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Capítulo 3

A pesar de que el vuelo solo duró siete horas, Leonard lo había sentido infinito gracias a que no había podido apartar a Marie de su mente durante cada segundo metido en ese maldito avión, sin oír otra cosa que las voces en muchos idiomas de los demás pasajeros. Roberto iba a su lado, pero hacía varias horas que había dejado de intentar entretenerlo hablándole de cosas banales sobre la administración de los hoteles, porque se había dado cuenta de que no servirían de nada sus charlas; Leonard no paraba de mover su pierna a un lado y a otro como solía hacerlo desde que era solo un niño.

Cuando pisaron suelo mexicano, lo primero que Leonard hizo tras pasar el control de seguridad del aeropuerto, fue correr hacia el auto que esperaba por él y por Roberto para transportarlos a la mansión Williams.

Era ya muy tarde. Leonard estaba seguro de que sus hijos ya dormían tranquilos en la casona, y le daba una tristeza tremenda despertarlos, pero tratándose de su amada Marie, no había cábida para sentimentalismos en ese momento. Era de viral importancia que no se retrasaran más o a ella le podría ocurrir algo, y si era así, jamás se lo perdonaría.

Por supuesto que Leonard no imaginaba que su hija menor ni siquiera había podido conciliar el sueño. Se encontraba en su cuarto, encerrada desde varias horas atrás, con el pretexto de que le dolía mucho el estómago para que Alex no viera los moretones y quemaduras que manchaban su piel. Llevaba todo el día planeando una excusa para justificar dichos males, pero no era eso lo que le quitaba el sueño, sino el llanto provocado por la muerte de Rolland.

Decir que estaba hecha un torbellino de sentimientos era muy poco. Se sentía enojada, impotente, afligida, deseosa de matar a Monique y a Víctor con sus propias manos por lo que le habían hecho tanto a Rolland como a Fany, pero también sentía recelo hacia Darren, los Cazadores y los Iztac por no haber hecho nada para salvarlo, ¡y es que tal vez hasta tenían el poder de revivirlo! ¿Por qué no se habían molestado ni en auxiliarlo?

Mientras tanto, Darren la miraba desde el sillón en el que estaba sentado. No sabía qué decirle para aliviar su sufrimiento, pero también Audrey le había dejado muy claro que no quería que le hablara, porque todavía se sentía dolida por lo sucedido antes del inicio de la tragedia, cuando la abandonó dejándola indefensa ante las garras de Monique Blanchard.

De pronto, en medio de su llanto, la chica recordó algo y volteó a ver a Darren con el entrecejo fruncido, aún reflejando la ira que sentía ardiendo dentro de ella.

—Por cierto... Seguramente estarás muy contento de saber que Anthony Sánchez era parte de todo.

Darren abrió los grises ojos de par en par, sorprendido por la súbita revelación de Audrey.

—¿Cómo dices?

Lo había escuchado, pero no lo entendía, o creía que había sido un invento de la joven para fastidiarlo por lo ocurrido con ellos antes de abandonarla.

—Dije que Anthony fue parte de todo —repitió, sin alzar la voz para que Alex no la oyera—. Todo este tiempo él estuvo aliado con Víctor y Monique, así que deberías alegrarte porque con Rolland muerto y él siendo culpable de mi secuestro, ya no me queda nadie con quién reemplazarte buscando olvidar lo que siento por ti. Deberías alegrarte porque ya no tienes competencia. ¡Enhorabuena, pedazo de imbécil!

A Darren le dolió escuchar las últimas palabras, pero se mantuvo callado, no sabiendo qué decir para aligerar el ánimo de Audrey. Sin embargo, a diferencia de él, ella continuó hablando.

—¿Sabes? Me estoy preguntando porqué tuve que ser tan estúpida para enamorarme de ti, convencida de que tú sentías lo mismo, si de todas formas me rompiste el corazón sin importar lo mucho que decías quererme. Me humillaste, me hiciste sentir una completa imbécil y decidiste por mí sin preguntar antes lo que yo quería. ¿Siquiera te intereso, o solo estabas pretendiendo para conquistarme y jugar conmigo? No lo entiendo, Rosewood.

Audrey calló, esperando respuesta, una respuesta que tardó en llegar por parte del fantasma.

—Nunca jugué contigo, Audrey, pero creía...

—¡¿Qué creías?! ¡¿Que diciéndome todas esas cosas horribles iba a desaparecer el amor que te tengo?!

—No voy a mentirte; la verdad es justo lo que creía, pero más allá de eso, mi intención no fue otra que hacerte entender que lo nuestro es imposible por mucho que queramos hacerlo realidad. —Darren se acercó a la cama, deseando que Audrey no le impidiera estar junto a ella—. Cuando te vi besando a Anthony me sentí muy mal, pero me dolió más el hecho de saber que yo no podría ofrecerte una cita como la que él te regaló ese día. No podría llevarte al cine, a una cafetería o a un restaurante. No podría besarte dentro de un auto, y de ninguna manera podría gozar de un momento de intimidad contigo. Hablo de un verdadero momento de intimidad...

Lo último, aunque salió de la boca de Darren en un leve susurro, paralizó a Audrey al grado de que no supo qué contestarle. Pocas veces el espectro había exteriorizado sus deseos sexuales, por lo mismo, siempre era difícil procesarlo. No obstante, esta vez era diferente. Su confesión había caído en Audrey como balde de agua fría y la había dejado sin palabras en la boca.

—Eso es lo que me puso tan mal, Audrey —prosiguió—. No hay día en no piense en ti y en mí como un nosotros. No hay día en que no sueñe con vivir contigo lo que cualquier pareja, y si dije que no te amaba, es porque no encontré otra forma de que te alejaras de la misma fantasía en que yo he estado metido durante mucho tiempo. Que me odiaras iba a ser solo parte del proceso. Con el tiempo dejarías de hacerlo... Me olvidarías.

—¡Es que yo no quiero olvidarte! —gritó, perdiendo la compostura. Y es que a veces la terquedad de Darren la sacaba de sus casillas, aunque esa era otra de las cosas que le gustaban de él, por muy contradictorio que sonara—. ¡Entiende que a mí no me importa que seas un fantasma. El amor, el tipo de conexión que tengo contigo, no lo tengo con nadie más, Darren Rosewood!

—¿Y si nunca podemos tener una relación normal? ¿Y si no podemos casarnos, ni tener hijos como las otras parejas? ¿En serio te conformarías con un ser incorpóreo como yo?

Audrey suspiró. Había que decirse que por una parte, Darren tenía razón. No es que la mayor prioridad de Audrey fuera contraer matrimonio o formar una familia, de hecho rara vez lo había pensado, pero ya que el fantasma lo planteaba de ese modo, comenzó a imaginarse una vida así, viviendo en la mansión con un hombre al que solo ella podría ver sin el uso del dije.

El silencio reflexivo de la chica, Darren lo interpretó como que le había dado la razón, por lo que una parte de él se sintió decepcionado.

—¿Ves lo que te digo? —manifestó, ahora modulando el tono de su voz—. Es muy difícil para mí pensar en una relación seria, no solo contigo, sino con cualquier persona. No creas que me es fácil estar así, en un limbo donde no soy un hombre vivo, pero tampoco alguien completamente muerto, sino un alma en pena enamorado de una humana.

En Audrey de repente parecía que el enojo se había esfumado casi en su totalidad, para ser reemplazado por la aflicción de saber que, aunque no quería admitirlo, Darren estaba en lo cierto. Pretendió decirle mucho, explicarle pacientemente que ya encontrarían una forma de estar juntos en algún momento como tanto lo deseaban, pero no pudo decir ni una palabra, porque en ese momento, ambos oyeron un vehículo aparcar fuera de la mansión y se asomaron al mirador desconcertados.

No había sido Marie, porque ellos sabían que para entonces ya debía estar en Zacatecas. Y por lo que imaginaron, Leonard no regresaría hasta dentro de algunos días. Por ello, grande fue su sorpresa cuando lo vieron atravesar el protón de hierro forjado junto a su inseparable de toda la vida.

Leonard y Roberto atravesaron a toda velocidad los portales que conducían al interior del vestíbulo, y cuando estuvieron allí, lo primero que hicieron fue gritar el nombre de ambos chicos hasta que Alexander se asomó desde la cima de la escalinata.

En cuanto a Audrey, miró a Darren llena de pánico, sin saber cómo ocultar las heridas en su cuerpo.

—¡¿Qué hago, Darren?! —farfulló, oyendo el tercer llamado de Leonard.

—¡No lo sé, invéntate algo! —le aconsejó él, no mucho menos nervioso—. Dile que te caíste.

—¿Y cómo explico las quemaduras?

—Pues... Pues...

Pero no hubo tiempo de elaborar una justificación decente, porque Leonard abrió la puerta de la habitación fastidiado tras llamar a su hija una y otra vez.

—¡Audrey, ¿no oíste que te llamaba desde...?

Leonard dejó el regaño a medias al reparar en el rostro maltrecho de su hija. Al principio parpadeó, pensando que estaba demasiado cansado y ya comenzaba a delirar a causa de ello, pero luego, entre más se acercó y las manchas no desaparecieron, se dio cuenta de que eran más reales que nada de lo que hubiera visto antes.

—¡Dios mío, ¿qué te ha pasado, hija?! —Se aproximó a ella e intentó pasar los dedos por su piel, pero la chica retrocedió sabiendo que le dolería—. ¿Quién te ha hecho esto?

Audrey bajó la mirada. Era tarde para inventarle una mentira y lo mejor que podía hacer en ese momento era contarle la verdad.

—Es una larga historia, papá —confesó—. Pero la culpable fue Monique Blanchard.

—¿Cómo? —Leonard la había oído, pero no podía creerlo—. ¿A qué te refieres con que fue Monique? ¿La viste?

La chica cayó en la cama, empezando a sollozar gracias a que los recuerdos de lo ocurrido empañaban su mente.

—Estuvo aquí ayer —gimió—. Intentó secuestrarme, pero pude salir de la casona antes de que me asesinara con el arma que tenía en su poder... Cometí la estupidez de pedirle ayuda a la persona equivocada, porque ambos estaban aliados, ambos tenían planeado matarme desde un principio, y solamente pude salvarme gracias a Rolland Carson, pero él... él murió.

—¡¿Qué?!

—Bueno, no murió. ¡Lo mató Monique Blanchard!

—¡Hija, espera! Espera porque necesito un respiro, son demasiadas cosas que procesar en muy poco tiempo. ¿Se supone que Rolland Carson también fue víctima de la alianza entre Monique y otra persona? ¿Qué pinta él en todo esto? ¡No entiendo nada!

Roberto llegó a su lado alertado por los gritos que pegaban padre e hija. Para entonces, Leonard se paseaba de un lado a otro de la habitación tratando de asimilar lo que Audrey acababa de revelarle.

Monique había sido la responsable, de eso no tenía duda, pero la aparición del tutor de la chica, su repentina muerte y la participación de otro personaje desconocido lo volvían loco, más contando que ya estaba demasiado estresado por lo sucedido con Marie.

Audrey le contó casi todo, desde cómo se había ido la luz en la casona, la aparición de Monique amenzándola con un arma, hasta cómo había escapado de la cabaña en llamas con Carson. También le narró cómo había despertado en casa de Bryan, pero añadió rápidamente que no la había dañado, muy al contrario, que la ropa que llevaba era cortesía de él.

Leonard la escuchó, afligido, y no pudo evitar que el llanto corriera por sus mejillas al oír la manera tan desalmada en que Víctor había traicionado a su hija.

Al final del relato, abrazó a la menor de los Williams con sumo cuidado para no lastimarla. Fue tanta su preocupación por ella que casi se le olvidó contarle la razón por la que había llegado antes, pero fue Roberto el que se lo recordó luego de algunos minutos.

Entonces le contó a sus hijos lo sucedido con su madre y les ordenó que prepararan sus cosas para un viaje de emergencia a Zacatecas, porque de ninguna manera podría dejarlos allí solos, a sabiendas de que Monique andaba suelta y en cualquier momento podría regresar buscando venganza. Sí, se encargaría de ella en su debido momento, pero ante todo estaba su esposa y ahora también su hija.

✨✨✨

La puerta de la fortaleza de los Cazadores se abrió de par en par con un chirrido que, más que molesto, combinó a la perfección con la majestuosidad del sitio en el que ahora miles de Sangre Blanca hacían su entrada, por primera vez en mucho tiempo, sin intenciones de causar estropicios.

Todos habían visto ya el interior muchas veces, pero era la primera en varios siglos que podían tomarse el tiempo de apreciar las maravillas de las que el otro bando podía disfrutar... cuando no estaban ocupados con la guerra, claro.

—Bueno... ¡Sean todos bienvenidos a la fortaleza de los Cazadores! —exclamó Oliver, que iba a la cabeza guiando a los visitantes por un sendero de adoquines hacia el portal de entrada de la fortaleza.

A su lado, Dominik miró, asombrado, la magistral construcción a la que el futbolista los dirigía. Sus azules ojos recorrieron fascinados cada centímetro de la pradera que rodeaba a la fortaleza, y cuando se toparon con el lago al este del campo, un estremecimiento lo recorrió de pies a cabeza. Sin darse cuenta, sus compañeros lo rebasaron debido a que se había quedado con los pies anclados al suelo, con los recuerdos llegando de golpe a su cabeza.

Ese lugar, cada maldito centímetro de ese lugar, le traía recuerdos muy importantes, aquellos que había tratado desesperadamente de olvidar, sin éxito alguno.

Acarició con una mano uno de los muchos Atlantes que yacían formados en una hilera a cada lado del sendero, e instintivamente, cerró los ojos, deseando olvidar todo aquello que ahora le llegaba a la cabeza, atormentándolo tanto que no pudo evitar que una lágrima se deslizara por su mejilla, mientras el corazón se le achicaba.

—¡Hey, Parker!

De súbito, la voz de Oliver le provocó un sobresalto y se limpió el llanto a toda velocidad. Siempre había tenido una gran capacidad para fingir que todo estaba bien con él aunque no fuera así, pero por alguna razón, con el mellizo ni todo su esfuerzo sirvió, porque apenas llegar a su lado y observar su rostro, Oliver supo que algo no andaba del todo correcto, de manera que frunció el ceño y le colocó al ángel una mano sobre el hombro, rozando momentáneamente el ala izquierda tras su espalda.

—Amigo... ¿estás bien?

Dominik suspiró. Alcanzó a notar que sus compañeros ya iban muy adelantados, pero no le importaba. Lo único que quería era seguir allí y admirar todo aquello que hacía que el corazón le latiera con rapidez.

—Sí, es solo que...

Al haber guardado silencio un largo rato, Oliver lo entendió y sus ojos se nublaron de pura compasión.

—Oh. ¿Acaso estás pensando en lo que yo creo?

Dom asintió.

—Sí... Pero no le digas a nadie. Nadie puede saber que... bueno, ya sabes.

—Descuida, nadie se enterará. Pero vamos, tengo que llevarte adentro o Evan se preguntará dónde estás.

Entonces, Oliver lo tomó por el brazo y ambos recorrieron el sendero a paso veloz, hasta que atravesaron el portal de entrada hacia la edificación que albergaba a todos los Cazadores, al gran Fuerte donde meses atrás se había infiltrado para pedirle ayuda a Oliver y formar una alianza secreta con él.

Cruzando el portal, pasaron por un túnel relativamente largo en cuyas paredes se hallaban dos murales de aspecto antiguo con formas, dibujos y jeroglíficos prehispánicos, como códices. Y más Atlantes idénticos a los del estado de Hidalgo resguardaban la entrada, dando incluso la sensación de que en cualquier momento cobrarían vida.

—Veo que todo sigue igual... —musitó el Iztac, escudriñando cada centímetro de su entorno con una sonrisa en la boca.

Oliver le devolvió el gesto.

—Sí... ¿Recuerdas que te conté cómo y quién elaboró este lugar?

—Tezcatlipoca, claro —dijo, recordando el relato que le había narrado Oliver en su primera visita a la fortaleza.

El mellizo aseguraba que Tezcatlipoca no ayudó directamente en la creación de los Cazadores porque estaba ocupado creando un espacio para los soldados, tan perfecto que nunca carecieran de nada, por ello, varios detalles de la construcción contaban con un estilo antiguo propio de las culturas mesoamericanas.

En mitad de la explanada, no tan grande como la del Palacio Iztac, pero no por eso menos impresionante, había una fuente preciosa, con cuatro formas talladas en la piedra con la que estaba construida. Por experiencia, Dominik estaba al tanto de que se trataba de las cuatro deidades creadoras, por lo que no se distrajo mirando la fuente y entró en el recibidor, en el que ya estaban reunidos todos los de su raza y varios de los Cazadores con sus armas en la mano.

Aquella noche le había tocado al Fuerte de los Cazadores ser el que alojara a los Iztac para su entrenamiento semanal bajo los términos de la tregua, por lo que les había costado un mundo llevar a cabo la limpieza necesaria sabiendo que recibirían a quienes hasta hace menos de unos días, consideraban el mayor enemigo de todos, la amenaza más latente, pero aún así, el interior de su vivienda se encontraba en perfectas condiciones, iluminado de un cálido tono naranja que contrastaba con la cantera gris con la que estaba construida la edificación.

Dominik paseó la vista por sus alrededores y pudo notar que casi todo se encontraba igual que la última vez en que había estado allí de modo pacífico. Seguían allí los Atlantes, como cuidando a los Cazadores, y  también una escalinata gigante junto a él que conducía hacia el segundo piso, en el que se encontraba la sala de entrenamiento. En la cima pudo ver un cuadro enorme, magnífico, en el que estaba representada la leyenda más popular entre los Cazadores, cuyo protagonista era ni más ni menos que el mismísimo abuelo de Audrey, Graham Williams. Se trataba de «la leyenda de Los Mortales.»

Dom apreció la pintura y casi al instante en que sus ojos se toparon con ella, el corazón le dio un vuelco y una serie de recuerdos fugaces pasaron por su cabeza, ocasionándole un nudo en la garganta. Sabía muy bien quién había pintado ese cuadro, de hecho, podía recordar con nitidez las manos del artista perfeccionando el proyecto, el día exacto en que ocurrió... y lo que pasó después.

Algo en él se endureció inevitablemente, y justo cuando sus mejillas se habían tornado rojas gracias a la vergüenza de aquellas memorias, poco más que pecaminosas, varios Cazadores bajaron la escalera encabezados por Abril, y cuando esta llegó al primer peldaño, se detuvo con una mano en la cintura y las alas extendidas a cada lado de su espalda.

Como era de esperarse, sonrió con socarronería, centrando su mirada llena de malicia en Dominik, y dijo:

—Miembros de la raza Iztac, es un honor para nosotros recibirlos en nuestra humilde morada. Espero que su recibimiento no haya sido eclipsado por ningún inconveniente. —Al no recibir queja alguna, prosiguió—. Bueno, bueno, y díganme, ¿están listos para el entrenamiento?

Al tiempo en que un coro de voces acaloradas le respondía de manera positiva, Abril desenfundó su espada y comenzó a pasearse entre el espacio que los Iztac le abrían conforme caminaba, con la elegancia de un gato y la mirada de un tigre. Llegó frente al guardián de Audrey, lo miró con una sonrisa burlona, y acto seguido, su grito de guerra se escuchó por cada rincón del vestíbulo, dando inicio a la primera batalla ficticia entre ambos ejércitos en siglos.

—¡A peleaaaaaaar!

Entonces, sin previo aviso, Abril se lanzó contra Dominik con la espada bien sostenida entre sus manos, mientras que él blandió un cuchillo y logró esquivarla justo antes de que esta le clavase la espada en el pecho. Poco a poco, se fueron alejando de la multitud de guerreros que combatían amistosamente con el objetivo de ser evaluados por sus capitanes para la creación de una estrategia que los ayudara a vencer a Tsitsimilt cuando despertara de su letargo.

Ambos combatieron arduamente.

Abril era excelente con la espada, pero Dominik tenía muy buenos reflejos y elasticidad, por lo que la frustró al no poder asestarle casi ni un golpe.

—¡Estúpido Parker! Lo único que sabes hacer es huir de los problemas —gruñó Abril.

Sin darse cuenta, habían llegado a la galería de la fortaleza, donde se exhibían pinturas que los mortales habían hecho representando sus propias versiones de las deidades. Ahora estaban solos, combatiendo por orgullo y por honor.

—¡Y tú no eres más que una salvaje, Grey! —le devolvió el chico, chocando su pequeña daga con la espada para desviarla.

Abril lanzó una risa viendo que el arma de Dominik no era rival para su espada, pero justo cuando ya se había ido con la finta de que tenía ese combate técnicamente ganado, Dominik sacudió su daga y esta alcanzó la misma longitud del arma que tenía ella. El chico utilizó el factor sorpresa para darle un golpe y desarmarla en un santiamén.

Abril miró su arma tirada a varios metros de ella, sonrió con picardía y dijo:

—Así que sigues siendo un mañoso, Parker...

—Exacto. Igual que en los viejos tiempos.

Y entonces, Dominik se declaró vencedor del combate tomando a la chica por la espalda y recargándola contra el muro más cercano. Solo allí, Abril fue consciente del gran oponente que tenía detrás, pero no dejaría que le ganara.

Abril Grey nunca dejaba que nadie más le ganara en su propia batalla.

✨✨✨

El segundo día en que Oliver se presentó a la escuela después de haber terminado a Vanessa de una forma tan inhumana, fue el más difícil para él. Estaba confundido. Jamás había sentido tantas ganas de ver a una chica tan fervientemente como ahora deseaba ver a la pelirroja a toda hora. No hacía falta pensar mucho para darse cuenta de que Oliver Grey siempre había sido del tipo que no se enamoraba, de hecho no había sido capaz de sentirse atraído por alguna otra estudiante si no era sexualmente hablando, pues él tenía un objetivo de vida lo demasiado claro para no distraerse con jueguitos de adolescentes con una vida común y corriente.

Mientras entrenaba con los Black Dragons para su siguiente partido de fútbol, le era imposible centrarse en las indicaciones que estaba dando James, porque en su cabeza solo había cábida para pensar en que anhelaba hablar con Vanessa y pedirle disculpas, a sabiendas de que la tarde anterior la chica no lo había querido ni mirar de reojo. Pero se lo merecía, pensaba él. Porque aunque su intención no había sido terminarla de aquel modo tan vil, sabía perfectamente que los motivos que lo habían llevado a pretender interés en ella eran tan o más retorcidos que lo dicho por su boca.

—¡¿Qué haces parado ahí, Grey?! ¡¿No te acabo de decir que vinieras al campo?!

La voz de James lo obligó a salir de sus pensamientos. Cuando parpadeó, no tardó en reparar en que sus compañeros de equipo ya lo miraban en espera de que tomara su lugar como defensa para el entrenamiento, por lo que asintió y se fue a acomodar intentando no perder la cabeza nuevamente, ¡pero es que le era imposible! ¿Cómo había pasado de ser un conquistador que pasaba de chica en chica, a no poder apartar a una nena de papi de su mente?

Oliver pasó una hora completa entrenando sin descanso antes de que James les dijera que podían disfrutar de su receso. Apenas Miller les dio la indicación, se fue a tomar agua, secó un poco el sudor de su frente y fue al comedor esperando ver a la chica comiendo con Dominik y con las integrantes del equipo de Tenis.

La buscó con la mirada, nervioso con el mero pensamiento de toparse con ella, y lo demasiado intranquilo para frotar sus manos una contra otra en un gesto lleno de ansiedad.

Finalmente, la encontró.

Allí estaba, a más de cinco mesas de distancia, riendo por algo que acababa de decir Dominik. No pudo evitar que una curvatura de labios melancólica saliera de su boca justo antes de que los ojos de la chica encontraran los suyos. Alguna vez esos mismos iris lo habían mirado con amor, con ternura, incluso con deseo o repletos de lágrimas tras contar la presión que significaba ser hija de alguien como Bernard Lawson. Sin en cambio ahora lo observaron con nada más que resentimiento, enojo. La joven frunció el entrecejo mirándolo con desprecio y luego se volvió hacia sus amigas, cosa que a Oliver le dolió hasta el alma. Pese a eso, fue capaz de reunir una gran cantidad de valentía y caminó hacia la mesa, con el corazón latiéndole aterrorizado.

Cuando llegó hacia el sitio, carraspeó tratando de llamar la atención de la joven, y en cuanto esta se giró, su cara volvió a dibujar un gesto de desagrado que desconcertó a sus compañeras, pues ellas no sabían que la relación había quedado en tan malos términos.

—Vanessa... ¿Podemos hablar? —preguntó él. Antes seguramente hubiera fingido los nervios con los que sus talones se balancearon, pero ahora autenticidad era todo lo que lo dominaba.

Vanessa, en cambio, no sentía ni el más diminuto interés por ser el blanco de las burlas de Oliver otra vez. Sabía, estaba casi segura que era lo que él pretendía: jugar al hoy sí estoy enamorado de ti, pero mañana te mando al carajo diciendo que no significas nada para mí, cosa que de ninguna manera podía permitir. Su padre era una mierda, sí, pero le había enseñado a no dejarse humillar por ningún hombre, —aparte de él, claro—. De modo que bebió de su vaso de jugo para demorarse un poco en responder, y en cuanto habló, intentó imprimirle todo el veneno posible a su voz.

—No. Lárgate de aquí.

Lo dijo fría y sin dubitación, ignorando a propósito a la vocecilla en su cabeza que le rogaba hablar con Oliver. Lo extrañaba, pero no iba convertirse en el saco de boxeo del muchacho ni aunque le pagaran o le cambiaran a la tutora privada de latín que había contratado su padre.

El rostro de Oliver se ensombreció al escuchar sus palabras.

—Vanessa, en verdad me gustaría hablar contigo...

—Pues a mí no —determinó—. Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, ¿de acuerdo? Dejaste bien claro todo cuando terminamos. Ahora requiero que te vayas y me permitas comer tranquila.

Ni siquiera se tomó la molestia de voltear, lo que le dolió más que si le hubieran clavado una espada en el pecho.

—Pero...

Esta vez, quien intervino fue Dominik, hablando en un nivel tan bajo y tan cargado de compasión, que Oliver se sintió mucho peor:

—Grey, de verdad es mejor que te vayas. No es buen momento para que estés aquí.

Sin embargo, fueron quince minutos después, cuando Oliver ya se había resignado a que no podría hablar con Vanessa hasta más tarde que lo intentara de nuevo, que Dominik se presentó en el vestidor donde únicamente se encontraba él. Oyó sus pasos mucho antes de verlo entrando por la puerta, y de inmediato trató de ocultar su semblante intranquilo para no verse como un débil ante el Iztac.

—Hola —saludó Dom con aquella voz suave de acento extranjero que lo caracterizaba.

—¿Qué hay, Parker? —lo dijo sin ganas, pero era porque estaba cansado de no poder decirle a Vanessa lo mucho que lo sentía.

—Te he estado buscando desde hace algunos minutos... Quería decirte que lamento lo que ocurrió hoy en el almuerzo. Siento mucho que Vanessa no quiera escuchar lo que tienes por decir, pero debes recordar que ella no sabe lo que nosotros, no sabe lo que somos ni lo que te llevó a ofenderla de la manera en que lo hiciste antes.

Dominik se sentó en el suelo junto a Oliver, y este soltó una lágrima involuntaria. Se sentía impotente de no tener la libertad para explicarle a la joven toda la verdad, de no revelarle su verdadera naturaleza de ser paranormal.

—¿Qué voy a hacer si nunca puedo lograr que vuelva a enamorarse de mí, Parker? —sollozó—. ¿Qué voy a hacer si no regresa a mi lado?

El Iztac juntó los labios, evaluando qué decir.

—Por curiosidad, ¿aún recuerdas en qué momento supiste que te habías enamorado de ella?

El Cazador sonrió, recordando los momentos vividos con Vanessa antes de la desgracia.

—Creo que fue después de nuestro primer beso, cuando Abril nos interrumpió en casa de Audrey. Allí supe que estaba sintiendo algo por ella, algo tan desconcertante que ni yo mismo lo podía comprender, porque no lo había sentido antes.

—Y si es así, ¿por qué Vanessa?

Oliver suspiró.

—¡Porque ella es tan tierna...! Siempre me trató de manera muy dulce, y porque aunque tiene una vida difícil, admiro cómo es capaz de sonreírle a todo el mundo. ¿Sabías que toma pastillas antidepresivas?

Dominik abrió mucho los ojos.

—¿Cómo te enteraste?

—Porque leí su mente un día en que la vi llorar. Hasta ese momento había creído que su vida era perfecta, rodeada de lujos, una casa inmensa y los mejores privilegios en el mundo. Pero cuando supe que no era así, la adoré mucho más de lo que ya lo hacía, oegulloso de tener una novia tan fuerte, aunque fuera una mentira total.

Dom dobló las rodillas contra su pecho y se las abrazó.

—Así es. ¿Ahora entiendes por qué nunca le dije nada acerca de los Iztac? Ya tiene demasiados problemas en su vida como para darle más...

Su contraparte asintió, comprendiendo que Dominik en verdad había hecho su mejor esfuerzo por protegerla de toda la basura que cargaba una guerra entre dos bandos creados por las mismas deidades para el mismo fin. Pero pronto, también se puso de pie, extinguiendo la tristeza en su rostro y reemplazándola por decisión.

—Pues no me importa cómo le haga, Parker, pero yo voy a recuperarla a como dé lugar.

Dominik sonrió, para, acto continuo, decir también:

—Y yo te voy a ayudar.

✨✨✨

Hospital General Luz González Cosio,
Zacatecas, Zacatecas.

Leonard se paseaba de un lado a otro de la sala de espera con las manos entrelazadas tras la espalda. Había firmado ya el permiso y la cirugía había comenzado unas horas atrás. Ambos, tanto él como Roberto se hallaban sumamente nerviosos, pero a Alexander y Audrey casi se les salía el corazón de solo pensar que a su madre pudiera ocurrirle algo. No obstante, quien la estaba pasando peor era la chica, porque también debía lidiar con el dolor en su cuerpo, con la presencia todavía incómoda del fantasma y con el hecho de que declararía apenas volver a la mansión, quizá aquella noche en compañía de Roberto y Alex en dado caso de que Leonard se viera obligado a quedarse con Marie, cosa que era muy posible dadas las circunstancias.

Cuando el padre de los chicos dio la vigésima vuelta, vieron a un doctor aparecer por el pasillo en dirección a ellos, y rápidamente se acercaron a llenarlo de cuestionamientos, sin embargo, antes de que pudieran decir una sola palabra, el hombre, no mayor a cincuenta años, dijo:

—¿Señor Leonard Williams?

—Así es. ¿Cómo está mi esposa, doctor? —respondió él, presuroso.

Los hermanos se miraron llenos de incertidumbre, mientras que Roberto colocó una mano sobre el hombro de su amigo.

En tanto, el doctor sonrió con un positivismo inusualmente sospechoso justo antes de continuar hablando.

—Buenas noticias, señor Leonard; la cirugía salió muy bien, y aunque el accidente fue grave, afortunadamente pudimos salvarlos, por lo que ambos están muy bien ahora.

La sonrisa del doctor se extendió de una oreja a la otra, mientras que los Williams y Roberto fruncieron el ceño, confundidos por sus palabras.

—Disculpe, doctor, creí que mi esposa venía sola en la camioneta cuando ocurrió el accidente...

Leonard ya comenzaba a conjeturar miles de cosas en su cabeza, desde que el doctor se refería a algún otro conductor inmiscuido en el percance, hasta la grave sospecha de que Marie lo engañaba... Pero eso era imposible, ¿no? Marie nunca haría tal cosa.

El doctor, entonces, puso cara de desconcierto, que luego se transformó en alegría, y enseguida, con algo más que entusiasmo, le dijo a Leonard:

—Oh... Lo lamento, es que creí que ya lo sabía.

—¿Saber qué?

De nuevo, la alegría en el doctor se acrecentó, y los hermanos se miraron, desconcertados. A continuación, el hombre, lleno de algarabía, exclamó:

—Que la señora Williams está  embarazada. ¡Felicidades, señor Leonard. Usted va a ser padre!

—¡¿QUÉÉÉÉÉ?! —exclamaron los hermanos, Roberto y el fantasma al mismo tiempo. creyendo que habían oído mal.

Pero en ese momento y justo antes de que pudieran hacerle ninguna pregunta al alegre médico, un golpe interrumpió la exclamación de todos, y acto continuo, observaron lo que había ocurrido ante sus ojos, no sabiendo si reír, preocuparse o llorar...

Porque Leonard yacía desmayado en el suelo del hospital, gracias a la impresionante buena nueva.

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