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Capítulo 7

—Todo comenzó cuando descubrí que Monique Blanchard le robaba documentos a mi familia para entregárselos a alguien. A un tipo llamado Armando Villegas.

Audrey miró a los ojos a Gustavo Carson y el verde de sus iris reflejó nada más que la sinceridad en sus palabras. No parpadeó, no dubitó ni siquiera porque los nervios la carcomían. Mientras tanto, el padre de Rolland la observó desde el otro lado del escritorio con una mano acariciando su barbilla, y Leonard la escuchaba muy atento, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con caer de sus ojos.

—¿Cómo supiste que robaba documentos?

Una secretaria escribió las palabras de Gustavo a toda velocidad en su computadora, mientras Audrey se lamió los labios tratando de recordar la coartada que había armado para no involucrar a Darren. El corazón le latía veloz, a sabiendas de que cualquier paso en falso la convertiría en una sospechosa de la muerte de Rolland.

—Un día mi padre me mencionó que las cámaras de su oficina estaban descompuestas —declaró. El sonido de las teclas al ser presionadas solo la alteraban más—. Me resultó extraño porque sabía que contaban con el presupuesto suficiente para arreglarlas, y considerando que Monique era la responsable de llamar a los técnicos, no me costó mucho notar después una insistencia inusual por su parte de quedarse horas extras en el hotel, así que de vez en cuando la vigilaba de cerca, hasta que en una ocasión pude notar que revisaba el archivero de mi padre y extraía carpetas con documentos.

—¿Cómo sabías que eran de tu familia? —indagó el policía.

—Porque en Canadá a veces ayudaba a mi hermano a ordenar la oficina de mi padre y sé de sobra que él solía meter documentos de él o de mi mamá en el último cajón del archivero.

Gustavo volteó a ver a Leonard.

—¿Es cierto eso, señor Williams?

Leonard asintió.

—Así es.

Audrey procedió a seguir narrando su relato.

—Cuando descubrí a Monique husmeando en el archivero, fue del último cajón que extrajo los papeles, por lo que una tarde se lo conté a mi hermano y decidimos seguirla. Eso nos llevó hacia la casa de un hombre llamado Armando Villegas y allí Alexander grabó un par de videos que podrían corroborar mis palabras. Yo...

Gustavo hizo un ademán con la mano para indicar que guardara silencio. Posteriormente se llevó un bolígrafo a la boca y empezó a morder la tapa.

—¿Estás diciendo que se metieron a la casa de ese tal Armando para comprobar que sus sospechas hacia Monique fueran ciertas? —Audrey no tuvo otro remedio que asentir—. Entiendo sus razones, pero eso es hallanamiento de morada. Creo que lo comprendes, ¿no?

—Por supuesto que lo comprendo, señor Carson —dijo, con el ceño fruncido—, pero si comparamos nuestra metida de pata con lo que hicieron Monique y Víctor, creo que ambos sabemos quién saldría perdiendo, ¿no?

Él juntó los labios.

—Sí, claro, aún así creo que deberé infraccionarlos por eso, pero ya veremos su castigo más tarde. Ahora quiero que me sigas contando lo que ocurrió.

La chica suspiró.

Definitivamente aquél no había sido uno de sus mejores días. No solo por el estrés experimentado en su escuela, con medio mundo dándole el pésame por la muerte de Rolland, sino porque había pasado el día entero metida en sus pensamientos en espera de encontrar una treta lo suficientemente creíble como para no involucrar en su testimonio a un fantasma que solo ella podía ver. Eso había sido más difícil de lo que creía, porque todo en su mundo guardaba relación con Darren. Ahora que lo había pensado, existían varias cosas que no habría descubierto de no ser por él, cosa que no era sencilla de ocultar.

Además el hecho de estar allí en compañía de un hombre que acababa de perder a un hijo y otro que acababa de enterarse de que iba a tener uno, ambos examinando cada palabra suya, no era fácil. Sabía que su padre tendría dudas, y sabía que Gustavo no quedaría satisfecho con su declaración, pero eso era algo que ya no estaba en ella. No obstante, aún debía encontrar una forma de hacer que el señor Carson le dijera el nombre del patólogo.

Procedió a narrar de pies a cabeza lo ocurrido con Monique, los hombres encapuchados, Víctor y Rolland, citando casi cada una de sus palabras. No pudo evitar que el llanto se derramara por sus ojos cuando llegó a la parte en que Molina estuvo a punto de asesinarla y Rolland llegó armado con una pistola. Gustavo agachó la cabeza en ese momento, sin importar que la secretaria lo viera perder la compostura y, con lágrimas en los ojos, admitió haber sospechado que su hijo estaba metido en algo raro en sus últimos días de vida, pues se la pasaba fuera casi las veinticuatro horas, no iba a la universidad y tampoco al trabajo.

Cuando la rubia tuvo que contar lo sucedido durante el incendio, su plan de escape y el modo en que Rolland se retiró obligado por el deseo de vengar a Fany, Leonard tuvo que abrazarla a causa de la tristeza. El jefe de policía se abstuvo de llorar, depositó todo su esfuerzo en ello, pero la narración de Audrey era tan cruda que una u otra vez se limpió una lágrima de los ojos. Aunque no debemos culparlo, porque después de todo, siempre se habían querido como verdaderos padre e hijo.

Al final de la historia, Audrey sollozaba mientras su padre intentaba consolarla. Hicieron los trámites necesarios y Gustavo les aseguró que su gente empezaría a buscar a Víctor y Monique hasta por debajo de las piedras para imponerles la condena que merecían, pero ya sus palabras se notaban robóticas, como si el alma se le hubiera esfumado de pronto.

Una vez que el trato quedó hecho, Leonard se paró, estrechando la mano de Gustavo.

—Muchas gracias por todo, señor Carson. Y... mi más sentido pésame. No me imagino cómo es perder a un hijo, pero sé que de no ser por el suyo, mi Audrey no estaría viva ahora.

Gustavo esbozó una sonrisa triste.

—Lo sé, señor Williams. No puedo decir que me alegre de que su hija haya sobrevivido a costa de la muerte del mío, pero estoy muy orgulloso de ambos, ante todo porque yo conocía a Rolland como si fuera mi sangre y él nunca creyó que los amigos existieran.  Siempre los consideró como trabas para escalar hacia la grandeza, por lo que sé de sobra que si se sacrificó por Audrey, es porque ella significaba mucho para él. Además, murió como un héroe, así que no podría estar más orgulloso.

»El funeral será en tres días, por si quieren asistir. Mi asistente les dará una tarjeta con la dirección de mi casa por si gustan presentarse.

—¡Por supuesto que iremos! —exclamó Audrey enseguida—. Ya me siento demasiado mal por Rolland. No podría atreverme a faltar a su funeral.

Gustavo miró a Audrey y una sonrisa nostálgica emergió en su rostro.

—En verdad eras una amiga muy valiosa para mi hijo, Audrey —murmuró.

Después de varias horas, llegó el momento de que se retiraran, por lo que Leonard y Audrey salieron de la procuraduría bajo la promesa de que irían por un helado, pero ni siquiera alcanzaron a darle la vuelta a la calle cuando ella se volvió al señor Williams y le dijo:

—Papá, acabo de darme cuenta de que olvidé decirle algo al señor Carson, ¿me puedes esperar aquí?

Leonard frunció el ceño.

—Le dijiste todo lo que había que saber, déjalo estar y vamos por un helado, ¿no quieres que te compre tu favorito.

Por supuesto que lo deseaba, y mucho, pero sacarle información al jefe de la policía era de vital importancia para ella. Los Cazadores y los Iztac contaban con su apoyo, por lo que se negó, reiteró que debía ir y se alejó antes de que Leonard pudiera replicar.

Fue un largo tiempo de espera antes de que le permitieran hablar con el señor Carson de nuevo, pero cuando lo tuvo en frente, dudó mucho a la hora de preguntar todo lo que tenía en la cabeza. Al final respiró hondo, intentó tranquilizarse y dijo:

—Señor Carson, hay algo que no le dije porque no deseaba que mi papá lo oyera. Sé que es su deber mantener archivada cada palabra de mi declaración, pero esto me gustaría mantenerlo en secreto con usted.

Gustavo juntó las cejas. Era inusual que una jovencita de su edad quisiera mantener algo fuera de la declaración oficial, pero... Bueno, todo el caso en general ya era demasiado extraño por sí solo.

Se debatió mucho entre si aceptar o no el requerimiento, pero cuando esta le suplicó varias veces, no hizo más que aceptar, por lo que ella continuó:

—Mientras Víctor me amenazaba antes de que llegara Rolland, me dijo algo muy extraño. Algo que no ha podido salir de mi cabeza, y me pregunto si usted podría saber qué significa.

Él se mostró extrañado.

—¿Qué fue lo que te dijo?

La muchacha tardó un momento en responder.

—Me dijo que tenía sangre negra.

Sin embargo, contra todo pronóstico, el señor Carson se mostró igual de extrañado que los Cazadores y los Iztac al haber oído aquél término pocos días atrás. Audrey supo que lo más seguro era que él supiera tanto de la dichosa sangre negra como Dominik u Oliver, o sea, casi nada, gracias a la cara que puso. La pregunta que le hizo a continuación, solo confirmó sus sospechas.

—¿Sangre negra, dices? —cuestionó, excavando en la profundidad de sus pensamientos para encontrarle lógica al asunto.

—Así es, ¿le suena conocido ese término?

Ella casi apostó a que Gustavo negaría tener relación con aquello, pero para su sorpresa, miró en torno a él para vigilar que no hubiera cerca ningún oficial, se acercó más a Audrey, como si le fuera a contar un secreto muy importante y susurró:

—La verdad es que ya van varios casos de autopsias en las que a los cadáveres se les encuentra un líquido negruzco en el interior, lo más seguro es que sea sangre. La muerte más conocida hasta ahora es la del padre de familia apuñalado en noviembre, no sé si tú ya estabas viviendo aquí cuando eso pasó.

—Así es —afirmó Audrey, de pronto positiva ante la idea de que Carson parecía estar dispuesto a revelarle un poco más de información—. Y es justamente de él de quien quería hablarle. La verdad es que, la primera vez que oí aquél término no fue de boca de Víctor, sino de Rolland.

—¿De mi hijo?

—Exacto. Una tarde lo oí conversando con otra tutora acerca de lo que usted acaba de contarme. A ese hombre le encontraron sangre negra en el cuerpo y no tengo idea de si es el mismo tipo de sangre al que se refirió Víctor justo antes de que llegara su hijo. Usted... —titubeó. Había quedado claro que el jefe de policía deseaba ayudarla, pero Audrey no sabía hasta qué grado—. Usted, ¿cree que pueda proporcionarme el nombre de la persona que le hizo la autopsia al cadáver de ese hombre? Yo de ninguna manera lo usaría para mal, ni lo comprometería, pero en verdad necesito hablar con el patólogo.

Al oír eso, el señor Carson se echó hacia atrás como si alguien le hubiera soltado un puñetazo en el pecho. Parpadeó, procesando las palabras de Audrey, y dijo:

—¿Darte el nombre del patólogo? Lo siento mucho, Audrey, no creo que pueda ayudarte, eso no sería ético de mi parte.

—Pero, señor Carson, eso podría ayudarnos a encontrar la razón por la que Víctor y Monique querían matarme. Dijeron que era por eso, solo usted puede ayudarme a entender qué significa...

—Ni hablar, eso ya no me compete a mí —refutó Gustavo, con el entrecejo fruncido.

—¡Pero...!

Tanto Gustavo como Audrey habían empezado a caminar más allá de la procuraduría, pero este ya ni la miraba porque estaba más concentrado en huir de ella, encerrarse en su camioneta y poner en marcha a su gente para que dieran con el paradero de los fugitivos cuanto antes. No solo quería encerrarlos, porque la cárcel resultaría un regalo para él, todavía quería descargar su furia en ellos por haberle arrebatado a una de las dos únicas personas que amaba con todo su corazón.

Pronto, el oficial se volteó de súbito y Audrey tuvo que detenerse antes de chocar con él.

—¡No se hable más! Regresa a tu hogar, mantente segura entre las paredes de tu mansión y déjame este trabajo a mí. Te prometo que los atraparemos tan rápido como se nos permita, pero te suplico que no intervengas, o solo conseguirás ralentizar la misión, ¿está claro?

Pero Audrey ya lo miraba desafiante.

—Perdí a mi mejor amigo a manos de ellos —dijo, con la voz quebrada—. ¿Usted cree que no haré todo lo que esté en mis manos para encontrarlos?

Gustavo le regresó la mirada con algo más en el rostro, con los ojos cristalizados y un muy obvio ápice de tristeza, impropia de alguien con un puesto tan importante en la policía. Cuando habló, el tono le salió ronco, como si un nudo se le hubiera formado en la garganta.

—Tú perdiste a un amigo, lo sé, pero yo perdí a un hijo, Audrey. ¡Ellos mataron a mi hijo! Así que, si existe alguien que desea atraparlos más que ninguna otra persona en este mundo, ese soy yo. Y te juro, óyeme bien, te juro que cuando los encuentre, se van a arrepentir por haberme arrebatado a Rolland, como que me llamo Gustavo Carson.

»Ahora regresa a tu casa. Si tengo que verte de nuevo, que sea solo para el funeral de mi chico, pero no intentes sacarme información, porque no lo vas a lograr, ¿entendido?

Abatida, Audrey suspiró. Acababa de perder el poco progreso que había ganado, pero la manera en que Gustavo había hablado acerca de la muerte de Rolland la había conmovido tanto que ya no sintió ganas de replicar. De manera que asintió, se alejó del policía y susurró:

—Sí, señor Carson. Está bien...

Gustavo no se despidió, pero ella tampoco esperaba que lo hiciera; al final de cuentas, ya había adelantado que algo como eso sucedería y no tenía muchas esperanzas de sacarle la verdad a un tipo cuyo trabajo se tomaba muy en serio.

Avanzó hacia la camioneta de su padre, dispuesta a desestresar su alma con un helado, pero no pudo dar ni un par de pasos antes de que alguien la interceptara tocando su hombro.

—¿Audrey?

Oyó la voz pero no la reconoció enseguida. Solo la había escuchado una vez y tampoco era muy buena memorizándolas, así que se volteó y solo de ese modo pudo reparar en que se trataba de Isabella Carson, la hermana de Rolland. La chica lucía ojos rojos al igual que su padre y en la piel todavía conservaba el rastro blanquecino que dejaban las lágrimas cuando resbalaban por mucho tiempo.

—¿Isabella? —preguntó, aunque la respuesta era obvia. Ambas se dirigieron una media sonrisa—. ¿Qué haces aquí?

—Vine... —Se limpió los ojos con una toallita desechable—. Vine a ver a mi papá por algunos preparativos para el funeral de Rolland. Escuché que tú estuviste con él en sus últimas horas de vida...

La canadiense se revolvió incómoda; ahora solo podía pensar en Isabella como otra persona ante la cual sentirse culpable por el fallecimiento del muchacho.

—En fin, ese no es el punto... —prosiguió Isabella—. No pude evitar oír que le suplicabas a mi papá por el nombre del patólogo que hizo la autopsia de la Sangre Negra...

—Así es, ¿qué pasa con eso?

—Es que... creo que yo puedo ayudarte.

✨✨✨

Cuando Audrey llegó a su casa después de haber estado con su padre en una heladería del centro de la ciudad, descubrió que en su cuarto yacía esperándola un Iztac. No era Dominik, Morgan, Evan o ninguno que ella conociera. Este tenía la piel oscura, el cabello muy corto y unos ojos de color café claro, casi tirando a miel. Estaba sentado en el sofá donde solía dormir Darren, con Chester sobre el regazo y las alas ocultas a la vista. La chica casi se infartó cuando abrió la puerta y lo vio allí, pero estaba tan acostumbrada a cosas como esas, que ni siquiera gritó o hizo algo que delatara su presencia ante Marie, Leonard o Alexander.

—¿Audrey Williams? —preguntó el muchacho en cuanto la vio cerrar la puerta.

—Sí... ¿quién eres tú?

Aunque él no lo sabía, la chica ya empuñaba su Hillarium tras la espalda, atenta a cualquier movimiento amenazante que este hiciera.

Por su parte, el Iztac se puso de pie, sonriente, y dijo, dejando de lado a Chester con delicadeza:

—Así que por fin tengo el placer de conocer a la posible guardiana del arma secreta de los Cazadores... Mi nombre es Kaet. Dominik me envió a cuidarte mientras tu amigo fantasma no está aquí. Se supone que cada tarde debo estar antes de que salgas de la escuela para que no vuelva a pasarte... pues, ya sabes...

Kaet no tuvo que decir mucho para explicar que se refería a lo sucedido con Monique.

Audrey asintió, tirando su mochila a la cama, y luego se acomodó ella, pero no podía evitar sentirse extraña ante la presencia de un desconocido.

—¿Por qué no vino Dominik en persona? —respondió, en un intento de entablar plática con el joven.

—Está un poco ocupado con cosas del Consejo, pero sus órdenes fueron muy claras: si tu amigo no regresa en punto de las once de la noche, debo llevarte hasta el Palacio para tus entrenamientos, de lo contrario, tendrás que esperar un poco más, hasta que el capitán Evan lo autorice.

—Entiendo... —musitó. Luego permaneció en silencio por un rato hasta que al final dijo—: ¿Te importaría si llamo a Dominik? Quiero que él mismo me corrobore lo que acabas de decir. Es que me parece un poco ilógico que mande a otro chico a cuidarme cuando se supone que él es mi ángel guardián.

—En absoluto.

Y así fue. Audrey llamó a Dominik y este le contestó al tercer tono, pero en su charla no hubo nada fuera de lo común, nada para preocuparse de que Kaet estuviera mintiendo, porque en efecto, había sido seleccionado por parte del hermano de Evan para vigilarla mientras estuviera en la casona sin la compañía de Darren, por lo que cuando terminaron la llamada, Audrey ya casi no tenía motivos para sospechar del Iztac que se encontraba en su cuarto. Además, Dom le había confirmado lo dicho por Kaet, indicando que que pronto debía ser trasladada hacia el Palacio para su segundo día de entrenamiento, de manera que las horas que le quedaban antes de marcharse, las ocupó en hacer sus tareas con ayuda de Kaet, que de hecho, mostró su gran habilidad para el álgebra y un gran entusiasmo por ayudarla.

Lo cierto era que Dominik no estaba ocupado con «cosas del Consejo» como Kaet le había dicho a Audrey. En realidad ese era el día en que iba a recibir «La Renovación» como la mayoría de los Iztac, y ahora se encontraba formado tras tres decenas de ángeles que temblaban tanto de nervios que parecían estar expuestos a la intemperie con una fuerte tormenta, aunque estaban en el cálido interior del Palacio, pero a sus compañeros siempre les costaba explicar ausencias a causa de ello. Y era que solo pensar en La Renovación los ponía muy nerviosos.

Por su parte, Darren estaba en compañía de Abril, Evan y otros dos Cazadores a los que apenas conocía, de aspecto tan amenazante que ni siquiera osaron presentarse ante él, aunque no era que Darren lo necesitara. A él le bastaba con ver una sola cara conocida para sentirse cómodo entre las cuatro paredes del salón de armas, donde se hallaba en ese momento haciendo algunos ejercicios que Evan le estaba enseñando.

—Una de las principales habilidades de nosotros los Sangre Blanca —decía el capitán—, es que tenemos una gran asociación con la naturaleza. Eso significa que podemos hablar con cualquier ser vivo que habite esta tierra. Plantas, árboles, flores, animales y personas de cualquier parte del mundo, además de que podemos sentir la vibra en el aire y muchas veces anticipar gracias a ello la muerte de un ser humano, aunque no se trate de su protegido.

Darren asintió, tratando de comprender lo dicho por Evan.

—Durante sus entrenamientos, a ti, a Romina y a Audrey les vamos a enseñar a hacer eso, porque en la batalla contra Tsitsimilt no solo será cosa de que peleemos con espadas o arcos, sino también con nuestra mente o nuestros sentidos.

—Por supuesto que de cualquier cosa que tenga que ver con la mente, nos haremos cargo los Cazadores —replicó Abril, avanzando hacia el fantasma con las gigantescas alas negras tras la espalda—. Les mostraremos cómo crear o salir de ilusiones ópticas, controlar los sentimientos de otras personas e incluso desarrollarán un escudo por si en algún momento tuvieran que hacer uso de él.

»Y es que la mente es nuestra especialidad. Así como los Iztac son expertos en la naturaleza, nosotros lo somos controlando a los demás, y ya sabes, si controlas la mente, en automático controlas el cuerpo.

—Ahora, empecemos con algo sencillo —iba diciendo Evan, pero en ese momento, Kaet apareció por el portón de la sala de armas con Audrey por detrás. Y pronto también apareció Oliver de la mano de Romina.

Habían dado ya las once de la noche y, obedeciendo las órdenes del capitán, las mortales acababan de llegar a tierras Iztac acompañadas por los ángeles preseleccionados para cuidar de ellas; Audrey pasó a la sala de armas todavía nerviosa ante la perspectiva de que casi todos allí tenían poderes, pero Romina entró observando todo con una profunda admiración, aunque sin ninguna clase de titubeo en sus pasos.

Esa noche, la niña llevaba dos trenzas en su cabello rubio rojizo y tenía puesto un sencillo vestido blanco con flores rosas en la parte inferior de la falda. En tanto, Audrey vestía sus jeans con blusa de manga corta habituales, pero en lugar de llevar el cabello suelto como era usual, lo tenía atado en un chongo tras la nuca. Algunos mechones le cubrían el ojo derecho, pero parecían no molestarle tanto.

En cuanto los ojos de Darren se toparon con los de ella, ambos sonrieron; ella incómoda y él anhelante. Aún no estaban acostumbrados a la brecha que parecía haberlos dividido desde la tarde en que el fantasma la había sorprendido besándose con Anthony, pero pese a que a él no le gustaba, una pequeña parte en su interior estaba consciente de que así era mejor; lejos uno del otro sin que pudiera tomarse en cuenta una relación entre ellos, cuyos mundos eran distintos en su totalidad. No obstante, todavía añoraba aquellos momentos en que se materializaba para abrazarla o en los que nunca se separaban del otro.

—¡Wow, este lugar me encanta!

La voz de la pequeña Romina sacó de sus pensamientos tanto a Darren como a Audrey. Él parpadeó y clavó sus ojos en la niña.

—¿Ves? Te dije que te encantaría. ¿Quieres ver la ropa que te podrás?

Ella asintió a toda velocidad hacia Oliver, y entonces Evan le pasó una muda de ropa perfectamente doblada, para nada parecida a la que también le pasó a Audrey, porque mientras la de la canadiense era de vinil como la primera vez, la de la pequeña parecía más un traje deportivo común, aunque supuso que era debido a su edad.

El capitán les indicó que se vistieran en el sanitario y mientras tanto, se dispuso a retomar la conversación con Darren, pero Oliver lo interrumpió con una pregunta tan banal, que no pudo evitar que le causara algo de molestia.

—Oigan, ¿y Dominik?

Evan giró los ojos sin ser visto más que por el espectro.

—Está en La Renovación, ¿recuerdas? —le respondió entre dientes.

—Ah, sí.

Y entonces, la voz de Audrey intervino antes de que Evan siquiera tuviese la oportunidad de abrir la boca.

—¿Qué es «La Renovación»?

—La Renovación es... Bueno, más tarde lo sabrás —le dijo el capitán en respuesta—. Lo importante ahora es que después del entrenamiento, deberías ir a ver a Dominik, ya que te va a necesitar para recuperarse de La Renovación. Ahora, basta de interrumpirme y continuemos con el entrenamiento. Abril, ¿estás lista?

La Cazadora asintió, y en ese momento, todos los presentes formaron un círculo alrededor de ella, quien comenzó a explicarles las ventajas de conocer los síntomas que se hacían presentes cuando uno de los suyos controlaba la mente de alguien.

—Como ustedes saben —decía—, los Cazadores tenemos la capacidad de controlar la mente de una persona, ya sea, para controlar sus acciones, o para distorsionar sus pensamientos y/o recuerdos. Si bien será importante que ustedes aprendan a hacerlo —señaló a Darren, Romina y Audrey—, es imprescindible que antes sepan cuándo alguien está teniendo control sobre su mente. Por lo general, cuando ocurre lo anterior, ustedes llegan a experimentar mareos, náuseas, vómito, pero más que nada, un terrible dolor de cabeza que inicia tan inexplicablemente como acaba.

»Para el primer ejercicio, voy a necesitar un voluntario. ¿Alguien?

Ante la mirada desafiante de Abril, Audrey dio una serie de pasos al frente hasta que se situó cara a cara con la Cazadora, quien sonrió complacida.

—¡Muy bien, humana! Y yo que pensé que eras una cobarde...

—¡Abril! —la regañó Oliver tras escuchar su tono sarcástico.

Pero Abril no se dejó intimidar, de manera que al estar lista, continuó con su lección:

—Bien, ya que no se me permite expresarme con libertad... Quiero que pienses en cualquier momento especial de tu vida. No importa cuándo, no importa dónde ni qué hacías, lo que quiero es que sea uno de esos recuerdos tan poderosos que nunca hayas podido olvidar demasiados detalles, ¿comprendes? Mientras tanto, quiero que todos en esta habitación cierren los ojos y no los abran hasta que yo les diga.

Los presentes asintieron, y enseguida Audrey se puso a recorrer los recuerdos en su memoria para seleccionar el elegido. Le tomó un tiempo decidirse, pero algunos minutos más tardé, a su mente llegó uno que poco había esperado: la noche de su cumpleaños dieciséis en que Tyson la llevó a un concierto de Taylor Swift como regalo. En su cabeza se proyectó la imagen de ambos formados en la fila de la entrada minutos antes de que el show diera inicio. La emoción se reflejaba en los ojos de la chica y en ese momento, la parte de Tyson que le daba miedo había desaparecido, para darle rienda suelta al Tyson del que se había enamorado.

Fue solo cuestión de tiempo para que Abril irrumpiera en el recuerdo diciendo:

—Vaya, ¿quién es ese chico tan guapo de tu recuerdo?

Audrey tragó saliva, incómoda ante la presencia de Darren.

—Es... Es mi ex novio... —murmuró, avergonzada, a lo que Abril hizo un gesto de «¡vaya revelación!» y el fantasma frunció el ceño, aunque ella no lo vio.

—En fin... —volvió a decir Abril—. Dime de qué color es la playera que llevas en el recuerdo.

Eso era fácil de contestar; Tyson le había comprado una playera rosa con la imagen de Taylor estampada en grande, por lo que no dudó en contestarle a la Cazadora, y después, oyó cómo esta le dijo:

—No, tu playera no era rosa. Era blanca. Llevabas una playera blanca.

—¡Eso no es verdad! —exclamó Audrey. Estaba segura de que la playera era rosa... ¿O no? Frunció el ceño tratando de recordar más a detalle, pero por extraño que pareciera, ya no estaba tan convencida de que la prenda fuese rosa, de hecho, ahora podía verse formada con Tyson en aquella enorme fila con una playera blanca con la imagen de Taylor. Quizá, después de todo, esta si era blanca...

—¿De qué color era tu playera? —preguntó Abril, despacio.

Audrey demoró un minuto en contestar, mientras repasaba una y otra vez el recuerdo en su confundida mente.

—Bueno... Estaba segura de que era rosa, pero por alguna razón ahora creo que en realidad era blanca...

Abrió los ojos y de súbito, un fuerte dolor de cabeza la golpeó como un campanazo. Sentía que todo le daba vueltas y hubiera caído al suelo de no ser porque Oliver fue lo demasiado veloz para atraparla.

—¿Estás bien? —el muchacho se miraba preocupado, pero no tanto como Darren.

—Sí, es que de repente me dolió mucho la cabeza.

—No te preocupes, no es nada grave, solo son las consecuencias de que Abril se metiera en tu mente para distorsionar tu recuerdo.

—Exacto —añadió la melliza—. Si uno de nosotros alguna vez domina sus mentes, es así como se sentirán, por eso es importante que pongan atención a las lecciones que les daremos para que aprendan a proteger sus pensamientos y a su vez, dominar los de los demás, ¿entendido? —Darren, Romina y una débil Audrey asintieron en respuesta—. Bueno, por ahora Audrey se sentirá débil, así que lo mejor será que vaya a descansar. Quizá podría ir a ver a su guardián, que de seguro está berreando por los rincones de su cuarto.

—¡Abril, cállate! —gritó Evan—. Pero es verdad. Oliver, ¿me harías el favor de llevarla a la habitación de Dom para que descanse un poco? Me imagino que recuerdas dónde está.

—Claro. Audrey, ven conmigo.

Entonces, el Cazador la guió hacia el exterior de la sala de armas con rumbo al último piso. Por el camino se toparon con Morgan, que llevaba un vaso de agua entre las manos e iba hacia su recámara.

—¡Phillips! —lo llamó el mellizo—. ¿Cómo te sientes?

—Creo que un poco mejor, gracias. ¡Hola, Aud...! ¿Qué le pasa? ¿Está bien?

—Sí, es que Abril mostró los síntomas de la distorsión de recuerdos y la utilizó como conejillo de indias, pero estará bien. ¿Cómo está Dominik?

—Sigue en su cuarto, pero no tan débil como hace unas horas; supongo que la compañía de su protegida le hará bien. Tengo que irme, pero me dio gusto verlos, adiós.

Ambos se despidieron con la mano de Morgan y luego este desapareció por el pasillo. Mientras tanto, Oliver y Audrey recorrieron algunos metros más antes de llegar frente a una puerta doble en la cima del Palacio. Oliver tocó una aldaba tres veces y escuchó la voz de Dominik permitiéndole pasar. Cuando entraron, se toparon con que yacía acostado en una cama de tamaño matrimonial, con las sábanas de seda blancas cubriendo su cuerpo más pálido de lo normal y un par de ojeras bajo sus ojos. Al mirarlos, se incorporó con dificultad y sonrió a Audrey.

Oliver explicó lo mismo que a Morgan, y tras eso, no tardó en despedirse para darles espacio. Una vez que estuvieron solos, Dominik habló a la chica con un tono mucho más bajo y desganado que de costumbre.

—Me alegra que vinieras a verme, ya me estaba aburriendo encerrado en las cuatro paredes de mi cuarto. —Rio.

De hecho «las cuatro paredes» era un decir, porque dos de ellas en realidad no eran sino enormes estantes atiborrados de libros de todos aspectos y tamaños. Había un escritorio de madera a juego con la puerta doble y un ventanal en el muro paralelo a la entrada. Cabía decir que el cuarto era al menos dos veces más grande que el de Audrey, y además era tan elegante que ella no pudo evitar echar una panorámica maravillándose con cada detalle.

—¿Qué te parece mi habitación? —le inquirió el guardián cuando se percató de lo anterior.

—¡Es hermosa! —exclamó sonriente. Luego lo volteó a ver y su ánimo decayó viendo el estado de su amigo—. Pero tú no pareces muy contento aquí, Dom. ¿Estás bien?

El chico dibujó una sonrisa no muy alegre en su precioso rostro.

—No, pero lo estaré pronto.

—¿Seguro? —A juzgar por el semblante de Dominik, no lo creía posible.

Pero él extendió la mano llamándola en silencio, y cuando la chica se sentó a su lado en la cama, le acarició el cabello en un ademán tranquilizador.

—¿Alguna vez te ha dicho Vanessa que suelo faltar a la escuela por lo menos un día al mes?

—Sí, aunque no me supo decir porqué.

—Bueno, es debido a La Renovación, un procedimiento muy doloroso por el que varios Iztac pasamos para que se nos permita hablar todos los idiomas del mundo. Yo ya estoy acostumbrado a las consecuencias que este trae, así que créeme cuando te digo que no pasará de un día. Morgan igual estará bien pasado mañana, te lo juro.

Audrey asintió, reconfortada por la explicación. Pero tenía preguntas, muchas preguntas que aún deseaba aclarar con su guardián, por lo que, tras un momento de duda, decidió interrogarlo.

—Oye, ¿puedo preguntarte algo?

—¡Lo que quieras!

Audrey trató de formular su pregunta lo mejor posible.

—Cuando me revelaste que eras un Iztac dijiste que las Sombras los tentaron, y al no ceder, fueron convertidos en los guardianes de la gente normal, pero... ¿cómo era tu vida antes de ser un Iztac? ¿Era interesante? ¿Te gustaba?

En lugar de responderle, Dominik clavó la mirada en el ventanal, observando el panorama con mirada melancólica.

—Yo... No lo recuerdo.

Audrey enarcó una ceja.

—¿A qué te refieres con eso?

—No recuerdo mi vida antes de ser un Iztac, de hecho nadie lo recuerda. —Suspiró—. Verás: cuando nos resistimos a la tentación de Tsitsimitl y nos convertimos en ángeles, los Iztac perdimos la memoria por completo. Olvidamos quiénes somos, dónde nacimos y a cada miembro de nuestra familia. Cuando nos transformamos en un miembro de la raza Iztac, se nos dio la oportunidad de empezar de cero otra vez, o eso es lo que me gusta pensar...

Audrey, más que satisfecha, parecía aún más confundida.

—Dom, eso no tiene sentido. Si perdiste la memoria como dices, ¿cómo sabes que Evan es tu hermano?

—Es que en realidad no lo es —declaró, y la voz le salió quebrada, como si estuviera tratando de no echarse a llorar—. Evan no es mi hermano, pero fui el primer Iztac que él encontró después de transformarse y tras andar por el mundo buscando a otros Sangre Blanca, se creó un vínculo que nos volvió inseparables, sin embargo, aunque no sea mi hermano, yo lo quiero como a uno. Aunque a veces me gustaría saber quién fui o si tuve una familia de verdad.

—Y... ¿no hay alguna forma de que recuperes la memoria? Quizá existe una manera de que te puedas responder esas preguntas.

Tan solo pensar en la posibilidad de que Dominik nunca supiera la verdad de su origen, le formaba un nudo en la garganta. Pero para su total sorpresa, la respuesta del ángel fue afirmativa.

—Y sí la hay, pero...

—¿Pero qué? ¿Cuál es, Dom? —urgió, entusiasmada, mas pudo ver que en los ojos de Dominik se reflejaba lo que quizá fuera temor—. ¿Y bien?

—Es que... Los Iztac solo podemos recuperar la memoria temporalmente después de... Después de que nuestro protegido muere —dijo, y las últimas palabras las pronunció tan rápido que a Audrey le costó entenderlas—. Cuando nuestro protegido muere, podemos recuperar nuestros recuerdos, pero los perdemos en cuanto este reencarna en otra persona. Nunca sabemos por cuánto tiempo tenemos acceso a ellos, porque nuestro protegido puede tardar años en reencarnar, pero también puede ser cuestión de horas, eso es incierto. El punto es que al final de cuentas nunca sabré quién era yo antes de ser un Iztac. Y no es que lo deteste, de hecho amo ser tu guardián, pero a veces desearía tener una vida normal y vivir en la ignorancia, no en la constante incertidumbre de quien sabe que en cualquier momento luchará contra una deidad maligna por el bien de la humanidad, ¿comprendes?

—Comprendo... Lamento que no haya una forma más fácil de saber quién eres en verdad, pero hablo en serio cuando digo que si estuviera en mis manos ayudarte, lo haría sin dudarlo.

Dominik se volvió hacia ella, conmovido, y estuvo a punto de darle unas gracias llenas de sinceridad cuando la puerta se abrió bruscamente y por ella asomó Abril con una charola de comida y la cara de fastidio más  evidente que le había visto Audrey desde que supo la verdad sobre su naturaleza. La Cazadora resopló, caminó hacia el buró junto a la cama de Dominik y colocó de mala gana la comida sobre este.

—Tu hermano me dijo que te trajera esto, ¡¿Quién se cree para decirme qué hacer?! Mira, más te vale que te lo comas porque te ves horrible y se nota que te hace falta. ¿Cuánto hace que no comes?

Dominik trató de contener uns mirada en blanco y respondió a regañadientes un bajo «no me acuerdo», sin atreverse a mirar la sonrisa cruel que se formó en la boca de la Cazadora.

—¡Ay, eres tan descuidado hasta contigo mismo...! Nunca vas a cambiar, ¿verdad cerebrito?

Aunque la pregunta era cínica, había algo de compasión en ella, tan difícil de notar que Audrey creyó que se lo había imaginado. No obstante, si la pregunta de la joven la desconcertó, la respuesta de su ángel terminó por confundirla todavía más:

—¿Sabes qué, Abril? Al menos eso es lo bueno de mí. Yo nunca voy a cambiar, siempre voy a ser exactamente la misma persona que era hace mucho tiempo, ¿pero tú? Tú te volviste una maldita egocéntrica que siempre se cree el último refresco del desierto. No sé lo que te pasó.

Abril lo miró con aquellos ojos salvajes que buscan intimidar a sus enemigos, y después golpeó con la palma a Dominik en el pecho.

—¡Tú, imbécil de mierda! ¡Tú fuiste lo que me pasó!

—¡No fue así! —refutó él—. Tu sola decidiste cambiar, y yo no tengo la culpa de eso, ¿entiendes? Me choca que siempre intentes echarle la culpa a los demás de todo lo que te sale mal. ¡Por una vez hazte responsable de tus errores!

—Sí, ¿eh? —intervino Audrey, enfurecida del trato de Abril hacia Dominik—. Él tiene razón: no hay día en que no intentes culpar al resto de tus tonterías. Pero si hay una cosa que no comprendo, es porqué ustedes dos parecen tenerse tanto odio. ¿Qué se hicieron? No logro entenderlo.

En vez de gritarle como era de esperarse, Abril miró al ángel todavía más furiosa.

—¿Por qué no le respondes a tu protegida, Parker? ¡Dile todo y acaba de una vez con esto, porque yo me largo!

Acto seguido, la Cazadora salió corriendo de la habitación, pero Audrey sabía que algo no andaba bien, porque notó que, mientras se apresuraba a alejarse, las lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas.

Cuando Abril cerró de un portazo, la joven examinó la reacción poco usual de Dominik. Él se levantó y se quedó de pie frente al enorme ventanal, observando el paisaje sin poder ocultar su semblante alterado. Audrey fue tras él y colocó la mano sobre su hombro.

—Tal vez no sea correcto preguntarte esto, y entenderé si no me quieres responder, pero, ¿vas a decirme por qué tú y Abril parecen odiarse tanto uno al otro? ¿Por qué ella dice que tú fuiste quien la hizo cambiar? ¿Y por qué le dijiste que al menos tú no habías cambiado?

Pero, por supuesto, lo que un Dominik malhumorado y dolido dijo a continuación, le arrebató toda palabra de la boca a la muchacha:

—¡Porque Abril y yo tuvimos una relación, Audrey!

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Solo paso a decir que habrá otro capítulo el miércoles para compensar los días que no he subido. Espero que haya sido de su agrado UwU

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