Capítulo 10
Alexander abrió los ojos y se encontró rodeado de la más abrumadora oscuridad. Al principio le fue difícil darse cuenta, pero pronto cayó en que no estaba acostado, y posiblemente ni en su cuarto, sino que yacía de pie en mitad de la nada misma. Cuando se percató de ello, su corazón latió mucho más rápido y un estremecimiento recorrió su espalda. Llevaba ya varios años temiéndole a la oscuridad, sintiéndose pequeño ante ella; pero ya no quería sentirse inferior. Estaba cansado de sentirse inferior.
Cerró los ojos con fuerza y dejó que un suspiro profundo llenara su cuerpo de tranquilidad. No había nada de malo, se dijo, en la bruma que lo envolvía. Nada podría lastimarlo. Los volvió a abrir una vez convencido de esto.
De repente, un halo de luz verde apareció a unos metros delante de él, iluminando un pasillo de paredes irregulares sumamente estrecho y un camino plano que se alzaba a sus pies y llegaba hacia el resplandor. Alexander observó embelesado la luz y se tomó el camino ante él como una invitación para acercarse, así que fue avanzando paso a paso hasta que estuvo frente a dicho resplandor.
Pronto, observó que no era solo un resplandor, sino que había algo más, mucho más sólido y que nada tenía que ver con la luz. Dejó que sus dedos viajaran hasta el objeto, y cuando estuvo a punto de tocarlo, una voz, una que solo había escuchado una vez, pero que había bastado para quedarse grabada en su memoria, dijo, a sus espaldas:
—Hijo mío… —Lo dijo bien lento y ronco, exactamente igual a lo que recordaba.
La mano de Alexander quedó suspendida en el aire y él se estremeció. Trató de imaginar que había sido producto de su imaginación, sin embargo, la voz pronto volvió a sonar, como si se estuviera burlando de él:
—Hijo mío, ven aquí, no me dejes solo ahora que te necesito.
El chico, temblando y casi por inercia, se dio la vuelta muy despacio, y allí, al final del pasillo, se encontraba ni más ni menos que el mismísimo Graham Williams, tendido en la misma cama que en el lecho de su muerte. A la escasa luz verde que lo iluminaba, no se notaba la palidez en su rostro, pero Alexander aún recordaba cuán blanca yacía su cara, arrugada cual pasa. Graham le tendió la mano y el chico, orillado por un instinto de obediencia dentro de sí, caminó hacia su abuelo con unas repentinas ganas de volver el estómago.
Cuando llegó junto a él, ambos se observaron. Los ojos glaciales de Graham eran tan brillantes que no parecían los de un enfermo, y los del muchacho apenas alcanzaban a resaltar entre la sombra que atravesaba su rostro.
—Hijo mío, mi querido Tleyotl, me da mucho gusto verte de nuevo…
Oh, no. Tleyotl. Allí estaba ese apodo de nuevo…
—¿Qué… Qué haces aquí? —tartamudeó Alex.
—Quería verte, Tleyotl. Hacía mucho tiempo que no nos encontrábamos.
—Sí, porque estás muerto, ¿recuerdas? ¡Estás muerto para mí y para mi padre! —exclamó con voz fría, pero pronto una mano se ciñó a su brazo derecho, apretándolo tan fuerte que sus palabras fueron acompañadas de un alarido.
—¡No le hables así a tu abuelo, Alexander Graham Williams! —gritó Graham iracundo, y mágicamente volvió a su actitud dócil, como si segundos antes no hubiera lastimado a su nieto—. Veo que te aterra la oscuridad, Graham…
—Sí, pero no más —resolvió el chico—. No hay nada en la oscuridad que pueda dañarme.
—Te equivocas, Tleyotl. La oscuridad solo nos muestra los monstruos que en la luz no podemos ver, ¿sabes? Hay miles de monstruos acechándote a diario, clamando que los notes, suplicando por un bocado de tu miedo, pero es la hora de dormir cuando son más fuertes debido a tu debilidad. Es correcto que estés asustado. Yo también lo estaría si fuera tú.
Alex tragó saliva. Siempre había creído que parte de las sombras y figuras extrañas que notaba en la penumbra de su cuarto tenían algo de real. Leonard y Marie habían tratado de explicarle lo contrario en aquellas noches que se quedaban con él hasta que se durmiera, pero ya tenía diecisiete años y no habían logrado convencerlo. Las palabras de Graham, aunque aterradoras, le parecían más ciertas que cualquiera que hubiera salido de la boca de sus padres.
—De cualquier forma —dijo él—. Tú no deberías estar aquí. No eres real, eres solo una proyección de mi mente, y si pienso en ello con suficiente fuerza, sé que desaparecerás.
Dicho lo anterior, comenzó a repetirse, primero mentalmente y luego en voz alta, que Graham no era real. Pero por más que lo repitiera, la imagen de su abuelo seguía allí, sin siquiera parpadear.
—¡¿Por qué no te vas?!
—Oh, mi querido Tleyotl… porque soy más real de lo que podrías imaginar… —le contestó con voz burlona.
A continuación, algo apareció junto a Graham, y cuando Alexander reparó en lo que era, corrió hacia atrás aterrado, alejándose lo más posible de la escena, porque recordaba lo que ocurría a continuación.
—¡Alexander, no me dejes solo! —rogó su abuelo, extendiendo el brazo hacia él—. ¡Alexander, ayúdame, por favor!
Pero Alex ni siquiera se atrevía a tocar la punta de sus dedos, porque estaba horrorizado con lo que había del otro lado, junto a la camilla del anciano. No tenía palabras para describir aquello… trataba y trataba pero no había visto nada igual desde la última vez, hacía años.
Mientras tanto, los gritos de Graham volvieron a llenar sus oídos y, tal como él había predicho, la perturbadora escena que llevaba atrapada en la mente se desarrolló igual a como la recordaba. Su rostro se bañó en lágrimas al observar a su abuelo con el brazo extendido hacia él, rogando por ayuda.
—¡Alexander, Alexander, ayúdame! ¡Alexandeeeer!
Y entonces, Alex despertó y la voz de Graham se transformó en la de Audrey. No tardó en notar que esta vez se encontraba en su habitación y su hermana intentaba despertarlo con pánico en los ojos. El cabello rubio le caía perfectamente lacio hacia cada lado de su rostro y en sus párpados se alcanzaba a notar el maquillaje en tonos terrosos que se había puesto. Pero a diferencia de ella, él estaba hecho un asco, con la piel repleta de sudor y el cabello más alborotado que de costumbre. Además había cerrado su mano en torno a la muñeca de Audrey, apretándola con tanta fuerza que le había dejado estampadas las yemas de sus dedos.
—Alex, ¿estás bien? —le preguntó la chica, angustiada, pero él ni siquiera tuvo oportunidad de responder, porque antes de que pudiera emitir una palabra, su mano libre tomó como por acto reflejo el cesto de basura que descansaba a un lado de su cama y volvió todo lo que había cenado la noche anterior.
Audrey se paró de la cama como un resorte y le tendió algo con lo que pudiera limpiarse la boca. Una vez que ya podía hablar, Alex le dijo:
—Disculpa. Es que… Tuve una pesadilla.
—Me imagino, pero, ¿ahora estás bien? —Él asintió—. Pues me alegra, porque mi papá me mandó a decirte que te asomes por mi balcón, ya que te tiene una sorpresa.
—¿Una sorpresa para mí? ¿Por qué?
—Duh, hoy es tu cumpleaños, ¿recuerdas? Hoy es veintisiete de enero.
El chico miró hacia un calendario que colgaba en su pared, y notó la hoja cuyo «27» estaba rodeado por dibujos a bolígrafo rojo de sombreros de fiesta y globos.
—Ah, es verdad… —dijo sin ánimos, y a Audrey se le borró la media sonrisa de la boca.
—¿«Es verdad»? ¿Eso es todo lo que vas a decir? Deberías estar contento, ya que tú amas tu cumpleaños.
—Sí lo estoy, es solo que mi pesadilla se sintió muy real…
—¿Qué es lo que soñaste? —inquirió, intrigada.
—Soñé con lo que le pasó a… —miró a su alrededor, como si vigilase que nadie entrara a su cuarto de pronto— soñé con lo que le pasó a Graham.
—¿De verdad? —Alex asintió—. Pero, ¿qué le pasó al abu… digo, a Graham?
Alexander dejó caer los párpados.
—No quiero tocar el tema. En fin, mencionaste que me asomara a tu balcón, ¿verdad?
Audrey suspiró.
—Sí, vamos.
Entonces la chica salió tras su hermano rodando los ojos.
Es bien sabido que todos tenemos días que no nos gustan, que daríamos lo que fuera por saltar en el calendario. Y en el caso de Audrey, ese era el veintisiete de enero de cada año. No hacía falta preguntarse porqué, solo bastaba con escuchar el grito de feliz cumpleaños que habían soltado Leonard y Marie, y la reacción eufórica del joven al ver la sorpresa que le aguardaba en el patio principal.
—¡Oh, por todos los santos! —exclamó él.
Mientras tanto, Audrey entró a su habitación con paso lánguido. Darren la miró interrogante desde una esquina, pero ella aún no había reparado en él.
—¡Audrey, tienes que ver esto! ¡Ven aquí, ven aquí rápido!
La joven acortó el espacio que los separaba, y haciendo un esfuerzo impresionante, imprimió algo de emoción fingida a su rostro… ¿aburrido? ¿Triste?
Cuando Audrey miró lo que había en el patio, un destello de angustia cruzó por sus ojos, pero trató de disimularlo. Y es que afuera estaba ni más ni menos que un lujoso auto negro con un moño rojo sobre el techo. Ni siquiera la palabra «precioso» alcanzaba a describirlo, porque aunque no era lo más ostentoso, sí desataría envidias a su paso, eso era seguro.
En medio de su euforia, Alex vio que Leonard le hacía señas con el brazo para que bajara y no tardó mucho en abandonar la habitación de la chica, para alivio de esta. Una vez que se vieron solos, Darren se acercó mientras ella apreciaba con tristeza la imagen de Alex entrando a su nuevo auto.
—Audrey… ¿estás bien? —le preguntó con timidez.
Ella tardó en contestarle, y cuando lo hizo, una lágrima cayó de su ojo derecho.
—Sí, es solo que… Es que no es mi intención parecer una mala hermana, pero a veces me hace sentir mal la manera en que mis padres parecen demostrarle más amor a mi hermano que a mí.
—¿De qué hablas? No es que lo quieran más, pero hoy es su cumpleaños. Es como su día, y ya sabes, harán todo para que se sienta feliz. Eso no significa que a ti no te quieran.
—Sé que es su cumpleaños, pero ese es justo el problema, Darren. ¿Sabes a mí qué me regaló mi papá en mi cumpleaños pasado? ¡Un sacapuntas! ¡Me regaló un maldito sacapuntas que se encontró en el escritorio de Roberto! ¿Tienes idea de cuándo me va a regalar un auto? ¡Nunca! Para él solo existe Alex, y bueno, pronto también el nuevo bebé.
—¿Y qué hay de tu mamá?
—A veces me regala cosas, pero creo que solo se acuerda porque todo el mundo ese día lleva regalos en las manos.
Darren frunció el ceño.
—Espera, ¿entonces cuándo es tu cumpleaños?
Audrey se mostró avergonzada cuando le contestó:
—El catorce de febrero…
Desde luego que el rostro de Darren se iluminó con sorpresa.
—¡Cómo no me lo habías dicho! Faltan apenas unas semanas para tu cumpleaños y no tengo nada preparado para ti, ¿te das cuenta? —Audrey sonrió tras encoger un hombro—. Por Dios, no puede ser…
—No tienes que darme nada, Darren —puntualizó, enternecida por la actitud del fantasma—. De cualquier forma no estoy acostumbrada a celebrar mi cumpleaños.
Lo cierto es que dentro de ella latía el recuerdo del único cumpleaños que guardaba un significado especial, con la persona que un día la había hecho sentir la más afortunada del mundo, y al otro, la más miserable: Tyson Peters.
✨✨✨
Era de esperarse que Leonard le permitiera a Alexander hacer una fiesta para celebrar su cumpleaños dieciocho, ya que al parecer no creía que fuera suficiente con el lujoso auto nuevo, por lo que Audrey pudo contemplarlo repartiendo invitaciones a sus compañeros y a los miembros del equipo de fútbol, pero no se limitó allí, sino que también le pidió a Audrey que hiciera lo propio con sus amigos, para que, sin importar cómo ni de dónde los conocía, asistieran a su celebración esa misma tarde, por lo que en el receso se reunió con Vanessa, Dominik, y ahora también incluyó a Lisa, Bryan y además se atrevió a llamar al Rompehuesos, quien aceptó gustoso diciendo que no faltaría.
Pero por difícil que fuera, para su pequeño equipo de amigos, esa mañana la conversación no estuvo llena de algarabía por la expectativa de la fiesta, sino que la angustia y la seriedad inundaron la mesa al hablar sobre el plan para descubrir al profesor Cade. A Lisa se le notaba demasiado preocupada pensando en lo que consistía su parte.
—¿Saben? No es que no quiera ayudar, pero tengo miedo de no poder hacer lo que me piden. Me preocupa meter la pata.
Audrey negó con la cabeza.
—No tienes de qué angustiarte, Lisa. Confié en ti para esta tarea porque sé que eres la única que puede hacerlo bien.
—Además —le dijo Bryan— nosotros vamos a estar protegiéndote en todo momento, y jamás dejaríamos que te ocurra algo malo. Confía en mí. Lo prometo.
El chico le tomó la mano con suavidad y sonrió de una manera en que Lisa no pudo evitar sonrojarse. Pocas veces ella le había prestado atención hasta antes de reunirse con Audrey en la misma mesa, pero ahora que lo había tratado, tenía la sensación de que su forma de ser le proporcionaba una tranquilidad que no podía explicarse, y eso le agradaba más de lo que quería admitir.
—Así que, ¿el lunes debe de dar comienzo el plan? —inquirió, todavía un poco asustada.
—De preferencia sí —le contestó Dominik—. Si alguien más ya vio el video de Paula culpando a Oliver de cualquier cosa que pueda pasarle, será cuestión de tiempo para que Cade busque perjudicarlo, así que debemos actuar rápido.
Cuando, pasados unos minutos, el timbre sonó y todos tuvieron que volver a sus clases, Dominik y Audrey se separaron del grupo de camino a su salón a petición del Iztac. Procuraron caminar más despacio, y cuando estuvieron seguros de que nadie podía oírlos, la chica le preguntó a su amigo:
—¿Cómo va todo respecto a la Sangre Negra? ¿Pudieron averiguar algo?
—No —susurró él—, pero mi hermano tiene a cargo un equipo que se ocupa de examinar palabra por palabra de lo que Josué Vargas les dijo a ti y a Oliver. Tratan de buscar un significado oculto o cualquier cosa que se le parezca, aunque por ahora no ha habido resultados.
Audrey asintió justo en el momento en que llegaban al salón de Química. Ambos tomaron sus respectivos lugares y esperaron a que su profesor llegara al aula.
Sin embargo, aquello no pasó como creían, y es que pronto al aula entró el propio director August con un montón de folletos en las manos. Cuando se paró al frente del pizarrón, bajo las miradas de desconcierto de los alumnos, Audrey no pudo evitar darse cuenta de lo intimidante que lucía con sus casi dos metros de estatura y ojos glaciales. No sonrió, no dijo ni una palabra y aún así logró que los chicos guardaran un silencio casi sepulcral, tenso.
—Buenas tardes, jóvenes —dijo. Su voz gruesa retumbaba entre las cuatro paredes del salón—. Su profesor llegará en unos minutos, mientras tanto, voy a aprovechar para informarles que la escuela está organizando una actividad para ustedes que se llevará a cabo en algunas semanas. —Nadie lo decía, pero la mirada expectante de los presentes denotaba que estaban intrigados—. Se trata de una excursión a las pirámides de Teotihuacán con duración de dos días. Va a ser una visita excepcional, sobretodo porque tengo contactos que han accedido a darnos un recorrido por el interior de las pirámides, y además podremos presenciar un ritual indígena para adentrarnos más en las tradiciones de nuestros antepasados. Así que he venido a repartirles esto —dijo, pasando los folletos a cada uno de los estudiantes—, para que vayan comentándole a sus padres y les puedan dar permiso. Necesito su confirmación a más tardar en una semana.
Cuando August abandonó el salón, el entusiasmo embargaba a los alumnos en su totalidad, pero sobretodo a Audrey, que nunca había imaginado que podría visitar una pirámide con sus propios ojos. Y no le hizo falta más que una mirada hacia sus amigos para darse cuenta de que ellos se sentían igual.
✨✨✨
Cuando Alex y Audrey arribaron a la casona, no tardaron en notar que ya todo se encontraba perfectamente decorado con globos de color azul y un enorme cartel de «feliz cumpleaños» colgado afuera de la puerta. Pero no solo fue eso lo que los hizo abrir la boca anonadados, sino el hecho de que en el vestíbulo los esperaban dos mesas largas repletas de frituras, bocadillos y dulces de todo tipo acomodados en recipientes de cristal. Marie, en la cima de la escalera, miraba sonriente a su hijo mientras se acariciaba el vientre, satisfecha por el trabajo que había hecho adornando la mansión.
Por supuesto que no tardaron en llegar los invitados. Primero fueron dos, luego diez y en una hora el lugar estaba lleno de chicos y de amigos de esos chicos. De hecho, para cuando llegó Evan, respaldado por varios Iztac que Darren se había tomado el tiempo de invitar a pedido de Audrey, les tomó mucho tiempo poder llegar del portón principal a la sala, pues todos bailaban tan amontonados que casi no había espacio para pasar.
Por otro lado, Evan temblaba viendo todas esas caras desconocidas a su alrededor. Cabe mencionar que esa tarde, al recibir la invitación del fantasma, había estado a punto de rechazarla sin pensarlo, ya que llevaba vario tiempo sin asistir a una fiesta, sobretodo de mortales, y además pensaba que ya estaban oxidadas sus habilidades sociales. Pero al ver a su gente tan entusiasmada con la idea, no tuvo corazón para decirles que no.
De manera que allí estaba, siguiendo al Rompehuesos hacia el cumpleañero para entregarle un presente que le había elaborado a último minuto, mientras una movida canción de pop sonaba en los altavoces y sus piernas pedían a gritos imitar al resto de los invitados.
—Phillips, ¿te gusta bailar? —le dijo en voz alta. Una gota de sudor resbaló por su frente al notar el guiño de una chica—. Es decir, cuando vienes a esta clase de fiestas, ¿sueles bailar?
El chico le sonrió.
—La verdad no soy fanático de hacerlo, mi señor, pero si la oportunidad se me presenta, ¿cómo rechazarla?
Evan lanzó una risa tímida.
Pareciera que una vez fuera de su guarida, el capitán de los Iztac dejaba de lado el liderazgo que lo caracterizaba para pasar a ser un hombre tímido y asustadizo, pero para él era normal después de haber pasado una eternidad encerrado entre las paredes del Palacio, creando estrategias para ganar una batalla que llevaba siglos librando. Quizá esa fue la razón por la que un rubor rojo cubrió sus mejillas cuando una chica se acercó a Morgan y le dijo, mirando más bien al capitán:
—¡Vaya! El Rompehuesos Phillips, ¿cierto?
El susodicho inclinó la cabeza con una sonrisa de suficiencia.
—En persona, amiga, ¿puedo ayudarte en algo?
—¿No me presentas a tu amigo?
Morgan volteó hacia su líder.
—Ah, claro. Verás, él es mi… Es mi amigo. Su nombre es Evan. Es hermano de Dominik Parker.
—¡Excelente! —dijo, acercándose al muchacho con la sonrisa más sexy que pudo esbozar—. ¿De dónde eres, Evan? Jamás te había visto por aquí.
—Soy de…
—¡Es del Estado de México! —gritó Morgan nervioso antes de que Evan pudiera decir otra palabra—. Es de… ya sabes… de muy lejos. ¿Conoces Mezapa?
—No… —dijo la chica, dudosa.
—Bueno, no es de allí, pero casi. En fin, los dejo. Tengo que buscar a Audrey. ¡Disfruta la fiesta, Evan!
Y entonces se fue, dejando allí a su dudoso capitán, para reunirse con la hermana del anfitrión, que ya estaba en la sala junto a un Darren que pasaba desapercibido a ojos del resto, Vanessa y Dominik.
—¡Hoooola! —exclamó al verlos allí. Chocó una palma con Dom y saludó de forma educada a las dos chicas—. Qué buena fiesta, ¿no? Espero que tu hermano se esté divirtiendo.
—Seguro que sí —dijo Audrey, señalando a Alex, que bailaba junto a su novia Mariana en el otro extremo de la habitación—. ¿Vamos por algo de comer? Tengo un poco de hambre y debemos agarrar pizza antes de que se la coman toda.
—¡Andando! —exclamaron y empezaron a caminar con mucha dificultad hacia la cocina, donde varios del equipo de fútbol llenaban sus estómagos sin pensar en los demás.
No obstante, para cuando Vanessa se disponía a ir tras ellos, una mano le rodeó el brazo, impidiéndole avanzar. Cuando volteó, se topó con la mirada color esmeralda de Oliver, que ese día se veía muy apuesto con su ropa totalmente negra.
—Hola… —susurró el muchacho, y a ella le dio un vuelco el corazón.
Trató de no pensar en lo guapo que esa tarde se veía, ni en el hormigueo que percibió en la piel que tocaba la mano del chico, y mucho menos en lo mucho que extrañaba tenerlo junto a ella.
—Ummm… ¿Cómo estás, Oliver? —musitó, y como la canción había acabado, su voz llegó a los oídos del joven con bastante facilidad.
—Te estaba buscando —le regresó, y ella tragó saliva—. Me preguntaba si querrías… ya sabes… ¿bailar?
Aunque Vanessa hubiera muerto por decirle que sí y salir a la pista de inmediato, se dijo que no podía hacerlo. No podía darle a Oliver las herramientas necesarias para romperle el corazón otra vez, de manera que muy contra su voluntad, negó con la cabeza y dijo:
—La verdad ahora no tengo muchas ganas. ¿Puede ser en otra ocasión?
Oliver suspiró.
—Vanessa, no tienes que seguir evitándome, ¿sabes? Entiendo que nada de lo que haga va a hacer que me perdones, pero al menos dame la oportunidad de ser tu amigo. Tal vez con el tiempo pueda tener ocasión de decirte toda la verdad sobre mí o Dominik o mi hermana y por fin entiendas que…
—Oliver, ¿por qué sigues tratando de meter a mi mejor amigo en todo esto? —dijo Vanessa, y sus ojos abandonaron la dulzura que la caracterizaba para darle paso a un profundo odio. Se soltó del agarre de Oliver y avanzó hasta que sus cuerpos casi se tocaron—. No sé si se te olvida, pero no fue Dominik quien me maltrató psicológicamente por meses hasta que me sentí mal conmigo misma. Dominik no fue quien después de un solo acto de bondad se creyó con el derecho de ser mi amigo. ¡No fue el que me enamoró, tuvo una relación conmigo y luego me desechó como si no fuera más que un maldito trapo viejo! ¡Fuiste tú, Oliver! ¡Todo eso lo hiciste tú en tu estúpido afán de demostrar que puedes conquistar a todas las chicas que se te ponen en frente, y ahora no tienes ningún derecho de venir a arreglarlo! ¡Y por si fuera poco quieres meter a mi mejor amigo en el problema que tú solo ocasionaste!
—Vanessa, eso no…
—¡Entiende que no es así como funciona, Grey! No puedes ir por la vida rompiendo corazones y queriéndolos arreglar para luego destrozarlos de nuevo, sobretodo el mío, que ya ha sufrido demasiado. Así que te suplico que me dejes en paz de una buena vez y busques otra víctima, porque yo ya no quiero ser parte de tu estúpido juego. Con tu permiso.
Dicho lo anterior, Vanessa se escabulló y no tardó en desaparecer entre la masa de gente que trataba de fingir no prestar atención a su pelea. En tanto, Oliver sintió que desfallecía tras sus palabras. Una parte de él deseó perseguirla y abrir sus alas allí, frente a todos solamente para explicarle la verdad a ver si lo perdonaba, pero la otra, la más sensata, lo convenció de que no era buena idea revelarse con tantos chicos presentes. Sin embargo, aquello no fue sinónimo de que la hubiera dejado como ella quería. Solo hallaría algún otro momento para, de una vez, decirle todo lo que su boca estaba callando.
—Chica difícil, ¿eh? —le dijo la voz de Abril en su oído, y él se sobresaltó, ya que no la había visto venir—. ¿Cómo no pude darme cuenta desde antes que te habías enamorado de ella? Yo pensaba que solo eras un excelente actor.
—Quiero decirle todo, Abril. Sé que está mal, pero quiero decírselo.
Ambos callaron por un momento.
—¿Aún recuerdas cuando el Consejo nos descubrió a mí y a Dominik en una relación prohibida? —Oliver asintió, impresionado de que su hermana tocara el tema—. ¿Recuerdas cuando nos arrodillamos en la sala, con las manos tomadas, y declaramos que aceptaríamos nuestro castigo sin protestar?
—Sí… Tú lloraste y él te limpió las lágrimas.
Abril dibujó lo que podría haber sido una diminuta sonrisa triste.
—En ese momento, nuestro amor era tanto que no nos importaban los latigazos que nos dieran, o el posible destierro. Dominik y yo nos amábamos, y no importaba nada más que eso. Así que si tu amor por Vanessa es así de grande, entonces autorizo que le expliques lo que somos. Pero no metas a Parker en esto. Es el secreto de su raza y no nos corresponde revelarlo.
En cuanto las palabras salieron de boca de Abril, el mellizo la miró como si le hubiera salido un tercer ojo en el rostro.
—¿Lo dices en serio? —inquirió extrañado. A veces, Abril solía hacer bromas para burlarse de su hermano después de que este se las creyera, pero esta vez, cuando asintió, su expresión no era más que la seriedad más pura que el chico le hubiera visto antes—. ¿Estás dándome permiso para que le haga saber lo que soy? ¿Por qué…?
—Porque yo tuve la culpa de lo que pasó entre ustedes —declaró—. Yo te obligué a enamorarla y luego a romperle el corazón solo para ganar la batalla contra los Iztac. Si no hubiera sido por mí, nada de esto habría pasado. Además no voy a permitir que pagues por mis platos rotos. Solamente quiero que me hagas un favor.
—¿Cuál?
Abril demoró en contestar, pues pensaba en la mejor manera de proclamar lo siguiente sin que sonase tan mal como realmente lo era:
—Aunque ella no te permita acercarte, intenta vigilarla tanto como puedas, ya que no sé si tú lo notaste, pero no me gusta la pesadez de la energía que suele rondarla a todas horas. Es… maligna, algo que no había sentido jamás, ni siquiera con Audrey.
Y era verdad, porque esa energía no pertenecía ni siquiera a un ente sobrenatural que la acompañase a toda hora, como en el caso de Darren con Audrey. No era solo una corazonada, ni algo por lo que no habría qué preocuparse. No era algo repentino, sino algo que ya había percibido desde hacía vario tiempo. Era malvado, atroz, diabólico.
Y Abril sabía que eso solo podría ser producto de una cosa...
De un trato con el diablo.
✨✨✨
A pesar de lo acostumbrado que Phillips estaba a rodearse de ambientes ruidosos y gente bailando sin parar hasta que su mal olor delataba lo mucho que habían sudado, todavía no lograba acostumbrarse a formar parte de todo eso.
Ya había perdido la cuenta del número de chicas que le habían pedido bailar y de las veces que había ido a ver qué tal la estaba pasando su capitán, pero en ese instante la cabeza le dolía y no tardó en saber que era hora de descansar un poco a fin de recobrar sus fuerzas para seguir disfrutando la fiesta. De manera que, haciéndose paso entre la marea de adolescentes, caminó hacia el patio trasero y ya allí, se recargó en la pared con los ojos cerrados, disfrutando el aire fresco en su rostro, pero se llevó una gran sorpresa al abrirlos y toparse con Vanessa sentada a unos metros de él, con las piernas cruzadas y la atención puesta en el cielo, cuyos tonos naranja anunciaban el atardecer. La chica se encontraba dándole la espalda, por lo que no reparó en él sino hasta que Morgan se posó a un lado de ella y le tocó el hombro. Entonces, Vanessa se sobresaltó.
—¡Lo siento, lo siento! —exclamó Phillips levantando los brazos a modo de disculpa—. ¿Vanessa, verdad?
Morgan pidió perdón a sus creadores por fingir que no la conocía. Después de todo, era su protegida, pero por más encantador que fuera, no podía ir y decirle que sabía hasta cosas de sí misma de las que ni ella se había dado cuenta.
—Así es —le contestó. Las mejillas se le habían tornado tan rojas como su cabello, pero la luz de la tarde sobre su rostro le ayudó a ocultarlo muy bien.
—No pretendía asustarte, pero te vi aquí y me di cuenta de que no te había visto después de que Audrey nos pidió ir por comida. ¿Todo está bien?
Vanessa miró hacia el césped, dubitativa.
—¡Claro! ¿Por qué no lo estaría? Yo solo necesitaba librarme un poco del ruido. No estoy acostumbrada a las fiestas, soy más de quedarme en mi casa a estudiar —sonrió, y aunque Morgan le devolvió el gesto, no fue para nada sincero.
Porque él lo sentía. Mucho tiempo atrás, Phillips había oído que, cuando un protegido tiene roto el corazón, su guardián siente el mismo dolor, pero físico. Un guardián podía sentir un pellizco en su pecho, como si alguien estuviera apretando su órgano palpitante hasta dejarlo sin aire. Y eso era lo que él estaba sintiendo en ese momento. Era un dolor muy fuerte, sobraba decir.
Sin decir una palabra, Morgan se sentó en el césped junto a Vanessa y observó embelesado su perfil, bañado en luz dorada. No quería pero necesitaba admitir que algo dentro de él se removía al tener a su protegida tan cerca. Era preciosa, no solo por dentro, sino también por fuera.
—Tampoco me siento muy cómodo allá —le dijo, y señaló al interior de la casona—. Empiezo a marearme.
—¡Yo también! —exclamó, sorprendida de que un futbolista a la altura de James u Oliver no se estuviera sintiendo cómodo en su ambiente.
—Sin embargo, puedo notar que esa no es la única razón por la que estás aquí, ¿cierto? Hay algo que te aflige, puedo sentirlo. —Y, aunque Vanessa no lo supiera, él estaba hablando en sentido literal.
La chica agachó la cabeza de nuevo. Una lágrima se deslizó por su mejilla tras recordar la discusión con Oliver horas antes, y en cuanto menos lo pensó, Morgan hizo caso a su impulso, levantó su barbilla con los dedos de una mano, y con los otros, le limpió la lágrima al tiempo en que los ojos de ambos chocaban, destellando con un brillo dorado producto de los rayos del sol.
El toque de Morgan fue tan sorpresivo que ella respingó y su cuerpo se echó para atrás sin querer, mientras que el joven la soltó como si su piel lo hubiera quemado, pero dentro de él, latía la constante necesidad de tocarla de nuevo.
Les resultaba extraño porque nunca habían estado tan cerca uno del otro, de hecho, apenas se habían saludado, pero era como si el rostro de Vanessa hubiera sido ya tocado por los dedos de su ángel una cantidad extraordinaria de veces. Reconocía la suavidad en sus yemas, la sensación de sus dedos tibios sobre ella y pronosticaba la cautela de sus caricias. Y en cuanto a él, que jamás había experimentado nada como aquello, enterró los dedos en su muñeca a modo de impedirse tocar de nuevo a la chica. A pesar de lo mucho que deseaba acariciarla, sabía que no podía hacerlo.
Primero, porque era su protegida.
Segundo, porque las relaciones entre Iztac y humanos fuera del rol de guardián y protegido, estaban prohibidas.
Tercero, porque ella, Vanessa, su protegida, estaba enamorada de un Cazador, un miembro del bando enemigo. Desde lejos podía ver que su corazón le pertenecía a él y a nadie más.
Y cuarto… Porque ese Cazador los observaba furioso desde una orilla de la mansión, formando puños en las manos y con los ojos ardiendo de enojo.
Así que Morgan, apabullado todavía, se vio obligado a romper el encanto, más pronto de lo que le hubiera gustado, y le dijo a Vanessa:
—Creo… creo que me tengo que ir. ¡Nos vemos después!
Corrió sin ver hacia dónde iba, con las piernas temblando cual gelatina, y cuando pensó que se había liberado de ella y por fin estaba solo en un área despejada de la casa, Oliver se materializó ante él, lo empujó por los hombros hasta que chocó con la pared, y le dijo, con un odio que nunca antes Phillips le había percibido:
—Aléjate… de Vanessa. Te prohibo que te acerques a ella, por muy guardián suyo que seas. Y si te vuelvo a ver cerca, te juro que voy a terminar la batalla que mi hermana comenzó con tu raza. ¿Me oíste? ¡Aléjate de ella!
Entonces, Oliver desapareció tan rápido como había aparecido, y sus palabras resonaron en la mente del Iztac como una canción pegajosa.
«Aléjate de Vanessa. Aléjate de Vanessa. Aléjate de Vanessa...»
Claro que se alejaría, pero no porque el Cazador se lo hubiera exigido, sino porque, acercarse a ella podría traerle problemas a ambos, y hacerle caso a la vocecilla dentro de sí que le pedía volver a tocar su rostro, solo podría significar una cosa: Morgan, «El Rompehuesos» Phillips, estaba perdiendo la razón… Y no podía dejar que eso pasara.
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