Capítulo 11
1 de febrero, Palacio de los Iztac.
Murieron cien personas. Eso es lo que los noticieros habían estado anunciando durante todo el día, y lo único que Darren y Audrey llevaban escuchando desde hacía dos horas que había comenzado su entrenamiento en el palacio.
El interior del recinto había pasado a convertirse en un hervidero de ángeles que iban y venían, gritando indicaciones, preguntas, respuestas, alegando y arrojando datos de forma tan simultánea que la chica y el fantasma nada pudieron captar. Pero no era para menos, y es que, tal como había dicho Dominik tras revelar el secreto de su naturaleza paranormal a Audrey, aquél primer día del mes, como todos los demás, había ocurrido algún accidente en alguna parte del mundo que terminó por conmocionar a toda la raza Iztac. Y no precisamente por la gravedad del asunto, sino por el número de fallecidos en él.
Cien. Ni uno más, ni uno menos.
Y esta vez había sido en Francia. Por lo poco que Audrey entendía, se trataba de una manifestación estudiantil que acabó con la vida de cien jóvenes universitarios debido a la fuerza bruta de la policía que los estaba conteniendo. Pero lo más inquietante del asunto es que a pesar de contar con miembros como Dominik, que podía ver el futuro, los Sangre Blanca no pudieron anticipar dónde ni cuándo ocurriría dicha tragedia, de manera que ahora los desolados guardianes de los fallecidos caminaban por el palacio con la cabeza baja y los hombros caídos.
Por otro lado, Audrey, Darren y Romina se encontraban en la sala de armas entrenando bajo las órdenes de Abril. O al menos eso intentaban, porque el incesante ruido del exterior no los dejaba concentrarse.
—La creación de esferas de fuego es algo relativamente fácil de llevar a cabo —decía la capitana de los Cazadores mientras caminaba en círculos alrededor de ellos—. Al principio es un poco difícil porque deben mantenerse lo más concentrados posible, pero en cuanto se acostumbren a ello, se volverá tan sencillo como respirar.
Tras su discurso, Darren echó una ojeada a Audrey tratando de comunicarle las dudas que lo aquejaban, pero para su decepción, la muchacha ni siquiera se percató del gesto. Y es que desde aquella pelea previa al secuestro de Audrey por parte de Monique, las cosas ya no habían vuelto a ser iguales entre ambos. Audrey se desentendía cada vez más de él; se alejaba y no demostraba mucho interés en charlar acerca de todo lo que habían descubierto en las últimas semanas.
—Lo que quiero que hagan a continuación —prosiguió Abril, y Darren parpadeó para salir de sus pensamientos—, es que cierren los ojos y extiendan el brazo derecho con la palma hacia arriba. Así. —Abril se colocó en dicha posición, a lo que los tres la secundaron—. Ahora quiero que relajen su mente y comiencen a imaginar que una pequeña llama nace de la punta de sus dedos. Quiero que la visualicen en su mente. La llama primero será tan pequeña que les resultará casi imperceptible. Pero después... Después comenzará a hacerse más grande. Más visible. La llama recorrerá cada centímetro de sus manos y ascenderá gradualmente hasta formar una pequeña esfera de fuego sobre sus palmas. Quizá solo la mantendrán activa por unos segundos, pero aquello será suficiente para esta primera vez.
»Es posible que en el proceso sientan un leve calor recorriendo su brazos, pero no se alarmen. Es normal.
Audrey, Darren y Romina asintieron, empezando a llevar a cabo las indicaciones de Abril. La primera intentó bloquear el ruido del exterior para serenarse, y estuvo varios minutos pendiente del momento en que sintiera el dichoso calor reptando por su brazo. Imaginó una pequeña llama en la punta de su dedo anular que gradualmente crecía hasta convertirse en una esfera del tamaño de una pelota de béisbol. Visualizó la intensidad de aquel vivo color naranja-rojizo y se concentró, especialmente, en figurarse el calor del fuego haciendo contacto con su piel.
De pronto abrió los ojos, preparada para ver la esfera sobre la palma de su mano. Sin embargo no solo no halló nada sino que al voltear a ver a Darren y Romina se decepcionó al darse cuenta de que ellos sí lo habían logrado. De la palma de ambos nacía una viva llama de hipnotizante color naranja que les iluminaba parte del rostro.
Quiso la suerte que mientras ella admiraba la esfera de Darren con decepción en el rostro, este la volteara a ver. En cuanto el muchacho reparó en su expresión, agitó la mano para extinguir la esfera y se acercó a ella.
—Tranquila, Audrey. No pasa nada. Después de todo, es la primera vez que lo intentas, y...
—No es la primera vez, lo sabes bien —respondió, tajante.
El espectro se dió una bofetada mentalmente. Había olvidado por completo que durante su estadía en Zacatecas, Audrey había insistido en intentar hacer nacer fuego de su mano sin resultados positivos.
Darren estuvo a punto de disculparse, pero en ese momento Dominik entró a la sala hecho una furia y arrojó su teléfono al suelo, dejando ver que miraba un video sobre la manifestación en Francia.
—¡Soy un inútil! —exclamó—. ¡Todo esto es mi culpa!
Abril, que luchó por ocultar una expresión desconcertada, avanzó dos pasos hacia él.
—Explícate, Parker.
Dominik gruñó en respuesta. Todos lo miraban expectantes.
—Intenté predecir la hora y el lugar, pero no pude. ¡Y ahora hay cien personas muertas por mi maldita culpa! ¿Cuándo va a parar esto? ¡¿Cuándo se romperá el patrón que lleva siglos repitiéndose?!
Dominik llevó las manos a su cabello y tiró de él, enloquecido.
—Parker, escucha bien lo que voy a decirte, porque no voy a repetirlo —declaró la Cazadora—. Primero que nada, aleja las manos de tu cabello. Sabes que odio que hagas eso.
—¡Me importa una mierda lo que odies, Grey! ¡Tú y yo ya no...!
—Que las alejes, te digo —repitió ella, si bien no furiosa, claramente decidida a hacer valer sus órdenes. Dominik lanzó un gruñido y obedeció—. Segundo: tú no tienes porqué culparte de algo que no controlas. Es verdad, puedes predecir el futuro, pero recuerda que hasta nuestros poderes tienen un límite, y el tuyo es no controlar el alcance de tus proyecciones. Tal vez puedas ver pequeñas escenas de lo que sucederá, pero no es como si fuera una película que te especifica cada detalle.
—Pero es que... Si tan solo yo...
Audrey, Darren y Romina miraban atentos la escena. En ese momento, con Dominik mirando al suelo acompañado de un decaído semblante y Abril a solo un metro de distancia, observándolo con algo parecido a la compasión, tuvieron la sensación de que salían sobrando. Pero no se marcharon. Y no porque no quisieran, sino porque sabían que Abril y Dominik podían pasar de una charla seria a los gritos y golpes en un parpadeo.
Sin embargo, la manera en que se miraron cuando Dominik levantó la cabeza, fue tan...
—Donde hubo fuego, cenizas quedan... —Audrey soltó un respingo al oír la voz de Darren en su oído. Quiso volverse, pero él la tomó por la cintura logrando que la espalda de la chica descansara sobre su pecho. Cuando el chico le ladeó el cabello, un estremecimiento recorrió su columna vertebral.
—Parker —habló Abril, con un tono tan suave que a Darren y Audrey les costó reconocer su voz—, ven aquí, Parker.
La Cazadora extendió la mano. El ángel, por su parte, le regaló una mirada de desconcierto con aquellos penetrantes ojos azules, creyendo que era una más de sus burlas. Mas, al notar su rostro serio, acercó su mano para tocar la que ella le extendía...
... Y entonces, cuando sus dedos estaban a punto de entrar en contacto, Morgan Phillips entró como una exhalación a la sala de armas, provocando que se separaran de golpe.
—¡Dominik, por fin te encuentro!
Dom giró la cabeza, todavía apabullado.
—¿Qué ocurre?
—Los guardianes de quienes fallecieron hoy están listos para llevar a cabo la Ceremonia Negra. Solo faltas tú.
Parker parpadeó un momento. Luego se volvió hacia Abril y, sin atreverse a levantar la voz, dijo, aparentemente a nadie en específico:
—Tengo... Tengo que irme. Hasta más tarde.
Y entonces se marchó, dejando a los chicos en mitad de un ambiente tenso y silencioso.
Cuando Abril se volvió y reparó en que Darren y Audrey la miraban con tristeza, solo atinó a decir:
—Dejen de mirarme así, ¿de acuerdo? Mejor vayan a buscar a un Iztac que los lleve de vuelta a casa. El entrenamiento acabó por hoy.
El trío asintió torpemente al tiempo en que salían del salón de armas en busca de algún Iztac que los llevara a sus casas. Por suerte se toparon con Kaet y este aceptó la enmienda, por lo que bajaron la escalinata hasta que llegaron a la primera planta, donde se toparon con un puñado de ángeles ataviados en una túnica negra cuya capucha cubría sus rostros. Las preciosas alas blancas que llevaban extendidas tras su espalda contrastaban enormemente con aquel misterioso atuendo.
Audrey observó a aquellos Iztac reuniéndose en una habitación con decenas de pequeñas cajas de madera acomodadas en hileras sobre el suelo. Acto seguido, notó que cada ángel se colocaba tras una caja y pronto también vio a un Iztac vestido de blanco entrar con paso solemne.
—¿Qué está pasando, Kaet? —preguntó al ver que la puerta doble de la estancia se cerraba, impidiendo que pudiera saber qué más hacían los ángeles vestidos de negro.
—Es la Ceremonia Negra —respondió el muchacho—. Todos ellos eran los guardianes de quienes fallecieron en la manifestación de Francia, y se han reunido allí porque se llevará a cabo algo parecido a una misa, que sirve para que el espíritu de los difuntos pueda ascender al Paraíso.
»Pero lo importante de la Ceremonia Negra es que los Iztac que acaban de entrar en esa habitación —señaló la puerta doble, cerrada de par en par—, recuperarán los recuerdos de su vida antes de convertirse en ángeles, solo mientras sus protegidos reencarnan en alguna otra persona. A los Iztac nunca nos ha gustado experimentar la muerte de nuestro protegido, pero no podemos negar que nos encanta recordar quiénes éramos antes de esto.
La chica asintió recordando que Dominik le había comentado algo similar. Posteriormente salió del palacio tras Kaet y pronto, más pronto de lo que imaginó, tanto Romina como Darren y ella estaban en sus respectivas casas.
Una vez en la mansión, Darren intentó platicar con Audrey acerca de lo ocurrido en su entrenamiento, pero entonces se dio cuenta de que ella se había ocupado de envolverse en las sábanas de su cama, dándole la espalda junto con el claro mensaje de que no quería hablar con él. De modo que se sentó junto a la muchacha en el colchón y, tras lanzar un pesaroso suspiro, el espectro se limitó a susurrar:
—Mañana iré temprano al Palacio Iztac porque tengo que hablar con Evan, así que no podré acompañarte a la escuela.
—De acuerdo —le contestó la chica sin volverse.
—¿No te interesa saber acerca de qué quiero hablar con él?
—No es que no me interese, pero tú debes tener tus razones para buscar a Evan y yo no tengo ganas de cuestionarte acerca de eso.
Darren resopló ante aquella respuesta.
—Audrey, ¿hasta cuando vas a seguir tan ausente conmigo? ¿Por qué no podemos ser como antes?
—¡Porque me lastimaste, Darren. Por eso no podemos ser como antes! —exclamó en un susurro lleno de furia. Había tenido qué resistirse a gritar solo porque no quería que Alex o sus padres la oyeran—. Y es que no solo me heriste sentimentalmente, sino que además decidiste marcharte, dejándome sola, y sabes perfectamente que si no te hubieras ido, me habrías podido ayudar a enfrentar a Monique y Rolland no habría muerto. ¡La muerte de Rolland es culpa tuya y por eso te detesto, Darren Rosewood!
El fantasma se quedó atónito tras la revelación de Audrey. Era verdad, lo sabía, pero llevaba días intentando no pensar en ello porque la culpa era demasiada. Sin embargo, escucharlo de boca de Audrey le resultaba insoportable, tanto que apenas pudo hablar.
—Yo... Lo lamento mucho, Audrey. Si pudiera volver el tiempo atrás...
—Pero no puedes, Darren —le cortó, furiosa—. Lo peor del caso es que debiste pensar en eso antes de soltarme lo que me dijiste aquella tarde.
—Lo sé...
—Ahora déjame dormir, ¿quieres? Estoy muy cansada y no tengo ganas de hablar contigo.
Nuevamente, Darren suspiró.
—Esta bien... Buenas noches, Audrey.
Pero la joven no le contestó y por primera vez, Darren no la culpó. Después de todo, se lo merecía.
...
Lisa inhaló lo más profundo que pudo y observó a Bryan como si los ojos del muchacho pudieran ser capaces de confortarla. Como si le hubiera leído el pensamiento, Sheppard la tomó por los hombros y la acercó a él hasta que la cabeza de la chica reposó sobre su pecho. En tanto, Vanessa y Audrey se miraron, incómodas, y tuvieron la extraña sensación de que salían sobrando en la escena.
—No sé si pueda hacerlo... —susurró Lisa asustada—. ¿Y si no lo logro?
Bryan la sostuvo más fuerte.
—Sabemos que lo harás sin ningún problema, Liss. Tienes todo lo que se necesita para lograr que el plan sea un completo éxito, así que lo único que te queda por hacer es confiar en ti misma.
Definitivamente Vanessa y Audrey sobraban.
Habían pasado ya unos días desde que habían ideado el plan para descubrir la verdad tras el profesor Cade y desde entonces se sentaban todas las tardes juntos durante el receso a fin de afinar detalles del mismo. Pero una extraña cercanía se había producido entre Lisa y Bryan después de que este luchara por infundirle ánimos, pues era bien sabido que de todos, ella tenía la misión más complicada. Incluso le había creado un sobrenombre, cosa que había sorprendido a todos los involucrados porque Bryan Sheppard no era de establecer apodos a nadie.
Así de extraña se había tornado la relación de Audrey con esas dos personas que, hasta hacía poco, no significaban absolutamente nada para ella.
Mientras Lisa trataba de convencerse de que todo saldría según lo planeado, la voz de Oliver sonó tras el grupo y Vanessa instintivamente retrocedió, pero fue entonces cuando su espalda chocó con algo blando, y al dar la vuelta, sus ojos se toparon con los del muchacho que quería evitar.
—¿Cómo va todo? —inquirió el futbolista con la mirada clavada en la pelirroja—. ¿Ya empezaron?
—Lisa se siente un poco insegura —contestó Audrey, afectada por la zozobra que desprendía la inesperada presencia de Oliver en su mejor amiga.
—Oye, ¿crees que puedas hacerlo? De lo contrario mi hermana Abril podría ocupar tu lugar y...
—¡Cállate, Grey! —exclamó Bryan molesto—. Tú también estarías angustiado si fueras a llevar a cabo algo como lo que hará Lisa.
—¡De acuerdo, entiendo! —replicó levantando los brazos—. Solo digo que si no se siente lo suficientemente capaz de hacerlo, lo mejor sería que...
—Sí me siento capaz —declaró Lisa, aunque un leve temblor se produjo en su voz. Giró la cabeza hacia el gimnasio y al ver que este comenzaba a vaciarse, añadió—: ustedes dejen todo en mis manos. Les prometo que todo va a salir bien, ¿de acuerdo? —No se molestó en ver cómo asentía el pequeño grupo. En lugar de eso, soltó un profundo suspiró, cuadró los hombros y se liberó suavemente del agarre de Bryan antes de susurrar—: parece que la hora ha llegado. Deséenme suerte.
—No la necesitas. Yo sé que lo harás bien —le dijo Bryan, y por respuesta obtuvo una sonrisa de la chica.
Entonces, Lisa comenzó a avanzar hacia el gimnasio imprimiéndole a sus pasos toda la decisión que le fue posible reunir. Ese día se había puesto un vestido blanco de falda tableada que le llegaba a mitad del muslo y unos zapatos que, aunque no tenían tacón, sí combinaban muy bien. El cabello negro le caía hasta la espalda en ligeras ondas playeras, enmarcando su rostro bronceado.
Entró en el gimnasio con paso tan cadencioso como el de un gato y al instante la mirada del profesor Cade se centró en ella.
—Hola, profesor —murmuró, sonriendo en un intento por aparentar toda la seguridad que no sentía. Se acercó lentamente hacia su docente y tuvo qué contener sus nervios al ver que este tragaba saliva, recorriendo su cuerpo con una mirada lasciva que no se molestaba en disimular.
—Buenos días, señorita Smith. ¿Puedo ayudarla en algo?
Desde afuera, el grupo conformado por Audrey y compañía observaron que Cade Roxley se erguía acercándose a Lisa hasta que solo los separaban unos centímetros.
—En realidad, profesor, me preguntaba si podría darme algunos consejos sobre cómo mejorar mis habilidades deportivas —contestó ella, sosteniéndole la mirada—. Planeo unirme al equipo de Tenis, pero temo no ser lo suficientemente buena en ello.
Roxley pareció pensárselo por un momento, pero en tanto, esbozó una sonrisa maquiavélica, como si en su mente se estuviera maquinando un terrible plan que involucraba a Lisa.
—Para eso estoy, alumna Lisa —siseó—. ¿Te parecería bien entrenar mañana después de la escuela? Conozco una cancha de Tenis perfecta para la ocasión.
Lisa le regaló una curvatura inocente de labios y jugueteó con una cadena que llevaba colgada al cuello.
—Me parece perfecto. Hasta entonces, profesor Cade.
Pero Lisa no se movio de su lugar tras despedirse. No podía dejar que el plan se fuera a la basura por culpa suya, de manera que esperó, sonriente, y cuando Cade se acercó con el objetivo de robarle un beso, ella dejó que sus rostros se aproximaran hasta quedar apartados por solo unos centímetros. Y justo cuando sus labios estuvieron a punto de rozarse, dio media vuelta y le guiñó un ojo al profesor, caminando hacia la salida. Solo estando fuera del aula se atrevió a lanzar el aire que había estado conteniendo.
Lisa vio a lo lejos que sus amigos la esperaban, expectantes por saber qué tal se había desarrollado la primera parte del plan, por lo que se apresuró a reunirse con ellos y ya allí, no pudo evitar lanzarse a los brazos de Bryan, mismo que la recibió con un cálido abrazo lleno de preocupación.
—¿Y bien? —la apresuró Audrey, con los ojos bien abiertos de esperanza—. Dinos cómo te fue, ¡no nos tengas en ascuas!
Lisa la miró, primero muy seria y luego con una pequeña sonrisa traviesa que fue agrandándose de a poco.
—¡Funcionó, chicos! —exclamó, a lo que los demás celebraron—. ¡Cayó redondito en la trampa y me citó mañana para «enseñarme a jugar Tenis»!
—¡Lo sabía! —exclamó Vanessa—. Bueno, ¿y ahora qué sigue?
—Pues como Roxley ya aceptó salir con Lisa, lo que tenemos que hacer a continuación es... —Y entonces, Audrey procedió a narrarles cada detalle del plan que ya había elaborado para descubrir a su profesor. Los chicos fueron emocionándose tras cada una de sus palabras, de modo que, para cuando cada quien tomaba su camino rumbo a sus respectivas clases, el entusiasmo los dominaba, sabiendo que pronto habría un perdedor en el juego y no iban a ser ellos.
Después de que Audrey, Bryan y Lisa desaparecieron, Vanessa se dispuso a dirigirse a su tutoría, pero antes de que pudiera hacerlo, sintió una mano envolver su muñeca y a continuación la voz de Oliver dijo:
—Vanessa... ¿Crees que podamos hablar un momento?
Ella suspiró antes de volverse hacia el muchacho. Aún percibía la fuerte necesidad de ceder a su ruego, pero la parte sensata de ella le decía que no era lo mejor escucharlo.
—Lo siento, no quiero llegar tarde a clase, y tú tampoco deberías, Oliver —contestó con voz anodina.
Pero el chico no pensaba rendirse.
—¡Por favor! Solo será un minuto.
La pelirroja reparó en que sus ojos color esmeralda la miraban suplicantes y le fue imposible negarse a dicha petición.
—Está bien. ¿Qué es lo que quieres?
Oliver, que no venía venir su respuesta, sonrió de oreja a oreja y le dijo, más emocionado que nunca:
—Tengo... Tengo que decirte un secreto.
—¿Un secreto? —Vanessa frunció el ceño.
—Así es. Esto... te va a parecer muy extraño, y con toda razón, pero después de que te lo diga vas a entender el porqué de muchas cosas que han estado pasando, no solo contigo y conmigo, sino con casi todos a nuestro alrededor.
—¿A qué te refieres? La verdad es que no te estoy entendiendo.
—Bueno, yo... Es que yo... —El futbolista aproximó todavía más su rostro al de la chica y se frotó las manos dominado por los nervios. Había planeado muy bien lo que le iba a decir, pero parecía que de pronto todas las palabras se le habían escapado de la mente. Pasados un par de segundos cerró los ojos, lanzó un profundo suspiro para liberar la tensión de su espalda y susurró junto al oído de la joven—: Vanessa, quiero que sepas que yo... Que yo...
—¿Que tú qué? —Para entonces, Vanessa ya también se sentía intranquila.
—Vanessa, tienes que saber que yo soy un án...
Y entonces...
—¡Jovencitos! ¡¿Qué están haciendo ustedes aquí?! ¡Ya deberían estar en clase!
En cuanto oyeron la voz del director, ambos se separaron de golpe y Vanessa enrojeció de repente. Nunca la habían regañado, y mucho menos el intimidante director de la escuela.
—¡Director August! Yo...
—Señorita Lawson, por favor vaya a clase. No necesito que me suelte una excusa. —En seguida se volvió hacia Oliver—. Y usted, joven Grey, vaya de inmediato al campo de fútbol si no quiere que empiece a considerar sacarlo del equipo. ¡Andando!
—Sí, director August —susurraron a la par, para después encaminarse cada uno a su clase.
Mientras Oliver se alejaba de Vanessa con la mirada de August sobre él, sintió deseos de retroceder el tiempo para haberle dicho a Vanessa su secreto tal como lo había planeado. No obstante, supo que no todo estaba perdido, porque al fin y al cabo todavía le quedaba un as bajo la manga... y no pensaba desperdiciarlo.
....
Cuando la jornada escolar finalizó, Audrey sintió deseos de dirigirse a la mansión para tomar una larga siesta antes de su siguiente entrenamiento con los Iztac y los Cazadores. Esa tarde había decidido faltar a su clase de defensa personal porque tenía la sensación de que llevaba mucho tiempo cargando con demasiadas preocupaciones, tantas que comenzaba a cuestionarse si podría aguantarlas por más tiempo.
Lo único bueno de su entrenamiento era que no perdía horas de sueño por ello. En realidad ella, Darren y Romina salían a practicar sus habilidades durante cinco o seis horas cada noche, pero al volver a casa un Cazador aplicaba un hechizo con el que sus cerebros descansaban como si hubiesen dormido diez horas seguidas. Así el cansacio de un desvelo no se apoderaba de ellos.
Caminó hacia la salida sintiendo que los segundos se transformaban en horas y cuando llegó al portón principal con el objetivo de esperar a que Alex saliera para irse con él, una mano pescó su brazo, lo que la obligó a volverse enseguida. La persona que vio a continuación hizo que se le desencajara la mandíbula.
—¡¿Tú?! ¡¿Qué carajo estás haciendo aquí?! —gritó, aterrada y furiosa a partes iguales.
Entonces, Anthony Sánchez se llevó el índice de su mano libre a los labios, visiblemente abochornado.
—Audrey, yo... Necesito hablar contigo.
—¡¿Hablar conmigo?! —exclamó ella. Después bajó la voz para añadir—. ¿De qué? ¿De cómo ayudaste a Víctor y Monique a matar a Rolland? ¡¿De cómo casi me matas a mí?! ¡O mejor hablemos de la manera tan impresionante en que ustedes, hijos de puta, han logrado evadir su castigo escondiéndose de la justicia!
—Audrey, puedo entender cómo te sientes, pero te juro que yo no quería hacer nada de eso. Nunca quise lastimarte ni a ti ni a Rolland, pero... hay personas obligándome y no puedo decir que no.
—¿O qué, Anthony? ¿Tu papi te va a quitar el auto del año y todos los privilegios de los que gozas? —espetó.
—No... La verdad es que si no cumplo las órdenes de... Ciertas personas... Me van a matar. Pero ahora, viéndolo bien, creo que prefiero morir antes que volver a hacerte daño. No me gusta verte sufrir, por eso estoy aquí hoy.
—Irónico viniendo de la persona que prendió el fuego en la casa donde casi muero, ¿no? —Al escuchar eso, Anthony dibujó un gesto de pesar en sus facciones—. ¿Sabes qué? Ya no me quites más el tiempo. Tengo muchas cosas qué hacer, y compadecerme por la persona que ayudó a matar a mi mejor amigo no es una de ellas.
—Pero... Audrey, por favor, tienes que escucharme. ¡Estás en peligro!
La chica se volvió de golpe a él.
—¿Cómo dices?
—El objetivo de Monique y Víctor siempre fuiste tú, y no pararán hasta verte muerta.
—Eso ya lo sé, pero, ¿por qué a mí? Yo no les he hecho nada. Tú lo sabes, ¿verdad?
—Sí, pero... es complicado de explicar.
—No me importa, dímelo.
Anthony reflexionó un momento. Parecía estar a punto de darle una respuesta, pero si fue así, al final se arrepintió, porque solo negó con un movimiento de cabeza y se restó a decir:
—Lo único que puedo decirte es que necesitas cuidarte mucho. Sobretodo durante las noches de luna llena.
Audrey se dispuso a rogarle una vez más que le contara la razón por la que Monique quería hacerle daño. Sin embargo, justo cuando estaba por hacerlo, la voz de Alex resonó tras ellos.
—¿Qué pasa, Audrey? ¿Este tipo te está molestando?
Por un momento reinó el silencio entre los tres. Era bien sabido para Audrey que Anthony jamás le había agradado a Alex, pero en ese momento la tensión parecía sentirse mucho más fuerte que nunca.
Al final, Anthony echó una mirada de recelo a Alexander y dijo en voz muy baja:
—Yo... Yo ya me iba. Solo vine a asegurarme de que Audrey estuviera bien. Con permiso.
Y entonces se esfumó, dejando a los hermanos envueltos en una profunda sensación de pesadez y con cientos de preguntas sin contestar.
....
La noche llegó a la Ciudad de México y con ella la oportunidad para Vanessa de alejarse por unas horas de los regaños y exigencias de su padre. Lo amaba, pero ya se sentía incapaz de seguir aguantando sus reproches, porque sin importar si hacia las cosas bien o mal, Bernard siempre encontraba el modo de echarle en cara el «poco esfuerzo» que la chica le estaba poniendo a sus tareas.
Después de pedirle a una de sus empleadas que le diera un vaso de leche y un plato de galletas, Vanessa abrió la puerta de su cuarto con la intención de disfrutar el resto de la noche leyendo mientras cenaba. Suspiró, entró a su habitación y en el momento en que cerró la puerta con la cadera... una mano tapó su boca, sin darle oportunidad de gritar.
—Shhh... No grites. Soy yo.
Pero a pesar de que la voz bastante conocida de Oliver se molestó en advertirle, el vaso de leche y el plato de galletas cayeron de sus manos debido a la sorpresa, de manera que aunque ella no hizo ningún ruido, el sonido de cristal rompiéndose pareció llamar la atención de alguien, porque pronto resonaron pasos ascendiendo por la escalera.
—¡Carajo! —exclamó el chico, mientras envolvía el cuerpo de Vanessa con la mano libre y la obligaba a caminar hacia la puerta del balcón.
—¿Está todo bien allá adentro, señorita Vanessa? —preguntó la empleada doméstica, sin atreverse a abrir la puerta.
—Dile que sí, que todo está bien —exigió el chico, más serio que de costumbre.
La muchacha dubitó. Por un lado estaba tentada a gritar pidiendo ayuda, pero por el otro le extrañaba la actitud que Oliver había tomado y le causaba curiosidad saber cómo había llegado a su cuarto sin ser visto por nadie. De modo que se armó de valor, carraspeó un par de veces para aclarar su voz y dijo:
—Sí, todo está bien, no te preocupes.
La respuesta no tardó en llegar.
—Muy bien, señorita. Entonces me retiro.
Los pasos de la empleada tardaron un par de segundos en alejarse, pero en cuanto desaparecieron, Vanessa se volvió hacia Oliver y le soltó, bastante furiosa:
—¿Se puede saber qué es lo que estás haciendo aquí, Oliver? ¿Cómo entraste sin que nadie te viera?
—Necesito hablar contigo —respondió él. Está vez su rostro no mostraba arrepentimiento ni pena, sino solamente decisión.
—¡Ya te dije que no quiero hablar! —exclamó a susurros.
Pero Oliver no insistió. En su lugar se restó a soltar una profunda bocanada de aire, y luego, con una expresión de pena en su semblante, murmuró:
—Entonces discúlpame por esto.
A continuación sus ojos desprendieron un fuerte resplandor verdoso, y cuando Vanessa los miró fijamente, no tardó en caer dormida sobre los brazos de Oliver.
....
Vanessa despertó con un ligero dolor de cabeza y la vista nublada. Se incorporó confundida, y cuando pudo abrir bien los ojos casi desfalleció al reparar en que se encontraba sobre lo que parecía el corazón de un oscuro bosque. Se incorporó de golpe y entonces fue cuando también pudo notar la presencia de Oliver junto a ella. Instintivamente retrocedió, aterrada.
—¿Qué... Qué estamos haciendo aquí, Oliver?
El muchacho se acercó a ella y pareció escanearla de pies a cabeza en busca de daños.
—¿Cómo te sientes?
—Confundida —declaró—. ¿Dónde estamos? ¿Por qué me trajiste aquí?
Oliver suspiró.
—Lo lamento. No quise hacerlo, pero no me dejaste alternativa. Necesito que me escuches, y como no quiero que vuelva a haber distracción alguna, he decidido traerte aquí.
—Pero ya te dije que...
—Por favor, Vanessa. Dame solo cinco minutos, y si después de que escuches lo que debo decirte decides no perdonarme, entonces te prometo que te llevo a casa y nunca volveré a molestarte. Cinco minutos es lo único que te pido.
La joven pareció meditarlo. Considerando que estaban en un bosque totalmente desconocido para ella y el único que podía devolverla a su hogar era Oliver... no podía darse el lujo de rechazarlo. Por lo que cerró los ojos reflejando el cansancio que ya se había apropiado de ella ante la insistencia de Oliver y asintió, casi de mala gana.
—Esta bien. ¿De qué quieres hablar?
El chico se mostró agradecido.
—Bien, primero que nada, lo que voy a decirte no es fácil, así que entiendo si te muestras escéptica. Sin embargo, te juro que es la verdad.
—Está bien...
—Vanessa, tienes que saber que hay una razón para que me haya acercado a ti después de haberles hecho la vida imposible a ti y a Dominik durante mucho tiempo. La verdad es que nuestra relación no fue ninguna casualidad. También hay una razón por la que parecías no agradarle a mi hermana, y sobretodo, hay una razón por la que te dije todas aquellas cosas horribles el día en que terminaste conmigo.
Oliver se alejó de la chica y caminó lentamente hasta que por lo menos tres metros lo separaban de ella. Después cerró los ojos, preparándose para lo que venía y agregó:
—Y dicha razón es... Dicha razón es esta...
Acto seguido, una cegadora luz naranja cubrió a Oliver de pies a cabeza, y su intensidad obligó a Vanessa a cerrar los ojos. Sin embargo, cuando volvió a abrirlos, se quedó atónita al reparar en que un par de enormes y magistrales alas negras se encontraban a la espalda del muchacho, envueltas en lenguas de fuego que bailaban haciéndolas destellar como si de una fogata se tratase.
Instantáneamente la chica palideció, sin poder creerse una sola cosa de lo que veía.
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