Capítulo 1
Hacía mucho tiempo que Abril Grey y Evan Parker no eran capaces de permanecer juntos en la misma habitación sin agredirse uno al otro con brillantes planes de ataque previamente fraguados. Ninguno recordaba con exactitud cuánto, porque ni siquiera se trataba de años o décadas, sino de siglos enteros desde que la guerra entre sus respectivos bandos había dado comienzo tras el ataque masivo hacia los Sangre Blanca.
Sin embargo, ahora que un tratado de paz se había establecido entre los dos ejércitos, no les quedaba de otra que visitar el territorio enemigo varias veces a la semana para entrenar con el objetivo de estar listos cuando Tsitsimilt volviera a la vida. Pero si había un motivo por el que estaban reunidos junto a varios de sus hombres en la sala de armas del palacio Iztac en aquella mañana de enero, no era ese, ni siquiera parecido, sino que organizaban a última hora la búsqueda de la desaparecida Audrey Williams, a quien ni su protector había logrado hallar desde hacía ya varias horas.
Darren, Morgan Phillips, la rastreadora Lilla Murillo, Dominik Parker y Oliver Grey encabezaban la brigada, sin embargo, eran Abril y Evan los que coordinaban a sus hombres en el palacio para hallar a la mortal lo más pronto posible.
—Reúnan un grupo de rastreadores que peinen el bosque completo, no quiero ni un centímetro sin inspeccionar, ¿entendido? —solicitaba Evan al Iztac que solía tomar el lugar de Dominik como su mano derecha cuando este no se encontraba disponible.
—Claro, señor —respondió, antes de dirigirse hacia donde varios Iztac de menor rango yacían esperando sus órdenes.
Junto a Evan, Abril caminaba también dando indicaciones a sus soldados, pero a comparación de él, ella las profesaba a voz de grito:
—¡Organicen un equipo de Cazadores que busquen a la mortal en las casas de todos sus allegados! Más les vale ser cautelosos o no respondo por las consecuencias que les traiga la más mínima imprudencia que cometan. ¡Y quiero a alguien que se ocupe del cuerpo de Rolland Carson! —El Cazador que venía junto a ella tomando nota de sus órdenes asintió, mas no se retiró de inmediato, por lo que la chica lo miró con los ojos entrecerrados, llena de rabia—. ¿Qué esperan? ¡Muévanse, que no tengo todo su tiempo!
El Cazador asintió sin ser capaz de contener el temblor en su cuerpo.
—S... Sí, mi capitana —balbuceó, antes de alejarse con rumbo hacia la plancha del palacio, donde los suyos estaban apiñados.
Al ver que Abril Grey seguía siendo la misma mandona de siempre, Evan no pudo evitar poner los ojos en blanco. Sí que le daba lástima el miedo que provocaba en su ejército, pero tampoco podía dejar de admirar en secreto a una mujer tan suspicaz a la que nadie podía ni pensar en llevarle la contra.
—No seas tan mala con ellos, ¡mira cómo los tienes temblando de miedo! —le dijo al tiempo en que señalaba con la cabeza a un par de Cazadores que bajaban la cabeza al ver pasar a su líder.
—El miedo inspira respeto —contestó de modo automático—. La confianza inspira traición. Prefiero que me tengan miedo en lugar de que se sientan tan cómodos conmigo que osen desafiar mi palabra sin pensar en las consecuencias. No es mi culpa que tú seas tan débil mentalmente que no te hagas escuchar sobre tus Iztac.
—Oye, ¡eso no es cierto! Los Iztac me obedecen.
—¡Seguro! Te obedecen tan bien, que tu mano derecha y un miembro de tu línea de defensa hicieron una alianza secreta con el enemigo para descubrir porqué habían asignado a Audrey Williams como protegida de Parker. Si estuvieran bajo mi mando, yo ya los habría matado.
Para reforzar sus palabras, Abril extrajo de su cinturón una pequeña daga y la arrojó sin dubitar hacia el muro delantero a más de veinte metros de distancia. Evan observó con admiración cómo el arma se clavó limpiamente en la pared, solo unos centímetros encima de la cabeza de un Cazador que salió despavorido hacia la explanada.
—En ese caso, ¿por qué no has matado a Oliver? ¿No se supone que él es tan culpable como Dominik o Morgan?
Abril tragó saliva.
Ciertamente Evan estaba en lo correcto, pero de ninguna manera lo admitiría ante los asquerosos Sangre Blanca.
—Ese no es el punto —soltó con frialdad—. Mira, aquí la cuestión es que tú y yo ostentamos el más alto puesto en la jerarquía de nuestros ejércitos, por lo que tenemos que actuar como tal si queremos evitar una rebelión.
—Pero, ¿no crees que esto podría resultar contraproducente? Ya sabes, si tus Cazadores te tienen miedo, alguno podría pensar en derrocarte debido a cómo los tratas, ¿no crees?
—¡Claro que lo creo! Pero estoy muy bien preparada para cuando haya indicios de que algo así quiere ocurrir. Las deidades me otorgaron el puesto de Capitana, y no pienso delegarlo a cualquier imbécil con ambición de poder o grandeza.
Evan alzó las cejas, impresionado por el tono decisivo de su compañera.
—Si tú lo dices...
—En fin, lo que nos debe preocupar ahora es otra cosa, ¿no te parece? Si es verdad lo que Audrey nos planteó, lo más probable es que El Caído esté detrás del enfrentamiento entre los nuestros que inició con esta guerra, por lo que ahora debemos ser cuidadosos si no queremos que intervenga de nuevo e impida que estemos listos antes del Isitistli.
—Tienes razón. —Evan nunca esperó decir aquellas dos simples palabras a la capitana del bando enemigo, pero acababa de hacerlo aunque no podía creerlo—. ¿Alguna sospecha sobre quién puede ser El Caído?
—No... —Abril dibujó una expresión de descontento en su rostro, pues aunque le molestaban muchas cosas, nada la hacía enojar más que desconocer algo y esto le impidiera ir a la delantera entre todo aquél que conviviera con ella—. ¿Qué hay de ti? —Evan negó con la cabeza—. Pues no sé no sé cómo le vamos a hacer, pero debemos descubrir la identidad de El Caído antes de que nuestros creadores despierten. Y cuando lo encontremos... —Abril hizo una pausa extrayendo una flecha del carcaj que llevaba a la espalda y apuntó con el arco hasta que esta salió disparada y se clavó en una silueta de cartón con la que un Iztac se hallaba practicando tiro al blanco. La flecha dio directo en donde hubiera estado el corazón de tratarse de un ser vivo, y todo aquél que estaba en rededor, miro su hazaña boquiabierto—. Yo misma lo mataré.
✨✨✨
Audrey observó asombrada a quien acababa de abrir la puerta de la habitación en la que había despertado hacía unos minutos. No tenía palabras para expresar cuán anonadada se había quedado, pero no hacía falta porque su cara era todo un poema del que la otra persona casi no pudo evitar reírse.
Porque aunque ella todavía no podía creérselo, quien yacía de pie bajo el umbral de la puerta era ni más ni menos que Bryan Sheppard. Sí. Aquél chico tatuado y grosero con el que había tenido uno que otro desagradable encuentro en la escuela, mismos que casi siempre habían terminado en caóticas peleas, era el mismo cuya boca parecía resistirse a dibujar una sonrisa de la que la chica desconocía el motivo, aunque adivinaba que era a causa de ella.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó, y cuando Bryan avanzó dos pasos, ella retrocedió a la defensiva.
—¡Qué pregunta! Esta es mi casa —contestó, con los dientes apretados.
Bryan realizó otro intento de acercarse a la joven, mas esta nuevamente se puso a la defensiva y se alejó hasta el rincón más apartado de la puerta del cuarto. No quería admitirlo pero se sentía aterrada de creer que el joven quisiera hacerle daño como Víctor, Monique o Anthony. Ahora que había descubierto la verdadera naturaleza de aquellos tres, se sentía incapaz de confiar en cualquiera que quisiese aproximarse a ella.
Al ver la reacción de la chica, Bryan levantó las manos en son de paz.
—¡Tranquila! No voy a hacerte daño.
—No me importa lo que digas. Quiero que te alejes de mí, ¿oíste?
—Sí, de acuerdo. —Hizo una pausa y tomó las tijeras que descansaban en el escritorio cercano a la puerta. Luego las lanzó y la chica las atrapó al vuelo—. Mira, si intento cualquier cosa, por menos sospechosa que sea, quiero que uses eso contra mí, ¿está bien? ¡Es más! Tú puedes recostarte tranquila en la cama y yo tomaré está silla —hizo lo propio arrastrando la de su escritorio—, y me voy a sentar tomando mi distancia para que no te sientas amenazada. ¿Te parece bien?
Aunque temerosa, Audrey asintió.
A medida de que caminaba hacia la cama, el cuerpo le dolía a horrores. Gracias a la torcedura de su tobillo, no podía sino cojear; las quemaduras le estaban ardiendo, los golpes que le había propinado Víctor ya formaban moretones y no podía dejar atrás sus muñecas rosadas a causa del mecate con el que Anthony la había atado. En definitiva, si el cabello le hubiese podido doler, no había duda de que así sería.
Cuando se acostó en la cama sintió un horrible ardor en la espalda, por lo que no pudo contenerse a la hora de soltar un quejido que alarmó a Bryan.
—¡¿Qué pasa?! —exclamó él abriendo los ojos con temor.
—Me arde todo el cuerpo —sollozó—. No puedo ni respirar bien.
—Me lo imagino. Estás bien hecha mierda...
—¿Gracias?
—No quise ofenderte, pero es verdad. Estás toda lastimada y tu ropa era un asco cuando te encontré. ¿Qué es lo que te ocurrió, si se puede saber?
Pero en lugar de darle una respuesta, ella le formuló otra pregunta.
—¿Dónde se supone que me encontraste?
—Tirada cerca de un callejón. Al principio pensé que se trataba de un bolsa de basura, así que no hice mucho caso, pero luego el faro de mi auto alumbró una cabellera y allí me di cuenta de que se trataba de una persona. ¡Ni te imaginas lo que sentí cuando supe que eras tú! ¿Se puede saber qué estabas haciendo allí?
Audrey cerró los ojos en un intento de hacer memoria, pero lo último que recordaba era estar caminando hacia la urbanización luego de haber esperado durante mucho tiempo a Rolland; habían escapado de un incendio provocado posiblemente por Anthony, luego de que Víctor revelara su plan de asesinarla en conjunto con Monique. Sin embargo, todo en su cabeza después de eso había desaparecido.
—No lo recuerdo —se sinceró—. No tengo idea de cómo pude haber llegado allí.
Bryan osó acercar la silla más a la cama, y al ver que ella no ponía resistencia, le colocó una mano sobre la suya.
—Me preocupas, ¿sabes? No tengo idea de cómo sea en Canadá, pero en Latinoamérica, cuando encuentran a una chica inconsciente, los hombres ni dudan en... En...
—¿En qué?
—En abusar de ella —lo dijo rápido y sin tapujos. Tenía miedo de imaginar que algo así le hubiera ocurrido a Audrey, pues aunque la odiaba, sabía perfectamente que nadie merece que la mancillen de ese modo tan horrible.
—¿Eso quiere decir que... que abusaron de mí?
Los ojos de Audrey se aguaron enseguida recordando lo ocurrido con Tyson Peters algunos meses atrás. Su cabeza viajó a esa noche de fiesta, donde su tóxico ex la había llevado a un cuarto habiéndola drogado para abusar sexualmente de ella con Frida como aliada. Le horrorizaba pensar que esta vez el acto sí se hubiera consumado mientras yacía inconsciente en el pavimento de un callejón. No obstante, Bryan no tardó en tranquilizarla.
—Descuida, yo no dije eso, pero es que es muy raro haberte encontrado allí sola pasadas las tres de la mañana. ¿Segura que no recuerdas nada?
—Me gustaría, pero no.
Bryan suspiró.
—De acuerdo, ¿al menos sabes por qué estás así? —al tiempo en que decía eso, señaló el deplorable estado de su cuerpo atiborrado con cortadas, quemaduras y sangre.
—Ha sido obra de Víctor —declaró sin siquiera dudarlo, y por respuesta, obtuvo un arqueo de cejas de Bryan.
—¿Víctor Molina? ¿El tutor?
—Así es. Él y la ex asistente de mi padre me tendieron una trampa y me llevaron al bosque para matarme, por eso estoy así. ¡Ellos me traicionaron!
Sheppard le regaló una mirada llena de pena. Siempre había tenido claro cuán mal le caía, pero eso no era una excusa para que no la compadeciera tras oír sus fuertes declaraciones respecto al tutor.
En un acto de impulsividad, Audrey aceptó contarle lo sucedido a Bryan cuando este se lo solicitó. Le narró como Monique Blanchard se metió a su casa y la amenazó con un arma; cómo varios tipos encapuchados la persiguieron tratando de atraparla y cómo Víctor apareció de manera conveniente a unos metros de su casa para convertirse en su salvador temporal, con el único objetivo de asesinarla horas después. La compañía de Rolland, el incendio y el escape vinieron después. Bryan la escuchó atento, solo limitándose a asentir con la cabeza de vez en cuando, y luego de quedarse callados un momento tras un corto análisis de la situación, se levantó de la silla y le dijo:
—¿Tienes hambre? He preparado hot cakes por si te apetece. Puedo traértelos hasta acá si quieres o puedes bajar al comedor.
—Me gustaría bajar. No quiero quedarme aquí sola durante mucho tiempo.
—De acuerdo, entonces te ayudo.
Audrey no había reparado en cuánta hambre tenía hasta que Bryan le mencionó los hot cakes. El estómago le rugió delatándola, pero el chico fue lo demasiado amable para no comentar nada. En su lugar, solo la apoyó dejando que se recargara en él para bajar las escaleras. Una vez que estuvieron allí, Audrey se deleitó con la imagen de una mesa pequeña repleta de todo tipo de frutas, jugo, pan, leche, y claro, sus deliciosos hot cakes con frascos de topping dispuestos frente a ella; había lechera, cajeta, mermelada, chispas de colores, choco krispis, duraznos en almíbar, arándanos, cerezas y hasta crema batida. Abrió los ojos de par en par contemplando en su mente las posibles combinaciones que podría hacer con tanto.
—No sabía con qué te gustan los hot cakes, así que puse todo lo que tengo en mi alacena. Si necesitas algo, puedes tomarlo. Yo tengo que salir, pero no me tardaré.
—¿Adónde vas? —le preguntó de inmediato, temiendo quedarse sola.
—A comprar algo —puntualizó—. La cosa es que regresaré lo más rápido que pueda, mientras tanto siéntete como en tu casa.
—Es que... ¿y si tus padres llegan y me encuentran aquí? ¡Seguro se pondrán furiosos!
—No debes preocuparte por eso —afirmó Bryan restándole importancia al asunto.
—¿Y qué hora se supone que es? Ya deberíamos estar en la escuela, ¿no crees? O al menos tú...
—¿En verdad crees que podría ir a estudiar tranquilo sabiendo lo mal que estabas? Nada pasará por un día que faltemos, lo sabes. Por la hora tampoco deberías preocuparte. Cuando regrese yo mismo te llevaré de vuelta a tu casa y le hablaremos a tus papás para que se ocupen de ti.
—Ellos están fuera, así que no creo que puedan.
—Entonces ya se nos ocurrirá algo —rebatió, esperando que la chica dejara de colocar trabas a cada una de sus sugerencias—. Debo irme ya si quiero regresar temprano. Volveré pronto, lo prometo, tú dedícate a comer todo lo que quieras, ¿okey?
Suspirando abatida, Audrey respondió casi a la fuerza:
—Okey...
Entonces Bryan tomó un juego de llaves y salió, regalándole una última e imponente mirada.
✨✨✨
Audrey había pasado ya dos horas en la casa de Bryan con un martillo que había encontrado en el suelo en su mano a cada momento. Y es que no paraba de pensar en que quizá se tratara de una nueva trampa por parte de Víctor o Monique, por lo que sentía la necesidad de estar a la defensiva todo el tiempo.
Cuando el sonido de un motor se escuchó fuera del departamento y Bryan hizo su entrada de nuevo, tuvo que llamar a la chica varias veces antes de darse cuenta de que se había encerrado en el baño para evitar ser vista, pero no le dijo nada, ni siquiera se mostró furioso, pues sabía cuán desconocido le resultaba a la muchacha.
—Audrey, ven a ver algo... —habló a la joven cuando esta se asomó por la puerta del sanitario, todavía con martillo en mano—. Te he comprado esto. —Puso en alto una bolsa de centro comercial color rosa, a lo que ella lo miró confundida.
—¿Qué es eso?
—Ropa nueva. La tuya está tan rota que no puedo dejarte usarla otra vez, y como aquí no hay nada que pueda prestarte... Pues decidí conseguir algo. Espero que nada te quede pequeño, porque no conocía tu medida exacta y algunas prendas las elegí haciendo cálculos. Toma.
El chico le extendió la bolsa, pero cuando Audrey no hizo amago de acercarse a ella, optó por dejarla en el suelo y dar algunos pasos atrás a modo de otorgarle libertad, confianza de saber que no le haría nada si agarraba la bolsa.
Audrey la tomó lo más rápido que su cuerpo adolorido se lo permitió. Fue vaciándola con mucha cautela y descubrió que adentro no solo había prendas que resultaron de su agrado, sino que además el chico le había comprado pomada, medicamentos o pastillas para el dolor. Incluso lo obligó a que tomara una dosis de cada medicamento frente a sus ojos solo por corroborar que no fuera una trampa. Al final, se acercó a él esbozando una sonrisa y le dio las gracias antes de ir a cambiarse la camiseta masculina que el chico le había puesto al encontrarla.
Al estar ya lista, Bryan le pidió que se sentara en una silla que había situado en la sala para limpiarle la sangre seca que manchaba sus brazos y aplicarle un poco de ungüento, lo que ella aceptó colocándose en el lugar que el chico señalaba y esperando que algo de lo que le había comprado le ayudase a contrarrestar el dolor en sus extremidades.
De pronto, los ojos de Audrey se toparon con una foto acomodada sobre una repisa en la pared frente a ella. Se trataba de una niña no mucho mayor a cuatro o cinco años, de cabello negro como el ébano, piel blanca y hermosos ojos cafés, cuya sonrisa le resultó simplemente angelical.
—¿Quién es ella? —inquirió mientras el chico le aplicaba pomada en una gran quemadura de su cuello.
Bryan levantó la vista hacia el retrato e inevitablemente una sonrisa se dibujó en su rostro, quizá una de las primeras que Audrey le veía esbozar, pero en el fondo se notaba llena de tristeza, nostalgia, dolor.
—Ella era... Era mi hermana menor. Se llamaba Jazmín —dijo. Su voz tan baja que a Audrey le resultó difícil oírlo.
—¿Era?
Bryan agachó la cabeza con pesadez.
—Sí, era.
—¿Qué le ocurrió? —Audrey había pasado de mostrarse curiosa a preocupada, mas aquello no hizo ninguna diferencia en Bryan, quien no mudó su expresión afligida.
—Ella... Ella desapareció hace ocho meses.
La revelación de Bryan impactó a Audrey. Si ni siquiera había podido imaginar que él tuviera una hermana menor —ningún tipo de hermano, a decir verdad—, menos el hecho de que hubiera desaparecido al igual que Romina, con la enorme diferencia de que la segunda había sido encontrada poco tiempo atrás. La chica se cubrió la boca con sus manos, e intentó disculparse por haber preguntado, pero Bryan la detuvo antes de decir palabra alguna y comentó:
—Jazmín era lo más especial que yo tenía hace algún tiempo, ¿sabes? Yo la amaba más que a mis padres, más que a cualquier persona en el mundo, y no he dejado de buscarla ni un solo día desde que desapareció. Ni siquiera me importa lo que la policía diga, que me aseguren que ya no vale la pena continuar porque lo más seguro es que esté muerta, yo me prometí que no dejaría de buscarla hasta dar con una prueba definitiva de que debería dejar de hacerlo.
—Bryan, ¿puedo saber cómo desapareció? —Ahora que él parecía tan vulnerable, Audrey procuró extraer toda la información posible antes de que volviera a ser el mismo chico rudo de siempre.
—Fue una tarde después de la escuela —explicó—. Iba en primer año de preescolar y a mi madre le tocaba recogerla en el colegio, pero ella asegura que cuando llegó, la maestra sostenía que otro familiar ya había pasado por ella diciendo que nosotros lo habíamos enviado. El conserje no se molesto en pedirle mostrar la credencial de tutor o algo que lo acreditara como parte de los Sheppard. Solo... la entregó así como así, y ahora es por su puta culpa que no hemos podido dar con ella. ¡Es tan malditamente frustrante!
A modo de refuerzo a sus palabras, Bryan golpeó una mesa de centro con el puño y el ruido de la madera sobresaltó a Audrey. Se miraba destrozado, inclusive un par de lágrimas corrieron por sus mejillas.
—¿Y partir de entonces no han sabido nada de nada?
—No, pero... —el muchacho dubitó, preguntándose si sería buena idea soltar sus siguientes palabras, pero al final fue su boca la que terminó de hablar sin su permiso—: pero una vez ocurrió algo muy extraño.
—¿Qué cosa?
Bryan tragó saliva, girándose una vez más a ver el retrato de la pequeña Jazmín.
—Audrey, esto que voy a decirte, no se lo puedes contar a nadie, ¿de acuerdo? Es un secreto que me he guardado durante varios meses, y si alguien se entera, todo mi avance se vendrá abajo. ¿Comprendes lo que te digo? No se lo puedes decir a nadie, a nadie. Júralo.
—¡Claro, lo juro! —habló ella sin dudar, porque lo que Bryan le fuera a decir, debía ser muy importante como para producirle aquella mirada urgente en los ojos amarillos, repleta de súplica por su silencio.
A posteriori, Bryan demoró un par de segundos reconsiderando lo que estaba a punto de hacer. No era un secreto la nula simpatía que sentía por Audrey, sin embargo, se dijo que ya no podía cargar con el peso de un secreto tan oscuro sin atreverse a compartirlo con alguien que quizá podría ayudarlo, e igualmente en el caso contrario, ya encontraría la forma de solucionar el problema de su boca floja antes de que alguien más pudiera conocer aquello que lo atormentaba.
Al final, cuando Audrey pensó que no obtendría respuesta, el chico comenzó a narrar su historia:
—Dos meses después de que Jazmín desapareciera, estaba en los últimos minutos de Educación Física un lunes por la mañana. En ese momento estábamos jugando baloncesto en el auditorio, y el partido casi había terminado cuando sonó el timbre de fin de hora, por lo que todos se fueron hacia su siguiente clase y yo me quedé solo. La verdad es que yo sufro de un soplo en el corazón que me impide realizar ejercicios muy pesados durante mucho tiempo, el punto es que no pude irme de inmediato porque necesitaba tomar agua y relajarme hasta que mi corazón latiera con normalidad. Esa fue la razón por la que habían pasado ya cinco minutos y yo seguía allí.
»De pronto, vi bajo las gradas la maleta en la que el profesor Cade suele llevar sus cosas a las clases. Naturalmente se me hizo extraño que la hubiera dejado allí y se hubiera marchado sin más ni más, por lo que me acerqué al notar que estaba abierta. Yo no pretendía robarme nada, solo quería echar un vistazo porque siempre me había causado curiosidad que Cade se transportaba a todos lados con ella, incluso durante eventos especiales donde íbamos a la escuela sin tener clases, cargaba con ella, llena, por cierto, casi atiborrada hasta que el cierre parecía a punto de explotar.
»La cosa es que revisé la maldita mochila, y... Dios mío, aún no puedo sacarlo de mi mente, por más que trato, no puedo dejarlo atrás...
—¿Por qué, Bryan? ¿Qué había?
Audrey había empezado a escucharlo con visible desinterés en el tema, pero ahora que Cade Roxley era el elemento central de su relato, no podía sino sentirse intrigada por aquello que acababa de dibujar un semblante de angustia en el rostro de su salvador.
Bryan por su parte, trató de no sacar a la luz las tremendas ganas que tenía de llorar, porque ahora, con el vívido recuerdo inundando su mente, un dolor se había apoderado de su pecho, del corazón que empezaba a palpitarle con dificultad.
—Encontré... Encontré el oso favorito de mi hermana metido en una bolsa de hule... —murmuró, a lo que Audrey no evitó un grito de asombro que salió de su boca.
Y es que había sospechado que se trataba de un arma o incluso de droga, pero no de un objeto que lo vinculara directamente con la hermana desaparecida de Bryan Sheppard.
—La peor parte es que Jazmín solía cargar ese oso a toda hora, y el día en que desapareció no fue la excepción, por lo que no me cabe duda de que Cade Roxley está metido en este lío y yo me propuse descubrir qué tiene que ver con mi hermana.
—¿Y cómo se supone que lo harías?
—A eso voy...
»Después de descubrir el oso de mi hermana en su mochila, me dediqué a vigilarlo tanto como podía, y reparé en algo que luego me pareció muy sospechoso. Mira: han sido varias veces las que Cade ha empezado a mostrarse extrañamente cariñoso con algunas chicas en particular de la escuela —Audrey asintió—. Empecé a notar que suele acercarse a ellas haciéndolas sobresalir en su clase con cumplidos o frases bonitas. Posteriormente les pide que se queden cuando la hora termine con la excusa de tener algún proyecto para ellas, las conquista y solo es cuestión de un mes o menos antes de que de repente se les deje de ver en la preparatoria. ¡Así nada más desaparecen de manera misteriosa!
Audrey ni siquiera fue capaz de dudarlo, porque aquello había descrito a la perfección las sospechas que ella y sus amigos tenían respecto a Paula.
—Pero todavía hay más —reveló Bryan. Audrey se giró a verlo atónita—. También noté que ocurre algo similar con aquellos que Cade manda a detención por razones casi patéticas. ¿Recuerdas a aquella chica... Daniela Juárez, que castigaron junto con nosotros?
—¡Claro!
—Si no me equivoco, la mandaron a detención porque había tirado una botella de agua.¡Una botella! Existen maestros pendejos, pero, ¿castigarte por algo como eso?
—Sí, a mí también me pareció una exageración.
—¡Exacto! Ella desapareció solo unos días después de que la infraccionaran, y no es la primera vez que eso ocurre. Muchas veces, Cade castiga a algún alumno o alumna y este desaparece a los pocos días. ¿No te parece sospechoso?
—La verdad es que no hay una sola cosa en Cade que no me provoque sentir sospecha —se sinceró—. Creo lo que dices porque tengo forma de comprobarlo, y apostaría mi vida a que algo se trae entre manos, además de ser un maldito pedófilo.
—Y ese es justo el motivo por el que tuve que romper tantas reglas escolares como me fuera posible. Me puse tatuajes, me volví grosero, dejé de entregar tareas, me metí en todas las peleas que pude y le contesté a cualquier profesor que se atravesara en mi camino. Yo solo necesitaba que me metieran a detención y ser de esos que de un día a otro desaparecen. Quizá así pueda ver qué hace Cade con los castigados o con las chicas que logra seducir, y cuando me entere, podré encontrar la mejor forma de hacer que me diga dónde está mi hermana, sin importarme tener que delatarlo en caso de que eso lo orille a contarme la verdad.
—Espera un segundo, ¿estás diciendo que solo fingías ser rebelde para recuperar a tu hermana?
Audrey estaba anonadada, sin duda, pero no era para menos, porque jamás había imaginado que el comportamiento soez de Bryan Sheppard estuviera plenamente justificado.
El mencionado levantó los hombros con actitud despreocupada.
—Tú tienes a Alexander, ¿no? —ella asintió—. Pues estoy casi seguro de que si él desapareciera, harías todo cuanto esté en tus manos para encontrarlo, y yo no necesito otra cosa que dar con Jazmín, incluso si eso significa dar la vida por ella.
Bryan tenía razón. Aunque Alex era el preferido de Leonard y Marie, Audrey lo amaba solo por el simple hecho de compartir sangre. Él la cuidaba, era su ejemplo, una de las pocas personas en quien confiaba sin importar que los demás la estuvieran traicionando, burlándose de ella, y estaba segura de que si algo le pasaba a Alexander, iría hasta el fin del mundo con tal de resolverlo.
Eso es lo que hace el amor por un hermano. Y si eso sentía ella por él, ¿qué no sentía Bryan por la pequeña Jazmín?
✨✨✨
A las cinco de la tarde en punto, arribó a la casona Williams un Bugatti negro que Oliver alcanzó a vislumbrar desde la recámara de Audrey. Él, junto con Abril, Dominik, Morgan y Darren, salieron al patio apenas observar que el vehículo se detenía justo frente al portón principal, sospechando que quizá Monique había regresado tras imaginarse que Audrey había logrado escapar del incendio, pero grande fue la sorpresa de los cinco cuando el zaguán se abrió y por él entró la mismísima Audrey, cambiada con ropa que ellos jamás le habían visto.
La puerta del piloto se abrió también y por ella asomó Bryan Sheppard, pero no se atrevió a acercarse y solo vio de lejos la manera en que Morgan, Dominik y Oliver corrían a preguntarle mil cosas que por un momento aturdieron a la recién llegada. No obstante, también observó extrañado el momento en el que ella se halló frente a un chico rubio que nunca había visto, por lo que no tuvo forma de saber que se trataba de Darren.
Audrey no podía negar que le alegraba estar de vuelta en la mansión con sus amigos, pero tampoco el hecho de que encontrarse cara a cara con el fantasma disparaba los nervios en su interior.
Se quedó quieta, preguntándose cómo se suponía que debía actuar ahora que no eran ni novios ni amigos, pero, justo cuando pensaba en simplemente regalarle un hola antes de despedirse de Bryan, Darren la abrazó tan fuerte que el cuerpo le dolió y de su boca salió un quejido.
El fantasma, alarmado, la soltó inmediatamente, sin saber lo que ocurría, mas el semblante arrepentido no se desdibujó en su rostro.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —inquirió a la joven, no sabiendo muy bien si hablarle era lo correcto.
—Lo siento, es que me duele todo el cuerpo —contestó, tratando de pasar por alto el ardor en su espalda—. ¡No tienen idea de todo lo que ocurrió anoche! Debo contárselos cuanto antes, pero primero, ¿de casualidad pueden decirme dónde está Rolland? El pobre debe estar igual de malherido que yo, porque ambos fuimos víctimas del idiota de Víctor. Necesito corroborar que esté bien.
Darren, Oliver, Abril, Morgan y Dominik intercambiaron una mirada de pesar. Cuatro de ellos aún tenían fresca en su memoria la escena de la noche pasada, y si bien sabían que ese momento iba a llegar, ninguno estaba lo suficientemente preparado para la posible reacción de la chica al enterarse de lo ocurrido. Ella yacía allí, impaciente, esperando por una respuesta; y al final, cuando se dieron cuenta de que no podrían postergar la noticia, fue Oliver quien dio un paso al frente mirándola como un abogado que le da a su cliente la noticia de que ha perdido el juicio a su favor. Le colocó una mano en el hombro con suavidad, y dijo, en voz sumamente baja:
—Audrey, es que Rolland... Rolland está muerto.
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