a salir de su ensoñación.
—¡Pero, ¿cómo es posible?! ¿Tú y Abril? No, no, no. Seguro que me estás jugando una broma, porque yo no puedo verlos juntos, no como pareja, al menos.
El ángel se giró a verla, muy serio.
—Dime, ¿alguna vez te he jugado una broma?
Ella se lo pensó.
—No, pero esto suena como la primera. Es que es impensable que alguien como tú, ya sabes, tan lindo y educado, hubiera salido con alguien como Abril. Tú mismo lo dijiste: es una salvaje.
—Bueno, pero lo creas o no, no siempre fue así. Cuando estábamos juntos, ella solía ser... mmmm... diferente. Era más tierna, comprensiva y no explotaba ante la menor provocación. Llámame mentiroso si quieres, pero puedo asegurar que mi relación con ella fue de las pocas cosas que he disfrutado siendo un Iztac.
Audrey lo miró, anonadada.
Recordaba vagamente que en una ocasión, los amigos de Alex y los suyos se habían reunido en la casona para perder el tiempo. En algún momento dado se animaron a jugar botella y en una ocasión, James tuvo que hacerle una pregunta a Dominik, que al final había sido «¿volverías con tu ex?». Dom había dicho que solamente si dejaba de mentir y confesaba la verdad, y entonces, un carraspeo se había escuchado, pero Audrey nunca pudo saber de quién provenía... hasta ese momento.
Abril.
Abril había sido la ex de Dominik, y aunque él aseguraba que no siempre habían tenido la desastrosa relación de ahora, en el presente lo único que hacían era pelear como perros y gatos.
—Pero, ¿qué pasó para que ustedes terminaran? —preguntó con timidez. Dominik seguía contemplando el pueblo con cierta melancolía y Audrey tenía miedo de estar siendo inoportuna.
—Verás: las relaciones entre Sangre Blanca y Cazadores no siempre estuvieron prohibidas. Después de algún tiempo de relación secreta entre los dos, alguien nos descubrió, no sé cómo, no sé porqué, y le fue con el rumor al Consejo de aquél entonces, en el que estaban Evan y Oliver. Ellos nos interrogaron, pero cuando entendieron que estábamos dispuestos a aceptar el castigo, decidieron permitir que siguiéramos juntos con la única condición de mantenernos con los pies en la tierra para no descuidar nuestro puesto de capitana y mano derecha.
»Pudimos gozar de aquél noviazgo un par de siglos más, tal vez, antes de que... Bueno, antes de que pasaran cosas...
—¿Qué cosas?
Audrey lo miró, expectante.
Dominik abrió la boca, comenzando a explicar por primera vez en la historia, las razones por las que Abril y él habían dado fin a su lujuriosa relación, cuando un toque en la puerta los sobresaltó. El chico puso los ojos en blanco, dio permiso a la persona tras la puerta, y pronto hizo su aparición Evan, que los miró a los dos con cierto aplomo.
—Dom, ¿cómo te sientes? —inquirió el capitán.
Melancólico, triste, adolorido, con ganas de llorar...
—Estoy bien. ¿Sucede algo? —replicó, en vez de todas esas cosas que le hubiera gustado contestarle.
—El fantasma, Romina y Audrey deben volver a sus casas, porque el alba comienza en dos horas. Necesito que asignes a dos de tus hombres para que los lleven de vuelta a la mansión, ya que Oliver se ocupará de Romina.
—Que los lleve Kaet. Estoy seguro que él podrá solo, si es que Audrey no tiene inconveniente.
—No, desde luego —replicó Audrey, odiando tener que marcharse.
Evan ordenó entonces a la chica que se dirigiera hacia el recibidor, donde ya Darren aguardaba por ella. De manera que se vio obligada a despedirse de su guardián y dejó la habitación cerrando la puerta a su espalda.
Entonces, y solo entonces, Dominik volvió a adentrarse en sus dolorosos recuerdos.
✨✨✨
A pesar de que Roberto una vez había dicho que en México las personas no se arraigaban a la costumbre de vestir de negro en los funerales, la ceremonia para el entierro de Rolland parecía haber optado por retener esa regla, porque la gran mayoría de los presentes se encontraban ataviados en prendas oscuras, otorgándole un aire solemne al adiós del tutor.
Había que hacer hincapié en el hecho de que la casa de Gustavo Carson, con lo grande que era, estaba albergando con una facilidad extraordinaria a más de trescientas personas, entre las que destacaban los profesores, tutores, algunos alumnos de la preparatoria, familiares y miembros del cuerpo de policía que se habían encariñado con el muchacho a lo largo de los años.
Por supuesto que la invitada más destacable entre el gentío era la propia Audrey Williams, más que nada porque era un secreto a voces que se trataba de la última persona que había visto al muchacho con vida antes de su trágico deceso, pero ella hubiera querido que no fuera así, porque ahora no solo no le quitaban los ojos de encima, sino que, entre murmullos, se creaban locas teorías en torno a que era la posible asesina del universitario y Gustavo no se había dado cuenta de ello.
Sobraba decir que Audrey apretaba los puños tratando de resistir el impulso de gritarles que eso no era verdad, y lamentaba que ni Darren, ni Dominik, Morgan u Oliver fueran capaces de desmentir aquél rumor estúpido.
Por otro lado, había algo que le molestaba mucho más: la hipócrita aparición de Patricia y Darío, la madre de Rolland y su amante, o mejor dicho, el verdadero padre del chico. Claro que no solo era su llegada lo que sacaba de quicio a Audrey, sino que ambos tenían la osadía de irse paseando por allí con lágrimas de cocodrilo en los ojos para ir recibiendo los pésame que no les correspondían, seguramente solo con la finalidad de llamar la atención.
Darren, a su lado, tampoco paraba de observar con desprecio el modo en que los invitados se acercaban, conmovidos por el llanto de Patricia y musitaban su sentir, ajenos a la verdadera situación familiar del muchacho.
—No puedo creer que esté haciendo todo un teatro para llamar la atención —decía el fantasma muy cerca de Audrey, pese a saber que no le respondería porque en ese momento era invisible a ojos de los demás—. Digo, abandonas a tus hijos cuando apenas tienen diez años, luego regresas a destrozarle la vida a uno de ellos diciéndole que no es hijo de quien creía y ahora finges que te importa solo para quedar bien ante los demás. No sé cómo Gustavo pudo permitirle entrar al funeral de Rolland...
Audrey asintió de un modo muy discreto, y antes de que Darren pudiera seguir emitiendo su juicio en contra de la mujer y su pareja, Dominik se acercó. Cuando se detuvo junto a la joven, sus ojos parecieron destellar bajo la luz del sol, contrastando con el negro de su traje elegante.
—Ya estoy aquí —le dijo a la chica, hablando lo más bajo posible, y dibujó una sonrisa de labios cerrados—. ¿Darren está contigo?
—Sí, aquí está. —Señaló hacia su costado izquierdo, donde estaba parado Darren—. ¿Ya llegaron los demás?
Dominik asintió, y entonces, el corazón de Audrey dio un vuelco. Las manos comenzaron a sudarle y la preocupación se desbordó por cada poro de su piel, pero hizo todo lo posible por no darlo a notar ante su guardián, que la miraba atento ante la más mínima señal de cobardía.
Finalmente había llegado el momento más temido por Audrey: el inicio del plan para conseguir el nombre del patólogo que había realizado la autopsia al padre de familia apuñalado. Sí, su preocupación pudiera parecer una nimiedad ante el plan que ya tenían trazado Evan, Dominik, Abril y Oliver, pero la verdad era que estaba muy nerviosa por lo que llegase a salir mal, cualquier cosa.
Dominik se percató de ello, por lo que colocó una mano sobre el hombro de su protegida, le lanzó una penetrante mirada, y le preguntó:
—Audrey, ¿te encuentras bien?
Ella se lo pensó antes de brindar una respuesta.
—Sí, es solo que... ¿Qué pasa si no quiero hacerlo? Es que tengo mucho miedo de que el plan fracase y nos metamos en problemas con la familia Carson. ¿Y si nos descubre Gustavo? ¿Y si nunca podemos saber nada acerca de la dichosa sangre negra?
El Iztac dibujó una sonrisa confortante en su pálido rostro, conmovido por el pánico de Audrey.
—Amiga, no tienes que hacerlo si no quieres... Digo, todos ya están en su respectiva posición, pero podemos elaborar otra estrategia para conseguir la información que necesitamos. No obstante, no debes sentirte insegura. Nunca permitas que el miedo limite tus capacidades, bajo ninguna circunstancia, ¿me entiendes? Puedes hacer grandes cosas, lo sé porque yo mismo he sido testigo de ello, pero si tu miedo es más grande, no llegarás muy lejos en la vida.
»De cualquier forma, si sientes que no puedes llevar a cabo tu parte, convenceré a mi hermano de intentarlo otro día. E igualmente, si llegas a fracasar, siempre puedo pedirle a Abril que utilice sus poderes para distorsionar la memoria de quien te descubra. —Dominik encogió los hombros, despreocupado, y Audrey esbozó una sonrisa genuina. No sabía si era porque Dom era su ángel guardián, pero sus palabras habían surtido un efecto de alivio en ella y le habían brindado una dosis de esperanza.
De modo que se lo pensó un momento. Clavó los ojos en el féretro de Rolland, a casi cuatro metros de distancia, y observó los adornos y flores que sus conocidos habían colocado para él. No podía mentirse. Estaba enojada por el fallecimiento de su tutor; impotente, triste, pero sobretodo, ávida de obtener respuestas y así vengar su muerte, porque no le era suficiente saber que en cuanto los encontrara la policía, a Monique y Víctor les esperaban varios años de cárcel. Ella quería, necesitaba saber porqué había muerto Rolland y sobretodo, si había valido la pena su sacrificio. Con aquello en la mente, solo le bastaron algunos minutos antes de que la dominara una repentina valentía para volverse hacia Dominik, con la decisión reflejada en los ojos, y dijera:
—Está bien, hagámoslo.
Y en cuanto Dominik asintió, complacido, Audrey se escabulló discretamente hacia la cocina, dando inicio al plan creado por Evan.
✨✨✨
Las indicaciones que le había dado Isabella a Audrey estaban demasiado claras en su cabeza. Le había contado todo lo que necesitaba saber para armar un eficaz plan de robo, por lo que era de esperarse que recorriera el interior de la casa como si hubiese vivido allí desde vario tiempo atrás.
Lo primero que tenía que hacer, según la estrategia, era esconderse en la casa tan bien como pudiera hasta que la ceremonia religiosa comenzara, así que, cuando el obispo llegó y toda la gente comenzó a salir, se escabulló hasta el sanitario y permaneció allí hasta que ningún ruido llegó a sus oídos.
Abrió la puerta lentamente y se asomó solo para estar segura de que se encontraba sola. Posteriormente, caminó por la estancia, tan silenciosa como un ladrón, hasta que llegó a una puerta que había junto a la sala de estar. Giró el picaporte un par de veces y comprobó que estaba cerrada.
—¡Rayos! —exclamó.
A continuación se dirigió hacia la parte trasera de la inmediación y pudo encontrar otra puerta muy cerca de la escalera que llegaba al segundo piso, que tal como Isabella le había contado, siempre estaba abierta y la conducía al jardín trasero.
Salió, esperando que los Cazadores ya hubieran empezado a ejecutar su parte del plan y caminó directamente hacia donde se suponía que estaba la ventana de la oficina de Gustavo, repitiendo en su mente las indicaciones de Isabella.
Según el plan, debía infiltrarse a través de esa ventana que la propia hermana de Rolland dejaría abierta para ella, y eso fue justo con lo que se encontró cuando dobló hacia la derecha dos veces, pero para desgracia suya, tarde se dio cuenta de que estaba muy alta y le era imposible alcanzar el marco hasta con las puntas de sus dedos.
Blasfemó en voz baja por ello y trató una y otra vez de brincar para colarse por la ventana corrediza, mas cinco minutos después, todavía no había podido lograrlo.
Mientras tanto, en la misa llegó el triste momento de que los más allegados a Rolland ofrecieran un pequeño discurso de despedida frente a los demás, y esa fue justo la señal de Dominik para que iniciara su parte del plan, de manera que miró hacia la persona a su lado izquierdo, se acercó a ella y le dijo en voz lo suficientemente alta como para que Vanessa, a su otro lado, también lo escuchara:
—¿Quisieras decir algunas palabras?
Ella asintió con la cabeza y, con los ojos cristalizados, caminó hacia el escenario sobre el que los invitados contaban sus aventuras con Rolland.
Todos voltearon a verla cuando estuvo frente al atril, con un discurso previamente escrito. Algunos con curiosidad, otros con compasión y Darren, Oliver, Dominik y Abril la observaban nerviosos, esperando que el plan no se viniera abajo en un segundo.
Porque la persona que estaba delante de todos, era la mismísima Audrey Lynn Williams. O bueno... mejor dicho, un clon exacto, porque la verdadera todavía intentaba treparse en la ventana sin éxito. Pero lo más importante era que nadie parecía sospechar nada...
✨✨✨
Audrey había perdido ya la cuenta de los minutos que había gastado intentando adentrarse en la oficina sin tener éxito en su cometido. Estaba segura de que fracasarían en la misión por su culpa y ya planeaba una disculpa para ofrecer a los Cazadores y a los Iztac.
Golpeó la pared, enfurecida, y de pronto sus ojos detectaron un movimiento a la izquierda. Cuando miró hacia allí, asustada, se topó con los ojos amarillos de Bryan Sheppard, quien pronto intercaló la mirada entre ella y el clon que aún daba su discurso en el atril del escenario. Naturalmente la extrañeza se dibujó en su rostro al darse cuenta de la anomalía.
—¡¿Audrey?! ¡Pero qué...!
Ella puso los ojos en blanco. Lo tomó de la muñeca y tiró de él hasta que ambos estuvieron escondidos tras la pared.
—¡Shhhh! No hables, o todo se estropeará...
—¿Todo? ¿Qué es todo?
Aunque asustado, Bryan todavía conservaba la poca cordura que le quedaba.
—¡Calla! Mira, ahora no puedo explicarte nada, pero necesito tu ayuda para subir a la ventana. ¿Crees que puedas hacerlo?
Bryan frunció las gruesas cejas.
—Te ayudaré, claro, pero, ¿para qué quieres subir allí?
Audrey chistó de nuevo.
—Bryan, ya te dije que no puedo explicarte nada ahora, pero si me ayudas, te contaré lo que sucede más tarde, ¿de acuerdo?
Él se quedó pensándolo por un momento. Después, su rostro dibujó una diminuta sonrisa y dijo:
—Está bien, te voy a ayudar. Pero si te descubren, yo no seré parte de esto.
Audrey asintió rápidamente, y con ayuda del muchacho, fue tan fácil atravesar la ventana, que en menos de un minuto, los dos ya estaban adentro de la extensa oficina del señor Carson.
Bryan escudriñó el lugar, observando que dos de las cuatro paredes estaban cubiertas por un mueble gigante atiborrado con libros de todos tamaños y colores. A la derecha de la puerta había dos macetas con plantas tan altas como él, y en el centro se encontraba un escritorio de metal pintado de blanco.
Vio a Audrey yendo directo hacia allí y abrió los ojos de par en par al observarla abriendo los cajones para husmear entre las carpetas que se encontraban guardadas allí.
—¿Qué carajo...? Audrey, ¿estás... robando?
Ella lo miró, avergonzada.
—No, claro que no. Yo solo... estoy buscando una carpeta en especial que tiene información que necesito a la brevedad. El señor Carson no quiso proporcionármela cuando fui a declarar y yo en verdad la necesito.
—¿Por qué? ¿De qué clase de información se trata? —La mirada de Bryan se agudizó sobre Audrey, suspicaz. Ella se revolvió incómoda, buscando la manera adecuada de explicarle sin envolverlo mucho en el tema.
—Es... Es la posible razón por la que la asistente de mi padre mató a Rolland Carson.
Bryan se mostró sorprendido.
—¿A qué te refieres con eso?
Audrey cerró los ojos y aclaró sus ideas antes de brindarle una respuesta.
—Es que hay un hombre, Bryan. Y ese hombre quizá tiene la clave para descubrir porqué esa mujer asesinó a Rolland y porqué Víctor me secuestró. Mira, seguro no vas a entenderlo, pero yo necesito descubrir el motivo por el que él ya no está aquí. Su padre es el jefe de la policía y ni siquiera él lo sabe. Necesito hablar con ese hombre para que me ayude a descifrar las razones que llevaron a esos dos a acabar con su vida. Quizá tú no lo entiendas, pero si yo no logro descubrirlo, nunca podré estar en paz conmigo misma, principalmente porque en parte es mi culpa que ahora esté metido en ese féretro.
Las lágrimas resbalaron por su rostro, conmoviendo a Bryan.
Él, por su parte, se acercó y se las limpió con cautela, dándose cuenta de lo que Rolland significaba para Audrey.
—Está bien, está bien. En realidad lo entiendo —susurró—. Yo tampoco podré estar en paz hasta que descubra información que me dé la clave del paradero de mi hermana Jazmín.
—Mira, si me ayudas a encontrar lo que necesito, yo te ayudaré a investigar a Cade Roxley y descubrir qué pinta él en la desaparición de tu hermanita. ¿Qué te parece?
Una sonrisa llena de ilusión se dibujó en el rostro de Bryan.
—¡¿De verdad harías eso por mí?! —Audrey asintió—. Entonces dime de quién debemos buscar información.
—No tengo un nombre como tal, pero se trata del patólogo que le realizó la autopsia al padre de familia que murió apuñalado a mediados de noviembre en República de Uruguay. Si pudiéramos encontrar documentos referentes a la autopsia...
Bryan afirmó con un movimiento de cabeza, y acto seguido, con la esperanza cubriendo su semblante, dijo:
—A buscar, entonces.
✨✨✨
Oliver se encontraba junto a la puerta de entrada de la casa, atento por si a Gustavo se le ocurría entrar a su oficina mientras Audrey husmeaba en ella, cuando vio pasar a Vanessa con una charola de pan, casi vacía.
Los ojos de la chica se encontraron con los de él, y sus facciones se ensombrecieron con resentimiento puro, evidente, mientras lo recorría con la mirada de pies a cabeza.
Él la observó, poco más que avergonzado.
—Hola, Vanessa... —saludó, no muy seguro de que ella le respondería.
Pero, contrario a lo que pensaba, Vanessa le contestó en un susurro lleno de duda.
—Hola...
Ambos guardaron silencio diez segundos que a Oliver se le hicieron eternos, hasta que él decidió proseguir la conversación, buscando cualquier excusa para hablarle.
—Y... ¿cómo estás?
Vanessa se mordió el labio.
—Bien, creo.
—¿Y qué tal está Romina? La he extrañado mucho.
—Está perfectamente... A veces pareciera que olvidó lo sucedido cuando la secuestraron. —Sonrió. Las mejillas se le enrojecieron un poco.
El futbolista miró a un lado y a otro, pero cuando vio que Gustavo seguía escuchando la misa y no parecía querer moverse de allí en un buen tiempo, caminó hacia la pelirroja a paso dudoso. Su cabeza trabajaba a toda velocidad en busca de temas de conversación, pero todo se le dificultó cuando se dio cuenta de que lo único que deseaba era pedirle perdón por lo ocurrido días atrás, pero no hallaba las palabras exactas para hacerle ver cuán arrepentido se sentía. Así que excavó en lo más profundo de sus habilidades sociales, tomó la charola de pan y le dijo:
—Déjame ayudarte con eso. ¿A dónde lo ibas a llevar?
—A la cocina. La madre de Rolland me pidió que la volviera a llenar para repartir a los invitados.
Oliver asintió. Seguramente Evan lo mataría si viera que había abandonado su puesto asignado en el plan, pero no importaba, porque para él, Vanessa era más importante que un simple patólogo que a lo mejor ni podría ayudarlos al final de cuentas.
Ambos transportaron la charola hacia la cocina, la llenaron de pan y no pudieran evitar que la plática trivial brotara de ellos mientras acababan con su tarea. Oliver no sabía si se le podía denominar «conversación» a la serie de preguntas que él hacía y que ella le contestaba con monosílabos, pero algo era mejor que nada y lo satisfacía de sobremanera que por fin Vanessa hubiera accedido a responder aunque un simple «sí» a sus vagas cuestiones.
—¿Te importaría ayudarme a repartir esto a los invitados? —le pidió Vanessa cuando la charola se hubo llenado.
Él miró hacia la puerta donde se encontraba la oficina de Gustavo y dudó un momento, pero al final asintió. Sin embargo, no obedeció a la chica de inmediato. De hecho, cuando esta ya empezaba a caminar hacia la salida, él la sostuvo por la muñeca, haciendo que lo mirara.
—¿Qué pasa? —Vanessa enarcó una ceja.
—Oye, yo... Tengo que decirte algo —farfulló casi en un susurro—. Es algo importante, pero no sé cómo decírtelo.
Aquello que buscaba explicarle, era ni más ni menos que la verdad acerca de su naturaleza como ente paranormal. Nadie sabía que pensaba decírselo, y estaba muy al tanto de que le costaría un castigo bastante doloroso revelarle todo a una humana sin el permiso de Abril, pero había reflexionado una y otra vez durante la noche anterior y la única conclusión a la que había llegado era esa: debía ser sincero con ella y tal vez así podría comprenderlo.
Sin embargo, ella no le dio la respuesta que esperaba. En lugar de eso, tomó la charola, caminó unos pasos y se volvió a decirle:
—No necesito que me digas nada, Oliver. Para ser honesta, no creo que haya algo lo suficientemente fuerte como para hacerme volver contigo. Me lastimaste, y nada podrá reparar el daño, ¿comprendes?
—Pero esto que te diré sí que te hará entender porqué te dije todas esas cosas horribles aquél día. Es que es algo muy raro pero te hará entender muchas cosas, no solo de mí, sino también de Abril o Dominik. Por favor, tan solo escúchame...
Pero, pese a los ruegos, Vanessa negó con la cabeza. Sus ojos ya se veían cristalizados.
—Lo lamento, Oliver. No quiero escucharte, y nada de lo que me digas me hará cambiar de opinión... Andando, o el pan se va a endurecer.
Y tras eso, Oliver la siguió sintiendo, por primera vez, que el corazón se le había quebrado en mil pedazos.
✨✨✨
Habían pasado ya varios minutos de revisión exhaustiva a la oficina de Gustavo y ni Audrey ni Bryan lograban hallar nada relacionado a la autopsia, aunque, naturalmente, Audrey estaba más desesperada que Bryan, de hecho era ella quien había revisado la mayor parte de los archivos guardados en un estante, pero los minutos pasaban y no podían lograr su cometido.
—¿Estás segura de que los documentos que necesitas están aquí? —le preguntó Bryan, en un momento dado—. No he visto nada que se ajuste a la descripción que me diste. No hay nada sobre la autopsia de ese hombre. ¿No te habrás equivocado?
Ella juntó los labios, exasperada.
—No sé, no lo creo. Una persona de confianza me dijo que estaban aquí, y no hay razón para que me mienta...
—Entiendo. Solo me falta un cajón, así que lo revisaré, ¿de acuerdo?
—Sí, a mí también me falta uno. Espero encontrar lo que necesito.
Se llevó las manos a la cabeza. La paciencia se le había agotado minutos atrás, pero en parte agradecía tener la ayuda de Bryan porque de lo contrario, seguro que apenas llevaría la mitad del lugar revisado.
—Y... ¿exactamente qué uso les vas a dar a esos documentos si los hallamos? —oyó que le preguntaba Bryan mientras revisaba su último cajón, atormentada a sabiendas de que la cantidad de carpetas disminuían sin haber encontrado lo que necesitaba.
—Es una larga historia...
—No te preocupes, tengo tiempo.
Audrey resopló por lo bajo.
—Quiero encontrar el nombre de un hombre al que debo hacerle algunas preguntas. Quizá él sepa un poco más acerca de... un asunto algo personal. Lamento no poder decirte mucho, pero como verás, ya no confío con tanta facilidad en las personas, sobretodo en aquellas que no conozco.
—Sí, lo entiendo, pero...
Bryan dejó de hablar de repente. Audrey pensó que tal vez se había dado cuenta de que formular más preguntas no le serviría de nada, sin embargo, más pronto de lo que pensó, Bryan musitó algo que la hizo entender porqué se había callado.
—Espera un momento... Audrey, ¡lo encontré! ¡Encontré lo que buscabas, aquí está, aquí está!
La chica se volvió a la velocidad de la luz y lo miró sosteniendo un formato. Abrió los ojos de par en par, deseando poder decirle a sus amigos que el plan había sido todo un éxito. Estaba a punto de festejar a lo grande junto con Bryan, cuando de repente, la puerta de la oficina se abrió.
Y Patricia se dejó ver al otro lado del umbral, con una ceja perfectamente levantada.
—¿Me puedes explicar qué demonios estás haciendo en la oficina de Gustavo?
Y Audrey se quedó petrificada.
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